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Radiografía de una caída por Zobel

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Les conté a mis amigos y  sin pensarlo me dijeron que le pidiera ayuda a todos, menos a él. Cuando les pregunté la razón todos se quedaron atónitos y en unísono me respondieron - ¿Cómo que “por qué?- parecían indignados con mi pregunta, como si fuese una obligación saber la razón, como si yo estuviera directamente relacionado con ella, como si fuese tan evidente e hiciera parte de la historia nacional. Pero no. Yo no sabía y no tenía porqué saber, dado que antes de esa navidad con mis tíos, yo había estado en el colegio sin estar realmente. En las clases sólo hablaba con mis compañeros y me esforzaba muy poco en mis tareas; en las horas del receso seguía hablando de cosas como la fiesta del fin de semana o el partido de la Champions League o en otros casos, aprovechaba el rato para jugar. Yo no tenía tiempo para estar en el colegio, mi cabeza divagaba en el afuera del colegio, en lo que pasaba después del colegio, así que no me importaba nada ni nadie, y mucho menos Nicolás, que era una sombra más entre las sombras del colegio de las que no sabía, ni supe nunca nada.

Pero ese día era diferente y de repente yo quería saber más de ese chico, así que seguí insistiendo en una respuesta que mis amigos no me daban. Entré en un estado de desesperación tal, que Carolina tuvo que decir cualquier cosa que calmara mi curiosidad - Es que es obvio. Nosotros no podemos pedirle ayuda a alguien comoél. Es un perdedor. Date cuenta de cómo Giovanni lo acosa todo el día. No es gratis. Él se lo merece, de alguna forma - Todos los demás parecieron satisfechos y estuvieron de acuerdo con esa respuesta. No se sonrojaron aceptando algo así, pero sabía que se sentían extraños diciendo en voz alta lo que en el fondo sus conciencias sentían: era una cuestión de status quo, pero nadie quería decirlo porque tampoco nadie entendía qué era ese status quo al que pertenecíamos y que nos hacía diferentes de Nicolás.

Recordé a mi primo saltando de la ventana. Me sentí, de pronto, incómodo. Como si estar ahí, rodeado de ellos no hiciera parte de mi comportamiento natural. De todas formas, no me aparté del grupo, un temor mayor se acrecentaba en mi interior; el temor de descubrir que el lugar en el que has estado todo este tiempo, no es el lugar indicado. Me sentí como una hiena en medio de una manada de leones y lo peor, sentí la soledad de una hiena en medio de una manada de leones.

Quizá fuera esa conversación o el hecho de que por primera vez estuve presente, realmente presente, en el momento mismo en que Giovanni lanzaba su pelota a la cara de Nicolás, de cualquier forma algo dentro de mí hizo que me decidiera por pedirle a él, y sólo a él, la ayuda con mi problema académico.

De repente se me presentó otro conflicto ¿cómo le diría exactamente? Parecía una estupidez, pero en mi interior esa pregunta no dejaba de resolverse con mi ego herido y mi “popularidad” por el suelo. Y esa sensación de perder algo que siempre estuvo en mí, algo tan innato, por lo que no tenía que esforzarme nada, era inmensamente mayor que mis deseos de decirle a Nicolás “Ayúdame con matemáticas”.

Aquella noche no dormí bien y me levanté tan cansado, que no era capaz, ni siquiera, de sentir el aire que soplaba por la ventana del bus. Me sentía como en una burbuja donde ni el dolor ni la felicidad existen. Estuve toda la jornada escuchando las noticias de la radio, sin entender nada, con los ojos cerrados, todo con tal de evitar hablar con mis amigos. Mateo intentó preguntarme qué me ocurría, pero yo tampoco sabía qué tenía, así que le dije que no me molestara, que estaba de mal humor.  Él no insistió. Nadie insistió más e hicieron como que todo estaba bien y siguieron su insulsa conversación. Entonces yo, acosado por el dolor de cabeza, tratando de callar mis pensamientos con las noticias, me levanté de la mesa tan pronto vi a Nicolás cruzar el pasillo frente a la cafetería. Lo vi con uno de esos punks que me producen repugnancia por su apariencia, pero no me importó e igual me aventuré hasta él. No tenía nada preparado para decirle. Mi única preparación era la improvisación.

¡Nicolás! - grité para llamar su atención. Ambos chicos voltearon hacia mí. El punk me miró con desprecio. Yo lo ignoré - ¿Qué hay? - lo saludé como si fuéramos amigos de toda la vida. El punk movió su cabeza afirmativamente, como saludándome también, de repente no me pareció desagradable; Nicolás sonrió y alzó la mano como forma de saludo - Nico, me cuentas cómo te va con ese plato - se despidió el punk de Nicolás. A mí me hizo una seña a la que contesté con naturalidad y se marchó.

Nicolás y yo por fin quedamos solos y yo entré en crisis. De repente entendí en dónde estaba y con quién y me sentí mal por ser tan impulsivo - ¿Me necesitas para algo? - me preguntó. Le dije mi asunto directamente - Necesito un tutor de matemáticas y el profesor me dijo que te pidiera ayuda…. bueno, si puedes, si no, pues está bien -

- Claro, yo te ayudo. No hay problema…. esto… ¿cómo te llamas? - su pregunta me impactó. Me parecía insensata, como si todos en el colegio estuvieran obligados a saber mi nombre - Ah… soy Santiago - le respondí. Luego quedamos en vernos al final de clases para charlar lo de las tutorías.

Yo regresé a mi puesto en la cafetería un poco descompuesto y extrañado. Mis amigos no me dijeron nada, como pensé que lo harían, pero por sus miradas sabía que amonestaban mi actuación, y eso no pudo más que complacerme. Por un momento, me sentí en el centro del mundo, pero no por algo como ganar un partido, sino por algo como darle con un palo en la cabeza al presidente.

Y el día apenas empezaba para mí. Cuando acabaron las clases, decidí saltarme el entrenamiento y esperar, en el mismo sitio en donde Giovanni siempre esperaba a Nicolás. Cuando vi su bicicleta, corrí hasta él y entonces escuché la voz de Giovanni gritando: ¡taponazo!. Supe que había lanzado la pelota hacia Nicolás y también sabía que él iba a recibir parsimoniosamente el pelotazo, así que lo recibí y le dí una patada al balón mandándolo fuera del colegio, hacia la calle. Giovanni se enojó, como sabía que se iba a enojar, y me dijo que recogiera la pelota. Yo lo ignoré y saludé a Nicolás. Él sonrió de la misma forma en que sonrió cuando lo abordé en el receso.

¡Santiago! - exclamó Giovanni - vaya por la pelota -
No voy a entrenar hoy - le respondí - vaya usted, capitán - y me marché junto a Nicolás. Sentí un pequeño poder de inmunidad y volví a recordar las palabras de mi primo. Acordamos vernos esa misma noche, luego de su trabajo en la cafetería de su mamá. Fue más por mi impaciencia que por su disposición.


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