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Los demonios de la noche. por Seiken

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Aioria abrió los ojos sintiendo el calor de la fogata a su lado, observando a un hombre hermoso, de cabello rubio, ojos cerrados, rezando algo en un extraño idioma, con un rosario en sus manos, apenas se movió unos centímetros y el extraño dejo su tarea, guardando su reliquia.
 
—Veo que has despertado. 
 
Shaka había visto de que eran capaces los hermanos, al menos, uno de ellos, la jauría y uno solo de los Gemini, de los que se decían nacían en pares, gemelos idénticos, con el mismo don destructor, eran un peligro para los mortales, para los humanos y los bastiones estaban liderados por hombres débiles, que no se atrevían a destruir a las bestias, creyendo que se podía mantener una tregua con ellos.
 
—Tú eres el último miembro de la familia Oros, un muchacho que vive bajo el dominio de un demonio, porque ustedes, junto con los Walden y Gemini, fueron excomulgados por la sagrada iglesia. 
 
Aioria asintió, era el último miembro de una familia que cazaba monstruos, Youma le había abandonado por el momento, pero regresaría, ese demonio que le había enseñado todo, convirtiéndolo en un esclavo, con una marca que la Iglesia podía borrar de su piel.
 
—Cuando vine aquí, me enamore de Mu, pero el a su vez se enamoró de un gigante, una aberración que le ha hecho caer en los abismos de la locura, alejarse de los planes divinos, para convertirse en un vampiro, un monstruo, así que, cualquier amor que pueda tener por él, ha desaparecido. 
 
Shaka comprendía bien que Aioria era un buen creyente, que le ayudaría a cumplir su misión tanto tiempo postergada, porque debían destruir a los que no fueran humanos, para mantener a los suyos a salvo, para proteger a la humanidad de las hordas demoníacas, lideradas por esos dos hermanos.
 
—Te ofrezco la absolución a tus pecados, a cambio de tu ayuda, de la plata de tus ancestros y del tesoro máximo que guardan debajo de sus catacumbas, y tú podrás realizar el deber de tu línea de sangre, regresarles el honor largamente perdido. 
 
Aioria asintió, aceptaría ese trato, porque su deber, su única misión en esa vida era salvar a la humanidad de sus enemigos, un acto que fue brutalmente detenido por Saga, ese bastardo que tenía cuentas pendientes que pagar.
 
—Me parece justo. 
 
Fue su respuesta, la que fue recibida por una sonrisa amable de Shaka, que asintiendo, decidió que era momento de dirigirse a alguna iglesia, sin importar el tamaño, tendría los utensilios que necesitaba para perdonar los pecados de aquel pobre hombre, declararlo un soldado de dios, además, de mandarle un mensaje a la iglesia, para que mandara a sus sacerdotes guerreros, había una tierra corrupta que limpiar de la oscuridad y de la noche.
 
—Sígueme, me parece que cerca de aquí aún está en pie un convento, en ese lugar podremos limpiarte de tus pecados e informar a mis superiores de la perversidad que acosa estas tierras, de la traición de los bastiones y el nacimiento de nuestros enemigos. 
 
*****
 
Shura trataba de ser distante, ignorar todos sus sueños y recuerdos fugaces como aquellos sufridos por un demente, los que le atormentaban desde su caída en ese puente bajo las hordas infernales de los vampiros muertos. 
 
Intentaba no sentir celos cuando ese pintor hablaba del amor absoluto que decía tener por su amigo, su admiración, sus intentos por seducirle, sofisticadas artimañas que harían de Radamanthys propenso a recibir su cortejo, como la única forma de proteger a su hermano del peligro, porque ante sus ojos, Kanon, trataba de usar la desgracia de los hermanos a su favor, ignorando sus consejos, su petición o su orden, de darle tiempo para comprender lo que ocurría con su cuerpo, con su vida, lo que sería de su futuro.
 
No dejaba de verlos, manteniéndose alejados, escuchando los pasos de Aioros a sus espaldas, su mirada fija en él, como si pensara que podía casarlo, creyéndolo inferior, cuando él se sabía un mejor guerrero, un mejor líder, que aquel chiquillo caprichoso que mordió en sus primeros años de vida.
 
—Aun lo quieres... mucho más que a mí. 
 
Era un reclamo, una amenaza dirigida hacia su amigo, que a pesar de todo, seguía sintiéndose seguro a su lado, en ese momento en que conversaba con Kanon, caminando un poco lejos, sonriendo de vez en cuando, encontrando divertido algo de lo pronunciado por él.
 
—Dejaste de ser importante para mí cuando comenzaste a castigar a la humanidad, cuando le diste el beso inmortal a esos hermanos, contradiciéndome, allí me di cuenta que no confiabas lo suficiente en mí, para escucharme.
 
Aioros se detuvo al escuchar esa respuesta sincera, al ver que no trataba de ocultarse, al menos, no ante sus ojos, no era estúpido, ya sabía de quien se trataba, así que no debían mentirse entre ellos.
 
—Yo quise darles una oportunidad para que tuvieran una vida, para que pudieran disfrutar su juventud, eso era lo mínimo que le debía al emperador. 
 
El emperador era Minos, quien los salvo, para dejarlos a su cuidado, un acto derivado de la culpa que sentía al ser el quien adelanto la muerte de su querido hermano menor, al derrocarlo y mandarlo lejos de Creta, creyendo que esos dos hermanos aún tenían una posibilidad para recuperar lo que se les había robado.
 
—Y yo te dije que esos muchachos estaban muertos, que no habían sobrevivido al cautiverio y lo que salió de su celda, no era más que un monstruo de dos cabezas, pero tú no me escuchaste, tú les diste la vida eterna. 
 
Aioros le sostuvo del brazo, estaba cansado de ese juego del gato y el ratón, de sentirse como un intruso, cuando fue el quien recibió la primera mordida, de los dientes de su amado, que jugaba a ser un simple mortal, acompañando a una réplica de su segundo alumno, el niño Walden que tomo bajo sus alas.
 
—Tú me quisiste alguna vez, tú me amaste mucho más de lo que amabas a esa bolsa de sangre, pero, me diste la espalda, porque no sería eternamente un esclavo. 
 
Shura se soltó, esperando que los hermanos no se dieran cuenta de nada de lo que ocurría, de su conversación y que Albafica, Manigoldo, y Thanatos fueran lo suficiente prudentes para guardar silencio, esa era una discusión que a nadie le competía más que a ellos.
 
—Yo ame al Sisyphus que era justo y noble, que no odiaba, no al monstruo que intento destruir a la humanidad, que encadeno a la jauría, al que camina con nosotros, porque le prometí que regresaría a su castillo, únicamente, si, solo si, mi querido amigo sobrevive a este infierno. 
 
Aioros gruño por lo bajo, sus dientes asomándose por sus labios, cambiando ligeramente de apariencia, apenas unos segundos, porque inmediatamente después, regreso a su apariencia jovial, sonriente, de aquel que nunca le haría daño a nadie.
 
—Pero no te prometí actuar como un idiota enamorado, mucho menos, cuando le has dicho a Radamanthys que debe matarse, que debe morir, o entregarse, demostrándome una vez más que no eres más que un monstruo, porque si te parecieras un poco a la persona que yo ame, tendrías piedad por esos pobres niños. 
 
El había tenido piedad por otros pobres niños que resultaron ser unos monstruos, los gemelos que muchos de ellos conocían como "los demonios" y su amante no había perdonado su actuar para con ellos, el concederles la vida eterna, mucho menos, cuando ellos idearon la esclavitud humana, alegando que no debían pasar hambre, que eran superiores, convenciéndolo de la lógica de sus palabras.
 
—Estos niños en que se diferencian a los otros, en nada, en realidad, podrían ser peores, porque estos son demonios y tu bien sabes que pasara si logran madurar por completo, Radamanthys es el segundo demonio en despertar, Minos, el tercero, porque Aiacos está vivo, en el Averno seguramente, protegido de la Iglesia y de aquellos que protegen a la humanidad de las aberraciones que intentan destruirla. 
 
Antes de que pudiera responderle, negar que eso era cierto, escucharon una estampida, algo destruyendo el bosque, corriendo en su dirección, derribando árboles, rugiendo, muchos algos que amparados por la oscuridad empezaron su ataque.
 
— ¡Que mierda! 
 
Alcanzo a pronunciar Kanon, antes de saltar con su musa en sus brazos, alejándolo de la primera criatura que se acercaba a ellos, Albafica aun llevaba en sus hombros a Minos, quien le desmonto a tiempo para que pudiera defenderse con las raíces de los propios árboles, las que no duraban demasiado. 
 
Thanatos y Manigoldo tras observar la dirección de dónde venían las bestias, se dieron cuenta que estaban demasiado cerca de la jauría, como si llegaran de aquella zona, así que, corriendo tan rápido como sus patas se lo permitieron se alejaron, escuchando un aullido de dolor, el del Hypnos, reverberar en ese bosque.
 
Eran doce criaturas, una desquiciante amalgama de perros y cerdos, deformes, algunas tanto, que sería imposible que pudieran moverse, trozos de carne rosada colgaban de sus protuberantes cuerpos, como si se tratasen de tentáculos, que agitaban enloquecidas, sonidos guturales eran pronunciados por esas cosas, sonidos que parecían casi humanos.
 
— ¡Protege a Radamanthys! 
 
Tuvo que ordenarle a Kanon, que simplemente asintió, comprendiendo que ese protege a Radamanthys englobaba a su hermano, que veía esas criaturas paralizado, como algunas de ellas atacaban a su lobo celeste, que tenía la fuerza suficiente para defenderse, pero no para defenderse a él y a su amante.
 
— ¡No tienes por qué decírmelo! 
 
Se quejó el joven Gemini, que usando sus portales para convocar a sus padre, trajo las informes criaturas que habitaban esa dimensión pantanosa, algo parecido a pulpos, con retorcidos tentáculos, que se levantaban como lo haría un humano, cuyos ojos, centenares de estos, se posaron en las criaturas repugnantes que atacaban a las aberraciones nacidas de la madre de los monstruos, que ahora servían como soldados de los gemelos vampiro, que se habían nombrado como los nuevos ancianos maestros. 
 
Radamanthys corrió para sostener a Minos de los brazos, debían marcharse, sólo asi estarían a salvo, sus instintos demoniacos se lo gritaban, aquellos instintos que le ayudaron a proteger a Minos, usando sus alas como un escudo, evitando que los dientes de las criaturas deformes le alcanzaran.
 
— ¡Reacciona Minos! 
 
Al ver que su hermano apenas podía reaccionar, Radamanthys lo cargo en sus brazos, alejándose de las criaturas que intentaban destruirlos, aquellas que los alejaban de los demás, aun del mismo Kanon, que fue atacado por sorpresa por una de ellas, pero otro portal de tentáculos y dientes lo jalo a su interior, salvando su vida, pero separándolo de su musa. 
 
Shura se deba cuenta que ese golpe estaba siendo manipulado por alguien más, alguien poderoso, que le obligo a usar su poder, el espejismo que cubría su cuerpo, sus ojos pintándose de sangre, colmillos afilados apareciendo en su boca, su cabello volviéndose más oscuro, como el ala de una mosca, y dos alas en sus espaldas, que podía usar como navajas aparecieron, protegiéndolo de las babeantes fauces de las retorcidas formas que eran combatidas por Albafica, el ejército de Kanon, Aioros, que usando su don vampírico, podía defenderse de aquellas cosas, así como pelear con ellas con su afilada espada, regalo de su maestro, el mismo que flotando en el cielo, usando su poder, su magia ancestral, convoco una lluvia de sangre.
 
Que iba cubriendo a las criaturas con su roja esencia, una que se movía como si estuviera viva, tapando sus cabezas, ya que, a pesar de su despreciable forma, aún estaban vivas, aun necesitaban oxígeno. 
 
Los pulpos, los seres retorcidos iban destruyendo a esas criaturas con sus tentáculos, con sus dientes, cayendo al suelo, para levantarse de nuevo, al ser organismos creados a base de muchos más, algunos microscópicos, siendo estos una colonia de más seres parecidos a ellos.
 
Inmediatamente se escucharon los graznidos de una infinidad de cuervos, aves oscuras de tamaños descomunales, que llegaron al llamado de Shura, los que comenzaron a atacar a las bestias deformes, que iban perdiendo su batalla. 
 
Sin embargo, eso era demasiado fácil, como si estuviera dispuesto para hacerles perder tiempo, para ser derrotados por ellos, al mismo tiempo que los hermanos iban alejándose de la batalla, Radamanthys manteniendo a Minos a salvo, apenas comprendiendo como usar su nueva energía, peleando a su vez, con una de esas cosas, que parecía ser un poco más fuerte que las demás. 
 
Repentinamente, pudieron escuchar un grito de dolor, y Minos pudo ver, como una de aquellas cosas mordía el torso de Albafica con sus dientes salivantes, como líneas rojas de sangre recorrían su cuerpo, haciéndole caer.
 
— ¡Albafica! 
 
Grito, estirando su mano en su dirección, reaccionando por fin, para ver como la criatura con los dientes, de pronto se detenía, y a sus espaldas, unos pasos delicados podían oírse, pasos que reconocería en donde fuera, aferrándose a su hermano, que aún lo cargaba en sus brazos.
 
—Tanto tiempo, avecilla. 
 
Era Defteros, que caminaba lentamente, vestido con algo parecido a una armadura, sus ojos brillando en la oscuridad, sus dientes blancos, listos para morderlo, su piel, con un tinte azulado, con una apariencia hermosa, como de sombras, completamente inhumana, con una expresión que decía, que él tenía la ventaja.
 
—Conejito. 
 

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