En un extraño acuerdo termine viviendo con él, quizá fueron las heridas o la incapacidad de moverme por un tiempo lo que propicio este encuentro e inevitable final. Lo veo todos los días en una rutina que va desde despertar tarde, como siempre, hacer el desayuno, servirlo, acompañar y charlar, hasta llevar a tiempo a su hermana. Muchas veces es la niña quien me hace parte de la plática, casi nunca intervengo. Ellos son familia y yo un extraño que está en la mesa por accidente.
Badd me lanza una mirada que conozco de sobra, aquella que dice “compórtate”, parece un adulto en el cuerpo de un adolescente. Incluso es menor y trabaja, paga las cuotas a tiempo, limpia la casa, ayuda a Zenko en los deberes. No es alguien normal que agrega a su rutina la escuela con sus infinitas tareas y las pruebas cada cierto tiempo. Mientras yo solo tengo asignada la parte simple de la limpieza.
—Tengo que irme, Garō. No olvides alimentar a Tama ni tampoco que volveré a medio día, ah… y Zneko tiene…
—Largate de una vez antes de que te patee porque vas quince minutos tarde.
—¡Mierda! ¡Adiós!
Su figura alejándose es, un tanto, cómica, me gusta quedarme en la puerta hasta que lo pierdo de vista, quien sabe, quizá se caiga y pueda burlarme de él… No, no es eso; ya hace tiempo analizó mis acciones y las de Badd. Coordinamos bien, por mucho que detesto admitirlo no somos una pareja normal; no hay demostraciones de afecto fuera de la habitación, ni siquiera en la casa cuando Zenko tiene una pijamada. Detesto admitirlo, pero voy a su ritmo, me muevo al acorde de su voz y cada vez es más difícil y molesto alejarme de esa necesidad de protegerlo. Sentado, miro la fotografía de los hermanos, tienen una sonrisa radiante ¿Dónde están sus padres? No hay ni una pista a la vista de su existencia.
“Murieron” es la única palabra que obtuve cuando le pregunte, me arrepentí, fue la primera vez que sus ojos se obscurecieron y parecía apagarse algo en su interior. Prometí en silencio no volver a interferir en ese tema. El trabajo de Badd podría llevarlo al mismo destino, entonces sólo quedaría Zenko, desamparada, ambos estaríamos solos, extrañando los gritos por la mañana desesperados porque ya es tarde de nuevo.
Las horas transcurren como cada día, hago lo que se me pide de manera diligente, sigo entrenando mis movimientos, pero agrego la meditación antes de que alguno aparezca. Es medio día, dijo que vendría. Muero de hambre y el idiota se atrasa… ¿Y si le pasó algo?
—Garō, estoy en casa.
—Atrasado.
—Entrenamiento, grandísimo tarado.
Que hermosas bienvenidas, me acerco a besarle lento y suave. No es ni por asomo una disculpa, sólo tenía ganas de hacerlo para terminar con este sentimiento. Una sonrisa se dibuja en su rostro, pasa a cocinar para los dos; su celular suena y pido encarecidamente que sea Zenko, pero no…
—Estaré ahí en un momento. Sí, entiendo. Una amenaza nivel dragón. Iré de inmediato —. Cuelga, cuando levanta la mirada no hay palabras, sólo deja todo para prepararse. Podría ir a ayudarlo, no, protegerlo, pero es imposible. Yo mismo soy una amenaza según la Asociación.
—Me encargaré de Zenko.
—Volveré por la noche.
—Eso espero —. El ambiente se vuelve pesado, libero el aire de mis pulmones que no sabía estaba reteniendo —. Cada vez que te vas me invade el miedo a perderte.
Ambos sabemos la razón, estamos en el mismo barco. Nada es seguro fuera de casa, no para un héroe y un ex cazador; siempre habrá peligro, los riesgos serán mayores a medida que pase el tiempo. A mí solo me queda esperar, por él, para que no me deje solo sabiendo que eso podría derrumbarme hasta la locura.