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RENACER [1872!Stony] por WooHo Shin

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«Luego intentas creer que los problemas al despertar desaparecerán y eso solo te empuja a un punto interminable de laberintos y encrucijadas que no hacen más que humillarte y herirte. Convirtiéndote en el hombre perdido que sabes nadie merece ver»

 

***

 

El aturdimiento dentro de su cabeza era como el pan de cada día. Lo convertía en un revoltijo de temblores y malos ratos. Odiaba la sensación, y aun así, nunca hacía nada para cambiarlo. Porque más que aquello, Tony odiaba saber con exactitud lo que ocurría a su alrededor, en ese pueblo bordeado de desierto llamado Timely.

El dolor era insoportable, se sentía como diminutas agujas empujando sin piedad contra su cerebro. La rapidez con que la confusión y el mareo invadieron su cuerpo le desconcertó, porque una gran parte de él insistía en recordarle que ese dolor hace solo poco no se sintió. De golpe, como una mala y cruel jugada.

Sus párpados pesaban sobre sus ojos, luego de intentar abrirlos varias veces, al fin lo hizo. Enfocar directamente frente a él no fue la mejor idea de todas; ya que, apenas lo hizo, sus ojos escocieron por la fuerza con que la luz iluminaba. Los cerró con fuerza y, en un arrebato, tapó su vista con su antebrazo derecho.

El mareo se acentuó al escuchar muy cerca de él la distorsionada voz de un hombre, impregnada aquella misma de un elevado tono molesto que juraba empeoraba su condición. Luego de varios segundos escuchando la misma palabra lo entendió, al menos un poco, que era su nombre repetido una y otra vez para, de pronto, convertirse en gritos secundados de gruñidos llenos de furia.

— ¡STARK!

Su cuerpo no pudo evitar saltar ante el estruendoso sonido cerca de su oído. En instantes, sus músculos resintieron el mal movimiento. Se removió cautelosamente después, tratando de evitar que el mareo se acrecentara a niveles insoportables y, bajo el brazo que cubría su rostro, comenzó a parpadear constantemente con la intención de acostumbrarse lo más pronto posible a la realidad que le rodeaba.

El fuerte e inesperado zarandeo contra su cuerpo le recordó que no estaba solo en aquella habitación.

— ¡Dame la cara, maldito borracho!

La verdad, es que poco le importó la compañía. Si era de esos momentos en que solo venían a molestarlo, pues no quería escuchar nada más. El sueño que últimamente se presentaba atormentando su noche no era para nada algo que pudiera aguantar tan fácilmente. Le desconcertaba a tal punto que solo deseaba desaparecer. Al menos un día, deberían de dejarlo en paz. Las voces, aquellas deberían callar y... dejar de escucharse tan reales.

El Steve que vio en su primer sueño no debería de recordarse en su memoria así de nítido. No debería de presentarse así de real ante él, porque sabía que no lo era. La sola idea le convertía en un hombre desgraciado y perdido, en un imperceptible manojo de nerviosos movimientos y temblores. Ya tenía suficiente con la muerte de su mejor amigo, no necesitaba más sueños con el recuerdo de su constante equivocación y falta de fuerzas.

Pero...

El zarandeo no se detuvo. A la altura de su pecho una firme mano se sostenía de su ropaje. Fuerte y preciso no era algo que fácilmente relacionas con un sueño. Eso Tony lo tenía muy en claro.

El pelinegro tomó la muñeca que lo jaloneaba con el otro brazo que no cubría su rostro. Y con la poca fuerza que aún le quedaba hizo presión, sintiendo la textura áspera bajo su piel. Harto de todo eso, que no lograba nada más que acrecentar su confusión, intentó alejar esa mano de sobre él, consiguiendo que la magnitud del agarre disminuyera y de pronto desapareciera. Pudo escuchar luego de eso el notorio crujir de la madera, bajo los pies de ese hombre, mientras se alejaba.

—Si aún te encuentras cuerdo, date un baño y arréglate. Apestas.

Tony sabía que se refería al alcohol. El claro olor que siempre le acompañaba. No era una sorpresa que a las personas a su alrededor les incomodara, como tampoco era de su importancia comportarse de acuerdo a sus gustos y preferencias. Así que podían ir yéndose a la mismísima mierda, porque él no haría nada para cambiar el hecho.

— ¡¿Me escuchaste, Anthony?! —fue como un rugido. Llegaba tan nítido a sus oídos que fácilmente podía sacarle a él una sonrisa, si estuviera un poco más centrado en sus acciones y en la poca cordura al cual su cuerpo se aferraba.

—Fuerte y claro.

Era una garrafal mentira. Y seguía sin importarle.

La sonrisa que antes no pudo expresar con certeza se apoderó de su rostro. Luego de ese abismal tiempo ya pasado el ambiente a su alrededor gozaba de ver una tranquila sonrisa en su rostro. De aquellas que, a él, no le gustaba plasmar ante nadie.

—No me encuentro de humor para soportar tus tonterías. Levántate y ten el poco valor para mirarme a la cara.

—Discrepo, mi querido sheriff, porque no tiene ni una pizca de sentido lo que usted manda. Mientras sigas en mi mente podré escucharte y está bien, ¿sabes? Puedo aguantarlo hasta... no sé, ¿el resto de mi vida? ¿Qué estoy diciendo? Claramente esto me está matando desde ya. Es...

— ¿De qué mierda estás hablando ahora?

Tony le ignoró por un momento, acomodando su cuerpo sobre la madera como si el mundo que le rodeaba no le interesara. Oh, pero que sorpresa, era justamente de esa forma como sucedían las cosas ante él.

—Te concierne y no te lo diré. Confórmate con eso.

Un golpe de pie se dejó sentir contra sus costillas obligándolo, por el dolor, a retirar aquella extremidad que difícilmente tapaba sus ojos, acompañando la acción con el resto de su cuerpo retorciéndose.

Y ahí lo notó.

El cuerpo de Steve se encontraba parado a un lado suyo, a la altura de su cabeza que con dificultad tuvo que levantar para poder ver como cada brazo del rubio se apoyaba sobre sus propias caderas, en ese típico gesto de enojo. Su ceño fruncido le dejaba en claro su posición al respecto. En desventaja, así era como estaban las cosas en ese justo momento para él.

—Te lo advertí. Dije claramente: Ten el valor de mirarme a la cara. Ahora...

—Esto debe de ser una jodida y cruel broma.

Tenía mucho más de cruel si se lo preguntaban, pero Tony ya no quería opinar más acerca de ello. Tenía suficiente con los ojos azules de Rogers fulminándolo sin piedad. Además, no se sentía para nada bien. Su gesto, la posición de su cuerpo y su mirada dejaban entrever esa misma afirmación.

Porque él sabía que si seguía hablando su voz se cortaría en cualquier instante entre las palabras. Y su labio inferior temblaría más de lo que temblaba ahora. Y su mirada, entonces, reflejaría una expresión miserable que no merecía aparecer en su rostro. Todo en él no igualaría en nada a la firmeza de la actitud que se vio anteriormente.

Ocurriría si hablaba, todo solo si escuchaba una vez más la firme voz de Steven.

—Debes estar loco.

Tony tragó duro. Ahorrando la vista penosa de sí mismo ante Steven, girando su rostro. Lo había intentado antes, enfocar su vista correctamente en el cuerpo y expresiones de Rogers y buscar un error, algo que grite mentira e irrealidad, pero no lo encontró. El maldito sueño insistía en presentarse ante él como verdadero. Y le jodía, porque se veía tan tangible e indiscutiblemente real que solo provocaban espasmos y la sensación de miedo recorrerle que él mismo, con toda la fuerza y cordura que poseía, convertía en imperceptible ante Steven.

Y si este era capaz de notarlo, pues realizaba un muy buen trabajo fingiendo no hacerlo. Como siempre, se dijo mentalmente. Porque de todas formas, Rogers se comportaba así con cualquiera que lo rodeara. Reflejando indiferencia que quizá no sentía. ¿Quién sabe? Steven era de las pocas personas que se parecían a él en ese aspecto. Siempre cuestionando, siempre callando. Personas contradictorias que ocultaban verdades importantes.

Así eran los dos, y estaba bien.

Pero,... quizá simplemente no lo estaba.

Tony se hartó muy pronto de la mirada azulina sobre él, mirándolo de esa manera tan profunda que, él sabía, buscaban respuestas en sus propios gestos y expresiones. Steven, el correcto hombre del pueblo, no podía estar un solo segundo sin observar a la gente. Buscando quien sabe qué. Aunque, para el dueño del apellido Stark era más claro que aguas cristalinas: Steven buscaba errores. En él, encontraría varios. Lo sabía, y le molestaba. Steve no debería de mirarlo de esa forma. Debería ya de parar de hacerlo.

—Rogers, hombre real aquí presente, ¿me podrías pasar la botella tras de ti? Quizá de esa manera te esfumarás ya de mi cabeza.

El rubio no lo hizo. En vez de eso, su mirada penetró más intensamente si es que eso fuera posible. Para Tony lo era, y eso bastaba para sacarle un gruñido. Y un gesto devastado. Si Steve quería mirarlo, pues él le daría la perfecta escena que seguramente quería. Un hombre confundido. Un hombre totalmente perdido siempre era lo que a la gente le gustaba observar. Steven no era diferente de ellos que se creían superiores y con el debido derecho de criticar a otros.

Tony lo sabía. Tony podía jactarse una y mil veces de conocer mucho acerca de Rogers. Y eso no quitaba ni un poco el enojo que casi siempre causaba esa particular actitud de Rogers para con él.

— ¿Sabes? ¡Odio esto, maldito cretino! Deberías no estar aquí. ¡¿Qué es lo que quieres, eh?!

El castaño consiguió pararse muy dificultosamente, apoyado en la pared a un lado suyo que no le sirvió de mucho, porque sus piernas temblaban de igual manera, amenazando con torcerse y dejarlo caer. A Tony no pudo importarle menos, solo quería desahogarse, señalar con el dedo a Steven y medio gritar: — ¡Vete al infierno, Rogers, y deja ya de joderme! ¿Tienes que venir, desde dónde sea que vengas, a insistir en recordármelo? No te lo repetiré ninguna sola vez más: ¡Ya deja de...!

— ¿Terminaste?

Steven habló y eso bastó para callar cualquier palabrerío de Tony; y no conforme con ello, el rubio avanzó un metro más cerca de Stark, lo suficientemente lejos para no incomodarlo, pero sí lo exageradamente cerca como para que el castaño no pudiera huir de lo real que se veía el cuerpo de Rogers frente a él.

La textura de su piel, la claridad azulina de sus irises y lo perfectamente cierto que se veía su respiración acompasada convertían fácilmente sus pensamientos más razonables y verdaderos en solo frases cuestionables y dudas correctamente construidas.

Tony no quiso creer. Se rehusaba totalmente a aceptar todo lo que sus ojos veían como algo verdadero. Sus irises rehuyeron de los de Steve en algún momento, ya hace minutos, para volver a enfocarlos ahora. Profundamente puestos sobre Steven; así, de esa forma, Tony pensaba buscar, una vez más, una falla que gritara esto no es real.

— Terminaste.

Fue un movimiento rápido, totalmente pensado por Stark, quien en un instante llegó hasta la altura de Steven y tomó su rostro entre sus manos. Sus ojos grises no perdían cuenta de cada detalle que recorría él mismo con sus dedos. Fueron movimientos suaves, lejanos a la actitud que le caracterizaba, sin dejar de lado la mínima sonrisa que acaparaba sus facciones.

Sus manos bajaron, ante la atenta mirada de Rogers quien no parecía nada agradecido con la idea de que le tocasen sin su consentimiento. El fruncimiento de sus cejas y el brillo oscuro en sus ojos se reflejaban como una clara señal para que se detenga. Tony no la notó. En vez de eso, continuó su recorrido por sus tensos hombros, por sus fuertes brazos y, por último, por su firme pecho.

—No eres real. Yo lo sé —soltó con duda mal disimulada, y Steven no pudo evitar dirigir sus confundidos ojos a los desorbitados de Stark, que no se atrevían a mirarle—. Este sueño se está tardando demasiado en terminar. Desaparece ya, Rogers, te lo pido en un claro por favor.

— ¿De qué demonios hablas ahora? —a las palabras de Steven le acompañó un tono furioso impregnado de decepción.

Stark no se encontraba en sus cinco sentidos, eso lo podía observar claramente al notar sus ligeros temblores y el mal apoyo de su cuerpo en el de él. Los dedos del pelinegro se aferraban a sus brazos, acción que le incomodó y molestó al ver, una vez más, una botella vacía en un mueble cerca de ellos dos.

La ira mal contenida en sus muecas fueron el primer paso; la siguiente acción de Stark le empujó al final de aquello. A un acto donde ya no habrían palabras suaves, solo gritos y palabras malintencionadas. Porque él ya se encontraba furioso y harto de cada maldita palabra incoherente que escapaba de la boca de Stark.

Anthony pinchó el ojo de Rogers con un dedo propio. Quien cerró fuertemente los dos, aferrando sus manos con fuerza a las muñecas de Stark, apretándolas con tal intensidad que Anthony se removió entre ellas, sin lograr soltarse. Un nuevo gruñido había escapado de Steven al sentir el ardor expandirse desde el punto inicial de contacto hasta todo su orbe y Stark, viendo fijamente aquella escena, por fin, se dio cuenta de lo que desde hace horas se rehusaba a aceptar.

Otro gruñido más escapó de entre los labios de Steven. Aún con la cabeza gacha y aguantándose una queja más, escuchó la agria voz de Stark decir: —Estás aquí —su ceño se frunció, nada contento de su reciente aceptación—. ¿Por qué mierda estás aquí conmigo?

La única respuesta que obtuvo fue su espalda siendo dolorosamente estampada contra la dura madera tras él. Sin darle ningún tipo de tregua, el brazo de Steven presionó a la altura de su pecho con desmedida fuerza. Sus ojos oscurecidos por la furia que corría por sus venas le miraron directamente, uno de esos zafiros rodeado del rojo intenso causado por el piquete que le dio con su dedo hace solo un minuto.

Tony sintió la pena recorrerle, pero eso a Rogers no le pudo importar menos.

El rubio simplemente estaba harto. Y en ese estado de furia pura no existía ninguna forma de detenerlo. Diría lo que se le viniera en gana, haría lo que sus bajos instintos dictaminaran. Tony sabía que justo ahora estaba pisando un campo minado y que a la primera frase mal formulada él sería muy pronto solo un punto difuminado entre ellos.

—Steven,...

— ¡YA CÁLLATE! —la altísima voz del rubio se escuchó muy cerca de sus oídos— ¡Por una vez en tu vida deja de compórtate como un maldito borracho! No entiendo cómo puedes... Escúchame bien, Stark, los días pasan uno seguido de otro y ocultarte tras miles de vasos de alcohol no cambiará jamás ese hecho. ¡Así que tómate los días de tu asquerosa vida en serio!

Las palabras escapan una tras otra sin esperar ninguna respuesta de Stark. Steve simplemente se encontraba irritado y eso era suficiente para desgraciar con sus palabras el día de Tony. Esto se trataba de más que solo un pleito, este era la continuación de una guerra que alguno de los dos impuso hace bastante tiempo atrás. Ver quién ganaba, quién era el más fuerte y quién era el primero en romperse. Las palabras realmente nunca dañaban a ninguno. Eran tan fuertes que era tremendamente difícil intentarlo de este modo.

El problema es que este momento era diferente, no estábamos hablando de días atrás en la cantina, con Tony lleno de litros de alcohol, hablábamos de hoy, dos días después de la primera muerte de Steve. De aquello que no escapaba de su memoria y estaba ahí presente para atormentarlo. Porque Steve no necesitaba insultarlo y humillarlo para que él entendiera el punto. Tony no necesitaba de nadie diciendo nada porque...

Tan triste y patético como de seguro se veía se sentía.

Y lo sabía. En serio que sí.

—Mírate, Stark, y date cuenta de una maldita vez lo que esa porquería te hace. De lo que tú solo te haces. ¿Crees que son correctas tus acciones? —el castaño rehuyó de su mirada con molestia, detestaba que de la boca de Steven brotaran sus perfectas palabras sobre lo bueno y lo malo, de lo correcto e incorrecto, tan típico de él que le enfermaba— ¿Sabes cómo yo te veo? Como si fueras pura mierda. Así es como...

—Cállate.

Si su voz escapó como un susurro o un grito, qué más daba ahora. Steven se podía admirar mejor de esa forma. Con el ceño fruncido y los labios fuertemente apretados. Además, fue exactamente de esa forma como lo conoció la primera vez que se presentaron. Los dos, absolutamente cansados de la vida que mantenían. Tony más que Steve, porque siempre debía de haber una forma aceptable para ganarle a ese hombre.

—Debiste callarte tú primero.

¿Cuándo se convirtió todo esto en una pelea para ver quién era el último en dañar más rápido al otro?

Se declararía perdedor si no fuera porque odiaba ese término justo a un lado de su nombre. Le importaba una mierda si todos los presentes en ese pueblo ya lo mencionaban de esa forma. Si debía ganar, lo haría ahora.

—Yo solo quería saber si eras real, pero gracias, eh. Por recordarme que sigo siendo exactamente el mismo loco de hace años. Pensé que había logrado dejar todo eso atrás; ahora me doy cuenta que el monstruo sigue aquí —señaló repentinamente su pecho.

Lo que su mente pensaba recorría un camino muy diferente a lo que de su boca escapaba. Tony golpeó una vez más su pecho, y otra vez más, antes de escuchar nuevamente la indiferencia hecha voz de parte de Steven.

—Hay cosas que nunca cambian.

— ¿No puedes simplemente callar tu mierda, Rogers?

Ese hombre no podía llamarse su amigo. Simplemente no podía.

—Cuida lo que sale de tu boca, Stark. En este pueblo tu apellido no goza de renombre como tanto crees.

— ¿Y qué importa de todas formas? Con apellido o no, tú no pareces de los que respetan nada.

Steven no respondió esta vez, entretenido en algún punto lejos del castaño. Siete brillosas botellas se mostraban en el fondo de lo que alguna vez lució como una ordenada sala de vista admirable. Era el hogar de un Stark, un hombre de negocios y dueño, además, de un buen apellido. Alguien como él no debería de lucir tristemente acabado. Además, a diferencia de lo que Tony pensara, Steve sí que le respetaba.

Aunque claramente era a su manera.

—Tan equivocado no estás. Es más, acertaste, ¿quieres un premio o qué? No tengo tiempo para estas mierdas, Stark. No sé ni siquiera porque sigo en medio de este asqueroso lugar.

Una risa amarga llegó a los oídos de Steven, agria y ligeramente seca, que no dudó en revolver sus pensamientos. Escondían algo que, muy fácilmente, se podía leer en los indecisos ojos grises de Anthony, que por la cercanía que aún mantenían él era capaz de notar. Gritaban decepción, furia y desconcierto. Todo aquello mezclado con la clara señal de aturdimiento. Steve movió sutilmente su mano hacia el hombro de Stark, con la intención de un acuerdo de paz y calma que no era capaz de declarar con palabras. Un movimiento que quedó en el aire al oír lo que Tony formuló ácidamente. Si quería herirle, no quedaba mucho por hacer.

—Este humilde hogar no podrá jamás estar a tu altura, ¿No es así, sheriff perfecto? —Tony se atrevió a mirarle, con los ojos repentinamente enfurecidos—. Quédate a jugar a los defensores de la justicia en otro lugar, entonces. Porque para un pueblo que no te necesita, continuar gritando y defendiéndonos no nos sirve para nada. No eres suficiente aquí, y lo sabes. Pero no te preocupas, Rogers, de mi parte puedo declarar que eso a mí poco me importa.

Mentía.

Y no era la primera vez, así que esperaba que a Rogers no le afectara, que no creyera realmente en sus palabras. Esperaba, en vez de eso, que Steven se riera a carcajadas y le dijera que estaba bien, que como ofrenda de su amistad él siempre sería capaz de perdonar cualquier tontería que de su boca saliera.

El problema erradicaba en que Steven creía en ello como una mentira a medias. Sus propios pensamientos lo empujan a aquello, y lamentablemente no existía un marcha atrás cuando se trataban exactamente de los de él. Todo este tiempo creyendo en la fuerza de lo que significaba portar la estrella en su pecho, para que resulte al final del día que no era para nada como insistía su mente en pensar, porque no era un ingenuo y sabía que sus actos no daban los frutos que él deseaba. Los pobladores hablaban a su espalda, le llamaban testarudo, idiota e irresponsable, juntando a ello el poco apoyo y respeto que le brindaban.

Timely era un pueblo lleno de personas resignadas, muertos vivientes a quienes ya nada les importa. Que él siguiera cuerdo en ese mar de malos ratos era solo un milagro que pensó lo convertía en un mejor hombre; pero, en realidad, solo le cegaba a la cruda verdad. No podía seguir mintiéndose, debía de ver lo que en sus alrededores ocurría. Y una vez observara aquello con claridad se toparía únicamente con lo que las palabras de Stark ya habían representado con exactitud.

Steven, simplemente, no era suficiente.

—Claro que para el grandioso Stark nada ni nadie importa. Queda claro que eso ya lo sabía, pero ¿Cómo podría acaso suceder lo contrario? ¡Si eres solo un malnacido egoísta! Yo intento salvar vidas, veamos que tanto lo intentas tú atragantándote en alcohol—dijo, con la voz impregnada de veneno.

Eso fue más que suficiente para Stark, el giro de su rostro fue la nítida señal de que esta ridícula discusión ya había llegado a su final. Steven se podía arrepentir aún, pero el enojo y la decepción que insistían en recorrer por cada fibra de su ser le recordaban que de esa forma estaba bien. Que las palabras, por mientras, sonaban un poco ciertas y que no era solo fruto de su ira.

Lástima que Tony no pensara igual que él.

—Me voy, Stark. Aquí solo estorbo tu apestosa vida.

Anthony apretó su puño, odiaba que Steve tuviera tanta razón. Tal y como lo decía, con voz que el juraba indiferente, se sentía. Una peste andante. Digno de simplemente nada. Agradecía una vez más que Steven lo recalcara, si no fuera de esa forma, ¿Qué más habría al final para él?

—Vete, entonces. Si eso es lo que quieres. ¡Largo!

Steven no esperó ninguna señal más antes de que el estruendoso golpe de la puerta retumbara por toda la sala, dejando a Stark en medio de ella, con la mirada perdida en alguna parte del piso. Existía, en aquel horroroso abismo en el que se había convertido su corazón desde hace años, una idea que se negaba a aceptar como cierta.

Y aquella era que...

Las palabras le duelen muchísimo, porque nunca pensó que Steven pensara respecto a él de ese modo. Asumió en algún instante, entre aquellos días de aquellos años que compartieron amenos momentos juntos, que Steven era aquel único hombre de fuertes valores y convicciones que aún creía en su defectuosa persona.

Dicen algunos que uno no puede vivir engañado toda la vida, y si era esta aquella verdad que ya debería de saber, pues, como solo él aprendió a actuar con el pasar de los años, expresó con una sonrisa en su rostro que aquello no le importaba en lo absoluto, que él podía soportarlo. La decepción que los ojos de Steven reflejaban dirigiéndose hacia su persona; eso, claramente podía soportarlo. Aunque, tras aquellos pensamientos, fuera una total mentira, y la sonrisa tres segundos después de formarse, desapareciera.

Porque el efecto que causaba en él, las palabras dichas por Steven, herían y quemaban aquel órgano en lo más profundo de su pecho; que él, hundido en un cúmulo de orgullo no dejaría, ahora ni nunca, que se exhibiera ante nadie. Aun cuando aquella afirmación a penas y le servía para cubrir y enterrar la extraña sensación que el otro problema que se avecinaba una vez más en aquel día le originaba. Él sabría responder porque era lo que mejor sabía hacer y esta vez, tragándose las últimas palabras que en su mente comenzaron a amenazar su integridad, no dejaría que, un tumulto de pensamientos, le cegaran lo suficiente para no actuar.

—No te dejaré morir, Steven.

Aquella afirmación fue suficiente para que sus manos formaran puños con determinación. Y su mirada y pasos siguientes continuaran la línea imaginaria que lo conduciría a un cuarto oculto que llevaba largos años sin abrirse. Conteniendo dentro de ella, objetos que pensó no volvería a ver, objetos que detestaba pero sabía... siempre serían parte de él y su historia. Aquella idea pudo molestarle, herirle o quemarle por dentro de diversas formas que ya había experimentado, pero que esta vez, con el irregular palpitar de su corazón, no dejaría que le afectara.

Un ayer era solo eso. Un día que ya no existía, y que, simplemente, ya terminó. Y por ello mismo, no tenía ni una sola pizca de sentido recordar la mirada de Steven sobre la suya, hablándole a través de ella con pesar. Expresando sentimientos que él no quería leer. Porque de esa manera él,...

Negó ligeramente, abriendo desde la perilla con una llave especial la puerta de aquel espacioso almacén. Nadie sabía de su contenido, era de aquellos secretos que él supo mantener de aquella forma con el pasar de los años. Dos mesas de tamaño considerable se mostraban en el centro de la estancia, con siluetas de objetos sobre ellas que las mantas blancas ocultaban muy bien. Tras de todo ello, diversos estantes se mostraban con armas de guerra que él mismo fabricó hace ya muchos años atrás. No se sentía orgulloso de ello, nunca lo estaría realmente, se dijo en un susurro suave que muy pronto se perdió en la ligera brisa del verano.

Tenía una sola idea rondando su mente, una que incluía a Steven sano y salvo. Una sola que iniciaba en ese taller y terminaba con una bala de plomo atravesando el fuerte pecho de Benjamín Lester. Y sabía de qué forma conseguirlo. Sus manos se movieron con rapidez y agilidad mejorando aquella arma que aprendió a llevar bajo la manga. Al terminar con ella, tomó otra entre sus dedos observándola con detenimiento que después de un arduo escrutinio decidió que, de igual forma, le serviría para su nuevo propósito.

Los minutos se convirtieron en una hora muy pronto para su disgusto. Tony, en medio de ese desorden que generó, se sintió listo y preparado para lo que fuera a venir. Se alejó de todo aquello para salir de su hogar en busca de ese hombre rubio que muy pronto encontró. A las afueras de la comisaría de Timely en la calle paralela a la ubicación de su taller, él y un hombre más, de cabellera larga y oscura, conversaban en voz baja entre ellos dos cuando, repentinamente, Steven levantó su rostro, exclamando:

— ¡Ahí está el juez! —Tony los observó acercándose a aquel hombre montado sobre un caballo, mientras él hacía lo mismo con rapidez hacia ellos dos— ¡Juez Nelson!, ¿no se equivoca de dirección?

La firme mano de Tony tomó la muñeca de Steven, quien giró la cabeza al mismo tiempo que se escuchaba un sonoro chasquido de molestia escapar de sus labios. Su sorpresa al verlo se convirtió en menos de un segundo en furia mal contenida.

—Lo siento, Steven. Ya se juzgó. Culpable, condenado a la horca. Entrégalo a los tipos de la capital y termina ya con esto.

Los azules y los grises se encontraron en ese mismo momento. Miradas profundas que dejaron en segundo plano la angustiada voz del juez Nelson. Steven y Tony se preguntaron internamente por qué no pudieron quitar las miradas de sobre el otro en ese transcurso de los segundos. Sin responderse ninguno de los dos, continuaron con sus propios propósitos.

— ¿Qué mierda haces aquí? No tengo tiempo para esto, Stark. Lárgate —el rubio regresó su concentración al juez que ya no se encontraba cerca de ellos, sobre un caballo en la lejanía apenas y se veía su silueta— ¡Espere un momento! ¡Todos merecemos un juicio justo!

—Calma, no habrá horca hoy. —Steven y Tony giraron en la misma dirección en que Red Wolf veía. Tres hombres y una mujer se acercaban a ellos con paso ligero. Lester, en medio de ellos, sonreía cínicamente.

— ¡Vámonos, ya! —gritó Tony, logrando que los dos hombres así lo hicieran.

Fue una carrera intensa que los llevó como destino al taller de Tony. Quien, luego de cerrar la puerta con el apoyo de su espalda sobre ella, dijo, con la respiración entrecortada y exhausta: —Escóndanse aquí.

Tony asomó su cabeza por una ranura en la pared de madera que le permitió ver, con la sangre corriendo con velocidad por sus venas, las siluetas de Lester y Otto pasar frente a su casa. Con el primero dirigiendo una mirada rápida al nombre escrito en la parte delantera de su taller. Industrias Stark. Antes de sonreír y seguir caminando. Tony observó cómo, ya más lejos de donde se encontraban, Lester le mencionó algunas palabras a Otto quien asintió con vehemencia luego de escucharlas.

Cuando Stark giró su cuerpo Steven ya no se encontraba en su rango de visión. Con la pregunta en su mirada, Red Wolf le señaló con un movimiento ligero de cabeza una habitación al fondo de la estancia. Tony pensó en diversas opciones en tan solo un segundo, sabiendo con seguridad a qué habitación se refería. Se dirigió hacia allí, y no fue hasta que escuchó el enojo impregnado en la voz de Steven que desconectó el repentino hilar de sus pensamientos.

— ¿Qué es esto, Anthony?

Tony se acercó hasta llegar a la altura de Steven. Creyó, al ver su mirada, que hizo lo correcto.

—La solución. Coge una, yo usaré la de la izquierda. Muerto Poindexter todo se solucio...

Un golpe muy fuerte se dejó escuchar contra la madera, callando su voz. Consiguiendo, en vez de eso, con aquella acción el salto de todas las armas sobre ella misma y el repentino temblor en el cuerpo del castaño de ojos grises.

—No usarás estas cosas.

El ceño fruncido de Steven dejaba entrever diversas emociones que Tony era capaz de percibir cuando miraba directamente el rostro del rubio como hacía justamente ahora. Observando la severa línea que formaban sus labios al ser apretados con molestia. El dueño del apellido Stark ya sabía lo que por la mente de Rogers ocurría, podía deletrear cada palabra con precisión porque en líneas generales decían algo que él de igual forma pensaba.

— ¿De qué hablas, Steven? Vamos, hay peores...

— ¡Dije que no!, ¿ya olvidaste lo que esto...?

No necesitaba a Rogers hablando de esto ahora. Su mueca se transformó en alguna especie de reproche que no dejó que Steven viera girando el rostro en dirección a la mesa con las armas encima.

—Claro que no, y no importa, ¿sabes? Eres mi mejor amigo, eres más importante que cualquier traum...

—Debes estar loco. ¡¿Todo es una jodida broma para ti?! Soy el sheriff de este pueblo, y escúchame bien Stark porque no lo repetiré ni una sola vez más, no te dejaré usar ninguna maldita arma mientras siga con vida.

Tony cerró los ojos, tragándose el nudo en su garganta que no notó llevaba consigo desde hace un buen tiempo. Mientras siga con vida. Ese era el maldito punto ¿Por qué era tan difícil dejarlo a él que lo salve?

—Usaré esto cuantas veces sea necesario. Y escúchame bien tú a mí, Rogers, esta será la última vez si...

—Esto no es lo que eres. ¡Aprende ya, Stark!

La voz era salvaje rozando la brusquedad. El poder en ella impregnada de algo más lo inmovilizó en su mismo sitio con una mirada confundida que no pudo evitar reflejar. Steve tomó el arma entre sus firmes manos y lo partió en dos grades fragmentos que, muy pronto, soltó directamente hacia el piso de madera bajo sus pies. El sonido ensordecedor aún se repetía en los oídos de Tony para cuando Steve dejó de mirar el suelo a fin de encararlo.

Si había algo, cualquier cosa, que decir antes de que el día se terminara, Steven debía de comenzar justo ahora a soltarlo. Porque él sabía que una frase se atoraba en su garganta. Lo sabía porque sentía el nudo en ese lugar incomodarle.

Y quizá, no era el único.

Lo real en aquel momento fue que ninguno tuvo el tiempo suficiente para seguir dándole más vuelta al asunto en sus propias cabezas. Ninguno tuvo la astucia de quitar la vista de sobre el otro al mismo instante que escucharon la bisagra de la puerta romperse agresivamente gracias a una fuerte patada contra la puerta de entrada.

Y, por último, ninguno de los dos fue capaz de ignorar la jocosa voz de ese hombre con la diana pintada en la frente tras de Steven.

—Tic Tac, ya se acabó su tiempo, sheriff.

Y disparó, cuando el rubio también lo hizo al girarse con velocidad. La bala que disparó Steven impactó en el hombro de Lester cerca de una parte vital que no imposibilitó el grave daño. La caída de Poindexter al piso secundó la de Rogers, que a diferencia del primero, se aferraba a la vida con respiraciones grandes que no le servían cuando se vio a sí mismo ahogándose con su propia sangre.

—Buen disparo, sin duda —Lester sonrió con dificultad, viendo un segundo después a su compañera que le daba un certero golpe a Stark que lo mandó directo al piso—. E-Elektra, mata al i-indio.

Tony había caído de rodillas contra el suelo, con la impotencia inundándole cada poro en su cuerpo al no escuchar movimientos fuertes o golpes salvajes en defensa de parte de Rogers. No había llegado a ver el acto, pero estaba muy seguro de que no quería voltear a comprobarlo. Su mirada se entretuvo en el piso de madera frente a él, mientras su cuerpo temblaba.

Lester, de pronto, rio con fuerza.

—Gracias por distraer a Rogers, señor Stark. Sin su ayuda, no hubiera cumplido con mi deber.

Y se rio más fuerte con carcajadas que le enfermaban. Ese maldito se reía como si no hubiera un cuerpo derramando sangre a solo tres metros de ellos. Y Tony, con la colera inundándole, se arrastró, y al llegar muy cerca de Bullseye le jaló de los cabellos harto del sonido que insistía en escapar de su garganta.

En el fondo, muy lejos de cualquiera de los dos, Red Wolf peleaba aún con Elektra.

—Mátame, Stark. Puedo ver en tu mirada que quieres hacerlo. Vamos, mátame, sigue siendo el mismo monstruo que siempre has sido.

Tony cayó frente a él, sus piernas ya débiles no aguantaron su cansado cuerpo. Soltó los cabellos cenizos, con su desorbitada mirada sin ser capaz aún de voltear y ver el cuerpo rodeado de sangre en el piso de Rogers.

—Huir no te servirá más. Eres débil y cobarde. Dentro de ti. ¡Vamos, Stark, comienza a negarlo! —una bala de plomo atravesó la diana en su frente. Era Red Wolf quien harto de la palabrería de ese hombre fue capaz de disparar con tino.

El intento de sonrisa en el rostro de Red Wolf, que comenzó a formarse cuando él giró a verlo, no logró calmar el irregular palpitar de su corazón. Tony intentó mirarle nuevamente, y no pudo evitar pensar que aquel gesto no llena el reciente abismo que sus emociones se esforzaron por crear. Lo dijo una vez hace un tiempo considerable que ya ni recordaba, las palabras,... Las palabras siempre fueron su debilidad.

Y las de Lester, tan indiferentes como siempre, no pudieron ser más acertadas para dañarlo como ahora lo hacían.

 

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