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Pedazos de un alma de cristal por LittleAyla

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Notas del capitulo:

¡Esto es otra cosa! Espero que os guste como está quedando esto, ¡decidmelo en los comentarios!

—Dos meses antes—


Arrugó la nariz y frunció el ceño cuando ya no pudo seguir escapando de los molestos rayos de sol que apuntaban directo a su rostro. Resignado a tener que despertarse, se estiró como un gato en la enorme cama en la que estaba acostado y… un momento, ¿enorme cama? No, algo estaba mal. ¿Por qué no sentía ningún pequeño cuerpecito pegado al suyo, hartándolo de calor y babeándolo un poco? Además, el colchón en el que estaba acostado era demasiado grande y cómodo, no había bultos que machacaran su espalda, y la almohada en la que reposaba su cabeza era perfecta para sus cervicales…


Abrió los ojos como un rayo al recordar que en su habitación tampoco había una ventana suficientemente grande como para despertarlo por la luz que dejaba de entrar. Miró a su alrededor desde la posición en la que estaba, siendo recibido por las impresionantes vistas de toda la capital desde el gran ventanal enfrente suyo. 


Oh, entonces lo recordó. Él no había regresado a casa la última noche, sino que había tenido la suerte de pescar a un pez gordo; al parecer la decisión de arriesgarse e ir hasta el barrio dorado había sido acertada. Hasta ahora ninguno de sus clientes podría haberse permitido algo más que el motel barato al lado de su esquina habitual.


Se incorporó poco a poco, soltando unos cuantos quejidos de dolor cuando sintió su cuerpo entero acalambrado. Miró a su lado y arrugó la nariz en una mueca de asco al ver a un alfa de más de sesenta años durmiendo a su lado. Sí, ahora recordaba su noche. Había sido asqueroso y cero placentero, y encima había dejado marcas por todo su cuerpo que serían difíciles de esconder. Echó un vistazo a los moretones en sus muñecas y maldijo, serían difíciles de esconder frente a su familia.


Asqueado, se levantó de la cama con cuidado, sintiendo sus piernas débiles y temblorosas al tiempo que sus caderas chillaron de dolor. Joder, odiaba estar con alfas, ellos siempre eran unas bestias sin consideración. Aprovechando que estaba en un hotel de los buenos y que no pagaba él, se dio un baño con agua caliente; ya ni siquiera recordaba la última vez que había tenido el privilegio del agua caliente en su vida.


Antes de entrar en la bañera, se quitó el collar de protección de su cuello, sintiendo náuseas al ver los rastros de mordidas en la parte trasera. El solo pensamiento de poder quedar marcado por alguien le producía una horrible sensación por todo su cuerpo.


Limpió su piel con fuerza para quitar cualquier rastro del olor del alfa, cuidadoso de que su familia no pudiera sospechar nada, y masajeó sus piernas y caderas, aún acalambradas por la noche con el cliente. Cuando se sintió lo suficientemente limpio —a pesar de que la suciedad que sentía por vender su cuerpo jamás se iría—, salió de la ducha, evitando mirarse en el espejo; no necesitaba ser el destrozo que habían hecho en su piel.


Cojeando levemente, buscó su ropa esparcida por la habitación y se apresuró en vestirse, deseando abandonar ese lugar de inmediato. Por último, agarró la cartera del alfa que aún permanecía en el bolsillo trasero de sus pantalones y la vació entera, abriendo mucho los ojos cuando vio la enorme cantidad de dinero que llevaba ese tipo como si de calderilla se tratara. Se lo metió todo en el bolsillo interior de su chaqueta y finalmente salió de allí; iba un poco justo para llegar a tiempo a su trabajo, además quería pasar por casa para cambiarse la ropa que llevaba, que olía a tabaco, alcohol y sexo.


Tardó menos de lo esperado en llegar a casa, a pesar de que los barrios bajos estaban al otro lado de la ciudad; él y su familia vivían en una humilde casa diseñada para una familia de cuatro personas, mientras que ellos eran… quince. Sí, tenía doce hermanos, al parecer sus padres no conocían la existencia de los anticonceptivos y seguían trayendo niños al mundo a pesar de no tener los recursos para criarlos; sinceramente, desde hacía unos años sus padres lo agotaban, y por más que le doliera habían acabado distanciándose a pesar de vivir bajo el mismo techo.


Como fuera, entró en su pequeño hogar y se quitó los zapatos en el pequeño recibidor, dejándolos al lado de la puerta junto a los de su madre, que al parecer era la única que estaba en casa en ese momento. Chasqueó la lengua con molestia. Eran las once de la mañana y ella aún estaba en casa, tomándoselo todo con calma. 


Mientras, él ni siquiera recordaba la última vez que había tenido un tiempo para sí mismo. Una vez empezó a trabajar a los once, con pequeños encargos de los vecinos que le llenaban el día, no había vuelto a tener tiempo libre. Luego a los trece dejó la escuela cuando el dueño de un pequeño negocio del barrio le ofreció un trabajo en negro a tiempo completo como su ayudante. A partir de allí él sólo empezó a tener más y más trabajos, hasta ahora, que tenía cuatro trabajos al mismo tiempo y, sabiendo que aún así no llegaban a fin de mes, también había acabado vendiendo su cuerpo. Por el contrario, su padre trabajaba en una oficina ocho horas diarias, una jornada estándar sin ir más allá, y su madre trabajaba en una floristería a tiempo parcial. Además de ellos también estaban Kou y Mae, sus dos hermanos menores, que trabajaban a tiempo parcial luego del instituto. A sus demás hermanos no les había permitido tomar ningún trabajo a tiempo parcial porque quería que tuvieran una adolescencia normal, terminaran sus estudios, esforzándose al máximo, y pudieran entrar a una universidad con una beca. Quería que fueran capaces de salir del pozo de pobreza en el que se encontraban. Él se conformaría con eso, sin importarle lo que fuera de su propia vida.


—Ame cariño, me preguntaba dónde estabas —dijo su madre saliendo de la cocina con una taza de café—. Son casi las once, ¿tu turno no terminaba a las cinco? Estaba preocupada.


Ame suspiró y se acercó a ella para darle un beso en la mejilla—. Sí, lo siento, estaba muy cansado y me he quedado a dormir en casa de John —mintió. John era el jefe de su trabajo como camarero en el club nocturno, trabajaba allí desde los dieciséis; era un buen hombre, un antiguo amigo de su padre, y le había ofrecido un trabajo honrado a pesar de ser un omega.


Su madre soltó un suspiro de decepción exagerado, y Ame rodó los ojos al verla venir. Pasó por su lado hacia la cocina y se sirvió una taza de café; echó un vistazo al pote donde lo guardaban y maldijo al ver que casi no quedaba. Se estaba terminando más rápido de lo previsto, y por desgracia no podrían comprar más hasta fin de mes.


—Por un momento me he ilusionado —dijo la mujer, apoyándose en el marco de la puerta mientras miraba a su hijo—, pensaba que te habías echado un novio.


—Mamá, por favor, no empieces —susurró con cansancio.


—¡No empiezo! Sólo me siento triste porque mi hijo tiene casi veinte años y nunca ha tenido pareja. A tu edad yo estaba a punto de tenerte, ¿sabes? Creo que trabajas demasiado, deberías tomarte algo más de tiempo para ti mismo. A este paso…


Ame jadeó sin poder creerlo—. ¿Enserio acabas de decir eso? Madre mía, no puedo creerlo. Sabía que estabas ciega, pero no hasta ese punto.


La mirada de su madre se crispó ante las palabras de Ame, y se acercó a su hijo molesta—. No me hables así. Soy tu madre.


—¡Entonces tú no digas estupideces! —estalló el menor, dejando el café a un lado y encarando a la mujer—. Si dejo aunque sea uno de mis trabajos, nos van a cortar la luz, o el agua, o incluso las dos cosas. ¿Enserio no te das cuenta de lo muy hundidos que estamos? ¡Y por si fuera poco está esa jodida deuda que nos ahoga cada mes! Si no han matado a papá ya, es porq-


La mano de su madre cruzó su rostro, volteándolo y dejándolo sin habla por unos segundos. Ame se quedó en shock unos instantes, asimilando que su madre acababa de abofetearlo por intentar abrirle los ojos, y cuando logró procesarlo lo único que pudo hacer fue soltar una risa amarga y asentir lentamente. Así que la cosa estaba así; apretó los labios y regresó la mirada hacia la mayor, que lo miraba con los ojos muy abiertos e irritados, como si estuviera a punto de llorar.


—No culpes a tu padre por esto, él solo-


—Déjalo, déjalo —susurró, acariciándose la mejilla con suavidad; sentía como hormigueaba por el golpe. Pasó por el lado de su madre sin mirarla—. Voy a cambiarme, llego tarde al trabajo.


—A-Ame, lo siento, yo no pretendía- —balbuceó su madre, girándose para tratar de detener a su hijo, pero en cuanto rozó su brazo Ame lo apartó de un tirón.


—No, déjalo. Me ha quedado claro. Por más que trate de explicártelo, tú siempre vas a excusarlo. No necesito oír vuestras excusas; de hecho me dan asco —escupió sin mirarla—. Ya habéis puesto esta carga sobre mis hombros, así que puedes ahorrarte todas tus excusas.


—A-Ame… —pero antes de que pudiera decir nada más, Ame desapareció por la puerta de su habitación, dando un fuerte portazo al cerrarla.


Siempre era igual cuando hablaba con su madre. Excusas, excusas y más excusas. Excusas y oídos sordos. Se negaban a ver la realidad. Como fuera, Ame ya había aceptado que era él quien estaba a cargo de esa familia.


__________


Pasó las siguientes ocho horas en su trabajo en la biblioteca de uno de los barrios vecinos —porque el suyo era tan pobre que ni siquiera había una—, dedicándose sin descanso a ordenar los inacabables carros llenos de libros, atendiendo a clientes que no encontraban lo que querían y, como era un omega, también tuvo que dedicarse a limpiar los cristales y los suelos. Cuando el reloj dio las 19.00 finalmente pudo respirar un poco. Trabajar en la biblioteca lo agotaba; el lugar era enorme y tenía que recorrerlo decenas de veces mientras ordenaba y limpiaba. Aunque fuera uno de sus trabajos más remunerados, lo odiaba con todo su corazón.


Pero no tenía tiempo para descansar. Se apresuró en salir del edificio a toda velocidad para llegar al bus que lo llevaría al bar de John, que estaba a cincuenta minutos de la biblioteca. Su turno empezaba a las ocho y media, así que tendría unos cortos veinte minutos para cenar y recuperar el aliento antes de una larga jornada nocturna en el club. Aprovechó el trayecto para dormir un poco.


__________


Esto es de locos, pensó el omega sin dejar de moverse de un lado a otro del local. Los jueves siempre eran intensos, pero esto era otra cosa. Había empezado su turno hacía cuatro horas y ya sentía como si sus pies fueran a desintegrarse en cualquier momento, pocas veces había visto el club tan lleno. Pero bueno, tampoco podía quejarse; cuanta más gente viniera, más propinas tendría él. 


—Aquí tienen, sus bebidas —dijo, siempre con una sonrisa complaciente en su rostro y con toda la educación que poseía. Posó los dos vasos sobre la mesa, procurando no salpicar ni una gota, y levantó la mirada hacia el tipo que había hecho el pedido. Lo conocía, había sido su cliente un par de veces—. Cualquier cosa, no duden en avisarme —dijo, dándole una mirada cómplice. Dentro de lo que había, ese cliente no le molestaba demasiado. Era guapo, bastante joven y muy rico, porque las propinas que le dejaba le quitaban el aliento.


—Oye preciosidad —dijo el alfa, agarrándolo por la cintura y arrastrándolo hasta su regazo. Experimentadamente, Ame apoyó una de sus manos sobre el pecho del tipo, sabiendo que los alfas amaban cuando él hacía ese tipo de contacto con sus cuerpos—. ¿Te acuerdas de mí?


Ame sonrió inocentemente y se removió travieso en el regazo del tipo—. ¿Cómo no me acordaría de ti? —ronroneó, bajando traviesamente su mano hacia el borde de los pantalones del tipo, paseando un dedo por la hebilla de su cinturón. Se relamió los labios y se inclinó sobre su oído—. He soñado con tu polla desde la última vez —mintió, y antes de separarse dejó una lamida en el lóbulo de su oreja. No tardó en notar un bulto incipiente bajo su trasero, y cuando se separó pudo ver la sonrisa de satisfacción del tipo. Son todos tan básicos.


—¿Sigues cobrando lo mismo?


—Mhm, ahora son cincuenta más —mintió, porque sabía que ese tipo pagaría aún si subía más. Aún así, no quería arriesgarse demasiado.


—Tu, pequeña puta avariciosa —dijo el hombre riendo—. Si no tuvieras este precioso culito estarías en problemas, ¿sabes? —Ame rió inocentemente, pero no dijo nada—. Oye, ves a este tipo de aquí —señaló al alfa a su lado con la cabeza, y Ame lo siguió con la mirada. Tuvo que tragarse un gemido cuando sus ojos se toparon con el tipo más atractivo que jamás había visto. Santa mierda, ¿siquiera era posible ser tan caliente? Y por si eso no fuera suficiente, el alfa parecía oler de maravilla, muy diferente al que ahora mismo lo sujetaba, que desprendía un horrible aroma a tabaco y licor—. Sería bueno que te lo llevaras un rato y lo dejaras jugar un rato. Si no descarga pronto él va a matar al próximo que le dirija la palabra.


Ame volvió a echarle un vistazo. El alfa tenía el cabello de un rubio sucio, un poco largo hasta rozar los hombros —algo impropio de un alfa de élite—, bastante claro, la piel bronceada y unos enormes y penetrantes ojos de color jade que le quitaron el aliento. Tenía un cuerpo musculoso y poderoso que hasta muchos alfas envidiarían, y a pesar de que estaba sentado podía ver lo alto que era por como sus rodillas se alzaban estando sentado en uno de los sofás que tenían en el local. Sin duda era uno de los tipos más calientes que jamás había visto, por no decir el que más.


—Hoy mi turno termina en una media hora —mintió, pero estaba seguro de que John lo excusaría por solo una noche—. Si me esperas, prometo darte la mejor noche de tu vida —dijo provocativo, y para acabar de adornar su frase le guiñó un ojo mientras le sonreía, al tiempo que se levantaba del regazo del otro alfa. No dijo nada más, y tampoco esperó a que le dieran una respuesta, se limitó a alejarse no sin antes rozar el hombro del alfa rubio con las yemas de sus dedos, descuidadamente, como si fuera una coincidencia—. Te estaré esperando en la salida trasera…


Cuando Ame se perdió entre el gentío, el alfa rubio fulminó con la mirada a aquel que consideraba su mejor amigo —cosa de la que solía arrepentirse, y no entender—.


—Oye, no me mires así. Te estoy haciendo un favor.


—¿Un favor? —repitió con exasperación—. Contratarme una puta no es un favor, ¿crees que necesito pagar para echar un polvo? Esto es humillante. Y ni creas que voy a aceptar su invitación.


—Por supuesto que vas a aceptarla. Así como lo ves, ese chico es el jodido paraíso. Una noche con él y te juro que vas a ver las estrellas. El jodido es caro, pero te digo que él lo vale.


—Es una puta. Apuesto a que está con un hombre distinto cada noche. ¿Crees que voy a follarme un agujero usado? Creía que me conocías mejor. 


—Es porque te conozco que te estoy diciendo esto. Me conoces, sabes que me asquean las putas usadas, pero ni siquiera me importa a cuántos hombres se folla ese omega, porque una vez lo pruebas no puedes parar. Te lo aseguro amigo, he probado muchas putas, y hasta el momento ninguna se ha podido comparar con el placer que te hace sentir ese omega. Solo míralo —apuntó al omega, que en ese momento estaba ligeramente inclinado sobre una mesa vacía para limpiarla—, ese trasero es lo más delicioso que vas a encontrar en este mundo. Ahora bébete esto y prepárate para follarlo hasta que pierda la consciencia. Y ni siquiera trates de ponerme más excusas, sabes que nada de eso va a servirte contra mí.


El alfa rubio chasqueó la lengua con molestia y de un trago vació la mitad de su vaso. No le servía de mucho discutir con su amigo cuando él se ponía en ese plan, y por mucho que lo negara debía admitirse a sí mismo que ese omega era una verdadera tentación y que, por algún motivo que no entendía, se sentía asqueado ante la posibilidad de que alguien más fuera a tocarlo.


Por otro lado, Ame apenas y se dio cuenta a tiempo de que había pasado la media hora que le había dicho a ese tipo. Inventándole una excusa a John, corrió hasta los vestidores y se apresuró en volver a su ropa habitual. No es que fuera mi provocativa, pero marcaba lo suficiente su trasero para que cualquier alfa cayera a sus pies. Trató de no parecer demasiado ansioso por comprobar si el alfa verdaderamente había aceptado su propuesta, y cuando salió por la puerta trasera miró el reloj en su muñeca con ansiedad; eran y media pasadas. Aprovechó el momento para colocarse el collar de protección alrededor de su cuello.


Se apoyó en la pared del callejón y se quedó mirando un punto fijo en el cielo iluminado por las luces de la ciudad, hasta que un conocido aroma hizo acto de presencia. Fue un poco vergonzoso lo rápido que giró la cabeza hacia la entrada del callejón, pero eso quedó en un segundo plano cuando vio al alfa acercarse a él lentamente, observándolo de pies a cabeza mientras llevaba un cigarro a sus labios. Joder, eso era muy sexy.


Disimuladamente se relamió los labios, pero no se movió del sitio en el que estaba, esperando a que fuera el alfa quien se acercara. El tipo se detuvo a centímetros de que sus pechos se rozaran, y Ame se dio cuenta de lo verdaderamente imponente que él era; debía medir cerca del metro noventa, probablemente superándolo, y con la ropa informal que llevaba podía imaginar claramente los músculos de sus brazos y torso. 


El ambiente se caldeó al instante cuando el alfa apoyó su antebrazo al lado de la cabeza de Ame y se inclinó sobre él hasta que sus rostros estuvieron a centímetros; no dejó de fumar en ningún momento, y se quedó analizando el rostro del omega como si estuviera sopesando varias opciones. Lo que fuera que estuviera pensando, Ame quería que se decidiera de una vez porque su cercanía lo estaba atontando a niveles extremos; se relamió los labios hambriento e, impaciente, se elevó de puntillas para acercarse más al rostro del alfa, tentándolo.


—Deberías pensar menos en una situación así, ¿no crees? —le susurró tentativo, y en un acto de valentía puesto que no sabía cómo podría reaccionar el alfa por su osadía, pasó su lengua por encima de los labios contrarios.


El alfa soltó un gruñido bajo y ronco y no esperó más a bajar su rostro hasta estrellar sus labios agresivamente en el omega, quien soltó un pequeño jadeo y no dudó en colgarse de su nuca mientras sentía como el alfa lo aplastaba contra la pared sucia del callejón. Cualquier rastro de decencia que tuvieran desapareció en cuanto, de un salto, enrolló sus piernas en la cintura del mayor y sus entrepiernas se frotaron.


Ame soltó un gemido audible que no se molestó en callar y, sin separarse del beso con el alfa, bajó una de sus manos por el pecho del alfa hasta el borde de su pantalón, metiéndola bajo la ropa sin reparo alguno hasta sujetar en su mano la enorme erección del alfa.


—Eres… grande —jadeó sobre la boca del alfa, haciendo presión con su mano en el falo erecto y arrancándole un gruñido al otro—, estás jodidamente duro, ¿a qué esperas para meterla? —provocó acercando su boca al oído del mayor.


La reacción a sus palabras fue casi instantánea. Antes de que Ame pudiera darse cuenta, el alfa lo había bajado y volteado, haciendo que su frente quedara pegada a la pared; soltó un chillido cuando sintió como le bajaba la ropa, incluida la interior, de un tirón. Curioso, giró su rostro como pudo y pudo ver el propio miembro del alfa fuera de los pantalones, mientras se ponía un preservativo y empezaba a frotarlo entre sus nalgas.


Soltó un gemido tan solo por el placer que le provocó ese contacto, y ansiando aún más, se puso en puntillas y alzó todo lo que pudo su trasero, tratando de acercarse más a la altura del alfa. Relamió sus labios ante la visión de esa enorme polla restregándose en su piel, esparciendo todo el lubricante que su entrada ya había empezado a producir, y en un intento por tentar más al alfa y acelerar, movió sus caderas de forma que la punta de su miembro quedó presionando contra su entrada. Joder, qué bien se sentía.


—¿A qué esperas? —gimió, moviendo sus caderas contra la erección en un intento por meterla dentro. Pero al parecer el alfa estaba disfrutando ver la impaciencia del omega, porque lo picó dando un pequeño paso atrás para evitar entrar en él. Ame gimoteó en frustración y con una mano, arriesgándose a perder el frágil equilibrio en el que estaba, agarró la polla del hombre sin pudor y volvió a colocarla sobre su entrada. Mierda, ahora que la tenía en su mano se daba cuenta de lo enorme que era; de hecho ni siquiera podía envolverla por completo con sus dedos y eso sólo lo excitó más—. V-Vamos…


—Hm, ¿cómo voy a metértela cuando ni siquiera sabes aún cuál es el nombre que tienes que gemir? —esa era la frase más larga que el hombre había dicho hasta el momento, y Ame sintió que se excitaba aún más al darse cuenta de lo grave que era su voz. Joder, todo en ese hombre era demasiado caliente. 


Al mismo tiempo que dijo eso, Ame sintió que el miembro del alfa hacía más presión sobre su entrada pero sin llegar a entrar, llevándolo al borde de la desesperación. Joder, esto era bastante vergonzoso, él jamás se había puesto de esa forma con un cliente; es decir, por supuesto que lo había fingido para provocarlo y tener propinas más grandes, después de todo muchos hombres acudían a las putas para aumentar su ego, pero joder, ese hombre estaba en otro nivel. Si no se apuraba en metérsela Ame estaba bastante seguro de que haría un ridículo estrepitoso corriéndose allí mismo.


—Entonces rápido y dímelo —balbuceó con la mejor voz de la que fue capaz—. ¿Cuál es el nombre que vas a hacerme gritar?


Casi pudo sentir la sonrisa de satisfacción en el rostro del alfa, pero no tuvo demasiado tiempo para pensar en eso, no cuando la polla empezó a presionar más contra su entrada, abriéndose paso poco a poco y haciéndole ver las estrellas solo con eso.


—Cole —susurró el hombre en su oído—. Ese es mi nombre.


Y tras esas últimas palabras, empujó toda su extensión de golpe dentro del omega. Ame chilló de placer y se corrió allí mismo, manchando la pared con su corrida y sintiendo sus piernas temblar; por otro lado, Cole soltó un gruñido bajó y empezó a bombear dentro del omega, cerniéndose sobre él hasta enterrar su nariz en la nuca de Ame y mordisquear las zonas que quedaban desprotegidas por el collar.


Oh, joder —gimió Ame, apenas pudiendo respirar por los rápidos embistes del alfa. Su boca estaba completamente abierta y, llegados a ese punto, los gemidos que dejaba escapar eran incontenibles. Ya no tenían el objetivo de calentar a su cliente, sencillamente era imposible para Ame quedarse callado. Se sentía tan bien que creía que moría.


Cole lo estaba embistiendo tan fuerte que sus piernas habían perdido toda la fuerza y el alfa tenía que mantenerlo sujeto por las caderas, completamente contra la pared y con sus pies sin siquiera rozar el suelo. Su erección estaba aplastada contra la pared, como todo su cuerpo, y sentía como Cole salía casi por completo en cada embestida, y luego entraba tan profundo que casi podía sentirlo rozar su estómago. Nunca antes se había sentido tan lleno.


Ansioso por saber como se vería, giró la cabeza para poder verlo y se le escapó un gemido ante la visión que se le presentaba. Cole sujetaba el cuerpo de Ame con una sola mano, manteniéndola en su vientre para poder alzarlo adecuadamente hasta la altura de su pelvis, mientras que con la otra mano sujetaba el mismo cigarrillo de antes. Al mismo tiempo la mirada del alfa se encontraba clavada en la entrada de Ame, maravillándose por lo bien que el omega acogía su erección y calentándose más al mismo tiempo, haciendo que las embestidas fueran cada vez más profundas.


Fue inevitable correrse una segunda vez cuando Cole encontró su punto en un momento concreto, y a partir de allí no dejó de embestirlo apuntando al mismo punto. Ame sintió que se estaba volviendo loco. Clavó sus uñas en las ringleras de ladrillos de la pared, lloriqueando de placer y sin poder hacer mucho más que seguir gimiendo hasta que Cole empezó a ralentizar poco a poco las embestidas, haciéndolas mucho más profundas, hasta que quedó profundamente enterrado en su interior, corriéndose. Fue inevitable para Ame correrse una tercera vez.


Ambos se quedaron como estaban unos pocos minutos, recuperando el aliento. Cole fue el primero en moverse, saliendo del interior del omega mientras dejaba caer el condón completamente lleno de semen en algún rincón del callejón. Por su parte, Ame sintió sus piernas laxas y sin fuerzas, y le costó un esfuerzo recolocarse la ropa y volver a encarar al alfa; aún así no se sintió lo suficientemente repuesto como para separarse de la pared, así que se dedicó a esperar por las instrucciones del alfa desde donde estaba.


Observó a Cole encenderse otro cigarrillo antes de verlo acercarse a él de vuelta. Por algún motivo se sintió ansioso, y en su interior rezó para que el alfa no se conformara sólo con esa ronda.


—¿Cuál es tu nombre? —preguntó al tiempo que invadía el espacio personal de Ame, quien jadeó levemente y tuvo que recordarse cómo respirar.


—A-Ame —luego se encargaría de avergonzarse por el tono de voz con el que habló, uno que hacía evidente lo excitado que estaba.


El alfa asintió levemente y, apartando su mirada de él, pasó una mano por su cintura hasta apretarlo contra su cuerpo y empezó a caminar hacia la salida del callejón. Ame dio un traspié por la sorpresa, agarrándose con fuerza de las ropas del alfa, y aprovechó el momento para llenarse con el aroma del hombre.


—Hoy pasarás la noche en mi casa —no era una pregunta, ni directa ni indirecta, era un hecho, y Ame no tenía motivos para rechazarlo. 


Se dejó guiar por el alfa hasta lo que identificó como su coche; Ame no era un especialista en automóviles ni mucho menos, pero sin duda era capaz de decir que el coche que parpadeó cuando Cole pulsó el botón de la llave en su mano valía más dinero que su casa; de hecho incluso estaba bastante seguro de que las deudas que llevaban atormentando a su familia desde hacía una década no llegaban ni a la mitad del precio de ese coche. No tenía una gran cultura en cuanto a marcas de coches, pero Will y Levi, sus dos hermanos gemelos menores, eran unos fanáticos y le habían obligado a sentarse a su lado y escuchar sus discursos emocionados sobre los nuevos modelos que salían ese año; el coche enfrente suyo le sonaba en demasía, hasta que su mente se iluminó. Según lo que le habían dicho sus hermanos ese coche era un Mazda, concretamente el Vision Coupe, considerado el coche más bonito del año. Sinceramente a Ame le sonaba todo a chino, pero debía admitir que el vehículo enfrente suyo era una preciosidad. No quiso ni imaginar qué tan caro era.


Se sintió intimidado cuando Cole le abrió la puerta de copiloto y le indicó que entrara. A pesar de que obedeció, su cuerpo entero estaba tenso como un palo y se sintió torpe y descuidado, como si fuera a romper el vehículo en cualquier instante con el más mínimo movimiento, y sintiendo que si lo ensuciaba en lo más mínimo habría jodido su vida. 


Pero en cuanto estuvo sentado y Cole, a su lado, arrancó, se olvidó por completo del coche y se agarró con fuerza en los antebrazos del coche. Al parecer la paciencia del alfa era más bien escasa, porque la velocidad a la que estaba conduciendo por el centro de la ciudad provocaba vértigo, y un trayecto que, según lo que calculaba, debería haber durado al menos media hora, se acortó a menos de quince minutos. Ame apenas tuvo tiempo de procesar el hecho de que habían entrado en el Golden District* sin la necesidad de enseñar una acreditación, cuando vio que acababan de atravesar unas enormes puertas metálicas y Cole ya se había detenido enfrente de una enorme mansión de las que Ame creía que sólo existían en las películas.


NOTAel Golden District es el barrio donde reside la élite de la élite. Es un lugar donde sólo pueden entrar figuras eminentes o inmensamente ricas, que constan de una acreditación que solo se obtiene de manos del mismísimo Líder de la Nación. Además, para entrar en este lugar todos deben permitir que los guardias que protegen la entrada revisen su coche y sus pasajeros, así que el hecho de que Cole pueda entrar sin la necesidad de detener el vehículo ni verificar a Ame lo hace sobresalir entre las figuras más destacadas.


Aún perplejo y sin poder creer junto a quien había acabado, Ame salió del coche en silencio y siguió obedientemente al alfa, que parecía apurado mientras introducía el código de la mansión. La mano de Cole en su cadera lo arrastró hasta el interior de la casa antes de que pudiera reaccionar, y en cuanto oyó la puerta principal cerrarse detrás suyo, de forma casi inmediata, sintió los labios del alfa estrellarse en los suyos mientras su espalda golpeaba la pared y dos enormes manos en sus muslos lo levantaban sin esfuerzo aparente.


Jadeó ante la impaciencia de Cole y no tardó en sujetarse con fuerza del mayor mientras dejaba que este lo llevara a donde quisiera. Lo sintió subir escaleras a un ritmo alarmantemente rápido por estar cargando a alguien, y a continuación, luego de abrir una puerta, sintió como su espalda quedaba recostada encima de una cama.


Sus piernas, por más vergonzoso que fuera admitirlo, se abrieron casi por instinto, acogiendo al alfa entre ellas, y consciente de lo impaciente que estaba el otro se apresuró en deshacerse de su ropa inferior para darle total acceso a su cuerpo. Cole,  hambriento, lo volteó en la cama, dejándolo en cuatro, y después de eso no tardó ni dos segundos en sentir su miembro empujar contra su entrada.


Casi gritó de placer y sus ojos se pusieron en blanco mientras el alfa empezaba a embestir contra su entrada. Sus piernas temblaban de placer y poco después de haber empezado acabó cediendo sobre el colchón debido a la fuerza con la que el alfa se movía. 


Lo estaba exprimiendo al límite, pero se lo permitió. Durante toda la noche el alfa lo colocó en todas las posturas imaginables, una y otra vez, prácticamente sin permitirle tomar un descanso, y no fue hasta que los primeros rayos de sol empezaron a despuntar, iluminando la habitación en la que estaban, que finalmente Cole lo cayó a su lado exhausto, quedando dormido casi al instante.


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