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Minis tú y yo por 1827kratSN

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—¡Uno!

 

Vagos recuerdos de una infancia turbia y difícil, después de todo, si no se nacía en la cuna de una familia adinerada se tendría que trabajar hasta el mismo día de la muerte.

 

—¡Dos!

 

El rostro de su madre sonriente se desvanecía con los años y sólo dejaba un hueco que no sabía rellenar. Aquella mujer que tanto amor le dio se había ido demasiado pronto, pero tal vez fue mejor así pues sino su dolor hubiese sido demasiado.

 

—¡Tres!

—Ugh.

 

Su padre, un hombre duro, responsable, con carácter y que instauró en él ese duro temple que caracterizaba a su familia desde hace siglos. Del que heredó las rizadas patillas, esos pozos negros tan enigmáticos y el trabajo del mismo. Un hombre que tras perder a su esposa y tener que criar a un hijo solo, no tuvo más opción que tomar la labor más despreciable y tragarse todo atisbo de compasión que pudo haber tenido.

 

—¡Diez!

—Por… favor. No lo dañes más.

 

Y a pesar de que todo en su vida dio un vuelco, hubo algo que no lo dejó perder su humanidad. Un par de ojos chocolates tan brillantes como el sol de la mañana, tan dulces como los de su madre, tan expresivos como los de un niño inocente.

 

—¡Veinte!

 

Él tenía doce cuando lo conoció y ese niño tenía catorce, pero su apariencia asemejaba a uno de doce debido a la mal alimentación, extenuante trabajo y días interminables ante el clima extremo. Aún recuerda la sonrisa nerviosa, la mano que se agitó en saludo y el plato de comida que le sirvió.

 

—¡Treinta!

 

Ese chico de melena castaña y alborotada, de piel bronceada por el sol y el frío, de labios rosados y algo delgados, era su pequeño brillo de humanidad. Ese pequeño esclavo que vio crecer a la par de él fue lo único que lo separaba de la más cruel existencia.

 

—¡Cincuenta! … Se acabó.

 

Y a pesar de que lo quería tanto hasta el punto en que confesó el amarlo… lo tuvo que destrozar hasta verlo tendido en el suelo, con la espalda rasgada por los cincuenta azotes que la dueña de la hacienda mandó a darle, con la carne abierta y sangrante hasta el punto en que el rojo se volvió el color de esa piel.

Pero no tuvo opción… porque él era el capataz y Tsunayoshi era sólo un esclavo.

 

—Llévenselo —no miró a los demás individuos que lloraban por el menudo chico que apenas y respiraba inconsciente en el suelo—. ¡Ahora!

—Reborn, busca a alguien que limpie esto —la señora sonreía de lado pues estaba más que satisfecha por el castigo dado a su esclavo— y límpiate tú también antes de que me busques en la casa.

—Sí, señora —la vio alejarse a paso lento, ondeando su mano y tarareado una canción. Maldita bruja a la que tenía que soportar porque de ella dependía su paga.

—Sólo fue un pan… sólo un pan —sollozaban mientras desataban las cadenas que sostenían ese cuerpecito maltrecho—, sólo un pan para el recién llegado… sólo un pan.

—Perdón.

 

Jamás en su vida se había disculpado con nadie, pero en esa ocasión lo hizo… porque hasta él sabía que ese castigo fue demasiado injusto y exagerado… porque a quien dañó fue a su más grande luz… porque sus manos ardían debido al uso del látigo y eso poco importaba pues su alma había sido apuñalada por cada jadeo que Tsuna soltó antes de quedar inconsciente.

Para nadie era secreto que la nueva señora de esa casa odiaba al castaño que servía como mayordomo. Para nadie era desconocido que la antigua señora, difunta madre de su patrón, trató a Tsuna como un hijo más y que lo cuidó con esmero al igual que a los otros esclavos a su servicio pues era un alma noble… pero que después de su muerte todo se volvió diferente pues ya nadie había que detuviera la furia del patrón y del déspota hijo del mismo… empeoró cuando esa niña mimada llegó a mandar como si fuera la reina de ese país.

Sólo bastó una excusa para que eso pasase y Reborn tuvo que hacer caso.

Se le fue dado un pago como compensación, la señora le coqueteó como una puta barata de las peores casas de meretrices en la ciudad, fue halagado y enviado a descansar después de eso. Reborn quiso escupirle en la cara a esa mujer, pero no lo hizo porque de ser así perdería su trabajo y con eso dejaría de saber sobre aquel castaño. Estaba frustrado y aun no hallaba solución para sus cuestiones.

 

—¿Cómo está?

—En este lugar no eres bienvenido.

—Tranquilo… tranquilo —una anciana se secaba las lágrimas antes de calmar a los esclavos que resguardaban la entrada—. Ustedes saben que Reborn no tuvo opción… que de ser el caso él no hubiese hecho eso pues ha sido uno de los capataces más suaves que hemos tenido.

—Pero no quita el hecho de que lo heriste.

—Sólo quiero saber cómo está.

—Delira —respondió la anciana y el corazón de Reborn se estrujó—. Delira por la fiebre, aun sangra, pero también sigue respirando.

—¿Puedo verlo?

—Sólo un momento.

 

Cuando se arrodilló frente a esa estera manchada de sangre y de menjurjes hechos con plantas, su alma, sus brazos, todo de sí se desplomó. Tsunayoshi temblaba, gemía por el dolor, sudaba, estaba pálido por la pérdida de sangre y murmuraba incoherencias. Se atrevió a acariciarle la mejilla y a pedirle perdón nuevamente, pero eso no servía de nada. El daño estaba hecho.

Y a pesar de todo, ese pequeño esclavo lo perdonó.

Tsuna le sonrió como siempre cuando ya estuvo recuperado y lo mandaron a trabajar en los campos, le dijo que no era su culpa y le palmeó el hombro con resignación. Y él sólo se quedó mirando esa espalda que todavía estaba herida y era quemada por los rayos del sol, sintiéndose la peor escoria y tratando de hallar una solución factible para acabar con toda esa porquería.

Y la halló, pero en el momento menos oportuno.

 

—Te largas ahora mismo.

—Será un placer, señora.

 

La muy zorra se le había mostrado en ropa de dormir en el cuarto que ocupaba en la sección perteneciente a los trabajadores remunerados de esa casa, y él la había sacado a la fuerza y lanzado en medio de la tierra como si fuera basura. Hubo varios testigos, y el resultado fue su despido inmediato y un griterío que incluso algunos esclavos presenciaron.

 

—Te sacaré de aquí… Te compraré tu libertad —miraba al castaño que a escondidas se había escabullido hasta su cuarto.

—Reborn, no hagas estupideces —le suplicó mientras lo agarraba por los brazos—. Soy un mero esclavo y tú un ser libre. Por dios, vete y nunca vuelvas… por favor…. ¡Promete que no volverás!

—Espérame —tomó aquellas mejillas entre sus manos y juntó sus frentes—. Espérame.

—No —entre lágrimas se atrevió a elevar sus manos y a enredarlas en esos cabellos negros—. No —sollozó antes de abrazar al más alto—. No lo haré.

—Volveré por ti, Tsuna —le besó la mejilla, la frente, la nariz y se detuvo sobre esos labios que ya había probado bajo el manto de la noche en el secreto de los campos vacíos—. Sólo sé fuerte y espérame —unió sus labios con ternura y quitó esas lágrimas con sus pulgares.

—No vuelvas jamás —suplicó antes de separarse—. Deja de sufrir por este esclavo… Búscate una familia, hereda tu linaje y sé feliz, Reborn —y antes de que replicara, el castaño se escabulló y desapareció en medio de esa noche sin luna.

—Volveré —juró.

 

Se fue de esa casa con la frente en alto y sin ver atrás. Se fue sin saber qué pasaría con los esclavos en esa hacienda. Se fue con el corazón estrujado pues bien sabía que la señora del lugar se vengaría con los esclavos y Tsuna sería el primero en pagar. Se fue a sabiendas de que tenía que trabajar en cualquier cosa con tal de reunir el dinero para comprar al castaño. Se fue sin saber qué le depararía el destino y qué obtendría al final.

 


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