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Hijo de la Luna por CieloCaido

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Notas del capitulo:

El capitulo me salió más largo que el anterior, además de que me parece que esta un poco denso debido a tantas descripciones y palabras que casi son fuera de onda. No sé, leseras mías, de todas formas, les pido disculpas por si lo encuentra muy pesado. Fue difícil hacerlo ya que es la primera vez que escribo algo de acción, haber que piensa de ella…

Disfrútenlo.

Capitulo 3: Blanco.

Oscuridad. Estaba dentro de la oscuridad. Sumergiéndose en ella tal como uno se sumerge en aguas profundas. Entreabrió los ojos y se dio cuenta de que en efecto, estaba siendo sumergido en un hondo pozo, o en un lago, o quizás un océano. No estaba seguro. De lo que sí lo estaba era que se hundía cada vez más, casi como si algo desde el fondo del abismo tirara de él con una cuerda. Cerró los ojos, dejando que el sueño que rara vez lo aturdía, llenara su cabeza.

Regresa

Alguien hablaba. Lo escuchaba claramente, y que más que escucharlo lo sentía en cada uno de sus sentidos. Volvió a sentir esa presión de ser empujando hacía abajo, esta vez con más intensidad, y el sueño se propagó desde su cabeza hasta la punta de sus dedos. ¿Quién lo llamaba?

Regresa

Aquel poderoso llamado, lo arrastraba hasta casi un callejón sin salida. Abrió los ojos lentamente, sintiendo la pesadez de los parpados, notando incluso, como su propia blancura refulgía en la inmensa oscuridad. Alzó la mano, mirándosela y de pasó notando la densidad del agua, y percibiendo como miles de burbujitas salían de su boca al no tener acceso a oxigeno. De todas formas, no era como si lo necesitase, el espacio pleno de agua llenaba sus pulmones pero no lo ahogaban. Era extraño. Sintió la imperiosa necesidad de girar su cuerpo que flotaba boca arriba, y ver al fondo del océano, ver eso que tanto lo llamaba, eso que lo arrastraba hasta el abismo propio del origen de sus pensamientos, pero algo no le dejó.

–Será mejor que te vistas. Cogerás un resfriado –la mano de Mikami se había posado pesadamente sobre sus débiles hombros. Near apenas se sobresaltó, saliendo de inmediato del eco de sus recuerdos.

Cuando observó su entorno se dio cuenta de que Light junto con L se habían marchado, abandonándolo a su diminuta suerte en aquel silencioso laboratorio. Últimamente eso solía pasarle con frecuencia y se preguntó si es que acaso su conciencia se estaba quedando estacanda en aquel mar oscuro. Cada vez que tenía una sesión sucedía esto, esto de ir a un lugar que no era el laboratorio, sino más a un espacio onírico creado por quien sabe qué. Un espacio oscuro cubierto de agua, tan semejante a esa cabina a la que entraba y que al entrar, el laboratorio en sí desaparecía, reemplazándolo por un entorno diferente. Algo que ocurría sin su consentimiento. 

Quizás era que los experimentos estaban comenzando a afectarle y esto no se trataba más que de un molesto efecto secundario. Aun así, no se lo comentó a nadie. Prefirió dejarse ese detalle para sí mismo.

Caminó en silencio hasta el baño y encontró su ropa, un pijama eternamente blanco que le iba grande. No había demasiado proceso en colocárselo, se dejó a su aire, vistiéndose con aquella lentitud que a veces le caracterizaba. Cuando salió, el asistente ya se había marchado y Mikami ojeaba unos documentos con sumo interés. Seguramente ya sería más de media noche.

–Dentro de tres días iniciaremos con nuevos procesos. Te haré algunos exámenes de sangre y requeriré de otras muestras –levantó la mirada de los documentos, observándole con severidad al igual que el tono que usó–. Procura comer bien.

Lo decía porque conocía sus malos hábitos alimenticios. Near no asintió ni objetó nada, sólo se le quedó mirando con aquella extraña expresión de ángel en su rostro. Llevando una mano hasta su cabello y comenzando a enrular un mechón, se dio cuenta de que aun tenía el pelo muy mojado y por culpa de eso el cuello de su camisa estaba humedecido.

Distraído como iba, con la mente aun en aquel lugar inhóspito, arrastró los pies hasta la salida, comenzando a recorrer con su propia lentitud los pasillos desolados del cuartel –que parecían laberintos- y ese extraño silencio después de un día de completo ruido lo inundaba todo. El invernadero era un lugar exclusivo, casi para agentes con tarjeta vip, sólo que no había precisamente atenciones de primera clase allí y que sólo se realizaban experimentos de alta seguridad. A veces le daba la impresión que de tanta destilación el color de su ser había terminado por descolorarse, semejante a esas acuarelas que hacía Linda en su tiempo libre y que, al unir un color con otro y mezclarlo con agua, perdía parte de su estado natural, llevándolo a una fase casi transparente. Suponía que algo parecido sucedía con él al ser el eje de tantos experimentos. Y se preguntaba, aún con lo ilógico que sonaba, si él llegaría a desaparecer algún día en medio de la infusión que Mikami siempre preparaba.

Regresa

Se detuvo en seco, escuchando de nuevo esa voz que parecía venir desde dentro suyo, y que, de alguna forma retorcida, también provenía de alguna parte del cuartel. Era algo que reclamaba su presencia, ¿Qué podía ser…? El llamado insistía con la misma perseverancia que late un corazón, pero Near decidió ignorarlo, era lo más sensato, y decidiendo esto comenzó a sentir los efectos secundarios que surgían luego de una práctica médica como la que acababan de hacerle. Sentía la nariz congelada y le empezó a doler la cabeza. Era desagradable, respiró hondo y continuó caminando. Tenía que llegar a su habitación y acostarse.

De todas formas, tampoco era tan grave. El malestar era tolerable. Sin embargo, el cuartel era inmenso y sus pasillos como de culebras entrelazadas, lo llevaron hasta un callejón sin salida. No, un callejón sin salida no, aquello era más bien una salida.

La salida al mundo exterior…

Según lo que contaban, Watari, el anciano científico que murió el día en que él nació, había construido todo Wammy´s House. Un edificio tan grande como glorioso, tenía muchas salidas y entradas, y no todos los conocían. Esta era una de esas entradas selladas. Near contempló la puerta, se rascó una mejilla, analizando las probabilidades de que estuviera sin sellar. Y probando hechos, se acercó con pretensiones de abrirla. Grande fue su sorpresa al comprobar que estaba sin sellar. L y Light eran muy rigurosos con el ingreso al cuartel, y esta puerta estaba abierta, ¿Significaba que estaba abierta a propósito? ¿Por qué? Y mirando afuera, hacía la oscuridad propia de una noche espesa, notó que estaba lloviendo.

–Un genocidio climático –susurró, contemplando la caída suicida de las gotas de lluvia, amontonándose en charcos en el suelo.

No supo cuanto tiempo estuvo allí, mirando sin mirar, hundido en sus propias conclusiones, pero supo que fue mucho porque el malestar se intensificó. Esto ocurría cuando ya pasaba más de media hora desde la sesión, con sólo ello tenía para sumergir su mente –siempre fría y lógica- en un charco espeso. Además, hace rato había dejado de llover y la brisa fría le congelaba la cara.

Y diciendo verdades, le acometió la necesidad de indagar afuera. No es como si sintiese curiosidad por el mundo exterior, se consideraba más seguro dentro del cuartel –dentro de su cuarto-. Sin embargo, esta era la única oportunidad que tenía para comprobar hechos por sí mismo, porque L y Light siempre estaban vigilándole. Había nacido por un propósito y el propósito todavía seguía presente, su existencia se limitaba al cumplimiento de la voluntad de otro, aunque eso no significara que no pensase por sí mismo, que en este caso era el deseo de investigar más allá de lo que tocaban sus pies, por mucha imprudencia que eso fuera. Quizás razonaba así porque su cerebro no estaba al cien porciento, y siendo sincero sentía su mente tan torpe y tan lenta que dejó de intentar pensar. Y cediendo ante el peso de su deseo abandonó las paredes de Wammy´s House, reemplazándola por un cielo descubierto y un suelo húmedo. Movió los deditos del pie sin darse cuenta, removiendo la tierra mojada a través de su calcetín, sintiendo esa textura por primera vez.

–No está mal…

Caminó con pasitos insonoros en la oscuridad, inspeccionando, buscando una respuesta coherente al porqué de aquella puerta abierta. Porque debía existir una razón. Un descuido como ese era inadmisible. Continuó su recorrido, siendo cociente de que no debía alejarse demasiado, pues al sentirse mal y al ser un terreno desconocido acabaría perdiéndose, lo que sucedió en efecto, acabó perdiendo el rumbo. Examinó a su alrededor. Estaba en medio de lo que una vez fue un frondoso bosque, pues ahora sólo quedaban ramas secas y polvorientas, rocas corroídas. Nada más extraordinario que eso. Y aunque quedaban algunas cosas con vida, como esos náufragos que resisten una tormenta en el mar, no faltaría mucho para que se deshicieran, rindiéndose ante el elemento que perturbaba su fino equilibrio que en este caso era la lluvia ácida.

Se detuvo y cerró los ojos con fuerza, el mareo iba en aumento... Lo mejor era regresar y recostarse un rato, mañana por la mañana se sentiría mejor, ya había visualizado suficiente. Quiso dar media vuelta y partir de allí cuando antes, pero antes, mucho antes de que siquiera moviera los pies o tragara saliva, una cosa captó su atención. Algo se movía. Un par de alas diminutas y un graznido como el de un pájaro. La cosa se movió, casi caminando hasta él, y Near pudo concluir que se trataba de un cuervo, con alas oscuras y ojos tan negros como los suyos. Le miraba y se preguntó si es que acaso su propia blancura le llamaba la atención. El cuervo graznó una vez más, dando saltitos en su dirección. Cuando creyó que se iría, el pájaro comenzó a retorcerse en el suelo, ¿Qué le pasaba a esa cosa?

Entonces, como si la tinta china se hubiese derramado sobre el suelo, el pájaro se desasió en una mancha negra, tomando otros tintes, otra forma, que se confirmó cuando notó que adoptaba otra silueta; la de un asqueroso reptil gordo, una criatura de apariencia viscosa con piel amarilla y ojos como de cuencas vacías. Lo supo entonces, era un Shinigami. Y era la primera vez que veía uno, en primera plana para empezar. Se encontró con los ojos tan abiertos que dolían, la impresión dolía, y con los pies pegados al suelo, tambaleándose como una torre de naipes, observó la metamorfosis de aquel ser, semejante a una mariposa saliendo de la crisálida. Resultaba que sentir un sentimiento tan grande de sorpresa paralizaba a la gente, como en efecto pudo confirmar en carne propia.

El Dios de la muerte lo observó. Parecía tener una sonrisa malévola y se acercó con la intención de intimidarlo, arrastrando con sus garras un montón de palos secos y rocas, despedazándolo, y de paso exaltando al chico, que no hizo nada más que respingar, nada más que eso porque no corrió, sino que continuó mirándolo con la pupila dilatada.

-:-

Mello observó desde su rango de visión los continuos bombillos de los postes de luz que iluminaban el camino de asfalto, casi como si fueran lámparas de papel colgando una al lado de otra. Era una luz anaranjada, demasiado mortecina para su gusto, aun así la agradecía ya que sin ellas no tendría una escala a color sobre su alrededor. Había estado manejando en moto mucho rato y sólo deseaba una cama cómoda y una cobija caliente, porque el frío era espantoso. Atravesó un camino curvilíneo, desolado, adornado en sus orillas únicamente por arboles muertos, secos. Las hojas hacía mucho tiempo que desaparecieron, y lo que una vez pudo ser un molesto árbol, ahora era un bien preciado. Y mientras continuaba el camino para llegar a la ciudad, porque allí además de arboles sólo quedaban un montón de piedras caídas, casas derrumbadas por la corrosión de la lluvia, distinguió una silueta…

No era su intención detenerse. Tenía suficiente con sus propios problemas como para además cargar con los de otros. Por eso, ignoró olímpicamente el bulto que se acercaba a la carretera, y que más que caminar como una persona normal caminaba como arrastrando los pies. Supuso que se trataba de un alcohólico.

El mundo podía estar despedazándose, pero eso no significaba que el licor se fuese a acabar. Podían acabarse muchas cosas, pero no el alcohol. La guerra contra los Shinigamis había dejado innumerable bajas, tanto que todo el dinero que entraba al país se invertía en maquinarías nuevas y armas. Nada de ese dinero entraba a la población, por eso es que estaba tan pobre, tan desolada, y sin embargo, existía gente que se gastaba lo que tenía en bebidas alcohólicas. Una razón más para no ayudar a esa alma en pena.

Y luego de tantos argumentos y pretextos para no hacer obras de caridad, Mello se encontró con el ceño fruncido, pelando consigo mismo, pues una parte de él, la más débil, urgía por dar media vuelta y ayudar a aquel extraño. La otra parte se empeñaba en seguir en motocicleta y dejar que se las arreglara solo. Al final su conciencia pesó más y dio la vuelta en motocicleta, dispuesto a ayudar –de mala gana- al desgraciado que había tenido la desdicha de caer bajo los efectos del alcohol o de las drogas. Y si el malparido intentaba algo no dudaría agujerarle la frente con su pistola, dejándole una marca como las que hace el sacerdote en miércoles de ceniza. Total, un cadáver más en la calle no hacía la diferencia, ya habían suficientes en todo el distrito de Tokyo…

Se detuvo justo dónde había visto el bulto, pero ya no estaba. Dubitativo miró la luz del bombillo en el poste por encima de su cabeza, notó en medio de su ensimismamiento que un montón de polillas aleteaban a su alrededor, atraídos a la luz que los quemaría. Y fue gracias a esa luz anaranjada, tan mortecina y molesta, que notó las manchas en el suelo. Manchas que se veían frescas a la vista. Se acercó a examinarlas, tocando con un dedo la superficie del asfalto, justo en la mancha oscura, y luego frotándola entre sus dedos, advirtiendo que no era negra sino roja. Era sangre.

“¿Estaba herido?” se preguntó confundido y malhumorado. No estaba de ánimos para hacer de doctor. De todas formas, miró el camino de sangre. Sea quien fuese estaba bastante lastimado como para dejar un rastro rojo. La siguió, apresurando su marcha, alejándose de las calles rotas y asfaltadas, adentrándose en el camino de palos secos y polvorientos, arboles muertos. Entonces lo vio; una figura pequeña se apoyaba en la pared de una casa caída, parecía exhausto y evidentemente herido, su vestimenta blanca lo hacía resplandecer como un espectro en una mansión embrujada.

“¿Eso es un pijama?” volvió a inquirir para sí mismo, acercándose con cautela al bulto níveo, notando ahora que estaba en calcetines y que ni siquiera traía guantes o una capa. ¿Qué clase de insensato sale a la calle sin una capa o guantes? Con el clima tan cambiante esos objetos eran como oro en el bolsillo. Así que lo supo, ese sujeto era el culpable de su estado, nadie más que él era responsable de las heridas que tenía.

–Ey, ¿Qué te ha pasado? –preguntó, acercándose lo suficiente como para posar su mano en su hombro, y posarlo sobre el que no estaba mojado con sangre, porque el otro, el otro hombro estaba algo así como dislocado, o quizás tenía dañado el brazo. El muchacho se lo agarraba con una mano, una pequeña mano, y apretaba ligeramente lo que podía ser una herida. La tela del piyama estaba impregnada de sangre. Y su respiración era tan irregular, tanto que el vaho que salía entre sus labios era constante y rápido–. ¡Te estoy hablando, niño!

Near había escuchado sus pasos, pese a sus heridas sus oídos habían logrado captar la bulla que hace un zapato al pisar algo crujiente. Al principio se alteró un poco, pensando que era el Shinigami. Pero no. Sólo era un muchacho. Decidió ignorarlo y concentrarse en poner su mente en orden, y aun cuando el chico le había hablado, exigiendo en su tono severo una respuesta inmediata, Near no sintió las palabras escocer en su garganta, no hacían presión sobre su lengua para convertirse en masas de cordialidad e hipocresía. Por el contrario, se reservó su respuesta, permitiendo que el desconocido llegara a sus propias conclusiones, porque era obvio lo que sucedía, ¿No?  Estaba herido y requería una ayuda médica que el chico no podía ofrecerle. Levantó apenas la vista, escrutándole en segundos, captando los detalles básicos: ropa negra, cabello rubio largo, mirada azul, voz áspera y manos suaves. Eso es lo que pudo ver con un ojo, porque con el otro solo veía una silueta cada vez más roja, causada por la sangre que manaba de sus heridas. Miró el suelo, observando el rastro que dejaba su propia sangre, seguramente el muchacho había llegado hasta él por esas huellas rojizas, delatoras de su ubicación. Y si él le había encontrado, entonces el Shinigami no tardaría en aparecer.

Su intención era regresar al cuartel, sin embargo no había dado con el camino correcto. No sabía dónde estaba, sumando a eso estaba el malestar que perturbaba su sentido de orientación. Near temblaba, no sabía si era debido al frío o al dolor, pero le dio igual… Porque dolía, más de lo que alguien pudiese imaginar. Respiró hondo, conteniendo aire en sus pulmones antes de abandonar la pared, y de paso abandonar el calor de esas manos en su hombro, y trató de alejarse. Tenía que llegar al cuartel. Usualmente las alarmas en Wammy´s House se disparaban ante la presencia de un Shinigami, habían drones por toda la ciudad que distinguían los patrones azules de un Dios de la Muerte, sin embargo, hasta ahora nada había sonado, nada de alarmas de seguridad, ¿Acaso estaban desconectadas? Imposible, siempre había gente que custodiaban las cosas de noches.

–¡¿A dónde crees que vas, enano?! –inquirió malhumorado. Eran más de las dos de la mañana y debía descansar. Tenía que estar ya en casa para dormir y así estar repuesto al día siguiente, para los exámenes de admisión, y sin embargo allí estaba, peleando con un crio que ni caso le hacía, porque retomaba su camino, ignorándole, y de paso ignorando sus gritos. Se ofuscó. Lo más sensato era dar la media vuelta e irse, que el chiquillo se las arreglara solo, pero no podía… Dios, como odiaba ser buena gente–. Escucha enano, te ayudaré, ¿De acuerdo? Te dejaré en el maldito hospital y me iré, así que deja de poner resistencia.

Lo haló del brazo que no tenía herido y Near, que había escuchado sus palabras, no puso resistencia. Si ese extraño sujeto lo llevaba al hospital por lo menos tendría un punto de referencia. Mello en cambio le miró de reojo, observando su cabello blanco, su pijama blanco y hasta los calcetines del mismo color –sucios en su planta por el barro-. Frunció el entrecejo, aquel crio era el colmo de la rareza, y para rematar ni siquiera le había mirado a los ojos, como si él no fuese digno de una mirada suya, como si fuera una cosa estorbando en el camino. Es más, ni le hablaba, mantenía la mirada baja, caminando apurado tan sólo porque él tiraba del niño para apresurar su paso. Lo soltó con brusquedad una vez que llegaron a la carretera. La moto seguía allí y las polillas alrededor de la luz seguían quemándose al acercarse demasiado a la luz. Estúpidas, no sabían que si uno se acerca demasiado a algo que escandidla terminaras quemándote…

–¿Qué estás esperando? ¿La foto? –la ironía era parte de su vocabulario, concluyó Near. El chico rubio ya se había montado en la moto y lo miraba con molestia según pudo apreciar en su escaso rango de visión. Miró el suelo asfaltado, goticas de sangre marcaban puntos como constelaciones en el cielo. Eso era un problema. Miró luego, de soslayo, el camino por el que antes había ido, ¿Debería decirle al muchacho que había un Shinigami suelto? Sí, era lo más sensato si quería su propia seguridad–. Diablos, sólo súbete a la moto. Mientras más rápido mejor.

–No puedo.

–¿Por qué no? No me digas que te asusta –una sonrisa torcida tiró de sus labios, e inclinándose un poco, tan sólo para tratar de verle los ojos –cosa que no logró-, y burlarse mejor, dijo:– Descuida, sé cuidar de los niños pequeños como tú.  

–Lesión en el ojo derecho.

–¿Qué…?

–Lesión en el ojo derecho; laceración de ceja, herida abierta que requiere de puntos, visión nula debido a la perdida de sangre –seguía respirando agitado, así que disparaba las palabras tal como las pensaba. No pretendía ceder al juego de aquel tipo, tan solo quería que lo llevara a un lugar seguro y ese sujeto no parecía entender la gravedad de la situación, se sentía más débil a cada minuto–. Brazo izquierdo dañado, fractura del radio y dislocación en la muñeca, lo que supone una inmovilidad temporal, y por tanto, una restricción de los movimientos básicos, como sujetarse a la espalda de alguien en una moto.

Mello frunció el ceño aun más. Enderezó la espalda, observando lo pequeño que era ese chico en comparación con la moto. A su ver era un niño, un chico de ir al instituto.

–Te crees muy genio, ¿No? –dijo con evidente sarcasmo, torciendo la boca en disgusto.

–Soy un genio.

–Eso no era para que me respondieras, ¡Idiota! –aparcó otra vez la moto, bajándose con fastidio y de paso quitándose la capa para echársela sobre los hombros al malagradecido ese que no dejaba de temblar como si fuera una gelatina, y que aun así ni chillaba, enmascarando el dolor que sentía en una silenciosa capa de indiferencia. Le inspiró una asquerosa y nada agradable pena–. ¿Cuál es tu nombre, niño?

–Es una cortesía común decir tu nombre primero antes de preguntar el de otro.

–De acuerdo, genio. Tu ganas esta vez, soy Mello.

–Nate River.

Near entreabrió los labios, cociente de que la perdida de sangre en su organismo le ocasionaría un desmayo prematuro, así que antes de ceder al cansancio debía decírselo. Decirle que había un Dios de la muerte que lo buscaba.

–Antes de subir a su moto y por tanto viajar con usted, Mello debe saber… como retribución a su ayuda para conmigo, que… hay un Shinigami suelto y que está en mi búsqueda…

–¿Un Shinigami? –Mello se alarmó, así que por eso se debían sus heridas–. Es raro que hayas salido con vida, generalmente destruyen todo lo que atraviesa su camino. Descuida, no vendrá en tu búsqueda.

–Vendrá. Está cerca.

Y notando la vibración del suelo, tan semejante a un pequeño temblor o como una onda en el agua, ambos sintieron el piso bajo sus pies moverse. Mello quedó con la vista fija en una roca sobre el asfalto, mirándola con tanta intensidad que podría decirse que más que mirar estaba en otro mundo. Pero no. Miraba la piedra por un motivo, quería comprobar si realmente se había movido, si el suelo había temblado bajo el impacto de un peso. Y bastaron segundos para que la sensación se volviera a repetir, ocasionando que la pequeña piedra saltara sobre el asfalto para volver a su estado original. Mello abrió los ojos con pánico, eso significaba que el temblor no era producto de su imaginación y que más que un temblor se trataba de que algo grande se acercaba. Algo como un monstruo viscoso, o como un Shinigami. Y comprobando realidades, el viscoso reptil apareció, manteniendo esa sonrisa torcida que rayaba en lo malévolo. Near le miró de soslayo; lo había encontrado. El reptil, entornó los ojos, ubicándolo y se relamió los labios, casi como si viese su cena servida.

–¡Mierda! –masculló el rubio, sin poder creer que un bicho como ese estuviera allí. Actuó en seguida, subiéndose de prisa a la motocicleta y subiendo al chiquillo con brusquedad. El muchacho se quejó en silencio, siseando por el dolor de sus recientes heridas, y no tuvo tiempo de exclamar cuando la moto ya iba en marcha, a una velocidad tan fiera que si no fuera porque sus vidas corrían peligro se hubiese abajado de allí hace mucho tiempo.

Los Shinigamis no eran seres muy inteligentes. Destruían todo a su paso, todo aquello que tuviera luz o se moviera. Por eso Mello pensaba que si llegaban a la ciudad, donde había movimiento nocturno, el bicho ese enfocaría su atención en otra cosa. No era un plan brillante ya que involucraba la existencia de otras personas, pero no le quedaba de otra. Llevaba un herido y ni él mismo tenía las herramientas para acabar con un Shinigami. Aceleró un poco más, notando en la vibración del suelo, y en la vista periférica de su mirada, que el dios de la muerte en forma de reptil  los perseguía con insistencia, arrastrándose por el suelo como un lagarto. Con cada paso se le acercaba más. Mello aceleró la moto, llegando enseguida a la población. Sin embargo, pese a haber llegado a la ciudad, de haber pasado sitios descubiertos, de ver gente gritando y corriendo al ver un monstruo como aquel, el Shinigami continuaba persiguiéndolos, empeñado e ir tras su captura. Anda, ¿Qué pasaba allí? ¿Realmente los estaba persiguiendo sólo a ellos? Corrección, a ellos no, venía persiguiendo al muchacho que iba tras su espalda. Tras Nate. ¿Por qué? ¿Qué cosa había llamado su atención?

No tenía tiempo para pensar. Si sólo venía tras de él bastaba con dárselo como una ofrenda, como esos sacrificios en tiempos antiguos, aunque no pensaba entregarlo así como así. Tan sólo lo utilizaría como carnada para sacarlo fuera de la ciudad, pues si su objetivo era sólo devorar al muchacho era una perdida de tiempo tratar de distraerlo con luces artificiales, y por tanto tener bajas inútiles como heridos y casas destruidas. Maniobró la moto con brusquedad y tomó otra ruta, metiéndose en medio de los callejones que servían de laberintos cuando quería perder de vista a los drones o a los autos molestos. Eran caminos más estrechos, oscuros, desiertos, y aun así el dios de la muerte mantuvo su ritmo, esta vez trepando entre las paredes como una veloz lagartija. Sus ojos de cuencas vacías no perdían de vista a su objetivo, clavando sus garras entre el solido concreto, y de vez en vez, saltando de una pared en otra, tratando de acercarse más. 

Mello maldijo en voz baja, pasando ahora por el puente caído que daba camino a la antigua Tokyo, un sitio árido, carente de vida y edificios destruidos. Era perfecto para esconderse y para esperar a que los malditos de Wammy´s House dieran alarma y mandasen a hombres a acabar con el Shinigami. Aunque algo dentro de él, como el instinto que le había servido todos esos años para mantenerse con vida, le dijo que sería una espera inútil. Aun sin dejar de conducir, pero de alguna manera estúpida reduciendo la velocidad, maniobró con una mano mientras la otra buscaba su teléfono, iba a llamar a emergencia. Parecía la única salida. Y mientras marcaba el número y rogaba, maldecía, que alguien atendiese el bendito celular no se fijó que el Shinigami ya estaba pisándole los talones.

–Buenas noches, servicio nocturno de emergencia, ¿En qué puedo ayudarle?

–¡No tengo mucho tiempo, hay un Shini…! –pero no pudo continuar con su discurso apurado ya que el Shinigami lo atacó. Utilizando su cola como arma, golpeó con ella la moto del muchacho, y lo hizo con tanta fuerza que la motocicleta salió disparada en el aire hasta estamparse contra los viejos y corroídos edificios.

-.-

Se había quitado las botas y ahora caminaba descalza por los pasillos. No es que le gustase andar así, era sólo una medida temporal para que sus botas no creasen ese molesto cliqueo que hacen los zapatos al caminar, causando bulla por donde pasase. Ahora mismo requería de silencio absoluto para así mantener en anonimato su silueta y estar descalza le servía en una situación así. Naomi acomodó su largo cabello sobre un hombro y se apoyó en la pared, casi camuflándose en ella y tras varios segundos de sigilo, asomó los ojos fuera de la pared, distingüendo en la distancia la figura de una bella mujer que abandonaba una sala. Pero antes de abandonarla en sí, se aseguró de marcar un código en el sistema de seguridad y así evitar que ratas indebidas entrasen al cuarto. Sin embargo, Naomi, quien la había estado todo ese rato siguiendo, pudo descifrar algunos de ellos. Volvió a esconder sus ojos tras la oscuridad del muro y esperó a que Kiyomi se marchase.

Luego del fallido proceso de activación con el experimento BB, Misora había tomado la iniciativa de seguirla.

La mujer junto con sus asistentes se habían quedado a limpiar el laboratorio luego de que Light se marchase. Su deber como científica concluía allí, por eso le causó tanta inquietud que ella misma, con sus uñas pintadas de rojo y su aire siempre de grandeza, se rebajara a algo tan trivial como limpiar un desastre cuando eso podían hacerlos los asistentes sin requerir de su presencia. Lo cierto era que siempre que se trataba del experimento BB, todo era demasiado minucioso, demasiado secreto. ¿Qué era el experimento BB para acaparar tanta atención? Sólo era un experimento, una herramienta demasiado inteligente como para pasar desapercibida, y aun así tras su argumento sólido, algo le hacía dudar de aquel razonamiento suyo. Por primera vez desde que estaba allí se atrevió a dudar de la ética del cuartel, osando seguir a la científica más distinguida de ahí. 

Su intención era ver dónde guardaban al experimento. Ella sospechaba que lo llevarían a la cámara de refrigeración, un sitio con paredes blancas donde residían la mayoría de los científicos y donde se llevaban acabo todos los procesos artificiales, tal como la creación de los robots. Pero no. Lo llevaron hacía una ruta más larga para su disgusto. Aun así, Naomi se descubrió siguiéndolos, avanzando por los corredores como una sombra, haciendo uso del sigilo que había aprendido como parte de su instrucción militar, todo para seguirles la pista. Al final acabaron en una habitación tan alejada del cuartel, tan aislada y perdida como una ajuga en un pajar, o lo que era peor, un pajar en un agujar. Porque debía admitir que hasta ella misma no sabía dónde estaba, le costaría encontrar el camino de regreso. De repente se preguntó si todo aquel confinamiento no se debía sino a una medida de seguridad, el estado del experimento siempre había sido inestable, y quizás aquel presentimiento que sentía dentro del pecho sólo era una paranoia sin fundamentos. Vaciló un momento, dudando de su propio proceder; A ella le pagaban por entrenar, por pelear, no por husmear en lugares indebidos. Sin embargo, no podía retirar de sus retinas la imagen de aquel ser enloquecido por quitarse el casco y con ello ganarse su libertad. Le parecía tan humano que le inspiraba fragilidad y angustia, impotencia y desesperanza. Mirarlo como lo había hecho hoy, era recordarle que aunque fuese un ser sintético, un ser casi artificial, seguía siendo un ser que luchaba contra los hilos malditos de un destino prefabricado. ¿Realmente tenía voluntad propia?

Escudriñó a los lados, comprobando que nadie la viese entrar a la cámara. Miró a un costado de la puerta el sistema de seguridad que se exhibía como una calculadora sensorial, una caja de numero táctiles que bloqueaban el acceso directo. Respiró hondo y marcó los números que había podido distinguir desde su espalda. La primera vez falló y maldijo por lo bajo, marcó una segunda vez y en esta ocasión la puerta se abrió semejante a esos portones eléctricos. Cuando penetró el sitió se dio cuenta de lo desolado que estaba, paredes blancas, una cama blanca, una mesita con medicinas y sueros, un electrocardiógrafo en un costado además de algunas motas de algodón con sangre en la basura. Con la planta del pie haciendo presión sobre el piso, y por tanto evitar hacer ruido, se acercó a la única cabina de vidrio. Era alta y se disponía en forma vertical, tal como estaba en el laboratorio anterior, pero esta vez una mascara de oxigeno lo ayudaba a seguir respirando en medio del agua que lo cubría de pies a cabeza, y el casco de antes permanecía ausente, despejando su rostro y permitiéndole ver sus delicados rasgos fáciles…

Casi se cayó al piso de la impresión; piel pálida, labios finos, bolsa bajo los ojos y lo más característico; cabello negro desordenado en toda direcciones. Ese de allí no era nadie más que L. Ella lo sabía porque ella lo conocía. Era el comandante principal, ¿Qué hacía allí? ¿Por qué estaba durmiendo? ¿Dónde estaba el experimento BB? Viró la vista a todos lados buscando inútilmente una explicación lógica a tan semejante aberración. Pero no la encontró. La cabina de cristal seguía frente a ella; llena de agua y con el ser durmiendo en medio de tanto liquido, casi diluyéndose, transparentándose hasta casi desaparecer. Y ahora su mal presentimiento no era algo absurdo, en demasía superficial, sino un hecho físico.

–¿Qué significa esto?  –susurró sin poder tragar su propia saliva, sintiendo en el aire no sólo el olor a antisépticos sino también el de aguas estancadas, algo así como apestosos y mugrientos secretos pudriéndose en el fondo del averno. Y nada más se sentía como eso porque no hallaba una explicación coherente al porque aquel ser reflejado en el agua se parecía tanto a su jefe, tanto como una fotocopia, o lo que era peor, un clon. Y si esto era así, la creación de vidas sintéticas a partir de muestras no autorizadas, tenían bien merecido lo que sucedía, y no merecían nada más que la pena y la ira de Dios.

De repente un montón de alarmas dieron aviso, auditándose a través de micrófonos por todos los pasillos de Wammy´s House. Naomi pensó que la habían descubierto y que aquello no era más que la señal de usurpadores dentro de la cámara aislada. Frunció el entrecejo y sacó su revolver del cinto. Estaba preparada para lo que viniera, sin embargo, lejos estaba de ser descubierta pues aquellas sirenas sólo informaban que un patrón azul estaba en tierra, en otras palabras, fuera de las paredes de Wammy´s House se encontraba un Shinigami.

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Respiró.

Así; lento y fuerte, sintiendo como el aire entraba a sus fosas nasales y se desplegaba en sus pulmones como una flor abierta por el dolor. Le hizo poner la piel de gallina. Respiró otra vez con el mismo ritmo, tratando de equilibrar su mente, de ponerla en orden y ordenarle escuchar. Difícil tarea dada las circunstancias en la que estaba. La capa cubría su cuerpo, escondiendo su inmaculada blancura y abrigándole del frio, sin embargo, no estaba tranquilo. Algo iba mal. Lo sabía. Lo sentía.

Cuando la moto salió disparada en el aire él no pudo hacer nada más que agarrarse con fuerza de la espalda de Mello con una mano. El impacto fue fuerte y violento, tanto como su cuerpo siendo azotado contra la fría pared. La motocicleta había quedado reducida a un cacharro inservible, abandonada en un rincón como un parasito moribundo. Mello no había perdido tiempo y la había dejado allí, jalándolo del brazo para que se escondieran tras los bloques y vigas quebradizas. El rubio caminaba lento, quizás se había dañado el tobillo o herido la pierna con los cristales rotos de una ventana, no estaba seguro, y de igual manera al muchacho no parecía importarle. Se apoyó contra la pared, vigilando el perímetro, recorriendo con esos ojos azules la estancia. Tarea difícil porque allí no había un solo asomo de luz, sino un entero borrón de sombras, siluetas a medio formar de objetos destrozados por el paso del tiempo. De todas formas, Mello sacó el revolver de su cinto y quitó el seguro, preparándose para el golpe.

Near sabía que todos los civiles tenían derecho a portar armas de fuego y por lo tanto aquello no era raro. Si bien la piel de los dioses de la muerte era resistente, las balas también los herían cuando se atacaba el mismo punto más de una vez, cosa que requería de una gran puntería y excelente visión. De repente, interrumpiendo el tranquilo silencio de una gotera, el Shinigami apareció, trepando de las vigas y aplastándola bajo el peso de su cuerpo, y abriendo paso entre ellas como se abre paso entre la paja muerta para despejar un sendero, llegó hasta ellos. Sus ojos ya no eran cuencas vacías sino cuencas rojas que resaltaban en la oscuridad. Mello entornó la vista y se preparó a disparar, hizo el primer movimiento y un impacto de bala chocó contra la piel dura, volvió a jalar el gatillo, una, dos, tres veces, las suficientes para que en el suelo quedara una alfombra de casquillos de balas. El asqueroso reptil quedó a medio camino, varado por las heridas en su cuerpo, aunque Mello sabía que bastarían un par de minutos para que se regenerara y volviera a atacar y antes de eso tomó de la mano al chiquillo y continuaron huyendo. Ya no le quedaban balas, su única esperanza eran los soldados del cuartel o que pasara un milagro. Una de dos.

Quizás era un milagro o quizás era que las alarmas se encendieron, o quizás era un poco de ambas partes. Lo cierto es que supo que venían a ayudarlos. Se lo decía sin palabras el ruido lejano de las hélices de los helicópteros dar vueltas entre sí, acercándose a los edificios con su incesante sonido. De repente, el terror le heló la sangre. Era bastante probable que los soldados no supiesen de su estadía allí y se dignasen a lanzar desde arriba una bomba DN, aprovechando que estaban lejos de la ciudad y por tanto destrozando los edificios y parte del cuerpo del Shinigami, y de paso destrozándolos a ellos también. Las bombas DN causaban mucho daño en los alrededores, además de provocar radiaciones muy peligrosas.

–Mierda. Si ellos lanzan una bomba sin advertir nuestra presencia, estaremos fritos.

Jaló aun más al niño, con pretensiones de correr lo más lejos posible, sin embargo poco avanzaba con el lento caminar de Nate. El muchacho en su camino había metido, sin querer, el pie en un charco de agua y el contacto con aquel liquido le había quemado la piel, incluso traspasaron la tela de los calcetines. Se mordió la lengua para evitar sisear por el dolor, y continuó, pero ahora no sólo era el agua que se filtraba sino también los vidrios rotos, las astillas de madera, restos de piedra. Tenía la planta del pie tan dañada y ensangrentada que no podía dar un paso más. Además, estaba comenzando a perder un poco la noción de la realidad, difuminándose esta entre pinceladas de dolor y nauseas. 

–Diablos –expresó el rubio con molestia, deteniéndose e inclinándose para hacerlo subir a su espalda. Sostuvo con ligereza aquel par de piernas, y los brazos como de niño en plena pubertad le rodearon el cuello. No pesaba casi nada por lo que pudo notar, ese crio se le figuró como una nube blanca, igual de liviano y esponjoso. Afianzó el agarre y comenzó a correr sin importarle el escozor en su muslo o el dolor punzante en sus costillas. Seguramente mañana sería un enorme tapiz de cardenales. Llegó afuera del derrumbe justo antes de que un proyectil impactara en la fabricaba abandonada. El impacto que produjo la explosión fue suficiente como para hacerlos volar en el aire y lanzarlos varios metros lejos. Restos de piedra y concreto cayeron sobre ellos como si fueran papelillos y tras de sí el fuego se abría pasó en medio de los escombros, lanzando llamaradas que casi llegaban hasta el cielo e iluminaban el manto azul con lenguas anaranjadas. Mello tosió por el humo y miró el cielo donde varios helicópteros se detenían, revoloteando como libélulas, y dejando caer una cuerda que en realidad era una escalera por el cual más tarde descendieron militares, ataviados en sus uniformes y bajando a tierra firme para terminar de acabar con el Shinigami. Suspiró aliviado, por ahora estaban a salvo. Luego miró a su costado, el ampo invernal que era su compañero no se movía y Mello supuso que se había desmayado por el agotamiento.

Rendido y agotado, se acostó laxo sobre el suelo húmedo, finalmente tenía un respiro…

Más tarde, cuando los soldados restantes se dignaron a llevarlos en helicóptero hasta el hospital más cercano, Mello observó desde su altura el montón de escombros que era donde estaban escondidos. Se recostó, pensando que a Matt le gustaría estar allí y manejar un helicóptero. Sonrió a medias y acercó un poco a Nate a su lado, el muchacho aun no despertaba y ahora que lo veía con la luz de la bombilla sin tanto apuro de por medio, se daba cuenta de cuan lastimado estaba. Necesitaba ayuda médica de inmediato. El cabello blanco se le apelmazaba en la frente debido a la sangre, intentó quitárselo mientras el soldado a su lado informaba sobre la misión a través de un radio.

–Las computadoras indican ondas electromagnéticas propagadas en el perímetro. Especifique. Cambio.

–Afirmativo. Se ha hecho uso de la mina D17, produjo ondas magnéticas en el terreno, sin embargo el barómetro indica que no hubo mayores perdidas. El campo estaba desolado. Gracias a esto el blanco fue neutralizado y exterminado. Cambio.

–Copiado. ¿Número de heridos? Cambio.

–Hasta ahora sólo dos –el hombre miró a los muchachos, detallando sus facciones–. Ambos chicos, uno permanece casi ileso mientras el otro… –se detuvo porque comenzó a estudiar al chico que permanecía inconsciente. Le recordaba vagamente a alguien. Se acercó demasiado y apartó con su dura mano los cabellos blancos de su frente con menos delicadeza de la que Mello hubiese utilizado. De repente, palideció.

––Centro de control llamando a Azor 003, repito, centro de control llamando a Azor 003. Agente Rester, responda. Cambio.

–Agente Rester, aquí. El otro individuo es… Near…

Mello que había prestado atención a sus acciones y a sus palabras, también palideció al escucharle decir esto ultimo. Si no había escuchado mal aquel hombre había llamado a Nate por el nombre de… Near. ¿Acaso podría ser…?

–Dios santo, es Near, ¿Qué hace aquí? ¡Agente Shirami, desvié el camino, no iremos al hospital, iremos a la base de operaciones de Wammy´s House!

–¡Sí, señor!

–Near… ¿Qué te pasó? –susurró preocupado el hombre, aun sin dejar de observarlo.

La sorpresa del momento tenía a Mello perturbado en su totalidad; sintió como si algo se desencajara de su pecho e hiciera ruido en el fondo de un pozo oscuro. Notó la sangre helarse en sus venas. A su alrededor el mundo desapareció, sumergiéndolo en una burbuja insonora donde sólo estaban ellos dos y donde además el panorama se tornaba multicolor, como la luz del sol atravesando los mosaicos religiosos de una iglesia. Era onírico, casi fúnebre. No era capaz de discernir nada más allá del viento abrazando sus cuerpos y el de su respiración trancada en algún sitio rocoso de su cuerpo mientras observaba con la pupila repleta de turbulencia al chico en sus brazos. Era Near… la semilla del pecado que había germinado hasta volverse carne y huesos.  Lo había encontrado mucho antes de siquiera entrar al cuartel. Sus labios que eran una línea recta, se curvearon en una maléfica e insana sonrisa, y sus ojos abiertos de por si por el asombro, brillaron desquiciados.

 “Así que Near, eh… Eres mucho más interesante de lo que imaginaba”  

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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