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Premisas (de más de un tipo) por Marbius

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Georg amaba a Tom y su sufrimiento se debía a que éste sólo tenía ojos para Bill.

Un típico caso de ‘triángulo amoroso’ según tipificó Gustav, aunque después perdió varios minutos de su tiempo buscándole forma de triángulo a esa unión, pues entre Georg y Bill no había nada, y su único punto de conexión era Tom, pero… Daba igual. No iba a entrar en detalles y especificaciones cuando de por medio había sufrimiento entre aquellos a quienes más apreciaba en el mundo.

Con la vista clavada en el techo de su recámara y los dedos entrelazados sobre su regazo, ese fue el dictamen final al que Gustav llegó no sin antes devanarse los sesos rechazando otras posibilidades.

¿Por qué si no se habría mostrado Georg tan reticente a tratar el tema con él salvo para confirmar las sospechas que ya ambos tenían? Y luego estaba su repentina huida, de la que después no habían hablado, igual que aquel beso de semanas atrás que había quedado sellado detrás de dientes como tema verboten al que ninguno de los dos tenía derecho a acceder. Porque de la naturalidad con la que Georg lo había tratado después no quedó nada una vez que Gustav intentó confrontarlo al respecto, y tácito quedó entre los dos que era mejor no volver a mencionarlo si es que ambos apreciaban esa amistad casi fraternal que los unía y querían mantenerla.

Lo cual por supuesto no satisfacía la naturaleza curiosa de Gustav, quien acostumbrado a tener siempre una respuesta clara de las leyes que reinaban en el universo, se resentía por su incapacidad para dar con una respuesta que le satisficiera por completo en ese asunto.

Y ya que Georg se negaba a cooperar, Gustav fue directo a la clave del sufrimiento de éste: Tom.

—Le gustas a Georg —le dijo a la mañana siguiente apenas éste puso un pie en la cocina para servirse una bien merecida taza de café.

Con las condiciones apropiadas (Georg en la ducha y Bill todavía en la cama), Gustav arrinconó al mayor de los gemelos y esperó a que éste le diera una contestación apropiada… que se demoró hasta lo insólito mientras Tom agregaba dos cucharadas de crema, una de azúcar, y un chorro de esencia de coco a su café y lo revolvía con una parsimonia que por poco obligó a Gustav a sacudirle él mismo el brazo para que se apresurara de una vez por todas.

—Tom…

—¿Mmm?

—¿Me has escuchado? Lo de antes…

—Ajá.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué? —Tom bebió de su taza y exhaló un gemido de satisfacción cuando el café cargado de sabor se registró en sus papilas gustativas—. ¿Acaso era una pregunta? Porque sonaba más bien a una afirmación, y entonces no sé qué más decirte.

—No te hagas el listo conmigo, Kaulitz.

Tom bajó lentamente la taza y la mantuvo a la altura de su pecho. —Ok. Le gusto a Georg, ¿y esa es una de tus predicciones o…?

—Tom…

—Hey, que yo estoy tan en ascuas como tú. ¿Y a qué viene eso tan de pronto? ¿Es que Georg te lo ha dicho? Porque de ser así está jugando contigo y te ha visto la cara.

—No, él no me ha dicho nada, pero es obvio.

—No para todos, colega —murmuró Tom, haciendo un movimiento con los ojos que denotaba desdén a esa proposición y que Gustav leyó sin ninguna dificultad.

—Explícate.

—No.

—Tom…

El mayor de los gemelos suspiró. —Supongo que has descubierto que Georg está enamorado…

Gustav asintió una vez, un movimiento hosco y casi torpe.

—Y sin lugar a dudas o dobles interpretaciones te puedo jurar que no se trata de mí.

—Pero… —Gustav resopló por la nariz—. ¿Quién?

—¿Para qué quieres saber?

—Curiosidad.

—Bah… Entonces no mereces saberlo.

Y sin darle una segunda oportunidad para redimirse, se retiró de su presencia.

 

Ya que había llegado a un impasse para el cual sus habilidades se nulificaron, Gustav retrocedió sus pasos, decidido a encontrar el punto de quiebre donde su teorización había tenido un fallo y él errado.

En vano retrocedió con valor de años y más años al pasado lejano, antes de que Georg empezara a manifestar los claros síntomas del enfermo de amor, pero entonces Gustav empezó a tener serias dudas de su interpretación, ¿pues quién le aseguraba que desde antes Georg no estuviera enamorado? Ya había fallado en su labor de descubrir de quién se trataba, y nada le aseguraba a él que aquello no tenía más tiempo ocurriendo y sin que él se hubiera percatado.

La incertidumbre se volvió agobiante, e igual que si se trataran de golpes directos a su ego, Gustav se retrajo sobre sí mismo para estudiar a fondo ese asunto que parecía no conducir a ningún lado.

Y hundido en la miseria habría de haber seguido de no ser porque Georg, alertado por Tom, le confrontó.

—Supe que fuiste por ahí haciendo preguntas —dijo como frase de apertura, recargándose a su lado en la baranda de su balcón que daba a la calle y contemplando con él a los viandantes que a esas horas volvían del trabajo y se dirigían a casa—. Y también acusaciones.

—Más bien fueron elucubraciones mías, y fallidas si es que mi orgullo me permite confirmártelo —concedió Gustav una porción de verdad—. Jodido Tom soplón…

—De hecho fue Bill, pero seh, se enteró por Tom.

A una prudente distancia de medio metro entre ambos, ninguno quiso ser el primero en abordar el tema que les atañía, y en cambio desviaron su atención a una pareja que en el edificio de enfrente aparecía de perfil en un sillón, recostados uno en el otro y viendo lo que daba la impresión de ser una película en televisión. Un  perfecto cuadro de dicha hogareña donde nada podía salir mal.

—Ella lo engaña con su mejor amigo —dictaminó Gustav sin dudas o inflexiones en su voz—, y juntos esperan a que venza el contrato de renta del piso para desalojarlo a él y mudarse lo antes posible.

Georg soltó una risa seca. —¿Qué? ¿Va en serio? ¿Y cómo diablos adivinaste eso? ¡Espera! Seguro que… No sé, ¿lenguaje corporal? ¿Su mano sobre su nuca indica traición? Y lo de que es su mejor amigo seguro es una corazonada porque la forma de su ceja izquierda es más elevada que la de la derecha y-…

—No, la escuché hablarlo por teléfono un día que coincidimos en la lavandería —interrumpió Gustav, apoyando ambos codos en la baranda y después el rostro en la palma de su mano derecha—. No todo es deducción. Esa vez fue sólo porque estaba en el lugar y el momento preciso para presenciar la verdad. Sólo eso.

—Ah.

De nuevo el silencio, y la elusión de tener que comportarse como dos adultos, que aunque de su parte tenían la edad porque apenas rozaban la veintena, no por ello habían alcanzado la madurez.

—Uhm, Tom fue el que me pidió hablar contigo… Ser claro… Y por alguna razón creí que sería más fácil de lo que está resultando…

—Vale, yo también pondré de mi parte, así que… Georg… —Gustav ladeó la cabeza y le miró a los ojos—. ¿Es Tom de quien estás enamorado?

El bajista rió entre dientes y denegó al mismo tiempo. —No. Claro que no. ¿Te lo imaginas? Me llama Hobbit, me insulta cada dos por tres, y además…

«Además él ya tiene a Bill», pensó Gustav por su cuenta, pero al callarse Georg de pronto en lugar de rematar con una explicación más para su lista, fue que éste recordó que de ese asunto estaban enterados los dos y no había por qué ocultar nada.

—No, no se trata de Tom. Sería masoquismo de mi parte, pero aparte no me imagino a mí mismo en esa clase de relación con él. Eso le corresponde a Bill, no a mí.

—Pero estás enamorado, ¿correcto?

—Pues… sí.

—Y tiene que ser alguien cercano a la banda porque… —Bajando el volumen de su voz hasta quedar hablando consigo mismo en su mente, Gustav repasó una lista de posibles candidatos, pues en algún punto de su investigación había descartado de que se tratara de una mujer (las pocas y contadas que se acercaban a la banda o eran casadas, o muy mayores, o ambas, y tenía serias dudas de que ese fuera el tipo que le interesara a Georg), pero por si acaso y para estar 100% seguro, mejor se lo preguntó directamente—. Estamos hablando de alguien de tu mismo sexo, ¿verdad?

Georg suspiró, pero no se escaqueó. —Ajá.

—Genial. Espera a que lo descubra.

—O podrías preguntarme a mí y acabar con esto de una vez.

—Paso. ¿Qué diversión habría entonces?

Estupefacto por la explicación de Gustav, el bajista frunció el ceño. —¿Diversión dices? Porque son mis sentimientos de los que estamos hablando aquí, y para ti es divertido descubrir sobre quién recae mi afecto, ¿uh?

—Ya, pero… Para mí que sólo soy un mero espectador en todo esto, lo único que me queda es tratar de averiguar de quién se trata antes de que tú hagas tu primera jugada.

—Gus…

—No, en serio. No tomes a mal mi insensibilidad, pero prefiero que así sea.

En una lucha contra sí mismo que duró un par de segundos pero por donde pasó por una amplia gama de emociones y sentimientos abreviados hasta lo imposible pero intensos como pocos, Georg abrió la boca repetidas veces sólo para cerrarla con más fuerza que la vez anterior y callar. Siempre callar y guardar silencio, porque ahí donde Gustav podía ser un genio brillante con sus poderes de predicción… Se estaba comportando como un ciego.

Por una vez, los árboles le impedían ver el bosque, pero no iba a ser Georg quien se lo señalara porque era su trasero el que estaba en línea de fuego, así que en lugar de oponerse, aceptó las condiciones que Gustav proponía, si acaso porque así se ganaba más tiempo.

Su designado periodo de gracia cuando era de él, Gustav, de quien Georg estaba enamorado.

 

Así que Gustav continuó poniendo énfasis en el uso de sus cinco sentidos e intuición para determinar quién era el ganador de los afectos de Georg, y en el proceso resolviendo toda clase de misterios, profecías y vaticinios con los que se topaba.

A la par que previno un incendio en el autobús cuando su sentido del olfato le alertó de la plancha para el cabello de Georg que Bill había tomado prestada sin permiso y dejado conectada en el baño hasta que el cable se achicharró y soltó humo, también declaró ufano que el hombre del cual el bajista estaba enamorado tenía una edad que oscilaba de los quince a los setenta y cinco años.

—Eso da un margen de sesenta años, Gus, que por una simple década es casi la esperanza de vida en Alemania, joder —dijo Georg cuando Gustav le confrontó con aquel dato, pero ya que Gustav se preciaba de su talento deductivo, puso los ojos en blanco y con paciencia de santo lo felicitó por haber dado en el clavo—. Ok, sí, tiene esa edad que dices.

—¡Lo sabía! —Celebró Gustav su pequeña, casi insignificante victoria, pero no por ello indigna de su esfuerzo, pues para llegar a esa conclusión se había pasado los últimos tres días durmiendo mal y contemplando el techo de su habitación hasta el hartazgo.

Para mal, cuando Gustav compartió esa pieza de información con los gemelos, la reacción que obtuvo de estos fue de total incredulidad y desprecio.

—No lo estarás diciendo en serio… ¿O sí? —Gruñó Tom, que cruzado de brazos era el más reticente a premiar a Gustav con un halago por semejante avance en su investigación.

—Está tan ciego que no puede ver más allá de su nariz, Tomi —respondió Bill por el baterista, y después se dirigió a éste—. Básicamente lo que has dicho es que Georg no tiene una atracción enfermiza por chicos menores de edad y hombres que podrían ser sus abuelos. Gus… En serio estás perdiendo capacidades y a pasos agigantados.

—Yo no… —Buscando defenderse, Gustav se quedó con la mente en blanco cuando la crítica permeó en su cerebro y una vocecita en el fondo de su cabeza se lo confirmó con una risita burlona—. Mierda…

—Todavía estás a tiempo de preguntarle a Georg quién es su galán misterioso… —Tarareó Tom en una tonadilla burlona que hizo a Gustav rechinar los dientes.

—No. De esto me encargo yo por mi cuenta.

Y a desconocimiento suyo aunque sin ocultárselo, los gemelos intercambiaron una mirada de resignación que hablaba del papel que ocupaban al ser los confidentes estrella de ambos de sus amigos, pero sin el derecho de intervenir porque eso no entraba dentro de sus funciones.

Al parecer, ese par tendría que recorrer el camino difícil para llegar a su destino.

 

Con algunos de los miembros de su equipo de sonido visitando Hamburg y ellos fungiendo como anfitriones al proponer salir a cenar como en los viejos tiempos de tour, Gustav prestó particular atención a la dedicación con la que Georg se demoró en la ducha enjabonando cada parte de su anatomía con un jabón especial que olía a coco, y que en lo personal él consideraba la quintaesencia de lo apetecible, y después humectando su piel con una loción de la misma marca, que lo orilló a comentar que ahora era una especie de panqué de coco recién salido del horno y que ponía a prueba toda su fuerza de voluntad para no hincarle los dientes a su amigo en el cuello.

—Pero ¿te gusta? —Le chanceó Georg, cuando todavía en bóxers se dejó oler el cuello por el baterista.

—Podría darte un mordisco sin arrepentimientos de ninguna clase. ¿Responde eso tu pregunta?

—Sí, pero nada de postre antes de la cena —bromeó Georg, apartándose de su lado y comenzando a vestirse.

La cena en sí no tuvo nada de especial, excepto que estuvo plagada de la buena comida que Hamburg tenía para ofrecer e infinidad de tragos con los que el ambiente se caldeó de testosterona, pues de entre los presentes, cuatro de cada cinco eran varones, y las mujeres que habían asistido se contaban con los dedos de una mano.

En medio del ruido, las risas, y el barullo que el grupo armaba sin llegar a ser molesto para los otros comensales, Gustav se dedicó a observar a Georg y a catalogar las interacciones que mantenía con cada uno de los presentes. Para ello se valió de su posición privilegiada frente a él, al lado opuesto de la mesa, y fingiendo estar atento a la conversación que mantenían las dos personas a cada lado suyo y que lo incluían por ser asuntos que trataban de un nuevo tipo de bocinas capaces de amplificar en 1.3 veces más el sonido de las que ahora dominaban el mercado, Gustav se aseguró de ir descartando uno a uno a los presentes como posibles candidatos para ser el receptor del cariño del bajista.

Empezando de derecha a izquierda, Gustav barrió la mesa con la mirada eliminando uno tras otro a los ahí presentes, y no midiéndose en cuanto a razones para descartarlos.

Lo que un inició empezó como “él y Georg no tienen nada en común” y “Georg alguna vez me comentó que su gusto en películas era terrible”, pronto se vio nublado por su juicio personal con “haría mala pareja con Georg” y “Georg merece algo mejor que él”, lo que lo hizo detener en seco, porque… ¿Quién diablos se creía él como para emitir un juicio tan tendencioso como ese? Al fin y al cabo, era decisión de Georg a quién entregaba su corazón, y el que Gustav guardara la opinión de que estéticamente hablando como pareja no pintaban nada en lo absoluto no iba a cambiarlo en nada.

«Ugh, me estoy extralimitando…», pensó el baterista con amargura cuando luego de la cena se pidieron los postres y café para cerrar aquella velada.

Abstraído estaba en un mar de confusión cuando de pronto Georg lo sorprendió al extender su tenedor con un poco de pastel en la punta y posicionarlo directo a la altura de su boca. Una distancia de al menos veinte centímetros los separaba, pero Gustav no dudó en inclinarse al frente, abandonando su asiento en el proceso, y abrir la boca para probar el más dulce, esponjoso y delicioso pan de coco que jamás hubiera tenido la dicha de paladear, pues acompañado con un poco de crema y restos de almíbar, le saturó las papilas gustativas y le hizo expresar su contento con un profundo y bien sentido gemido de satisfacción.

—Joder, ¿de qué es ese pastel o cuál es el ingrediente secreto? Gustav aquí se acaba de correr en los pantalones —bromeó alguien a sus costillas, y la carcajada fue generalizada entre los presentes.

Uniéndose a las risas, Gustav no pasó por alto que los comensales a derecha e izquierda de Georg le pidieron una probada de su pastel, así como tampoco el que éste declinara, alegando que aquella había sido oferta de una ocasión y él, Gustav, había sido el elegido.

Con un cálido nudo en el pecho, Gustav aguardó paciente antes de hacer su primer movimiento a que todos terminaran con su consumición y la mesera les trajera la cuenta que se repartió en partes iguales por los cuatro miembros de la banda, quienes querían agradecerles así a los presentes del equipo de sonido por la ayuda prestada a lo largo del último tour.

Parados a las afueras del restaurante, aguardaban a que uno de los guardaespaldas fuera por el automóvil estacionado en la siguiente calle, y mientras que los gemelos se alejaron de ellos para fumar en paz un cigarrillo, Gustav aprovechó el momento para posicionarse brazo a brazo con Georg y lanzar una pregunta que le había rondado a lo largo de la noche.

—Tu hombre misterioso… ¿Estaba entre los presentes?

—Sí —dijo Georg con sencillez—. ¿Ya descubriste de quién se trata?

—No, pero estoy cerca, siguiendo pistas y… desarrollando mis propias teorías. Mmm… —Se distrajo momentáneamente—. ¿Es el pastel de antes o sigues siendo tú?

—Puedes probar, si quieres… —Lanzó Georg la invitación, y para dejar bien en claro que no era ningún farol, se jaló el cuello de la camiseta que vestía y expuso una pálida franja de piel a la que Gustav le costó horrores resistirse…

Por lo que no lo hizo, y suprimiendo al máximo sus instintos, se limitó a un beso en el punto exacto donde se unía el hombro con el cuello y una profunda inhalación cerca del nacimiento del cabello de Georg, que permaneció inmóvil mientras duró el contacto, y después se estremeció.

—Saki está aquí —dijo Tom, sacándolos de su trance e interrumpiendo sin saberlo aquel momento que llegó a su fin con la misma facilidad que había dado comienzo.

—En marcha —murmuró Georg, que se giró en dirección opuesta a la de Gustav y le presentó la espalda mientras caminaba en dirección a la camioneta y después subía.

—¿Vienes o te quedas, Gus? —Llamó Bill al baterista, ya con un pie en el vehículo y esperando por él.

Ebrio por el aroma a coco que todavía inundaba sus fosas nasales, Gustav se guardó de liberar el suspiro que pugnaba en su pecho por salir, no fuera a ser que el aroma se evaporara del todo… Y con pisadas lentas en un suelo que de pronto no le daba la impresión de ser tan firme como él creía, Gustav emprendió la marcha hacia la camioneta.

Dentro de él, la convicción de que omitía algo mayor se intensificó como nunca.

 

Por más vueltas que dio a los hechos contundentes que tenía a su disposición, Gustav se vio sobrepasado por el desconocimiento de seguir, varios meses después de lo que era razonable admitir, sin saber la identidad del interés amoroso de su amigo Georg.

Y dicha fuera la verdad… mejor para él.

Luego del incidente del beso, que ambos habían ignorado después como un chispazo del momento y no digno ni siquiera de salir a colación en charlas posteriores, Gustav no había creído ni por asomo que entre los dos pudiera ocurrir algo de mayor calibre, pero se había equivocado. Para ello tenía su propio comportamiento anómalo como prueba, pues ese beso que le había depositado a Georg en la piel apenas unas noches atrás todavía le quemaba en los labios, y le hacía preguntarse (tarde en la noche, cuando el insomnio le atacaba) si era el único al que había dejado marcado con esa intensidad o su querido amigo las pasaba igual de mal que él.

Lo que para variar tampoco parecía ser el caso, pues Georg había reanudado su trato amigable a la mañana siguiente de la cena, y sin dar señales de que ese breve desliz entre los dos tuviera significado, había barrido ambos besos compartidos bajo la misma alfombra y sacudido las palmas como para dar a entender que para él era un asunto enterrado del que más valía no volver a mencionar ni una palabra.

Excepto que para Gustav no era posible, y eso llegó a obsesionarlo mucho más que la identidad secreta de su enamorado, la cual pasó a segundo y hasta tercer término una vez que Gustav empezó a sentir celos de lo que prácticamente era un desconocido del que no tenía cara ni nombre, pero de algún modo había pasado a ser su enemigo jurado por el amor de Georg.

Llegar a esa conclusión no le fue fácil, y requirió de amplias dosis de retrospección en las que Gustav se pidió un fin de semana libre para pasarlo con su familia en Loitsche, cuando en realidad más bien rentó un cuarto de hotel al otro lado de la ciudad y no volvió a poner un pie fuera de su suite mientras su estancia ahí se prolongó desde la mañana del viernes hasta el mediodía del lunes, cuando por fin admitió para sí mismo que el interés que sentía por Georg y su vida amorosa no era un mero caso de curiosidad, sino algo más que de momento carecía de etiqueta, pero que se asemejaba a un interés para nada platónico.

La revelación, aunque no vino acompañada de grandes aspavientos, ni luces, ni colores, ni ruidos, ni nada que se le pareciera, sí resonó dentro de Gustav con el sonido claro de un gong que desestabilizó su equilibrio y le obligó tomar asiento, apoyar las manos sobre las rodillas, y reconsiderar qué había sido de su vida hasta ese momento como para haber vivido en la ignominia de sus propios sentimientos por Georg, por aquel que hasta entonces había considerado un hermano semioficial, pero ya no más.

No cuando en su memoria olfativa la asociación al coco le traía intensas reminiscencias de una piel cálida, suave al contacto, y apetecible al sentido del gusto, de la que sólo tenía recuerdo de haber apreciado en una única ocasión bajo esa luz, pero que ahora ya no podía olvidar, y que le hacía un llamado  a la reincidencia, siempre a la cacería de una bien merecida repetición…

Sin proponérselo, había entrado a uno de esos llamados ‘triángulos amorosos’ que carecían de forma adecuada para llamarse así, y que por lo tanto le irritaban más de lo que debía.

«Sólo yo me hago un lío de campeonato por una figura retórica en lugar de darle a mis sentimientos no requeridos el lugar que merecen», se recriminó con solemnidad, pero por más que la voz de la sabiduría que habitaba en él y que hasta entonces había sido la que guiaba sus acciones por la vida se alzó para hacerse escuchar en el barullo que era su cabeza hoy en día, Gustav pasó de escucharla y en su lugar dio un revés inesperado al apartar la lógica y pensar con el corazón.

Lo cual dicho sea de paso tenía claras desventajas, siendo la primera y la más importante la falta de certeza para dictaminar si hacía lo correcto o no.

Bajo ese nuevo impulso fue que Gustav se armó de valor y confrontó a Georg, sólo para verse acobardado en el último instante y no hacer nada.

—No es que me queje de que me hayas traído a esta pintoresca cafetería y que te ofrecieras a pagar, pero… —Abrió Georg el diálogo cuando los dos tenían ya diez minutos ahí y seguían revisando los menús, para impaciencia de la empleada que los atendía y que ya iba por su tercera vuelta sin que ninguno de los dos se decidiera por una consumición en específico—. ¿Por qué?

—¿Por que qué?

—Vamos, no juegues conmigo. ¿Por qué estamos aquí?

—¿Es que acaso dos amigos no pueden salir en su tarde libre a beber café y a comer pastel? —Rebatió Gustav, subiendo su menú hasta que le cubriera el rostro—. Mmm, tienen pastel de coco.

—Supongo que… ¿Coco, en serio?

—Ajá.

Superada esa primera brecha, no les resultó duro dejar atrás la tensión mientras bebían café negro y comían dos gruesas rebanadas del antes mencionado pastel de coco que resultó ser la especialidad del cocinero, para Georg con una bola de helado de chocolate al lado mientras que Gustav se decantó por la de vainilla.

Fiel a su promesa, Gustav pagó por ambos, y en agradecimiento Georg propuso entrar a ver una función de una película que a ambos les interesaba en el cine cercano y pagar él. Así que la salida que estaba programada a durar cuando mucho un par de horas se extendió hasta la noche, cuando los dos volvieron a su piso y de nueva cuenta se vieron enfrentados cara a cara frente a la puerta principal.

—Henos aquí de vuelta —dijo Gustav, con el manojo de llaves en la mano pero sin hacer intentos de abrir la cerradura.

—Seh, se parece a otra ocasión.

—Cuando tú…

—Sí, uhm, porque…

A tiempo para interrumpirlos la puerta se abrió, y Tom asomó la cabeza por el espacio libre. —Creí haber escuchado voces en el rellano… ¿Por qué no entran? ¿O es que están teniendo una reunión secreta?

Antes de que Gustav o Georg tuvieran oportunidad de contestarle, desde adentro le gritó Bill a Tom.

—Entra de una vez, idiota. No interrumpas.

Y aunque nada críptico el mensaje, Tom hundió el mentón en el pecho y volvió a cerrar la puerta con el más ligero de los clics de la cerradura.

De improviso, Georg rió entre dientes. —¿Qué acaba de pasar?

Gustav le imitó. —No lo sé. Uhm, pero…

Con el universo conspirando en su contra, esta vez la interrupción provino del bolsillo derecho de Georg, cuando de pronto su teléfono sonó y al revisar de quién se trataba descubrió que era su padre intentando comunicarse con él. Dado que Robert trabajaba en otro continente y sus intentos de comunicación eran esporádicos y muy espaciados entre sí, al bajista no le quedó de otra más que contestar la llamada y poner punto final a aquel momento con Gustav.

Salvo que el propio Gustav no lo quiso así, y en un arranque de valentía de la que después se sentiría mortificado, cogió el rostro de su amigo con ambas manos y le plantó un besó corto pero contundente en los labios, y después entró al departamento.

Atrás quedó Georg, teléfono al oído, y asegurándole un tanto aturdido a su interlocutor que sí, tenía tiempo libre para charlar.

 

Con un tercer beso en su historial, lo esperado habría sido que tanto a Gustav como a Georg les costara como nunca actuar con normalidad, pero una cosa era el mundo de ficción donde los romances incipientes se miden en escenas cargadas de tensión, y otra la realidad, en donde a la incertidumbre de lo que hacían se le presentaba la espalda para no tener que enfrentarla.

Y ambos lo hacían, de frente al otro pero uniéndose en un frente unido en el que no había cabida para más.

A pesar de ello, un cambio se operó entre los dos, pues al cabo de algunos días y aprovechando que tenían la mañana libre mientras Bill regrababa unos tracks con su voz que no requerían de ningún instrumento, Georg invitó a Gustav a desayunar en “un nuevo cafetín en donde al parecer los waffles rellenos de nutella están exquisitos”, y Gustav aceptó en el acto, por la comida, sí, era un goloso de lo peor cuando se trataba de comer dulce, pero sobre todo por la compañía.

—Hey, ¿es que no piensan invitarme también? —Refunfuñó Tom, que presente en la misma habitación, resentía la falta de atención, y de paso se sentía ignorado.

—No —contestó Georg sin voltearlo a ver—. Es una cita.

Y aunque en sí la palabra ‘cita’ guardaba connotaciones románticas que entre dos amigos habrían estado de más ninguno de los involucrados dio señales de que así fuera.

Eran citas, y punto.

 

Llegando a salir con Georg hasta tres o cuatro veces por semana, y pasando el resto de su tiempo libre casi unidos por la cadera pues a donde iba uno el otro le acompañaba, Gustav creyó estar pasando por una transfiguración que involucraba no sólo a Georg y al trato que se dispensaban, sino directamente a las bases de su amistad, que cobró nuevos matices, pues además de fraternal y platónica como había sido antes, entre los dos se había desarrollado una incipiente conexión que en sus momentos más altos se atrevía a clasificar de romántica, y en los más bajos de ilusiones patéticas de su parte.

A desconocimiento de si sólo era para él aquel cambio de visión, Gustav no se atrevió a preguntar. No porque sus habilidades de observación se hubieran visto reducidas a eso, sino por simple y llano miedo de cuál fuera la respuesta a recibir.

Y además estaban otros factores, como la ausencia de más besos, y el aumento de señales que indicaban que Georg estaba enamorado, hoy más que nunca.

—¿Todavía sigues con eso? —Inquirió Bill cuando Gustav le pidió un consejo, y luego agregó—. Gus, en serio que eres un denso de lo peor… ¿Estás seguro que de pequeño no te dejaron caer de cabeza en el concreto?

A su conversación se sumó Tom, sentándose al lado de Bill en el sillón grande y pasándole el brazo por la espalda mientras Gustav escuchaba su veredicto ocupando el asiento frente al suyo en una incómoda y rígida silla de madera.

—Vamos a ponerlo así… Si no tuvieras el sentido de la vista, pero a pesar de ello escucharas rebuznos, olieras estiércol, palparas unas orejas largas, y al darle una lamida te pareciera reconocer el sabor de un burro-…

—Espera, ¿a qué diablos sabe un burro? —Le interrumpió Gustav, que se perdió en la burda analogía y se interesó más por los detalles insignificantes que por el conjunto en sí—. ¿De qué diablos hablas? O mejor dicho, ¿otra vez estás viendo videos de zoofilia? Porque te juro, Tom, que un día de estos David se va a enterar y-…

—Ok, ¡ok! —Intervino Bill poniendo un alto al rumbo perdido que estaba tomando su conversación—. Mal ejemplo. Mejor pensemos en… una fruta. Sí, en concreto, una manzana, por ejemplo-…

—No, un coco —pidió Gustav para desconcierto de los gemelos, que no sabían la historia subyacente, pero no importaba, porque para él era importante que así fuera.

—Vale, un coco… —Aceptó Bill con una ceja arqueada pero disimulando por lo demás su asombro—. Es lo mismo: Si todos tus sentidos físicos te indican que es un coco… debes asumir que se trata de un coco, ¿correcto?

—Supongo… Habría excepciones, por supuesto, pero-…

—Lo que Bill quiere decir es… —Tom retiró el brazo de los hombros de su gemelo y se inclinó al frente, con ojos límpidos mirando a Gustav directo a la cara para que no quedaran dudas de su veracidad—. Si sospechas que Georg está enamorado y ya descartaste a todos los posibles candidatos, excepto uno…

—Con el que Georg sale a citas.

—Muchas citas.

—Citas románticas.

—Citas cursis a morir.

—Citas de donde regresan como colegialas.

—Y no cualquier tipo de citas.

—De amigos no.

—Ni colegas.

—No cuando a veces también van al cine.

—O a cenar.

—Y faltaría que a bailar…

—Pero ambos tienen pies izquierdos.

—Así que no bailan.

—Porque además se verían ridículos juntos.

Gustav levantó las manos al aire y puso un alto a aquel diálogo que no lo incluía. —¡Alto! Un segundo, por favor, que no creo entender hacia donde se dirigen.

—¿Qué, tu bola mágica se ha descompuesto? —Le chanceó Bill—. Entonces usa esa lógica tuya de la que tanto presumes…

—Yo no… Yo… —Con la mente en blanco y la lengua pegada al paladar, Gustav necesitó de un último empujón, que vino por cortesía de Tom y se lo tomó muy en serio, pues redujo todavía más la distancia entre ambos y le propinó un leve golpe sobre la coronilla.

—Reacciona, Gus —dijo con exasperación—. Eres tú de quien Georg está enamorado.

—¿Y-Yo?

—Sí, tú —suplió Bill.

—Y es obvio para todos.

Dolorosamente obvio.

—Georg tiene meses-…

—¡Años!

—Sí, años, sufriendo por ti.

—Pero sabe esconderlo.

—No tan bien si nos enteramos antes que tú.

—Bueno, también es que lo presionamos a decirnos…

—Sólo un poco…

—Pero no usamos alicates ni agujas.

—Bastó con nuestro poder de… persuasión.

—Porque éramos dos contra uno.

—La unión hace la fuerza y-…

—¡¿PODRÍAN CALLARSE DE UNA VEZ POR TODAS?! —Estalló Gustav, incapaz de procesar tanta charla insulsa—. Por favor…

Los gemelos cerraron las bocas de golpe, e igual que ratones asustados esperaron a que Gustav se manifestara de cualquier otra manera, pero éste no lo hizo.

En silencio, como un fantasma que atraviesa muros, abandonó la habitación en silencio.

 

«Me gusta, le gusto, ya nos besamos, y la transición no podría ser más dramática que eso, pero…»

En total shock porque sus habilidades lo habían dejado en la estacada, y por lo que sospechaba, en un humillante último puesto para enterarse de quién era el dueño de los afectos de Georg, Gustav permaneció en su habitación por las siguientes tres horas, recostado de espaldas sobre la cama e ignorando el hambre, la sed y las ganas de ir al sanitario a vaciar su vejiga que cada tantos segundos se manifestaban en punzadas sobre el bajo vientre.

Al diablo con la incomodidad física, porque su mente tenía asuntos más importantes que tratar, y en eso estaba cuando a sus oídos llegó el ruido de un par de golpecitos en la puerta antes de que se abriera y la cabeza de Georg apareciera dentro de su rango de visión.

Con la garganta seca e incapaz de articular el más mínimo sonido, Gustav aguardó a que fuera Georg quien hablara primero.

—Uhm… Los gemelos me contaron lo que pasó antes y… ¿Quieres que lo discutamos como adultos que somos o prefieres estar a solas un rato más?

—Es… —Gustav se incorporó sobre sus codos y carraspeó—. Ésta también es tu habitación.

—Sí, bueno… Yo… —Georg abrió un poco más la puerta y avanzó—. Tenemos que hablar, ¿no?

—Parece lo más lógico.

—Gus…

—Vale, sí. Quiero hablar. Y es mejor ahora que seguirlo postergando porque… —Gustav resopló—. ¿Soy yo? ¿Es de mí de quien estás enamorado?

—Sí —fue la simple respuesta, sin adornos superfluos ni extras innecesarios.

—También me gustas.

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué…? —Pero la pregunta murió en sus labios.

El problema, si lo había, es que no había ningún problema, y la repentina realización de ello hizo que Gustav se sintiera desvalido. Demasiado acostumbrado a la lógica y a esa visión suya que le impedía pasar por alto cualquier detalle, sin importar lo nimio que fuera, la incertidumbre de no saber sobre cuáles cimientos estaba parado le agobiaba y asustaba en partes iguales.

—No… Yo no… Simplemente no lo entiendo —dijo Gustav al cabo de unos segundos de silencio en los que su cerebro trabajó a marchas forzadas sólo para dar una respuesta no concluyente.

—No hay nada qué entender. Me gustas, te gusto, hemos salido en citas, y he esperado meses a que te dieras cuenta… Te besé, me besaste, luego me volviste a besar, esta vez en serio, y… Debería ser mi turno, Gus, pero antes quería estar seguro de que esto era lo que querías.

Esto —repitió él sin ninguna inflexión.

—Sé que no eres tan bobo como para no captar ese matiz, así que…

—Coco —declaró Gustav de pronto con una sonrisa trémula en labios—. Si todos mis sentidos apuntan a que es coco, tiene que ser coco, ¿verdad?

—Ni idea qué tiene que ver con nuestra charla, pero… sí, por regla tendría que ser coco. ¿Pero a dónde quieres llegar con-…? ¡Oh! —Alcanzó Georg a exclamar antes de que Gustav saltara fuera de la cama, y en una fracción de segundo estuviera frente a él y se hubiera apoderado de sus labios con un beso.

La unión fue corta pero intensa, con un leve atisbo de lengua y cero sabor a coco, pero ya habría tiempo para remediarlo…

—No soy del tipo que lanza conjeturas vanas al aire, pero… —Murmuró Gustav separándose unos centímetros y mirando a Georg a los ojos con pupilas dilatadas—. Me apuesto lo que sea a que estamos destinados a estar juntos.

—¿Lo dices por algo en particular o…?

Gustav sonrió antes de volverlo a besar, y con sus labios rozando los de Georg, desestimó esa idea por considerarla inadecuada, un tanto abaratada y falsa.

—No. Es más bien… una corazonada.


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