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YOUTHFUL HATSUKOI por Lady Trifecta

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Notas del capitulo:

Aclaraciones: Todo este capítulo son acontecimientos del pasado, es decir, flashbacks de la historia. 

 

(1)Rascal Flatts-I won’t let go:

https://www.youtube.com/watch?v=2ZoF5PgjJKE

 

(2)Rascal Flatts - What Hurts The Most: 

https://www.youtube.com/watch?v=BmegzRMJzQQ

 

¿Qué duele más? ¿Una promesa rota o una mentira?

Lo más bonito es que te entreguen sentimientos sinceros a unas simples palabras que aseguran un futuro incierto pues al fin y al cabo, ¿no son sólo palabras aquello que no tenemos en las manos?

Él quería creer, de verdad que sí. Lo hizo, y le rompieron el corazón. Entonces, ¿cómo volver a creer?

Si hubiera podido saber, hubiera preferido un futuro incierto que no lo alcanzara antes que la mentira de creerse querido, seguro y protegido.

 




—Takeshi, tengo miedo.

—No te preocupes, Haru. Sé valiente. Sora te quiere, se ve en sus ojos —respondió sonriéndole a su pequeño hermano, el cual por fin se había decidido a confesar sus sentimientos. Después de tantos años guardándolo en su corazón se armaría de valentía, sabía que Haru le quería y aunque fuera celoso por su hermanito, él era su felicidad y pasara lo que pasara estaría a su lado.

—Gracias, hermano —dijo mientras se levantaba y se refugiaba en sus brazos—. Gracias por estar siempre conmigo.

—Somos hermanos, ¿no?

—Sí. —Aunque se llevaban pocos años de diferencia, esto no les impedía sentirse compenetrados el uno al otro; se trataba de una amistad sincera más allá del hecho de ser familia, levantándose en las caídas, llorando sus tristezas en el hombro del otro, compartiendo sus alegrías y confesándose sus más profundos deseos. El mundo podría cambiar, pero ellos seguirían siendo hermanos.

 

 

—¡Sora, se hace tarde! ¡Debemos irnos!

—¡Ya voy! —gritó desde su alcoba mientras guardaba una pequeña cadena de plata con un dije de corazón— Espero me aceptes, mi pequeño —susurró para sí mismo antes de salir de su habitación.

—¡Te tardaste!

—Perdón, ya. Solo alistaba unas cosas.

—Hoy es el gran día, ¿cierto? —preguntó con cierto tono de nostalgia, aunque sonreía en complicidad por la alegría que sentía su hermano menor.

—¿Gran día de qué? —preguntó su padre, curioso, encontrándose con ellos en el comedor.

—No es nada papá —le respondió Sora, sonriendo de manera enigmática.

—Si fuera nada no estarías sonriendo como un gatito enamorado. —Una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios mientras lo decía.

—¡Papá! —gritó sonrojado. Su rostro carmesí y su agitado corazón lo ponían en evidencia frente a cualquiera. Nunca había estado tan nervioso en su vida, y el día apenas si estaba comenzando.
—¡Zen, déjalo tranquilo! —gritó Takafumi, acercándose desde la cocina—. No lo intimides de esa manera.

Su marido sonrió mientras se acercaba a su oso gruñón para abrazarlo. Le rodeó la cintura y a continuación, lo besó con pasión, sin importarle un comino el público presente.

—Me encantas cuando me ves de esa forma enojona.

—¡Deja de hacer eso, idiota! —Su esposo le propinó un pequeño golpe en la cabeza.

—Por Dios. No hagan eso en pleno desayuno. No necesitamos verlos. Es demasiado temprano para que hagan esas cosas — resopló Sora, con cara de asco. Sus padres se sentaron para desayunar.

—¿Y quién te dijo que había horarios específicos? Eres un niño, no entiendes nada acerca de mantener viva la llama de la pasión —expresó descaradamente su padre mientras que con su mano acariciaba los muslos de su amado esposo, aprovechando que sus hijos no veían sus movimientos.

—¡Deja de hacer eso, calenturiento! —replicó, golpeándolo mientras parecía que de su cabeza salieran humos de verdad.

—¿Saben? Podríamos haber sobrevivido sin la necesidad de tener sospechas acerca de su perfecta vida amorosa.

—Sí. Creo que mejor nos vamos —Kai apoyó a su hermano. Verlos de esa manera era algo normal para ellos pero definitivamente no era una buena costumbre. Salieron de la casa y se dirigieron a la escuela caminando, dejándolos debatir acerca de mantener viva la llama de la pasión.

—¡Su padre irá a buscarlos a la salida! —les recordó Takafumi.

—Ajá. Si es que tú se lo recuerdas y si es que para entonces dejan de hacer sus cochinadas —dijo de manera que sólo su hermano menor escuchara porque de lo contrario, con el carácter explosivo de su padre, daba por seguro que no llegaría vivo a la escuela ese día.

 

—Llama de la pasión —repetía entre risas y cara de espanto, Sora— papá nunca cambiará.

—No lo creo, pero a veces desearía que fueran menos explícitos —le aseguró, sonriendo.


 

Sin embargo, dentro de la casa de los Kirishima la "discusión" no había terminado aún.

—¡¿Cuándo dejarás de hacer eso?!

—El día en que te deje de desear —respondió con la libido haciendo acto de presencia en su voz, acorralándolo entre la pared y él—. Y no creo que llegue —habló, besándole en el cuello, para luego saborear sus labios y por último explorar los recovecos de su boca de la forma en que sólo él sabía hacerlo, haciendo temblar y tambalearse Takafumi desde siempre, demostrándole que sin importar cuánto tiempo pasara, lo amaba y deseaba permanecer siempre a su lado—. Me gustas Takafumi.

—Ya lo sé, idiota. Ah, maldición... —Apenas si lo dejaba tomar el aliento suficiente—. Sino no me hubiera casado contigo.

Sonrió de manera seductora.

—Sé mío Takafumi. Solo mío.

—Estúpido, ¿de quién más podría ser? —reafirmó, sumamente sonrojado y cabizbajo, incapaz de entender hasta dónde había encendido a su esposo con aquellas palabras.

—Me encantas —Besándole de nuevo, unió sus manos y entrelazó sus dedos—. No te dejaré ir nunca.

—Zen —suspiró al sentir una de sus manos bajar a través de sus pantalones y empezar a rozar su pene con sus manos—. Ah, no, estamos...estamos en plena...aah...entrada...mmm... ¿Qué si alguien entra? Ah, carajos.

—Nadie vendrá. —Sus labios volvían a recorrer presurosos su cuello, mientras seguía masajeando su pene subiendo y bajando su mano con presteza y habilidad, dándole oleadas enloquecedoras de placer como si fuera la primera vez, aun a pesar de los años y las miles de veces que lo había hecho gozar bajo su cuerpo, encima, y de diferentes maneras.

—Aaah... —Odiaba y adoraba la manera en la que siempre lo acariciaba, encontrando con el primer toque el punto exacto donde lograba hacer que perdiera el último atisbo de cordura que guardaba, cada vez.

—Y si lo hacen, que nos vean y se mueran de envidia.

—Maldito loco pervertido. Aaah, joder... —Al no querer ser el único recibiendo la atención, introdujo su mano en los pantalones de su esposo para empezar a masajear su virilidad, haciendo al mismo tiempo un gemido ronco en su oído.

—Takafumi, maldición —pronunció su nombre entre gemidos al sentir sus caricias—. Takafumi, aaah... —Con presteza se deshizo del pantalón de su eterno amor en tiempo récord, introdujo sus dedos en su culo, entrando y saliendo lentamente quitándole los pocos rastros de lucidez que aún conservaba. Era sencillamente una exquisitez ajena a este mundo sentirlo de aquella manera. Siempre era de esa manera.

—No, Zen. Espe, ¡ah, joder! —respondió ante la invasión en él. Cada movimiento lograba estremecerlo, haciéndole desear aún más esos toques tan adictivos y tortuosamente lentos que, unidos a los constantes besos efusivos, lo llevaban a la perdición—. Zen...

—¿Qué deseas Takafumi? Dime. Haré realidad todos tus deseos. —Su voz se traducía en leves susurros entre jadeos, revelando su excitación. Al saber cómo su amante disfrutaba de sus caricias, mordió el lóbulo de su oreja, mientras seguía entrando y saliendo de su entrada, realizando lentos movimientos circulares en su interior, llevándolo al borde mismo entre la locura y el nirvana. Y ni siquiera empezaba.

—A ti —respondió débilmente, loco y desinhibido, mordiendo su cuello, entre el fracaso y el placer, eso sí que era ser un buen perdedor. ¿Cuántas veces caería en sus juegos? Aunque pensándolo bien, eso no importaba; lo amaba, lo deseaba. El querer sentirlo suyo no le hacía pecador, sólo deseaba ser amado por quien amaba. Vio la sonrisa traviesa de satisfacción de su esposo al escuchar sus palabras. Seguidamente, sintió su miembro entrar de una sola estocada en su culo. Lo había esperado ansioso, anhelando el contacto de su palpitante pene entre sus estrechas paredes.

—¡Aaah! —Las oleadas de placer estaban justo en el punto medio cuando su pene comenzó a moverse lentamente en un enloquecedor vaivén, provocando que el calor inundara todo su cuerpo hasta arañar sus entrañas.

—Taka... fumi. Mmm... Cómo me gustas... —susurró en su oído, mientras que con sus manos sostenía sus caderas y lo embestía con fuerza una y otra vez, queriéndolo sentir mucho más de lo que ya lo hacía, cada vez, profundizando el cálido contacto en su interior, sintiendo cómo la entrada de este apretaba su pene con cada entrada y salida, llevándolos a la más dulce de las decadencias en donde un calor abrazador los inundaba y abrasaba con fervor.

—Zen... Aaah... mmm... mmmph... —Escuchaba sus gemidos, sólo le hacían desearlo aún más. Formando una danza con sus cuerpos, tocando el cielo con ambas manos junto con su amado, besó sus labios dejando en medio un hilo de saliva durante los pocos instantes que se daban para recuperar el aliento. Takafumi rodeó el cuello de su marido mientras este lo cargaba para colocarlo suavemente en el suelo. Continuó lamiendo sus pezones mientras seguía con las dulces, profundas, certeras, y ahora lentas estocadas. Adoraba todos y cada uno de los gestos en el rostro de su compañero de vida, aquellos ojos azules enamorados en donde se ahogaba con gusto, aquella expresión entre el divino placer y un dolor que no dejaba huellas.

—No... pue... más... ¡Zen...! —replicó al sentirse pronto a alcanzar el clímax. Aferró sus piernas a las caderas de su esposo, mientras su interior apretaba su pene con una firmeza inquebrantable. Sintió cómo todas aquellas caricias y, sobre todo, las últimas penetraciones enviaron descargas de electricidad a cada parte de su cuerpo sumergido en la más candorosa perdición.

—Takafumi... —gruñó al sentir cómo su pene era apretado aún más dentro de su caliente culo. Lo abrazó y aumentó más el ritmo, para finalmente venirse dentro cuando la cálida esencia de su amor se derramó sobre su vientre en medio de sus cuerpos aún abrazados y transpirados.

—Te amo Takafumi —dijo con voz suave, respirando entrecortado y besándolo con infinito cariño, uno que no tenía principio ni fin. Su historia se escribía con la tinta de su amor, cada día.

—Yo también lo hago, Zen. Yo también lo hago.

 

 

 



—Buenos días.

—Buenos días. Llegan tarde. —Los regañó Takeshi.

—Culpa a Sora. Fue el último en estar listo, ¿dónde está Haru, Takeshi? —preguntó buscándolo con la mirada.

—Fue a comprar jugo. Ya saben lo que recomendó el doctor. Debe tomar jugos y no saltarse ninguna de las comidas del día. Tiene una dieta muy estricta.

—Ya veo —dijo desanimado recordando las palabras de Takano y Ritsu.

‹‹Deben cuidar de él, por favor. Su salud es débil. Manténgalo vigilado. Deben hacer que tome muchos jugos naturales y coma constantemente, al tener un cuerpo frágil, sus defensas bajan constantemente››.

—Sora, ¿a dónde vas? —preguntó Kai viéndolo levantarse de las bancas en donde se encontraron.

—Iré a buscarlo.

Kai lo vio partir sin poder evitar sentir tristeza en su corazón. Quería ser él quien lo fuera a buscar, quería ser él por quien Haru se sonrojara. Amaba al pequeño de ojos ingenuos. No había duda en ello. Era un amor unilateral, jamás podría decirle sus sentimientos, no cuando conocía de antemano su amor por su hermano menor. ¿Cómo cumplir sus sueños sobre la infelicidad de aquellos a quienes más amaba? Nunca podría lastimar a su hermano, y cuidar de Haru y su sonrisa era su prioridad. No iría por la vida intentando enamorarlo cuando su corazón ya tenía dueño, no. Él no necesitaba de unos besos o una declaración de amor para ser feliz. Le bastaba con tomar su mano de vez en cuando y estar ahí presente, siempre a su lado, para protegerlo y velar por él. Siempre y cuando pudiera hacerlo, estaría bien, sería feliz.

—¿A dónde vas, Kai? —preguntó Takeshi al verlo levantarse.

—Me adelantaré. Te espero en clases —dijo con una natural y forzada sonrisa, como diciendo ‹‹Todo está normal y bien››, aunque esa no fuera la verdad de su enamorado corazón.

El corazón, a pesar de nuestros deseos y fieles convicciones, siempre se resiente al no ser amado.


—Está bien —dijo su amigo viéndolo partir, algo dudoso. Siempre había sospechado que Kai sentía algo por su hermano, pero estaba más que seguro que conocía la razón del porqué de su silencio. ‹‹El amor es un sentimiento hermoso pero cuando no es correspondido sólo deja cicatrices en ti. ¿No es así, Taiki?››, susurró para sí mismo mientras veía las hojas de los árboles caer.



—¡Haru! —gritó al verlo, y se acercó a él— ¿Estás bien?

—Sora, sí. Estoy bien —respondió cabizbajo. Su corazón latía a mil por hora al verlo. Quería armarse de valor, quería decirle sus sentimientos; tenía una leve esperanza de que aquel joven de ojos como el apacible océano y cabellos negros aceptara su corazón.

—Haru —Acercándose a él, Sora alzó su rostro, para poder verlo directo a los ojos— Feliz cumpleaños —dijo y luego depositó un beso en su frente.

—Feliz cumpleaños, Sora. —Sonrió, haciendo que este se quedara viéndolo estupefacto como si aquella sonrisa fuera la más bella obra de arte creada jamás y para él, así lo era.

—Cierra los ojos —Obedeció, esperando. De pronto, sintió algo deslizarse por su cuello—Ábrelos. —Era una hermosa cadena de plata con un dije de corazón, de los que se abrían.

—Sora, es hermoso. Gracias. —Intentó abrirlo pero una mano lo detuvo.

—Todavía no lo abras. Espera hasta esta noche, promételo.

—Eres raro —Solo rió un poco, pero aceptó—. Está bien. Lo prometo, esperaré.

Sus ojos esmeraldas brillaban con mayor intensidad que la usual. Sentía su corazón querer salirse de él, quería besarlo; probar sus pequeños labios y decirle cuánto lo amaba. Se acercó a él, quedando a escasos centímetros de su boca.

—Sora yo... yo... —‹‹Todavía es posible que se vuelva más hermoso de lo que ya es cuando se sonroja››, pensó, con la sensación de algo quemándolo justo en el medio de su pecho.


—Haru...

Pero el destino no conspiraba a su favor.


—¡Senpai! (3) —gritó un joven de ojos azules y cabello castaño, desde el otro lado del pasillo, acercándose a ambos— Ah, perdón por interrumpirlos. —Se disculpó con fingida inocencia—Senpai, el profesor de artes te necesita. Quiere que lo ayudes con unos libros.

—Oh, bueno. Entonces, voy para allá —respondió suspirando cuando se vio interrumpido, con evidente pesar.

—Puedo acompañar... —Haru comenzó a decir al ver las dudas y el sentimiento de disculpa en los ojos de su amigo.

—¡No! —protestó alterado el intruso recién llegado— Lo siento, es que el profesor nos llamó sólo a nosotros dos —aseguró con seriedad mientras veía a Haru con ojos fríos y se colgaba del brazo de Sora.

Haru abrió sus ojos desmesuradamente, viendo sorprendido a Allen por su respuesta, y no pasó desapercibido el hecho de que Sora no se deshizo del agarre.



—Espérame en el salón de clases. Iré en cuanto me desocupe. —Sora se mostraba un poco hastiado, pero no hizo nada para remendar la situación,

‹‹Sora, ¿es por él, o es por mí?››, no pudo evitar plantearse dentro de su cabeza llena de miedos y confusiones.

—Sí. —Atinó a contestar de modo automático, viéndolo partir.

Las horas pasaron y la inseguridad de Haru aumentaba más y más. ¿Qué era Allen para Sora? ¿Por qué no llegaba? ¿Acaso era una excusa para estar solos? La manera con la que Allen lo observaba, comiéndolo con los ojos; Sora sin hacer nada mientras el chico prácticamente se le subía encima. No. No quería pensar en eso. ‹‹Por favor››, rogaba en su interior por una oportunidad, solo quería una para decirle finalmente a su amigo todo lo que sentía, antes de fuera demasiado tarde.

La hora de receso llegó, sin que se diera cuenta por mantener su mente ocupada con peligrosas dudas que lo acechaban tal cual el lobo lo hacía con el cordero perdido y confundido. Haru se encontró con Takeshi y Taiki fuera de clases.


—¿Estás bien Haru? —preguntó Taiki, preocupado por su amigo al verlo tan cabizbajo e ido de sí mismo.
—¿Eh? Ah, no es nada. Solo tengo un poco de sueño —Taiki se acercó a él y colocó una mano en su frente—. No tienes fiebre, al menos. ¿Dónde está Sora?

—El profesor de artes lo mandó llamar con Allen desde la mañana.

—¿Allen? —Frunció el ceño ante la sola mención del nombre como si hubiera olido una peste o algo parecido, aunque no quería sembrar cizaña frente a Haru— Ese mocoso no me da confianza. —Se limitó a decir.


—¡Chicos! —gritó Sora al verlos en el pasillo—. Perdón por la demora —dijo entre jadeos, pues había estado corriendo hasta llegar junto a ellos—. Eran muchos libros por ordenar, menos mal que Allen me ayudó o nunca hubiera terminado —concluyó con una sonrisa que pecaba de culpa, si tan sólo supiera lo que llegaban a ser aquellas mínimas pero fatales palabras para cierto chico que lo estaba escuchando, de seguro no las habría dicho tan deliberadamente.


—¿Haru?
—Ah, ¿sí? Dime.

—¿Hicieron mucho en clases? Perdón por dejarte solo.

—No. No Hicimos mucho. —Sora iba a preguntarle el porqué de su distracción y semblante serio y triste, pues el muchacho a duras penas si podía intentar disimular lo que sentía en la mayoría de las ocasiones, pero una vez más todo parecía conspirar en su contra cuando volvieron a ser interrumpidos por el timbre que anunciaba el término del descanso, ¿era un chiste?



Todos se dirigieron a sus respectivas aulas, y el resto de la mañana pareció pasar rápidamente, excepto para esos dos que sólo deseaban estar juntos y a solas para confesarse sus secretos.



—Sora, ¿puedo hablar contigo? —preguntó Haru, sonrojado, en la hora del almuerzo.

—Claro, dime. —Se dirigieron a los jardines del colegio, y se sentaron bajo uno de los árboles de cerezo. Un lugar un poco alejado de la algarabía de los demás, donde pudieran estar más tranquilos y solos.

—Sora, yo tengo que... de-decirte algo... Eh... —El pobre comenzaba a tartamudear debido al nerviosismo latente en su pecho mandando oleadas de electricidad a todo su cuerpo.
Sora se acercó a él al ver cómo su cuerpo temblaba. Agarró una de sus manos, como quien no sabía que sólo lograba ponerlo más nervioso con aquella acción, y la aferró con ahínco— ¿Por qué tiemblas? ¿Te sientes mal?

—¿Eh? No, ¡no! Eh, disculpa. Yo, yo... ¡Toma! —Sin pensarlo mucho, y con los ojos graciosamente cerrados, le extendió con ambas manos su regalo de cumpleaños, envuelto en papel— No me dio tiempo de dártelo hace rato. Feliz Cumpleaños, otra vez. —Cómo adoraba aquel rostro, sin importar las expresiones que hiciera. Entonces la felicidad inundó todo su ser, y como muestra de ello besó su mejilla con cuidado, con sutil y delicado amor, tomando el regalo entre sus manos y alborotando las neuronas del chico en frente de él.

—Muchas gracias, Haru. —Entonces el adolescente de ahora dieciséis años lo vio de frente, admirando el brillo y la inmensa calidez en ese mar que eran sus ojos, y que sólo estaban dispuestos a verlos a él y a nadie más— ¿Puedo abrirlo ahora?

—Cla-claro.


Con mucho cuidado abrió el regalo. No quería ni rasgar el papel, todo lo que le diera Haru era demasiado valioso para él, así que lo conservaría. De sólo ver el contenido, se sintió la persona más dichosa del mundo: era una foto de los dos juntos en un portaretrato, de cuando eran niños jugando en el parque, ¿qué podría ser más perfecto?

—Me encanta. —No era ninguna exageración. No podría existir mejor regalo en todo el mundo.

—Revisa en-en la parte de atrás. No importa si lo sacas del portaretrato.

—Oh, está bien. —Así lo hizo, y cuán grande sería su sorpresa al encontrar dos entradas para el concierto de su grupo favorito, para esa noche.

—Esto es... —Simplemente no podía creerlo.

—¿Te gustaría ir conmigo?

—¿En serio hay que preguntarlo? ¡Oh, Haru! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Lo juro, no lo puedo creer. ¡Nightwish!, por fin podré verlos. Por fin podré ver a la reina. Oh, me has hecho la persona más feliz en todo el mundo —Delirando de una intensa alegría lo abrazó, lo llenó de besos por todo el rostro, alborotó sus cabellos. En síntesis, hizo un desastre de su amigo en pocos segundos, alterando cada uno de sus nervios vitales—. Por supuesto que iremos juntos —Era esta la oportunidad perfecta. En la noche, durante el concierto, le confesaría por fin sus sentimientos a Haru, sin temor a ser rechazado. Sólo le entregaría su corazón y no le importaba recibirlo de vuelta—. Haru, esta noche...

—¿Eh?

—Nada —Sonrió, enigmático, conteniendo sus ganas de gritarle al mundo entero que amaba a este chico de ojos puros y transparentes—. Haru, hay cinco cosas que no quiero que olvides jamás. La primera es que siempre seré sincero contigo, no hay secretos. La segunda es que no importa lo que llegue a pasar yo siempre estaré contigo, la tercera es lo mucho que te quiero.

—Sora... —En verdad que aquel muchacho sabía cómo colocarlo de cabeza para arriba. Su amigo no dejó que lo interrumpiera y continuó, tomando las finas y suaves manos entre las suyas.

—Las últimas dos son: Nunca te lastimaré, y siempre te protegeré, del mundo entero si es necesario. No son promesas, son verdades. Lo sabes, ¿verdad? Eres lo más importante para mí.

Era sincero, era cálido, era un sentimiento puro. No importaba qué fueran, amigos, compañeros, vecinos, era así: Siempre estuvieron juntos y su joven alma sabía que siempre sería así. Era lo que importaba. Ah, ya no podía más consigo mismo, iría a decírselo ahora, aunque muriera en el acto. Acababa de tomar de las palabras de Sora, la valentía que le faltaba para poder confesar sus sentimientos. Llevó su dedo índice a los labios de su amigo, evitando que siguiera hablando.

Los ojos azules lo miraron, expectantes, un poco sorprendidos, mientras sus manos seguían unidas.

—Sora, tengo algo que decirte —Aquella voz dulce y trémula por fin había encontrado el valor suficiente para revelar su más fielmente guardado y precioso secreto. Era ahora cuando debía aprovechar su oportunidad, algo en su interior le gritaba que lo hiciera—. Sora, yo te a...

—¡Senpai! —gritó Allen al verlo con Haru. Su codicia lo cegaba, quería que Sora fuera suyo sin importar nada, aun si para ello debía apartar a Haru; utilizaría todas sus artimañas. Haru suspiró al verse interrumpido de nuevo. En serio, ¿había una conspiración en contra suya?

—¿Qué pasa Allen? —preguntó Sora con cansancio, rodando los ojos.

—¿Podrías venir conmigo? Tengo algo que darte.

—¿No puede ser en otro momento?

—Por favor —dijo viéndolo a los ojos, suplicante.

—Ah... —miró a Haru, esperando porque él lo retuviera a su lado, quizás malditamente esperanzado, pero no le dijo nada—. Lo siento, Haru. Ya voy, Allen, ya voy.

Haru, al ver que se marchaba, le agarró la manga de su camisa, deteniéndolo. Algo en él le decía que no lo dejara ir, el temor aumentaba.

—¿Haru?

—Sora, ¡vamos! Dale, que no tomará mucho tiempo —Le apuraba Allen.

Se miraron unos instantes eternos. Sora se disculpó nuevamente. Haru, atónito, no dijo nada. No podía. Todos sus miedos se acumularon en su garganta, impidiéndole emitir sonido alguno.

—¿Tie-tienes que irte ahora, justo ahora? —dijo bajito, finalmente. Sora tomó su decisión.

—Perdón Haru. Nos vemos a la noche. Será increíble —Al menos al fin estarían solos los dos, bueno, entre una multitud, pero solos para poder hablar de sus sentimientos. Contaba los segundos que faltaban para que llegara ese momento—. Te paso a buscar para ir juntos. Tengo algo importante que decirte, ya no puedo esperar. —Fueron sus últimas palabras, y se despidió dándole un beso en su frente.

—Sora... —¿Qué podía ser eso, tan importante? De todas maneras, sus palabras se quedaron volando en el aire. Tenía este presentimiento. Tan solo deseaba con todas las fuerzas de su corazón que no fuera real.

 

 

 

—¿Que querías decirme, Allen?

—Cuando estemos en casa te lo diré —dijo divertido el adolescente.

—¿Por qué tanto misterio? Allen, habla de una vez. También tengo cosas que hacer, sabes.

—Yo solo quiero darte tu regalo de cumpleaños, ¿es malo eso? —dijo con los ojos abnegados en lágrimas de cocodrilo. Si quería que todo saliera como él deseaba, tenía que llevarlo a su casa.

—Pues... está bien, pero que sea rápido, por favor. —Sora no tenía idea de que pecaba de ingenuidad, y esa también es una culpa— ¿Falta mucho?

—Estamos cerca.

—¡Haru! —gritó un estudiante de cabellos negros y ojos azules, sacándole abruptamente de su ensimismamiento— ¿Podrías acompañarme a mi casa? Creo que me están siguiendo. Tengo miedo, ya está atardeciendo.

—¿Eh? Pero, no queda lejos, ¿verdad?

—No. Lo prometo.

—Si es así... está bien.

—Haru, ¡¿a dónde vas?! —gritó Takeshi al verlos desde lejos , desconfiado, al verlo salir del colegio con James. Ciertamente era un chico en quien no podía confiar, pues se trataba nada más ni menos que del idiota del hermano menor de Allen. Con solo catorce años no podría decirse sin razones que era un adolescente malcriado, rebelde y con unos antecedentes para nada buenos, viviendo siempre a la sombra de lo que hacía y dejaba de hacer su hermano— ¿Dónde está Sora?

—Voy acompañar a James a su casa. Lo están siguiendo y tiene miedo —explicó, de lo más despreocupado, su hermano.

—Si es así, iré con ustedes —agregó con seguridad Takeshi.

—Gracias —agradeció James, con una sonrisa nerviosa y notablemente falsa para Takeshi.



‹‹Entre más mejor››.

 

—¿Y Sora? —Takeshi volvió a preguntarle.

—Se fue hace mucho con Allen.

—¿A qué? —preguntó consternado, con un extraño presentimiento latente.

—No sé —dijo con tristeza apesadumbrada en su voz, desviando la mirada de la de su hermano, para ocultar su inevitable malestar.

—Mi casa está por allá —anunció el menor al cabo de unos veinte minutos de caminar—. Pueden pasar, les daré unos refrescos.

—No, gracias. Ya tenemos que irnos. —Fue Takeshi el que se negó, tomando la mano de su hermano para salir de ese lugar. Algo le daba muy mala espina desde que se encontraron con el muchacho a la salida del colegio.

—No se preocupen, ustedes me ayudaron. Por favor, acepten mi ofrecimiento.

—Está bien —respondió Haru.

—Pero, Haru, nuestros papás... —Con lo que Takano Masamune era estricto con los horarios, de seguro los regañaría por pasarse de la hora.

—Takeshi, tengo mucha sed, en serio. No creo aguantar el regreso a casa, sólo un rato, ¿sí?

—Está bien —consintió el pelinegro resignado, pues la salud de su hermano estaba ante todo. Ambos entraron a la pequeña casa siguiendo a James, quien sonreía triunfalmente en son de burla, sin que los otros pudieran ver esa sonrisa.

—Entren, por favor. ¿Por qué no suben a mi cuarto? Acá hace frío, arriba hay calefacción. Deben al menos quedarse una hora, ¿no? Haru no se ve muy bien. Subiré los refrescos.

—Eh, está bien. —Aún dudoso, Takeshi acompañó a Haru al piso de arriba, seguidos por James quien llevaba los refrescos.

 

 

 

Sumamente incómodo, se sentó en la pequeña cama del cuarto de Allen. Quería que terminara rápido esto. Quería ver a Haru, pero las cosas no siempre salen como deseas.

—Ten —Allen le pasó una bebida—. Buscaré el regalo. Está en la otra habitación.

Sora asintió y esperó mientras se tomaba nervioso la bebida que le había dado Allen. Fue cuando todo comenzó a caer en picada. En pocos minutos comenzó a sentir calor en su cuerpo. Tocó su cabeza al sentirse mareado. Todo le daba vueltas. Su respiración aumentó así como sus latidos, su cuerpo estaba demasiado caliente.

—Allen, me siento mal. —Este entró de vuelta a la habitación vistiendo nada más que una bata, la cual se la quitó enfrente de Sora quedando desnudo, sin pizca de pudor ni vergüenza.

—¿Qué. haces..?

—Sora —pronunció suavemente, con una sonrisa imperturbable, acercándose a él.

Sora le miró entre confundido y alarmado, deseando correr, ¿por qué su cuerpo no le respondía como quería? La vista comenzaba a nublársele. Allen se acercó a él, lo tumbó en la cama y lo besó con euforia. ¿Porque lo hacía? ¡¿Por qué?! Su cuerpo se sentía demasiado extraño.

—Haru... —susurró apenas, antes de caer inconsciente. Allen, en su afán de hacerlo suyo, le había proporcionado una alta dosis; no sólo había excitado su cuerpo, sino que lo había dejado inconsciente, pero había logrado lo que quería—. Serás mío, Sora —dijo, continuando con los besos y las caricias.

 

 

 

 

—Ya verán, tengo muchos mangas.

—¿Lees mangas?

—¡Sí! Me encantan —respondió James sonriendo.

 

 

Y como un castillo de naipes cayendo, todo se vino abajo, en un soplido.

Subieron las escaleras y abrieron la puerta del cuarto, sin imaginarse lo que había adentro. El silencio reinó por unos momentos en la habitación al descubrir lo que escondían sus paredes: Sora se encontraba desnudo abrazando el cuerpo de Allen, quien dormía aferrado a su pecho. Haru no reaccionó de inmediato, no podía. No creía lo que sus ojos veían, ese no era Sora. No podía serlo, no. No era él. No el Sora que él tanto quería.

—Sora... —susurró Haru mientras las lágrimas comenzaron a caer de sus mejillas. Sintió su corazón partirse en mil pedazos. No cabía duda. Ese era Sora, pero no el suyo. ¿Alguna vez lo había sido? Cayó de rodillas al suelo, sus manos yendo a parar sobre su boca para evitar que se le escaparan los sollozos. ‹‹¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?›› Se repitió a sí mismo una y mil veces.

 

‹‹Duele. Duele. Duele mucho. Este dolor. No. No lo soporto››

 


Takeshi ni siquiera se detuvo a pensar. Ardió en furia, acercándose a la cama para levantar Sora de ella, tirando las sábanas al suelo.

 

—Maldito bastardo, ¡levántate! ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

 

Sora abrió sus ojos con pesadez tratando de entender en dónde se encontraba. Lo último que recordaba era... Allen. Él se había desnudado. Vio a su lado y Allen estaba enrollado en las sábanas, acurrucado en una esquina, viendo con miedo a Takeshi. La cabeza le palpitaba como si lo hubieran golpeado mil veces con un martillo. Giró su rostro y vio lo que más temía: Haru estaba en frente de él, en el suelo y de rodillas, con la mirada perdida en algún punto inexistente, incrédulo, estático, pasmado, en shock. Sus manos cubrían su boca. Y las lágrimas que caían una tras otra sin cesar. Se podía notar cómo respiraba con dificultad e hipaba nervioso sin poder evitarlo debido a la fuerte conmoción.

 

—¡Habla! ¡Maldita sea! ¡Di algo! ¡¿Qué carajos estás haciendo?!

 

—Takeshi, Haru... —susurró apenas al verlo de aquella manera tan lamentable—. Haru, yo... —Absolutamente ninguna palabra pudo ser articulada por su boca, y sólo una hubiera bastado quizás para que el pequeño no se fuera de esa manera.

 


Haru escuchó su nombre y levantó la vista encontrándose con los ojos de Sora que le veían sorprendido. No lo soportó más. Salió del cuarto corriendo, quería irse, alejarse todo lo que pudiera. ¿Por qué le pasaba esto a él?

 

‹‹Sora. Sora. Sora››, repitió una y mil veces su nombre en su cabeza. La lluvia empezó a caer fuertemente, como si lo acompañara en su dolor.

 


—¡Haru! —Miró con absoluta rabia y coraje al confundido y aletargado Sora— ¡Tienes un puta suerte! Pero no te librarás de esta. —Salió de la habitación corriendo, en busca de su pequeño hermano.

 

 

(1)Es como una tormenta, que interrumpe tu camino,

 

rompiendo tu voluntad.

 

 

Corrió y corrió sin mirar hacia dónde iba. Solo quería alejarse lo más que pudiera. Quería desaparecer. Quería que todo acabara. Continuó corriendo hasta que se tropezó con una piedra, cayendo en el acto y raspando sus manos, ahora ligeramente ensangrentadas.

 

 

 

Se siente así. Piensas que estás perdido.

 

Pero tú no estás perdido por tu cuenta.

 

Tú no estás solo.

 

 

 

¿Por qué? ¿Por qué? Se preguntó en voz baja, apenas, por su respiración entrecortada y los pulsos acelerados de su arrítmico corazón— ¿Era esto lo me querías decir? Fui un tonto, por tener esperanzas. Yo... —rió con sorna, burla y rabia mientras sus manos sostenían su corazón destrozado dentro de su pecho, ¿cómo podría haber sido así de ingenuo?— En serio creí que sentías lo mismo que yo. Duele. Duele mucho. No. Ya no quiero sentir este dolor, ¡no quiero! Por favor, paren, ¡dejen de salir, lágrimas! Intentó secárselas sacudiéndolas con sus manos de su rostro tantas veces que comenzaba a lastimarse, pero entre más las sacudía, más aparecían— Esto no debería de dolerme tanto. No debería. —Se abrazó a sí mismo, como si con eso pudiera apaciguar la tormenta que crecía furiosa en su interior. ¿Cómo podía ser posible tanto dolor? Ahora entendía cuando decían que los dolores del corazón eran más fuertes que los del cuerpo.

 

Se recostó contra un árbol dejando salir toda la tristeza que tenía. Los truenos retumbaron desde el cielo, haciendo ecos a través de su cuerpo. Cerró sus ojos dejando que el frío lo consumiera, quería olvidarlo todo. Quería cerrar su corazón. No quería ser herido una vez más.

 

 

 

 

 

 

 

 

—¡Haru! ¡Haru! ¡Por favor, responde! ¡¿En dónde estás?! —Lo llamaba, desesperado y angustiado, bajo aquella lluvia torrencial. Importaba una mierda que estuviera completamente empapado. Tenía que encontrarlo, aunque fuera al fin del mundo para ello. Tenía que llegar junto a él.

 

 

Estaré junto a ti.

 

Te ayudaré a superarlo,

 

cuando hayas hecho todo lo que puedas hacer.

 

Si no puedes hacerle frente,

 

secaré tus ojos, pelearé tu pelea.

 

 

 

Abrió los ojos al escuchar su nombre a lo lejos. Trató de levantarse pero le fue imposible, estaba demasiado débil. La lluvia seguía cayendo aunque con menor intensidad.

 

—¿Takeshi? —preguntó con voz quedita, rompiendo en llanto de nuevo— Ayúdame, hermano... acá estoy.

 

 

Te abrazaré fuerte,

 

y no te dejaré ir.

 

 

Él giró al escuchar un ligero movimiento de ramas cerca. Corrió buscándolo por doquier y lo encontró recostado contra árbol. Sus pantalones rasgados y sus manos lastimadas sobresalían.

 

—Haru —pronunció, acercándose a él— Hey, aquí estoy, Haru.

 

 

Lastima mi corazón, el verte llorar.

 

Sé que es oscura esta parte de la vida.

 

Oh, nos encuentra a todos.

 


—¿Kai? —El chico los había seguido desde que salieron del colegio con aquel muchacho, intuyendo que algo no andaba bien. Cuando entraron a su casa, decidió permanecer fuera a esperarlos. Grandes fueron su sorpresa y susto al ver salir corriendo a Haru del lugar, bajo una lluvia ya torrencial y con lágrimas en sus ojos. Sin esperar a que Takeshi saliera, fue detrás de él.

 

 

 

Y somos tan pequeños para detener la lluvia.

 

Oh, pero cuando esté lloviendo...estaré junto a ti.

 

Te ayudaré a superarlo.

 


—Haru. —Kai lo abrazó encerrándolo en su cuerpo, cobijándolo con amor, con dulzura. No entendía nada, pero el dolor era tan suyo como el de su amigo. Escuchó los sollozos de Haru y lo aferró aún más a su cuerpo.

 

—Duele, duele mucho, Kai. No quiero sentir más esto. Ayúdame, ayúdame por favor.

 

—Shhh, tranquilo, estoy aquí. Todo va a estar bien.Le rompía el alma en mil pedazos escucharlo de aquella manera, verlo de esa manera: con los ojitos cerrados, en estado de shock, confundido y aletargado. Haru se retorcía de fiebre y dolor, pero era el dolor de su corazón el que más lo atormentaba, y era el que más dolía, el que era insoportable de cargar.

 

 

 

Cuando hayas hecho todo lo que puedas hacer,

 

y no puedas hacerle frente,

 

secaré tus ojos,

 

pelearé tu pelea.

 

 

 

—Haru. Escúchame con atención, pequeño. Vas a estar bien. Ya verás. Todo estará bien —dijo, intentando auto convencerse de aquello y cargándolo en sus brazos—. Duerme, ¿sí? Mañana será otro día. Duerme mi pequeño.

 

Takeshi los encontró camino a casa. Muchas preguntas surgieron que gritaban por respuestas por parte de Kai, pero Takeshi no podía responderlas, no ahora, no así. Era Haru el único que ahora importaba.

 


Finalmente llegaron a casa, los tres empapados; Haru en los brazos de Kai, semidormido, respirando con dificultad y arropado con el abrigo de Takeshi.

 

—Oh, ¡por todos los cielos! ¡Haru! —Ritsu miró a los que lo acompañaban, exigiendo una explicación, luego de acercarse hasta ellos— Takeshi, ¿qué ha pasado, hijo? —Kai se adelantó en responder al notar a su amigo incapaz de pensar fríamente en esos instantes.

 

—Estábamos jugando soccer bajo la lluvia y se cayó. Lo siento, es mi responsabilidad. Se quedó dormido en el subterráneo por eso lo traje cargado. —Sí, era una excusa estúpida, pero no se le ocurrió otra cosa. Él y Takeshi se dirigieron algunas miradas culpables. No habían tenido tiempo de negociar qué dirían.

 

Haru abrió los ojos y vio a su padre verlo con preocupación. Se sintió culpable por asustarlos de esa manera. Masamune apareció un poco después, cambiando su primera expresión de confusión por una de pánico y terrible preocupación en menos de un segundo.

 

—¡Haru! ¿Qué demonios? —Se dirigió a los chicos, pero Ritsu lo aplacó con el simple gesto de tomar su mano y una simple mirada, que se traducía en un ‹‹Espera, por favor››.

 

 

 

Te abrazaré fuerte,

 

y no te dejaré derrumbarte.

 

No temas derrumbarte.

 

Estoy justo aquí para sostenerte.

 

No te dejaré caer.

 

No te vendrás abajo.

 

 

 

—¿Estás bien, hijo? ¿Te golpeaste muy fuerte? Por favor, Haru, debes cuidarte. —Ritsu estaba que no soportaba el temblor en sus piernas, nunca había visto en ese estado a su hijo. Kai lo recostó con cuidado en el sofá, mientras Takano iba y venía con un cambio de ropa, agua caliente, y cobijas para abrigarlo. Ya los reclamos y las preguntas vendrían más tarde.

 

Haru sonrió triste y se abrazó a su padre.

 

—Papá, ¿todavía puedo aceptar la beca a Inglaterra? —Masamune y Ritsu se miraron extrañados por un breve momento.

 

—¿Por qué ahora me dices eso? Haru, ¿qué sucedió? —preguntó Ritsu sin soltarle de las manos— ¿Qué fue lo te pasó, hijo?

 

 

Vas a lograrlo.

 

Sí, sé que tú puedes hacerlo.

 

 

 

—Confíen en mí, déjenme irme a Inglaterra a estudiar. Por favor.

 

Takano y Ritsu se miraron dudosos, algo había sucedido con su pequeño. Sus ojos se hallaban sumergidos en una profunda tristeza y desconsuelo que, cada uno, no pudo sino recordar su adolescencia y por lo que habían pasado. Ese tipo de dolor que sólo te causa un único tipo de sentimiento: el amor.

 


La sensación de vacío y desolación llegó con mayor intensidad a su corazón, porque Ritsu no sólo conocía aquella sensación, sino porque jamás se hubiera imaginado ver a su hijo en semejante estado. Prefería mil veces cambiar de lugar con él. Dolía mucho más que entonces, porque se trataba de su pequeño, y porque él no podía, no puede hacer nada por él.

 

Cuántas ganas de llorar, este nudo en la garganta, pero no puede, no debe. Con la fuerza que le otorgaba su amor de padre, hizo acoplo de toda su resistencia para no desmoronarse allí mismo, porque por él, por su hijo, debía mantener la compostura. Fue así que aprendió a ser fuerte en la vida. No por el amor a su esposo, no por él mismo, sino por sus hijos. Haru necesitaba de su serenidad y fuerza para no caer más profundo en el hoyo en donde se encontraba.

 


Porque estaré junto a ti.

 

Te ayudaré a superarlo.

 

Cuando hayas hecho todo lo que puedas hacer,

 

y no puedas hacerle frente.

 

 

—Tendrías que partir mañana. —Habló Ritsu, mostrándose sereno, acariciando sus mechones castaños y apartando unos cuantos de su frente, mientras que Masamune lo arropaba con las frazadas, asegurándose de que no pasara frío. Acarició su rostro, limpió el rastro de algunas lágrimas a la vez que también se encontraba luchando con todas sus fuerzas para que su voz no se quebrara.

 


Secaré tus ojos.

 

Pelearé tu pelea.

 

Te abrazaré fuerte.

 

Y no te dejaré ir.

 

Voy a abrazarte, y no te dejaré ir.

 

 

—Ritsu.

 

—Lo sé, Masamune. Lo sé. Pero no podremos protegerlo siempre, no al menos bajo nuestro techo.

 

Haru sonrió y alzó la mano que no estaba siendo cobijada por su padre para alcanzar a Kai, quien de inmediato correspondió a su llamado, para luego abrazarle.

 

—Gracias, amigo —susurró con una sonrisa.

 

—Haru —Kai se vio a sí mismo soportando las lágrimas no derramadas.

 

—¿Vendrás a despedirme? Sé que tienes mucho trabajo, aún con el colegio. —Su voz se iba apagando poco a poco debido al cansancio.

 

—No faltaría.

 

—Gracias —dijo nuevamente, quedándose dormido, y sin soltar la mano de Ritsu.

 

—¿Takeshi? ¿Dónde vas a estas horas? —preguntó Masamune, buscando respuestas, que por lo visto esa noche no obtendría.

 

—Tengo un asunto pendiente. Ya regreso. —Besó la frente de Ritsu y luego se despidió de su padre para salir.

 


Esa noche ni Ritsu ni Masamune durmieron. Ambos permanecieron en la sala junto a su hijo. Kai se había hecho un pequeño lugar para sentarse en donde estaba Haru y recostó su cabeza sobre su regazo para velar por su sueño esa noche. Aunque fuera sólo una vez, él estaba ahí para él, cubriéndolo con su amor incondicional.

 


Caminó hacia la casa de al lado con determinación, y entró en silencio, sin protocolos.

 

Siendo sus padres amigos, crecieron juntos. Se criaron juntos, ¿qué había significado todo eso hasta ahora? Vio a Sora sentado en la sala y la furia lo invadió de nuevo, quería golpearlo hasta volverlo trizas.

 

 

(2) Puedo soportar la lluvia que cae sobre el techo de esta casa vacía,

 

eso no me molesta.

 

Puedo soportar un par de lágrimas a veces y mostrarlas,

 

no tengo miedo de llorar de vez en cuando,

 

aunque seguir adelante ahora que te has ido me sigue doliendo.

 

Hay ciertos días en los que finjo que estoy bien.

 

 

—¡Takeshi! Sabía que vendrías, ¿cómo está Haru? —preguntó Sora, preocupado, con el rastro de lágrimas en su demacrado rostro. Se sentía culpable por hacerle eso a su pequeño, pero ¿qué podía decirle? Ni él sabía lo que había sucedido con exactitud, pero el panorama le dejaba una historia contada con lujo de detalles, sin necesidad de explicaciones. ¿Cómo lo vería a los ojos después de todo lo que había sucedido?

 

 

 

Pero eso no es lo que me molesta,

 

lo que más me duele

 

es haber sido tan cercanos,

 

y haber tenido tanto que decir,

 

y verte alejarte de mí.

 


Takeshi fue directo hacia él. Sin esperar más, lo agarró del cuello de la camisa y acertó un puño a su rostro, soltándolo luego para que este cayera al suelo, dejando huellas de sus nudillos junto con un poco de sangre en la mejilla del que había sido hasta hace dos horas el mejor amigo de su vida.

 

Sora no hizo nada por defenderse, ni protestar, ni explicarse. Nada. El suelo, golpeado y humillado por sí mismo, ese era su lugar. Él deseaba más que nada que hubiera un lugar más abajo, para poder redimirse. ¿El infierno? Quizás ni eso sería suficiente.

 

—¿Por qué Sora? ¿Por qué no fuiste sincero con Haru? ¿Por qué lo lastimaste de esa manera?

 

Sora permaneció en silencio. Él no quiso lastimar a Haru. Lo que menos había deseado era ver ese rostro de tristeza en él.

 

—Takeshi, yo nunca quise hacerle daño. No sé qué pasó allá.

 

 

 

Sin saber lo que pudo haber sido,

 

y que no hayas visto que amarte,

 

Ees lo que intentaba hacer.

 

 

 

Takeshi soltó una pequeña risa sardónica.

 

 

 

—Además de imbécil, mentiroso, y cínico. ¿Cómo pudiste hacer eso en su cumpleaños? ¿Cómo pudiste dormir con ese tipo? Me das asco. Creía que te conocía. ¿Y así me decías que lo amabas? Dime, respóndeme una cosa. ¿Cómo fuiste capaz? ¿Cómo? No le veo lógica. Dime Sora, habla.

 

Esperó.

 

—¡Habla, maldita sea!

 

No hubo respuestas.

 

—Haru se va, ¿lo entiendes? ¡Se irá de Japón! Te odio. Me das repulsión. Eres una máscara llena de mentiras. Eso eres. Sólo no olvides una cosa. Tú lo destrozaste. Ni siquiera sé por qué te estoy contando esto, no tienes ningún derecho. —Sora ya no escuchaba nada.

 


—Haru, ¿irse? No... ¿A dónde?

 

 

 

Es tan difícil lidiar con el dolor de perderte,

 

en donde sea que esté,

 

pero lo estoy haciendo.

 

Es tan difícil forzar una sonrisa,

 

cuando veo a tus amigos y estoy solo.

 

 

 

—Aceptó irse a Inglaterra. Partirá mañana a la tarde. Ya estarás feliz, ¿no? Podrás estar tranquilamente con tu querido Allen.

 

—¡Amo a Haru! —gritó, harto, angustiado— Takeshi, así no me creas, ¡lo amo!

 

 

 

Es aún más difícil levantarme, vestirme, vivir con este arrepentimiento.

 

Pero sé que si lo pudiera volver a hacer cambiaría

 

y entregaría todas las palabras que guardé en mi corazón y que no te dije.

 

 

 

—¡Y ahora eso importa una mierda! ¡Jamás se lo demostraste! No lo mereces, no mereces a alguien como Haru. ¿Sabes cuánto lloró? Ni siquiera la más remota idea de lo que fue verlo así, llorando, pidiendo a gritos que se le sacara ese dolor de su pecho, que quería irse, que fue un tonto por pensar siquiera en que lo querías. ¿Sabes que es lo más irónico? Que el que tiene suerte eres tú por tener a alguien como él que te ame. ¡Mierda! Si hubiera sabido antes cómo acabaría todo esto, si tan sólo lo hubiera sospechado aunque fuera un poco, hubiera apoyado a Kai desde un principio. Él si merece a Haru, él sí lo valora. Y tu dichoso amor, ¿de qué le sirvió? ¡¿Eh?! ¡Respóndeme, por un carajo! Sólo lo destrozaste. Si te queda algo de cariño, de respeto por él, déjalo. No le hagas más daño.

 


Sora se quedó en shock al escuchar sus palabras desde hacía un rato. Caminó hacia su cuarto dejando a Takeshi en la sala. Encerró su cuerpo con las sábanas. Tenía que tomar una decisión. Cerró sus ojos y se dejó llevar por sus pensamientos quedándose dormido en poco tiempo, mientras que finas y fugitivas lágrimas caían por su rostro.

 

—Haru, yo te amo.

 



 

 

 

 

 

 

 

—¿Estás listo Haru?—preguntó Masamune.

 

 

 

(4)Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.

 

Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.

 

No sé si me quisiste... No sé si te quería...

 

O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

 



 

—Sí, papá. —Se había despedido de Ritsu en casa. Ambos sabían que si lo hacían en el aeropuerto ninguno lo soportaría e incluso Ritsu no lo dejaría partir. Pero debía respetar su decisión.

 


Fueron rumbo al aeropuerto. Haru veía pasar los paisajes por la ventana, despidiéndose de su amada ciudad. Miles de recuerdos llegaban a su mente, todos ellos junto a Sora. Su corazón se oprimió al recordarlo. Miles de preguntas llenaban su mente, pero había algo que tenía que aceptar y era que Sora no lo amaba. Sonrió de manera triste porque sin importar qué, él sí lo amaba. Y era ese su mayor dolor.

 

—Hijo, ¿te sientes mal? —inquirió preocupado su padre al verlo, tomando su mano para hacerlo reaccionar, pues no había respondido las primeras tres veces que lo llamó.

 

—Sólo estoy un poco nostálgico, papá.

 

 

 

Este cariño triste, y apasionado, y loco,

 

me lo sembré en el alma para quererte a ti.

 

No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;

 

pero sí sé que nunca volveré a amar así.

 

 

 

—Iremos a verte. No estás solo.

 

—Lo sé, papá. Lo sé. —Era tan extraño entender que pasara lo que pasara de ahora en adelante, debía acostumbrarse a llevar consigo sus sentimientos no correspondidos. Quizás nunca los vaya a olvidar pero de todas maneras tenía una vida que lo esperaba por vivir, quisiera o no.

 


Llegaron al aeropuerto y todos sus amigos estaban allí. Las despedidas fueron y vinieron creando un ambiente triste. Todos asistieron menos Sora. Era Kai quien con mayor tristeza lo veía. Tenía miedo de acercarse a él y que le dijera algo que no quisiera oír, algo que no estaba preparado para oír. No podría, no quería. Sin embargo, este se acercó y lo abrazó con profundo cariño.

 

—Cuídate Haru, te estaré esperando. Te quiero, pequeño. —murmuró a su oído, para que nadie más lo escuchara.

 

—Gracias, Kai. También te quiero.

 

—Cuentas conmigo, sabes que siempre lo haces. No lo olvides.

 

—Lo sé.

 

—Nos volveremos a ver Haru. Te esperaré. Por favor mantente en contacto.

 

—Lo haré.

 


Por último se despidió de su padre y de su hermano. Takeshi le dio mil consejos y le advirtió que lo llamara en cuanto aterrizara. De hecho, a veces los roles entre su padre y él se confundían un poco.

 

—Cuídate. Y llámanos.

 

—Lo haré, papá. No te preocupes, cuídate y cuida de papá.

 

—Sí, sí. —Al decir esto, su padre se dio media vuelta para ocultar las lágrimas que se asomaban por sus ojos. Con Takeshi hicieron una pequeña broma acerca de la sensibilidad a flor de piel de su padre recién descubierta. Entre pequeñas risas, se despidieron.

 

Haru partió dejando atrás el dolor de su corazón, buscando un nuevo futuro, y una cura a su lastimado corazón.

 

—Adiós, Sora. —Palabras que en un tierno abrazo del viento se fueron alejando poco a poco hasta buscar a su destinatario, en secreto.

 

 

 

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,

 

y el corazón me dice que no te olvidaré;

 

pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,

 

tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

 

 

 

Viendo hacia el cielo hacia donde partía el avión con su primer y único amor, las lágrimas bajaron por su rostro. Lo dejó ir, aun cuando una parte de él le gritaba que lo llamara y le dijera cuánto lo amaba, que lo perdonara, que era un idiota que no lo merecía, pero que permaneciera a su lado. Más no lo haría, no lo haría sufrir de nuevo. Lo dejaría ir, aun cuando eso significara romperse en mil fragmentos.

 

—Haru, te amo mi pequeño. Siempre lo haré.


 

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,

 

mi más hermoso sueño muere dentro de mí...

 

Pero te digo adiós, para toda la vida,

 

aunque toda la vida siga pensando en ti.

 


Esa noche no hubo concierto ni música, ni tampoco besos soñados ni palabras de amor.

 

 

 

Dos corazones lloraron esa noche, uno con sólo una fotografía de recuerdo. Otro se quedaba dormido rumbo a un nuevo destino, con la cadena entre sus manos y el dije abierto, con la inscripción ‹‹Eres mi verdad››, deseando entender lo que sus heridas no lo dejaban ver, sumergido en los brazos de Morfeo, en donde aún podía soñar sin que lo lastimaran.

 

 

 

 

 

Continuará... 

 

 

 

 

Notas finales:

3) Senpai (?…??, pronúnciese sempai') es un término japonés que se utiliza al dirigirse a compañeros de estudios, artes marciales o cualquier otra actividad que presente niveles, cursos o jerarquías. Se coloca seguido del nombre al igual que los demás sufijos -san, -sama, -chan, -kun, etc. El significado de Senpai es "Guía", por eso designa, al estudiante avanzado, con muchos años de práctica y acumulación de conocimientos y sabiduría. Se podría traducir como "veterano". 

 

4) José Ángel Buesa, Poema de la Despedida.


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