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El gran dragón rojo // Thorki por javithabadeer

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Las palmas de sus manos hicieron un leve estruendo al contacto con la dura madera. La mano de ese rubio se había liberado de su agarre, causando que una expresión de asombro decorara su piel escamosa. Su largo y negro cabello caía en cascada pegándose a su rostro estupefacto por el increíble acto que acaba de presenciar. ¿Cómo había sido posible aquello? Entrecerró los ojos reprendiéndose así mismo por la estupidez de su pregunta. Claro, tenía la respuesta en la punta de la lengua; él era un digno descendiente de Vetulus pero, ¿Cuánto tiempo había pasado desde que sus antecesores comenzaron a desaparecer? Era más que obvio que, por lo menos, habían pasado unas diez generaciones de su especie.

Chasqueó la lengua al ver como el marinero se levantaba sin más, teniendo solo un par de heridas en sus manos. Debía admitir que estaba atónito, los marineros que habían comandado la nao antes de ser emboscados habían sufrido más que aquello, sus pieles caían a girones dejando el hueso expuesto. Aun podía escuchar el grito de dolor que había lanzado el insensato que había recibido su mordida y toque toxico de sus dedos. Seguramente había perdido la pierna, o seguramente ahora era comida de una serpiente que había perdido la cabeza.

Sonrió satisfecho al escuchar que el capitán iba a cumplir su deseo, pero inmediatamente su ceño se frunció al no percibir la opción de su bello mar. Con fuerza enderezo su cuerpo, pero pronto un jadeó broto de sus labios cuando se percató que la temperatura de su cuerpo ascendía peligrosamente. Vapor caliente comenzaba a brotar de sus escamas alertándolo. Estar sin agua en esa forma le hacía completamente vulnerable, no solo por lo torpe de su andar, si no que el sol le consumiría como si fuese medusa. Las desventajas de ser un ser superior, suponía, no todo podía ser perfecto.  
Optó entonces por parecer sumiso. Necesitaba de esas bestias para poder llegar a un lugar que contuviese agua, moriría si se atrevía a tocar nuevamente a alguno de ellos. Diviso entonces al grupo de marinos dispuestos a cumplir la orden del hombre, su cola se movió levemente de un lado a otro tratando de entender como le subirían a esa tela. Claro, podría arrastrarse pero eso lastimaría más la herida en su rabo. De pronto pudo sentir las manos del rubio tratando de levantar su peso. Un leve ceño fruncido se hizo aparecer cuando por fin había logrado su propósito y ahora lo tenía en brazos. ¿Estaba loco, acaso? ¿Quería perder los brazos? ¿La piel? ¿Dejar una terrible cicatriz? ¡No era posible que hubiese alguien tan irresponsable hacia su propia vida! Pudo ver el ceño ajeno fruncirse por el dolor y el esfuerzo, lo que lo hizo sentir culpable porque el mismo sentía el calor abrazador en su propia piel. Lo deposito sobre la tela, y su cuerpo se estremeció levemente ante la presencia de tantas personas.

Sus hombres le miraban y luego dirigían su mirada a su ser. Siseó en advertencia, quería llegar rápido pero finalmente la orden del hombre hizo que todos se movieran apurados. Pudo sentir su cuerpo arrastrarse y como los escalones de las escaleras se le enterraban en la piel. Incomodo, trató de hacer la tarea más fácil para ambas partes, apoyándose levemente del suelo y ayudando a subir. Jadeó nuevamente sintiendo su piel arder ante la presencia del sol. La alta temperatura era casi asfixiante y su cuerpo se hacía pesado al momento de cruzar de nave a nave.

Lo arrastraron a través del lugar llevándolo finalmente al camarote. Sus ojos curiosos buscaron ver cada parte del cuarto con detenimiento, a pesar de pasar relativamente rápido hasta llegar al baño. Este era algo diferente al resto del lugar, más limpio y agradable, pero aun así era terriblemente pequeño para su gusto. El grupo de hombres se colocaron uno frente a otro a su alrededor tratando así de meterlo en la tina.

—Hombre, esta cosa es terriblemente pesada. —Dijo un hombre a su lado, causando que él gruñera.

— ¡Calla! No sabemos si puede entenderte, podría matarte si se entera que le has dicho gorda.

—No creo que sea hembra, es terrible. ¿Será un tritón?

—Pues tiene un carácter horrible.

—Cállense y terminen su trabajo, estúpidos. —Bramó el hombre que se había quedado con su objetivo y ahora se escurría al lado de su grupo. Todos se aferraron de un pedazo de tela y le subieron hasta que él pudo estar dentro de aquella cosa. Su cuerpo ni siquiera estaba sumergido completamente pero el agua estaba limpia y fresca por lo que sus músculos, que alcanzaban a ser humedecidos, se relajaron. Podía sentir como la herida en su abdomen burbujeaba al tratar de curarse y su ceño se frunció, entonces, pudo escuchar la voz del hombre de nuevo; 
—El capitán dice que no pueden bajar de la nao por ser un grupo de borrachos indiscretos.

Todos soltaron un estruendoso quejido, molestándolo, ya no los necesitaba y por ende podían irse al diablo. De su boca broto un gruñido alertando a esos hombres que debía salir lo más pronto posible y así lo hicieron. Sonrió divertido al ver a uno casi volar cuando las membranas de su cuello se hicieron presentes para ahuyentarlo. Suspiro cuando había quedado solo y trató de sobar el lugar donde se suturaba su herida, pero aun así, su cola, al no estar dentro aun punzaba de dolor. Bien, podría soportarlo, solo necesitaba un poco más de agua.

Agotado por lo que había vivido se decidió descansar, posando sus brazos sobre la extensión de aquella tinaja.  Cerró sus ojos y busco descansar del contacto, pero el gusto no le duro mucho. El rubio capitán se adentró al camarote, haciendo que sus escamas se erizaran. Con sigilo observó cómo se adentraba en búsqueda de objetos que le auxiliasen en su herida y él frunció el ceño por la culpa; estúpido, él había sido el culpable, nunca le había dicho que lo tocara.

— ¿Acaso crees que soy un pelmazo? ¡Claro que entiendo tu idioma! Además, ¿No tienes una concha más pequeña donde ponerme? ¡Este lugar es diminuto! —Se quejó, si quería escucharlo hablar entonces no iba a parar de hablar. Su ceño se frunció levemente ante las preguntas y el tono de voz con el que le hablaba, ¿Quién se creía él? ¡Estaba en presencia de un lamia, por el amor a Sa! —Dime, sí estuvieras solo en medio del mar, rodeado de un grupo de orcas asesinas, ¿Crees que no te hubieran atrapado? —Rodó los ojos, pero su conciencia también le reprimía. No debía hablarle así, le había salvado de la muerte segura y se había hecho daño por su culpa. Pero también le privaba de su libertad. Se sobresaltó entonces por el ruido causado por el golpe en el mueble y buscó hundirse en el abrigo del agua. — Vamos, deja de quejarte, se curara más rápido de lo que piensas, ahora, si no te importa, ¿Podrías mandar a una de tus bestias por más agua? Necesito curar mi cola.

 


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