Capítulo 2: Demasiado para un día
Caminaron en silencio por unos minutos hasta que de la nada comenzó a llover. Corrieron entonces hasta llegar a la casa del capitán del seigaku. En la entrada se miraron, empapados de pies a cabeza y se largaron a reír.
- Creo que es la primera vez que te veo en ese estado – le comento Tezuka aun riendo un poco.
- ¿Qué estado seria ese? – le pregunto arrugando la frente
- El de un perro mojado – y esta vez se rio más fuerte
- Pues tú tampoco te ves muy bien que digamos – lo miro señalándolo de pies a cabeza
Ambos se miraron y volvieron a reír. Tezuka saco un juego de llaves y abrió la puerta, haciéndole un gesto para que se acercara.
- Pasa, te daré algo para que te cambies o te enfermaras – dijo dejando su bolso en la entrada
- No te molestes – le dijo sacando su teléfono – llamare para que vengan a recogerme…
Pero no pudo llamar a nadie; Tezuka le había quitado el teléfono y tomando su mano, lo llevaba dentro de la casa.
- No iras a ningún lado así – dijo quitándose los zapatos.
- De verdad Tezuka, no quiero que tengas problemas con tus padres por mi culpa – dijo intentando quitarse sus zapatos mientras el otro aun lo tironeaba.
- No es problema. Además mis padres no están casa – se dirigían a las escaleras. Seguramente hacia su habitación.
- ¿No están? – A Keigo se le estaba formando un nudo en el estómago y se detuvo a mitad de camino - ¿Estas solo?
Tezuka, que se encontraba dos escalones más arriba, se giró a mirarlo y le corrigió:
– Estamos solos.
Atobe jamás había estado tan nervioso en toda su vida. Podía sentir sus latidos golpeando fuertemente en su pecho, tan fuerte que estaba seguro de que si Tezuka se acercaba los notaria.
Estaba sentado en la silla del escritorio mientras el otrochico abría cajones sacando distintas prendas de vestir y arrojándolas a la cama. Todo en la habitación estaba perfectamente ordenado. Libros decoraban las paredes, uno que otro cuadro, una cama muy amplia en el centro del cuarto, un armario y una mesita de noche.
- Toma, esto te quedara bien – dijo pasándole un pantalón de buzo y una camiseta – en el baño hay toallas por si quieres darte una ducha.
- Gracias – recibió la ropa sin mirarlo.
No sabía por qué, pero su arrogancia y el sarcasmo se habían ido de paseo y al parecer no tenían pensado regresar; lo que lo dejaba bastante vulnerable frente al chico de anteojos.
- ¿Necesitas algo más? – pregunto Tezuka al ver que seguía sentado
- ¿Ah? No, nada – se paró rápidamente – ¿Dónde está el baño?
Le indico la puerta junto a la ventana y se volteó para salir con su ropa en la mano.
- Te espero abajo –dijo antes de cerrar la puerta
Atobe se dejó caer nuevamente en la silla cubriéndose el rostro con las manos.
“Eres un maldito cobarde, Atobe Keigo.”
Mientras tanto, en el pasillo, Tezuka estaba apoyado en la puerta intentando controlar el frenético palpitar de su corazón. Sabía que no tendría otra oportunidad como esta y la estaba desaprovechando sin poder evitarlo. Lo más probable era que luego de cambiarse decidiera irse a su casa y quedaría nuevamente solo con este mar de sentimientos que le comprimía el pecho cada vez que veía al capitán del Hyotei. Pero, ¿cómo hacer algo cuando ni siquiera él mismo lograba aceptar lo que le pasaba?
Se dio la vuelta y caminó a la habitación de sus padres para darse una ducha rápida. Al salir y cambiarse ropa, sintió un leve zumbido que, después de poner atención, se dio cuenta provenía de los pantalones de uniforme que estaban sobre la cama. Era el teléfono de Atobe. Recordó entonces que no se lo había devuelto al entrar a la casa y ahora lo estaban llamando.
“Yuriko”
El nombre en la pantalla le cayó como balde de agua fría. Una mujer. Nadie que no fuese intimo o de confianza lo llamaría a esa hora; ya pasaban de las once. Y él que estaba hecho un manojo de nervios por tenerlo solo en su casa. Que estúpido había sido. Claro que tenía novia. Con tantas fans siguiéndolo por todos lados, era algo obvio. Además, era un millonario, en su mundo no existían las relaciones entre chicos.
La llamada se cortó al mismo tiempo que él se sentaba en la cama mirando con desesperación la pantalla. Quería llorar de impotencia. Más de un año llevaba ocultando sus sentimientos, precisamente por el miedo a esta situación. Nunca quiso demostrar nada porque no quería sentirse lastimado al encontrarse de frente con la verdad. Y aquí estaba.
La pantalla se ilumino de nuevo por la llegada de un mensaje que le quito la poca calma que le quedaba…
“¿Vendrás a casa? Te estoy esperando”
Primero perdía su partido, luego se lesionaba el hombro y ahora esto… era demasiado para un solo día.