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Ojitos lindos… por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 10: Una vez más.

 

El bebé de Yusuke.

Yukina había insistido en que lo conociera. Él por varios años había evitado regresar al mundo humano, no contempló siquiera la posibilidad porque la responsabilidad de resguardar el reino restaurado de Mukuro, era demasiada como para abandonar su posición por “un bebé”, sin embargo, cuando ella “suplicaba de esa forma” él terminaba cediendo.  

Sé que te lo mereces.

 

En cuanto traspasó las fronteras del mundo humano le llegó una inmensa nostalgia, acompañada de un sentimiento de pérdida total. Los últimos recuerdos que tenía de aquel mundo era su irracional desesperación por encontrar algún rastro de Kurama, sin embargo, todo había ya desaparecido. 

 

Sus esperanzas de encontrarlo fueron decayendo con los meses y después de dos años no había intentado nada más. Sus lamentos enredados en sus pensamientos; lo había hecho todo mal, él tenía la culpa de todo, lo que más le lastimaba era el hecho de pensar, que ni en el final, había podido comprenderle, recordaba una y otra vez las palabras que había dicho, el desplante en el templo, la bofetada en la mejilla que había besado a escondidas tantas noches.

 

Empuñó sus manos, un suspiro e ingresó al hospital.

 

.*.

 

Sus ojos apenas si se abrieron, todo estaba completamente oscuro, todo lleno de sangre, en sus prendas, sus manos, en el suelo; de a poco las memorias regresarían a su cuerpo herido. Había una inmensa herida a uno de sus costados y dolía, no tenía ni un tipo de poder espiritual para poder soportar aquel dolor y llegaron las náuseas, el ardor, las lágrimas.

 

En aquella oscuridad en soledad. Como siempre.

 

– Hiei… – Llamó entre los escombros. Sin rastro. ¿Ellos estaban a salvo? No sentía ni la mínima presencia de Hiei o Yusuke.

 

¿Lo has entendido?

Esas, las dudas profundas.

Una muerte, y era demasiado joven.

 

Sin embargo, a pesar de toda aquella oscuridad, alguien le tendió la mano, un antiguo amigo que había llegado demasiado tarde, que murmuraba algunas cosas acongojado, y un niñito que le acompañaba; sin vista pudo hacer lo que ningún otro, era fuerte su amigo, le llevó al mundo humano, al hospital más cercano y después, sin despedirse se había marchado, pero lo entendía; era Yomi, no Yusuke, ni Kuwabara, ni Hiei…

 

Estuvo solo en esa habitación de urgencias hasta que pudo establecerse, escuchaba las voces. Apenas pudo, intentó comunicarse con su madre, pero ella no le recordaba, dijo que no era su hijo, estaba bien, él lo había deseado así, apenas si se mejoró, fue transferido a otra habitación más cómoda, los gastos estaban cubiertos hasta su recuperación.

 

Una noche llovía.

La nostalgia le llevó hasta la ventana de su habitación, la lluvia podía ser vista hasta que chocaba con los cristales. Y con su vista no lograba ver las sombras en la oscuridad, el oído tampoco era lo suficientemente agudo. Todo aquello no había sido tan relevante, hasta que, observando en el cristal, fue consciente del reflejo que le devolvía la noche. Su cabello había cambiado, era más bien de un tono castaño y su mirada verde engallaban a la vista, con ligeros destellos dorados.

 

– Youko…– Sus dedos enseguida se dirigieron a su nuca y nada pasó, no había látigo. — No puede ser…

 

Con todo aquello, la aguja del suero había terminado desprendiéndose de su mano, el porta-suero cayó, la bolsa con el líquido se reventó enseguida, de alguna parte habían terminado cristales rotos en el suelo y vago era lo que recordaba después:

…descalzo, los cristales incrustados en sus pies desnudos, una enfermera que escuchó el sonido de tanto desastre, camilleros por el pasillo acudieron en su ayuda, y fue sedado. No recordaba nada después de eso, en un letargo sin sueño, la mano de Yomi en su cabeza le hizo despertar, el pequeño hijo de Yomi sonreía, pero él no tenía oídos para nada.

 

– Hiei ha estado buscándote – Mencionó Yomi

 

– No tengo poder espiritual…

 

– Kurama…

 

– Soy Suichi Minamino… no soy Kurama, no me queda nada… Yomi… mátame.

 

– Tú destruiste todo tu poder espiritual, venciste a Yuta… pero este es el precio que tienes que pagar, no voy a matarte, no voy a volver a verte, no intentes hacer nada tonto. Hice mucho por venir a verte, pero no voy a volver, la próxima vez que nos veamos será cuando tú estés de pie, estés completamente sano y hayas entendido las cosas.

 

…pero entender era difícil, Suichi se sumió en tristezas que le quitaron todo.

 

.*.

 

– ¡Hiei! –Yukina le esperaba junto a Kuwabara en recepción, le incomodaban tantos humanos, pero no era realmente un problema, no habría necesidad de acostumbrarse porque sólo los vería… y después a regresar. – Has tardado mucho, el bebé y ha nacido, todos están dando felicitaciones a Keiko

 

– No puede venir antes – Se excusó Hiei, Kuwabara tenía sus labios temblorosos, no le tomó importancia, no caería en esas tontas peleas de antes, no era como antes, fue guiado por su hermana hasta la habitación de la nueva madre, se escuchaba el murmullo molesto, seguramente toda la aglomeración estaba ahí, en la habitación, festejando y celebrando, se sintió fuera de lugar, un tanto incomodo, pero muy en el fondo, algo emocionado.

 

– Espera aquí, – Murmuró Yukina, Hiei asintió, entró, y no fue mucho el tiempo que esperó, cuando vio, la puerta comenzaba a abrirse de prisa, sus amigos habían salido a recibirle, le jalaron para que entrara al cuarto y se integrara a la plática, y entonces Hiei entró, y les escuchó, decían muchas cosas que no entendía por falta de contacto, todo era tan cansado, no pertenecía ahí, debía aceptarlo.

 

– Voy a salir por un momento – Mencionó Hiei, nadie dijo nada, él pensó que sería suficiente, al final no había visto a ningún bebé porque estaba dormido… tal vez después regresara para conocerlo. Era mejor marcharse, así que caminó en dirección a las escaleras porque no gustaba de elevadores y tampoco sabía utilizarlos. Contra toda probabilidad de suceder, lo escuchó: “Sí te portas bien, iré a visitarte”.

 

… esa voz

 

Vio a lo lejos a una niñita que sonreía con alegría al doctor, bata blanca y estetoscopio brilloso. Escena hermosa, bonitos recuerdos; alguien con esa mirada de ensueño, esos ojitos lindos...

 

Hiei había llegado ahí porqué la novia de su amigo pariría a su primer hijo y había terminado encontrando el mayor de los tesoros.  Era él

Junto a las escaleras, el médico y la niña, dos extraños sin importancia.

 

— Tú…

 

.*.

 

Todo era como un sueño, había visto a Yusuke, a Botan… a Kuwabara en un mismo día. Todo por un descuido, tenía que ser consciente que no alimentarse bien y caminar sin tomar una ducha caliente después, era suficiente para tirarle ahora que no tenía una fuerza sobrenatural.

— ¿Quién eres? – Cuestionó a la niña que se asomaba, ella le miraba embelesada, una niña no debía de estar en ese lugar, Suichi se puso de pie y caminó hasta dónde la pequeña — ¿Qué haces aquí?

 

– Estaba aburrida – Dijo ella, sin dejar de mirarle – ¿Cómo te llamas?

 

– Soy Suichi, ¿y tú?

 

– Nana, ni nombre es Nana.

 

– Bien Nana, no puedes estar aquí, seguro te hará mal, ¿Qué te parece si te acompaño a tu habitación?

 

– Pero no quiero ir allá.

 

Suichi le sonrió, Nana también lo hizo, se sonrojo porque Suichi le había tomado de la mano, dijo algo, un acuerdo, sobre ir a verle otra vez, caminaron por el pasillo hacia el elevador, pero antes de llegar un chico de cabellos oscuros les detuvo, un médico.

 

– Nana, he estado buscándote.

 

– ¡Hermano, dijeron que no podrías ir a visitarme hoy, por eso he venido a buscarte!

 

– Te dije que no les creyeras a esas enfermeras, fui a verte y no estabas, y una de ellas lo notó, estás castigada niña.

 

– ¡PERO HERMANO! – La niña extendió su mano y mostró el agarre con Suichi – ¡He hecho un nuevo amigo, me perdí y me dijo que si regresaba a mi habitación él iría a platicar conmigo!

 

El medico miró a Suichi y agradeció, pero dijo que también él era un paciente y tenía que regresar a su habitación, esa niña traviesa era su hermanita. Suichi sonreía por toda aquella escena y entonces el medico sintió un hormigueo en todo su cuerpo.

 

– Mejor nos vamos Nana. Suichi, descansa y de nuevo muchas gracias por querer ayudar a Nana.

 

– No es nada

 

– Vendrás a verme ¿Verdad? Estoy en la habitación 02-12

 

– Sí te portas bien, iré a visitarte – La niña sonrió, el hermano también, con un además se despidieron los tres, caminaron hasta el elevador, Suichi se quedó un momento más ahí.

 

Un respiro que debo tomar para recordar

Para que entiendas.

 

– Tú eres… – Suichi ser viró asustado.

 

Hiei notó en aquel chico algo distinto. Ese rostro… su cabello.  

 

– ¿Kurama?

 

– Estás vivo… – Hiei estaba casi a punto de lanzarse hacia él para abrazarle –

 

Que quiero olvidarte.

 

– Lo siento… no soy ese tal Kurama, unos chicos me confundieron esta mañana con él, supongo que hablas de la misma persona, pero no soy yo. Observó a Hiei negar con la cabeza. — Lo siento, tengo que regresar a mi habitación.

 

No te necesito.

 

Comenzó a alejarse, a paso rápido hacia su habitación, Hiei se encogió de hombros, el sufrimiento, la angustia, arrepentimiento, agonía, ese amor acongojado siempre le repetía una y otra vez lo tonto que había sido, ahora no volvería a ser así, ¿Qué estaba pensando? ¿Qué sería tan fácil engañarle? ¿Estaba huyendo?

 

– Que tonto Kitsune – Hiei fue rápido, cuando Suichi lo notó, él moreno ya estaba frente a él. Le empujó hacia una pared sin ser brusco. – Aunque tu cabello sea algo diferente y tus ojos brillen, tú sigues siendo Kurama, y yo fui quien más daño te hizo, y siempre he sentido… esto por ti, pero soy cobarde, y sentí tantos celos que quise dejar de pensar en ti, pero no puedo Kurama… no puedo, ha pasado tanto tiempo y cada día mis sentimientos son más fuertes… lo siento tanto, estás en todo tu derecho, ahora frente a frete te lo digo, de ignorarme, decirme que desaparezca de tu lado, pero no finjas no ser tú…

 

He avanzado tanto, pero a mis posibilidades.

 

Hiei le dijo esas cosas a Kurama y él viró su rostro sonrojo, intentó ocultar sus mejillas húmedas, Hiei se aferró a su cuerpo, le abrazó y entonces el pelirrojo volvió a ser simplemente así, pelirrojo, el tono castaño revivió en un intenso noto carmesí. 

 

El poder de Youko Kurama no había desaparecido por culpa de Yuta, el poder de Youko Kurama siempre había estado resguardado en una profunda parte de su corazón, a llave y el único que podía hundirse tan profundo para dejarlo libre era Hiei.  

 

.*.

 

En la habitación de Keiko, más de uno fue consciente de la tremenda bomba de energía que se desprendió en aquel lugar.

 

Un zorro había despertado y quienes habían encontrado a Kurama sabían que aquello tenía que ocurrir. De ahí la insistencia de Yukina para que Hiei regresara.

 

Yusuke comprendió que ellos estaban destinados a estar juntos porque se amaban, a eso se le llamaba destino, el tiempo se empeñaba en unirlos y él entendió que no había nada mejor para Hiei y Kurama, que estar juntos.

 

¿Qué si había sido difícil? Por supuesto, aceptarlo le había llevado a una profunda depresión, pero después… encontró en Keiko una pizca de esperanza que al tiempo fue haciéndose más grande.

 

Ahora estaba feliz, su pequeño hijo acababa de nacer y Kurama estaba de vuelta con Hiei.

 

.*.

 

Al regresar su poder, la fortaleza en su interior sanó ese cuerpo.

 

Obtuvo el alta, y Hiei no se desprendió en ningún momento de él, esta vez. Llegaron a casa de Kurama, el plan era aclararlo todo, pero no había mucho que decir.

 

Todo se dio en automático

Como un efecto domino.

 

Ambos terminaron en la cama. Hiei sobre Kurama idolatraba aquella mirada con lágrimas acumuladas.

 

— No volverás a decirlo, no estoy muerto – Murmuró el pelirrojo deteniendo cualquier avance de Hiei. 

 

— No lo haré Kurama, te lo juro. Jamás voy a lastimarte. — Y con aquellas simples palabras, las pocas dudas que quedaban en el corazón del zorro, desaparecieron. — Te amo.

 

— Y yo a ti… — Kurama Permitió a su cuerpo ser amado, Hiei marcó con cada una de sus caricias aquella piel, sus besos dominaron, mordió a instantes la piel blanca de Kurama y lo hizo suyo para cuidarlo siempre, para permanecer a su lado a través del tiempo sin importar nada más.

 

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