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Moneda de cuatro caras. por contrateMCarey

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Era un lunes siete de septiembre y Ariel se encontraba solo en casa, ya había transcurrido un mes desde la visita de su hermana. Cualquiera que viera su imagen actual habría pensado que Ariel había entregado su vida completa para dedicarse al culto de Belfegor, el alcohol había vencido su energía dos horas atrás al grado de quedarse dormido a la mitad de una partida en su videojuego, su gato, el cual había comprado con el dinero de la devolución de las reservaciones canceladas, se acurrucó entre sus piernas y comenzó a ronronear, la televisión se había apagado automáticamente tras tanto tiempo de inactividad y en su casa había un enorme desastre, escaseaban los trastos limpios, el piso había formado costras de mugre tras tanto tiempo de no ser lavado, su ropa comenzaba a oler a sudor y había optado por comprar comida rápida en lugar de hacerla por él mismo, lo único limpió en esa casa era su mascota.

Ya había pasado más de un mes tras su separación de César, su último rastro de fortaleza lo había abandonado cuando su hermana se fue, durante todo ese tiempo siguió llorando como se lo había recomendado Isabel pero se dejó llevar por el sentimiento y cayó en una fuerte depresión, comenzó a fallar en el trabajo, prefería no hablar con sus amigos, sólo pasaba las tardes enteras jugando frente a su televisor y bebiendo licor, su apariencia se deformó por completo gracias a la falta de descanso pues sus sueños continuos con César le habían generado una fobia a dormir por lo que sólo descansaba cuando la combinación de ebriedad y somnolencia lo vencían, su barba atractiva había transmutado a una de vagabundo, sólo había modificado una costumbre y era que ya no dormía con las luces apagadas, ni él mismo sabía por qué pero no las apagaba más.

Mientras dormía gracias al somnífero embriagante una tormenta comenzó a ocurrir en las calles, la lluvia comenzó a caer desmedidamente y los relámpagos se liberaron como si del apocalipsis se tratara,  en su casa se podía respirar la putrefacción pero sobre todo el sentimiento de soledad.

Un fuerte rayo fue el origen de un trueno cuyo estruendo despertó a Ariel de un golpe, el ruido fue colosalmente aterrador pero la resaca le impedía ser consciente de ello. Levantó la cabeza estando aún somnoliento, notó algo extraño en el ambiente pero no le prestó importancia, aún con la mente confundida sintió la respiración de su gato entre sus piernas e intentó mirarlo.

—Con que haciendo travesuras ¿No es así amigo? —dijo a su gato.

Consultó la pantalla de su celular para ver la hora, recién eran las ocho de la noche. Se levantó de la cama y vio por la ventana de su recámara, la falta de noción de su ambiente le hizo ignorar que estuvo recargado sobre el alfeizar durante más de media hora hasta que su conocimiento comenzó a volver y de repente lo invadió una sensación injustificable de miedo, ahora notaba lo extraño en su casa, las luces estaban apagadas, pero no únicamente su departamento era el único sin servicio eléctrico, nadie en su edificio gozaba de él, concluyó que seguramente la tormenta había averiado todo. Pasaron diez minutos y él no despegó la vista de su ventana pues era la única imagen que no llenaba su rostro de sudor, la tormenta se fue desvaneciendo en ese lapso de tiempo pero la luz no volvía, no hubo ningún rastro de movimiento en su departamento como todos los días pero esa quietud duró hasta que su gato bufó fuertemente y saltó de su cama, esto asustó a Ariel quien se vio forzado a voltear para ver al animal saliendo bufando de la habitación en persecución de algo, sabía que debía seguirlo para evitar que rompiera algún mueble o trasto, intentó alcanzarle en la sala pero no lo encontró, parecía como si el gato se hubiese esfumado en la obscuridad.

Al no encontrar a su mascota Ariel recordó que en su alacena guardaba una lámpara con baterías recargables, eso calmaría sus nervios y le ayudaría a encontrar a su mascota, fue hacia su cocina y buscó en ella, no le tomó importancia al hecho de que no demoró más de quince segundos buscándola porque ya no había demasiada despensa, entonces caminó de vuelta a su sala para continuar con la búsqueda de su mascota, la encendió, apuntó con la luz en todas direcciones pero siguió sin obtener resultados.

—Firulais, amigo ¿Estás ahí? —preguntó a toda esa obscuridad, pero no se escuchó ni el menor ruido.

Ariel siempre apelaba a la razón, era plenamente consciente de que su miedo a la obscuridad no se lo debía a la ilógica idea de que alguna presencia paranormal pudiera habitar su casa, pero aún así desconocía la causa por la que sus ojos contenían el llanto en medio de las penumbras, y el hecho de que su gato no lo acompañara sólo acentuaba su temor, no obstante entendió la causa de sus inquietudes al volver la luz.

La electricidad finalmente se restauró e iluminó todo el departamento de Ariel, quien al verlo sintió su corazón estrujarse y comprendió la razón por la cual no se atrevía a apagar las luces durante la noche, en su interior había un miedo mucho más profundo, aterrador y difícil de enfrentar que el profesado hacia entes paranormales, el miedo a enfrentar una pérdida. Cuando vio todo el panorama iluminado apreció mucho más gráficamente la suciedad de su casa, entendió que a él le gustaba conservar la luz de su vivienda siempre funcionando porque de ese modo no notaba el cambio que su vida había sufrido desde la partida de César, el piso lleno de suciedad, la cucaracha sobre su estufa, sus sillones manchados de salsas y los botes de basura a desbordar, esos detalles que habían estado ahí unas horas antes de que perdiera la razón por el alcohol de repente le parecieron repugnantes.

Cuando tú ves a una persona diariamente difícilmente notarás si cambia, no percibirás si se vuelve más alta, si su cabello crece o si algo es diferente porque la tienes en tu entorno todos los días, dejando las luces encendidas él intentaba maquillar que la partida de César lo había afectado pues el ver todo el tiempo su casa iluminada lo despistaba de todo lo demás, el problema con el maquillaje es que cuando se lava las personas tienden a cambiar radicalmente, y ese apagón era el desmaquillante de su ilusón.

Su gato reapareció saltando desde detrás de un sofá cargando un ratón en su hocico, el ratón aún chillaba de dolor, seguía con vida atrapado en los colmillos de su depredador.

—Amigo ¿Tenías hambre? —dijo Ariel al gato viéndolo tristemente, al examinar a su mascota miró algo pegado en su pata, era una hoja la cual estaba atorada en sus garras, la tomó con cuidado y la observó, sus lágrimas fluyeron una vez más al apreciar la imagen y recordar su historia, era la foto que él y César se habían tomado juntos tras celebrar su segundo aniversario en una feria ambulante, aquella noche César le había jurado que él siempre sería el único.

Aquel día ambos pernoctaron en un buen hotel con cuenta compartida, la suite en la que durmieron era una de las mejores que puedes encontrar en un hotel ubicado en medio de una ciudad en donde nada es interesante, contaba con un simple jacuzzi y servicio a la habitación, pero daba igual porque después de una noche de apasionado sexo Ariel le diría a César que por fin podrían vivir juntos.

Ariel tuvo el impulso de masturbarse sólo de recordar la pasión, las mordidas, las felaciones y el suave pero apretado interior del ano de César, a su vez le acompañaron ganas de llorar. El gato no dejó de mirarle en ningún momento, era como si pudiese leer sus emociones pero Ariel no lo notaba,  dejó al ratón casi inconsciente en el piso, se abalanzó sobre su amo y con el hocico arrebató la foto de las manos de su dueño quien comenzó a perseguirlo intentado recuperarla.

—¡Devuélveme eso Firulais!

Firulais se adelantó en la persecución y corrió velozmente de vuelta a la recámara de su amo, se montó en su arenero y comenzó a destazar la foto con las garras, Ariel lo alcanzó e intentó arrebatársela pero sólo ayudó a su gato a romperla, logrando arrancarle sólo un pequeño pedazo de la misma, cuando estaba dispuesto a tomar los trozos del arenero Firulais se sentó sobre el pedazo de papel ya destrozado y liberó sus orines sobre ella.

La rabia comenzó a surgir en Ariel quien se acercó hacia él con una mirada amenazante, la mirada del gato revelaba que él sabía que estaban por castigarlo, pero sin miedo devolvió la mirada a su dueño y comenzó a bufar.

—Tú ¿Cómo pudiste hacer eso? Esto no se va a quedar así —amenazó Ariel dispuesto a tomarlo para castigarlo.

Cuando intentó tomar al gato por la piel del pescuezo éste saltó y corrió, Ariel le persiguió continuando la persecución en él en el lavabo de la cocina.

—Ahora sí eres mío —amenazó nuevamente, se abalanzó sobre su gato quien lo esquivó con un salto dirigido a las cortinas de la ventana de la cocina en donde clavo sus veinte filosas garras.

Ariel intentó quitar las garras de su gato de las cortinas, pero cada vez que lograba arrancar una pata el gato re-insertaba con fuerza las otras tres, entendió rápidamente que no lograría nunca apartar a su gato si seguía intentando lo mismo así que decidió jalarlo aunque las cortinas se cayeran, de un fuerte tirón que incluso hizo maullar de dolor al felino las cortinas se desprendieron de la ventana. Con el animal finalmente entre sus brazos Ariel estaba por reprender verbalmente al gato pero familiares risas de niños le detuvieron, dichas carcajadas lo llamaron a través de su ventana tentándolo para mirar el exterior, echar un vistazo a su calle no era nada nuevo para él pero llevaba bastante tiempo sin hacerlo a través de la ventanada de su cocina pues las cortinas que colgaban de esa ventana las había comprado César, no pudo evitar sentirse diferente al ver su cocina sin ellas.

En la calle se encontraban cuatro niños del edificio jugando futbol, al parecer ya se habían repuesto del apagón, los infantes solían salir a jugar un par de veces a la semana, en algunas ocasiones él y César veían esos partidos callejeros y hacían apuestas, toda la imagen le recordaba a César en algún aspecto, hasta que percibió una peculiaridad, desde la esquina podía ver a la señora Rocío aproximándose sola, aquello era más raro que encontrar una rosa verde pues siempre iba acompañada del señor José, su esposo, con quien Ariel se encontraba en la lavandería del edificio los jueves de cada semana, la inquietud se avivó en su interior al verla caminando sola en la calle, la señora de cabellera platinada, delgada y de baja estatura le saludó dulcemente por la ventana y entró al edificio. Una premoción inefable lo recorrió, como si un sistema de emergencia resurgiera en su interior, sabía que no podría calmar su inquietud a menos que abandonara su hogar por lo que bajó a su gato y decidió salir a la calle, en donde abordó a los cuatro niños.

—Niños, perdonen—interrumpió Ariel.

—¡Vaya! ¡Don Ariel! Hace un chorro que no salía de su departamento que creímos que ya no vivía ahí —respondió el más alto de los niños.

—No me digas Don, apenas tengo veintiún años —respondió Ariel algo ofendido.

—Perdone.

—No te preocupes, pero de casualidad ¿No saben por qué doña Rocío está sola?

—Su esposo falleció hace casi dos semanas señor ¿Qué no supo? —respondió el menor de los niños.

—No, no sabía ¿Qué ocurrió?

—Mi mamá me dijo que de repente el señor dejó de respirar mientras estaba en la lavandería el jueves de hace dos semanas, la portera lo encontró y llamó a la ambulancia, se lo llevaron al hospital pero mi mamá dice que ya no pudieron hacer nada porque ya llevaba mucho tiempo así —continuó el niño más gordito de los cuatro.

—Sí señor ¿Qué no escuchó la ambulancia? —preguntó el último niño característico por siempre portar lentes.

—La verdad no, creo que yo…

El corazón de Ariel se detuvo cuando recordó lo que estaba haciendo aquella fecha, el señor había muerto el día en el que regularmente ellos dos se encontraban, él habría podido hacer algo si hubiera estado ahí pero estaba noqueado por la botella entera de whiskey que había bebido una noche antes, tal vez por eso no se había dado cuenta de nada, recordó que aquel jueves estuvo todo el día dormido debido a las continuas migrañas que la fuerte resaca del miércoles, su estado etílico no le dejó escuchar las sirenas ni el alboroto de la vecindad.

Entonces la culpa lo inundó, en su sistema nervioso un proceso simbiótico comenzó a ocurrir, toda nostalgia por César fue devorada por la culpa que recién descubría en su interior y convivían armónicamente. Entró corriendo nuevamente al edificio dejando a los niños creyendo que era un loco, su departamento se encontraba apenas en el primer piso y el de la pobre señora Rocío en el cuarto, corrió por las escaleras tan rápido como pudo hasta que se encontró frente a la puerta y tocó el timbre, el cual fue respondido por la señora quien abrió la puerta unos segundos después.

—Arielcito ¿Qué haces aquí? —preguntó la señora Rocío sorprendida por su visita sorpresa.

—Señora, fue mi culpa, perdone, fui yo el que no estuvo ahí —respondió Ariel sin notar que el llanto fluía por sus mejillas.

—¿De qué hablas hijo? ¿Estás bien? Hueles a alcohol.

—Perdón señora, si yo hubiera estado ese jueves yo podría haber salvado a su marido —replicó Ariel con las lágrimas en flujo continuo.

—No digas esas cosas hijo, pásate mejor, déjame prepararte algo de comer que no te ves muy bien —dijo la señora Rocío con una mirada perpetuamente indulgente.

—Pero yo…

—No digas nada —interrumpió la señora—, si quieres hablar entonces entra y ponte cómodo, hay que hacerlo calmados.

Ariel entró al departamento, la señora Rocío le hizo tomar asiento en su humilde sala en la que en medio se postraba una mesa de té, le pidió que se pusiera cómodo. La venerable mujer hirvió agua en una olla y disolvió café de grano en ella, fueron los trece minutos más largos en el día para Ariel, la señora Rocío vertió el producto final en una tetera y lo repartió en dos tazas, de su alacena tomó una vieja  caja de galletas y las llevo a la mesa en donde le extendió la taza de café a Ariel quien la recibió mostrando desconsuelo.

—Ahora sí hijo, dime ¿Por qué has venido así tan de repente?

—Perdone si la asusté señora, es sólo que apenas los niños me contaron lo que sucedió con su marido, tal vez parezca raro pero en verdad no sabía lo que había ocurrido  y al darme cuenta de que todo pasó el día en el que él y yo regularmente nos encontrábamos en la lavandería no pude evitar sentirme culpable así que quise venir a disculparme por no estar ahí —respondió Ariel con más calma, sintió el equivalente a un pinchazo de aguja en su cráneo, su resaca pronto comenzaría a causar estragos.

—Pero no tienes por qué sentirte así, no es tu culpa ¿Sabes? José el día de su partida me dijo que tenía muchas ganas de verte pues se le hacía raro no encontrarte como todos los jueves, incluso en sus últimos días él te vio como un buen hombre, si viviera estoy segura de que él no te culparía de su muerte.

—¿En serio él creía eso de mí? —preguntó Ariel sorprendido.

—Claro, a veces le decía que hasta se preocupaba más por ti que por nuestro propio hijo,  ¡Ay Arielcito! —la señora hizo una pausa y con una mirada nostálgica tomó una bocanada de aire y dio un suspiro el cual dio a la habitación un olor a memorias—, mi esposo, aquel hombre estaba preocupado por ti y seguro se fue con esa preocupación.

—¿Por mí?

—¡Claro hijo! ¿O a poco crees que no nos dimos cuenta de que de repente ya no salías ni se te veía hacer tus cosas de siempre?

—No, no sabía que el señor me tenía esa estima, o que me espiaba así —aún por los residuos de alcohol Ariel no podía controlar bien sus palabras, al escuchar su respuesta creó que la señora Rocío se ofendería pero en su lugar sólo sonró cálidamente.

—Él te quería mucho Ariel, te veía como si fueras nuestro hijo, y por cierto ¿Qué te pasó?

—¿De qué habla señora?

—No finjas por favor que no se te da bien, bien sabes de lo que hablo, de repente vienes a mi casa con ropa sucia y oliendo a alcohol, este no eres tú, tú siempre salías de tu casa apestando el edificio a colonia y con tu ropa bien planchada.

—Es que he tenido muchas situaciones señora.

—Es por tu novio ¿Verdad? —Ariel bebía de su taza de té cuando la señora Rocío le hizo esa pregunta, sintió algo de impresión por lo que unas gotas del líquido escaparon de sus labios derramándose sobre su suéter.

—¿Ustedes lo sabían? —preguntó Ariel impresionado.

—¡Ay hijo! A mono viejo no se le hace morisqueta, él fue quien se dio cuenta, siempre fue todo un rebelde, durante nuestra juventud siempre se la pasó apoyando jotos a diestra y siniestra, incluso yo llegué a creer que era uno, sin ofender hijo.

—No, no se preocupe.

—Yo nunca he terminado de entenderlos, no estoy ni a favor ni en contra pero mi viejo bien que les echaba porras, yo lo conocí en una vecindad en la que vivíamos hace muchos años, se la pasaba defendiendo y creyendo cosas en las que nadie solíamos creer en esa época, gays, aborto, trataba bien a las mujeres, todos creíamos que era bien maricón, ya después de rato juntos y de conocerlo me enteré de que su hermano había sido puñal y muy joven se lo había llevado la calaca por el virus ese del sida, desde entonces siempre ha apoyado a los gays como se les llama ahora, por todas esas cosas él estaba preocupado por ti.

—¿Por mí?

—Claro, él fue quien notó tu cambio ¿Te separaste de ese muchacho? Ya no lo he visto desde hace mucho tiempo —preguntó la señora Rocío terminando su taza de café, la cual resurtió mientras esperaba su respuesta.

—Sí, así es.

—¿Por qué mijo?

—Pues verá señora, él me engañó, yo confiaba en él, lo amaba demasiado, era mi todo y de repente me enteré de que él no veía nuestro compromiso del mismo modo en que yo lo hacía y tuvimos que terminar. —respondió Ariel mostrando la más profunda de las decepciones en su semblante, la señora Rocío notó su tristeza y no pudo evitar opinar.

—Pues estás bien pendejo si dejas que eso te tumbe de este modo mijo —dijo la señora Rocío, logrando transformar la mirada triste de Ariel en una de desconcierto—, tú estás guapo, joven, tienes toda tu vida por delante y tantas oportunidades ¿Y tiras todo por un tipejo? Eso es estar estúpido mijo.

—Bueno señora yo…

—Señora mi cola, no pongas pretextos, deja la depresión para mí que ya soy una señora mayor que ya está a tres horas de petatearse y ver a su viejo de nuevo en el más allá ¿Pero tú chillando a esta edad? Me cae que vamos de mal en peor.

—Es que eso no lo entiendo señora ¿Cómo es que usted no está triste si perdió a alguien tan importante? Su marido siempre hablaba maravillas suyas, estoy seguro de que ambos se querían, debió dolerle.

—Pues sí mijo pero… —respondió la señora fijando su vista en él con una mirada que le transmitió mucha tranquilidad—…mira, yo no sé cómo le digas tú, yo lo llamo dios, hay quienes lo llaman Buda, otros karma, otros llaman a la parca y otros a San Juditas pero yo desde chiquilla he creído que en la vida todos reciben lo que se merecen y en el tiempo debido, creo que en la voluntad de dios a mi marido ya le tocaba y seguramente por eso dios no te puso ese día en la lavandería, por eso no te culpo, si no estuviste ahí es porque a mi viejo ya le tocaba y cuando te toca pues te toca y yo no puedo hacer nada más que darle gracias a dios por seguirme dando lo que me da y nada, a seguirle adelante, todo pasa por algo, pero por eso me encabrona ver a muchachitos de tu edad sufriendo por amor, afuera hay un mundo de oportunidades y no importa si te gusta el chorizo o los cocos, a tu edad todo eso se debe aprovechar pero si desde ahorita ya te estás tirando pues vale pa’ pura madre, si dios te quitó a esa persona de tu vida es porque te hacía daño, afuera hay más personas hijo pero incluso si esto no te convence dime ¿A tu mamá le gustaría verte así?

—¿Mi mamá? —preguntó Ariel sorprendido, como si desenterraran un tema delicado desde lo más profundo cementerio interno.

—Sí ¿Tú crees que a ella le gustaría verte mal la próxima vez que se vean?

—Bueno señora, ella murió a los doce años —respondió Ariel, su rostro no mostró ninguna especie de emoción, lo único que pudo apreciar la señora Rocío fue como éste palideció al responder.

—Perdón, no debí preguntarte.

—No señora, todo lo contrario, creo que usted tiene razón, antes de morir ella y papá peleaban demasiado, esas discusiones estuvieron ahí desde que cumplía ocho años. Mi papá engañaba a mamá con las secretarias a las que él administraba y mamá lo supo durante mucho tiempo pero no fue hasta que mi papá metió a una mujer a la casa a escondidas de mi hermana y mío que ella reclamó, durante los últimos cuatro años de su vida ella vivió en medio de constantes peleas y gritos terribles pero jamás logró que mi papá cambiara, quiero suponer que era por su enojo pero después de las peleas nos ignoraba por completo a mi hermana y a mí, sólo vivía encerrada en su habitación discutiendo con papá después del trabajo o en constantes visitas a chamanes quienes le prometían alejar a mi papá de las demás mujeres pero evidentemente sólo la estafaban, durante esos cuatro años mi hermana y yo pasamos de odiarnos a ser sumamente unidos, ambos nos teníamos que cocinar, lavar la ropa, planchar y ocuparnos de la casa ya que casi todo el día estábamos solos, durante esos cuatro años las ocasiones en las que recibíamos un abrazo o un buen cumplido fueron nulas, de repente todo cambió, mi mamá llevaba bastante tiempo sintiendo fuertes dolores abdominales pero sus peleas con papá y su obsesión por conservarlo la inhibían de ir al médico, lo que pudo haber sido una simple diverticulitis evolucionó hasta perforar su intestino gravemente, los médicos no pudieron hacer mucho al recibirla, fue un milagro que aguantara tres días viva pero la razón por la que no odio a mi madre es porque nunca olvidaré la última vez que la vi viva, estábamos mi padre, mi hermana y yo, ella pidió a mi papá que se fuera y cuando estuvimos a solas sus ojos desbordaron lágrimas, nos pidió perdón y al día siguiente murió, por alguna razón esos simples momentos me hacen perdonarle todo el tiempo que nos falló —Ariel no lo había notado pero la señora Rocío sí, mientras contaba su historia su semblante se transformó de uno pálido y sin vida a uno lleno de lágrimas pero colorido, su corazón hacía eclosionar al capullo de su dolor en un nuevo ser de liberación, una lágrima cayó en su taza de café y fue así como notó su llanto—. Perdone si la abrumé señora, no sé de dónde salió eso.

—No te pongas así, si sabes que ella te quiso mucho entonces aún con más razón deberías pensar ¿A ella le gustaría verte así si aún viviera?

—No lo sé, yo…

—Claro que lo sabes, puede que tu mamá estuviera más obsesionada con un hombre que con sus propios hijos pero eso pasa cuando crees que tienes la vida comprada, te preocupas por cosas que son estúpidas pero cuando vio a su vida comprometida entonces apreció a lo más lindo que la vida nos da a las mamás, nuestros hijos, te puedo asegurar que en sus últimos momentos se arrepintió por haber gastado tanto tiempo en su pareja en lugar de hacerlo en sus hijos y por eso se despidió de ustedes así, es por eso que estoy segura de que a ella no le gustaría verte así, no querría ver que tú estás haciendo lo mismo que ella, estás aferrado a un hombre sin alguna razón pero si mueres mañana ¿Él sería lo más importante?

Entonces Ariel comprendió todo, ahora podía ver panorámicamente por qué la partida de su expareja lo había afectado de ese modo, todo lo había observado en su madre, pero en lugar de sumergirse en trabajo y magia él había decidido sumergirse en alcohol. A diferencia de la conversación con su hermana, hablar con la señora Rocío calmaba a Ariel, por alguna razón había encontrado la verdad en las canas y el dulce mirar de los ojos rodeados por arrugas llenas de experiencia de aquella sabia anciana, se sintió torpe y desnudo ante las palabras llenas de razón de aquella mujer, simultáneamente comprendió lo que su hermana había intentado decirle en su visita, ella no quería que su hermano se dedicara sólo a llorar para ser como era antes, quería que llorara como antes para que al desahogarse retomara sus actividades lleno de entusiasmo y optimismo como solía hacerlo en el pasado, de su interior floreció una necesidad por recordar cómo era ser responsablemente libre y explorar el mundo. La conversación con la señora Rocío se extendió varias horas más estando llena de aprendizajes y cosas que Ariel jamás esperó encontrar, la hora de la despedida se dio a las doce de la noche cuando ambos miraron el reloj después de una satisfactoria plática.

—Gracias señora, me ha hecho sentir mejor estar con usted —agradeció Ariel a la señora Rocío.

—No hay de qué hijo y ya no se me agüite que aquí nadie murió por culpa de nadie, sólo dios sabe por qué hace las cosas por más crueles que parezcan, mejor ándese a bañarse y póngaseme ropa limpia que anda muy apestoso.

—Sí señora, muchas gracias.

Ambos se despidieron con un abrazo. Ariel bajó hacia su departamento y en el camino volvió a ser consciente de su propio olor, el cuál era totalmente desagradable, se avergonzó al imaginarse que la señora Rocío había aguantado eso durante toda la conversación. Al abrir la puerta de su hogar vio en el piso de su sala a un ratón ahora muerto y a su gato persiguiendo cucarachas sobre la estufa, comprendió todo cuando el gato interrumpió su matanza para acercarse a él y ronronear entre sus piernas.

—Ahora entiendo, me querías mostrar que la casa está tan asquerosa que ahora hay otros animales además de ti ¿Verdad? —preguntó Ariel mientras acariciaba a su gato.

—¡Meow! —replicó la mascota.

—Pues eso se acabó, ahora mismo me pongo a limpiar, aunque tengo algo de hambre ¿Tú no Firulais?

—Meow.

—Ahora que recuerdo, el restaurante en el que trabajaba da servicio veinticuatro horas, creo que iré ahí ¿Qué dices?

—Meow —concluyó el gato.

Notas finales:

Hace unas horas actualicé con un capítulo sumamente breve el cual es el preludio de dos capítulos que voy a dedicar a cada uno de los protagonistas por separado, espero no me odien por eso. En este caso empecé con Ariel que era el que más ganas me daba por desarrollar pues parece un niño que siempre tuvo todo fácil y en la mano.


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