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Pinceladas de Vida ;m.y.g/j.j.k Yoonkook por Chihara-chan

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|Capítulo II|     Bajé a una pequeña plaza que se encontraba en el centro de mi edificio, siempre miraba a los niños jugar, desde una distancia prudente, ya que me encontraba fumando casi todo el tiempo. 

Golpeé levemente el cigarrillo, dejando caer la colilla, inhalé por última vez, para dejarlo caer al suelo y pisarlo. Muchos de los niños me miraban muy fijamente, como si fuera la cosa más interesante en todo el lugar. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba en bata y pantuflas todavía. Les sonreí y decidí sentarme a mirarlos jugar nuevamente.  Uno de los niños me miraba bastante fijo. No era un niño, estaba en eso de los trece o catorce años. Decidí seguirle el juego y mirarlo fijo también.    La batalla iba reñida, su mandíbula era fuerte, y no salía ni una sonrisa de sus labios gruesos. Mis ojos empezaban a ponerse llorosos y luchaba por mantenerlos abiertos.    —Ash, Por todos los cielos... —los cerré e inmediatamente llevé mi dedos y empecé a frotarlos. Al abrirlos, observé al chico, quien se levantó y empezó a caminar hacia mi.    Tenía una sudadera negra y pantaloncillos cortos igualmente negros. Su cabello era castaño, y tenía tenis blancos.   —Soy Taehyung —alzó su mano. Su semblante duro no cambió en ningún momento.   —Jungkook —estrechamos nuestras manos por unos cuantos segundos, hasta que él me soltó rápido y la metió en su bolsillo, mirando a otro lado seriamente.   —Lo sé —rascó su nariz.    Mis ojos lo siguieron, hasta que se sentó a mi lado.   —Eres mi vecino —musitó con una voz bastante grave para un chico de su edad. —Tienes 27 años, eres pintor... —miró al cielo, y luego me miró a mi, con una ligera sonrisa en su rostro.    —Me dejas sin palabras, pequeño— solté un carcajada. —Pensé que nadie me recordaría, si quiera sabrían quién era.   —Hace frío, ¿Y si me invitas un café? —propuso.    Mi vista se posó por unos segundos en el verdoso pasto que adornaba el suelo del pequeño parque, para luego mirarlo fijamente con un semblante de extrema sorpresa.   —Claro— le sonreí.    De haberlo dicho unos meses antes, hubiese rechazado esa idea, mi departamento era un asco, un chiquero donde perfectamente vivirían los tres cerditos y su familia, con todo y lobo feroz.  El baño adoró la llegada de Jimin, todo el departamento le dio una cordial bienvenida.    Ambos nos levantamos y caminamos parsimoniosamente por los pasillos, tomamos el ascensor hasta el onceavo piso, hasta que nos posisionamos en frente de mi puerta.    Él señaló la puerta frente a la mía.   —Esa es mi habitación.   En los diez años que tenía viviendo aquí, no había tenido comunicación con ninguno de mis vecinos. Tampoco sabía que este chico tan peculiar viviera en frente de mi habitación, y yo hubiese ignorado eso.  —Ya veo... —la miré mientras tomaba en mis manos el cerrojo y lo giraba para darnos paso adentro.    Él miraba el alrededor con bastante atención, palpaba los adornos, hasta que fijó su vista en mis cuadros, luego me miró  a mi, él solo se dirigió al sofá y se sentó en él.    —Me han dicho que hago el mejor café de la ciudad —alardeé tratando de romper el hielo.   —Tengo que confirmar eso —respondió sonriénte.        Pov Omnisciente     El chico pelirojo corrió a la parada del autobus, éste pasaba cadadía al dar las siete en punto de la mañana. Se dirigía a uno de los institutos más prestigiosos de Londres.   Las gigantezcas rejas adornadas de hermosas enredaderas, se abrieron dando paso a una hermosa edificación, un campo de rosas blancas acompañaban el transcurso del autobús hasta su puerta.   Jimin bajó de él, y dirigió su mirada a una silueta muy familiar.   Aquel chico de tez blanquecina, ojos inexpresivos y negros al igual que su cabellera.    —¡Yoongi! —alzó su brazo para saludarlo mientras se acercaba. El nombrado buscó entre la gente aquella voz que pronunciaba su nombre, y sonrió al verlo.    —Buenos días, Jimin.   —Buenos días, Yoongi— achinó sus ojos, entrelazó el brazo de su amigo con el suyo y empezaron a caminar al salón de clases.   Ambos chicos estaban ya en sus diesiciete años recién cumplidos. Fueron amigos desde que empezaron el segundo año en el instituto, y desde entonces son casi inseparables. A la hora del almuerzo, siempre iban al jardín de las instalaciones y reposaban debajo de un antiguo arbol, que ofecía sus hojas para su comodidad.    —¿Qué almorzarás hoy, Yoongi? —preguntó risueño el de cabellos rojizos sacando su lunch.    —Ya comí en casa, no te preocupes. -Por cierto, la mermelada luce como tu cabello.    Jimin entrecerró sus ojos.   —¿Volviste a pelear con tu padre?  El chico no respondió, se recostó del árbol y colocó ambos brazos en su cabeza.   —Una simple discusión, nada del otro mundo.  —¿Aún no aceptas... su relación? —bajó la mirada mientras sacaba unos emparedados.    —Nunca lo aceptaré, Jimin. No voy a aceptar que papá se enrede con el profesor Nam en mi propia casa.   —Pero aveces van a casa del profe, o a un hotel, o...   —Jimin, basta.    —Lo siento... —le alzó el aperitivo mientras sonreía. Yoongi lo observó ¿Cómo decirle que no a Jeon Jimin? Era algo que se le hacía imposible.  Estuvieron un rato comiendo juntos, ambos disfrutaban de la presencia del otro. Era bastante acogedor.    —¿Te gustó el emparedado? —preguntó Jimin curioso.   Yoongi miró la comisura de sus labios por uno segundos, para luego dirigirse a sus ojos.   —Todo lo que cocinas es delicioso —limpió un poco de mermelada que sobraba en su labio, y luego chupó su dedo.    Jimin sintió sus mejillas arder y bajó la mirada.    —Hey, Jimin..    —¿Si?    —No quiero volver a casa.    Los ojos del pelinegro le daban paso a su alma desolada y llena de tristeza. Jimin frunció su ceño y apretó sus labios, lo menos que quería en este momento era que Yoongi decayera, al igual que su padre.    —No tienes que hacerlo —susurró.    Un aludido casi imperceptible a los oídos del chico de tez pálida frente a él.  Jimin levantó su cabeza y sonrió. Ya lo había decidido.    —No tienes que volver, ven a casa conmigo, Yoongi.    Las verdosas hojas de los árboles empezaban a tornarse de un color naranja opaco. Los dos chicos bajo su sombra se miraban fijamente con expectativa en sus ojos. Uno de ellos esperando la respuesta del contrario. El frío viento los obligó a acurruarse en sus abrigos y sonreír mientras chasqueaban sus dientes.    "¿Entonces, es un sí?"    "Si"         

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