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Hijo de la Luna por CieloCaido

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Notas del capitulo:

Lamento la demora.

Capitulo 7: savior sibling

No tenía la seguridad de nada, pero sentía de una forma muy difusa la impresión de haber estado flotando en un espacio vacío hasta que algo lo arrancó de allí de un solo cuajo. Como si le hubiesen arrancado el brazo y traído al suelo por la fuerza de gravedad. Fue duro. Brusco. Y doloroso. Y el dolor era tan intenso que fue cociente de los tejidos componiendo su sistema, membranas finas que se repartían en todo su organismo. Cuando abrió los ojos descubrió que podía respirar y el aire le dolía en los pulmones.

—Ha despertado —escuchó.

A su lado, alguien con bata blanca y mascarilla lo observaba y supo que estaba en un lugar blanco, aséptico y limpio, sobre una camilla.

—Hemos estado esperándote largo rato —el hombre hablaba lenta y serenamente—. Ahora haremos algunas pruebas. Necesitamos saber si eres completamente funcional, ¿Está bien?

—Sí —dijo y oyó por primera vez su propia voz.

Cada palabra era diferente una de otra pero juntas compendian un significado. Una oración que viajaba a sus oídos y era captada por su cerebro, resonaban como ideas implantadas en su mente. Supo al instante que existía un «Yo». Supo que él era él y que este era su contenedor, el cuerpo en el yacía su alma.

El hombre de bata blanca era un doctor. Y el hombre hizo girar la camilla y elevó el respaldo, dejándole sentado. Los demás doctores recogían el material en la habitación, algo de sangre en un cubo y materiales sintéticos que no llegó a ver.

—Eres el experimento B.B. Una forma de vida artificial —dijo y B.B prestó atención—, fuiste concebido como un savior sibling para ayudar en la subsistencia de otro individuo. Me refiero a que tu material genético tanto como sangre, órganos y tejidos están desarrollándose con un propósito específico.

B.B asintió. Vida artificial, savior sibling, subsistencia, material genético. Sabía lo que significaba. Todo aquello estaba insertado en su mente, al igual que el lenguaje, las convenciones sociales, la educación básica y las habilidades esenciales. Era algo parecido a un chip programado en su sistema, como si alguien hubiese vaciado en su cerebro cientos y cientos de libros con la información precisa para comprender la realidad. Aun así no sintió nada. Ni rechazo, ni temor, ni tampoco orgullo o placer. Quizás era porque acababa de nacer...

—Bien. Aunque no lo entiendas no importa… —continuó y comenzó a examinar sus ojos, proyectando una luz proveniente de una linterna contra sus pupilas. B.B sólo parpadeó un momento y el doctor dejó a un lado la linterna para tomar otro instrumento.

—No. Lo entiendo.

El doctor quedó quieto un momento, con la espátula que había tomado para examinarle la boca. Lo miró fijamente y luego habló.

—¿Eres capaz de comprenderme?

—Perfectamente.

Los demás doctores también detuvieron sus labores para contemplarle. Lo veían como quien ve a un exótico animal enjaulado.

—Ootori, llama a Quillish Wammy. Dile que savior sibling ha despertado. Creo que le interesará saber que, al parecer, este es un espécimen especialmente lúcido.

Un medico salió del cuarto en busca de cierto personaje desconocido. El otro siguió con su tarea. Comprobó los reflejos, el espectro visual, la actividad neuronal y circulatoria. Lo comprobó todo hasta que llegó aquel al que llamaban Quillish Wammy. Llevaba bata blanca igual que los otros, aunque su rostro estaba despejando, dejando relucir una sonrisa cálida de bienvenida.

—Hola B.B. Yo soy Quillish Wammy, puedes llamarme Watari. Es un placer conocerte —el abuelito escondía las manos tras la espalda en una postura recta y accesible. B.B lo analizó con la mirada—. Me han informado que eres bastante lúcido.

—¿Por qué asegura con tanta veracidad que soy lúcido?

—Porque estás reaccionando a los estimulas conversacionales. Es por esto que puedo medir tu grado de comprensión.

—Supongo así, Señor Wammy, que usted debe ser el causante de mi nacimiento. Mi origen.

—Bueno, tanto como el causante, no. Pero sí. Yo fui quien te ha dado vida, pero el origen, la idea primaria, vino de otros.

—¿Quiénes?

—Light Yagami y L. De L especialmente. Es por L que estás aquí. Mi hijo… L… —la mirada del abuelo suavizó un poco hasta volverse espuma de algodón entre los dedos—. Él está muy enfermo y tú eres nuestra única esperanza. La única. Es por eso que eres tan importante B.B. Estás aquí porque eres especial. No has sido obra de un accidente, sino de un milagro. No esperábamos que resultaras tan lúcido, pero ya que lo eres estoy seguro de que entenderás que eres un donante alógeno. Si L necesita tus leucocitos, células madres o algún órgano para hacer crecer su cuerpo, serás tu quien los proveerá, ¿Comprendes?

—Comprendo, por lo tanto, que mi existencia consiste en ser un respaldo. Una copia de seguridad. Soy una mímesis de la humanidad de L.

Porque L era la razón principal por la que había nacido. El único propósito de su existencia. Más tarde le dieron un espejo y el Señor Wammy afirmó que era idéntico a su hijo. B.B pudo admirar en su reflejo unos ojos especialmente negros junto con una maraña de cabellos revueltos. El cutis era pálido y su cuerpo largo como una espiga. Este era el cuerpo que debía de tener un niño de once años. Le dijeron que habían adelantado su crecimiento hasta esa edad para poder disponer de sus tejidos y órganos lo más pronto posible, pero antes, lo estudiarían durante una semana para evaluar su desarrollo.

Su función como donante alógeno no se hizo esperar. Empezaron con su sangre que haría poner en remisión a L.

Quince días después vino la primera operación.

Acostado sobre la cama, B.B distinguió el cuerpo de otro niño en la camilla consiguiente. Quizás se trataba de L. No lo sabía. Sólo miró el techo blanco y aséptico, esperando que la anestesia hiciera su función. Según el informe, todo el organismo de L estaba en picada. En otras palabras, estaba deteriorándose. La primera operación era ocular. Los ojos de L estaban teñidos con la mancha negra del cáncer. Era su deber proporcionarle una nueva vista. No se opuso porque ¿Por qué se iba a oponer, de todos modos? No existían motivos para rechazar la operación. Esta era la razón de su existencia. Era la única causa por la que seguía con vida. Así que cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos notó que no era el mismo panorama. Estaba en un sitio oscuro y helado, sentía el agua envolver todos sus sentidos junto con la sensación de yacer suspendido en el aire.

Quizás esto era lo que los adultos llamaban soñar… aunque él, en todo este tiempo que había vivido, nunca sintió la necesidad de dormir y esto era muy diferente de la habitación blanca e incolora donde había permanecido segundos antes…

-:-

Matt depositó el cuerpo del desconocido en su cama. La única cama en todo el apartamento. Vivía solo, carajo. Y eso de tener cuarto para huésped no se le daba. Soltó un suspiro de pura frustración y decidió que era hora de fumar un cigarrillo. A ver si así se le difuminaban las penas tanto como se difuminaba el humo de cigarro. Y el humo salido de sus labios fue como un vaho, como la neblina que baja colina abajo y se extiende hasta formar una cortina húmeda y pegajosa. Matt estaba acostumbrado a esto, a la sensación de neblina que cubría su vida, un velo que no se rasgaba ni de dolor ni de penas. Más bien se teñía y se adhería. Se agarraba de los bordes y asumía que si bien todo era una mierda, al menos podía tratar de respirar allí, con la mierda.

Viró la vista cansada y cabreada hasta el desconocido. No tenía ni idea de quién era. En vano había intentado buscar pistas sobre su identidad como una billetera por ejemplo, o algo que lo acreditara como parte de la humanidad. Pero ni lo uno ni lo otro encontró. Más bien se tropezó con la nada en sus brazos, un vacío que se extendía y que asfixiaba.

Debí llevarlo al hospital” pensó mientras mascaba el sabor de nicotina en su lengua.

La punta del cilindro encendió con un resplandor anaranjado en la oscuridad del cuarto. Matt botó el cigarro y pensó. Por lo que había notado, el sujeto estaba húmedo. Húmedo como un pez sacado del agua. No entendía cómo era eso posible. Es decir, la gente tomaba una ducha diaria, una ducha muy escasa de agua, apenas con un balde para asear el cuerpo. El agua era sagrada. El agua no se desperdiciaba. El agua era administrada cuidadosamente en la ración que a cada quien le tocaba. Por eso era incomprensible para él que alguien estuviese tan húmedo, incluido la ropa. No podía ser agua de lluvia porque la lluvia quemaba. Esta era un agua diferente, algo como agua potable…

¿De dónde había sacado el agua suficiente como para empaparse hasta la ropa? Y hasta las greñas, porque ese cabello descuidado y desordenado debía de consumir bastante agua.

Encendió la luz y se acercó al desconocido. Parecía sumido en un sueño profundo y parecía no tener ni la menor intensión de despertar pronto. Matt volvió a suspirar y buscó en su armario algo que pudiera servirle de ropa, aunque no tenía tanta tampoco ni de esa talla. El desconocido no era un gigante, pero asumía que su ropa le quedaría pequeña.

Encontró algo decente y se dedicó a quitarle el enterizo. Grande fue sorpresa al notar que ni ropa interior usaba, tampoco llevaba zapatos ni calcetines. No es que fuese importante, pero si se encontraba a mitad de la nada por lo menos debería de haber traído puesto zapatos. Algo con lo que no lastimarse los pies, o algo para cubrirse del espantoso clima.

El conjunto de rarezas era cada vez más grande.

Matt miró el enterizo. Era de tela negra, buena y cara. Muy bien fabricado. Elástico y suave al tacto. Comprendía porque iba desnudo, con una prenda así era obvio no utilizar ropa interior. Hasta le dieron ganas de probárselo para sentir la textura de la tela contra su piel. Sin embargo, desistió de la idea y se concentró. Volvió a contemplar el elástico y volvió a sorprenderse al encontrar la insignia del cuartel gravada en un borde del cuello. Siguió indagando y en la parte interna fue capaz de leer algo: Experimento B.B

Se irguió y parpadeó confundido. Había leído bien, Experimento B.B

De modo que el sujeto formaba parte de Wammys House. Era raro porque no se le ocurría nada en que pudiera familiarizarlo. Todos utilizaban uniforme y ese, obviamente, no formaba parte de la sección, al menos no la que visitaron hoy.

Maravilloso” pensó con acidez. Él era un agente doble, vivía con el peligro respirándole en el oído y ahora venía y se traía a vivir con él a un soldado de la organización que pretendía espiar. “Maravilloso Matt, simplemente maravilloso. Te has traído el enemigo a casa

-:-

Esta oscuridad era diferente.

Alguien le había hablado y lo habían despertado. Aunque “Despertar” era un término ambiguo, ya que nunca tenía muy claro cuando es que estaba despierto o dormido, o si realmente dormía porque no sentía ningún tipo de cambio o sosiego. Parecía simplemente que pasaba de un plano a otro sin conciencia real de lo que era el descanso. De todas formas, alguien lo despertó, aunque sus ojos no pudieron distinguir nada. No había luz, ni doctores, ni siquiera era capaz de ver su propia mano. Pero supo que estaba despierto porque en su espacio personal sentía la presencia y oía las voces de los doctores.

En esta oscuridad no estaba solo.

Por inercia, movió las manos hasta tocarse la cara y B.B notó que una venda le cubría los ojos. Y recordó la operación. Su vista había sido reemplazada por la L. Una parte minúscula de L ahora era de él, esto era sus ojos. Ojos podridos por el cáncer, pero sus ojos al fin y al cabo. Dejó la venda en su sitió y agudizó los otros sentidos que le quedaban.

—¿Cómo te sientes, B.B?

Era la voz del Señor Wammy.

—No puedo ver —respondió sin un ápice de emoción, más bien recalcando lo que era obvio.

—Tal vez no por ahora. Pero creemos, tenemos la certeza, de que tu organismo tiene la capacidad de regenerarse. No tanto como hacerte crecer un dedo si te lo apuntan, pero si lo suficiente como para administrar una cura a tus ojos por tus propios medios.

—¿Puedo hacer eso?

—Suponemos que sí. Tus células están programadas para reaccionar por sí solas si encuentra algo especialmente alarmante. Como los glóbulos blancos ante una herida, atacan sin pensar. En ti, nos hemos concentrado más en tu parte humana. Decidimos no incluir demasiado material genético extranjero, de modo que podamos intervenir si algo va mal. Así que si incluimos los tejidos de L en los tuyos, tu cuerpo no lo rechazará. Tus células son mutables y se adaptarán muy bien a cualquier forma, a cualquier órgano o invasión extrajera que sufra tu cuerpo.

—Sin embargo, existe la posibilidad de que esto falle. Me refiero a la intervención directa en mi cuerpo como objeto mutable.

—Sigues siendo un sujeto de prueba. Eres el experimento. El primer experimento, B.B. Comprendemos que habrá algunos fallos, aun así albergamos esperanza en que todo marche según lo adecuado.

—Según usted, lo adecuado es que mi cuerpo combata por si solo todas las enfermedades por las que L ha recaído.

—Exactamente.

No hizo nada más que quedarse en la cama y contemplar esta oscuridad. Después de todo no podía ver y sería inútil intentar hacer algo por si mismo, aunque no había nada más qué hacer salvo quedarse allí hasta la próxima vez que L necesitara de él.

Más tarde, alguien se sentó en la silla al lado de su cama.

—Seguramente te estarás preguntando quién soy yo —la voz era amigable y educada. Una voz de hombre maduro—. Mi nombre es Soushiro Yagami. He participado en tu creación y ahora mismo pretendo participar en tu crecimiento.

—Imagino que usted debe ser el progenitor de Light Yagami.

—Ya veo que has conocido a mi hijo.

—Mi presencia le resulta perturbadora.

Ante la revelación notó, aun sin ver, que el Señor Yagami se había incomodado. Carraspeó algo nervioso e incluso lo sintió removerse en su sitio.

—Te pido que lo disculpes. Generalmente, no es así. Es sólo que… Eres muy parecido a L, y L estaba en riesgo de muerte. Lo siento.

El hombre esperó alguna respuesta emotiva, algún suspiro de alivio o alguna reacción humanamente vivida. Pero sólo obtuvo argüida indiferencia. Un silencio ancho y largo como el invierno.

—Le diré que venga. Seguramente ahora que está más calmado quiera conocerte.

—No tengo interés en conocer a Light Yagami.

—Entiendo…—volvió a sentirse incomodo y B.B notó el ruido de un libro abrirse—. En todo caso, yo vine porque quería leerte algo, ¿Te molesta? Como ahora mismo estás privado del sentido de la vista me imaginé que estarías aburrido. Es un cuento corto y si te gusta puedo leerte algo más, ¿De acuerdo?

Al experimento B.B le dio exactamente lo mismo. Y sin asentir o negarse, el Señor Yagami comenzó la lectura. B.B lo escuchó sin sentir verdadera curiosidad sobre el individuo que le leía.

«La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale»

Días después, un doctor vino y le quitó la venda de los ojos. En todo ese tiempo B.B no durmió sencillamente porque no sintió la necesidad de dormir. Para entonces, la presencia de las ojeras, un bulto amoratado bajo sus ojos, comenzó a hacerse presente. Era una simple pincelada, algo tan fugaz que sólo el tiempo sería capaz de marcar como algo permanente en su rostro.

La venda fue retirada y se hizo la luz, literalmente.

Abrió los ojos y una cascada de Luz inundo su vista. Pensó que el Señor Yagami tenía razón con su cuento y que la luz era como el agua; uno apretaba el botón y salía. Sólo que ahora era demasiada luz e imaginó que así se sentía estar ciego hasta que cada cosa tomó su forma y pudo distinguir la cama de la silla. Parpadeó un par de veces, adaptándose a estos nuevos ojos, a esta vista que ya antes había sido utilizada por L.

Pretendía decir algo, algo que le diera a entender al doctor que podía ver claramente y que, por supuesto, su organismo no había fallado y había cumplido con la función especifica para la que había sido fabricado. Sin embargo, antes siquiera de pronunciar silaba alguna, el doctor lo miró horrorizado y salió corriendo cual liebre libre por el campo.

No comprendió la reacción.

Minutos después, El Señor Wammy y otros doctores, entre ellos el Señor Yagami a quien pudo distinguir por su voz, estaban allí y lo estudiaron de diversas formas, como si él fuera un conejillo de indias. Y es que en realidad eso era, un conejillo de indias. Un experimento.

—Dime, B.B, ¿Eres capaz de visualizar todo con claridad?

—Si. Veo todo claramente.

—Pero, doctor, el color… ha cambiado…—el medico a su lado se veía inquieto, como si quisiera ir al baño, pero sólo era inquietud mal disimulada. El Señor Wammy sonrió un poco como abuelito bueno, aun así B.B percibió en su mirada el brillo del miedo, de la incertidumbre.

—Debe ser un efecto colateral —dijo e intentó mantener su postura tranquila—. De todos modos, debemos estudiarlo.

Le pasaron un espejo por pura cortesía y B.B contempló en su reflejo unos ojos que ya no era negros ni grises, sino rojos. Rojos como la sangre que un día mancharía sus manos.

Rojo como la sangre muerta.

-:-

Light apretó los puños y enfocó el enfado que sentía, canalizándolo de afuera hacia dentro. De nada servía gritarle a Takada o a Mikami la sandez que habían hecho. Así que mantuvo su cara estoica que, aunque no revelaba su verdadero enojo, si reflejaba una mirada severa.

—Lo siento mucho —se disculpó Takada por cuadragésima vez.

El experimento B.B había escapado.

Light volvió a apretar los puños y apretó también los dientes, impotente ante la idea de que ese fenómeno de circo estuviese suelto. Mentiría si dijese que no sentía inquietud porque sí la sentía. Era una sensación que viajaba en su sangre hasta sus órganos, punzándole, astillándole la piel. Lo peor es que sólo se había enterado de ello hasta en la mañana, cuando Mikami y Takada vinieron a dar sus respectivos reportes. A esta hora, B.B estaría ya muy lejos.

—Está bien, Señorita Takada —habló Light con voz impecable, con la furia cubierta en miles de capaz—. Dadas las circunstancias debemos agradecer que usted se encuentre bien. El experimento B.B es bastante inestable y pese a todo, ha salido bien parada.

A la mujer le brillaron los ojos en agradecimiento. El experimento B.B apenas le había hecho daño. Un golpe en la cabeza y una jeringuilla para dormirla. No sabía si era para no lastimarla o para hacerle saber a sus superiores que ahora era tan libre como una partícula de polvo al aire. El que ahora ese sujeto de prueba estuviese libre era un asunto delicado. Comprendía que era inestable y podía atacar, aunque no sabía hasta qué punto eso era grave. No creía que su libertad perjudicara de alguna manera la elite de la organización. Después de todo, qué era B.B para desequilibrar el poder en Wammys House…

—Los drones especializados han sido activados para su búsqueda —acotó Mikami—. Hemos aplicados algunos rastreadores con su sangre para que la localización sea más efectiva.

—¿Alguien más sabe de esto? —preguntó L con su suave voz, mirándolos ampliamente desde su sitio. No parecía que la noticia le afectase gran cosa.

—No, Señor.

—Bien. Mantengamos este asunto en secreto. El escape del experimento no debe llegar a los oídos del comité. Ocasionarían muchos problemas.

—¡Sí!

—¿Qué hay de las cámaras de vigilancia? ¿Y el centinela?

—Señor, las cámaras no detectaron nada. El pabellón cuatro es asunto restringido y por eso hay pocas cámaras. Sólo hubo un muerto, el centinela de turno, y yo me he encargado personalmente de eso. No he dejado ningún rastro.

—¿La familia del hombre?

—Como he dicho antes, señor: me hice cargo de todo.

—Perfecto. Ahora, por favor, retírense.

En cuanto se hubieron marchado, el rostro de Light se descongestionó. La rabia e impotencia se reflejaba vívidamente en cada rasgo facial. Por pura maldad dejó ir su mano hasta empujar con fuerza la lámpara de la mesa y hacerla estallar en el suelo en miles de cristales. L lo observó quitamente y luego desenvolvió una paleta y se la llevó a la boca.

—Light está de mal humor hoy —comentó. Ambos estaban en la oficina privada, un lugar llenó de asuntos de estado.

—¿Qué si estoy de mal humor? ¡De mal humor! —rechinó los dientes. Era tan impropio de él perder la paciencia de esa forma, pero este error no lo toleraba—. ¡Tú también deberías estar de mal humor, B.B ha escapado! Maldición.

—El organismo de B le impide alejarse de forma veloz.

—Tienes razón —se arregló el cabello—. No debo perder la cabeza. B no puede ir muy lejos. Su organismo sufre recaídas fuertes. Seguramente los drones lo encontraran en el camino.

—Sugiero que no lo subestimes. B puede ser un clon, un sujeto de prueba, un experimento, llámalo como gustes. Pero sigue siendo un ser que por su inteligencia debe ser manejado con cuidado. B es astuto. Es listo. Hallará la forma de resolver su situación.

—¿Estás intentado animarme o de aumentar mi estrés? — repuso con aspereza.

—Sólo sugiero que hay que tener cuidado. Que B este enfermo no significa que eso sea un obstáculo en su objetivo.

—B recaerá antes de que eso suceda. Por eso debemos encontrarlo antes. B no puede morir. No puede. No se lo permitiré —esto ultimo lo dijo con fiereza, con la determinación de quien esta seguro de atrapar el viento con las manos.

—Light, cuando llegue el momento no podrás evitarlo.

—Eso lo veremos, L.

Ambos hombres se miraron fijamente. En uno había un brillo retador. En el otro solo una mirada indiferente, casi resignada a la idea de que la muerte formaba parte de la vida, de todas las formas de vida. Incluyendo la suya.

Más tarde, cuando los especialistas en topografía evaluaban el terreno, notaron la anomalía de una presencia no identificada en el área. Los Vigilantes del Ojo en el Cielo confirmaron el hecho a través de las miles de cámaras de vigilancia puesta en los drones que custodiaban el país entero. Lo identificaron como un shinigami. El cómo y cuándo había aparecido era un misterio.

El misterio de los shinigamis.

Nadie sabía de dónde venían o qué buscaba o cómo aparecían. Su presencia era fantasmal, aparecían de la nada, como un suspiro suspendido en el aire que tarda en ser notado. Las alarmas en los drones no tardaron en hacerse notar, despertando un centenar de luces rojas en todo el cuartel. Se desplegaban en el techo una detrás de otras, encendiéndose y apagándose deliberadamente, como la alarma de una sirena en la ambulancia. Light miró el techo y frunció el entrecejo ante lo que eso significaba.

—Ya habían tardado…

Cuando Light llegó a la cámara de control, notó que ya todo el personal cualificado estaba allí; los científicos en topografía, los vigilantes, los especialista en tiempo, los estrategas de combate. Cada uno de ellos ocupando el puesto que le correspondían. Era normal. Muy habitual una batalla con un shinigami. La cámara de control era un espacio lo suficientemente grande como para acogerlos a todos, se disponían en círculos alrededor de la tabla digital que mostraba esquemáticamente el subsuelo, el suelo, la ciudad, aliados y enemigos en 3D.

—La primera fase de conexión ha identificado al blanco de sangre azul en el distrito Tokyo, la zona de Shibuya. —informó un operador, maniobrando estratégicamente la información en la computadora digital bajo sus dedos.  

—Demasiado cerca de la ciudad —murmuró por lo bajo. Los shinigamis aparecían cada vez más cerca de la zona donde se encontraban—. Ejecuten el plan de seguridad.

—Confirmado. El plan de seguridad fue ejecutado. Se ha dado aviso a los civiles de ir inmediatamente a los refugios.

—Perfecto. ¿Informe de daños?

—Señor, hasta ahora el Shinigami se ha desplazado lentamente. No parece tener indicios destructivos. No ha atacado a los civiles —el agente tecleaba con furia sobre el teclado táctil, buscando la información precisa—. De hecho, parece que quiere ir a un punto en concreto.

Cuando obtuvo la información que quería, la mandó a la computadora principal donde se desplegó en la pantalla central, mostrando la ubicación del shinigami como un gran punto rojo. Los edificios y los civiles eran mostrados como puntos azules, algunos de ellos se desplazaban con velocidad en todas las direcciones, revelando el pánico de los civiles para huir del monstruo.

Light bajó lentamente las escaleras hasta ubicarse en el centro, justo delante de la pantalla en 3D. Observó con curiosidad el desplazamiento del dios de la muerte. Era cierto. Quería ir a algún punto. Caminó alrededor de la pantalla, observando desde todos los ángulos la ubicación. Era la zona de Shibuya. No estaba tan alejado del cuartel, pero si lo suficiente lejos como para ir a pie. ¿Buscaba algo el shinigami?

Algo hizo clic en su mente y por reflejo miró hacia la oficina de L, que estaba por varios metros encima de su cabeza. Notó que L estaba allí, parado en la pared de cristal, contemplando con cuidado la pantalla. Era obvio que se mantenía al tanto de la situación, observándoles desde arriba como si un dios se tratase. No le molestaba. L era un gran estratega, pero a menos que la situación fuera de vida o muerte no se involucraba directamente. Aun así, supo por su mirada tan indiferente, tan inexpresiva, tan vacía como una casa deshabitada que estaba pensando lo mismo que él. Y eso era malo porque comprobaba hasta cierto límite, una de las teorías de L.

El shinigami buscaba a B.

-:-

Para comenzar el entrenamiento físico básico, los nuevos reclutas debían estar allí a la seis de la mañana. Comenzaban sus estiramientos, algo de trotar y calentar el organismo. Entonces venía el entrenamiento duro, combates cuerpo a cuerpo, algo parecido a las artes marciales hasta que llegaba el medio día, y dependiendo del día tenían diferentes actividades. Practicas de tiro, o estrategias de combate, o artillería pesada, y puesto que eran demasiados alumnos los dividían para que así cada grupo tuviera diferentes actividades y el aprendizaje fuese más efectivo.

Mello y Matt, por cosas del destino, estaban en el mismo equipo. Su grupo estaba conformado por lo menos de doce cadetes, diez reclutas nuevos y dos cadetes de nivel 2. Linda había sido asignada, junto con su compañero, como la cabecilla del grupo para comandar los ejercicios y las asignaturas, y aunque a Mello no le hizo mucha gracia la dejó estar.

Ella y su compañero habían llevado a los diez reclutas a un campo fuera del edificio de Wammy House. Un campo diseñado especialmente para el área de mando. Allí recibirían su primera clase de pilotaje. Pero entonces, percibieron la presencia de grupos de soldados manejándose metódicamente.

Mello contempló la eficacia militar con la que los agentes manejaban la situación. Venían en filas y se organizaban en los helicópteros en grupos numerosos. El sonido de las hélices era poderoso, retumbaba en las paredes e incluso los tambaleaba un poco en el suelo al sentir la vibración en el piso ante un despeje. En las paredes, como un recordatorio insistente, las luces rojas se prendían y apagaban una y otra vez, sin cesar.

—Estado especial de emergencia —susurró para si mismo Mello.

Por eso, no le extrañó que los militares saliesen en cadena para combatir lo que él creía que había aterrizado en suelo firme: un Shinigami. Los reclutas nuevos no podían participar debido a su nula experiencia en combates de campo, pero Mello sí que sabía a lo que se enfrentaban. Él estuvo allí aquella vez que Midra entró en ataque. No le habían quedado ganas de volver a ver un Shinigami en su vida, aunque tuvo curiosidad por el ser que había aterrizado. Se preguntó si sería un dios de la muerte con suficiente cerebro como para querer entablar una conversación o dar a entender qué era lo que buscaba.

De cualquier modo, era su trabajo averiguar sobre ello, al menos averiguar por si mismo y darse las respuesta a la preguntas que tantas veces se había hecho acostado en su cama.

Fue así que concentró su vista y notó que Linda se alzaba entre todos, dando fuerza a su voz para anunciar que la clase no había sido suspendida, pero aun así seguirían el combate desde donde estaban. Era un tipo diferente de aprendizaje al visualizar en vivo desde una pantalla, la pelea entre dioses y humanos. Entonces, ubicó un pequeño dispositivo frente a todos, algo parecido a un pendrive, y apretó un botón. Inmediatamente una pantalla digital se desplegó en el aire, revelando una pequeña parte del terreno donde se ubicaría la pelea.

—Distrito de Tokyo, la zona de Shibuya.

Esto era raro. La mayoría de los shinigamis aparecían cerca de la antigua Tokyo que se ubicaba más allá de las zonas Toshima y Taito, un lugar donde las batallas podían darse a lugar sin tantas preocupaciones por los civiles porque, después de todo, la vieja Tokyo era la mitad de la ciudad que había sido devastada, nada de vida crecía allí. Pero en los últimos días aparecían con más frecuencia en las zonas de Meguro y Shibuya, atraídos por una fuerza invicta.

Por su parte, Matt se alarmó internamente. La zona de Shibuya era donde se ubicaba el complejo de edificios donde vivía. Si al shinigami se le ocurría destrozar toda la zona se quedaría sin cama y sin techo y para su mala, o buena suerte, se quedaría sin experimento B.B. No es que no le agradara el tipo (ni siquiera había hablado con él), era sólo que si el shinigami destruía su distrito aparecerían centenares de cadáveres esparcidos en el suelo como migajas de pan y si el cuerpo de B.B estaba entre ellos, por lo menos tendría una excusa para el cadáver. Se libraría de la responsabilidad. Ya no más B.B ni más obra de caridad para nadie.

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La operación de los ojos no fue la única. Pronto vinieron más intervenciones quirúrgicas. Reemplazaron sus riñones, su hígado, incluso los intestinos. También hicieron muchas transfusiones de sangre. B.B pasó tardes enteras viendo como su sangre era drenada a través de un tubo hasta una bolsa médica. Una vez lo colocaron boca abajo para extraer de su cresta iliaca medula sana y valiosa a través de una aguja larga y aguda

En ningún momento se quejó o protestó contra las intervenciones. Después de todo, él había nacido con un propósito muy específico y mientras el propósito siguiera existiendo, él también lo haría. Aun así, más de una vez se encontró cuestionándose el destino de su existir una vez que lo tratamientos acabaran. Su utilidad habría terminado y L estaría sano. ¿Qué seria de él entonces? ¿Volvería a ir al espacio del que fue arrancado? ¿Lo apagarían tal como uno apaga el interruptor? ¿O simplemente lo dejarían ir? En apariencia no parecía más de un niño de once años, con los ojos amplios y rojos, casi grotescos, pero en edad apenas iba a cumplir un año de vida. La información de lo que está bien y está mal estaba almacenada en su memoria como un chip, pero los conceptos de vida propia, de bienestar, e incluso de voluntad para elegir eran cosas que se manejaban en la gente común y corriente, en los civiles nacidos de un hombre y una mujer. Esos conceptos no se aplicaban en él porque era un experimento. El plan B del Señor Wammy.

Pero B conocía los conceptos y poco a poco comenzaba a desarrollar su propia personalidad basada en sus principios, en su forma de ver y reaccionar. Comenzaba a sentir rechazo hacia estas intervenciones tan desconsideradas. Comenzaba a sentir más como un ser humano que como un experimento.

Ese día estaba en cama por una intervención realizada el día anterior. Y como siempre, el Señor Yagami estaba a su lado, leyendo un cuento.

«Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores»

—García Márquez —dijo de pronto, focalizando sus grandes ojos rojos e indiferentes en el doctor—. Al señor Yagami parece gustarle mucho las historias de este autor.

—¿Por qué lo dices?

—He advertido que la mayoría de lo que lee sigue un mismo patrón. Una forma única de escribir. Eso quiere decir que ha sido escrita por la misma persona. En la escritura es normal que se revele parte de la esencia de un individuo en las letras. No es correcto asumir que es la esencia misma, sino un fragmento de pensamientos que toma consistencia.

—Me sorprendes. Eres muy inteligente. —el doctor le sonrió con paternidad, pero B no sintió nada más que nada al verlo. El doctor Yagami sólo era otro individuo que estudiaba su desarrollo.

Cada operación había sido un éxito, tanto para L como para B, pues su cuerpo seguía reaccionando a las intervenciones, curando como por arte de magia los órganos dañados. El equipo decía que su función era similar a los shinigamis que se regeneraban al notar daños en su cuerpo.

Shinigami.

B no comprendía mucho qué quería decir eso. Aunque, comprendía que el contexto en el que mencionaban a estos seres era terreno peligroso.

Miró el techo. Se sentía débil. Los tratamientos lo dejaban visiblemente exhausto y las ojeras bajo sus ojos eran cada vez más intensas. Pero no se quejó. En realidad, a través de estás operaciones, comenzó a desarrollar interés por la anatomía humana, por el funcionamientos de los órganos, por el color de la sangre. Una vez se atrevió a husmear la herida que dejó una operación. Desató sin cuidado los puntos y con interés tocó las capas de piel. Tuvieron que cocerle enseguida, lo durmieron y sedaron por una semana para que estuviera quieto.

Pero sus inquietudes solo crecían más igual que su personalidad.

—Quiero conocer a L —dijo. Se giró y se quedó mirando al Señor Yagami fijamente, esperando una respuesta. Quizás el cerebro de los humanos funcionaba más lento que el suyo, quizás la sorpresa por la pregunta lo había dejado mudo o quizás ni siquiera lo había entendido. Pero durante unos segundos el Señor Yagami no dijo nada y se cansaba de esperar—. Quiero conocer a L.

Repitió lentamente.

—No creo que eso sea posible —respondió con dulzura.

B no comprendía porqué no podía conocerlo. Él había nacido por su causa. L era su origen. Había donado la mayoría de sus órganos, su sangre, su medula para su supervivencia y aun así le negaban la visa.

No se quejó tampoco. Guardó silencio y volvió a mirar el techo. Pero comenzaba a pensar que «esto» era injusto.

Una semana después, B burló la cámara de seguridad del cuarto y abrió sin grandes complicaciones la puerta. Descifró en un abrir y cerrar de ojos la contraseña a través de un teclado de seguridad eléctrico. Nunca se había atrevido a hacerlo porque de todas maneras no había motivos. Pero ahora sí. Quería conocer a L.

Caminó despacio por los pasillos y evitó a la gente común. No existían motivos para evitarlos o miedo a que ellos lo llevaran nuevamente a su habitación. Simplemente quería evitar sus parloteos. No le gustaba la gente. Hablaban tanto que se cansaba, pocas frases valían la pena entre ese ruido. Mejor evitarlos.

Su orientación era errada porque no conocía la edificación. Sin embargo, continuó caminando, dejándose llevar por su instinto. Entonces lo sintió. Algo que tiraba de él como una cuerda, como un imán que atrae el hierro. Siguió el hilo invisible y se encontró en un lugar tan alejado y tan desolado que supo de inmediato que allí no estaba L.

En cambio, como un mal chiste, se encontraba con otro niño.

—¡¿Qué haces aquí?! —espetó el niño de mal humor. Se notaba a leguas que intentaba reprimir su desagrado.

B se puso de cuclillas por pura costumbre y observó al niño desde su posición. Abrazó sus rodillas y prestó atención. Conocía a este niño. Conocía a Light Yagami.

—Light Yagami —dijo con un suave floreo, con una respiración suave y sutil.

—¡¿Cómo saliste de la celda?! Tu no debes estar aquí —el niño lo fulminó con la mirada—. Además, este sitio… aquí ahora… —parecía de pronto incomodo, temeroso de algo extraño— ¿Cómo has llegado aquí? No debes estar aquí. Es peligroso.

B ladeó la cabeza, sintiéndose curioso por el cambio tan brusco de actitud. Decidió complacer las preguntas que al fin y al cabo no eran cosa de otro mundo. Le dedicó al otro niño una sonrisa extraña y habló

—Salí de la celda caminando —Light aguantó un bufido de irritación—. La contraseña fue fácil. Los pasillos y evitar a la gente también —se llevó un pulgar a los labios y Light le miró mal por eso—. Llegué porque algo me ha llamado hasta aquí.

A este punto, el rostro de Light era puro terror. Él sabía lo que había tras esa puerta. La oficina secreta. El agua subterránea. El cuerpo mutilado de la Luna. Si B sentía ese fuerte llamado tal como solía sentirlo L, entonces el lazo era indestructible. La conexión entre almas que se llamaban para retornar al Origen. No podía permitir que B llegara más lejos. No podía dejar que se acercara al agua subterránea y fuera abducido por el poder de la Luna. Además, ese niño… no, ese experimento (no era nada más que un experimento) le causaba repulsión. El simple hecho de ver su cara le causaba nauseas.

—Vete. Ya te dije que no puedes estar aquí.

—Light Yagami se siente perturbado por mi presencia

—¡Cállate! ¡Y vete de aquí! 

Iba a replicar algo cuando de repente sintió que todo se apagó. Fue como apretar el botón de off y todo dejó de funcionar. B se dio cuenta de que, sin saberlo, había ido al lugar que el consideraba “El mundo de los sueños”. Ese hábitat cubierto de agua que le empapaba la piel y los pensamientos.

Light, que estaba frente del experimento, notó el cambio brusco. Observó incrédulo la forma en que la mente del niño dejaba de funcionar y se desmayaba, cayendo al suelo con un ruido seco y hueco. Pensó aterrado que esto era fruto de permanecer tanto tiempo cerca del lugar del Origen. Pero no. Esto tenía que ver con su humanidad. Con el desarrollo de su organismo.

Días después, B despertó desorientado. Abrió lentamente los ojos y notó una luz cegadora en el techo. Se le dilataron las pupilas y cuando intentó moverse algo no le dejó hacerlo. Pronto razonó el motivo; estaba atado a la camilla con correas que le apretaban su cuerpo.

—Se ha despertado…

Escuchó murmullos provenientes de todos lados. De arriba, de abajo, de al lado. La luz blanca le impedía ubicarlos. Además, se sentía atontado, lento para asimilar los hechos.

—Seguramente te preguntas porqué estás aquí —era una de las voces de uno de sus doctores—. Hace un par de días te desmayaste. Estás aquí porque debemos averiguar la causa de tu desmayo.

—Los análisis dicen que tu sistema está fallando.

—Al parecer tu sistema inmunológico y las moléculas de tu cuerpo están yendo en picada. Lo sentimos mucho.

¿Significaba eso que él ya no era funcional? B.B guardó silencio y contempló la bombilla con las pupilas dilatadas. Oía a los doctores lejanamente. Se sentía ido, le empezó a doler la cabeza.

—Doctor… —una voz femenina, con tintes alterados—. Los gráficos muestran que los nervios se están alterando. El cerebro recibe señales de dolor. Es posible que sufra un derrame. ¡Debemos actuar de inmediato!

—No. Dejen que lo inminente llegue. De esa forma analizaremos de cerca el ataque y quizás podamos tener estudios satisfactorios acerca del nacimiento de la recaída molecular. B.B es un experimento y si ya no es funcional entonces su funcionalidad será, a partir de ahora, la de un espécimen en constante análisis. Un sujeto de prueba.

—Pero doctor… el dolor…

—El experimento B.B estará bien. Su cuerpo, esa forma de regenerarse, encontrara la manera de sobreponerse a todo. Será interesante observar este proceso de cerca.

B escuchaba, pero al mismo tiempo no. Respiraba, lento y fuerte, sintiendo como entraba ese aire para salir luego. El frío le entró en el cuerpo, como un espíritu que le poseía, y le hizo poner la piel de gallina. Se tensó en la cama, incapaz de mantenerse quieto ante la ola de espasmos que sacudió su cuerpo. Gritó sin conocer el origen de su suplicio. Era un dolor que le nacía de la sangre, de las entrañas, parecía escocerle el alma.

Cerró los ojos y tiró de las correas y el dolor de su cuerpo se intensificó.

Entonces, como la marea que ha subido sin permiso, vino. Fue un brote grotesco, la de su sangre derramada. Salió de entre sus fosas nasales, por su boca. Se ahogó un rato en una marea roja y con sabor a hierro. Así que en vez de estar acostado en una camilla, estuvo acostado en un charco de lamentos, y se ahogaba y ahogaba en ese mar hecho de sangre. La luz en el techo seguía siendo tan blanca y los murmullos de los doctores no dejaban de oírse, manteniéndose al margen de su sufrimiento, dejando que se desangrara por dentro.

B.B sentía que su cuerpo temblaba. No sabía si era debido al frío o al dolor. Pero le dio igual… Porque dolía. Sí. Más de lo que alguien imaginaba. Apretó sus dedos en las sabanas y jadeó incesante, boqueando como un pez fuera del agua.

Nadie hizo nada porque no había nada que hacer. Sólo lo miraron y B.B sintió rabia por esta parte de su humanidad que dolía y se asfixiaba. Apretó un momento la mandíbula, rabioso; entonces ante la nueva oleada de dolor se convulsionó y gritó. Parecía más un animal herido que un niño.

Y sintió que gritó por horas porque el dolor no se iba, sino que crecía, se expandía, entrelazando su ser con un castigo que parecía eterno. Las correas seguían apretando su cuerpo y él seguía removiéndose de un lado a otro, intentando apagar ese dolor que no dejaba de atormentarlo. El pelo se le adhería a la frente por causa del sudor  y respiraba tan fuerte que el aire se le rompía en los pulmones.

Y en medio de aquel tormento, B.B fue cociente de su realidad. Un terror sacudió su cuerpo y abrió los ojos de sobremanera, comprendiendo de pronto toda la situación. Él era un experimento, siempre lo había sido. No era más que el conejillo de indias de un científico que lo único que le importaba era la supervivencia de su hijo. B.B sólo era un respaldo. Algo que podía ser utilizado, reemplazado y desechado. Sería para siempre el sujeto de prueba dentro de un cuartel, ocultado a los ojos del mundo por ser una aberración. No iba a morir porque nunca se lo permitirían, era el sujeto de prueba, el cadáver con el que se experimenta, hallarían la forma de despedazarlo y volverlo a componer hasta que no quedara ni una de sus células.

Estaba solo. Solo. Siempre lo había estado. Siempre lo estaría…

Y esa realidad que siempre supo, pero que ahora sabía (sentía) con más claridad que nunca le perforó la conciencia y la cordura. En su mente se formó el caos ante esa horrible verdad. Y odio, odio, odio, odio al objetivo de Wammys House. Entonces, sus manos se cerraron compulsivamente en la seda blanca de la sabana, hundiendo las uñas en las manchas de sangre y gritó. Pero esta vez gritó por la rabia, la impotencia de saberse usado, ultrajado. Era un grito recluido en la agonía y la humillación. Un lamento que nacía de su alma y se manifestaba como el alarido de una campana rota. Era esta la parte maldita de su humanidad la que lloraba. Y Las lágrimas le ardieron en los ojos y caldearon sus mejillas mientras sus aullidos se prolongaban más allá de las paredes, introduciéndolo en una desesperación honda y vacía.

Esa fue la primera de muchas veces en la que se vio atado a una cama de tristezas...

-:-

 —¡Señor, otro shinigami a hecho acto de aparición en el distrito de Kyoto!

—¡¿Cómo?! ¡¿En qué momento?!

—La computadora no ha podido procesarlo —informó un agente, su mirada firme permanecía enfocada en la computadora digital—. Además, los drones han captado otra imagen —amplió la imagen, un video capturado desde altas alturas—. Otro shinigami ha aparecido en el distrito Nara.

—Tres shinigamis a la vez… —Light suspiró—. Ni siquiera nos dejan dar un respiro. Bien. Ha este punto la FAN ya debe estar alerta. Avísenle al núcleo en Nara y Kyoto para que liberen las armas de la fuerza aérea. Necesitamos ganar tiempo antes de que los soldados lleguen. Ukita, envía al equipo Alfa y Kappa al distrito de Nara. Los equipos de Sigma y Épsilon irán a Kyoto.

Para ese momento la pantalla digital en el centro había sido dividida en tres partes, revelando en sus perímetros la aparición de tres dioses de la muerte en diferentes puntos del mapa.

—¿Cómo se ha movilizado el shinigami que está en Tokyo?

—El equipo Omicron y Zeta han llegado al terreno, se preparan para atacar. Esperan sus órdenes, Señor.

—Perfecto. Libera la orden y que comience el ataque de acuerdo a la estrategia 5C

—No —la voz de L, emitida a través del micrófono resonó en las cuatro paredes. Los agentes que miraban la pantalla fijamente detuvieron sus labores y miraron al comandante principal en su oficina—. Parece que este shinigami no tiene intensiones destructivas. Iniciaremos la operación de captura. El equipo Omicron y Zeta no intentaran matarlo. La estrategia será desplegar una celda con campos electromagnéticos para mantenerlo con vida y traerlo a la base de operaciones. El campo DN92 está diseñado especialmente para la captura del shinigami.

Todos se agitaron visiblemente. Nadie quería tener cerca un dios de la muerte, pero ninguno dijo nada, atreviéndose sólo Light a darle voz a los pensamientos.

—Eso es muy peligroso. Lo sabes —dijo con intención—. Nuestra prioridad es la supervivencia.

—Y también lo es comprender los motivos que lo llevan hasta nuestra tierra. Si somos capaces de encontrar un método de comunicación con un shinigami no-destructor, es posible negociar la paz.

—Bien —Light apretó los dientes, impotente ante la idea de un shinigami lo suficientemente cerca de las aguas subterráneas—. Ya escucharon a L. Inicien la operación de captura.

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Todos miraban absorto la pantalla, evaluando el desempeño y también visiblemente alterados por la aparición de tres dioses de la muerte a la vez. La clase había quedado reducida a un silencio intrigante, con el temor latiéndole a la altura de la nuez. Linda, jefa en el grupo, se ubicaba al lado de Mello y Matt mirando tan entretenida como sus amigos la pantalla.

—No es la primera vez —susurró Linda—. A veces aparecen hasta seis shinigamis en un día, aunque nunca al mismo tiempo. Por eso el numero de soldados en nuestra base no se abastece.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Matt.

—Cada grupo tiene de diez a quince soldados. Ya has visto que han mandado a seis grupos. Eso suman noventa hombres para pelear. No siempre regresan todos. Y si tenemos en cuenta que peleamos todos los días el número de mortalidad aumenta y nuestros soldados se reducen. No somos demasiados y los que hay en el cuartel, no todos van a pelear. Tenemos que dividirlos, ya sabes; algunos para la labor de medicina, para estrategias de combates, vigilantes, fusiladores —soltó un suspiro entristecido—. Somos demasiados pocos mientras que los shinigamis no parecen acabarse nunca.

—Pero Linda —acotó Mello, impaciente—. Antes bajaban unos pocos. De repente parecen haberse multiplicados. Los últimos tres años han sido más que una pesadilla.

—Lo sé… —parecía tener algo en la punta de la lengua y Mello estaba dispuesto a sacárselo.

—Parece que tienes algo atorado en la garganta. Ya suéltalo.

—Es sólo que… ¿Por qué ahora? Es decir, llevan bajando a la tierra cuánto, ¿más de veinte años? Sí, más o menos, y nunca, según la historia, habían venido con tanta veracidad. A veces me pregunto si es nuestra metodología la que les ha hecho multiplicarse.

—Vamos Linda, no puede ser eso. Nos estamos defendiendo. Si no lo hiciéramos acabaríamos fritos.

—¡Ya lo sé! Pero… debe haber algo que les incomoda, ¿no te parece? —parecía de pronto confundida, ensimismada en algo trágico—. Me lo pregunto siempre, me pregunto si acaso hemos hecho algo para que se enojaran con nosotros. Me pregunto si le hemos hecho algún mal. Si es que acaso el hecho de acabar con un shinigami traiga como consecuencia más de estos seres. Ellos… ellos podrían pensar como nosotros, ¿Verdad? Si nosotros supiésemos de dónde son o supiéramos la ubicación de su tierra no dudaríamos en invadir su espacio para destruirlos por el simple hecho de que ellos nos han destruido a nosotros. Ojo por ojos y diente por diente, dicen. ¿No sería para ellos lo mismo? ¿Venganza? ¿Dar al Cesar lo que es del Cesar? —se pasó la mano por una de sus coletas, alisando su cabello, incomoda, intranquila, algo perturbada por sus teorías—. Se han ganado más guerras por odio que por amor…

Ella enfocó la vista en la pantalla, concentrada en la pelea que ahora se libraba. La celda de campos electromagnéticos había fallado, electrocutando a varios hombres. El shinigami que era tranquilo se había vuelto violento, olvidando de repente las motivaciones que le llevaron allí. En su desenfreno atacó un edificio y derrumbó las piedras. Linda imaginó a cientos de heridos y se le partió el corazón.

—Esta guerra no va a acabar nunca… —musitó. Odiaba pelear y odiaba esta guerra—. O son ellos o somos nosotros, sin importar si le damos lo que buscan o si nos disculpamos, la guerra es la guerra.

Mello, por su parte, dejó de enfocar la vista en la imágenes para pensar. Linda tenía razón. Algo debían haber hecho para desatar tal fuerza descomunal en seres tan destructivos como los shinigamis. Algo debían de haberles quitado, o de lo contrario aquel shinigami llamado Midra, no estaría tan desesperada por recuperar, por buscar algo. Lo que fuera que tuviera.

Ien ashiemen ence oelo di Eliena

Esas palabras pronunciadas no podía quitárselas de la cabeza. A veces incluso tenía pesadillas. “Ien ashiemen ence oelo di Eliena” No dejaba de pensar que el shinigami se refería a Nate. Algo tenía ese niño como para llamarle la atención. Algo valioso. Quizás era a él a quienes buscaban, pero…

Pero Nate está en el cuartel. Y el shinigami de ahora, que parecía quieto y tan dispuesto a buscar ese «algo» esta lejos de aquí. ¿Qué es lo que busca en realidad?”

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Le dolía todo el cuerpo, tanto por dentro como por fuera. Era un dolor que incluso llegaba a su conciencia en forma de punzadas, siempre más grande, cada vez arrastrándolo en una oscuridad espesa y ahogante. Pero con los días dejó de quejarse porque estaba bien. Porque el dolor también podía volverse como una extensión de sí mismo.

Ese día, con el tubo de oxígeno permitiéndole respirar, tuvo una visita inesperada en su cuarto.

—Hola, Light Yagami —susurró en un tono casi perverso, divertido por ver a quien menos esperaba allí.

Parecía que al chico le habían caído en los parpados y hombros cientos de toneladas de penas. Lucia decepcionado, viendo en frente de él un fracaso viviente que no dejaba de cesar. B.B comprobó con un vistazo que la mirada que Light le dedicaba abundaba en desconfianza y rencor. Porque a fin de cuentas, aunque él fuese sólo un experimento, se esperaba más éxito de su parte, y en cambio la palabra “Error” se recalcaba en negrita en su entero ser.

—¿Vienes a matarme? —preguntó divertido.

Light apretó los puños y se acercó a la cama con un rostro cincelado en serenidad.

—Si crees que vengo a matarte para librarte de esta tortura estás muy equivocado —espetó lentamente con los ojos castaños brillándole con una luz severa—. Vas a vivir, ¿Comprendes? No me importa cómo, pero vas a seguir viviendo y cumplirás el propósito para que el naciste.

—Es por eso por lo que has venido, ¿verdad? —sugirió, señalando su presencia con un movimiento lento de cabeza—. Has venido a comprobar si continúo respirando. Crees que si dejo de hacerlo, ella vendrá aquí y exigirá que le entregues a L —el pánico se reflejó en los rasgos del otro niño y B sonrió ampliamente. B.B poco a poco había comprendido el misterio que encerraba su existencia y la de L—. Tienes miedo de que B muera porque si B perece es posible que L también lo haga.

Todos los músculos en el cuerpo de Light se tensaron como los de un animal dispuesto a saltar sobre su presa. Tenía la certeza de que iba a caerle encima y golpearlo. Sin embargo, controló su temperamento.

—Piensa lo que quieras. Qué podrías saber tú sobre lo que pienso. Sólo eres un experimento. Algo desechable —dijo con voz clara, y con intención de hacer daño—. Estás bajo poder de Wammys House. Así que tienes prohibido, bajo cualquier circunstancia, morirte o acercarte al hecho de morirte.

—Esas son palabras demasiado osadas para alguien que sólo esta esperando un milagro —repuso con la misma sanguinaria diversión, complacido de notar que le dañaba—. Light Yagami es de esos que no saben discernir entre una fantasía y un hecho irrefutable.

—Te juro que te haré pagar, B.B —le dedicó una mirada despectiva—. Cuando menos te lo esperes haré que te tragues todas tus palabras.   

Y se marchó.

B.B quedó casi en soledad, porque entonces, al cerrarse la puerta, esta se volvió a abrir. Un doctor venía a examinarlo. ¿Era tan desgraciado que debía ser visitado en ese momento?

-Comenzaremos el proceso de extracción de linfocitos para…

B no lo oía, dejó de prestarle atención aunque el doctor moviese los labios y un sonido molesto saliese de su boca. No le interesaba lo más mínimo lo que él pudiera decir o hacer.  Hace tiempo que eso dejó de importarle…

Pasaron muchos días antes de que pudieran retirarle el tubo de respiración y pudiera robar oxigeno por su cuenta. Y pasaron muchos otros días antes de que pudiera levantarse de la cama y andar por si mismo.

L nunca vino a visitarlo.

B.B pensaba seriamente que L se estaba tomando su tiempo para ir a conocerlo, lo cual le parecía muy descortés. De todas formas, no desistía en su cometido. Y como ahora ya no era tan funcional debido a su avanzada enfermedad, los doctores le permitieron recorrer el cuartel. Supuso que el Señor Yagami tenía algo que ver en esto. B.B notaba la pena que atenazaba su rostro como un velo funerario. El Señor Yagami podía catalogarse como alguien bueno, lo suficiente como para pedir una visa en su nombre y permitirle explorar el mundo por sus propios pies. Seguramente le daba pena; su aspecto, su condición de híbrido, su muerte inminente. Seguramente todas sus cualidades humanas e inhumanas habían despertado pena en el Señor Yagami.

No le importó mucho de todos modos.

B.B no tenía mucho por lo que vivir. Su único propósito era conocer a L y ser reconocido por él sin la necesidad de donar todo su ser a cambio. Sin estar sujeto a obligaciones. Quería ser su igual.

Y ahora que tenía libertad recorría el centro de Wammys House. Tarde o temprano se encontraría con L al vivir en el mismo recinto. Surcaba descalzo los corredores, notando los ecos, de cuando L pasaba por un pasillo y él después lo hacía, podía sentirlo. Se aprendió de memoria los pasillos y las compuestas que daban al mundo exterior, así como los lugares menos concurridos.

Ese día salió al exterior.

El cielo era gris y soplaba un aire frío. B.B supo que llovería.

Caminó descalzo entre la tierra húmeda y falta de vida hasta que se topó a varios kilómetros del cuartel, un bosque que no era más que un grupo de arboles muertos con ramas desnudas. No estaba tan acabado como imaginó, aun habían dentro de ellos algo de vida resquebrajada. Incluso notaba la niebla invadir el espacio como exclamando a viva voz que este era su terreno. Viéndolo así, el bosque parecía un lugar siniestro. Un cementerio de arboles. Justo a los pies de uno notó la presencia de un pájaro.

B.B se acercó al animal, sabiendo que por la cantidad de hormigas que invadían su cuerpo, el animalillo debería de estar muerto. No era extraño. Con la lluvia ácida no tendrían donde esconderse, aunque si le sorprendió notar que las hormigas se habían adaptado a este ambiente. Al parecer ellas y las cucarachas podían aguantar más de lo que la gente imaginaba. Tomó el cadáver en sus manos y apartó las hormigas sin ningún cuidado. El ave no tendría más de un par de horas muerta. Aun no hedía y la sangre estaba fresca.

Por pura curiosidad, extendió las alas del animal, percibiendo el desgaste en sus alas por causa de la lluvia y las perforaciones que esta le hacía a su cuerpo. Una muerte dolorosa, al parecer.

—Es mejor que regresemos —dijo una voz con tintes temerosos y extraños.

B.B ladeó la mirada y observó con hastió a su vigilante. Por supuesto, Wammys House nunca lo dejaría salir fuera sin un vigilante cerca.

—¿Cuánto vive un pájaro? —preguntó.

—¿Qué? No lo sé. Supongo que depende del… tipo de pájaro. B.B es mejor que regresemos.

El vigilante se notaba inquieto por estar tan lejos del lugar que él consideraba seguro. Parecía incomodarle notablemente el hecho de respirar el mismo aire que él. B.B comprendió desde el primer momento en que lo vio, que el centinela le temía. No se trataba del rechazo a su condición inhumana y en cierto modo monstruosa, sino el miedo a verse implícitamente enfrentado a un ser que tenía algo de angélico, un ser sin defectos físicos, sin pecado original, marcado desde su nacimiento por un destino de sacrificio y renuncia. No era lastima, tampoco odio, era algo más… B.B  compuso una sonrisa terrible y le extendió el animal muerto. La sangre manchaba sus manos y las hormigas le picaban en la piel.

—¿No lo quieres? —dijo con una voz que rebosaba el placer por algo tan siniestro, ignorando deliberadamente la sugerencia del muchacho. El vigilante con el cabello castaño y los ojos claros, retrocedió un paso, nervioso por esta situación—. Es un pájaro. Es comestible. Es comida.

—No… No como carne. Soy vegetariano.

—¿Vegetariano? —B.B miró a su alrededor, el bosque muerto, la hierva seca. De repente le daba risa la situación.

—¿De qué te ríes? —espetó el muchacho. Nunca le había gustado este niño. B.B era tan extraño, tan perturbado. La enfermedad parecía haberle agregado una dosis de psicosis.

Alex no dudaba de que B.B al estar expuesto a los análisis en carne viva, le habían ocasionado un importante desajuste mental. Nadie en su sano juicio gestaría una sonrisa tan siniestra como esa ni tampoco le brillarían los ojos al ver un animalito muerto. Y mucho menos lo ofrecería como comida. Un niño común lloraría…

—Sólo pensaba que morirás muy joven, Alex.

Alex abrió sus ojos, impresionado y visiblemente asustado.

—¿Por qué dices eso? —sentía una terrible sorpresa, el miedo dejando surcos en su mente.

—Imagino que con tantos vegetales muriéndose no quedará nada más para ti que aire. Morirás mucho antes de que yo lo haga.

Alex contempló a B.B con espanto y enojo. Notablemente intrigado por una revelación tan abrumadora.

B.B soltó el ave muerta y contempló a las hormigas volver al pájaro para consumir lo que quedaba de él. Esto era cuando una especie se sobreponía sobre otra. Comer o ser comido. Imponer autoridad sobre otro ser vivo. La ley de la naturaleza. Y con ello en mente, volvió su vista amplia y roja sobre Alex. Alex era un muchacho ufano, demasiado noble y demasiado estúpido. Comprobaba, a través de su visión y perspectiva, que Alex era el tipo de persona que no soportaban la presión y cedían fácilmente al suplicio. Alguien que se victimiza y que prefería morir antes que aplicar su dominio sobre otra especie.

Alex era demasiado manipulable… aun así, parecía mucho más interesante que la gente del cuartel. B.B se aburría con ellos. Se aburría de la gente de uniforme, y se aburría de los doctores que parlaban. Se aburría de la comida, y las terapias, se aburría de los días de visas, y las ventanas con barrotes. Sobretodo se aburría de las pastillas.

—Es hora de regresar —espetó el muchacho, incomodo ante la idea de una muerte tan pronta en su joven vida.

Cuando los doctores no estaban haciendo estudios con su cuerpo o cuando su cuerpo estaba lo suficientemente lúcido como para salir de la cama, B.B surcaba los pasillos del cuartel en busca de algo interesante que ver o hacer. Alex siempre lo vigiló de cerca, desconfiando en su sentir ante la revelación que le había mostrado.

Llegó el día en que notó la construcción de campos de estudios. Se acercó al inviernadero y notó que sólo un hombre estaba allí entre un montón de plantas amontonadas cuidadosamente una al lado de otra, y que no parecían sembradas en la tierra sino en una bolsa individual que las aislabas del terreno infértil. El hombre parecía entretenido en poner en fila india los especímenes cuando de pronto advirtió su presencia.

—Hola. ¿Estás perdido? —preguntó.

B.B lo miró fijamente, los ojos amplios cubiertos de un velo caótico que no revelaba para nada sus pensamientos. Sus intenciones.

—Señor Believe—honorificó con la mirada quieta, amplia y caótica—. Ha sido usted calificado para formar parte de mi experimento.

—¿Cómo dices…?

Sin entender nada, Believe Bridesmaidse estuvo quieto en su sitio, observando con curiosidad el acercamiento del niño sin saber que más que un niño se trataba de un híbrido que pensaba reemplazar el trabajo de la parca.

—Le aseguro Señor, que sólo dañaré lo necesario.

Más tarde, cuando Alex se dio cuenta que lo había perdido de vista, se apresuró en buscarlo, encontrándose en su lugar con una escena tan grotesca que hizo arqueadas. La sangre derramada, los órganos expuestos y el aire viciado de la muerte en manos de B, quien no parecía perturbado por sus acciones, sino más bien curioso por el acercamiento tan vivido a la expiración humana.

Uno niño al que nadie le había enseñado que matar era un pecado.

—Parece que sólo necesito sangre nueva —dijo.

Tenía los bordes de la boca entintados con sangre.

—¡¿Qué hiciste?!

—En el mundo de los animales, los miembros de algunas especies engullen a individuos de su propio grupo e incluso de su propia familia en determinadas circunstancias. Se trata de una jerarquía entre “animales comedores” y “animales comidos”. Cazar o ser cazado. Una raza siempre se sobrepone sobre otra, Alex —dijo con una mirada que denotaba profundo placer, parecía hipnotizado con la escena, con los dígitos manchados de carmín—. Entonces, de ser así, ¿por qué iba a estar mal que nosotros hiciéramos lo mismo, aplicando así la Ley del más fuerte?

No le dijo nada a nadie, Alex se vio incapacitado para describir en palabras la situación tan caótica vivida. Aunque no fue necesario, los doctores y militares encontraron el cadáver que yacía entre las plantas y adjudicaron muy pronto las motivaciones. B.B no quedó inmune, pero no lo sancionaron cruelmente porque gracias a su experimentación descubrieron un nuevo método para seguir haciendo funcionar su organismo.

Pero Alex se sintió mal por esto. La muerte de un hombre podía traer grandes avances a la medicina, pero no de esta forma. No sobreponiendo una  especie sobre otra. Comer o ser comido. Era algo tan burdo, tan poco moral que no dormía, tenía pesadillas, lloraba y tocaba el instrumento de su preferencia con la trágica melodía de la muerte pesándole en los hombros.

Se convirtió en un alma atormentada.

“No puedo. No puedo” sollozaba cada vez más, acosado sin compasión por su percepción del bien y el mal, ahogándose en el recuerdo de los ojos color borgoña brillando desquiciados. A partir de ese día, Alex lució más susceptible a las pesadillas hasta que no pudo soportarlo más y, en retribución a un espectáculo tan grotesco, Alex decidió despedirse de B de la única forma que le era posible. Tal vez no dándole la razón de que un individuo se pone encima de otro, comiéndose o matándose para ganar el derecho de vivir, pero sí dándole la razón en una cosa. Sólo una: su vida no era ni por asomo tan larga como la de B.

Así que tomando una sabana la cortó en tiras y la amarró al único candelabro en la habitación de B, y permitió que el niño presenciara su agonía humana, dejando en las pupilas escarlatas y caóticas del experimento B.B la visión de su cuerpo meciéndose en el aire, suspendido en el espacio como un monumento a la decisión de intervenir el proceso de vida.

—¿Por qué lo haría? —cuestionó con tristeza uno de los ayudantes que bajaban el cadáver suspendido de Alex.

B.B permanecía en el rincón del cuarto, de cuclillas, con el pulgar en la boca, saboreando todavía la visión de Alex abandonado su último suspiro, la resistencia de su cuerpo convulsionándose por oxigeno segundos antes de ser considerado un cadáver. Mostrándole en su lugar los pasos para llegar a un común acuerdo.

“Kyejejeje” rió interiormente.

—Era su hora —dijo, exaltando de pronto a los doctores por su nula sensibilidad ante ese hecho.

—¿La hora de qué?

—De acabar.

-:-

Antes de que acabara el día, Mello fue llamado a la oficina de L. Vería al mismísimo L en persona.

La situación le provocaba temblores involuntarios, como un temor latente bajo la piel o como el entusiasmo al conocer algo que él creía irreal. Como un mera fantasía. Un ideal nunca alcanzado. Sin embargo, esto no era una ilusión. Era un avance  en su investigación. Tocó la puerta un par de veces antes de oír una respuesta positiva del otro lado. Acercó su mano al pomo dorado y empujó suavemente, nervioso ante lo que iba a encontrar.

—Mihael Keehl.

Alguien adentro sabía su nombre.

—Agradezco tu puntualidad. Por favor, toma asiento.

Adentro era como una oficina normal, con cientos de carpetas acumuladas a un lado y una laptop abierta. El hombre, el dueño de la voz lacónica, permanecía sentado en la silla giratoria. Su forma era extraña de sentarse, intuyó Mello. Lo hacía como si no fuese un civil sino un mono que no ha acabado de acostumbrarse a las rarezas de la tecnología. Y todavía aun más cuando le miró el rostro.

Se llevó un susto de muerte.

—¿Ryuuzaki? —preguntó por inercia, asombrado en su totalidad por lo que esto significaba y si es que significaba algo y no una burla premeditada como pensó—. ¡¿Qué demonios haces aquí?! Pensé que esta era la oficina de L.

—Yo soy Ryuusaki y también soy L —expuso el hombre con tanta calma que Mello fácilmente podría ofuscarse—. ¿Qué te ha parecido el cuartel?

Mello bufó un poco y cerró la puerta. Esto no le parecía nada más que un montón de monos en un circo que no tenía nada de gracioso. Tomó asiento frente del hombre, paseando la mirada por el escritorio, intentando, quizás, leer algo que le pudiera servir. Al final no eran más que una oficina común y corriente. Sus ojos manchados de azul se posaron en la espigada figura del hombre, comprendiendo de pronto que ese sujeto necesitaba varias horas de sueño.

—Bastante grande —dijo, respondiendo a la pregunta, acomodándose en la silla como si de repente no hallara la forma correcta de sentarse—. Demasiado complicada.

—Entiendo. Suele pasar los primeros días, después te acostumbraras. Aunque siendo tu objetivo ser soldado y pelear, pasaras más tiempo afuera que adentro.

—¿Qué sucedió con los soldados de está tarde?  ¿Qué hay de esa estrategia tuya? No salió muy bien por lo visto —sonrió de medio lado, regodeándose en sus propias palabras.

—Las misiones en los distritos de Kyoto y Nara marcharon de acuerdo al plan. Hubo heridos, por supuesto, es imposible que no haya bajas. En cambio, la misión en el distrito de Tokyo falló. El equipo Omicron resultó herido mientras que el equipo Zeta, en su totalidad, los soldados perecieron —y lo decía con tanta calma que a Mello se le heló la sangre.

—¿Quieres decir que todos murieron?

—A eso me refiero exactamente —y notando la indignación que de pronto se manifestaba en los rasgos del rubio, quizás por sentir pena por soldados ajenos a él, L volvió a tomar la palabra sabiendo exactamente qué iba a decir el muchacho—. Antes de que exteriorices y desapruebes nuestros métodos, debo recordarle a Mihael que la percepción de vida o muerte es clara para mi, aun así, en un mundo donde se deben mover las piezas indicadas por el bien de los civiles, los sacrificios deben hacerse. Es la obligación de un líder; se deja vivir una parte mientras que a la otra no. Como dije, los sacrificios son necesarios.

Mello guardó silencio, tragándose con hiel las primeras palabras que acudieron a su lengua. Sabía, por haber visto a través de la pantalla de Linda, que varios civiles y militares habían salido heridos, ¿Pero muertos? Un grupo enteró había sido carbonizado en su intento por capturar un dios de la muerte. El helicóptero, supo entonces, se había estrellado en su intento de proteger la vida humana que danzaba en la tierra. Estrellado contra la figura del shinigami. Fue la única forma de detenerlo. De matarlo. L lo decidió así al ver la nula posibilidad de aprehensión.

El rubio afiló la mirada. Este era L y su retorcida forma de hacer el bien…

—Entonces —dijo, cuando el silencio ya era demasiado ancho y lúgubre. Decidió cambiar de tema—, ¿Le das la bienvenida a todos tus servidores de la misma manera? —acotó sin ocultar el grado de ironía en sus letras—. ¿Y bien? ¿Para qué demonios me quieres aquí?

Tampoco hizo esfuerzos en ocultar el malhumor que atenazaba su organismo. Saber que aquel que le dio una paliza de muerte era el mismo que le daría ordenes día sí y siguiente también, le puso los pelos de punta. Tenía tantas groserías almacenada en la punta de la lengua, afiladas como un cuchillo tanto como ahora mismo se atrevía a afilar la mirada en contra de aquel que se ocultaba detrás de una letra.

—Sugiero que Mihael controle la sandez en sus palabras. Le recuerdo que esta en presencia de un superior. Además, es evidente que no les doy la bienvenida en persona a todos mis servidores. Como comandante principal, debo mantenerme al margen de los súbditos recién llegados para controlar los limites entre aquel que sirve y aquel que es servido —Mello apreció sin gusto la palidez del hombre ahora que lo tenía más cerca, las ojeras y ese pelo desgreñado al que tanta falta le hacia un peine—. Sin embargo, ese día hice una excepción contigo simplemente porque me has llamado la atención.

 ¿Esto era en serio? ¿El tipo le decía que le llamaba la atención y qué esperaba? ¿Acaso lo estaba ligando? Esto debía ser un chiste de muy mal gusto.

—¿Y qué? Ese no es mi problema. Que te llamen los rubios me da completamente igual.

—Creo que no me he explicado llanamente y por eso Mihael ha confundido el contexto —L, sin ofenderse siquiera, agregó un cubo de azúcar a la taza de té, seguidos de otros—. Mi atención no recae en tu físico ni mucho menos en tu atractivo. Simplemente, he advertido que tienes dotes asombrosos en un campo de batalla y por eso, dichos dotes deberían ser explotados para un bien mayor.

—¿Un bien mayor?

—Si he peleado contigo es para medir el grado de comprensión, facultad y voluntad que debe tener un soldado para una misión en especial.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que Mihael Keehl está calificado para llevar acabo una misión específica —el hombre alzó la vista de su taza de té y lo miró fijamente, sus cuencas negras y vacías atentas en las expresiones de Mello—. Proteger a Nate.

En su sitio, Mello se tensó perceptiblemente. No esperaba esto. Enderezó la espalda y estudió al hombre frente de sí. L estaba dándole a Nate en bandeja de plata. Lo estaba acercando intencionalmente. ¿Acaso él…?

Mierda. Había sido descubierto sin siquiera hacer nada. Ese hombre era de temer. Había descubierto sus intenciones al ingresar como cadete en el recinto. Había adivinado los motivos para estar allí y lo ponía cara a cara con su objetivo, tentándolo, llevándolo directamente a un callejón sin salida. Esta era una confrontación directa. Un ataque estudiado. El movimiento del rey en un juego de ajedrez.

¿Qué haría ahora? Negarse era revelarle directamente que tenía miedo. Y aceptar era como ir por voluntad a una mesa de sacrificio.

Suspiró. No le quedaba de otra. Debía arriesgarse. Quien no arriesga todo no gana nada.

—De acuerdo.

Era un pacto. Y el que bajara la guardia perdería.

-:-

Matt iba de regreso a casa. Tuvo que dar un rodeo grande pues la zona donde se ubicaba su apartamento estaba devastada. Desde la ventana apreció las piedras caídas y las ambulancias que todavía seguían buscando heridos. La gente corría de un lado a otro, buscando seguridad. Desde su perspectiva, le parecían hormigas martilladas por bombas de agua. Oía a los policías maldecir y a las viudas llorar. Eran lágrimas de odio y sal. 

La lluvia ácida, como una bendición no deseada, había apagado el fuego.

El aire hedía a pelo quemado y escombros. Hedía a una ciudad en decadencia. Notó que empezaba a chapotear con fuerza y escuchó el chasquido que hacían las piedras al entrar en contacto con algo ácido. Pasó de largo en la carretera y pensó seriamente que tendría que cambiar los neumáticos antes del fin mes. El ácido empeoraba con el pasar de los días y el material de la rueda no parecía tener suficiente solides para aguantar más.

Cruzó una curva y a lo lejos advirtió el complejo de edificios donde residía. Por suerte, el shinigami no había llegado más lejos. O sino se hubiera quedado sin casa, damnificado. No importaba mucho, Mello podía recibirlo en su casa, aunque a Matt le gustaba tener su propio espacio. Esto último lo llevó a otro asunto.

El experimento B.B

Había intentado en vano, averiguar quién era B.B. No podía simplemente preguntarle a Linda directamente. Eso generaría dudas por parte de ella. Además, Linda era buena pero era un cadete bajo las órdenes del comandante. Partencia al abecedario de L. No era más que otro títere que manejar. Él debía andarse con cuidado, bajo perfil para no levantar sospechas.

Tampoco vio a nadie que utilizara ese uniforme. Y nadie parecía echar en falta un agente específico. Quizás B.B era un agente especial que acaba de pedir la baja y por eso nadie hacia alusión a su ausencia, aun así…

Él iba descalzo” pensó Matt, contrariado.

Había querido revelarle este detalle a Mello. Pero no pudo. Sus labios se vieron sellados ante la estupidez que, quizás, acababa de cometer. No era de guardar secretos con su mejor amigo, pero alguno que otro siempre se mantenía bajo piel. Así que no había necesidad de exponer tanto sin peligro de por medio.

Estacionó el auto y se cubrió con la capa. La lluvia caía a cantaros.

Antes de subir a su apartamento, Matt se fumó un cigarro. Contemplando con curiosidad los charcos de agua que carcomían y se iban por los desagües, aumentando la corrosión en la tierra y destruyendo los tubos que reemplazaban cada mes. Botó el cilindro consumido y escuchó el sonido que hacía al ser apagado con agua, un breve chasquido molesto.

Con la sensación de que todo aquello estaba mal y aún así el ansia latiéndole en la sien, subió las escaleras y pensó en el individuo que habitaba su cama y su casa, impidiéndole traer buena compañía. Suspiró hastiado y entró a su hogar y caminó entre la habitual oscuridad ante la falta de luz. Pretendía encender el interruptor y dar vida al escaso mobiliario que poseía, pero antes, mucho antes de siquiera llegar a la pared y tocar el interruptor, una mano surgió en la oscuridad y le apresó los hombros en un abrazo muy parecido al que se da un amante al encontrarse con otro. Pero este abrazo estaba ausente de cariño y en su lugar habitaba la sombra de un demonio.

—¡Wow! —exclamó sorprendido al notar el filo de un cuchillo mecerse peligrosamente en su yugular,  sentía el frio del hierro tocar su piel con delicadeza, con la lentitud de un inspiración. Matt alzó las manos por pura inercia, como para dar a entender que estaba desarmado y en disposición de negociar.

—Quieto —dijo una voz a su espalda

“¡Es él!” pensó Matt, sorprendido aun más.

Era él, el chico desconocido, el del uniforme con las insignias de experimento B.B, el que se había desmayado antes de hablar. A Matt la imagen se le había quedado en la cabeza, incluso había soñado con esa escena.

—Ey, hombrecito durmiente. ¿No te acuerdas de mí? —habló con tono amistoso, sin moverse sólo por si acaso—. ¿Cómo te encuentras? ¿Ya te sientes mejor?

Por unos segundos el desconocido no habló, estudiando el lenguaje y tono de sus palabras. Al fin hizo algo y afianzó el agarre del cuchillo, delatando sin escrúpulos ni amabilidad la molestia que le causaba su despreocupación. Matt sonrió con desenfado, nervioso por la situación.

—Ey, ey, tranquilo. Yo no muerdo —bromeó.

—No eres lo bastante inteligente para temerme como deberías temerme.

Y Matt pensó que era cierto, que esto de ser buen samaritano apestaba y que el tiro efectivamente le había salido por la culata.

 

 

 

 


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