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Los tres reinos: El nuevo linaje por Cat_Game

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola a todos por aquí!

Les dejo este segundo capítulo de esta parte de la historia.

Espero que se encuentren muy bien y deseo que no tengan tanta tarea (los estudiantes por aquí) o trabajo (trabajadores) en estas fechas que usualmente da mucha flojera...

¡Nos seguimos leyendo!

:)

Parte Uno


II


 


Las tropas de Eklan estaban conformadas por toda clase de demonios. Los de los bajos mundos, con algunas facciones humanoides y sin poderes más allá del combate cuerpo a cuerpo, con sus grandes cuernos y sus cuerpos pequeños, eran los más débiles. Había otros con unas armaduras de bronce, que resplandecían por sus cuerpos robustos y sus terceros cuernos entre la nariz y los ojos que los representaba como los demonios rinocerontes; eran capaces de levantar artillería pesada y de pelear con armas gigantescas, aunque su velocidad era nula y preferían armas de largo alcance. Los más grandes eran los demonios de poco cerebro, capaces de seguir órdenes sin ningún reproche, voluminosos y musculados, eran excelentes para atacar a los enemigos desde cualquier ángulo; aunque su fuerza brutal los ponía como feroces monstruos, debido a su poca inteligencia eran incapaces de detectar el peligro. Y, al final, estaban los demonios como Eklan; con grandes alas, cuernos estéticos y curvados, cuerpos semi-humanos y perfectamente tonificados: los demonios élite.


Eklan era el mercenario más temido del Infierno, Cielo y de otros reinos, por supuesto que su reputación despiadada lo precedía; pero no era esa la razón de su gran triunfo entre los mercenarios. No. En realidad Eklan tenía a su disposición a más de dos mil setecientos demonios y esto le daba una ventaja a la hora de buscar trabajos. Era, sin duda, capaz de controlar grandes masas y de crear sentimientos de lealtad que ni los mismísimos Lores del Infierno podían.


Sin embargo, Eklan también era capaz de sentir y compadecerse; en especial si se trataba de un niño abandonado y de procedencia misteriosa. Esa había sido la principal razón por la que había aceptado el trabajo de Joss: su procedencia, su origen, su verdadera identidad. Eklan había cumplido con su palabra; una vez la guerra se desatara, sacaría a Joss del mundo humano y lo llevaría al Infierno. Aunque Eklan no estaba seguro de la verdadera razón ni motivación de Joss, había aceptado con una sola condición: recibir un pago.


Algo que caracterizaba a Eklan era su gran capacidad de hacer negocios. Sin importar la procedencia, ni raza, del cliente, Eklan siempre estaba abierto a toda oferta que representara riqueza o algún valor moral. Él había aceptado el pago de Joss sólo por el placer de ver sufrir a ese pequeño híbrido. Después de todo, Eklan era un demonio y la perversión corría por sus venas.


Esa mañana, especialmente, la brisa era tranquila y fresca; un día perfecto para recoger a Joss de la cabaña de Moregoth. Eklan respetaba a Moregoth y le confiaba hasta su vida. Tampoco pretendía matar a Joss, así que Moregoth había sido su mejor opción para curar las heridas del jovencito. Estaba consciente de que si quería mantener con vida al adolescente, Moregoth no hablaría ni tampoco delataría a Eklan con alguna noticia que pudiera llegar hasta el Lord de la Piedra Negra.


La puerta de la cabaña estaba adornada con un artefacto arcano que parecía más como un cráneo de algún animal con cuernos. Eklan había sido acompañado únicamente por sus dos guerreros de confianza: Sethiss y Muwak, otros demonios élites. Sabía que ellos dos no se opondrían a su decisión. Los tres demonios jóvenes entraron al porche de la cabaña y tocaron la puerta con desaire. Moregoth abrió y dejó que los tres ingresaran al interior.


La sala era grande y tenía tres sillones oscuros que hacían juego con las paredes cafés; en las mesitas de los costados se apreciaban objetos variados, como adornos detallados y pulidos en rocas que parecían ya inexistentes en esa época. Los cuadros eran tres, cada uno de ellos mostraba paisajes de un mundo construido en lomas verdosas, con edificaciones hexagonales y acabados de esculturas cinceladas en cada edificio. A Eklan le sorprendía ver esos cuadros cada que visitaba a Moregoth, pues conocía un poco sobre la cultura de esa extinta raza que alguna vez habitó en todo el territorio de lo que ahora era el Infierno.


—¿Quieren beber un poco de té? —ofreció con quietud Moregoth.


—Oh, por supuesto —replicó como un niño emocionado Sethiss. Amaba las bebidas que Moregoth ofrecía cada que lo visitaban; y la razón era que en ningún otro lugar del Infierno podía encontrar un té con esas características. Sethiss era un demonio élite delgado y atlético, de tez gris clara, cuernos ondulados y negros, y con unas alas comunes y estilizadas


Por otra parte, Muwak prefería reservarse su opinión y gustos. Era un demonio de tez negra y ojos negros; tenía alas invertidas y negras. No era un demonio élite interesado en el arte, ni mucho menos en bebidas exóticas de una criatura antiquísima. Muwak amaba la guerra y deseaba pasar el resto de sus días en el campo de batalla; su obsesión era tal que Eklan y Sethiss necesitaban recordarle la importancia de hacer otras actividades.


Moregoth dejó la sala y se adentró hasta la cocina. Los tres mercenarios se acomodaron en la sala. Sethiss estaba sentado cerca de una mesita de adorno y contemplaba con entusiasmo los objetos. Eklan daba un rondín, observaba las pinturas y los murales que alguna vez habían representado algo de sumo valor para la cultura de Moregoth. Sin embargo, los tres sabían por qué estaban allí. Eklan deseaba recobrar al joven híbrido y llevarlo lejos de la Piedra Negra; por supuesto, ni Sethiss ni Muwak estaban en total acuerdo, ya que ambos creían que su jefe mostraba una leve obsesión por ese híbrido.


Una vez que Moregoth sirvió el té ceremonialmente, los tres demonios conversaron sobre algunas noticias de la guerra. Moregoth estaba enterado de lo que ocurría en el Infierno; lo que jamás nadie había creído posible por fin había pasado. Eklan no estaba sorprendido por eso, ya que conocía las intenciones de su Señor; si era necesario destruir al Infierno entonces así sería. A pesar de esto, Moregoth alertaba de lo mal que estaba la situación.


El Infierno había sido un reino de caos y desorden. Por muchos años los grandes Lores habían intentado unificarse para convertirse en una verdadera potencia; empero, habían terminado en guerras internas, donde se acusaban los unos a los otros de situaciones imposibles de corroborar. Inclusive el Cielo no había intervenido o apostado por otra guerra debido al poco peligro que había representado. Las tierras del Infierno eran suficientes para generar alimentos, dotar a los pobladores de una vida digna y de contener grandes edificaciones que representaran poder. Y, aún así, los Lores habían preferido el conflicto por razones absurdas. Sin embargo, así mismo, otros reinos pasaron por malos momentos; y es que el conflicto en el Cielo fue un momento decisivo para el Infierno también. Un nuevo caído llegó, y con él las uniones cambiaron, la guerra interna tomó un nuevo rumbo y los grandes Lores seleccionaron un bando: en contra o a favor. En contra de aceptar a un ángel apoderarse de todo el reino; a favor de unificar al Infierno bajo el comando de un ángel caído. Y así fue como el Infierno se convirtió en el reino más poderoso y peligroso de la Creación; bajo las nuevas reglas impuestas por Lucifer, conocido bajo muchos pseudónimos tales como: Satán, Satanás, Mefisto, Mefistófeles, Luzbel, etcétera. Lucifer se coronó como el rey y buscó abolir las desigualdades que los Lores habían creado. Por muchos años la ‘paz’, en el estándar demoniaco, reinó de alguna forma u otra.


Hasta este momento las malas noticias se habían acrecentado cada vez más, y traían consigo la más horrenda de todas: el Infierno había perdido a su rey y el gobierno había colapsado por completo. Nadie sabía a dónde había ido el rey ni cómo había desaparecido. Las incriminaciones eran variadas, pero había una que se repetía constantemente. Lord Samael era culpado de todo ese caos; y debido a esto sólo se habían generado nuevas alianzas.


Eklan sabía que su Señor no era capaz de enfrentar al rey directamente y creía que no se había involucrado en ese escándalo; a pesar de que estaba enterado del odio que Samael tenía al ser gobernado por una creatura que alguna vez había pertenecido a la raza de los ángeles. Las incriminaciones eran obvias; cada uno de los Lores ya había tomado una posición y otra guerra interna se había desatado. Claro, y por si fuera poco, el Cielo había aprovechado esto y ahora también eran invadidos por sus eternos enemigos.


—¿Cómo sigue el niño? —cambió la conversación Eklan.


—Mejor. La mayoría de sus heridas han sanado; pero su cuerpo no está en condición para vivir otro asalto igual.


—Ya ha saldado su deuda conmigo —aseguró Eklan con un tono elocuente—, no te preocupes, Moregoth. Por lo menos no planeo más juegos perversos con él. Pero me preocupa; el Señor podría percatarse de sus extraños poderes y aprovecharlo.


—Ya veo.


La frase de Moregoth sonó como pasmada en toda la sala. Él era un anciano cansado de la vida, por eso mismo odiaba las mentiras y las discusiones sin sentido. Había aprendido a cerrar la boca cuando se trataba de caprichos, en especial caprichos de demonios jóvenes y arrogantes como Eklan.


—Me gustaría hablar con él en privado —sugirió Eklan.


Moregoth no habló. Se levantó de su lugar y anduvo con una pesadez usual; pasó el pasillo que conectaba con las habitaciones y llamó a Joss por la puerta. Los tres demonios estuvieron expectantes y escucharon que del pasillo unas pisadas rápidas se acercaron.


Joss arribó a la sala; portaba un camisón largo y una especie de pantalonera oscura. Sus pies estaban descalzos y sus brazos cubiertos por vendajes. El jovencito se sentó frente a Eklan y lo contempló con seriedad. Moregoth no retornó a la sala, pues respetaba los deseos del líder de esos mercenarios.


—Veo que estás en forma, Joss —Eklan inició la conversación con provocación y jugueteo; era una de sus especialidades: provocar a los demás para causar reacciones irracionales y así culpar a los otros de sus actos—. ¿Estás comiendo bien?


—Necesito tu ayuda, Eklan.


Sethiss y Muwak mostraron unas muecas de asombro. No comprendían cómo era posible que ese niño pidiera ayuda a Eklan después de lo que le habían hecho.


—Necesito aprender a pelear; utilizar una espada y por lo menos defenderme. Pretendo buscar a alguien y sé que no será un camino fácil —explicó Joss con prontitud—, tú eres un mercenario y sé que trabajas para el Señor de la Piedra Negra. Podrías entrenarme como al resto de los cadetes que tienes.


Eklan sonrió con seguridad. Ni siquiera era capaz de comprender qué lo motivaba a desear el cuerpo de ese niño. En realidad no era consciente ni de eso mismo.


—No veo mi ganancia en esto —soltó la frase con ánimos el demonio élite de tez gris pálida y alas invertidas y moradas.


—Te pagaré —replicó Joss presuroso.


—No tienes nada de valor —insistió Eklan fingiendo desinterés.


—Puedo volver a ofrecerte…


—¿Tu cuerpo? —reclamó Eklan otra vez al simular pero ahora sorpresa.


—Sí. Si lo deseas, puedo volver a ofrecerte mi cuerpo como pago. Pero, por favor —imploró Joss—, ayúdame.


Eklan sonrió desinhibidamente.


—No.


Joss abrió los ojos como expresión de sorpresa, después agachó la mirada. Sus esperanzas se habían roto y su única motivación se apagaba poco a poco.


—No quiero tu cuerpo —reinició Eklan—, sólo quiero que hagamos un trato. No puedo entrenarte, no tengo tiempo con todos los trabajos del grupo. Tampoco puedo meterte en los entrenamientos de los cadetes; si lo hago, Lord Samael se dará cuenta de tu presencia.


Joss no replicó.


—Pero, si realmente lo deseas, quizá exista un método.


—¿De verdad?


—Es cruel —advirtió Eklan—, y tampoco será fácil para ti sobrellevar la situación. Volverás a sufrir lo que ocurrió hace una semana. Incluso tendrás que esconderte, controlar tus poderes para que ni el Señor se de cuenta de tu presencia o, por lo menos, tu origen. No podrás salir del castillo de la Piedra Negra, y tendrás que obedecer las órdenes como un esclavo. Haré lo posible para que te dejen entrenar con los cadetes, pero no será fácil.


—Estoy dispuesto a hacer lo necesario. Ya he tomado mi decisión.


—Sólo escúchate, niño —interrumpió Muwak—, dices una sarta de disparates. Serás un esclavo, ¡un jodido esclavo! Y, probablemente, te usarán para placeres sexuales otra vez.


—Ya estoy acostumbrado —replicó Joss con un tono de tristeza y vergüenza—, puedo resistir un poco más.


—Entonces vayamos al castillo de la Piedra Negra —dijo Sethiss como rutinariamente.


—Oye, ¡Oye, Moregoth! ¡Nos vamos! —informó Eklan con su voz varonil y pesada.


Moregoth entró a la sala y contempló a Eklan con desfachatez. Sus gritos no habían informado algo placentero.


—Ten mucho cuidado, niño —Moregoth se dirigió a Joss—, el  Señor de la Piedra Negra es cruel y despiadado. Y yo no estaré cercas para curar tus heridas.


Joss sonrió con inocencia e hizo un gesto de reverencia y respeto. Aunque habían sido unos días, Joss estaba inmensamente agradecido de haber conocido a Moregoth; tal vez había sido lo más cercano que conocería a una familia real, o así creía el jovencito.

Notas finales:

Siguiente actualización: 11 o 12 de diciembre.

¡Prometo no tardar tanto con las actualizciones!

:)


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