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Al fondo por JazzNoire

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On Ice Bar resucitó como el fénix: desde las cenizas de un fuego a punto de extinguirse. Después de dos meses de que Yuuri realizara la asociación con Nikiforov y su mafia, el bar se volvió un completo éxito; en ese poco tiempo superó por mucho la cantidad de clientes que tuvo con su antiguo administrador en sus mejores épocas. Aunque, a decir verdad, el tipo de clientela común que ahora asistía no era precisamente lo que cualquier dueño quisiera ver frecuentando su establecimiento. Toda persona que cruzaba la puerta tenía, como mínimo, un historial delictivo de mayor o menor grado. Y, si acaso no lo tenía, era más preocupante, pues quizá quería decir que tenía la plata suficiente para borrar del registro cada uno de sus crímenes. Víctor y su comitiva de más confianza eran la mejor prueba de ello: tenían un historial tan pulcro que cualquier santo se los envidiaría, aun cuando en sus manos había demasiada sangre y lágrimas derramadas. A Yuuri en realidad no le preocupaba mucho el asunto, le bastaba con que cada cliente pagara su consumo y no provocara disturbios dentro. Si acaso querían pelear o matarse, que lo hicieran fuera, preferiblemente a varios kilómetros de distancia. Tal vez era la presencia de Víctor y el conocimiento de que ese bar formaba parte de sus negocios lo que mantenía la paz en un nivel perfecto, seguramente porque los clientes le tenían cierto respeto y miedo al lugar por eso.

Se podía decir que todo marchaba de maravilla en On Ice Bar, pese a que ni Yuuri ni Phichit tenían experiencia alguna en administración de negocios, siquiera para llevar cuentas básicas, por lo que, a sugerencia de Víctor, contrataron a la misma persona que se hacía cargo de otros negocios suyos: Yakov Feltsma. Phichit nunca confió en esa decisión, se imaginaba que les veían la cara y tomaban más dinero del correspondiente, mismo que seguramente utilizaban en negocios más turbios; pero, por su parte, Yuuri estaba complacido con no tener que preocuparse por un tema que no sabía cómo manejar. Además, cada semana sin falta, aparecía en su cuenta bancaria (misma que Yakov abrió para él) una cantidad de efectivo que cada vez rebasa por mucho sus expectativas. El dinero ganado en el primer mes era casi el triple de lo que logró en todo el tiempo que trabajó para Celestino. Solo se preocupaba porque Phichit recibiera la misma cantidad de pago que la suya, aunque Yakov insistía que, como era el dueño oficial del bar, su abono debía ser mayor. Si al final Víctor se hacía con más dinero del que le correspondía, no le importaba y tampoco era como deseara entablar una discusión con el líder de un extracto de la mafia rusa que podría desaparecerlo para siempre en cuestión de minutos. Aunque alguna de sus decisiones anteriores hacía parecer lo contrario, sí apreciaba mucho su vida como para buscar problemas gratuitos.

Tras la apertura del segundo mes, se vieron sobrepasados con la clientela. Yuuri y Phichit habían trabajado solos hasta entonces, como meseros y barman por igual, con la creencia ingenua de que el bar tardaría mucho más tiempo en recuperarse. Pero ahora se daban cuenta de la realidad: era imposible que los dos se hicieran cargo de todo, necesitaban por lo menos un par de terceras manos que los ayudaran para no sentirse tan asfixiados y agotados al final de cada jornada. Víctor estuvo de acuerdo con la idea, aunque no quería involucrar a cualquier persona en el negocio que fuera ajena a lo que ocurría tras líneas en el bar, pues se corría el riesgo de que los delatara, por lo que fue él también el encargado de buscar y contratar al nuevo empleado: alguien llamado Georgi Popovich.

Su historia de cómo llegó hasta Víctor era conmovedora, aunque un poco patética también. Su novia lo había abandonado por un hombre de mayores ingresos, y él, con la seguridad suicida de que no podría vivir sin ella, llegó a la conclusión de que el único trabajo que lo forraría de dinero al instante lo encontraría con la mafia: ya fuera en cuestiones de droga, lavado de dinero, contrabando o incluso sicario; nada importaba si con eso podía recuperar al amor de su vida. Víctor veía en él entusiasmo y lealtad, pero no la sangre fría ni los motivos suficientes para encargarse de trabajos sucios. Por ello, cuando vino la oportunidad del trabajo en el bar, creyó que sería perfecto. Y lo fue. Aunque extraño a veces y con ciertos ataques depresivos cada vez que recordaba a su novia, era un buen trabajador. Parecía contento con el empleo, y no solo se esforzaba por complacer a Víctor en todo momento, sino a Yuuri también, a quien consideraba su jefe directo. Para Katsuki fue demasiado extraño que una persona comenzara a llamarlo “jefe” cuando nadie en la vida lo había hecho antes, pero le fue muy sencillo acostumbrarse a eso, tanto como tomar la batuta de dar órdenes, no solo a Georgi, sino a Phichit también. Ante eso, él usualmente lo miraba con una expresión de extrañeza antes de estallar en risas al creer que su amigo solo bromeaba…   pero Yuuri casi nunca no lo hacía.

***

Era tarde ya. El bar había cerrado para el público en general, pero Víctor mantenía aún una junta con varios miembros de una empresa que originalmente trabajaba para su padre. Tenía el propósito de comprarlos para que se volvieran socios suyos y lo abandonaran. Yuuri y Phichit estaban agotados, su mayor añoranza en ese momento era la mullida cama que les esperaba en casa, pero los cinco hombres reían y no se cansaban de pedir trago tras trago sin intención alguna de irse pronto. En todo ese jolgorio, era Víctor el único quien se mantenía sobrio, su copa de vino apenas si fue tocada por él. Después de todo, era una pésima idea negociar con los sentidos y la razón anestesiados con alcohol, y justamente por eso aprovechaba de la mejor manera la ventaja de que esos hombres no pararan de tomar. Y le había funcionado, los empresarios habían aceptado ya el trato que Víctor les ofreció, por lo que ahora bebían con más entusiasmo para festejar los nuevos beneficios que recibirían con la asociación de Nikiforov hijo.

—Ve a descansar, yo esperaré —comentó Yuuri al notar que Phichit cabeceaba apoyado en la barra—. De todas formas, no es que los dos hagamos falta ya.

Su amigo hubiera protestado, pero era cierto que no tenía las fuerzas suficientes de resistir más. Sentía que en cualquier momento se quedaría dormido de pie o que sucumbiría al cansancio de su cuerpo al este caer inconsciente en el suelo. Aun así, no estaba cómodo con la idea de abandonar a Yuuri, quien seguramente se sentía igual, por eso, como compensación, se ofreció a abrir el bar en la jornada siguiente para que pudiera descansar un par de horas más. Yuuri esbozó una cansada sonrisa, no solo por el agotamiento físico, sino por el mental que el tema le acarreaba.

—Sabes que Víctor no lo permitiría.

No era gratuita esa respuesta, después de todo, Yuuri tenía un trato especial con Víctor que tuvo que aceptar más por protección que otra cosa. Él podía permitir sin problemas que Nikiforov le robase dinero en la cara, pero nunca lo dejaría apropiarse por completo del bar. Por eso, evadió el tema cuando Víctor le pidió un juego de llaves del local para que pudiera utilizar las instalaciones cada vez que le fuera necesario. Yuuri dio largas y excusas todo lo que le fue posible, pero al final tuvo que hablar de frente y dejarle claro que no le daría nada. Aunque agregó, para no despertar con un disparo en la cabeza, que podría llamarlo cada vez que necesitara el bar y él iría de inmediato a abrirlo. Por supuesto, con eso Yuuri se colocó una muy apretada soga al cuello que Víctor jalaba cada día más. No hizo caso omiso a su ofrecimiento, claro está, sino que se estaba aprovechando de él todo lo posible. No solo se volvió usual el que Víctor lo llamara a deshoras de la madrugada, justo cuando Yuuri apenas llegaba a casa tras haber cerrado el bar, sino que lo hacía únicamente porque había "olvidado" algo de suma importancia, para salir minutos después y decirle con la sonrisa más inocente del mundo que acababa de recordar que “eso” estaba en su casa o automóvil. En cada ocasión, a Yuuri se le encendía una vena asesina en la cabeza, pero se calmaba al comprender que todo eso era apropósito, que Víctor jugaba con él y seguro solo buscaba cansarle para que cediera y le diera las llaves. No, Yuuri nunca cedería, y era tal la obstinación de ambos que seguro continuarían con eso para toda la eternidad, pese a que, al final, todo era una tontería innecesaria: Yuuri sabía que si Víctor de verdad deseara apropiarse por completo del bar, lo hubiera hecho ya, para él era tan sencillo como dar una simple orden y pedir que lo desaparecieran del mapa, con el agregado de hacerlo parecer que él mismo había huido de la ciudad por voluntad propia.

Media hora transcurrió después de que Phichit aceptara irse a casa. Yuuri, apoyado en la barra, había cerrado sus ojos solo para “descansar” unos segundos la vista. La realidad era que llevaba varios minutos de esa forma, sumergido en un estado entre la vigilia y el primer sueño. No era capaz de escuchar ni percatarse de nada a su alrededor, como si el mundo se hubiera bloqueado para él. Justo por esa razón, no se enteró del momento cuando los empresarios fueron despachados por Víctor y el bar quedó sumido en el silencio estático de la madrugada, por lo menos hasta que unos pasos retumbaron hasta él, esos mismos que habían cambiado el rumbo de toda su existencia y que aún le auguraban muchos cambios…  para bien y para mal.

Durante unos segundos, Víctor observó al durmiente con una sonrisa que luchaba por no volverse carcajada. Comenzaba a admitir que quizá le gustaba más de lo que era pertinente molestarlo con ese tipo de detalles, como todo el asunto de las llaves que, como Yuuri había intuido, no le interesaba en realidad. Desde el primer momento que aquel tuvo los huevos de pararse frente suyo y ofrecerle un trato que no bajo nunca de sus expectativas, supo que sería divertido. Todo el negocio del bar le era insignificante, no lo necesitaba, y aun así le había sacado gran provecho, tal como Yuuri se lo ofertó. Le gustaban las personas como él, que entendían y aceptaban su lugar en el mundo, que sabían que era imposible vencer o igualar a alguien de más poder, pero que tampoco se dejaban sobajar más allá de su valor; que, aún con la presión sobre sus hombros, luchaban y resistían para mantenerse de pie.

En silencio, se sentó en el banquillo que estaba justo enfrente de Yuuri; se recargó en la barra, con su mano apoyada en la mejilla, y manteniéndose así, muy cerca de Katsuki y su rostro, esperó unos segundos para saber si aquel era capaz de sentir su presencia y despertar por ello. Seguro se asustaría de verlo tan próximo a él; pero, al final, no pareció reaccionar en absoluto, incluso su cabeza bajó un poco más, lo que provocó que sus lentes se deslizaran por su nariz hasta estar a punto de caer, y ni aun así abrió sus ojos. Víctor sonrió con malicia, pero no como el hombre que está a punto de torturar a un gran enemigo, sino como el niño que va a hacer una “inocente” travesura.

Víctor se puso de pie y volvió algunos momentos después con la copa de vino que apenas había tocado. Yuuri seguía dormitando, ajeno a todo lo demás, a como Víctor se acercaba a él y, con toda su fuerza, estrellaba la copa en la barra, justo a su lado. Para Yuuri, en su somnolencia, ese ruido de cristal haciéndose añicos le cimbró desde las entrañas. Despertó con un sobresalto en el que casi le explota el corazón y, con el movimiento brusco, sus lentes terminaron por caer sobre la barra y mancharse con el vino tinto que comenzaba a escurrir. Entonces Víctor rio, el rostro de Yuuri menguado en pánico era muy divertido.

—Si tenías tanto sueño, pudiste dejarme las llaves e irte a casa. No es correcto que duermas en el trabajo o pasan cosas como estas.

Yuuri se tomó unos segundos para hacer que su corazón volviera a reaccionar y, cuando poco a poco cayó en la cuenta de lo que había ocurrido y quien era el culpable, no pudo evitar dedicarle a Víctor una expresión de enfado y resignación, como cada vez que lo hacía ir al bar por nada.

—Ya sabes cuál es nuestro trato.

Sin querer darle más importancia al asunto, tomó sus lentes de vuelta y trató de limpiarlos lo mejor posible con el reverso de su mandil a la cintura para volvérselos a colocar. Después comenzó a recoger los trozos de la copa rota y a secar el vino derramado. Víctor se mantuvo recargado en la barra, con su vista fija en él y una sonrisa que parecía esperar un reclamo que nunca llegaría. Yuuri se puso algo nervioso, no por la mirada en sí, sino porque Víctor no se movía ni parecía tener interés de hacerlo. Esperaba algo, Yuuri tuvo miedo de preguntar qué.

Cuando terminó de limpiar, se quitó el mandil y prosiguió con desamarrar su corbata. Víctor continuó estático, en silencio, con su vista aún anclada en él; parecía una de esas hermosas efigies hiperrealistas talladas a mano.

—Comenzaré a cerrar todo, así que… supongo que nos vemos mañana —se atrevió Yuuri a comentar.

Víctor por fin se movió, enderezándose en el banquillo, como si de verdad fuera a levantarse, aunque al final resultó un engaño, pues solo tomó una posición más erguida en el asiento.

—¿A dónde crees que vas? No has terminado. Solo esperaba que acabaras de limpiar. Sírveme algo de whisky, estoy seco.

Era justo lo que Yuuri temía. Cerró sus ojos, sin saber bien si contenía la ira, la decepción o las lágrimas de cansancio. Volvió a colocarse el mandil, aunque dejó la corbata a un lado. Se giró para tomar el whisky de mejor calidad que tenían en exhibición, el que Nikiforov solía pedir. Apenas si pudo tocarlo antes de escuchar a Víctor de nuevo.

—No, ese no. De la reserva…

Yuuri lo insultó mentalmente con toda su galería disponible. Víctor tenía una reserva especial de bebidas de excelente calidad, botellas de vino y whisky que costaban una fortuna. Por esa razón, se mantenían ocultas y bajo llave en la bodega. Lo que temía, y de lo que estaba seguro, es que Víctor solo lo hiciera ir por alguna de esas botellas para, cuando volviera, le dijera que ya no tenía ganas de beber, que la regresara.

—Vamos, Katsuki, estoy sediento y no tengo todo tu tiempo.

El tono de Víctor era alegre, incluso cantarín, pero Yuuri había aprendido que cuando aquel lo llamaba por su apellido, lo mejor era obedecer de inmediato. Se dirigió a la bodega mientras rumiaba en su boca todos esos insultos que nunca le diría en la cara. 

Víctor, una vez solo, tomó su celular y mandó un mensaje a Chris para avisarle que pasara a recogerlo. Era cierto lo que Yuuri sospechaba, en cuanto volviera, Víctor le diría que ya no estaba de humor para tomar. Varios segundos después de mandado el mensaje, recibió una respuesta que lo puso en alerta: “Estoy afuera, pero no estamos solos”.

Víctor salió del bar con paso firme y una seguridad explosiva, como si nadie le hubiera advertido ya que alguien rondaba las proximidades del bar para realizar, de seguro, un encuentro (no amistoso) con él. Justo fuera, del otro lado de la calle, distinguió el automóvil negro que era de su propiedad y a Chris tras el volante, con los vidrios antibala arriba, pero una mirada atenta en él. Pese al polarizado, supo distinguir la leve señal que este le hizo con la cabeza: en el callejón.

Mientras se aproximaba al sitio indicado, sin ocultar siquiera sus pasos al posible o posibles intrusos (todos tenían que escucharlo llegar), tomó y preparó el arma bajo su gabardina, sujeta con firmeza para asegurar un despliegue rápido, oculta para que este fuese sorpresa. Apenas ingresó al callejón, distinguió tres figuras camufladas tras la oscuridad que se removieron ante su llegada.

—Señor Nikiforov —habló una de las figuras oscuras.

Víctor frunció el ceño al reconocer la voz. Y su respuesta fue rápida: un disparo provino de él.

 

***

 

—¡Vete a la mierda! —Yuuri gritó con una rabia contenida al notar que Víctor ya no se encontraba. Lo sabía, lo sabía tan perfectamente que era frustrante no poder hacer nada para evitarlo. Tuvo que hacer un trabajo sobrehumano para no estampar la botella de whisky de casi diez mil dólares contra la barra.

Aun contra las ordenes de Víctor, en ese momento le importó un bledo dejar la botella bajo la barra y no resguardarla en la seguridad de la caja fuerte. Ya la guardaría al día siguiente, por ahora solo deseaba volver a casa y tragarse todo su enojo y exasperación entre varias almohadas y algunas horas de sueño. Se deshizo del mandil, tomó su chaqueta y apresuradamente cerró todas las entradas del bar. La última siempre era la principal, pero justo antes de echar el último cerrojo, un disparo se escuchó tan cerca de él que por un segundo se creyó herido; su instinto fue agazaparse en el suelo. La reacción normal de cualquier persona, una vez cayera en la cuenta que el disparo había sido próximo, pero no directo, hubiera sido irse de inmediato o volver dentro del bar para resguardarse; mas, por alguna razón, el nombre de Víctor Nikiforov le pasó por la cabeza y casi supo con seguridad que aquel debía estar implicado en ese disparo, aunque no sabía adivinar de cuál lado. Algo dentro de sí le inspiró el valor (o la curiosidad) de investigar qué ocurría. Supo reconocer que el disparo provino del callejón, en especial porque era ese mismo sitio del cual ahora provenía un rumor parecido a quejidos de dolor y mentadas. Con cautela y en silencio se acercó sin notar que se había ganado la atención de un par de ojos que vigilaban desde un automóvil negro al otro lado de la calle.

Se acercó lo suficiente para asomar apenas su cabeza y con eso evitar ser visto. La posición le daba una mediana visualización de la escena: reconoció la espalda de Víctor justo enfrente suyo, ese cabello platino y largo meciéndose con la suavidad de un aire inexistente, tal vez con los residuos de pólvora y las ondas dispersas de un disparo. Su brazo se encontraba extendido al frente, con una posición firme y sin duda: Yuuri no podía distinguirlo con claridad, pero para él fue demasiado obvio que sostenía un arma. Sus ojos siguieron la ruta a la que Víctor parecía mirar; al fondo del callejón, justo en sus entrañas, distinguió tres figuras: una en el suelo, removiéndose; otras dos de pie, de la cual una extendía sus brazos hacia Víctor como en señal de rendición.

—¡No dispares! Solo venimos a darte un mensaje de tu padre —comentó la figura que alzaba sus brazos.

No solo fue la voz masculina, fue la luz de la luna que en ese momento pareció aclararse en sus cabezas y permitió que todo el panorama tomara formas más claras y precisas para todos: Yuuri descubrió que las tres figuras pertenecían a hombres que rondaban la mayoría de los treinta años, y que quien se retorcía en el suelo, apenas si tenía algunas manchas de sangre en su chaqueta, mismas que parecían provenir de un impacto en su hombro.

—Justamente por eso disparé, no deseo escuchar ninguna palabra que venga de ese viejo. Largo de mi territorio o la siguiente vez no voy a fallar en matarlos. —Esa sin duda fue la potente voz de Víctor, la misma que lo hizo estremecer y temer aun cuando no era él a quien se dirigía. La amenaza era muy real, no le gustaría estar en los zapatos del hombre a quien apuntaba.

—Escucha, él desea que va… —El segundo hombre de pie intentó hablar, convencer a Víctor que escuchara, pero el zumbido de una bala al ser impactada contra su cuello mató sus palabras al acto y las volvió solo un quejido efímero y ahogado. El cierre fue su cuerpo al caer en el suelo como un costal.

El disparo fue tan repentino, que Yuuri no escuchó el momento en que la bala fue expulsada del arma de Víctor.

—¿Alguien más?

Era obvio que el hombre moría, que el disparo directo en su garganta fue mortal: un charco abundante de sustancia rojiza se formaba debajo suyo, misma que vomitaba a borbotones de su boca cada vez que intentaba decir algo o se quejaba…  o pedía ayuda. Ninguno de sus dos compañeros se movió, ni siquiera quien antes había tomado el papel del herido: comprendía que su herida en el hombro no era nada en comparación a la forma como su compañero moría.

El sonido de la sangre vomitada, más que la propia imagen en sí, perturbó a Yuuri demasiado como para no querer ver más. Ni siquiera entendía porque en un principio se había acercado. Se alejó con rapidez, aunque solo dio algunos pasos antes de recordar que no había terminado de cerrar la puerta principal. Ahí, en media calle, se debatió si dejarla así o volver, pero el recuerdo de la botella fina y cara bajo la barra y el hombre que seguramente en ese momento había muerto ya, lo hizo volver al fin de cuentas: no quería estar en su lugar si algo le pasaba a esa botella.

Justo cuando echaba la última cerradura, unos pasos que salían del callejón le congelaron hasta los huesos. Más que temer porque fueran los desconocidos, temió que fuera Víctor con el conocimiento de que había visto lo ocurrido. El ritmo y la dureza de los pasos, como si el mundo bajo sus pies temblara con cada uno, le hicieron saber que era la segunda opción.

—¿A dónde crees que vas? —Yuuri no fue capaz de mover un solo músculo para intentar huir. Por su parte, Víctor sonó como si tan solo instantes antes no le hubiera dado muerte a un hombre.

—¿Qué? ¿Volviste a cambiar de opinión y quieres tu trago? —Yuuri quiso sonar como siempre, fingir demencia y que apenas salía del bar sin conocimiento de lo que había ocurrido, pero su voz se escuchó sumamente temblorosa. Cerró sus ojos con el temor comprimido en su pecho.

—No, es tarde ya —Hubo una pausa que a Yuuri le supo una eternidad—. Ven, te llevaré a casa.

Eso no era nada parecido a lo que esperaba escuchar, tanto que el miedo se le descongeló del corazón y miró a Víctor con una genuina sorpresa combinada con una expresión que parecía decirle: “Disculpa, creo que no he escuchado bien”. Y no era para menos, en ese par de meses, Víctor nunca antes le había hecho un ofrecimiento así, aun cuando en muchas ocasiones lo hizo volver de su casa para una tontería a mayores deshoras de la madrugada.

Víctor, sin embargo, no hizo ese ofrecimiento por ser buena persona o considerable con él por primera vez, era solo que siempre cuidada muy bien de sus negocios y sus intereses, y aunque jugará y se burlará de él, eso no desmerecía el hecho que era un socio importante y debía protegerlo. Los hombres de su padre estaban cerca, al parecer sabían ya que ese bar era de su propiedad y seguro podrían atacar a Yuuri en cualquier momento; tal vez no con el conocimiento de que era el dueño, sí por lo menos para sacarle información sobre ese negocio y sus actividades.

Aunque Yuuri intentó negarse, más confuso ahora que por temor a lo que había presenciado, Víctor insistió al nivel de prácticamente tomarlo del brazo y arrastrarlo hasta su automóvil. El camino fue silencioso, lleno de pensamientos confusos e incómodos para Yuuri. Trataba de comprender lo que había cambiado de un momento a otro para que Víctor tan de repente se ofreciera a llevarlo a casa, al mismo tiempo que el sonido del hombre al morir se mantenía intacto en su cabeza y se repetía cada tanto, como un bucle de una grabación que se había trabado en el mismo punto. Aunque generalmente miraba por la ventana para no sentir que la presión y el silencio dentro del automóvil lo aplastaban, de vez en cuando le dirigía una mirada discreta a Víctor, quien se mantenía entretenido en su celular. Yuuri no podía siquiera imaginarse que Nikiforov velaba por el bienestar de su bar, el cual ordenó vigilar a varios de sus hombres, a quienes ponía al tanto de las instrucciones a través de mensajes de texto; él estaba seguro que la gente de su padre intentaría hacerle algo también. A Yuuri no debía de sorprenderle la calma que Víctor mantenía, la paz reflejada en sus facciones que no demostraba un solo arrepentimiento o atisbo siquiera de pesar. ¿De verdad estaba bien mantener un trato con ese hombre? El mismo que no dudaría un solo instante en alzar su arma hacia él y reventarle la cabeza con un par de disparos. Por primera vez tomaba un poco de consciencia de la clase de problema en la cual se había metido, y todo era más confuso y preocupante al no comprender el porqué de su repentina consideración por llevarlo a casa y su extraña insistencia, casi obligación de hacerlo pese a su negativa.

Entonces una idea de pánico inundó su cabeza: ¿y si acaso planeaba asesinarlo y desaparecerlo por ver algo que no debió? Si Víctor hubiera estado atento a él, seguro hubiera notado el momento justo en que todo el rostro de Yuuri palideció como un cadáver. La convicción de esa idea fue tan fuerte, que de no ser porque el vehículo se detuvo en ese instante, Yuuri habría abierto la puerta y se hubiera tirado sin más en un intento desesperado por salvar su vida. No hizo falta: el pánico no había menguado su capacidad de reconocer que estaban justo enfrente del edificio donde vivía.

—Baja.

Yuuri abrió la puerta de inmediato y obedeció, aun sintiendo su cuerpo entumecido con la confusión de sus propias ideas y el pánico. En ese momento, Víctor le dirigió una mirada y frunció su ceño con cierto desagrado. Después del estremecimiento con el cual Yuuri se imaginó un disparado en su cuello, notó que Nikiforov no lo miraba a él, sino al edificio tras sus espaldas.

—Sigo diciendo que puedes conseguirte un departamento mejor. 

Cuando aún Yuuri y Phitchit trabajaban con Celestino, habían conseguido un pequeño cuarto en una posada, mismo que contaba con una sola cama matrimonial para los dos y con un baño comunitario que debían de compartir con el resto de huéspedes cuyo número ascendía a los casi treinta. Era barato, y considerando que habían pasado varios días en la calle, les pareció excelente, mucho mejor que dormir en una banca y no tener donde ducharse.

Tras el primer pago una vez se realizó el trato con Víctor, este casi le exigió a Yuuri que saliera de ese lugar, no quería tener un socio que viviera en la miseria. Le propuso varios sitios, departamentos lujosos y hermosos, con servicios y comodidades a los cuales Yuuri nunca había aspirado, pero con rentas demasiado costosas a su percepción.

Al final, Yuuri y Phitchit se decidieron por un departamento mejor, aunque aún modesto para las expectativas de Víctor. Él estaba disgustado por eso, pero los chicos estaban más que complacidos: tenían un baño propio y una habitación para cada uno, no necesitaban más. Era cierto que ahora podían costearse la renta de uno de los lugares que les propuso Víctor al principio, en especial si la compartían, pero la realidad era que ninguno de los dos deseaba costear una renta tan cara, sino que buscaban ahorrar su dinero para un propósito mayor: querían comprar una casa, una que fuera complemente suya y de la que nadie los sacara si algún día llegaban a quedarse de nuevo sin trabajo ni dinero. No querían volver a vivir en la calle nunca más.

Yuuri no respondió a las palabras de Víctor, no sabía cómo hacerlo. En ese momento había demasiadas cosas dando vueltas por su mente, aún no se sentía seguro, aún tenía miedo que Víctor hiciera algo contra él, aún no comprendía porque lo había llevado a casa, aún no podía borrarse el sonido de sangre al ser escupida por una boca moribunda.

Nikiforov, ante el silencio, lo miró con extrañeza y lo notó nervioso. Usualmente Yuuri le respondería de inmediato y con seguridad que ese departamento era perfecto para él y su amigo. En cualquier otro momento hubiera intentado indagar, pero ahora era Víctor quien deseaba ya volver a casa.

—Como sea, dame tu celular.

Yuuri, por supuesto, no tenía uno de antes, Víctor prácticamente lo había obligado a comprarse el primero en toda su vida. Claro que consiguió el más barato y sencillo que pudo, uno de esos casi inexistentes que se limitaban a su función más primitiva y básica: hacer y recibir llamadas, mandar mensajes y poco más.

Parecía que cada cosa que Víctor hacía y decía esa noche confundía más a Yuuri y lo atemorizaba, pero la idea de no obedecer a una orden tan clara siempre era más aterradora. Le extendió de inmediato el celular anticuado, mismo que, cuando estuvo en manos de Víctor, se ganó una mirada de desprecio parecida a la que hizo al lugar donde vivía, aunque en ese instante se guardó sus comentarios al respecto. Después de teclear algunos números, se lo devolvió.

—Ese es mi número privado.

Víctor, hasta ese momento, siempre se comunicaba con él con números diferentes entre sí, todos seguramente de alguno de sus empleados, quien más cerca se encontrara cuando se le ocurría solicitarle algo. No entendía porque ahora, sumado a todo lo que ya había ocurrido y hecho, le estaba dando un privilegio que apenas muy pocos tenían.

—Llama solo si ocurre algo…  alguna… emergencia. Y creo que no tengo que advertirte que tienes prohibido compartir ese número con alguien más, incluso ese amigo tuyo. Una sola palabra de más y perder tu lengua será la menor de tus preocupaciones.

Víctor seguía receloso por los hombres de su padre y, lo que cualquiera podría llamar paranoia, para él era simple precaución porque sabía muy bien de lo que el viejo era capaz: podrían haberlos seguido e tal vez intentarían atacar a Yuuri en su propia casa. Además del número, por supuesto, también ordenaría a alguien que lo vigilase, pero que Yuuri tuviera alguna forma de pedirle ayuda directa siempre era más práctico.

No hubo más palabras, ni siquiera despedidas o una simple respuesta de comprensión por las amenazas de Víctor: el auto arrancó al instante y pronto dejó atrás la figura de Yuuri. Este, aun cuando ya se encontraba solo, se mantuvo de pie y estático en medio de la calle, con el celular en la mano. Su corazón palpitaba como si aún temiera por la muerte o la tortura, pero su cabeza era un desastre mayor: indescifrable y caótico, como un huracán en el mar.

 

***

 

—Él lo vio todo —comentó Chris una vez avanzó varias calles.

—Ah, entonces por eso estaba tan nervioso —Víctor sonrió al recordarlo.

—Fue gracioso notar el miedo con que te miraba durante todo el camino. Es como si apenas se hubiera dado cuenta de quién eres, que hizo un trato con la mafia. ¿Crees que vuelva al bar? ¿O que quiera deslindarse de él y del trato ahora?

Víctor apoyó su cabeza contra la ventana como lo haría un niño aburrido, aunque su expresión más bien denotaba cansancio.

—Si hace eso, me habrá decepcionado demasiado. Yo lo creo un tipo más fuerte como para se doblegue simplemente por ver a un hombre sangrar.

—Tú consideraste que el que viniera ante ti e intentará negociar contigo fue un acto de valentía, yo creo que más bien fue estupidez...  o ingenuidad. Seguro no conoce nada sobre el mundo y apenas lo está descubriendo.

—Yo creo que tiene más conocimiento del mundo de lo que crees, Chris —Víctor dejó escapar un suspiro y se desmoronó sobre el asiento—. Ahh, estoy agotado. Recuérdame pedirle a Yuri que investigue sobre él, su familia, que hacía antes…  Todo eso.

Chris aprovechó un semáforo en rojo para mirar a Víctor a través del retrovisor. 

—¿Al fin sientes curiosidad por saber quién es?

Víctor no respondió.


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