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Beautiful Stranger por ChocolatIceCream

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Seijūrō vuelve a casa y se pregunta si el camino desde el portón amurallado hasta la entrada de su casa siempre se ha sentido así de largo, como si no hubiese un final, o como si en lugar de estar yendo a casa estuviese yendo a una especie de sentencia. Tiene un pequeño impulso, que no se esfuerza por reprimir, y mira a través del reflejo en el espejo a su chófer, solo para cerciorarse sobre si es el único sintiéndose así de incómodo. Y, como se teme, es así. El hombre reflejado en el espejo parece tan tranquilo como siempre. Tanto que Seijūrō no comprende entonces de dónde vienen todas estas sensaciones tan extrañas que le aturden.

Cuando llega a la entrada de su casa y Matsumoto, su chófer, abre la puerta para él, Seijūrō espera que todas esas emociones desaparezcan. Y sí, lo hacen, al menos algunas, pero a cambio se alojan otras nuevas. Por primera vez parece ser realmente consciente de lo exageradamente enorme que es su casa, de lo simple y opaca que lucen sus paredes de piedra, de que incluso los grandes ventanales y paredes de cristal no parecen servir de nada si están cubiertas con cortinas chinas –esas que su padre trajo tras su último viaje. Se da cuenta que, a pesar de que esta casa está llena de servidumbre, luce tan silenciosa y siniestra como si no la habitase nadie. Hay un aire helado recorriendo cada rincón y el silencio es tan denso que Seijūrō podría cortarlo con un cuchillo si lo tuviera a la mano.

Él da un paso dentro y a su mente viene la imagen de él entrando a la casa de Kouki. Esa casa más pequeña y pintoresca, no muy distinta a cualquiera otra típica casa oriental. La suya sin embargo conserva ese toque bohemio y antiguo occidental que su madre amaba, solo que de algún modo ella siempre lograba que este lugar se sintiese menos aterrador. Viene también el momento en que Kouki, con su voz susurrante, apenas un movimiento ligero de su labios, dijo «Estoy en casa», y como había mirado a Seijūrō para que ofreciera sus respetos, todo entusiasmado e insistente. «Perdón por la intromisión» había fingido decir, al final Kouki jamás se daría cuenta de que no había salido sonido alguno de él, confirmación que llegó cuando Kouki sonrió satisfecho.

—Estoy en casa — se atreve a decir, pero nadie responde. Seijūrō admite internamente que hacer eso se siente ridículo y extraño si no se está acostumbrado a ello. Una sonrisa irónica se escapa fugazmente.

Baja la vista a sus zapatos y no, él no tiene la necesidad de cambiarlos por pantuflas como lo hiciese en casa de Kouki. No. Él puede perfectamente andar con sus zapatos de charol hasta llegar a su habitación y decidir si quiere o no cambiarlos por algunos zapatos más cómodos.

Avanza entonces hasta la escalera dispuesto a perderse en su oficina, esa misma que está a un lado de su habitación. En la escalera se encuentra con una de las mucamas y todo lo que ella hace al verlo es dar una ligera inclinación, cuidando no tirar las sábanas en sus manos, y luego desaparece escaleras abajo. Sin decir nada. Sin mirarlo a los ojos.

Seijūrō piensa en cómo el silencio de esta casa se siente distinto al silencio qué hay cuando está con Kouki. No puede evitar compararlo y creer, por un momento, que el silencioso mundo de Kouki es más estruendoso y maravilloso que toda esta tranquilidad innecesaria.

Más tarde ese día tres toques irrumpen su labor de terminar con los deberes de esa semana. Tres toques, como el ha dispuesto, significa que los alimentos están servidos y que su padre le espera en la mesa. Seijūrō cierra los ojos un segundo, presionando sus dedos sobre su sien mientras responde que irá en seguida. Ha sido un tiempo desde que su padre ha estado en casa. Si recuerda bien –y él nunca se equivoca– dos meses exactamente. Ni siquiera le ha avisado que volvería.

Se levanta parsimonioso mientras se deshace de las arrugas inexistentes que su ropa podría tener. Mira el reloj. Son las ocho de la noche, y eso es un poco más extraño que de costumbre. Por lo general su padre no se molesta en cenar con él tan tarde.

Atraviesa los pasillos silenciosos hasta el comedor. Es recibido por la silueta de su padre sentado en su lugar habitual y el olor agridulce de la cena que tomarán esta noche.

Seijūrō saluda por cortesía. Su padre responde por las mismas razones. A la vez que toma lugar, Seijūrō no puede evitar comparar de nuevo toda ésta situación con las costumbres en la familia de Kouki.

En su casa pequeña de colores vibrantes la cocina y la mesa comparten una misma habitación, apenas siendo separadas por una isla hecha de mármol. La madre de Kouki es charladora mientras cocina y no tiene reparo alguno en pedirle a sus invitados que ayuden a poner la mesa. Es una mujer preciosa, Seijūrō admite, con su cabello castaño claro cayendo sobre sus hombros en ondas naturales, sus ojos color miel transmitiendo una mirada dulce y expresiva, además del hoyuelo en su mejilla derecha marcándose apenas sonríe dándole una expresión única a su rostro.

En la casa de Kouki todo se sentía cálido y abrumador, casi nostálgico. Aquí, en este lugar que tiene que llamar hogar, todo se siente ajeno y sin valor.

—Me he enterado que has estado volviendo tarde a casa — es lo primero que su padre dice después de limpiarse con una servilleta las migajas inexistentes de comida en las comisuras de su boca.

Seijūrō baja sus cubiertos e imita a su padre antes de responder.

Sinceramente él podría evitarse la fatiga y ahorrarse sus palabras con la simple acción de ignorarle, o restarle importancia al asunto, pero prefiere responder a su padre, admite, interiormente, qué tal vez solo intenta provocarle.

—Estoy viendo a alguien — es lo que dice con un tono (apropósito) insinuante.

Su padre muestra interés elevando suavemente, tenuemente, apenas un poco, su ceja izquierda. Luego pide a la sirvienta que se mantiene en las puertas que dan a la cocina retire sus platos, una vez la chica a cumplido su cometido, Masaomi, el padre de Seijūrō, coloca los codos sobre la mesa y oculta sus labios tras sus manos unidas. Le da una indescifrable mirada a su hijo.

—¿Viendo a alguien? ¿En qué sentido?

Seijūrō podría aclararle las cosas al hombre frente a él, decirle que no se como la cabeza creando malos entendidos, que no es nada de qué preocuparse. Pero al final concluye que éste hombre no merece, ni tiene derecho, a recibir aclaraciones de parte suya.

—Depende de cómo quieras entenderlo — es su respuesta.

Masaomi da un suspiro discreto, imperceptible. Cuando su mirada vuelve a encontrar la de su primogénito, Seijūrō tiene que reprimir su confusión al ver, en la mirada seria de su padre un sentimiento oculto que nunca ha visto en él.

—Quiero que sepas que te apoyo — eso, además de extraño, es una forma para sacarle un poco más de información sobre el asunto evidentemente. También le confirma a Seijūrō que su padre realmente está entendiendo las cosas erróneamente.

Seijūrō, un poco aturdido por el actuar de pronto extraño de su padre, se pregunta qué pasaría si le dijese a su padre, justo ahora que le mira con cariño y le da palabras alentadoras, algo que esté fuera de sus estándares. Incluso si fuese una mentira, Masaomi no tendría por qué saberlo.

—Es un chico — agrega, y quiere, desea, casi no puede contenerse de sonreír irónicamente ante su descaro.

Masaomi por supuesto arruga el entrecejo, Seijūrō espera que le grite, o que le diga alguna de sus mantras sobre ser un Akashi y lo que para él está o no está permitido. Pero no hay nada.

Por un momento su padre desvía la mirada mientras muerde su labio inferior, como si no supiese la forma correcta de proseguir ahora.

—Entiendo — es todo lo que dice cuando vuelve a mirarle.

Seijūrō quiere decirle que es una mentira, que sí está viendo a alguien, que sí es la razón de sus retrasos, que sí es un chico, pero que no, que no está "viéndole" en el sentido que su padre ha entendido. Que solo son amigos. O algo como eso. Sin embargo el hecho de que su padre no se exalte ni diga nada al respecto sobre un posible interés en un chico lo deja mudo, porque que él sepa, incluso si su padre nunca mostró desagrado a los homosexuales, siempre hablo sobre el linaje Akashi y como Seijūrō debía esforzarse por mejorar y continuar. Casi quiere preguntarle si está loco, si se ha golpeado la cabeza o quién es realmente y dónde está su estricto y déspota padre.

—Deberías permitirme el conocerlo — su voz vuelve a ser monótona y su mirada fría y distante, pero suena sincero. —¿Por qué no le traes aquí uno de estos días?

Seijūrō busca entre sus recuerdos el nombre o el propósito del viaje de su padre, solo para saber si eso ha podido influir en algo con esta actitud tan distinta a la acostumbrada. Pero no hay nada.

—Uno de estos días — responde.

Kouki recarga su oído sobre la tapa del piano. Las vibraciones viajan a través de la madera hasta sus manos y su perfil plasmado en el lugar. No puede percibir el sonido, pero puede imaginarlo al sentirlo, y lo imagina mágico y perfecto.

Recuerda las cosas importantes que Akashi le dijo antes, la última vez que tocó el piano para él y cuando intentó mostrarle la forma correcta de tocarlo. Primero, le dijo que para tocar música no es necesario oírla, sino sentirla. Segundo, que así como no hay luz sin oscuridad, como no hay bondad sin maldad, tampoco es posible la música sin el silencio. Y Kouki lo cree.

Así ha aprendido que la música es vibración, y que solo se necesita dejarse llevar para poder sentirla, para poder vivirla, para poder tocarla. Ha aprendido a percibir que las melodías pueden ser rápidas o lentas, tristes o alegres, suaves o fuertes, y así, mientras imita las notas en la partitura que le ha dejado Akashi, se deja llevar por las vibraciones internas que mezcladas con las producidas por el piano crean el único sonido que él es capaz de percibir, aquel que mejora sus días malos.

No es que haya tenido un día malo en cualquier caso.

No del todo al menos.

Es solo que... él realmente no encuentra una razón lo suficientemente válida como para tener que asistir a esas odiosas citas con consejeros y psicólogos a las que su madre insiste en llevarle. No hay nada en contra de ellos, Kouki respeta su profesión. La mayoría de ellos siempre son buenas personas. Lo que odia es tener que asistir bajo la excusa de que aquello lo hará sentir mejor, solo para salir del lugar sintiéndose mucho más miserable. Eso solo prueba, se dice, que estás haciendo algo mal.

«Es bueno que te permitas conocer a nuevas personas. Es un buen avance. Sin embargo cuando me hablas de esta persona hay algo peculiar en tus gestos. Eres una persona que se expresa mejor de esa manera lo que te hace alguien demasiado transparente. Dime, ¿no piensas que te estás enamorando?»

Así de directo. Por un momento cuando la mujer frente a él dejó de mover sus manos para completar su oración, Kouki se quedó esperando algo más. Pero no hubo nada. Y algo dentro de su interior saltó y dijo Sí. Un millón de veces Sí.

«No podría decirlo.»

«No hay nada de malo con que lo estés. Incluso podría significar que tu ansiedad está mejorando.»

No, usted no entiende. Por favor no diga que no puede haber nada malo. Esto no era, no debía ser una reacción tan extraña de sus emociones. No era tan sencillo, porque "esa" persona apenas y le conocía y él no podía simplemente confundir las cosas de esta manera. Se sentía como traicionar su confianza.

«Intenta llevar las cosas con calma, no tiene porque ser de esa manera, tal vez solo estoy hablando de más. Solo piensa sobre ello e intenta entenderte mejor. No tienes porque tener miedo, Kouki. Oh, Dios, te has puesto pálido. ¿Te asuste?»

¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!

Pero en realidad yo me asustó todo el tiempo, Kouki pensó.

El miedo y la ansiedad bajaron considerablemente al correr de las horas, y desaparecieron por completo cuando se quedó dormido sobre el piano después de haber estado presionando algunas de sus teclas. Lo que fue algo bueno.

Ahora, con Akashi aquí en la misma habitación tocando el piano para él una vez más, aquellas palabras no dejan de reproducirse en su cabeza, haciéndolo enojarse y preocuparse por las posibles respuestas.

No creo estar enamorado, ¿por que diría aquello? En un rincón del lugar, Kouki encogido sobre si mismo comienza a garabatear con rapidez en su libreta. Es estúpido. ¿Por qué habría de desviar la situación hacia allá en primer lugar? Akashi es una buena persona y ha decidido ser mi amigo. Es lo mejor que me ha pasado hasta ahora. No quiero arruinarlo.

Kouki admite que de alguna forma sentirse tan frustrado e irritado ahora es algo por lo cual emocionarse, tomando en cuanto que ha sido un largo tiempo desde que llegó a sentirse de esa manera. Los últimos años había estado demasiado triste como para enfurecerse. Hubo un tiempo en el que estuvo horriblemente furioso con todos. Con su madre que no paraba de decir que todo estaría bien. Con su padre que había comenzado a trabajar más de la cuenta para poder pagar sus gastos. Con su hermano quien no dejaba de ser tan optimista. Furioso por no ser lo suficientemente inteligente, furioso por empezar a olvidar los sonidos sencillos como el correr del agua, furioso por no conocer palabras que en su corta infancia no logró escuchar a tiempo, furioso por no poder ser feliz como los demás niños con su condición.

Al final todo eso se había aglomerado y convertido en una masa gigante de auto desprecio que lo llevó a un estado casi eterno de tristeza.

Es extraño comenzar a sentir otras cosas más allá de eso de nuevo, todo bajo la misma causa, pero se siente bien, Kouki admite, aunque no pueda ser capaz de aceptarlo.

Kouki alza la mirada y encuentra la mirada carmesí de Seijūrō sobre él. Al verlo Kouki siente un poco de culpa y desesperanza.

Él podría odiarme por eso; deja de hablar como si me conocieras, reclama mentalmente a su psicóloga, aunque no es algo que se atreva a expresar.

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El amor según algunos filósofos:

"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas." –Aristóteles.

"Para que el amor sea verdadero, nos debe costar. Nos debe doler. Nos debe vaciar de nosotros mismos" –Madre Teresa de Calcuta.

"Un hombre no aprende a comprender nada, a menos que lo ame." –Johan Wolfgang von Goethe.

"Tu visión se volverá más clara sólo cuando puedas ver dentro de tu corazón" –Carl G. Jung.

"Cuando no tienes amor, le pides a otro que te lo dé. Eres un mendigo. Y el otro te está pidiendo que se lo des a él o ella. Dos mendigos extendiendo sus manos uno al otro y ambos con la esperanza de que el otro tenga amor para dar..." –Osho.


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