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Staring at you por Hyoneschwan

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II.

 

 

“En el desencuentro de tus formas,

anheladas por las mías con desespero,

aguardo la llegada con que tomas

mis palabras sin esmero”.

 

 

El entretenimiento de cada receso entre clases se limitaba a buscarle. Nadie más que él podía llevarme al borde del insulto esquizofrénico cuando se mantenía escondido, encerrado quién sabe dónde, apartado de mi vista y generándome a su causa un malestar latente, constante. Podría no ser del todo sano, lo comprendía, pero aún así no podía despegar de mi mente su figura fantasmática. ¿Dónde estaba Taehyung? Pasaron diez minutos desde que sonó la campana y seguía sin ver su cara. Me senté contra la pared del patio y recorrí de un rápido vistazo la presencia amontonada de estudiantes, pero ninguna silueta se acercaba a la suya ni en complexión ni en belleza. Fácilmente se me aconsejaría distraerme con mis amistades, pero en realidad no tenía ninguna más allá de Jimin-culo-sociable, que paseaba despreocupado entre un círculo de gente que yo desconocía.

 

Si me hubiera visto a mí mismo pensaría que era un enfermo obsesivo… Y posiblemente eso fuera, pues lo primero que hice al desenvainar el teléfono móvil fue buscar su perfil de Twitter en necesidad de alguna actualización que me permitiera conocer su paradero actual, pero lo único que encontré fue el retweet que compartió la noche anterior sobre la publicación de ese personaje de videojuegos tan particular (y, oh, original) que constaba de una niña vestida de látex celeste y rosa con un busto bastante pequeño. Sin embargo, no iba a ponerme a juzgar sus preferencias heterosexuales y un tanto pedófilas… ¿O sí? Su pedofilia me hubiese venido bien, quizá, teniendo en cuenta que era menor que él, pero su heterosexualidad sería un grandioso problema; claro, si a mí me interesara cautivarlo, pero nunca tomaría el riesgo de luchar por un destino imposible. No, eso sólo podía salirle bien al protagonista de un libro, o de un anime shōnen.

 

Suspiré sobre mi propio fracaso amoroso y retorné la mirada hacia la puerta de su salón, ubicada justo al frente de mi posición. Una gran estrategia, se sorprendería si lo supiera, pero nunca lo sabrá puesto que en esta relación yo era quien sabía de él y él quien no sabía de mí. Estaba bien de esa manera y así debía quedarse.

Estaba tan bien como todo a mi alrededor cuando lo vi caminar varios metros por delante. ¿Cómo podía existir en el mundo una persona tan hermosa? Este maldito tipo sólo estaba moviendo las piernas como cualquier otro estudiante, pero su presencia era tan distintiva como la un pez dorado nadando en un pantano oscuro y opaco. Si bien no distinguía sus palabras con tanta precisión como me hubiese gustado, podía oír el eco extraordinario de su voz resaltando entre las demás, un poco aireada y entorpecida, pero con esa torpeza que fascinaba.

 

Su andar despreocupado, con una mano en el bolsillo y la otra dispuesta a la brisa inmóvil para añadir gesticulación a sus relatos, seguramente interesantes y compartidos con ese otro chico, Hoseok, a quien envidiaba pero agradecía desde lo más profundo de mi ser porque con sus ocurrencias arrancaba en él aquellas sonrisas maravillosas que daban a sus labios una apariencia rectangular.

 

Pensándolo, ¿cuán impactante sería contemplar una de sus sonrisas desde cerca? Ni hablar, no había forma alguna de que yo sobreviviera a una escena semejante: ni siquiera necesitaba atestiguarla para que los nervios subiesen presurosos desde mi abdomen hasta mi garganta. Un espectador no estaba hecho para involucrarse en la obra, sino para verla y dejarla vivir sin poder hacer nada más al respecto. No obstante, en mi caso no era capaz ni de sostener la mirada a cada segundo, puesto que si su rostro volteaba en mi dirección mi único reflejo auxiliar era agachar la cabeza y desentenderme de la situación, consolándome en el pensamiento de que mi minuciosidad al observarle no había sido captada ni de soslayo. Me gustaba creer que era menos evidente de lo que parecía.

 

El timbre volvió a interrumpirme y tuve que despedirme de su cabello lacio barnizado con un perfecto marrón claro. No me entristecía en absoluto no hallar su rostro en mi último ojeado, ya que el ancho de su espalda, su nuca y lo entallado de su pantalón a la altura del trasero me aportaban una grandiosa gratificación. Me retiré digno del patio, pero me indigné al ingresar en mi salón, recibiendo el golpe de realidad de que seguramente no podría verlo tras finalizar la jornada, porque era martes y los martes la clase de Taehyung terminaba antes que la mía; además de eso (aunque nunca tan deprimente), estaba de nuevo esta chica tomándome el brazo con toda la confianza del universo y aquello me sacaba un poco de quicio. Si no me gustaba conversar con la gente, ¿cómo podría gustarme que me pusieran las manos encima?

 

—¡Jungkook! —dijo con su típico e irritante tono chillón—. Disculpa, pero… ¿Has traído las arcillas, verdad? Nosotras las hemos olvidado y sabes que hoy debemos comenzar las figuras…

 

No me asombré, para nada. Era sabido que esta muchacha y su compañía tenían más mascarilla facial dentro de la cabeza que cerebro en sí. La observé un momento, sonriéndome con la hipótesis de que cualquier hombre caería bajo su encanto de rímel y sombra, y sólo ajusté los labios en una sonrisa apretada mientras asentía. Rió y me dio unas palmadas muy molestas cerca de la muñeca antes de soltarme (¡gracias!) y dirigirse al asiento que le correspondía. Hice lo mismo con mucho placer y me dispuse a revisar mi carpeta en busca de los folios donde tenía guardados los diseños que había planeado la clase anterior. No era muy bueno dibujando, debía admitirlo, pero los trazos del personaje me traían satisfecho, con sus labios gruesos, sus ojos enormes y el lunar debajo de uno de ellos.

Notas finales:

Este capítulo estuvo destinado a mostrar cómo es un día normal en la vida escolar de Jungkook, con su stalkeo intenso al invicto Taehyung.

 

Gracias por leer. ♥


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