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Los demonios de la noche. por Seiken

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Afrodita cabalgaba tan rápido como su corcel se lo permitía, ansioso de llegar con su ángel, un joven sádico, que había cuidado desde su niñez. 
 
Al que le había prometido más de una vez que bebería su sangre, pero, en vez de tomarlo como una amenaza, lo tomo como una promesa.
 
Un joven albino que se había ganado su profundo cariño, tal vez desde que lo vio conversando con el espíritu de su madre muerta, cuyo cadáver descomponiéndose en una silla, era la prueba fehaciente para los aldeanos que ese niño era un demonio y que debía ser quemado en la hoguera. 
 
Afrodita vio en silencio como se lo llevaban con ellos, arrastrandolo hasta una cruz de madera muerta como el Dios que simbolizaba y un montón de troncos que se llevarían la vida de un inocente, que no entendía lo que estaba pasando. 
 
Tal vez por eso no lloraba, por su inocencia, una que Afrodita encontró encantadora, junto a ese color de piel, como el de Kasa, pero su segundo al mando, era todo menos inocente, aun cuando se trataba de un niño cuando le conoció, pero no uno tan pequeño, el había visto demasiado, odiaba al mundo, a todos, menos a él, supuso. 
 
Y lo arruinó, lo sabía bien, porque Kasa se había marchado, con la jauría, en donde había tomado residencia, esperaba que con alguien que pudiera verlo hermoso. 
 
Afrodita recordaba que el pequeño angel no lloraba, aun preso en esa cruz, con el odio y los gritos presentes, el fuego a punto de incendiar su pequeño cuerpo, se mantenía firme, sin lágrimas, sin súplicas. 
 
Afrodita no supo en que momento lo hizo, pero en pocos segundos había salvado a ese niño, cargandolo en sus brazos, sin herir a los presentes, pero sus ojos inmortales fijos en un hombre rubio, con los ojos cerrados, que parecía ver todo a su alrededor, un alma vieja, uno de esos autonombrados guerreros de Dios. 
 
Afrodita aún lo recordaba y sabía, que uno de esos guerreros no se detendría hasta manchar sus manos de sangre, sin importarle su inocencia, solo sus extraños preceptos que le decían que un ser como Angelo, o como cualquier no humano, eran enemigos y debían ser destruidos. 
 
—Ya voy Angelo. 
 
Pronunció de pronto, acelerando el paso de su corcel, que se abría camino en el bosque, avanzando a una velocidad imposible, siguiendo las órdenes de Afrodita, que siempre protegería a su fuego fatuo. 
 
—Espera por mí... 
 
*****
 
Angelo sabía que su protector no era humano, aunque fuera la criatura más hermosa que jamás hubiera visto, tan hermoso que nada ni nadie más que el existía ante sus ojos, únicamente Afrodita, su guardian. 
 
Qué lo mantenía a su lado todo el tiempo, a cada instante, quien le dió una educación privilegiada, lo mantenía bien alimentado y seguro, aunque le decía que lo convertiría en un platillo para después, cuando tuviera suficiente sangre en su cuerpo, y no apenas unas gotas que le dejarían hambriento, uno o dos tragos. 
 
El no le creía por supuesto y siempre estaba alegre de permanecer a su lado, especialmente cuando comenzó a madurar, dándose cuenta que le deseaba, que se había enamorado de el, de su protector. 
 
Pero temiendo recibir una respuesta como la que tuvo Kasa, se mantuvo alejado, ni siquiera en ese momento sabía porque Afrodita le hizo marcharse, porque decidió colocar a Kasa como su guardaespaldas, otro con los colores de la muerte grabados en su piel. 
 
Quien a su vez le había tratado con gentileza, únicamente porque los dos tenían la misma maldición y quien decía, en ese momento aceptaba a un licántropo como su compañero. 
 
Todo era demasiado complicado para el y debía aguardar por Afrodita, así que, lo mejor era tener un perfil bajo, para no llamar la atención, como era su costumbre. 
 
—No te tardes. 
 
*****
 
Radamanthys volaba con sus poderosas alas, que habían tomado más firmeza, sus músculos eran como barras de acero, las membranas de sus alas como tela de araña, delgada, pero sumamente firme, tanto como el metal de un barco, sus garras eran afiladas, como navajas, y las escamas de su cuerpo tersas, pero irrompibles, cubriendo todos sus órganos importantes, sus cuernos eran mucho más grandes, como piedras preciosas pero tan ligeros como las plumas, de los cuales tenía tres. 
 
Mantenía su forma anterior, pero era como si se tratase de una serpiente, con suaves escamas después de cambiar de piel, para endurecerse, o como pasaba con los insectos, tomando una dureza impensable, que era acompañada de una suavidad difícil de describir, como si fuera piel humana, suave, caliente, pero al mismo tiempo impenetrable. 
 
Sus ojos amarillos ahora tenían una pupila larga, estos brillaban en la oscuridad y su cola había crecido, tanto así, que se veía como un látigo, ondulado, con las puntas, las escamas del final de aquel nuevo miembro, afiladas, tanto que podían cortar un árbol o una persona, lo sabía, porque lo había intentado. 
 
Después de tanto tiempo, al fin, había madurado y solo faltaba su hermano, su hermano, que había escapado, lo sabía, por el grito desgarrador proveniente de ese palacio, uno de furia, que provenía de Defteros, de quién habían logrado burlarse, lo sabía porque reconocería esa voz en donde fuera. 
 
—Minos... Minos me dijo que encontrara a Shura... 
 
*****
 
Lune acomodó con el mayor de los cuidados el cuerpo de su príncipe en esa cama, sintiendo al mismo tiempo que todos los seres que habitaban el Inframundo, que algo estaba cambiando, no solo porque la llave de plata estuviera en las manos correctas, sino porque el segundo hermano, el que estaba libre, por fin, había despertado. 
 
Provocando un extraño suceso que no había sucedido en al menos una era, en tanto tiempo que sintieron el cambio en la realidad como un nuevo despertar glorioso y purificador. 
 
—Lo siente mí señor, por fin comienza a suceder. 
 
Pronunció emocionado sosteniendo la mano inerte de su príncipe, que aún inconsciente se removió en su cama de sábanas blancas como su hermoso plumaje.
 
—Su hermano ha despertado y pronto usted lo hará... 
 
Estaba emocionado, porque todos los pilares de luz que emergían de la tierra, aquellos que lograron que Radamanthys madurara por completo, convirtiendose en un príncipe demonio en todo su esplendor, se fueron creando altares donde antes estaban los pilares, como de piedra volcánica, con una llama verde brillando en piras hechas de huesos humanos, animales y demoníacos, que las alimentaban con sus restos. 
 
Y en el centro del símbolo incomprensible que se dibujaba en la tierra, si pudieras ver las columnas desde fuera del planeta con ojos inmortales, podrías ver como un castillo, una monumental construcción de piedra volcánica, fuego y huesos se elevaba, el castillo del Inframundo, la misma morada de los señores del Averno, los tres hijos de Hades, que pronto se elevarían como los gobernantes del mundo entero. 
 
Con quiénes deseaba unir a sus hijos de forma humana, al menos dos de ellos, Saga y Kanon, que seguían entrenando arduamente para la tarea que les tenía preparada desde su nacimiento en ese mundo poblado de monos sin pelo que se pensaban superiores. 
 
Qué estaban atrapados entre los dioses y los demonios, cuya existencia no adivinaban, pero pronto comprenderían quienes eran sus superiores. 
 
*****
 
Shaka en compañía de Aioria escuchaba los sonidos provenientes de los altares encendiéndose y del castillo de piedra volcánica elevándose en la tierra, justo a la mitad de la runa dibujada al utilizar la llave de plata con las manos de alguno de los tres príncipes demoníacos. 
 
—Tenemos que apresurarnos, no podemos permitir que los tres príncipes despierten al mismo tiempo, o sino Hades les seguirá. 
 
Aioria asintió, sin saber que más decir, sintiendo la energía demoníaca y una en específico, la de Youma, que con su chistera en un ángulo imposible les observaba riéndose. 
 
—El segundo príncipe está en la tierra, los otros dos en el Inframundo, yo atacaría a ese que aún vive entre nosotros.
 
*****
 
Radamanthys se acercó lentamente a la zona en donde seguía transcurriendo una batalla entre Aioros y Shura, sin importar su apariencia podía reconocerlo como su fiel amigo. 
 
Aquel que nunca le daría la espalda, quien iba perdiendo terreno, pero no sabía que había regresado, mucho más fuerte y dispuesto a pagar los favores que había recibido de su fiel Shura. 
 
Radamanthys se detuvo a pocos metros, relamiendo sus labios antes de gritar, rugir, como lo haría un demonio para llamar la atención de Aioros, quien le observo con una expresión pintoresca, parecida al terror. 
 
—¿Pequeño cuerno? 
 
Radamanthys comenzó a reírse, negando eso, sus cuernos eran todo, menos pequeños. 
 
—No pequeño, tampoco débil... eso nunca más... 
 
Tampoco era debil, no era una marioneta del destino, ni mucho menos un esclavo, el era un príncipe, uno poderoso, uno que podía defenderse a el y a sus seres queridos. 
 
—¡Soy el príncipe del Inframundo y tú morirás!
 
Le grito antes de lanzarse en su contra, sin prestarle atención a Shura, que le veía sorprendido, cubierto de sangre fresca derivada de sus heridas, todos ellos cortes de las garras de Aioria, que trataba de evitar a toda costa que fuera por el, que intentara rescatarlo, pero parecía que ya no lo necesitaba más. 
 
Aioros trato de sostener sus garras, pero no pudo, en vez de eso el aire que expulsó el fuerte puñetazo que dió en su contra, aunque logro esquivar el impacto con ese puño, si lo lanzó lejos, contra uno de los pilares que habían nacido de pronto. 
 
—¿Decías que lo mejor que podía hacer era matarme? 
 
Le pregunto corriendo hacia el, para desgarrar su espalda con sus uñas afiladas, cortando varios tajos de piel, escuchando un grito desgarrador pronunciado por los labios de Aioros.
 
—¿Qué yo y mi hermano debíamos morir o entregar nuestros cuerpos a esas bestias? 
 
Todo ese tiempo Shura intentaba acercarse, pero de alguna forma, el pilar que se elevó de pronto, en medio de la discusión de los dioses gemelos, se lo evitó, elevando una barrera de fuego demoníaco, que encerró al príncipe y a su futura víctima juntos. 
 
—Supongo que te imaginabas a ti mismo como mi asesino, para lastimar a mi amigo, como Aioria lo intento, como ese bastardo quiso violar a mi buen Shura. 
 
Le dijo, pateandolo y pisando su torso repetidas veces, escuchando los gritos del vampiro que apenas podía moverse, que no había comprendido nada del dolor hasta ese momento, en que un demonio intentaba destruirlo. 
 
—¡Torturaron a mi hermano, me violaron frente a sus ojos, mi pobre hermano mayor que nada podía hacer por salvarnos y que casi pierde la razón! 
 
Grito con fuerza, sosteniendolo de la cabeza y asotandolo de un lado a otro, abriendo pequeños cráteres en el suelo, para detenerse de pronto, para lanzarlo al aire y dejarlo caer, recibiendolo en sus garras, que atravesaron su costado, a la altura del corazón.
 
—Mi pobre hermano... 
 
Susurro usando el fuego del infierno para finalizar su venganza, calcinando el cuerpo de Aioros con su fuerza vital, el que se convirtió en simple polvo que se perdió en el viento. 
 
—Mi pobre hermano que tú me ayudaste a proteger... 
 
Susurro liberando la barrera, observando a Shura, quien con demasiada lentitud se acercó a su cuerpo, observandole de pies a cabeza, casi como si creyera que estaba a punto de atacarlo también. 
 
—Radamanthys... 
 
Radamanthys podía verse reflejado en la mirada de Shura y no sabía si lo que veía su amigo le gustaba, pero sus temores se borraron cuando repentinamente los labios de su amigo se posaron en los suyos, en un beso delicado, casi tímido, que le hizo jadear en respuesta, para retroceder un único paso. 
 
—Pense que no volvería a verte. 
 
Pronunció ya mucho más tranquilo, acariciando las mejillas de Radamanthys con delicadeza, después sus cuernos, con demasiado cariño, como si se tratara de un niño pequeño. 
 
—¿Te encuentras bien? 
 
Le pregunto entonces, observando la sangre que aun manchaba las manos de su amigo, que le veía como si estuviera sorprendido, tal vez confundido, necesitado de un maestro, de una guía en ese mundo que se pondría en su contra. 
 
—Si... supongo que sí... 
 
Shura le abrazo con delicadeza, acercando su cuerpo al suyo, como lo harías con alguien que ha perdido a un ser querido, suponiendo que su hermano había perdido la vida, que por fin lo liberaba de su carga. 
 
—No te preocupes... yo me encargaré de todo... 
 
*****
 
Al otro lado del tiempo en una dimensión acuosa y oscura con cientos de largos tentáculos con ojos y dientes ondulado en la inmensidad, dos jóvenes respiraban hondo, controlando su cosmos, su fuerza sobre humana, así como su necesidad de regresar a la tierra, después de algunos años separados de sus amores. 
 
—Lo extraño tanto Saga... cada día es peor que el anterior, necesito verlo, sentirlo, tocarlo, saber que está bien. 
 
El necesitaba pagar todos sus pecados, ayudarle al pobre niño que abandonó a su suerte, al hambre de una criatura repugnante, convenciendolo de que todo eso era una mentira, las garras, los dientes, la sangre y el semen. 
 
—Te entiendo, lo entiendo perfectamente, ese pobre niño, ese pobre muchacho... 
 
Apenas podía pronunciar, cerrando los ojos, maldiciendo su existencia. 
 
—Soy un monstruo, el peor de los monstruos... 
 
Repentinamente su padre volvió a atacarlos, sin darles tregua, enseñándoles a pelear como una criatura de aquella dimensión lo haría, arriesgando la vida de sus retoños a su antojo, hijos de forma humana, que muchos encontrarían perfectos, que debían aprender mucho más aún. 
 
*****
 
Lune se mantendría junto a su príncipe todo el tiempo que tardará en despertar, está vez no lo dejaría solo. 
 
—Minos, mi príncipe, por favor... abra sus ojos... 
 

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