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YERRO por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 3: Thibaut

 

— ¿Parece digno de un rey? Desobedecer, no cumplir con el protocolo de etiqueta, burlar a los guardias. ¿Sería correcto de mi parte pasar por alto todo esto? Jean… — Los ojos de Jean se llenaron de pesar, su padre estaba demasiado avergonzado. — Y con esa mirada no vas a solucionar nada, ni evitarás un castigo.

 

— Me disculpo, majestad. — Murmuró arrepentido. Su padre era un completo blando.

 

— Tengo que pensar como solucionaremos esto. Ven más tarde a mi habitación.

 

— Como diga. — Jean observó a su padre marcharse y esperó a estar completamente solo en su habitación para soltar tremenda carcajada. ¿Qué había sido todo aquello?, pensó. ¿Esa era la reprimenda de un rey? El rey de los idiotas, tal vez. Sin remordimiento se arrojó hacia su cama para descansar por fin, después de tanta exigencia. Repasaba en su cabeza una y otra vez la imagen de su padre al observarle entrar en tremendas condiciones, ¿Cómo era posible que fuese tan ingenuo? Había pedido que le prepararan un baño templado antes de decidirse a entrar para llamarle la atención.

 

Un tonto cualquiera que era y, sin embargo, jamás podría siquiera sentir un poco de pena por él, no después de saber de su oscuro pasado. No después de saber el que su padre, le había dado a ella, a "su madre". Roselyne de Breizhlande.

 

Mientras estuvo con vida, había recibido un sinfín de maltrato sin arrepentimiento y ahora que estaba postrada en una cama, ahora que había perdido la capacidad de moverse, de hablar, de sonreír siquiera, era más víctima de las injusticias a las que el rey la sometía cuando nadie los observaba.

 

Jean aún era joven cuando se enteró de todo aquello y sin necesidad de un consejero, decidió que sujetaría al sueño, con la misma cadena del perro…  y ahí un enorme dilema, porque tampoco es como si amara desmedidamente a su madre, le tenía cierto aprecio, pero, no era suficiente para quererla.

 

Pensaba que en algún momento de su vida pagaría por todo aquello, pero mientras la desgracia le alcanzaba, daba rienda suelta a cumplir cada uno de sus caprichos, era un hedonista empedernido y tener las cosas a su favor, era su vicio.

 

“Perdición de los sentidos”

“Jamás retes a la desgracia, a tu puerta avanza”

 

En algún momento de la tarde terminó por levantarse de la cama, caía ya la oscuridad de la noche, pero no había podido ni dormir un poco, los sirvientes caminaban de un lado a otro, la cena estaría lista en poco tiempo. Sin vacilar, caminó hacia la habitación real, de su padre. No hubo rastro de él, pero estaba entre las sábanas perfectas, el cuerpo de su madre postrada, con la mirada fija al techo, el reflejo de los cristales del candelabro y las velas iluminaban de forma majestuosa su mirada de “reina”. Jean se sentó en el lecho matrimonial de sus padres, y con movimientos felinos se deslizó junto a su madre. Su cuerpo tibio en comparación al cuerpo de la reina.

 

Jean era un manjar a la vista de otros, su apariencia encantadora casi angelical y el delicioso aroma a flores que le acompañaba a todos lados. Jean príncipe, observó fijamente a la reina, le acomodó los cabellos rubios, como los suyos y sin aviso previo, se acomodó casi de una forma infantil en el pecho de ella. Para ese momento los pies del rubio estaban descalzos, así que terminó por acurrucarse junto a ella sin ningún reparo en sus acciones.

 

Él mismo movió el brazo de su madre para simular un abrazo; el abrazo cálido provoco un dolor un su pecho y sin poder evitarlo comenzó a llorar, lloró, y mojó la bata de Roselyne, las lágrimas también salieron de los muertos ojos de su madre, él no lo notó, la madre intentó mover un dedo para que su hijo supiera que estaba con él, pero nada, su cuerpo congelado no le respondía, Jean cerró los ojos y cayó dormido en el lecho real, había pasado en vela toda la noche, con su mejor amigo; el hijo del ministro.  La madre pensó que estaba dormido, y entonces ella también cerró los ojos, minutos después el rey con fastidio entró a su habitación, "gran sorpresa" la mujer sin alma estaba abrazando al su Jean y él dormido en su pecho, acurrucado como cuando era tan sólo un niño.

 

— ¡Jean! — llamó con desesperación al príncipe, y él no contestaba, El rey se acercó a su hijo, dio un ligero empujón: nada. Su hijo estaba inconsciente “o tal vez un poco trasnochado”, la mujer le abrazaba — Roselyne, estás robando el alma de tu propio hijo.

 

Habló con la intensión de ser escuchado por otros, los guardas ingresaron ante la petición del rey, entendieron que la mano de la reina maldita había podido moverse para atrapar el alma del príncipe.

 

— Es una bruja… — Murmuraron algunos.

 

Semejante deducción. Una tontería.

  

 

.*.

 

— ¿Qué quisiste decir con eso padre?

 

— Lo que has entendido — Murmuró con una exagerada preocupación. Nada creíble. — El rey encontró a Roselyne robando el alma de Jean, es por lo que él aún… no se ha desarrollado como el hombre que es. Antes nadie lo ha dicho, pero ahora todo tiene sentido, la apariencia de Jean no puede ser más que provocado por magia negra, por una bruja. 

 

— Padre, debes estar equivocado, la reina no podría, yo aún le recuerdo. Ella siempre procuró a Jean. No sería capaz.

 

— Como sea, hijo, ya han hecho una acusación formar ante la iglesia, los preparativos para la hoguera estarán listos en tres días.

 

— Y Jean ¿Qué dijo al respecto?

 

— Nada, ni defendió ni acusó a su madre, sólo ha permanecido encerrado en su habitación.

 

.*.

 

— Juliel, el ministro está a punto de cerrar el pacto con el Rey Enguerrand, este es el momento para atacar.

 

— Gabín, eso es imposible, aun no consigo la carta.

 

— Pero se dé buena fuente que has hecho migas con su joven hijo — Juliel le miró insistente, y pensó, que seguro Tebas le habría contado.

 

— No, sólo me he topado un par de veces con él, sólo saludos y conversaciones sin importancias.

 

— Entablar una relación con ese engreído es lo más difícil, es pretencioso, prejuicioso y ruin, no se acerca a los pobres al menos que mujeres jóvenes, él no se rebajaría a entablar una conversación con los plebeyos y tú has logrado “conversaciones sin importancia”. Lo has hecho bien, incluso si te considerara un amigo, las cosas serían más fáciles para nosotros…porque lo único bueno que le queda a ese bufón, es la fidelidad a sus amigos, ya lo ves, al hijo del rey lo defiende a capa y espada, a Jean también es difícil verle acompañado, si estás con uno, estás con el otro.

 

— ¿Entonces es amigo del príncipe?

 

—Ya lo sabes, la espada del ministro es lo mismo que la corona del rey.

 

— Bien lo haré, tratare encajar una buena amistad con él. — Su honor y el de su familia lo valían.

 

.*.

 

Esencia de muerte, murmullos por los pasillos, más oscuridad de la recurrente. Con las cortinas cerradas a habitación parecía abandonada. Todo sirviente había tenido prohibido entrar, ni siquiera para dejar algo de comida.

 

El hijo del ministro, sin embargo, se había atrevido a ingresar a la habitación de Jean, apenas le había sido posible visitarlo.

 

— Jean, en cuanto lo supe, lo de tu madre, he venido sin dudar.

 

— ¿Para qué? — Respondió y giró su cabeza, reposaba su cuerpo el diván junto a su cama.

 

— ¿Por qué me lo preguntas? Entiendo como debes sentirte, cuando mi madre murió tú estuviste a mi lado, quiero ser ese apoyo para ti, en este momento.

 

— La reina no ha muerto, están preparando su cuerpo para incinerarla viva. — Corrigió. — Pero no es como si sintiera que mi corazón no puede con eso. Será como siempre, muerta ha estado ya desde hace años.  

 

— No mientas, ¿Por qué eres tan duro ahora? — Se acercó al príncipe, Jean levantó su rostro, mostrando un aspecto gélido, completamente inmutable, incluso podría decirse que el hijo del ministro estaba mucho más inconsolable que él. — Te conozco, algo te duele.

 

La pasividad de su rostro desaparición, con una sonrisa de medio lado terminó delatando su lamentable pensamiento.

 

— ¿Sabes que han dicho? — Preguntó completamente furioso. — Que me ha embrujado desde hace años, y que mi cuerpo ha sido el resultado de eso. ¿Puedes creerlo? Vengo a enterarme ahora que todos piensan que mi cuerpo no es digno de un rey. ¡Cuerpo de niño, me han dicho!

 

Jean presionó los puños. Y su mejor amigo sacó un suspiro pesado.

 

Sí, eso decían. Que el cuerpo de Jean no correspondía con un hombre de su edad.

 

.*.

 

El fúnebre lugar, olía a quemado, el piso de piedra de la plaza principal estaba tapizado de cenizas, la gente con morbo miraba lo poco que quedaba de lo que alguna vez fue una linda mujer de ojos verdes y cabellos castaños, mejor conocida como Roselyne de Breizhlande, el rey miraba triunfante desde un balcón del palacio de juicios, el príncipe Jean y el hijo del ministro perdidos entre la gente con la mirada gacha, el príncipe se separó unos metros de su amigo, quería alejarse de ahí, el olor era insoportable, las náuseas le invadieron y terminó volviendo el estómago en un callejón apartado. El hijo del ministro al notar que su amigo se marchaba se dirigió a su morada, conocía a Jean y era mejor dejarlo sólo unos días.

 

.*.

 

Apenas en la mañana se había enterado de lo que ahora todo el pueblo llevaba entre labios, "El castigo a la reina bruja", caminó por el lado apartado del pueblo, quería evitarse a toda esa gente morbosa que seguramente irían hablando de lo que en la plaza acababa de acontecer, dio vuelta en una de las calles y se topó con unos ojos verdes enrojecidos, ¿Había llorado?

 

— Nos volvemos a encontrar Yves…— el rubio al ver quien le hablaba dejo escapar una sonrisa falsa— Veo que ni le comieron los lobos ni le atacaron los ladrones.

 

— ¿Y con quién crees que estás hablando?, todos ellos me respetan — Rodeó el cuerpo que no le permitía pasar y como si nada se alejó— Lo siento, pero llevo prisa…

 

— Maldito bastardo — Juliel bufó en lo bajo, ahora que necesitaba congeniar con Yves, este sacaba su lado temperamental. Sí, al parecer la gente tenía razón, Yves era fastidioso y voluble…— "Te odio tanto como a tu padre…"

 

 

 

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«. ·°·~*~' Reina bruja '~*~·°·. »
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