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Moneda de cuatro caras. por contrateMCarey

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Durante su primera semana viviendo por su cuenta Dante se sintió diferente, le desbordaba una felicidad mucho más grande de la que podría haber recordado y los retos de todos los días por alguna razón lo motivaban aún más de lo que lo cansaban.

Ahora su vida había dado todo un giro. Su cuarto de habitación era pequeño en comparación a la casa que él había abandonado, pero se sentía mucho más grande porque en ella podía pasearse con libertad sin miedo a tocar algo, incluso aquella modesta televisión que había comprado tras instalarse con sus compañeros de departamento lucía mucho más cálida que la plana caja de metal con sonido surround que Bernardo poseía, ahora su vida intentaba retomar su rumbo pero también lidiaba todos los días con los efectos colaterales que le había dejado su relación con Bernardo.

Le daba miedo tocar los trastos de las personas con las que vivía por lo que comía en platos de unicel, temía a que se le recriminara si alguna de las habitaciones de la casa estaba sucia o desordenada, su corazón seguía palpitando sin razón cuando en la noche volvían sus arrendadores y escuchaba el motor de su automóvil, un miedo electrizante recorría su piel cada vez que aquella puerta sonaba y en sueños Bernardo entraba por ella, lo golpeaba reclamándole el haberlo abandonado y lo llevaba de nuevo con él, pero los miedos valían la pena cuando al despertar cada mañana observaba el amanecer, cada día era diferente.

Su mayor problema en un inicio fue su nuevo trabajo. Para él no fue fácil comenzar a laborar en McDonald’s, al entrar en esa cadena tan controversial de comida rápida su experiencia le desmintió muchos mitos al respecto, sus jefes eran bastante amables y no maltrataban a nadie como se rumoraba en algunos lados, la carne procedía de lugares seguros y todo se preparaba estanado regulado por estrictos estándares de calidad, pero eso era lo único bueno que él encontraba de trabajar ahí, debido a todo el tiempo que había permanecido aislado en casa de Bernardo al intentar integrarse en un círculo laboral realizó que había olvidado cómo interactuar con otras personas que no fueran su expareja. En su trabajo a nadie le interesaba el cine de Harvey Weinstein, las canciones de Takanashi Yasuharu ni el legado de Judy Garland, en su primera semana eso ocasionó algunos conflictos con sus compañeros de trabajo pues las personas lo tacharon por ser demasiado pretencioso para trabajar en un McDonald’s, nadie conocía su historia, pero conforme fue tratándolos comenzó a recordar a su antiguo yo, un joven normal sin pretensiones que era perfectamente capaz de relacionarse con la gente normal y hablar de banalidades sin sentirse incómodo al respecto.

Aún así el resto de los aspectos que él consideraba negativos en el restaurante lo continuaban aquejando, le era difícil haber pasado de ser un prisionero con dinero a una persona libre que tenía que atender a clientes altaneros, algunos bromistas y otros tantos idiotas, niños gritones, malcriados o torpes y siempre añadía que debido a los estereotipos que rodean a las personas que laboran en la cadena le daba demasiada vergüenza el laborar ahí, pues no importaba que fuera un joven que había sido maltratado tres años y cuyo único sueño era terminar sus estudios para poder dedicarse a lo que amaba, la gente pensaría que sólo era una persona sin demasiado futuro por trabajar en McDonald’s.

Una mañana de lunes Dante se sintió extraño al despertar, no había un motivo aparente, notó que su corazón se sentía a estrujar y sus palpitaciones salían de  su ritmo normal, cada poro de su cuerpo sudaba cubriéndolo en una envolvente sensación inefable la cual él intentaba explicar como culpa fusionada con tristeza.

Dante no tenía problemas con las emociones consideradas negativas, en realidad a lo largo de su joven vida él era de los pocos que sabía apreciar cómo es que éstas te ayudan a  desarrollarte como persona, pero le extrañaba sentirse así ese día, la emoción era totalmente injustificada, él esperaba sentirse totalmente feliz al abrir los ojos pues visitaría su bachillerato después de tantos años y finalmente le informarían si el comité escolar había aprobado su solicitud para retomar sus estudios. Eran las nueve de la mañana, tendría que darse prisa pues su cita en la escuela era a las doce y después de ello tendría que encontrarse con Emilio, el primer amigo que hacía en tres años.

Tomó una ducha, limpió su cara como acostumbraba, jugó un poco en su videojuego antes de vestirse y se dirigió a su escuela. Tras una hora de viaje el ver la imagen de su bachillerato lo invadió de nostalgia, probablemente la emoción con la que había despertado no era más que temor a ver su pasado académico nuevamente de cerca y sentirse estúpido por haber abandonado decenas de oportunidades de diamante por una simple conveniencia dorada, en aquel entonces él sólo era un chico que soñaba con estar rodeado de lujos y nunca más tener que preocuparse por el dinero, así que abandonó todo en cuando vio una oportunidad en Bernardo, no obstante fue su misma ambición la que se turnó en su contra y le demostró que una vida así no era tan perfecta como lo que él pensaba.

Tal vez el sentimiento con el que había despertado no era más que uno de los miedos más terribles que la mayoría de las personas no enfrenta, el miedo a reconocer que nos equivocamos y aceptar que las consecuencias de esa equivocación no son culpa de nadie más que de nosotros mismos, y por alguna razón irónica mientras más grande es la magnitud de las consecuencias más difícil es admitir nuestros errores. Decidió no pensar demasiado en ello, él solía hacer estupideces cuando divagaba demasiado por lo que se encaminó de nuevo.

Se presentó en el cubículo donde su respuesta le esperaba, tocó la puerta y espero durante medio minuto, el hombre encargado de comunicar los resultados le abrió y para su sorpresa aquel hombre era un profesor muy antiguo con quien había logrado congeniar en el pasado, el señor Cid Villalobos, aquella persona que le había enseñado todo lo que sabía de química.

—¡Profesor Villalobos, qué gusto verlo! —saludó Dante con gusto al llevarse tal sorpresa.

— ¿Joven Misterios? ¿En serio es usted? No esperaba verlo después de tantos años, un gusto saber de nuevo de usted —replicó su profesor.

—¡Claro que soy yo! Incluso la pregunta ofende.

—Es sólo que ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi, ahora usted es más alto y ya es un joven,  me da mucho gusto verlo.

—Igualmente, créame que el gusto es más mío que suyo.

—Dígame Misterios ¿Qué lo trae aquí?

—Verá, vengo a consultar el estado de mi solicitud para retomar mis estudios en el plantel, quiero concluir el semestre que me falta para ingresar a la universidad.

—¡¿Usted no ha egresado?! —preguntó el maestro mostrando un ápice de sorpresa.

—No, no pude por varias razones.

—¿Razones o pretextos?

—Créame, es una extraña mezcla entre ambos.

—Entiendo ¿Me da su número de estudiante?

—Treinta y siete, ochenta, cero nueve.

El profesor Villalobos tecleó un par de cosas en la computadora que yacía recargada sobre el escritorio de su cubículo, dio un par de clics los cuales originaron un nerviosismo que abrió los poros en la de Dante, no podía evitar querer vomitar sólo de pensar en un escenario en el que la institución le impidiera continuar con su bachillerato, su profesor hizo un par de anotaciones en su libreta, vio a Dante con mucha decisión a los ojos y tras compartir una mirada suspicaz prosiguió a informarle el resultado.

—Pues parece que usted podrá seguir estudiando aquí señor Villalobos, el comité aprobó su solicitud, tienes permitido volver en Enero, felicidades.

—¡¿En serio?! —preguntó Dante siendo meramente retórico, pues la emoción no lo dejaba creer lo que escuchaba.

—Sí, y ya esfuércese por terminar ¿Vale?

—¡Claro profesor, gracias! —respondió Dante al borde de derramar llanto de felicidad.

Salió del cubículo y caminó hacia el patio de su escuela, una escuela que durante sus años de adolescencia no brillaba con tanto esplendor como lo hacía ahora, cuyas hojas en los árboles no eran tan verdes ni los rayos de sol condecoraban tan  perfectamente sus monumentos, aquel recinto que ahora despedía el más dulce de los olores desde su cafetería se convertiría en el más grande Baúl de recuerdos que Dante pudiera tener, tal vez habrían sido seis largos años en los que él había cambiado demasiado, pero ahora comprendía que cada instante había valido la pena pues no importaba cuánto tiempo demorara en recorrer un camino si al final podía sonreír tras ver los frutos que producidos, y sonrío al pensar que el mayor de esos frutos era su “Yo” actual.

Abandonó su bachillerato sabiendo que en tres meses se volverían a encontrar, sonrió al alejarse mirando su escuela a través de la ventana del autobús que lo llevaría hacia Emilio y aquella sensación con la que había despertado fue calcinada y purificada gracias a los cancerígenos rayos de sol.

El autobús lo condujo a una plaza ubicada en el centro de la ciudad, un centro bastante abstracto pues rozaba por poco a la zona limítrofe de la ciudad, no obstante esos eran pequeños detalles por los cuales no se preocupaba. En la plaza su amigo y él habían acordado verse a las afueras de la entrada principal, el propósito era comprar ropa para aquel chico quien creía que todos los gays tienen buen gusto, aquel sujeto pronto tendría una cita con una chica a la que llevaba mucho tiempo cortejando y finalmente planeaba declararle su amor.

—Demoraste —comentó Emilio, un chico levemente más bajo que él, poseedor de un bello cabello rubio y ojos café los cuales derretían a muchas mujeres.

—Perdón, vuelvo de la escuela.

—Creí que no estudiabas.

—Y así es, pero hoy me dieron el resultado del comité y parece que pronto volveré a hacer lo que me gusta.

—¿Mamar palo?

—No, bueno, tal vez —replicó Dante con ese lado sarcástico que poco a poco la convivencia con las personas desarrollaba en él—, pero además de eso la escuela es mi más grande pasión.

—Pues yo me voy a graduar en un año y no puedo esperar a que ya todo termine, no entiendo cómo es que a ti te gusta.

—Supongo que siempre fue así, es sólo que, no sé, tú sabes lo que sucedió y terminar el bachillerato para mí sería como emanciparme.

—Maldito joto, te adoro —respondió Emilio—, pero sin ofender ¿Hoy no se trata sobre mí, por qué hablamos de ti?

—Claro, perdón. ¿Por qué no comenzamos a buscar?

Entraron a la tienda, Emilio explicó a Dante que la cita sería en un restaurante bastante elegante y tremendamente popular por ser el lugar predilecto de varias personas para hacer propuestas de matrimonio por lo que no podía vestirse casual como siempre lo hacía. Automáticamente en la mente de Dante se imprimió un conjunto el cual creyó que sería el adecuado para la cita de su amigo, un simple esmoquin con un moño negro bastaría.

Buscaron en la sección formal de entre todos aquellos aparadores hasta que materializaron las ideas de Dante; zapatos negros, pantalón de vestir del mismo color, un cinturón discreto, camisa blanca cómoda, un saco que hiciera juego y el peculiar moño que siempre los acompaña.

—Y ¿Qué tal me veo? —preguntó Emilio a Dante.

—Muy bien, si de por sí traes a muchas tipas pendejas no me imagino como las traerías si te ven así.

—Tampoco babees maldito joto.

—Sabes que no estúpido, pero en serio te queda.

—¿Seguro que está todo en forma?

—Que sí, parece que le vas a proponer matrimonio o algo, cálmate, es sólo una cita.

—Ya sé, es sólo que ella es la indicada —la mirada de Emilio pasó de ser la típica y despreocupada mirada juvenil a una totalmente enternecedora—. Cuando la conocí la traté terriblemente, era una tipa bastante obesa que me pedía  apuntes en la universidad, creía que intentaba coquetearme y por eso tendía rechazarla o ignorarla cuando se me acercaba sus dudas, fueron incontables las veces en las que la mandé con otra persona para que no me molestara a mí, pero pasó todo un año y un día tuvimos que compartir un proyecto, no era nada más que un escrito en el cual teníamos que plantear ideas innovadoras que reconstruirían el tejido social, yo sólo quería terminar rápido y mandarla a la verga pero nunca olvidaré que la primer chispa de gusto nació cuando leí su discurso, su modo de expresar, la manera tan clara de expresarse pero sobre todo, sus ideas igualitarias me dejaron impactado, entonces comprendí que yo no le gustaba  en verdad me buscaba por ayuda, resulta irónico que al descubrir que yo no le gustaba ella comenzara a gustarme pero así fue, el resto es historia pero ahora ella es la única para mí.

Dante escuchó con mucha atención la historia de Emilio y le conmovió profundamente pero dicho relato también había tocado varias cuerdas de melancolía en su corazón, eran cuerdas que conectaban con aquellos recuerdos de su infancia en los que él soñaba con sentirse tal y como su amigo se sentía, no obstante el origen del sentimiento yacía en el hecho de que jamás había logrado ver a alguien de ese modo, no del todo. Emilio notó dicha sensaciones en Dante, como si éstas fueran tan fuertes que el aire las transmitiera.

—Perdón, no debí hablar de esto —retomó Emilio.

—No, no te preocupes, al contrario, estoy feliz por ti.

—Y entonces ¿Por qué esa cara?

—No lo sé, desde la mañana estoy extraño, desperté sintiéndome triste, al recibir la respuesta de mi colegio me sentí a desbordar de alegría y ahora quiero llorar de nuevo, soy como una embarazada bipolar, soy patético, lo sé.

—Pero ¿Por qué quieres llorar?

—No sé, veo tu conjunto y quiero llorar, es estúpido pero no sé de dónde viene esto, es como si lo hubiera visto antes.

—No llores maldita jota —pidió Emilio intentando hacerle reír—. Estoy seguro de que pronto te llegará a ti, y no lo digo sólo por ser genérico.

—¿En serio?

—Te lo juro, tal vez las emociones que sientes no son tristeza ocasionada por algo malo, tal vez tu corazón siente mucha felicidad porque sabe que pronto algo va a cambiar y quiere hacerte llorar de felicidad.

—Eres estúpidamente iluso —contestó Dante reponiéndose y sonriendo.

—No, sólo que espero que pronto seas feliz, no eres mala persona, de hecho creo que en este poco tiempo de conocernos has sido un buen amigo.

—Tal vez pero no creo que las cosas pasen de la nada.

—Obvio nada sale de la nada pero verás que sí pasa algo hoy, es más, hagamos una apuesta. Si hoy ocurre algo nuevo en tu vida tú deberás carrearme en el competitivo de overwatch ¿Vale?

—Eso es aprovecharse ¿Cuándo se ha visto a un diamante y a un oro juntos?

—Por eso es una apuesta cabrón, no mames.

—Vale vale, pero si no pasa nada hoy entonces tú tendrás que pagar mi suscripción el mes que viene ¿Trato?

—Adelante.

Tras terminar con las compras ambos se dirigieron a sus casas, tenían que descansar para el trabajo pues ambos cubrirían  el turno nocturno ese día y era difícil pasarlo sin desmayarte a menos que durmieras una pequeña siesta durante la tarde. De vuelta en casa Dante miró por la ventana, apenas eran las tres de la tarde y su turno empezaba a las diez de la noche, se preguntó si en verdad en el futuro le esperaba una apasionada historia de amor en la cual su final no fuera un ojo morado. “Lo dudo, tal vez sólo son ilusiones, además acabo de salir de una mala relación como para involucrarme en esas cosas, lo mejor será enfocarme en mi trabajo y mi escuela” pensó y se alejó de la ventana para recostarse y dormir.

Despertó una vez más, su reloj marcaba las ocho de la noche, le dio risa pensar que son pocas las ocasiones en las que puedes despertar dos veces en un mismo día, preparó algo de cenar para él y las personas que le compartían su departamento, Dante era un pésimo cocinero y debido a eso siempre hacía cosas sencillas como sincronizadas o emparedados, a veces se sentía culpable por no poder hacer más pero continuamente sus arrendadores le agradecían el gesto. Tras cenar tomó sus cosas y se encaminó a su empleo.

Llegó a aquel empleo en el que era libre de Bernardo pero preso de sus propios juicos, saludó a sus gerentes y compañeros, se cambió de ropa y comenzó a laborar. Los turnos nocturnos eran especialmente pesados, no por la gente pues durante las madrugadas muy pocas personas acudían a McDonald’s para cenar, pero aquellos que lo cubrían se encargaban del mantenimiento del restaurante y esa era la peor parte, limpiar las tuberías, la grasa de las parrillas, las campanas de ventilación, reparas las mesas sillas que rompían los niños, lavar los inodoros, lavar botes de basura, limpiar juegos que los niños habían vomitado e incluso a veces limpiar todo un congelador del tamaño de un departamento durante las noches, todo eso mientras también desempeñaba el papel de cajero en el servicio de automóviles.

Durante todo su turno Dante sólo tuvo cinco órdenes, las primeras cuatro fueron de clientes genéricos que sólo pasaron por alguna orden pequeña, la quinta orden cambió su vida para siempre.

Dante había terminado de ordenar la bodega del restaurante, entonces llegó la cuarta orden, la cobró y se olvidó del cliente, fue entonces cuando Emilio abandonó su labor como cajero de mostrador y se acercó a él.

—Y bien ¿Ya se cumplió mi predicción? —preguntó emocionado.

—No, no se va a cumplir, ya ríndete.

—¡Es tu culpa por no desearlo con fuerza! —reclamó Emilio.

—¿Mía? Pero fuiste tú quien la creó.

—Sí, pero lo hice para darte esperanza ¿O me vas a decir que  no te gustaría que pasara?

—Para nada, es tonto, lo que me pase se va a forjar a base de mis decisiones tal y como ha sido hasta ahora, no por azar.

—Eres sólo parloteo, para mí que…

—Emilio ¿Puedes venir? Necesito una mano con la sub-estación —interrumpió la gerente encargada de turno, a lo que Emilio no puedo hacer otra cosa más que interrumpir su conversación y acudir al llamado.

Dante bajó la guardia mientras más se alejaba Emilio y decidió ser honesto consigo mismo, su amigo tenía razón, en algún profundo lugar de su corazón Dante en verdad quería que una persona llegara y cambiara su visión del mundo, en la nueva era muy pocos son los jóvenes que se enfrentan al maltrato pero él había tomado la decisión de ser uno de ellos, si sus decisiones lo conducían a través de la vida por lo menos esperaba que aunque fuera una vez la suerte golpeara a su ventana y le diera una oportunidad de cambiar el rumbo de su vida.

En su auricular sus pensamientos los interrumpió esa bendita alarma que anuncia la llegada de un auto en los auriculares de Dante.

—Bienvenido al servicio Automac ¿Tomo su orden? —pidió Dante.

Claro, quiero una hamburguesa Angus en paquete grande, mi bebida Fanta y agrega por favor un vaso de patatas.

—¿Sería todo?

Así es

—Claro, cobro en la siguiente ventanilla por favor.

El auto llegó a la ventanilla, Dante la abrió lentamente y en primer instancia se encontró con una mano estirando un billete, mientras más abría la ventanilla esa mano se integraba a un hombro el cual a su vez formaba parte de todo un tronco cuya luz poco a poco iluminó hasta llegar a su rostro, un rostro bastante familiar para Dante, era el rostro de un vago, pero Dante estaba seguro de que lo había visto antes.

—Recibo quinientos pesos—dijo Dante al recibir el billete.

—Claro —respondió el cliente, quien fijó su mirada en Dante. Dante disimuló por completo que no notaba su acción y continuó dándole su cambio.

—Doscientos cinco de cambio, gracias por venir.

—¿Me entregan en la siguiente ventanilla?

—Así es —respondió Dante, el auto de su cliente rugió como señal de que estaba a punto de avanzar, entonces un deseo extraño surgió en Dante—. ¡Espere!

—Sí, dime —preguntó el cliente quien detuvo su motor.

—Yo… no… no importa, siguiente ventanilla le entregan.

Dante se sintió avergonzado por haber detenido al cliente y quedarse mucho a pesar de ello, creía que lo conocía y un deseo en su interior le había animado para hablarle a ese extraño cuyo rostro le era familiar pero su conciencia le había detenido de intentar hablarle. El cliente avanzó y Dante cerró la ventanilla, deseaba terminar sus labores de esa noche para distraerse de todo su torrente de emociones, él solía ser más racional que sentimental, creyó que retomar sus deberes le haría comportarse normal de nuevo pero un claxon en su ventanilla se lo impidió, aquel auto había vuelto.

“Tal vez sólo di mal su cambio” pensó Dante camino a su ventanilla, la abrió de poco a poco y el cliente con una mirada que le hizo conectar comenzó a hablarle.

—Yo también te vi y sentí algo raro, sé que por eso me detuviste. ¿Nos conocemos? Yo me llamo Ariel.


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