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Staring at you por Hyoneschwan

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III.

 

 

“Incluso en tu completa ausencia

descarrilas mi vida de la inocencia

y empujas lejos cualquier coherencia

con la simpleza de tu sublime esencia”.

 

 

 

Poluciones nocturnas.

 

Mi manera preferida de despertar en las mañanas, sin duda, no era hacerlo con la ropa interior sucia. Me encantaría culpar a la edad, a estos supuestos diecisiete años que me hacían digno de merecer, pero lo que primero venía a mi mente era el recuerdo inacabado de su participación en mis sueños. Sí, bueno, ¿quién más estaría involucrado en este desastre matutino si no fuera el chico que me tenía enloquecido con cualquier gesto? No sólo en mi conciencia, sino también en plena inconsciencia, básicamente en todo aquello que no podía controlar ni prever. Esa no era la primera vez y sabía que tampoco sería la última, ¿debería avergonzarme? Era y será siempre un secreto que sólo compartiría conmigo mismo, porque, afortunadamente, nunca cruzaría palabras con él y no debería enfrentarle en la realidad cotidiana. Las fantasías no estaban tan mal, dentro de todo.

 

Lo que sí estaba mal y me daba mucha pereza era levantarme y correr al baño lo suficientemente rápido para que mi madre no me atrapase con las manos en la masa; pero, aclarado el asunto, incluso resultaba algo satisfactorio. Mi madre, oh, pobre mujer divorciada que debía lidiar con un hijo inadaptado socialmente. Su preocupación por mi falta de amistades era notoria y me lo hacía saber en cada oportunidad, en especial cuando luego de desayunar me despedía con un beso en la frente y un “sabes que puedes traer amigos a casa siempre que quieras, intentaré no hacer que pases vergüenza”. Lo sé, mamá, y ojalá ese fuera el problema y no que, particularmente, mis compañeros de clase no tuviesen ni dos dedos de frente. Quizá me hubiese dado años más entretenidos que buscar sobrevivir a los ademanes de la psicopedagoga por medicar mi mutismo selectivo cuando era pequeño.

 

Profesionales brutos los hay tanto como estudiantes cuyo coeficiente intelectual podría ser fácilmente equiparado al de un burro de carga, y sin intención de insultar a los burros de carga, que al menos me parecían simpáticos. Esos estudiantes, lastimosamente, eran los que compartían clases conmigo y que luego de dos semanas aún no tenían idea de cómo moldear una arcilla de color. Me gustaría que se me reconociese por mi nivel cultural y gran capacidad analítica, pero debía conformarme en esta vida con que se me solicitara para hacer figuras en un proyecto escolar bastante estúpido. No obstante, me quejaría por igual si otro lo hiciera, porque seguramente a nadie le saldría tan bien como a mí y no podía permitirme arruinar la imagen del personaje que había diseñado en base a Taehyung, porque si Taehyung era perfecto, su muñeco también.  

 

No quería decirlo para no quedar más narcisista de lo que ya debía figurar, pero se me daba bien el trabajo manual y lo encontraba un tanto relajante. Me gustaba quedarme solo en mi escritorio mientras los demás hablaban y hablaban, intentando reproducir la administración de una emprendimiento importante de manera, permítaseme decirlo, patética. No tenían ni idea de lo que hacían, pero al menos sabían hablar y consultaban las dudas con los alumnos del equipo vecino mientras yo me dedicaba a presionar la arcilla entre mis dedos, buscando el tono y la forma más precisos. El cabello debía ser más oscuro, a mi pesar, y la piel tampoco conseguiría adoptar el mismo color magnífico del modelo original, pero la postura corporal era sencilla cuando tenía todas sus fotos publicadas impresas en mi cabeza. Los palillos eran mis mejores acompañantes durante esas horas ya que me permitían trazar los detalles escabrosos; desde la división de sus dedos diminutos hasta el surco de su sonrisa, preciosa y, como siempre, rectangular. Me costó varios intentos hallarle la vuelta en la primera clase, pero ya iba por la tercera figura y me sentía orgulloso de ello.

 

—¿Entonces tenemos una semanas más y ya debemos presentarlo?

 

Ahí van de nuevo, entrando en pánico por algo que está totalmente bajo control.

 

—Sí, ¿no te da nervios? Tendremos que armar una mesa llamativa para que los de último año se sientan atraídos por estos muñecos.

 

¿Cómo que los de último año?

 

—¡Claro que sí! Ayúdame a escoger un peinado bonito para parecer más adulta, por favor. Te lo encargo.

 

Tenía entendido que la presentación se organizaba con los grupos menores.

 

—Jimin oppa seguro se llevará algo por Jungkook, siempre viene a verlo, quizá se compadezca de nosotras y traiga a sus amigos para-

 

Y me desconecté. Me latía el corazón muy fuerte, sentía pánico y ya no estaba todo bajo control. ¿Cómo podía ser posible que se me hubiera escapado un detalle tan importante? Taehyung vería las mierdas que hice pensándole y quedaría en evidencia, ¿y si, además, se le ocurría comprar una? Tendría que atenderle porque no podía dejar a nadie más a cargo de la caja; en primera instancia, porque era el puesto antipático por excelencia y, en segunda instancia, no confiaba en que mis compañeros llevaran bien las cuentas.

 

Observé la figura que tenía en la mano y me vi incapaz de decirle adiós. Sus ojos estaban cerrados en dos pequeños arcos y sus dedos formaban una de las típicas “V” con las que a él le gustaba posar. Estaba sonriendo muy adorablemente y el dulce lunar debajo de su ojo me suplicaba que no lo desarmara. Efectivamente no podía desarmarlo, pero necesitaba cambiar la temática de los muñecos restantes con urgencia para poder ocultar la presencia de estos tres, que eran para mí tan preciosos y problemáticos como la persona a la que le debían su existencia.

 

Recortar una bolsa de papel con algún diseño espeluznante para no dejar ver mi rostro aquel próximo frabulloso día parecía también una idea muy atractiva.


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