Naruto e Itachi: 24 años (o casi 24).
Mamihlapinatapai
.
Capítulo 9: 17 años
.
Entró de puntillas a su casa. Eran casi medianoche, de un día de semana, y ya todos debían estar durmiendo.
– ¿Sasuke? – Oyó su nombre al pasar por la cocina. Naruto estaba dentro – ¿No es muy tarde para que andes en la calle?
– ¿No es muy temprano para que llegues del trabajo? – devolvió otra pregunta entrando a la cocina.
Hace no mucho que el rubio había conseguido un segundo empleo, por lo que no era raro que llegara de madrugada a casa.
– Has tomado – advirtió el rubio, oliéndolo de cerca.
– No – negó arrastrando la vocal
Naruto levantó una ceja y él solo atinó a agachar la cabeza, avergonzado de que siempre fuera el rubio quien viera su peor lado.
– Deberías dejar de negar las cosas obvias – dijo dándole la espalda, preparándose un café – creo que ya te demostré que no se lo voy a decir a nadie ¿No?
– Hmp.
Observó la espalda del rubio. Era evidente el peso que había perdido en pocas semanas a causa del exceso de trabajo ¿Qué necesidad había de tener dos? Sus padres siempre lo habían visto como un hijo más y no iban echarlo ahora, podía quedarse el tiempo que quisiera ahí. Incluso Itachi no se había hecho problemas en compartir su habitación.
Y él… hasta ahora no había hecho nada por ayudarlo. A sus escasos 17 años no había nada que pudiera hacer por él. Caminó tras suyo y apoyó sus manos a ambos lados, dejando caer su cabeza sobre la espalda del mayor. Pudo sentir con su frente los músculos contraerse.
– Estoy muy mareado.
– Eso pasa por festejar tu cumpleaños por adelantado. – Retiró los brazos de Sasuke – tómalo, te sentirás mejor – le dio el café.
Cogió la tasa con ambas manos y se recostó en la mesada, pensando que así de tibia se sentía la espalda del rubio.
– ¿Alguna vez te has enamorado de un imposible?
Naruto lo observó extrañado y resopló conteniendo la risa.
– Creo que sí has bebido de más.
Sasuke sonrió también. Era obvio que el rubio no quería tocar un tema del que él luego se arrepentiría; pero estaba ebrio y eso le daba licencia de hablar de más.
– Igual mañana no voy a recordar nada de esto – aclaró con ojos adormilados – y confió en que no se lo dirás a nadie – ambos volvieron a sonrieron en silencio – ¿No me vas a contestar?
– Creo que lo que quieres no es hacerme una pregunta, sino contarme algo.
El moreno miró fijo su café, avergonzado de ser descubierto. Tenía razón, solo quería desahogarse, soltar aquello que nadie sabría jamás.
– Desde un inicio supe que era un imposible – comenzó – qué jamás seria para mí – Hizo una pausa afligido – pero si solo una vez me mirara a mí, sería más que suficiente.
– Sasuke – llamó el mayor atrayendo su vista – ve a dormir. – ordenó y emprendió su camino fuera de la cocina.
El Uchiha resopló al verse ignorado por segunda vez y dejó la tasa a un lado. Estar ebrio solo le había servido para obtener un café gratis y ni siquiera le gustaba el café. El reloj hizo su característico sonido indicando que ya era medianoche. Suspiró una vez más al ver a Naruto dar la vuelta y volver.
– Ya me voy a d…
Su frase fue cortada de improviso. No hubo tiempo de reacción. Aquellos labios finos que había deseado en más de una ocasión estaban sobre los suyos. Sintió la tibia caricia de la mano canela posarse sobre sus ojos, obligándolo a cerrarlos y concentrarse en sus sensaciones. Sus labios eran tan suaves como los había imaginado.
Aún con timidez, y sin salir de su asombro, posó una mano en la cintura del rubio, sin hacer presión, solo sintiéndolo. Ahora no tenía duda que había perdido peso; su abdomen era mucho más plano que la última vez que lo tocó.
Nuevamente Naruto tomó la iniciativa y presionó su labio inferior con los suyos. Se sintió estúpido de no haber abierto la boca hasta ahora. Ni bien lo hizo, el beso tomó profundidad. Sus lenguas se tocaban entre si bruscamente, sus labios devoraban los del otro. Los latidos de su corazón retumbaban en todo su cuerpo, como un gran temblor interno.
Había estado equivocado, sus besos no sabían a tabaco.
– Feliz cumpleaños.
Los vellos de nuca se erizaron al oírlo susurrar esas palabras en el oído y mordió su labio inferior a la espera de los otros, más no los volvió a sentir. Cuando abrió los ojos, el rubio ya no estaba. Ni la taza de café.
¿Estaba tan ebrio como para imaginarlo todo eso?