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I'll never say ... yes, I accept. por Midori Yaoi Grey

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Después de ese cierre extraño para mi nuevo trabajo, él cumplió su palabra al tenerme al tanto de adquirir la experiencia en lo que compete a dirigir una empresa. Me llevaba a sus juntas e incluso pedía mis opiniones siendo aceptadas por él mismo y los demás integrantes. 

Sin embargo, lo que me llegaba a extrañar era que su trato hacia mi se tornaba cercano, de hecho, demasiado. Cuando tenía dudas, su proximidad cumplía con la línea de "invasión del espacio personal" y lo peor de todo, que eso no me incomodó. En tiempos "muertos", que más bien él los ocasionaba ya que siempre había trabajo o algo qué hacer, decía que quería distraerse, arrastrándome a sus salidas alejadas de temas laborales provocando que ambos nos conociéramos mejor y crear una especie de amistad al grado que compartimos secretos íntimos, nuestra vida personal, familiar; contándole mis aspiraciones, sueños, deseos, incluso temores. Básicamente todo, lo cual lo hace aún más increíble ya que ni con mis amigos compartí lo que él me provocó contarle. 

"Y tú me quitaste mi armadura y lo hiciste tan delicadamente. Bajé mi guardia para mostrarte lo que hay debajo

A pesar de que todo fluía tan... Natural, no dejaba de inquietarme, él me inquietaba, y no entendía que sucedía conmigo cada vez que hablábamos, aún saliendo del trabajo continuaba la conversación vía mensajes de texto por celular, y por si no fuera poco, hubieron domingos que nos vimos ¿para qué? Porque al señor se le ocurría querer relajarse, despejarse de la vida atareada y que mejor que hablar a ese alguien que sabe que no tendrá otra opción que seguirlo a sus locuras cuando bien pude negarme, pero no, yo realmente quería acompañarlo ya que disfrutaba de esos arranques espontáneos. 

En diciembre no dejó pasar por alto mi cumpleaños, provocando un secuestro que al principio pensaba pasar solo, pidiendo ese día libre, pero que él, al ser su propio jefe, también se lo tomó ya que cayó en sábado, por consiguiente pasé todo un fin de semana a su lado, tampoco mentiré que no la pasé mal, aunque con ello me invadió constantemente una enorme incomodidad al no saber que sucedía conmigo, cuando lo tenía cerca, era algo que nunca había sentido antes. 

Sin embargo, esa duda fue aclarada cuando él me dio un precioso presente acompañado de un cálido beso en la mejilla; fue ahí donde entendí el porqué mi corazón se alteraba cuando lo veía cada maldito día, cuando al escucharle hablar mi oído se sentía derretir, y el porque mi cuerpo entraba en un estado de nerviosismo al acercarse. Ah, y si añadimos la emoción que trataba de disimular cuando recibía sus elocuentes mensajes cuando no estábamos juntos. 

¿Y qué fue lo que entendí? Que yo, Ciel Phantomhive, por primera vez en mi vida, me había enamorado. Sí, amor. Entré en un pánico histórico que me guardé durante el tiempo que restó de cumplir mi Servicio Social, y recibí la liberación de su parte para llevar aquel papel a la Universidad. 

Pero yo ya tenia todo planeado, no podía quedarme a su lado, no después de que mi interior albergará aquellos primerizos sentimientos por el dueño de una reconocida empresa. Debía huir para evitar a toda costa que su cercanía alimentara un evidente fracaso; no deseaba acabar como las personas que yo tanto lastimé y solo por tener ese dichoso amor en sus corazones. 

Yo sabía que tan solo uno de los dos poseía esta tortura y prefería que esta historia se quedara en una bonita amistad que se rompería el día de mi partida que no pude dar la cara. Le escribí una carta que recibiría al tiempo en que yo ya estuve montado en un vuelo dejando Nueva York para aterrizar en Inglaterra y así continuar preparándome para recibir con orgullo el negocio de mi padre en dos años. Es decir, que regresaría, pero ya no sería el mismo o es lo que buscaría intentar. 

Por supuesto que cambié de número de celular para prohibir la tentación de saber de él, de que tan solo quizás y fuese recíproco los sentimientos, pero no, porque conocía la respuesta y era algo que no quería, aunque por dentro me engañara. 

La carta lo hizo por mi, fui sincero al expresar lo que me martirizaba y que era una de las razones por el cual me iba, por ser lo más sano. 

En mi casa dejé claro que nadie dijera a NADIE sobre mí paradero, eso incluía a Alois que suele ser un bocón de primera, mas su lealtad fue más grande, agradeciéndole al igual que tuviera que aceptar mi decisión de irme aunque no concordaba. Él sabía la verdad, y por eso es que muy a regañadientes me apoyó. 

Podré llamarme masoquista, pero lo único que decidí guardar como un recuerdo de Sebastian y de lo que vivimos, fue el regalo que me dio y que llevé siempre en mi dedo pulgar; tan brillante, tan azul. 


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