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YERRO por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 5: Yves y Emile

 

Piedra, madera y la piel de algunos animales, al fogón un estofado para la cena. La madre de Juliel había salido unos minutos para coger algunas leñas del jardín. La casona estaba construida a las horillas del pueblo, cerca de los pastizales.

 

El clima era frío, todo estaba en completo silencio. 

 

Juliel y Tevas se miraron fijamente.

 

— Conozco a alguien que tiene cercanía con el príncipe Jean, me llevará con él apenas se lo pida. ¿Ese tipo de contactos sería más conveniente en contra del ministro?

 

— ¿Y el hijo del ministro? ¿No dijiste que podrías ponerlo de tu lado? — Tevas llevaba días tratando de entender todo el misterio con Juliel, hablaba seguro pero su discurso no era del todo elocuente y qué decir de los planes. No quería mal interpretar, pero creía que involucrar a Juliel en todo aquello, tal vez, había sido un error. No por él, sino por las consecuencias que tendrían “todos” si fallaban.  

 

 —  No pienses en eso ahora, sólo responde — Murmuró, terco Juliel, sus prendas pesadas le mantenían caliente, pero las manos desde hacía días no se le calentaban.

 

 —  Juliel, no puedes fiarte de cualquier persona que te diga que tiene acceso al príncipe porque, en primer lugar, eso es casi imposible, Jean es fantoche. Cualquier cosa que tenga que ver con él, puede ser una trampa.

 

 — Esto no, te lo aseguro. Sólo que necesitaré mantenerlo en secreto, es decir, no puedo hablarte de quién es mi informante, ni nada de lo que acordemos hasta que haya ingresado al palacio. Se que es riesgo y por eso prefiero mantenerme solo en esto.

 

— Juliel, que dices, esto no es un juego de niños. Dime ahora en qué estás involucrado porque tenemos un trato, yo iba a protegerte en todo esto, pero tú tienes que mantenerme informado de cada cosa que ocurra, esto no es sólo por tu conveniencia, hay mucha gente involucrada en esto y… no podemos ser ni viscerales, ni mucho menos impulsivos.

 

— Por toda la gente involucrada en esto, es que necesito ser cuidadoso, yo no tengo problema alguno si soy descubierto, no me da miedo la muerte, así que voy a llegar hasta el final de esto. Tengo la oportunidad de acceder al príncipe, te dejaré al ministro en bandeja de plata. Confía en mi Tevas.

 

— Así no son las cosas, vas a decirme ahora mismo de qué vas con todo esto, no es negociable, ni siquiera tendríamos que estar discutiendo esto. — Se levantó de la silla en donde había estado sentado durante toda la mañana, los pasos sobre la madera floja resonaron, como una rotura la distancia entre ellos. —

— Si no podemos ponernos de acuerdo, entonces ¿Qué caso tiene que estemos trabajando juntos en esto? — Juliel era confiado, debatía hasta obtener lo que tenía, pero Tevas tenía mucha más experiencia que él. Era cuidadoso, el mejor haciendo “lo que hacía”.

 

Tal vez Juliel había sido su único talón de Aquiles, le había conocido hacía tiempo y su fuerza interna, su sed de venganza le habían hecho cobijarlo como el hermano que nunca tuvo, pero… ¿Aceptar algo fuera de un acuerdo?

 

— Te preocupas porque no confías en que puedo hacer lo que acordamos, pero te estoy asegurando que voy con pasos firmes con esto, sabes que toda mi vida ha dependido de esta venganza, si pierdo esta oportunidad habré perdido todo por lo que he luchado, incluso, sé que así no será, pero si algo sale mal, porque sabes que siempre existe una pequeña posibilidad, si algo así llegase a ocurrir, quiero que estés fuera de esto para que termines las cosas. Yo confío en que tú puedes hacerlo si yo fallo, Tevas. ¿Por qué no confías tú en qué yo puedo ser de utilidad con lo que he conseguido?

 

— Porque ya varias personas han muerto por causa del rey y el ministro, sólo pocos han sobrevivido y esos pocos hemos sido cuidadosos, yo ahora no desconfío de ti, pero no tienes experiencia con este tipo de personas. Son engañosos y no durarán ni un poco en traicionarte para obtener un veneficio. Entiende que, si alguien llega a saber lo que tramamos, nuestras cabezas valdrán un cofre completo de monedas de oro.

 

— Mi cabeza ya tiene ese precio. No es algo que me intimide.

 

.*.

(Dos semanas atrás)

 

Sentados a horillas del lago, Yves echó una piedra al espejo de agua turquesa.

 

— ¿De qué habla? —  La voz de Juliel fue fuerte, intimidante en ese momento, giró su cuerpo enseguida, necesitaba respuestas e Yves respondió con más carcajadas. 

 

—El hijo del ministro es Emile Ugoryo ¿Cómo es que me has confundido? ¿No conoces a los poderosos del reino? Juliel, yo no soy el hijo del ministro.

 

— ¿De qué estás hablando? — El viento removió los cabellos rubios de Yves, sus ojos enormes se clavaron en los labios de Juliel.

 

— ¿Y el respeto que me tenías? Apenas te he dicho que mi padre no es el ministro y ya me miras de esa manera., vaya, ¿Quién iba a esperarse ese trato de alguien como tú? — Yves se puso de pie, acomodó sus prendas viejas y enterró sus zapatos en el pasto para evitar caerse por la inclinación del terreno. — Creo que mejor me iré.

 

Pero no iba a marcharse, provocaba conscientemente al Juliel.

 

— No te vas, dime ahora ¿Quién eres? — Se puso también de pie, apenas alcanzó los pasos de Yves, le tomó del hombro para girar su cuerpo y le tomó por el cuello de la camisa, Yves se sostuvo enseguida de las manos de Juliel, impidiendo caer por el movimiento. La diferencia entre ambos cuerpos era evidente, le sacaba poco menos de una cabeza al rubio y la fuerza con la que le tomaba hicieron que Yves tuviese, en ese momento, que mantenerse de puntas sobre sus pies. — ¿No piensas responderme?

 

— Soy Yves, me presenté cuando nos conocimos… no miento, idiota… eres tú quién no me ha dicho nada de ti. Ni siquiera sé tu nombre. — El agarre no se detuvo, con respiraciones hondas Juliel intentaba tranquilizarse para evitar una respuesta que… resultase molesta. — ¿Miento? ¿Yo te dije que era hijo del ministro? ¿Yo te he ocultado mi nombre?

 

El agarre de la camisa de Yves empezaba a suavizarse.

 

— Juliel Thibaut, es mi nombre. — Respondió soltando al rubio, por fin, pero por ningún motivo se alejó de él, se mantuvo de frente, con sus pupilas grises. — Si no eres hijo del ministro ¿Por qué estás siempre en su casa? Tienes demasiadas libertades para ser un sirviente.

 

Yves sonrió. ¿Con las prendas que llevaba, Juliel había creído que él era Emile?

 

— Pareciera que has estado espiando mis movimientos. — Yves levantó una ceja, sugestivos gestos innatos. — Aunque por tus palabras puedo deducir que no es a mi a quién querías espiar. ¿Es a Emile? Seguro que sí…

 

— Eso no es algo que te debería de importar poco, pero… estás equivocado, no hacía eso que dices. —

 

— Bueno, la verdad, no es algo que me importe demasiado. — Confesó, estaba a salvo, lo subo Yves cuando el cuerpo de Juliel se relajó. — Así que, si te diré sin pedirte nada a cambio, tal vez.  Emile y yo somos completamente diferentes, no hay forma de confundirnos. En fin, como sea ¿Podemos ser amigos ahora?

 

— ¿De qué hablas? — Si después de todo, Yves no era hijo del ministro, ¿Podía bajar la guardia frente a él? No parecía alguien con intereses políticos, por el contrario, Yves daba la sensación de inocencia en mezcla a bobería. —

 

— Amigos. ¿Es que nunca has tenido uno?

 

— Si, lo tengo.

 

— Entonces seamos amigos a partir de hoy.

 

— Eres bastante extraño, pero… no tengo ningún problema con eso.

 

— Vaya, que suerte. — Con un suspiro hondo Yves aceptó su victoria, tenía la atención completa de Juliel y… aquello mejoraba por montones su día. — ¿Sabes? Emile sí que es mi amigo, pero hoy me ha dicho cosas que lastimaron mi orgullo. Estaba tan furioso, pero… ahora que estoy a tu lado, creo que no ha sido tan malo, después de todo.

 

— ¿Por eso necesitabas salir de ese lugar? — Yves llevó sus brazos hacia la espalda y asintió, casi infantil sus modos, era imposible encontrar a un hombre con ese tipo de reacciones, más similares a un niño. Juliel con un poco de compasión, se acercó y revolvió los cabellos rubios.

 

— Sí, lo que ha dicho ha sido tan cruel que… me será difícil disculparlo. Con tu amigo ¿Ha ocurrido alguna vez algo así?

 

— En ocasiones, pero una discusión no ha terminado jamás con nuestra amistad. — Respondió sincero. — Te ocurrirá igual, te lo aseguro. Yo que soy bastante necio, he tenido que resignarme y pedir disculpas cuando es necesario porque no me puedo permitir perder una amistad, así que… te aseguro que será lo mismo para ti. Tu amigo no puede ser tan cabeza dura.

 

Una sonrisa de Juliel bastó para que el rubio terminara por creerle, las palabras sinceras siempre le habían parecido un tesoro y Juliel no parecía del tipo de persona que pudiera mentir con algo así. Le creyó.

 

— Emile es realmente cabeza dura — Aseguró, pensó que era momento de irse, pero estaba bien junto a Juliel, tomó asiento de nuevo sobre el pasto y le indicó, con un golpe en el suelo, que se sentara a su lado. — También es arrogante, pretencioso y muy orgulloso; no me va a querer hablar en un tiempo, aunque intenté hacer las paces.

 

— Vaya, pensé que eras tú el ofendido. —

 

—  Tienes razón, no es como si él pudiera darse el lujo de ser orgulloso cuando me ha ofendido, no debo buscarlo.

 

 —  No, no, yo no dije eso, creo que, si hay amistad los dos deben de tragarse su orgullo.

 

 —  Es verdad… — Hizo una mueca digna de alguien que acaba de resolver un gran misterio, inicialmente había pensado Juliel que se trataba de una broma, pero a cada uno des sus comentarios, Yves aceptaba una verdad absoluta. ¿Sería capaz alguien de ser así de influenciable? Le daba la una sensación extraña toda aquella vulnerabilidad.

 

Tal vez, después de todo Yves no era un peligro, la platica sobre Emile fue abandonada y sobre más banalidades continuaron hablando, en algún momento se recostaron en el pasto, lado a lado, y la tarde llegó.

 

Yves observó con pena como el atardecer llegaba.

 

.*.

 

Durante bastantes días, el recuerdo de aquella tarde en el lago era lo único que despejaba la cabeza de Yves, le parecía que Juliel era alguien exageradamente especial. Le gustaba y también la forma en la que hablaba.

 

Había intentado seguir sus consejos, pero al llegar a casa de Emile, logró enterarse que estaría lejos durante varias semanas y hasta entonces no tendría oportunidad de hablar con él y arreglar toda la suma de mal entendidos.

 

Estaba solo y Juliel no había cumplido para nada con la promesa de visitarle, sabía bien que algo de culpa suya había. Porque la despedida antes de marcharse del lago… seguramente había “enfadado” a su nuevo amigo.

 

— Eres un estúpido Yves. — Jaló de sus cabellos rubios, sin hacerse realmente daño, antes de hacerse un ovillo en su cama. Y aunque arrepentido, la sonrisa de sus labios no desapareció.

 

.*.

 (Dos semanas atrás)

 

— Es tarde, necesito volver a casa. — Juliel fue el primero en sentarse en el pasto en respuesta a la despedida de Yves, y éste le siguió. Ambos sonrieron.

 

— También es tarde para mí, tengo que irme.

 

— ¿Pero volveremos a vernos? — Más que una duda, era petición pura la de Yves. Estaba tan encantado con aquella compañía que en una ligera suplica, enterró la esperanza de volverse a ver.

 

— Nos encontramos bastantes veces por casualidad, será así la próxima. —

 

— Vaya, hasta entonces, — Yves frunció el ceño, bastante inconforme. O por lo menos esa fue la simpática percepción para Juliel, quién le miraba fijamente, un poco confuso. — ¿Qué ocurre?

 

— Yves ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en este reino?

 

— ¿Yo? Toda la vida he vivido en este sitio. — Respondió confuso. — ¿Por qué?

 

— Es que es extraño que no te conozca de antes.

 

— Estoy seguro de que sí lo has hecho, pero tal vez no me has prestado demasiada atención. Me acabas de lastimar el orgullo — Dio un fuerte empujón a Juliel, haciendo que cayera de espaldas al pasto y sin darle oportunidad alguna, terminó sobre su cuerpo, Juliel había sentido una terrible sensación en su entrepierna ante aquel ligero rose e Yves entendió el brillo en aquella mirada. Se inclinó para enterrar su rostro en el cuello de Juliel y succionó una pequeña parte de su cuello, dejando enseguida una llamativa marca roja. — Así como me ves, soy la sombra del príncipe.

 

Después de esto se levantó a toda prisa y hecho a correr con las mejillas completamente rojas, Juliel, permanecía recostado, petrificado, por la reacción de su cuerpo y las palabras de Yves.

 

—  Es un enfermo — Un grito fue lo único que se le ocurrió para sacar su coraje — eres un maldito enfermo — Y sus facciones cambiaban poco a poco. — Un maldito desviado que conoce al príncipe.

 

Los planes cambiaban, pensó Juliel ¿Qué era mucho más eficaz que la relación con el ministro? Por supuesto, un contacto directo con el príncipe. Yves resultaba ser un desviado de mierda, pero… ¿Qué tan conveniente era molestarse demasiado con aquella oportunidad? Un nuevo amigo, habían dicho, sería un tonto si desperdiciara aquella oportunidad, pero… soportar aquella cercanía.

 

Terminó de pie frente al lago, inclinando su cuerpo hasta poder observar su reflejo, el hijo de David Thibaut que vengaría y limpiaría el nombre de aquel hombre traicionado por el ministro Ugoryo.  

 

.*.

 

La mucama de Jean tocó a la puerta, una, dos, tres veces y en ningún momento hubo respuesta por parte del príncipe. Si estuviese durmiendo, ya se habría despertado con esos simples toques para exigir que se fuera, sin embargo, la ausencia de rabietas y desplantes hizo temer a la chica. Se adentró a la habitación asomando apenas su cabeza para evitar una agresión mayor.

 

— Majestad. — Llamó, sin respuesta alguna. Comenzaba a sentir angustia… hasta que lo encontró. la cama desecha, la ropa fina regada por el suelo y en el tocador esa "maldita bolsa" que mantenía la ropa de los plebeyos, la mucama cerró los puños, todo el cuerpo le temblaba por la ira.  —  Se volvió a escapar, maldita suerte. Se volvió a escapar.

 

.*.

 

Juliel reconocía la belleza del reino que habitaba, se inundaba de flores resistentes al frío, el prado verde, la gente agradable, las construcciones modernas, era un reino mediatamente desarrollado, excelente potencial militar y lealtad a la corona. El, la mayor parte del tiempo pasaba ajeno a todo aquello, pasearse por los alrededores más cercanos al palacio, lo evitaba, sin embargo, llevaba días llevando el riesgo de la ocasión.

 

Caminaba colina arriba, el sendero al castillo permanecía solitario en días ajenos a los festejos, y aquello complicaba aún más su propósito de encontrar a Yves. Había pensado tal vez preguntarles a algunos sirvientes del castillo en cuanto tuviese la oportunidad, sin embargo, dejar algún rastro de su presencia también era algo que tenía que evitar.

 

 El cielo empezaba a oscurecerse, apenas unas ligeras gotas cayeron sobre el suelo, y él se decidió por volver a casa. De todas formas, tampoco tenía muy claro que hacer cuando le encontrara.

 

— ¡Pero que falto de palabra! — Escuchó detrás de sus pasos, viró su cuerpo enseguida y apenas se percató de que alguien montado se acercaba hasta donde estaba, se separó inmediatamente del camino. Era una tontería porque ya le habían visto, pero podría perderse entre los árboles. — Pero si soy yo. ¿A dónde vas?

 

 — ¡Yves! — Le reconoció apenas, la capa que le cubría el cuerpo apenas si dejaba ver las prendas viejas del rubio, y el caballo real que montaba, no dejaba en duda de donde había venido.

 

— ¿Por qué no fuiste a buscarme? —  Bajó del caballo con singular gracia y se acercó de amenazadora hacia Juliel.

 

 —  Las indicaciones que me diste no eran muy claras… ¿Pretendías que entrara al castillo y exigiera verte?  —  Cuando estuvieron frente a frente Juliel, a pesar de ser mucho más alto que Yves, terminó por dar algunos pasos hacia atrás, no borraba de su mente la última vez que se habían visto.

 

— ¿Indicaciones? No te he dado ninguna referencia, ni un acertijo, fui claro te dije: “búscame en el palacio”. — Yves señaló el castillo al fondo, el terreno era enorme y aún había una considerable entrada para poder ingresar. — Si hubieses entrado y preguntado por mí, me hubiesen indicado que alguien quería verme.

 

— No lo habías dicho de aquella forma.

 

— Intenté, pero… no pude decírtelo, tuve que correr. — Sacaba el tema y notó enseguida la incomodidad de Juliel. — Bien, como sea, justo ahora voy camino a pueblo. ¿Tú qué haces aquí?

 

— Por supuesto, vine a buscarte, pero ahora no falta nada para que empiece a llover y creo que no deberías pensar en bajar al pueblo, el camino es complicado para regresar. La vereda, sobre todo.

 

— La lluvia nunca ha sido un problema para mí. ¿En dónde vives? ¿En el pueblo? Podemos ir juntos si así lo quieres, después de todo, has venido a verme a mí. — Aseguro, incluso pensó Juliel, que en su voz había un poco de arrogancia… una muy ligera arrogancia.

 

Pero ¿qué tipo de persona desaprovecharía una oportunidad como esa?

 

El rubio sabía cosas que podrían beneficiarlo, y a Tevas, a todos los involucrados, así que, sin demasiado gusto, aceptó ir camino al pueblo, con Yves.

 

— Esta bien, pero tengo que llegar hasta donde mi caballo para que podamos ir juntos.

 

— Sube al mío. Te llevaré. — Juliel se negó y prefirió adelantar el paso, hasta los matorrales en donde Doin había estado sujeto. Un corcel negro de la mejor raza, tan atípico como el hecho de que alguien como Yves llevase un caballo de esta o mejor sangre.

.*.

 

 —  Lo siento sé que debí cuidarlo, pero.  —  La chica trato de defenderse, después de todo, para su juicio, ella no tenía la culpa — Sólo descuide su puerta unos minutos y cuando regrese ya no estaba en su habitación…

 

 — ¿Qué dices? —  La mucama más antigua del palacio se acercó hacia la joven y le soltó una bofetada — Si el rey se llega a enterar que el príncipe salió a pesar de que se lo prohibió, se enojara con todos.

 

 —  Podemos encubrirlo como otras veces — Esperaba que la mujer mayor le ayudara, pero al parecer había sido una mala idea contarle del nuevo escape del príncipe.

 

—  Pero si lo descubre yo negare que ya lo sabía ¿Entiendes? —  Seguro que el rey lo descubriría, ya le había dicho una noche antes de la cena que había organizado con algunos de los grandes del reino.

 

.*.

 

La última vez que había estado en el pueblo, había sido con el tema de la hoguera y la “reina bruja” a pesar de todo el tiempo trascurrido, algo en su interior le hacía recordar ese aroma de la muchedumbre, el olor a carne y cabello quemado. Se le erizaba la piel un poco, de sólo recordarlo, pero al ir acompañado, disfrazaba sus reacciones.

 

Los caballos descansaban amarados a una fuente. Habían pagado algunas monedas a un hombre que los resguardara y solo por eso Juliel había accedido a adentrarse a los locales céntricos del pueblo, la mercancía en aquellos lados era de primera calidad, tanto él como Juliel desentonaban con todos los sitios, sus prendas no tenían nada que ver con los aristócratas, así que había sido extraño que uno de los negocios, en especial, permitieran que Yves ingresara con tales prendas.

 

— ¿Y solo por esto has venido? — Juliel mantuvo la mirada fija en la caja de caramelos y chocolates que llevaba el rubio en las manos.

 

— Por supuesto, nada es tan bueno, como comerlos recién hechos. ¿Sabes cuanto tendría que esperar para que esto llegase al palacio? — Preguntó ofendido y tomó uno de los bombones para llevarlo directo a su boca, con tremendo malos modales, ofreció a Juliel un caramelo, mucho después de haber comido él algunos más. — ¿Quieres?

 

— No, para nada. — Bufó. — Como sea… Yves, ¿Cómo es que puedes darte estas facilidades? ¿No tienes trabajo que hacer?

 

— ¿Trabajo yo? — Tremenda sorpresa se llevó Yves, casi ahogándose con un trozo de chocolate… ¿Cómo es que Juliel preguntaba semejante tontería? ¿Trabajar él? ¿Era un sirviente acaso? — ¿Con quién crees que estás hablando?

 

— No sé, aún no me has dicho mucho… ¿Trabajas en el palacio sí o no?

 

Yves simplemente negó con la cabeza, rompió un trozo de chocolate y ofreció la bolsa con los dulces a Juliel, se negó a recibirlos bajo el argumento de que él “podría conseguirlos cuando quisiera”. Era ingenuo Juliel, aquello lo entendió el rubio en aquel preciso momento, no dijo más, tampoco aclaró nada, regresaron ambos hasta donde los caballos se encontraban, el viejo cuidador dormitaba sentado en la fuente.

 

— Gracias, es ha sido todo. — Exclamó Juliel, pagó las monedas de ambos y sin más, subió a su caballo, también el rubio hizo lo suyo, colocó la capa en su cabeza, porque la lluvia empezaba a ser un poco más fuerte. — Entonces, nos vemos después ¿No?

 

— ¿Qué? ¿Por qué? — Se quejó de inmediato Yves.

 

—Tengo que llegar a casa, no vivo en el centro del pueblo.

 

— ¿Puedo acompañarte?

 

— Por supuesto que no. Tengo que irme Yves, más te vale regresar ya a donde sea que tengas que ir, te he dicho que es complicado subir de nuevo al palacio si llueve y, es peligroso si vas solo, después de que oscurezca.

 

— Todo eso ya lo sé, pero... puedo regresar a casa del ministro si es demasiado tarde. — Mintió, si Emile no estaba, no valía la pena ir, en primer lugar, porque el ministro delataría inmediatamente la ubicación a su padre. — Sólo deja que te acompañe, platiquemos sólo un poco más.

 

Yves lo pidió como un niño, ante la mención del ministro, Juliel se armó de valor. ¿No había estado buscando al rubio para sacarle información sobre el ministro y el rey?

 

— Está bien, pero... responderás a mis preguntas sin rodeos. ¿De acuerdo?

 

— Me parece un trato justo. Pregunta.

 

Un suspiro por pare de Juliel, también terminó de acomodar su capa e iniciaron ambos el camino hacia las afueras del reino, ahí en la casita sola, en donde vivía Juliel, a mitad se separarían y algo bueno podría salir de tanto hablar.

 

.*.

 

 —  Miriam… has saber a mi hijo de la cena que se celebrara esta noche y encárgate de que esté listo a tiempo.  —  La chica estaba temblando, no sólo por miedo a que el rey se enterase de que el príncipe había escapado, si no que la simple presencia de ese hombre provocaba temor, después de lo sucedido con la reina.

 

 —  Como usted ordene su majestad… —  Así como entro en la habitación de rey, salió, con pasos leves y silenciosos… se dirigió hacia la habitación del príncipe, simulando que obedecía las ordenas, una vez adentro se soltó a llorar, no llevaba ni tres días con ese trabajo y ya estaba en semejante problema; recordó el destino del pobre Henrry, antiguo sirviente de Jean, el príncipe desobedeció a su padre y el rey se desquito con él… ahora él viejo ya estaba muerto ¿Seria ese su mismo destino?

 

.*.

 

Yves lo había platicado todo, los horarios de guardia de los soldados, también sobre los cambios de turno y la inexplicable pero fuerte amistad de entre el ministro y el rey. Él desconocía mucho de su historia, pero todos aseguraban que estando en batalla el gran rey Jean Philippe había sido salvado por Théophile Ugoryo.

 

Y en la plática, ambos aprovecharon el momento para obtener lo que querían, Juliel un poco más de información, Yves la compañía del moreno, por supuesto, tal vez se debía a que desde la primera vez que lo había visto afuera de la casa de Emile, su inquietud por saber de quién se trataba había crecido de sobremanera.

 

Jamás había estado tan interesado en alguien.

 

— ¿Es ahí en donde vives? — Preguntó Yves apenas observó la casita, Juliel asintió y cortó el paso del rubio con su caballo.

 

— Sí, pero justo aquí nos separamos tú y yo.

 

— ¿Qué dices? No serás tan descortés como para no invitarme a pasar ¿No?

 

— No Yves, hemos andado más de lo acordado así que es momento de que te vayas, en poco más va a anochecer.

 

La brisa no se detenía.  Yves levantó los brazos y jaló de las riendas, un relinchido de su caballo y se adelantó para llegar hasta la casa de Juliel.

 

— Alcánzame. — Le retó juguetón, todo era un juego para él, pero Juliel estaba completamente arrepentido de haberle llevado. Lo estuvo cuando observó la figura de su madre salir de la casa, para recibirle. Estaba seguro de que el relinchido le había advertido su llegada.

 

Completo horror. El caballo de Yves se paró de golpe, la capa de su cabeza dejó ver su rostro ligeramente, su cabello rubio, sus ojos verdes inconfundibles. Para cuando estuvo al mismo nivel del rubio, su madre ya se encontraba haciendo una gran reverencia hacia el joven, pero no estaba sola, desde el interior de la casa podía verse a Tevas, mirando por la ventana, con los brazos cruzados y el ceño fruncido…, Juliel fue testigo de como a poco el rostro de su amigo se fue transformando en uno de ira total.

 

No entendía nada.

Su madre y la reverencia

Tevas enfurecido

Y de la nada Yves que echó su caballo hacia atrás.

 

— Es tarde…, tengo que irme Juliel.

 

— Majestad, sea bienvenido de volver cuando lo desee. — La voz de la madre de Juliel resonó a la distancia.

 

Yves no dijo nada, refunfuño por la tonta mujer que le llamó de aquella forma, no tenía tiempo de nada más, tan rápido como pudo, se adentró al bosque.

 

Tevas casi cae al salir de casa de Juliel, corrió hacia su caballo amarrado al ventanal y cabalgó con rapidez, intentando, dando alcance al rubio, se preguntaba ¿Cómo Yves podría estar vestido de aquella forma?, él conocía realmente qué opinaba de los plebeyos. Jamás hubiese imaginado que Juliel se pondría en aquella situación.

 

Juliel, por otro lado, intentó ir detrás del rubio y de Tevas, sin embargo, la voz de su madre lo detuvo inmediatamente

 

— Juliel ¿Qué has hecho? ¿Por qué su majestad vino a este lugar? 

 

— ¿De qué hablas madre? — Preguntó, pero no pudo mostrarse tan incrédulo con toda aquella información.

 

“Emile Ugoryo” “Qué tipo de hombre desconoce el rostro de los poderosos del reino”

 

— De la su majestad, Juliel, ¿De qué más?

 

“¿No conoces a los poderosos del reino? Juliel, yo no soy el hijo del ministro”.

 

.*.

 

— Detente Yves… dime que estás pensando al visitar a esa familia.

 

— No tengo que darte ninguna explicación. — Gritó inclinando su cuerpo hacia el frente, Tevas no se detenía, Yves sólo tenía que llegar al palacio, antes de que ese idiota le diera alcance.

 

Tevas sólo tenía que darle alcance, para interrogarlo y tal vez, después… matarlo. Lo detestaba demasiado como para dejar pasar aquella oportunidad.

 

 

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