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Minis tú y yo por 1827kratSN

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El horizonte se apreciaba desde cualquier parte en ese hogar, era mucho más notable cuando se salía de los límites de aquella gran casa perteneciente a su señor, por eso y por muchas cosas más, adoraba ser la sombra de su amo. 

Se le dio la orden de acompañar a su señor a recorrer los alrededores de sus dominios, de esa forma pudo respirar el aire fresco aromatizado por el bosque cercano mientras caminaba por los tramos de tierra que daban el ingreso a esa mansión. Sonreía, generalmente lo hacía cuando estaba en compañía de sus allegados más cercanos, pero también lo hacía cuando estaba junto al azabache al que servía desde sus doce años.

Su señor, su jefe, su amo.

Aún recuerda el primer día ahí, cuando sabía lo básico del arado de tierra pues ayudaba en el trabajo de sus padres, y se vio ante la imponente presencia de uno de los señores más acaudalados de aquella zona. Bajó la cabeza, presentó sus respetos, le dieron una tarea y juró cumplirla por más dura que fuera.

 

«Entrenarás para convertirte en el mejor guerrero, capaz de ser la mano derecha y guardián de mi heredero. Tu vida ya no es tuya, es pertenencia ya de mi hijo, Reborn».

 

Después de eso sólo recuerda el ardor en sus manos por sostener la empuñadura de katanas, el dolor en su cuerpo por las luchas cuerpo a cuerpo, y los ojos negros de su amo quien le superaba con tres años. Aun así, era muy feliz.

 

—Dime, ¿qué ves?

—Sus tierras, mi señor —siempre iba tres pasos por detrás del azabache de rizadas patillas, en silencio, acatando órdenes dadas sólo por gestos o señales con aquellas manos, sintiéndose diminuto a veces.

—Deja el formalismo, Tsunayoshi —voz grave, porte altivo, espalda ancha y vestimenta cara.

—Aún estamos cerca de su hogar —sonrió divertido—, no me arriesgaré a que me escuchen siendo irrespetuoso.

—Responde a la pregunta —sonrió de lado, consciente de que el castaño de revoltosos cabellos y mirada que simulaba ser un dulce, lo seguía y no observaría esa pequeña expresión— y trata de ver más allá de lo que tus ojos perciben.

—Sus siervos —detalló a lo lejos como varios niños jugaban, mujeres araban la tierra y los hombres a orden de su señor resguardaban a los habitantes—, sus cultivos, sus riquezas… Todo lo que tiene que proteger.

—La guerra esta próxima —Reborn retornó a su seriedad inicial nuevamente, sintiendo esa incomodidad en su pecho ocasionada por su egoísmo.

—Lo sé, todos lo saben, por eso los hombres que pueden portar una katana o luchar han sido llevados cerca de la mansión para entrenarse.

—Será duro, demasiado… —elevó su frente, cerró los ojos, su voz se tornó más fría y dictatorial—, y es por eso que tú no irás.

—¿Qué? —detuvo sus pasos por unos instantes debido a la impresión, pero retomó su andar con mayor velocidad incluso hasta estar casi junto a su señor.

—Te quedarás para proteger a la familia de nobles, cuidarás de los habitantes, entrenarás a los muchachos más jóvenes que han sido reclutados y guiarás a quienes aún no tienen herederos y fueron destinados a quedarse también.

—Mi señor —Tsuna sintió pánico, sus manos temblaron, su pecho se contrajo debido a aquella corazonada que sentía desde hace días.

—No irás y esa es mi decisión, Tsunayoshi.

—Por mi honor, por mi lealtad hacia usted y su familia… debo ir —refutó fijando su mirada en aquel perfilado rostro.

—No.

—Se lo suplico —no le devolvieron la mirada, eso significaba que la orden no cambiaría.

—Me he negado y tú, como mi siervo eterno, debes obedecer, Tsuna.

—Reborn —estaba seguro de que nadie estaba cerca, que podía hablarle como acostumbraban cuando estaban sólo ellos dos—, no me hagas esto.

—Te quedarás aquí —frunció su ceño levemente antes de girar hacia el jovencito de piel algo bronceada—, conmigo —bajó el tono de su voz y relajó su expresión, enfocándose en esa mirada suplicante— porque me niego a perderte, Tsuna.

—Por favor —se atrevió a sostener el yukata de su señor y mirar a ese par de pozos negros que tantas veces le demostraron infinito cariño—, reconsidera tu decisión pues estamos hablando de la victoria para esta batalla y la guerra.

—Hay muchos samuráis talentosos —posó su mano encima de la ajena, apreciando que él seguía siendo superior incluso en las proporciones de sus cuerpos—, tú no harás el cambio.

 

Esa noche fue más larga de lo común pues a pesar de que Tsuna no fuese a participar de aquella batalla, tenía que aportar sus conocimientos en cuanto a estrategias, entrenamiento, uso de pólvora y todo lo que sus maestros le enseñaron y que él usaba con habilidad envidiable.

Hasta para el más novato estaba claro que Tsuna era un punto clave para ese pelotón, por eso no fue raro que muchos de sus compañeros preguntaran el por qué no iba a acompañarlos, pero Tsuna no pudo decir más que la verdad. Que fue la orden de su señor.

Nadie replicó o indagó demasiado pues bien era sabido también que el más apto para defender a la familia era Tsuna, es más, toda la familia de los Arcobaleno confiaba ciegamente en el jovencito guardián del jefe de hogar; incluso Bianchi, la esposa del mismo, y los dos niños herederos del linaje le tenían un aprecio innegable al castaño de figura frágil pero de habilidades que pocos conocían o podían igualar. Prueba de su eficiencia era que había salido victorioso de decenas de ataques en donde les superaban en número. Dedujeron entonces que los propios miembros de esa familia pidieron exclusivamente a Tsunayoshi para quedarse.  

Sólo dos personas sabían lo que en realidad había detrás de aquella orden sobreprotectora, pero sus bocas estarían selladas debido a la lealtad a su amigo y compañero de luchas.

 

—Yo haré guardia, Tsuna —sonreía Yamamoto mientras se estiraba un poco en modo de preparación—. Tú regresa a tu habitación.

—No es necesario —miraba a su azabache compañero y correspondía a esa sonrisa despreocupada—. Tú vas a salir pronto a batalla, así que prefiero que descanses.

—¿Es porque no quieres… verlo? —susurró ya sentado junto a su amigo.

—¿Se nota? —avergonzado agachó su cabeza y dejó salir su verdadera personalidad, aquella que debido a su cargo debía ocultar a la perfección.

—No, eres perfecto en mantener una faceta neutral con todos y ante todos —sonrió antes de despeinarle los cabellos—, pero lo supuse, además te conozco bien.

—No puedo creer que no me deje ir —suspiró mientras arrojaba la piedrecilla con la que había estado jugando hasta ese momento.

—Es normal —le palmeó la espalda—, él está velando por tu vida.

—No quiero dejar a Gokudera y a ti solos en esto.

—Estaremos bien —sonreía animadamente—, hemos sido entrenados tan arduamente como tú.

—Lo sé.

—Entonces, ¿te irás? —el azabache rió por la mueca de su amigo—. Ten en cuenta que… sólo tendrás estos días —le susurró bajito.

—Como lo…

—Puede ser que ocultes bien tus emociones, pero a veces, cuando estas así de relajado, eres un libro abierto, Tsuna —sonrió Yamamoto—. Ahora ve.

 

Esa noche, cuando la madrugada estaba en pleno apogeo y la mayoría de personas dormía plácidamente, el castaño se hallaba sentado en medio de su habitación esperando a cierta visita ocasional, aquella que a veces llegaba, a veces desaparecía durante semanas, o la que lo sorprendía en medio de sus cabeceos. Aun no podía creer que se hubiese acostumbrado a esa rutina y su cuerpo siguiera en plenas condiciones cuando el sol salía.

Sin ruido, en medio de la oscuridad, la puerta de su habitación se deslizaba tras ser golpeada sutilmente por cinco ocasiones sin pausa. Era… su pequeño secreto.

Tsuna sonreía, siempre que tenía la oportunidad de verlo en privacidad lo hacía, y esa no fue la excepción. Pues a pesar de que discutieran, que no se hablaran, incluso que se ignoraran durante el día, en ese momento todo cambiaba.

El castaño no encendía vela alguna, se dejaba iluminar por una antorcha en el pasillo cercano que servía de guía a los guerreros en turno de vigilancia, pero, ya acostumbrado a su accionar en penumbras, recibía a su invitado y le ayudaba a despojarse de una de las capas de su vestimenta que le impedía agarrar frío. Lo saludaba en susurros, acariciaba la piel ajena, aceptaba el roce sobre sus labios, le cedía un masaje en los hombros para quitar la tensión del día, y se ponía a voluntad de deseos que jamás podía prever.

 

 

Sólo se reunieron una vez antes de que aquel día llegase…

 

 

Reborn despidió a su tropa esa madrugada, alentándolos a ganar, a servir a su país. Dejó a cargo de todo a su más experimentado capitán y se quedó de pie hasta que los caballos, guerreros y demás banderas se perdieran de vista en el horizonte. Volvió a sus deberes en ese hogar, escuchando los pasos firmes de su castaña sombra seguirlo sin decir nada, sintiendo que hacía lo correcto, retomando sus acciones como uno de los nobles y planificando ya el proceder de sus siguientes ataques por si es que esa batalla no la ganaban.

Así debió ser.

Fue en la tarde, cuando todos debían retirarse a consumir sus alimentos, cuando Tsunayoshi pudo escapar de las miradas de las sirvientas de esa casa y de la de su amo. Se apartó de todos, deslizándose cautelosamente hasta su cuarto y dejando allí un pergamino escondido debajo de su almohada. Lugar que sólo su señor sería capaz de revisar. Suspiró antes de tomar su katana favorita, su compañera ideal. Tomó su sombrero, una pequeña bolsa con provisiones y salió de ahí hasta la parte trasera de la mansión en donde sabía los guardias no estarían porque se encontrarían haciendo ronda.

Se escapó dejando atrás sólo una pequeña nota de disculpas.

 

«Por mi honor y por el suyo, por la vida de su gente y su familia sanguínea, por mi honor y el de mis maestros, por todo eso no me hallo más en su hogar. Mi vida se la cedí desde que fui ofrecido a su casa como esclavo, siervo, guerrero, lo que fuera la voluntad de su difunto padre, y hasta ahora no repliqué a sus decisiones. Ésta será la primera y única vez que lo desobedezco, que le falto el respeto, mi señor.

Pero debo ir. Necesito ir.

Le juro por mi vida, que le haré llegar la bandera enemiga.»

 

Tsunayoshi estaba seguro de que todos los plebeyos respetarían sus horarios para proteger la casa de los Arcobaleno y a su gente si es que hubiese un imprevisto, por eso no dudó en encaminarse hacia donde estaban ya sus compañeros.

Tardaría en alcanzarlos, pero lo haría, sólo por eso se adueñó de un caballo de su señor y aceptaría el castigo por su osadía cuando fuese el momento. Ahora debía defender el honor de su señor.

 

—No está.

—Ya veo —Reborn miraba a uno de los guardianes custodios de su hogar—. Me ha desobedecido entonces.

—Si me permite, mi señor —aquel chico que no pasaría de los quince años, lo reverenció exageradamente—. No lo castigue… Sawada-san sólo quiere la guerra ganada en su favor.

—Lo sé… —guardó compostura—. Ahora puedes retirarte.

—Sí, señor.

 

 

Sendero…

 

 

Los alcanzó a mitad del camino y ni siquiera los saludó o respondió a esas miradas sorprendidas, sólo tomó espacio entre los líderes de la batalla quienes lo integraron con rapidez en el plan de ataque. Para nadie le era raro que el castaño se les uniera pues era bien sabido que gustaba estar al frente de todo lo relacionado con la protección de su amo. Era un hombre que vivía sólo para cumplir con sus tareas.

La batalla empezó en la madrugada, siendo ellos los que emboscaron a esa tropa.

Gritos, sonidos metálicos y explosiones dadas por los enemigos.

Humo, sangre, muerte. Todos peleaban por sus propias razones.

Tsuna guiaba al grupo entre órdenes a pleno pulmón, velaba por los suyos y no dudaba en destajar el cuello o cuerpo de quien los amenazaba, blandía su espada con la firme decisión de ganar ante esa masacre. Se aferraba a su voluntad incluso cuando el cansancio por las largas horas de lucha le estaba ganando, pero seguía en pie, peleando.

Rememoraba en medio de sus respiros aquel iris ébano que le dedicó miradas de completo cariño y amor sincero, de esa sonrisa descarada dada cuando estaban a solas, o esos comentarios pasados de tono que lograban avergonzarlo de sobremanera hasta el punto en que tartamudeaba sin poder detenerse. Recordaba también esas noches de privacidad en las que se mordía los labios para no dejar salir ningún sonido cuando su cuerpo era usado como su señor lo deseara, sin negar que él gozaba incluso, tal vez, más que su amo. A su mente llegó su más bonita memoria, aquella de cuando él tenía sus quince años y su castidad fue tomada con dulzura en medio de una cabaña alejada de esas tierras y en donde a veces escapaban para no preocuparse por el ruido o el riesgo a ser descubiertos.

Tsunayoshi correspondía a cada sentimiento entregado por su señor. Lo amaba con locura desde que lo vio por primera vez… y por eso estaba ahí, peleando, arriesgando su vida.

Todo lo hacía por Reborn.

Y esperaba que su desobediencia no menguara el cariño mutuo que se tenían.

 

—Sawada-san —un muchacho de cabellos platinados y mirada verdosa reverenciaba al hablar con su superior.

—¿Qué sucede, Gokudera? —jadeaba en medio de aquel descanso extraño que les cedió los enemigos que recién escaparon.

—Otra tropa llega por el norte —jadeó y se escuchó una queja general, un suspiro cansado y temeroso por parte de todos los guerreros que aún no se recuperaban ni de esa batalla.

—Levántense —Tsuna elevó su voz—. ¡Nosotros podemos triunfar! … ¡Debemos hacerlo porque nuestro deber es cuidar de nuestra gente, tierras, cultivos, descendientes, de todo!

—Sí —fue el coro de sus soldados que se erguían cuando su fuerza de voluntad se renovaba.

—Debemos ganar por orgullo, lealtad y amor a los nuestros —Tsuna hablaba con todos, mirándolos de frente, escuchando cada palabra que decía pues también debía motivarse.

—¡Sí!

—¡Podemos ganar! —agitaba su espada y quitaba el resto de sangre enemiga.

—¡Ganaremos! —sus compañeros elevaban sus brazos con los puños cerrados para mostrar su entusiasmo.

—¡En nombre de nuestro señor! ¡En nombre de nuestras tierras! ¡En nombre de nuestras madres, hermanas, hijas, esposas!

—¡Sí!

 

En el horizonte se deslizó una serpiente negra y metálica formada por la decena de soldados enemigos que venían a darles contra. Eran demasiados, tantos como para oscurecer la mitad de la colina por donde bajaban tras dar el grito de guerra. Les superaban en número, pero no desistirían. Tenían que ganar, soportar hasta que sus refuerzos también llegasen de las tierras de uno de sus aliados.

Tenían que aguantar.

Tenían que ganar.

Tenían.

 

 

Espera…

 

 

Reborn esperaba impaciente la llegada de sus tropas, lleno de impotencia por no poder ayudar más a su gente, desesperado por ver de nuevo a su castaño. También tenía ira contenida, misma que no pudo dar a conocer porque sería absurdo enfadarse con su mejor soldado quien voluntariamente fue en ayuda de esa guerra, y porque él debía ser impasible. Sin embargo, en cuanto tuviera a ese niño en frente de sí lo iba a abofetear por desobediente y como castigo por su falta de respeto hacia una orden.

 

—Señor, la tropa ya llega.

 

A lo lejos se veía una caravana que caminaba en línea recta, elevando el polvo de los senderos, con sus banderines blandidos con orgullo a pesar de que leve suciedad y hollín los opacara. En medio de ellos estaban camillas improvisadas con telas, ramas y demás, en donde cuerpos reposaban y vendas sucias cubrían los sangrados y heridas. Poco después venían carretas que cargaban con los muertos y quienes serían considerados héroes por su participación en combate.

La gente ya lloraba a sus muertos, pero se inclinaban ante los guerreros que llegaban triunfantes y cansados.

 

—Ganamos.

—Felicidades a todos, y honor a quienes perecieron por un bien mayor.

 

Reborn vitoreo, aplaudió, motivó con sus palabras a los soldados, quienes de pie reían y palmeaban sus hombros llenos de dicha mientras doctores y ayudantes ya se distribuían para atenderlos a todos. Pero el señor se tragaba una pregunta que estaba calándole cada hueso debido a la ansiedad.

De pronto, Reborn vio a dos personas, a los únicos que tenían su confianza total. Yamamoto fue quien distrajo a todos y dio oportunidad para que Gokudera se escabullera lejos del pelotón hacia un ala alejada de esa casa, todo para poder emitir el secreto que le correspondía a su señor.

 

—Señor —fue el primer mal augurio que Reborn soportó con una expresión neutral, aun cuando su corazón empezaba a destrozarse de a poco—. Sawada-san —masculló soportando las lágrimas porque él presenció todo—, no volverá.

 

El aire se les fue de los pulmones a ambos hombres, el uno porque consideraba al castaño como su ejemplo a seguir, su amigo, su hermano… el otro porque su mal presentimiento se hizo realidad y desde ese punto supo que jamás volvería a ver a su más preciado secreto.

 

—Él… pereció en el frente —Hayato ahogó un sollozo mientras rebuscaba algo entre su ropa—, pero le dejó esto… antes de…

 

Gokudera dejó en manos de su señor un collar sencillo, hecho de cuerda fina, un dije de plata en forma de un sol, y también un pequeño pergamino sucio enrolladlo al apuro. Después de eso se retiró con apuro, dejando solo a su señor para que se desahogara.

Reborn quiso llorar, por primera vez en mucho tiempo quiso hacerlo porque se arrepentía de muchas cosas en referencia a ese castaño.

Aun en su pecho está esa pequeña astilla, esa duda, ese sueño y deseo dado desde el primer momento en que vio a Tsunayoshi; ese en donde mil veces imaginó que Tsuna fuese una mujer para así poder tomarla como concubina, y si bien sabía que por ser humilde no hubiese podido ascenderla a su esposa… le hubiese dado el cielo si lo pedía. Pero nada de eso se podría realizar jamás porque Tsuna fue un siervo, un esclavo, un tesoro irremplazable y… ahora había muerto.

Ya no podría volverlo a ver… jamás.

Reborn se tragó las lágrimas, los gritos, la furia, todo… porque no podía siquiera expresar su pesar ya que, ante ojos de todos, nada había que lo alterara y esta no debía ser la excepción, pero aun así su corazón estaba hecho pedazos… porque había perdido algo irremplazable en su vida.

Su relación con Tsuna fue secreta, oculta, prohibida… y así se mantendría por la eternidad porque así debía de ser. Lo sabía y aun así maldijo a todos sus dioses porque se llevaron el alma de su pequeño amante.

Sólo le quedaban esos recuerdos, esos dos regalos. El collar que simbolizaba su amor, el pergamino que Reborn abrió lentamente para apreciar la caligrafía propia de su pequeño.

 

«Te amo, y te amaré incluso en la otra vida»

 

Reborn se quedó sólo con eso, se negó a participar en la incineración de los cadáveres —entre los cuales se hallaba la de su castaño—, ni siquiera le dio una última mirada porque quería guardar en su memoria la bella imagen de esa sonrisa acompañada de un sonrojo, quería solamente guardarse las miles de memorias junto al pequeño… No quería que nada le quitara al menos ese placer.

En ese mundo sólo tres personas sabrían el secreto del mejor samurái a servicio de los Arcobaleno, pero así era mejor.

 


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