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El gran dragón rojo // Thorki por javithabadeer

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Estaba arrodillado frente a aquella criatura, sus ojos lo cautivaron provocando que quedara hipnotizado por ellos. Todo pareció paralizarse por unos segundos, solo existían ellos dos y nada más. Pero fue cuando se lanzó a agarrar su muñeca, aquello fue como si una lengua de fuego hubiese tomado su muñeca y quemara sus huesos. Por unos segundos no sintió nada, pero no pasó mucho para que el dolor provocara que que alejara la mano con fuerza. La primera sensación que tuvo no fue de molestia, fue de empatía, debía ayudarlo o moriría. Se apartó de aquella criatura y así caminó hasta donde sus hombres aguardaban con sus antorchas, estaban asustados y lo entendía, jugaban con fuego al tener aquel ser con ellos. Sentía su muñeca arder, su piel escocía y comenzaba a salir ulceras.

-Busquen a más hombres, a todos los tripulantes si es necesario. Quiero que usen las velas de repuesto que tiene este barco y creen una hamaca para poder carga a la criatura. Que otros dos llenen la tina de mi camarote con agua de mar. ¡Ya ya! ¡Muevanse! ¿Qué esperan? -Soltó provocando que sus hombres se sobresaltaran y corrieran a cumplir sus ordenes.

No tenía donde más meter a la criatura, el cristal se había roto y lanzar al mar no era una opción en lo absoluto. Se acercó a este, seguía tendido sobre el suelo, su piel y escamas comenzaron a provocar que saliera vapor debido al calor que tenía. Miró su muñeca, su piel estaba roja y brillante, la tocó con un dedo sintiendo piquetes intensos. Sintió su corazón paralizarse al ver que su piel se desprendía ante el tacto de su dedo, quedando expuesta su carne. Su mano tembló del miedo, ¿Qué clase de ser podía provocar aquello? Las serpientes utilizaban eso como mecanismo de defensa, ¿Acaso tenían familiaridad? Un grupo de hombres llegaron llevando consigo las telas y cuerdas, se ubicaron a su lado listos para la proeza. Con valor bajó hasta él, lo cargó entre sus brazos sintiendo sus manos escocer, apretó la mandíbula con fuerza no permitiendo demostrar debilidad ante sus hombres. Por unos momentos sintió que no sería capaz de alzarlo, su peso era increíblemente pesado, como si intentara cargar cinco bolas de cañón. Finalmente puso al otro sobre las telas, su camisa de lino se deshizo dejando expuesto sus brazos que también comenzaban a ponerse rojos. Sus hombres lo miraron sorprendidos y muy atemorizados por lo que era capaz aquel ser.

-¡Rápido! Hay que subirlo y llevarlo a mi camarote, no pierdan tiempo grupo de pelmazos.

Y con aquella reprimenda los obligó a llevar las telas con el ser hacia la abertura que daba hacia la cubierta. Usando cuerdas y mucha fuerza lograron subirlo. El sol brillaba sobre ellos, aunque las niebla densa no permitía mirar mucho más allá de diez pasos. Tablas gruesas atravesaban de un barco al otro, por ellas los marinos pasarían cargando a la criatura. Se ayudaron de un palo de madera grueso y largo, amarraron los extremos de la tela al palo y así atravesaron la distancia esperando que la tela no se deshiciera antes de tiempo. Por su parte se quedó mirando las acciones de los marinos, sentía el calor quemar sus brazos, era una sensación mortificante y que no se la daría ni a su peor enemigo. Su segundo oficial apareció llevando un balde con agua salada, la dejó caer sobre sus brazos lacerados buscando aliviar el ardor.

-Capitán, ¿Quiere que busquemos a un curandero?

-No, mientras menos gente sepa de esto mejor. Por cierto, nadie tiene permitido abandonar el barco. No quiero que se les suelte la boca luego de beber tanto y digan que tenemos este tesoro. 

-Señor, los hombres quieren bajar a ver a sus familias... usted sabe que...

-¿Estas discutiendo mi palabra, Belts? -Cuestionó este alzando una ceja.

-No, claro que no capitán. Iré a anunciar su deseo. -Y con ello el hombre se retiró.

Se quedó de pie observándolo, la verdad es que no quería moverse, sus piernas temblaban levemente ante el dolor que sentía en sus brazos. Al manos la brisa fría calmaba un poco, sus cabellos se humedecieron levemente por la niebla rizándose aún más. Podía escuchar a sus hombres salir de su camarote, ya habían dejado a la criatura en la tina y ahora se quejaban por no poder bajar a beber o ver a sus parientes.

-¿Por qué nunca me escuchas? Se supone que soy un amuleto de la suerte por algo.

Miró su muñeca, el muñequito que tenía atado alrededor de esta lo miraba con aquellos ojos que buscaban juzgarlo por sus acciones. Decidió ignorarlo, aquella reliquia llevaba todo el diciéndole que debía devolver a la criatura al mar, alejarse de ella antes de que todo fuera consumido por las brasas del fuego. La verdad es que no lo entendía y este tampoco se explica lo suficiente, ya debía estar loco, tantas décadas vivo soportando el calor insistente y el oleaje del mar. Ya mejor caminó hacia las planchas para poder cruzar hacia su nao, sintió un sonido en el agua, por debajo de él pudo ver un largo cuerpo pasearse. Era la serpiente de antes, esta se retiró en total silencio y con ello la perdió de vista entre las fangosas aguas de Mentecacia. Tragó en seco y así continuó avanzando, el dolor seguía presente en sus extremidades. Ahora su piel tenía horribles ampollas llenas de líquido, su camisa de lino se había deshecho quedando sólo tela en su pecho, con algunos agujeros. Al ingresar a su camarote pudo verlo, la criatura tenía la mitad de su cuero fuera del agua y la otra parte dentro. Su larga cola cilíndrica se enrrollaba alrededor de las patas de la tinaja. Pasó de largo hacia su escritorio, a un costado de este en la pared tenía un botiquín, lo tomó dejándolo sobre su escritorio y de ahí buscó vendaje para sus brazos.

-Muy bien, ya tienes el agua que querías y me has dado a entender que si hablas mi idioma. -Comentó este. Desesperado tomó la botella de su más fuerte licor y bebió un largo trago, quería perder un poco la lucidez y con ello olvidar el inferno que tenía en sus brazos. -¿Cómo es que los otros te atraparon? ¿No que ustedes eran seres de leyendas, únicos y que jamás se dejaban atrapar? -Cuestionó con un deje de molestia. Usando una mano intentó enrollar la venda alrededor de su brazo izquierdo, pero el roce provocaba un dolor que lo hizo soltar un gruñido. Enojado golpeó con su puño el escritorio haciendo que las cosas saltaran y el tintero cayera empapando todo a su paso con la tinta negra. -Maldita sea, debí haber dejado que murieras en aquel lugar. -Murmuró para sí mismo. Alzó su camisa y así la mordió con fuerza, con ello comenzó a envolver su brazos, pero fue imposible, su piel se desprendió como si fuera limo dejando expuesta la carne viva, roja y sangrante.

 


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