Era un día tranquilo. Un extraño permitido que Sam agradecía en silencio. Después de un reparador sueño, Sam decidió relajarse y salió de su dormitorio hacía la biblioteca. En su camino, escuchó el ruido de sartenes golpeando contra el suelo y una sonrisa divertida asomó en su rostro. Era seguro que Dean intentaba otra vez que Cas aprendiera a cocinar. Una locura, pero así era su hermano.
Una vez en la biblioteca, se asombró por algunos títulos que no creía que podrían estar en una estanteria donde la mayoría de los ejemplares tenían información sobrenatural. Al final, seleccionó algunos libros folclóricos, otros sobre como contrarrestar hechizos básicos de brujería y lo clásicos literarios.
Salió de sus pensamientos cuando escuchó una fuerte queja de Dean y sus instintos se pusieron en alerta. Se dirigió hacia la cocina y allí se llevó una gran sorpresa.
Su hermano estaba cubierto de harina.
—Dean...
—¿Qué?—gruñó.
—Umm, tienes... —le hizo un gesto sobre su cara para ser más claro.
—Gracias, Capitán obvio. Cas decidió usar la harina en el lugar incorrecto.
Sam desistió en darle una respuesta inteligente y en cambio, miró a Cas. El ángel no se veía culpable. Es más, parecía estar disfrutando de la situación.
—Quédate aquí, Sam. Necesito cambiarme y sacarme la harina de mis oídos.
—Pero, Dean...
—Sammy, sólo vigila a nuestro Master Chef, ¿Quieres? vuelvo en unos minutos. No quiero que haya un incendio a causa de unas galletas caseras.
Sam asintió exasperado ante el pedido del hombre y se unió a Cas. No tenía otra opción que empezar a limpiar el lugar, ya que era un completo desastre.
¿Un día tranquilo? Nah... imposible cuando eres la tercera rueda de dos idjits testarudos y en amor.