La gente adoraba cumplir sus caprichos más insanos y estaba dispuesta a pagar cantidades cómicas para que alguien complaciera esos profundos deseos. Era así que, en tiempos de apogeo, se podía vislumbrar circos ambulantes donde presentaban decenas de mal llamados fenómenos.
Fenómenos que no eran más que personas con singularidades que los tachaban como rarezas, cosas exóticas o simplemente morbosas.
—Conozcan a la mujer barbuda, al único hombre lobo de esta ciudad. ¡Vean al fenómeno con escamas! Al gigante traído directamente desde Escocia y a la quimera salida de una nación desconocida.
Un pequeño castaño tomó la mano de su padre quien pagaba por las tres entradas para su pequeña familia. Vestían de gala, con porte y elegancia, porque era un privilegio entrar a un espectáculo de ese tamaño, donde la gente se agolpaba solamente para mirar a los fenómenos que daban espectáculos dentro de una enorme jaula o simplemente se hallaban sentados en diferentes secciones para ser un mero disfrute visual.
El pequeño de vivaces ojos marrones no entendía qué tenía eso de bueno.
Vio personas como él, pero que estaban aprisionabas, mismas que soportaban insultos, burlas y miradas feas. A sus ocho años no entendía por qué su padre se veía tan animado con sólo ver, apuntar, o porqué su madre fingía asustarse y se aferraba al brazo del rubio cabeza de familia. Él sólo veía a personas que portaban una belleza particular.
—Vamos a la atracción principal; la quimera. Dicen que es un espectáculo único.
Tsuna fue guiado por su padre entre la gente hasta que estuvieron primeros ante la cerca que limitaba a la gente para que no tocara los grandes barrotes que aprisionaban a quien estaba cubierto por una capa negra. Miró con curiosidad mientras un señor regordete halagaba a su más grande atractivo, gritaba y reía causando furor. Se quedó quieto cuando aquella persona mostró una mano desnuda y poco a poco se quitó la capa.
Tsunayoshi quedó embelesado por la piel que poco a poco se mostraba. Reconocía dos tonos de colores como si fuera un mosaico de esos que veía en los cristales de la iglesia, manchitas que formaban figuras indescifrables en cada porción de piel que esa persona mostraba. Separó sus labios con sorpresa cuando al fin pudo ver que era un joven —tal vez le doblaba la edad—, quien sólo portaba un pantalón corto que ocultaba su intimidad. Pero lo demás estaba expuesto ante el público.
—Es hermoso —murmuró.
Esa piel era una combinación exótica entre colores blanco, como la leche, y rojizo, como cuando se golpea y su piel cambia de color hasta que —con los días—, se vuelve morado. Eran decenas y decenas de manchas por doquier, era un dibujo hermoso que terminaba en el rostro pulcro de un chico de mirada negruzca, cabellos azabaches dispares y desordenados, y dos patillas espirales muy bonitas.
Era la persona más bella que había visto, por eso se soltó de su padre y se acercó haciendo uso de su pequeña figura para atravesar la cerca por entre la madera.
Esa quimera danzaba mostrando la gracia de un cuerpo entrenado, tenía la mirada fría, parecía un robot y no le hizo caso hasta que el pequeño llegó a palpar los barrotes. Pero cuando esos ojos melancólicos hicieron contacto con los infantiles, esa quimera brilló.
—Eres muy hermoso —sentenció Tsuna a viva voz.
Pero más bonito fue ver la sutil sonrisa de ese muchacho quien le reverenció grácilmente.
Fue mucho más bonito llevarse al chico con él a casa, cuidarlo, enseñarle cosas y tratarlo como lo que era: un hermoso tesoro, uno al que amaría por siempre.