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por Rukkiaa

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22. Una accidentada cita

 

Aún era de noche cuando Katsuki y Shôto dormían plácidamente en su futón. Abrazados. Los brazos del rubio le rodeaban desde su espalda, como le gustaba porque le hacía sentir completamente seguro. Sintiendo su cálido aliento sobre su hombro. Y con las piernas enredadas entre las del contrario.

Lo siguiente que notó fue una caricia en la mejilla y unos deditos que le presionaban la piel.

–Papi...

Abrió los ojos con lentitud, aún saliendo del sopor y vio a su pequeño niño allí de pie, en perfecto equilibrio. Con la manita todavía en su mejilla a pesar de que ya le había despertado.

–Papi... –repitió con su dulce vocecilla y sonrió al ver que había conseguido su objetivo.

–Masaru, ¿cómo has llegado hasta aquí? –todavía con el corazón dándole alegres tumbos por haber escuchado a su hijo llamarle por primera vez; tuvo que acomodar los brazos alrededor del cuerpecito del niño, que intentaba acostarse pegado a su pecho. –Cariño, ¿has aprendido a caminar o te has teletransportado?

El niño obviamente no dijo nada. Se limitó a bostezar, a terminar de acomodarse entre sus brazos, y a pegar su cabecita sobre el lugar donde estaba convencido, era capaz de escuchar los latidos de su corazón que le ayudarían a conciliar el sueño fácilmente.

–Katsuki... –susurró para despertar al otro. –Katsuki...

–¿Te estás muriendo? –murmuró sin abrir los ojos.

–No.

–¿Quieres sexo?

–Ahora no, pero...

–Entonces déjame dormir.

–Pues por la mañana me ayudarás a descubrir si Masaru ha aprendido a caminar.

Katsuki despertó al recibir una patada en la cara, cortesía de su hijo. Completamente dormido y con medio cuerpo sobre la almohada. Shôto entró en la habitación y no pudo evitar sonreír al ver como el otro intentaba contener su cabreo.

–Lo siento, tuve que ir al cuarto de baño. Juro que cuando lo dejé a tu lado, estaba en otra posición.

El rubio se limitó a coger al niño de un tobillo y a alzarlo boca abajo por encima de su cabeza. Masaru abrió los ojos y se carcajeó.

–¿Te diviertes? No sería tan divertido si la patada te la diera yo.

El niño estiró los brazos hacia él, moviendo los deditos, como si intentara tocarle.

–Papá.

Shôto se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, a cierta distancia del futón donde estaban los otros dos.

–Déjalo en el suelo. Quiero comprobar si viene hacia mi caminando—dijo el bicolor.

Katsuki alzó una ceja, sonrió de medio lado, y le lanzó al niño como si fuera una pelota de playa.

–¡Kat..!

Masaru desapareció en el aire, y reapareció sobre sus piernas cruzadas, riendo sin parar. Shôto intentaba recuperarse del casi infarto.

–¡¿Estás loco?!

–Ya lo he hecho otras veces. El otro día se lo lancé a la lagartija desde esta habitación a la del crío. Atravesó las paredes y todo—comentó relajado.

El bicolor tuvo que contenerse para no ir hacia él y pegarle un puñetazo. –Que no se te ocurra volver a hacer algo semejante en mi presencia, Katsuki.

–¿Me estás prohibiendo hacer algo, mitad y mitad?¿Por qué crees que te voy a hacer caso? Haré lo que me de la gana—dijo chulesco.

Shôto sonrió. Siempre ganaba las discusiones. –Porque si vuelvo a verte lanzar a nuestro hijo, me parece que tu amiguito pasará mucho tiempo sin ver mi trasero.

El otro chasqueó la lengua y alzó los hombros. Había perdido. –Lo que tu digas.

El bicolor puso al niño en el suelo.

–Masaru, ¿puedes ir con papá? –dijo señalando al rubio.

El niño miró a Shôto, luego a Katsuki y se puso en pie sin demasiada dificultad. Entonces dio un paso con seguridad, luego otro, y tras unos cuantos más, llegó a los pies de su padre. Shôto no pudo evitar aplaudir emocionado, pero su hijo volvió a alzar las manos hacia el Bakugô mayor, como pidiéndole que le cogiera.

–¿Si él es el que me pide lanzarlo por los aires, eso también me deja sin sexo contigo?

Shôto suspiró y se puso en pie. –Me largo. Haz lo que quieras con el, siempre que yo no me entere. Me lo tomaré como algo entre padre e hijo que no entiendo y que no me interesa entender—añadió cerrando la puerta tras de si. Lo último que oyó antes de alejarse, fueron las risotadas de su pequeño.

–¡Maldito pesado! –escuchó gritar a Tôya en cuanto puso un pie en el piso inferior.

–¿Quién? –se atrevió a preguntar algo asustado por la animadversión que mostraba el pelirrojo.

–¿Quién va a ser? ¡Tomura Shigaraki! –dijo haciendo aspavientos con los brazos, lo cual dificultaba que pudiera ponerse una camiseta.

–¿Tu protegido?

–Siempre me está llamando por gilipolleces. La semana pasada fue porque se le escapó el perro, y adivina qué. ¡No tiene perro!

–A lo mejor se siente solo...

–¡Pues que se meta en alguna página web donde pueda amargarle la vida a otros! Se supone que soy su luz blanca y debo ayudarle cuando está en peligro. Abrirle un tarro de pepinillos, no es un jodido peligro... –molesto y a golpes, se puso las zapatillas de deporte. –Eso sólo me indica que ese estúpido no respeta mi trabajo—concluyó antes de orbitar y desaparecer.

Apareciendo esta vez en casa de Tomura, que parecía estar terminando de arreglarse para salir.

–Llegas justo a tiempo—dijo el peliceleste poniéndose el abrigo.

–¿Para?¿De qué se trata esta vez?¿Se atascó tu retrete?

–No. Voy a una cita y necesito que vengas conmigo. Llévame a la cafetería donde nos conocimos.

–Ah, ya veo. Necesitas taxi gratis, ¿no? –exasperado, tocó al otro en el hombro y se apareció en el callejón cercano.

–Vamos. Mi cita es en un restaurante a un par de calles de aquí... –tranquilo, Tomura metió sus manos en los bolsillos del abrigo.

–No voy a pagar la cuenta de lo que cenéis tu cita y tú—a pesar de su creciente enfado, Tôya lo seguía. Le podía la curiosidad por ver quién estaba lo suficientemente loca como para salir con aquel tipo.

–Yo invito. No soy tan mezquino—dijo varios pasos por delante de él. Guiándolo.

Hasta que llegaron al restaurante. Un sitio bastante agradable y lleno de gente.

–Tengo una reserva—escuchó decir a Shigaraki al maître. Sus ojos inevitablemente recorrieron el local, buscando a alguna mujer con cara de no estar muy cuerda. O a alguna que pareciera estar esperando a alguien. Aunque no atisbó a ninguna mujer solitaria. –Sígueme.

Obedeció reticente, sin saber muy bien a qué venia aquello. No estaba en peligro. De nuevo, le había llamado para perder el tiempo. ¿Sería una cita a ciegas y necesitaba que fuera de carabina?¿Era una cita doble y lo necesitaba para la amiga soltera?

Sumido en sus pensamientos, llegaron a la mesa asignada, y Tomura tomó asiento, tras quitarse el abrigo y dejarlo en el respaldo de la silla. Entonces le miró. Él se había quedado paralizado junto a la mesa, con cara de no entender nada. ¿Su cita aún no había llegado?¿Aquel tipo había sido puntual? No parecía ser de esos. Más bien de los que dejaban tirada a la gente.

–¿Te vas a sentar o no? –preguntó a desgana.

–No voy a ser tu carabina. No voy a ayudarte en tu cita doble. No me interesa cenar con vosotros. Puedo buscarme mis propios ligues, gracias—dijo dispuesto a salir de allí.

–Mi cita es contigo—soltó el otro como si tal cosa. –Tú eres quien me interesa, ¿todavía no te has dado cuenta?

Tôya se quedó inmóvil. Incrédulo e inevitablemente sonrojado. Aquel tipo no tenía ninguna vergüenza.

–¿Qué dices? Soy tu luz blanca... No puedo salir contigo.

–¿Por qué no?

–Porque...Porque no.

–Me contaste que tu hermana se casó con su luz blanca. Y se supone que yo me convertiré en luz blanca algún día. Seríamos lo mismo tú y yo. ¿Tan malo sería empezar a salir ahora?

–Pero tú a mi no me gustas—dijo aún de pie junto a la mesa. No se había movido un ápice.

–Eso no es cierto. Tienes coloradas hasta las orejas, lo cual, me parece adorable.

–Es por la incomodidad que me estás haciendo pasar.

–Siéntate. Cena conmigo. Déjame comportarme como una persona normal, y no como un idiota que te ha llamado durante semanas por estupideces sólo porque quería volver a verte—admitió serio. Tôya nunca lo había visto de ese modo.

Aturdido, ocupó la silla vacía frente al otro.

–¿Me llamabas por eso?

–¿Te sorprende?

–Pensé que lo hacías por fastidiar—dijo ya más relajado. El peliceleste sonrió en respuesta.

–También lo hice por eso.

Al contrario de lo que Tôya esperaba, la cena fue de lo más entretenida. Comieron y hablaron hasta hartarse, tanto así, que cuando se dieron cuenta, casi eran los únicos comensales dentro del restaurante.

Tomura pagó la cuenta, tal y como había dicho, y salieron a la calle.

–¿Volvemos dando un paseo? –preguntó el peliceleste.

–¿Volver a dónde?

–A mi casa. Ahí fue donde me viniste a buscar.

–No voy a entrar en tu casa otra vez. No ahora que sé...

–¿Acaso me tienes miedo? –el otro le rodeó los hombros con el brazo, acercándolo más a el.

–Más quisieras...

De pronto, escucharon un grito procedente de una callejón cercano y corrieron ambos hacia allí. Al llegar fueron testigos de un atraco. Tomura ni se lo pensó, yendo a por el atracador. Tôya, fue a por la asustada víctima y la sacó corriendo de allí. Pensaba llevarla a la comisaría más próxima, cuando oyó un disparo provenir del callejón y se vio obligado a volver a toda prisa.

Cuando llegó, tanto Shigaraki como el atracador estaban en el suelo. El delincuente inconsciente, y el peliceleste con una sangrante herida en el estómago.

–¡Tomura! –apurado, se dejó caer en el suelo, junto al otro. Mientras, la chica a la que había rescatado de ser asaltada, llamaba por teléfono a la policía.

–Menuda cita de mierda, ¿eh?... –dijo adolorido Tomura con una de sus manos sobre la herida. –La próxima será mejor. Lo prometo.

Tôya se obligó a sonreír, pero estaba muy asustado. –¡Tenya!¡Tensei!... –como por acto reflejo, puso su mano sobre la del otro, como si así pudiera taponar mejor la herida que no dejaba de sangrar.

–Si muero, me convertiré en luz blanca, ¿verdad? –el pelirrojo asintió. La congoja se había apoderado de su corazón y notaba como si se lo estuvieran estrujando. –¿Y me acordaré de ti...o será como empezar de cero?

–No lo sé...

El otro ya se notaba sin fuerzas. La sangre empapaba su camisa y el suelo a su espalda. Tôya empezó a llorar sin entender el por qué.

–Quiero llevarte a un hospital... Si no hubiera testigos, orbitaría y...

–El destino...está escrito...no te preocupes.

–Habla como un pirado y no sigas actuando como una persona normal. No me lo pongas más difícil.

Tomura se permitió el lujo de sonreír, aún con el rostro pálido y enfermizo.

–¿Ves como yo no te era indiferente? –preguntó antes de caer en la inconsciencia.

Tôya no supo por qué, pero colocó ambas manos sobre la herida y cerró los ojos. Aún escuchando las sirenas de la policía y de la ambulancia que acababan de llegar. Aún con los temblores de su cuerpo. Aún con el miedo que sentía. Consiguió lo que nunca había logrado antes.

Despertó el poder sanador de su naturaleza de luz blanca, y curó la herida de Tomura, que no tardó en abrir los ojos, confundido.

–¿Estás bien?

–Creo que sí... ¿Soy luz blanca ya? –el pelirrojo negó con la cabeza y le abrazó contento.

–No moriste, así que no. Todavía no lo eres—dijo realmente aliviado.

Un par de paramédicos se les acercaron con una camilla. Tôya ayudó a que Tomura se pusiera en pie.

–Está bien. La bala sólo le rozó—dijo el pelirrojo. –Ocúpense del atracador.

–Le golpeé en la cabeza, así que estará más tonto que antes—apreció el peliceleste. Tôya le abotonó el abrigo para que no se viera la sangre de su camisa. Hablaron con los agentes de policía para contarles lo del atraco, y se marcharon por fin.

A medio camino, Tôya orbitó a Tomura a su casa.

–Creí que no ibas a volver a entrar en mi casa—dijo el peliceleste dejando la chaqueta en el perchero junto a la puerta de entrada y quitándose la camisa con la sangre ya casi seca del todo.

–Te pegaron un tiro. Era lo menos que podía hacer—dijo cohibido de repente y mirando hacia otro lado. Llevaba desconociéndose a si mismo durante toda la noche. Sin tener ninguna explicación de por qué actuaba como lo hacía.

–Y tú me salvaste la vida. Ahora estoy en deuda contigo... –el otro se le acercó con el torso desnudo, poniéndolo extrañamente nervioso.

–Soy tu protector. No me debes nada. Es mí trabajo—el rostro de Tomura de un momento a otro, estaba demasiado cerca del suyo. Podía sentir sus alientos mezclándose. Y sus ojos no podían apartarse de sus labios y de la pequeña cicatriz que tenía en el lado izquierdo de estos. –Creo que debería irme...

Ni terminó de hablar, cuando el peliceleste le besó en un arrebato de lujuria que no se esperaba y le obligó a soltar un gemido desde lo más profundo de su garganta. Tampoco puso impedimentos cuando se vio sentado en el sofá con el otro a horcajadas sobre él. Ni le preocupó demasiado cuando sus manos fueron a parar como desesperadas sobre la piel desnuda de Tomura.

Definitivamente, esa estaba siendo una noche de lo más extraña.

Continuará...


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