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El gran dragón rojo // Thorki por javithabadeer

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Se sorprendió al escuchar que le respondía y que más encima respondía de una manera bastante agresiva y poco cortés. Bueno, era una bestia de mar, ¿Cómo iba a pedirle modales a una sardina? Sin voltearse a verle continuó intentando lograr vendar sus brazos, aunque realmente no lo consiguió, su piel caía a pedazos dejando expuesta la siguiente capa. Habían pequeñas burbujas blancas en algunas zonas que le daban una apariencia más horrible.

—Agradece lo que tienes y que no te dejé secarte en esas tablas roñosas.—Respondió este.

Dejó de intentar vendar sus heridas, no podría hacerlo, su piel seguía cayéndose a pedazos dejando expuesta su carne viva y roja. En ambos lados las laceraciones llegaban hasta sus muñecas, su camisa se había consumido mucho más rápido quedando por sobre sus codos aún parte de la tela. Se volteó mirando de reojo a la bestia marina, esta lo observaba desde la penumbra del cuarto de baño, su cabeza casi no sobresalía del borde que era hasta donde llegaba el agua. Sus ojos brillantes lo juzgaban y observaban. Se acercó tomando lo que había quedado de la tela del barco, la sumergió dentro de la tina y luego la extendió sobre su cola para poder humedecerla. Al menos lo lograría hasta que el ácido de sus escamas terminara por carcomer el material.

—No tenemos nada más apropiado para ti. —Comentó este. La luz ingresaba por las ventanas abiertas, la brisa marina ingresaba por ellas, aunque el aroma no era el mejor de todos. Salió del cuarto de baño hacia su camarote, se acercó a uno de sus muebles en los que tenía muchos libros, buscó por los nombres hasta dar con aquel que deseaba. Lo sacó y mientras lo abría buscando la página indicada avanzaba de vuelta hacia donde la bestia descansaba. —Esta es la bitácora de mi tatarabuelo, la leía cuando era un muchacho que sólo cargaba toneles y amarraba aparejos cuando mi padre era capitán de esta nao. Él escribió haber visto a un ser que se describía como tú, —decía mientras buscaba, al encontrarlo comenzó a leer para evocar los recuerdos. —"Ha sido la experiencia más horrible y maravillosa que jamás pude haber tenido. Es de noche y las luces escasean, me encontraba en mi camarote cuando escuché un extraño cántico. Al salir afuera me encontré con mucha neblina, nos habíamos acercado a las aguas del sur, cerca de los territorios Pluviales. Sabía que estas aguas estaban malditas, pero eso no iba a detenerme en mi búsqueda de un gran tesoro. Salí a cubierta para observar el mar, de las aguas emergió una cabeza con unos ojos brillantes. Sorprendido me quedé en silencio mirando, aquella cosa sabía que estaba mirándola. De manera lenta emergió del agua mostrando su cuerpo, era una bella mujer desnuda, mi rostro se encendió del calor con solo ver su figura, pero luego palideció al ver que no dejaba de emerger y que la otra mitad no era humana. Inmovilizado del terror me quede ahí parado mientras la veía acercarse. Finalmente quedamos frente a frente, ella me observó con sus bellos ojos, abrió sus labios para decir algo, pero del agua emergieron otras cabezas, más pequeñas que ella. La bestia marina volvió a sumergirse junto al grupo que la acompañaba." —Acabó su relato manteniendo el silencio, miró la larga extensión del cuerpo del otro, sin dudas estaban mirando a la misma especie de bestias. —Él murió poco después, no podía conciliar el sueño y el cansancio terminó por hacerlo caer por la borda y las serpientes lo devoraron sin dudarlo. No permitiré que me hagas algo así... Y quizás hasta busque venganza por todos aquellos marinos que no lograron obtenerla.

Cerró la bitácora y salió del cuarto dejando a la criatura a solas. Devolvió la bitácora a su posición, se quitó la camisa roa y la sustituyó por otra. El dolor fue agudo al sentir la tela rozar sus heridas, pero debía aguantar para demostrar que era fuerte. Salió de su camarote para encargarse del barco. Requerían de suministros, pero en Mentecacia era lo que menos había, al menos no para abastecer a su nao. Bajó por la escalerilla y así se reunió con un amigo de la familia, le regaló la nao mercante que había conseguido y este a cambio le regaló a una de sus hijas en matrimonio. La chica era menor de edad, por lo que se vería aquel acuerdo cuando ella se hiciera mujer ante la visita de la dama de rojo. Se pasó por la pequeña casa de Britsh, el hombre lo recibió en su morada junto a su esposa, la mujer no dudó en marcharse al ver que hablarían de temas de negocio.

—¿Y bien? —Quiso saber Thor.

—En mis libros no tengo información alguna de aquel ser, pero lo que sí tengo es un apellido al cual podrías vendérselo. Es un hombre de nobleza, cercano al grupo de amistad del Satrápa. Le gustan las cosas exóticas, sin duda alguna compraría a esta bestia y quizás hasta se mandaría a hacer un abrigo con su piel. 

—Me parece excelente, dame sus datos.

Se marchó llevando consigo un papel con el nombre y apellido del noble que sería un excelente comprador. Volvió al barco luego de un par de horas, se sentía menos molesto que antes, hasta el roce había dejado de ser tan doloroso. Pasó por el muelle precario que tenía la isla, las personas que lo veían pasar lo saludaban agradecidos, era quien casi mantenía aquel lugar, sus padres eran personas que importaban a la hora de tomar decisiones dentro de Mentecacia, eran casi como los reyes. Sintió una mano tocar su espalda, al voltearse encontró a la chiquilla, la hija de Donar, la pequeña Nimega. La niña no pasaba los catorce años, sin embargo, era bastante hermosa. De largos cabellos rojizos y ojos verdes con manchas de color miel. Ya había oscurecido, por lo que le parecía extraño que estuviera en el puerto merodeando. Conocía a la niña desde que había nacido, había convivido con ella por muchos años al ser sus padres buenos amigos de los suyos.

—Mega, ¿Qué haces aquí?

—Me enteré de la boda al llegar a casa y quise venir a verte. —Contestó ella. No había estado presente anteriormente. —¿De verdad aceptas ser mi esposo? —Quiso saber ella, sus ojos brillaban.

—Es un honor que una bella jovencita como tú sea mi esposa. —Respondió el sonriendo. Tomó su mano besando sus nudillos.

—¿Ya te marcharás? ¿Cuándo volverás a casa?

—Cuando obtenga el dinero por mi botín. No me tomará mucho tiempo. Te traeré un hermoso vestido de Jamaillia.

Ella sonrió por aquello gustosa, se despidió así de su prometido y se marchó. Subió a la nao, tenía algunos hombres haciendo guardia mientras el resto descansaba abajo. La lluvia cayó sobre ellos de manera suave, pero no pasó mucho para que una tormenta eléctrica azotara la costa de Mentecacia. Las olas comenzaron a hacerse más y más grandes, meciendo al barco como si fuera de papel. Sin tiempo que perder salió del camarote ladrando órdenes de bajar las velas y aferrar bien los aparejos. Los marinos se movieron con rapidez acostumbrados a aquellos climas, aunque más de uno casi se cayó por la madera húmeda. El aguacero empapó su ropa y sus cabellos quedaron lacios y más oscuros. Era refrescante para sus brazos malheridos el sentir aquel frío en contraste con el calor abrasador. Ahora que tenía un comprador no necesitaba el guardar la información, por lo que permitió a sus hombres bajar a beber y satisfacer sus placeres más banales. Le entregó a cada uno una cantidad de monedas, su pago por los robos que habían perpetuado. Su primer oficial se quedó abordo, él y un grupo que debían vigilar la cubierta durante la noche. Volvió a su camarote cerrando la puerta detrás de sí, pasó sus manos por sus cabellos mojados y luego agarró un trozo de tela secando así su rostro. El frío comenzó a hacer erizar su piel, a veces olvidaba que estaban en otoño y que aunque hubieran días buenos, el gélido seguía presente.

Fue hasta el baño de su habitación, el pequeño lugar tenía ventanales de cristales pintados a mano, un trabajo muy bien hecho. La tina de metal blanco con patas en bronce estaba hasta arriba de agua y la criatura dentro, aunque su cola caía por el borde hasta el suelo. La tela ya se había deshecho, no quedaban rastros de ella. Se acercó a los estante donde habían piedras de luz, las agitó produciendo que el fuego en su interior aumentara logrando iluminar el lugar. Lo hizo con las cuatro piedras luz que habían, ahora al menos podría tener luz. Finalmente tomó la jarra de cristal, la llenó de agua de la tina y así dejó caer el líquido sobre ella. Realizó aquella acción hasta que toda su extensión logró ser lubricada. Mientras lo hacía miró su brazo, ya no tenía las llagas de antes y la piel parecía componerse. Sorprendido miró con detenimiento su dermis pasando sus dedos por ella, observó su otro brazo el cual estaba en las mismas condiciones. ¿Cómo había podido curarse tan rápido? Si hace tan sólo unas horas atrás había sentido que moría del dolor. 

 


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