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Dispara o dispararé por Nicole Prince

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Capítulo 3: Cabreados.

 

Estaba cabreado, jodidamente cabreado. De hecho, Hanamiya Makoto no recordaba haber estado tan enfadado en su vida. Podía ser un arrogante, maleducado con quien quisiese y, para que engañarse, no tenia escrúpulos. Pero no era fácil hacerlo enfadar, no lo era en absoluto. Harto de la sensación de sentirse utilizado decidió ‘compartir tranquilamente’ su opinión  con su padre. Quizá si se lo hubiese pensado dos veces no hubiese entrado como huracán en el despacho, arrasando con las personas y también, con cualquier norma existente. Quizá de haber reflexionado, su vida no habría cambiado tanto.

 

- ¿De qué coño fue eso?- Gritó el pelinegro, hecho una furia. Durante tres días había intentado contactar con el castaño y todo habían sido evasivas y escusas. Durante esos tres días su frustración había crecido hasta límites insospechados.

- Buenos días.- Le contestó el otro sonriendo cálidamente y a la vez, sarcásticamente.- ¿Necesitas algo?

- No me vengas con gilipolleces- A otros con la intimidación, había crecido con él y no le tenía miedo; o eso intentaba hacerse creer.- ¡Quiero explicaciones! ¿Qué coño pasa aquí? ¿Qué hacia Haizaki allí? ¡Intentó matarme!

- Tú no quieres nada. No te olvides qué eres, Hanamiya. Tú no eres nada, no puedes pedir nada y no tienes nada - Algo en sus palabras revolvió el interior de Makoto.- Ese carácter tuyo un día te llevará a la tumba, mi niño.

- No me jodas ¿y has pensado que antes de que me maten prefieres hacerlo tú?- Como perro rabioso, Makoto ladraba todo aquello que le venía a la mente.

- No me hables así- Lo miró seriamente, por primera vez.- Si fueras otro te haría castigar, quizá debería. Tengo la sensación que has olvidado de donde provienes, mi pequeño ratoncito, y eso es algo que NUNCA deberías olvidar. De todas formas, no entiendo esta rabieta tuya.- Continuó el castaño, cambiando su tono de voz de nuevo.- No es la primera vez que te cruzas con alguien en una misión.

- Es la primera vez que me escondes información, y no me gusta. Recuerda esto, yo no soy uno de tus hombres, no me jodas o te joderé yo a ti.- Ni Hanamiya mismo creyó en sus palabras.

 

Dando un portazo salió de la habitación, con las carcajadas de Teppei de fondo. Estaba asqueado de si mismo, era un arrogante, se creía el dueño de todo en su vida y sin embargo, estaba completamente indefenso ante ellos. Hasta el propio Hanamiya era consciente de sus palabras vacías. “O te joderé yo a ti”, ni en sus mejores sueños podría llegar a ponerle una mano encima al castaño; y no por falta de ganas. Estaba hablando de la Yakuza ¿a quien pretendía engañar? No tenía ninguna posibilidad.

En algún momento, haciendo gala de toda su estupidez, había llegado a considerarse parte de todo aquel mundo, aun sabiendo que nunca habían llegado a aceptarlo. Posiblemente, al ser consciente de esto, desde muy pequeño había desarrollado la habilidad para saber cuando su vida estaba en peligro. Y ahora mismo una alarma gritaba en su cabeza con letras de neón y mayúsculas. Eso sí, si moría, se llevaría a alguien con él. Caminando cabreado y metido en sus pensamientos, llegó a la habitación donde sabia que se estaba custodiado el único hombre que podía darle algunas respuestas.

 

- Dejadme pasar- Ordenó a los dos hombres que custodiaban la puerta. Una ventaja de haber crecido con Kiyoshi es que todos lo respetaban.

 

El día del ‘secuestro’ él había dejado a Himuro simplemente aturdido en manos de Teppei, desmayado pero intacto; no le puso ni una sola mano encima. Por eso se sorprendió al entrar en la habitación, aunque acto seguido se sintió un poco estúpido ¿tantos años y aun se sorprendía? El pelinegro estaba tirado en una cama, bocabajo. Enormes cortes cruzaban su espalda y piernas, como si lo hubiesen flagelado durante horas. Además, lo poco que podía ver de su rostro estaba parcialmente hinchado, morado y herido. Tumbado en esa cama, en poco más que bóxers, Tatsuya lucia mal, realmente mal.

 

- ¿Qué? ¿Te pone lo que ves, sucio hijo de puta?- Para su sorpresa el pelinegro no estaba inconsciente como había creído. Estaba despierto y de un humor terrible, por lo visto.

- Estás despierto- Se sorprendió Makoto.

- Los de la Yakuza están bajando el nivel, al menos antes eran inteligentes.- ¿Cómo alguien tan destrozado podía ser tan cabrón?-

- No creo que estés en posición de ser tan chulo, nenita- Quería desquitarse con alguien y él estaba ahí.

- Tú no serías tan chulo de no estar yo así- Hanamiya sonrió, un tanto divertido.- E-el, el chico que estaba conmigo ¿está vivo?

- No lo sé- Y de verdad no tenía ni idea, ni si quiera se había parado a pensar en ese chico al que Haizaki disparó.

- Makoto- san- Una de las sirvientas apareció detrás de él. Parecía asustada; realmente quien no lo estaría.- Me h-han mandd-ado que limpie al señor H-himuro- san. Kiyoshi- san los demanda a los dos.- Estaba tan aterrada mirando al ensangrentado joven que por un momento le dio pena. Luego solo sonrió.

- Adelante.

 

En palabras soeces, Hanamiya era un gran hijo de puta, un sádico tal vez. Disfrutaba viendo al resto aterrorizados, sufriendo, era una forma de ser más feliz. La pobre chica, no debía de tener más de 20 años, tenía la tez tan verde que parecía estar a punto de vomitar. Intentaba hacerlo lo mejor posible, pero se notaba que no tenía experiencia y además, estaba aterrorizada. Para sumarle más tensión al momento, Tatsuya no dejaba de maldecir a los cuatro vientos y de sugerirle ‘finamente’ a la pobre, donde podía ir a colgarse. Hanamiya estaba muuuy divertido. Estaba presencia una escena encantadora, para él.  Sin embargo, el hecho de que Kiyoshi los llamase a los dos no le dejaba estar tranquilo. Sabía que si tardaban demasiado los castigos volarían hacia todas partes. Y él no tenía intención de verse metido en medio.

 

- Dame eso idiota.- Gruñó al fin- Vete.

- Estupendo, has decido rematarme- De forma nada delicada Hanamiya echó un gran chorro de desinfectante sobre el tendido.- ¡¡Joder!!

- Esto va a doler, ‘cariño’.-

 

De forma rápida, eficiente y causando el mayor dolor posible al otro. El pelinegro curó y vendó las heridas de Tatsuya. Aunque lo había maldecido de todas las formas existentes, para sorpresa de Hanamiya, el pelinegro había aguantado sin caer en la inconsciencia. Una vez hecho esto, mandó llamar a los dos guardias de la puerta y los cuatro fueron al despacho de Teppei. Cuando entraron, solo quedaban ahí el jefe en si y dos hombres más que Makoto no reconoció.

 

- ¡Ah! El hijo pródigo ha vuelto- Exclamó el castaño burlón al verlo entrar, Makoto no sabía a quién de los dos se refería- Espero que hayas recapacitado tus palabras, hijo.

- ¿Hijo? Manda huevos, ya decía yo que era gilipollas- Tatsuya se había quedado un poco sorprendido al oír eso y a Makoto se le hinchó una vena al oír sus palabras.

- En cuanto a ti, espero que también hayas recapacitado.- Kiyoshi fue el único que no se alteró.

- Oh, sí, y tanto que he pensado, sabes.- Aunque Himuro ni si quiera podía mantenerse en pie, seguía con su expresión habitual.- Llevo horas imaginándome lo verdaderamente increíble que sería ver la expresión de tu cara mientras todas esas reliquias arden.- También sin cambiar su expresión, el castaño hizo un gesto y alguien golpeo a Tatsuya.

- Hijo, puedo hacer de tu vida un tormento ¿de verdad quieres jugar a esto?-

- Ahora mismo mi  vida únicamente consta de tu desgracia- Sentenció el pelinegro, su voz teñida de odio.

 

Durante dos horas, que hasta a él se le hicieron largas, el pelinegro fue golpeado, flagelado, lacerado,… Cuarenta minutos después Hanamiya ya había perdido la cuenta de todas las torturas a las que habían sometido al otro. Al final, Tatsuya no podía ni quejarse, ni mucho menos insultar. El cansancio y el dolor hicieron que perdiese la capacidad de hablar, estaba prácticamente inconsciente. De forma que, una vez no pudo hablar, perdieron el interés en él.

Hanamiya estaba internamente inquieto, aunque nunca lo dejaría ver. Fue presente de la furia y el odio que impregnaba cada palabra, cada mirada incluso cada movimiento de ese pelinegro. Pero no era esa visión la que lo inquietaba, estaba acostumbrado al fin y al cabo. En su trabajo, uno acaba por despertar la animadversión de mucha gente. Era difícil de explicárselo incluso a él mismo, pero lo que lo ponía tan nervioso era que esos sentimientos se le hacían muy familiares. De pequeño él había sido igual, cuando sus padres lo abandonaron, para él desapareció de la faz de la tierra cualquier buen sentimiento o pensamiento. Sintió esa misma rabia, la que reconocía en el pelinegro, recorrerlo de la nuca a los pies. Odiaba a todo y a todos, volcando toda esa frustración y agresividad en peleas callejeras. Tuvo que ganarse la vida en la calle, a pesar de que era un criajo; durante esos años, en esa época conoció a mucha gente y odio a mucha otra.

Admiraba al menor por haber aguantado semejante paliza durante tanto tiempo, y no haber dicho palabra. Lo único que había salido de su boca eran maldiciones, chistes malos y, cuando finalmente había caído presa del dolor, silencio inquebrantable. No tenía idea de que cojones había hecho ese chico para estar ahí, pero fuese lo que fuese traía muy cabreada a gente importante.

 

 

Una semana después, Makoto volvía a cruzar las puertas del gran hotel, donde su padre llevaba sus asuntos. Fue suficiente una sola zancada en el interior para que el mal augurio volviese a caer sobre él. Había pasado una semana fuera de Tokyo por asuntos de trabajo. Durante todo ese tiempo, había estado distraído y casi había jodido el encargo. Lo había acabado arreglando para que no quedase en mucho más que una metedura de pata. No era el hecho de casi haber jodido una misión lo que lo trastornaba. Era esa puta mirada la que se repetía en su cabeza, en sus sueños, en todo maldito lugar. Unos ojos que lo miraban con furia, repugnancia y asco ¿por qué coño pensaba en eso? Por muy cabrón que fuese no le gustaba el BDSM y, algo le decía, que era lo único que podría obtener de esa persona. Riéndose de si mismo entró en el despacho de Kiyoshi.

 

- Buenos días.- Dijo escuetamente, seguía sin sentirse a gusto en su presencia.

- Buenos días, hijo ¿cómo has estado?- A veces, la mayor parte, a Makoto le resultaba muy complicado adivinar qué pasaba por la cabeza de ese hombre.

- Bien-

- Mmm siempre tan escueto ¿ocurre algo?-

- No-

- Bueno… pues me puedes explicar que ha ocurrido para que la hayas cagado de esa forma ¿por favor?- El tono en su voz fue casi imperceptible.

- Fue un error, pero lo he hecho igual ¿no? ¿Qué más da?- No creía en sus pocas palabras, ni de cerca.

- No te equivoques, Hanamiya, importa si yo lo digo ¡Esas no eran tus ordenes! Durante todo este tiempo te he consentido en demasía, pero esto tiene fácil solución. Jamás olvides de dónde vienes, sucia rata callejera.

 

Antes de realmente poder asimilar esas palabras, el pelinegro notó un fuerte dolor en la nuca. Completamente aturdido, cayó al suelo. A continuación, recibió múltiples golpes por todo su cuerpo: abdomen, piernas, cabeza, brazos y piernas. Hanamiya intentaba cubrirse la cabeza con los brazos, pero la fuerza lo abandonaba con cada segundo que pasaba. No duró más de unos minutos, sin embargo, le dolía como si hubiesen sido horas.

 

- No olvides esto, Hanamiya- Chasqueó un dedo y los mismos que lo habían golpeado lo agarraron, sacándolo a rastras. Arrastrándolo por el suelo, lo condujeron a un lugar que Makoto no conocía. Lo entraron en una habitación, tirándolo en el suelo.

- Cúralo- Ordenaron. El orgullo de Hanamiya le decía que se levantase, pero le dolía tanto que lo mandó al carajo.

- Vaya por Dios ¿Qué te ha pasado?- Escuchó una voz reír a carcajada limpia.

- “No puede ser…” Vete a la mierda.-

 

Alzando la cabeza miró atentamente la habitación en la que estaba, una más de ese gran hotel. Una habitación más de aquel enorme lugar, sin embargo, en la cama estaba un magullado Himuro siendo curado por una nueva chica. Este no parecía tan maltrecho como la última vez que lo había visto. Alzándose a duras penas se tiró encima de uno de los sofás.

 

- Tú, creo que tengo una costilla rota, llama a alguien.- Viendo que la chica dudaba- ¡YA!

 

La muchacha corrió como en su vida. Y el silencio volvió a reinar en la habitación. Himuro, aun acostado, observaba a Makoto. Tatsuya empezaba a sentir una curiosidad enorme. Había algo en el pelinegro que le decía que era diferente ¿pero el qué? No le caía bien, no se fiaba de él y estaba seguro de que era un sádico gilipollas.

Este por su parte, miraba el techo jodido hasta el fondo ¿cómo había podido olvidar donde estaba? Era la Yakuza. La mafia japonesa, donde un error podía ser equivalente a tu muerte. Había una antigua tradición que aun hoy en día la llevaban a cabo de vez en cuando: la amputación de un dedo meñique para aquel miembro que cometa algún fallo grave o incurra en traición. No podía creer que hubiese olvidado donde estaba.

Cuando adoptaron a Makoto a la edad de 9 años, le dejaron muy claramente las normas, enfatizando el hecho de que él nunca seria digno de considerarse un Yakuza. Desde ese día entrenó como nunca en su vida, pensaba que, si se convertía en el mejor, lo aceptarían ¿Cómo un crio que había pasado por tanto podría ser tan iluso? Entre lección y paliza fue adentrándose en un mundo oscuro, mucho más oscuro de lo que había conocido hasta ese momento. En comparación, los dos años que había estado en la calle fueron incluso felices. Cuando se quiso dar cuenta, estaba metido en una situación de la que solo podría salir con los pies por delante. Pero en algún punto de su triste existencia, olvidó que había un mundo allí fuera y acabo por normalizar la situación. Creció con una sola idea en la mente, la de ser el mejor y no tentar a su suerte. Y así había sido hasta ese momento. Joder.

 

- Joder.- Repitió en voz alta.

- ¿Makoto?- Por su tono de voz era fácil notar que Tatsuya estaba hablando a reticencia.

- No me hables con esas confianzas.- Le ladró-  Para ti, Hanamiya- san, gusano.

- ¿Siempre eres tan gilipollas?- Esa no era la pregunta original.

- Sí.- Y lo era, de verdad.

- ¿Siempre has estado aquí? ¿Quién eres? ¿De verdad ese hombre es tu padre? ¿Y por qué te ha pegado?- En gran parte, a Himuro le daban igual todas esas cosas. Lo que a él le interesaba era algo muy diferente.

- ¿De verdad crees que me engañas?- La pregunta salió como un bufido de su boca.- Escupe la puta verdadera pregunta. El silencio se instauró en su habitación.

- Nunca, nunca jamás en mi vida he pedido nada a nadie…- Sin conocerlo, ya sabía que le estaba costando mucho decir esto. Tras un suspiro, Tatsuya continuo.- Por favor, necesito saber algo de mi amigo. El de verdad es muy importante…

 

Hanamiya simplemente se quedó en silencio. Era raro que su mente se quedase en blanco, pero en este caso, así había sido. Él no sabía qué significaba tener una persona importante y por alguna extraña razón, quería ayudarlo ¿iba a jugarse la vida por un desconocido? ¿Más problemas, Makoto? Sí.

 

- Bien.-


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