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YERRO por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 4: Thibaut II

 

Los últimos años de Roselyne habían sido, por mucho, el peor castigo para cualquier persona. Un rey detestable que le tocaba y abusaba todas las noches con el único afán de hacerle gemir de dolor o placer, daba igual, el bastardo quería únicamente doblegarla… pensaba Jean que, entre todo, había sido una fortuna que se llevara su silencio hasta la tumba.

 

Ya una luna había renacido desde su muerte y todo parecía haber regresado a la normalidad, las mucamas escandalosas en los jardines como siempre, y su padre con las visitas de cortesanas de vez en cuando. Con un poco de suerte había logrado evadirlos a todos durante aquellos días, pero escuchaba, de las mejoras que su padre planeaba en el reino, de lo poderoso que se volvería ahora que volvía a ser un hombre libre.

 

Se preguntaba Jean, por que sí su padre tenía aquellas oportunidades, se aferraba tanto a él, no había querido a su madre, sería entendible que a él le aborreciera, sin embargo, intentaba por todos los medios hacerle salir, había llamado al ministro y a su hijo para que le hicieran compañía, pero a pesar del horroroso desaire a su mejor amigo, ni siquiera en esa situación había aceptado salir de su habitación.

 

Después, escuchó los rumores, de lo mal que lo estaba pasando el más joven de los Ugoryo, en su ausencia se había rodeado de algunas malas amistades que empezaban a cambiar su hedonismo por puro libertinaje. ¿Qué peligro era preñar a una arrabalera? No sería el primero, pero… ¿Para qué arriesgarse?

 

Yves pensó, que tal vez era momento de salir un poco.

 

.*.

 

Dormitaba, con la luz del medio día pegada en su rostro, había bebido en exceso hasta el amanecer y descansar era su único plan para los siguientes días.

 

Estaba prohibido discutir aquello, así que terminó por refunfuñar cuando una de las mucamas golpeó la puerta de su habitación antes de dar el anuncio.

 

— Señorito, alguien ha venido a verle. — Indicó, la mujer, del otro lado de la puerta, su voz temblaba, por temor al castigo que tendría por desobedecer la orden del joven Ugoryo.

 

— Mierda. ¿Quién es? ¿Ese tal Juliel otra vez? — Preguntó enojado, dispuesto a darle una lección a la mucama, sin embargo, antes de que pudiera salir de la cama, los golpes en la puerta volvieron a tocarse y una voz reconocida le hizo sacar una pequeña sonrisa.

 

— Soy Jean ¿Puedo pasar?

 

— Joder Jean ¿Cuándo dejarás de hacer esto? — Con pesadez se levantó de la dama para abrir la puerta, ahí su amigo lucía completamente extraño. Mucho más pálido y delgado de lo habitual. Ese sería un tema aparte, por ahora reñirle por aquellos modales de mierda era lo importante. — Tú no tienes que pedirme permiso para entrar a mi habitación.

 

Con un jalón de su brazo le hizo entrar sin perder de vista a la Mucama, después se las arreglaría con ella, cerró la puerta de golpe y Jean se apresuró a retirarse la capa vieja del cuerpo, era un niño para esas cosas. Huir de casa como un típico campesino y entrar a hurtadillas a su casa, era típico de él.

 

— Pedir una audiencia y hacer que vayas al castillo siempre es tan aburrido. — Observó con la mirada ha habitación de su amigo y decidió a sentarse en la mecedora junto a la ventana. — ¿Y qué hacías? ¿Durmiendo a esta hora? 

 

— ¿Qué más puedo hacer? No hay nada divertido que hacer últimamente.

 

Jean dudó de las palabras de su amigo, soltó un suspiro y sentenció con burla.

 

— De día, querrás decir, porque todo el mundo habla de tus hazañas en la cama de cualquier mujer que se te cruza.

 

— Calla Jean, deja de hablar de eso. — Respondió un poco aturdido. ¿También iba Jean con eso? Había pensado que después de tanto tiempo sin verse podrían tener una conversación seria pero no hacía más que repetir lo que todo el mundo decía. Todo por culpa de su padre. — Mejor dime ¿Por qué no has querido verme cuando he ido al palacio? Sé que el tema de la Reina pudo haber sido difícil para ti, pero… me hubiese gustado acompañarte en ese momento.

 

Jean frunció el ceño. ¿Y ese sentimentalismo a qué venia?

 

— No era algo que necesitara. Ella está muerta y yo continuo vivo, no es mucha la diferencia cuando estaba en el castillo. Yo he estado bien todo este tiempo, pero ¿Tú? Tu padre no deja de alardear de tu libertinaje. Muchos apuestan a que ya tendrás algunos bastardos en camino.

 

— Cállate, no sabes nada Jean. Deja de repetir lo que todo el mundo dice.

 

— Si eso te molesta, deberías dejar de hacerlo. — Pensaba Jean que aquello se trataba de una broma, una ligera molestia que bien disfrazaba modestia e insistió con el tema con un poco menos de gracia. — O deja de meterte con campesinas para que el tema de los bastardos no te sea de tanta sensibilidad.  

 

— Pero ¿qué te crees ahora para venir a darme clases de cómo debo comportarme? Tú no eres el más indicado. — Refunfuñó el hijo del ministro. Molesto camino hasta la puerta y abrió de golpe. — No estoy de humor para idioteces Jean, mejor regresa a casa y te buscaré cuando esté mejor.

 

¿Y qué se creía? ¿Qué se iría completamente tranquilo?

 

— La próxima vez que tu padre esté tan preocupado, voy a ignorar el asunto. — Empezaba a ponerse de nuevo su capa, Jean ocultaba sus ropas de “campesino” bajo una capa que también ocultaba su cabello rubio y su porte de monarca.

 

— ¿Es por eso? ¿Por eso has venido? ¿Él te lo pidió?

 

— No realmente. Yo sólo lo escuché…

 

— Jean, eres realmente un títere, aunque seas un príncipe todos te ordenan, te manipulan, mírate ahora, pidiendo permiso para entrar a mi habitación, un rey que habla con mucamas y no permite que sus guardias le escolten. ¿Crees que eres mejor que yo comportándote de esa forma? Para empezar, ni una puta en promoción aceptaría a vestir de la forma en la que tú lo haces... — Un tema que a su amigo había molestado, entendía, pero… ¿Cómo iba a permitir que le hablara de aquella forma Jean terminó de acomodarse sus prendas y caminó hasta su amigo? — No eres mejor que yo. No tienes ningún derecho a juzgarme y repetir lo que dicen de mí.

 

— Vaya compañía la tuya, esto me saco por preocuparme por ti. Lo entiendo, entiendo bien ahora que piensas también de mí, así que, si he de seguir un buen consejo tuyo, te advierto que a partir de ahora tienes prohibido mirarme de esta forma, yo soy el futuro rey y tú sólo el hijo del ministro. Inclínate hacia mí la próxima vez que me hables.  — Jean pocas veces estaba serio con él, sintió las manos de Jean sobre su pecho y un empujón ligero, que en otras condiciones no le hubiesen hecho nada, pero el ligero mareo enseguida provocó que terminara en el suelo, a golpe seco en la cabeza.

 

Jean salió. Y recuperarse le tomó unos segundos más, que entender lo que había hecho.

 

— ¡Mierda! — Apenas pudo ponerse de pie, salió detrás de su mejor amigo.

 

.*.

 

Bien que sabía Juliel de orgullos y el suyo ya estaba por los suelos.

 

Esa sería la última vez que le buscaría, estaba harto de los desaires de las mucamas cada que preguntaba por el hijo del ministro.

 

— Sólo esta vez. — Se dijo molesto, subiendo a su caballo negro y encaminando carrera hacia la residencia Ugoryo, a escasos metros de la entrada principal, pudo ver a Yves y avanzó más rápido, su imponente caballo cortó el camino del rubio. — Le vuelvo a encontrar.

 

— Juliel — Murmuró Yves apenas le distinguió de quién se trataba, le brillaban los ojos un tanto y sus puños temblaban sin control. Le vio morder su labio y mirar hacia atrás. — Necesito que me ayudes a alejarme de este sitio.

 

— ¿De qué habla?

 

— Te compro tu caballo, necesito irme de este sitio. — Se notaba la desesperación de Yves por marcharse, Juliel no entendió, pero compartir el caballo con otro hombre no era algo de su agrado ¿Y venderlo? Para nada, era un obsequio de su padre. — Incluso podrí arrodillarme ahora mismo para que me lleves.

 

— Está bien, no puedo venderlo, pero con esto estará saldada mi deuda por la ayuda de la otra vez.

 

Tal vez las cosas no iban demasiado bien para él, pensó Juliel así que, soltando un suspiro fuerte, terminó inclinando su cuerpo y extendiendo su mano para ayudarle a subir, Yves se sostuvo con fuerza, subió detrás de Juliel y aunque hubiese querido, en ese momento no tuvo fuerza suficiente para comportarse arrogante, terminó por apretar sus piernas en el caballo y sostenerse del gabán de Juliel sin intensión de incomodarle demasiado.

 

Se alejaron por algunos minutos, no había un rumbo fijo pero la velocidad del caballo no disminuyó hasta entrados en el bosque. Entonces Juliel paró en seco el andar del caballo.

 

— Ya, baje. Ha sido suficiente, estamos lejos. Si quiere puede seguir caminando.

 

— Por lo menos, bájame en un lugar que no sea el centro del bosque. ¿O planeas dejarme como la otra vez? — Juliel sonrió, cierto, aquella vez había sido su culpa, pero… ¿Qué más daba? Escuchó un suspiro por parte de Yves y meditándolo bien, decidió continuar el camino, un poco más lento, después de todo había estado buscando a ese mocoso por bastante tiempo como para desperdiciar su oportunidad de sacar algo de información de su padre.

 

Un lugar tranquilo y solitario fue la elección de Juliel para hablar de todo lo que quería, con ese Ugoryo, un lugar de donde no pudiese huir.

 

— Como sea, sobre eso, he tratado de disculparme por hacerle perder su caballo. — Detrás de los árboles, y algunos arbustos, el prado acompañado de un enorme lago, le parecía el lugar perfecto para descender. Yves fue el primero en hacerlo con un pequeño salto que terminó por inquietar a su caballo, después Juliel hizo lo suyo y mientras ataba a su caballo a un sauce, Yves se retiró la capa y corrió a recostarse a horillas del lago, como si de un niño se tratara.

 

—  Vaya, este lugar es maravilloso ¿Cómo es que no lo conocía? — Preguntó animado. El cabello revuelto le cubría el rostro, pero apenas se tumbó en el pasto, quedaron al descubierto sus enormes ojos. — Lo acepto como una disculpa, el conocer este lugar.

 

— Sí, como sea. — Murmuró incomodo, sin embargo, dio alcance a Yves para sentarse a su lado. Estar junto a aquel chico le daban escalofríos, sin entender el por qué. — Lo que quiero decir es que intenté disculparme, pero siempre me negaban su presencia. Intenté varias veces verle. 

 

— ¿A mí? — Preguntó curioso, juguetón, porque sabía que, a todas las intenciones de visitas, se había negado rotundamente, aunque imaginaba que de haber sido Juliel, el mensaje hubiese quedado entre la primera linea de sirvientes, no es como si alguien pudiera verle tan fácilmente. — Que extraño, nadie me ha dicho que me han buscado.

 

— ¿Seré que el ministro Ugoryo le restringe las visitas?

 

— ¿El ministro? — Yves no entendió para nada el comentario, levantó su cuerpo confuso para quedar directamente mirando a Juliel. Altanero. — ¿Por qué Théophile Ugoryo iba a restringirme algo a mí?

 

— Bueno, ya es mayor, pero él sigue siendo su padre… — La frase de Juliel quedó silenciada por una enorme carcajada que lanzó en seco Yves. Se había puesto rojo de tanto reír y las lágrimas le escurrían por las mejillas.

 

— ¿Théophile Ugoryo? — Y la risa era incontenible para el rubio — ¿Mi padre? Eres un idiota Juliel.

 

— ¿De qué habla? — Cuestionó algo irritado Juliel, no había entendido las palabras de Yves, pero seguro el mensaje no era agradable, se estaba riendo en su cara y gritando cosas sin sentido a la vez.

 

—El hijo del ministro es Emile Ugoryo ¿Cómo es que me has confundido? ¿No conoces a los poderosos del reino? Juliel, yo no soy el hijo del ministro.

 

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