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Querido amigo por Cris fanfics

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— Nos encontramos en el parque Deerfield, a los pies de esta gigantesca estatua. La ceremonia está a punto de comenzar. La emoción se palpa en el ambiente. El primer ministro Vanguard y el ministro estadounidense, Caine Cooper, se disponen a cortar la cinta.

Tan pronto como los dos susodichos se acercaron a cumplir el propósito por el que se encontraban allí, apagué el móvil. No quería seguir escuchando al irritante periodista que no paraba de repetir lo maravillosos que eran los dos políticos por estar haciendo montones de nada en vez de estar cumpliendo con sus respectivos trabajos y hacer algo realmente útil por la sociedad.

Hice una señal a los dos delanteros de mi equipo. Ya sabían lo que tenían que hacer en cuanto destruyera la estatua: algo tan simple como dejar fuera de combate al primer ministro y llevarle con los hombres de Wyles para que se encargaran de él.

Rhim y Diam asintieron, sin nada más que añadir, y salieron a toda velocidad de la foresta donde nos encontrábamos escondidos.

Yo también me moví del sitio; lo mejor sería apuntar desde un terreno elevado y cercano al lugar para poder observar lo que ocurría. Y la entrada del parque parecía el sitio adecuado.

El lugar estaba lleno de turistas y periodistas que, al verme pasar, se me quedaron observando de una manera extraña. No era para menos teniendo en cuenta mis pintas.

En cuanto me subí encima del portón con un ágil salto la gente comenzó a inquietarse. Dudaba de que hubieran escuchado nada sobre los alienígenas y sus ataques a los institutos de Tokio —sobre todo teniendo en cuenta que habían ocurrido unas pocas horas antes y no podían haberse enterado si llevaban en el parque desde el principio de la jornada— pero se les notaba nerviosos, como si en el fondo sus instintos más básicos detectaran que se encontraban en peligro.

— ¡¿Qué haces, joven?! ¡Bájate de ahí ahora mismo!

Decidí ignorar a la multitud y centrarme únicamente en mi objetivo. Si no lo hacía temía perder la oportunidad de tirar cuando Vanguard estuviera a la distancia justa de la estatua como para asegurarme que no quedase aplastado bajo los cascotes.

— Si no obedeces tendré que llamar a los guardias del parque, y no te va a gust…

Se hizo el silencio cuando el balón negro de la Alius apareció de la nada justo delante de mí.

— ¿Qué demonios es eso? ¿Es que el parque ha preparado algún evento sorpresa por la visita del ministro americano? —preguntó un hombre en un tono de voz bastante alto.

— Mamá, quiero irme de aquí… tengo miedo.

Y bien que hacía en tenerlo. Si padre me hubiese ordenado atacar a las multitudes no hubiera dudado ni un momento en hacerlo.

En cuanto el político japonés cortó la cinta, solté el balón y lo golpeé con todas mis fuerzas.

Pronto, una nube de polvo cubrió toda la zona.

Mi agudizada vista pudo detectar como mis dos compañeros se internaban entre la asustada multitud y, en menos de un segundo, se llevaban a un desmayado Vanguard.

Con una sonrisa triunfante en el rostro, me marché pasando entre los espectadores de todo lo allí sucedido, que —con un respeto reverencial— se apartaban de mi camino.

**********

Aquel día ya habíamos hecho bastante.

Tras comprobar que ni el Servicio Secreto —que había estado durante el evento— ni la policía local nos seguían la pista, habíamos ido a descansar a el edifico de apartamentos que padre había adquirido en Nara para que usáramos como refugio el tiempo que permaneciéramos allí y no estuviéramos haciendo nuestra misión; por mucho que tuviéramos la piedra Alius en nuestro poder seguíamos siendo humanos y nos cansábamos tras demasiado esfuerzo físico.

Además, al día siguiente íbamos a estar aún más atareados que aquel. No solo tendríamos que continuar derrotando a equipos juveniles sino también hacernos con el control de de la cadena televisiva de Nara Deer TV para lanzar un mensaje de amenaza a Nara y a todo Japón.

Sentí una repentina ilusión por terminar con todo aquello y volver a la base del monte Fuji. Estaba seguro de que padre se sentiría orgulloso de mí, ya que mientras que el resto de los capitanes no estaban haciendo nada por la causa yo estaba sentando las bases de todo el proyecto. Por fin podría demostrar que yo no era alguien a quien se pudiera infravalorar. Que aunque no fuese el mejor aún podía ser de ayuda.

Y con esa esperanza de ser reconocido en mente, me quedé profundamente dormido.

**********

Nos hicimos con el control de la cadena sin ningún problema. Había sido bastante fácil.

— ¡Atención, terrícolas! Somos la Academia Alius —exclamé ante la cámara—. Hemos venido del espacio exterior y estamos en vuestro planeta para demostraros mediante nuestro poder lo patéticos y débiles que sois. ¡Es inútil que os resistáis! ¡Si nos desobedecéis, emplearemos la ley del más fuerte para aplastaros!

Me aparté del angulo de visión de la lente de la cámara y la apagué.

—Es solo cuestión de tiempo que venga el Servicio Secreto… llevan buscándonos desde ayer —dijo Galileo.

Asentí con la cabeza.

— Les esperaremos en la azotea —me puse en marcha dando por hecho que todo el equipo me seguiría sin necesidad de que se lo ordenase—. Cuando lleguen los derrotaremos frente a las cámaras de televisión y quedará claro que nadie debe interferir en nuestro camino.

— ¿Qué pa-pasa si se niegan a ju-jugar y vienen armados?

— Aunque vengan armados no suponen un problema para nosotros. De hecho, si deciden atacarnos en vez de participar en un estúpido partido de fútbol, nos vendría hasta mejor; así demostraríamos que nadie puede enfrentarnos independientemente de los medios que use.

El gigantesco portero soltó una de sus ruidosas carcajadas.

— Eres cruel y calculador como tú solo, Janus… como sigas así vas a llegar a la altura de nuestro señor Gazelle.

Chasqueé la lengua.

— No me compares con ese arrogante. Yo me esfuerzo siempre para cumplir mis propósitos y mejorar, Gazelle se limita a ocupar su asiento de alto cargo con su ego y hacer lo que le viene en gana mientras observa a todo el mundo por encima del hombro.

— ¡Ja, ja, ja! Lo siento, capitán. A veces olvido el mal humor que tienes cuando hablamos de los jefes…. Aunque lo de mirar por encima del hombro no es algo que solo haga Gazelle.

— ¿Tienes algún problema conmigo, Galileo? Recuerdo que tú fuiste uno de los que insistió en que yo fuera capitán del equipo.

— No, Janus. Solo recalcaba que no es solo al capitán del Diamond a quien se le han subido los humos.

No perdí el tiempo contestando a ese comentario, pero tras que Galileo dijese eso pude notar la mirada de Diam clavada en mi nuca, dándome a entender claramente que estaba de acuerdo con él.

**********

El último agente adulto en pie recibió un balonazo de Rhim y salió despedido contra la portería.

Me acerqué a la única del equipo rival en condiciones… y también mi objetivo.

— Ya solo nos quedas tú.

— ¿Cómo te atreves? —preguntó indignada Victoria Vanguard, mientras se abalanzaba hacia mí con la intención de pegarme un puñetazo.

— Señorita Victoria… ¡Huya, vamos! ¡Tan solo es una niña! No puedo dejar que… —exclamó un hombre grande como un armario mientras se interponía entre ella y yo.

— ¡Cállate ya, Smith! ¡Soy la capitana del Servicio Secreto! ¡No pienso dejaros tirados! ¡Lucharé con todas mis fuerzas hasta el final!

A pesar de que admiraba su valentía no podía dejarla marchar. De una patada aparté al agente y la cogí del brazo para obligarla a irse conmigo.

— ¡Alto ahí, Janus!

Victoria detuvo su pataleo y preguntó con la voz teñida de alivio:

— ¿Mark?

La solté sin cuidado alguno.

— Vaya, vaya, vaya… Pero si es el terrícola impertinente de antes.

— ¡Mark, has venido! —le agarró los brazos y le miró fijamente a los ojos.

— ¡Tori! ¡¿Estás bien?! —dijo él cogiéndola de los hombros y mirándola de arriba a abajo para comprobar que no había resultado herida.

— ¡Yo sí! Pero el resto del Servicio Secreto está malherido.

No intervení para que dejaran de hablar o se separaran, me limité a observarles en silencio.

Era tan claro el lazo de amistad que los unía que no pude evitar recordar aquellos tiempos en los que yo tenía un vínculo así de fuerte con mi mejor amigo.

Tragándome todo sentimiento que aquellos recuerdos me pudieran provocar, me centré en el presente.

— ¡Estos partidos no son más que el comienzo! Los terrícolas aún no os habéis percatado de la magnitud de nuestro poder.

— ¡¿De qué estás hablando?! ¡¿Quién te crees que eres?! ¡Janus, acabaremos derrotándote! ¡Lucharemos por todos aquellos a los que mandaste al hospital! ¡No podemos perder!

— ¡Mark! —exclamó Victoria con los ojos brillantes de la admiración.

— ¡Ja, ja, ja! ¿Has oído eso, capitán? Ha dicho que ganarán ellos —coreó Galileo con burla.

— ¿De verdad pensáis que tenéis alguna posibilidad? Ya veo que no escarmentáis. Os aplastaremos de nuevo, pero esta vez os aseguro que no volveréis a levantaros.

Justo cuando terminé de decir esto, la única puerta que daba a aquel lugar soltó un chirrido metálico y dio paso a una nueva persona, que entró en escena con una elegancia y confianza envidiables.

Durante unos segundos no supe como reaccionar ante su presencia. Porque no podía ser que ella estuviera allí. Era imposible.

Pero era verdad.

Aquilina —más madura y con una seguridad en sí misma que no había visto nunca en ella— se plantó al lado del equipo del Raimon y me taladró con la mirada, recriminándome en silencio el que estuviéramos en aquella situación.

— Chicos, os enfrentáis a un equipo que ya os ha vencido una vez. Demostradme que ahora podéis hacerlo mejor —exclamó con sobriedad.

— ¡Sí, entrenadora!

«Siempre es igual. Todos aquellos en los que confías te traicionan de una forma o de otra ¿de qué te sorprendes?» dijo una voz maliciosa dentro de mi cabeza.

Hice lo imposible para que nadie notara mi turbación pero, aún así, pronto noté como Diam se acercaba a mí para intentar darme apoyo con su presencia.

Pero eso no era suficiente para que aquella antigua herida a la que acababan de echar sal dejara de doler.

— Creo que los terrícolas tenéis un dicho para esto: «No hay más ciego que el que no quiere ver» —recité dándome a mí también por aludido con aquel refrán—. Y, ahora, no os va a quedar más remedio que ver lo débiles que sois.

Y, así, todos nos colocamos nuestras respectiva posiciones en el campo.

A pesar de ello, pude darme cuenta de que Diam deseaba hablar conmigo. No paraba de lanzarme miradas de reojo en las que parecía que me gritaba con su clásico tartamudeo y tono nervioso si me encontraba bien o si necesitaba un hombro donde llorar.

A esa preocupación evidente solo le respondí con una orden de que se concentrase en cosas realmente importantes. No era el tiempo ni el lugar para desahogar mis confusos sentimientos con nadie.

A lo largo de la primera mitad del primer tiempo no ocurrió ninguna novedad interesante. Nosotros dominamos casi todo el partido y ya habíamos marcado un total de veintitrés goles; dieciséis de ellos marcados por un servidor como una forma de dejar salir mi ira sin hacer nada demasiado inadecuado —como lanzar esos pelotazos a los espectadores en vez de a la red— o bochornoso.

Podría no haber sido así, ellos podrían habernos hecho algo de competencia. Después de todo, el delantero estrella del Raimon tuvo la oportunidad de intentar marcar un gol a su favor, pero nuestro portero no tuvo ni que molestarse en parar el balón ya que —de alguna forma que no conseguí entender— su famosa supertécnica, el tornado de fuego, se desvió de una manera que casi parecía que la había fallado a propósito.

En la segunda mitad, sin embargo, si que hubo un cambio interesante… pero no precisamente muy beneficioso para el Raimon.

Todos sus jugadores habían intercambiado sus posiciones por órdenes expresas de Lina.

— ¡Uf! ¡Qué aburrimiento! No podemos perder más tiempo con vosotros. Se acabaron los jueguecitos. Ahora vamos a demostraros nuestra verdadera capacidad.

— ¿Qué? ¡¿Os estabais conteniendo?!

— ¡A partir de este momento usad las supertécnicas que queráis, equipo! ¡No tengáis piedad alguna!

De ahí en adelante atacamos a su portería sin contenernos lo más mínimo; si Mark se metía en medio de la trayectoria del balón era problema suyo —nosotros no íbamos a contenernos porque él fuera un cabezota— y cuando el resto del equipo intentaba detenernos, eran rápidamente despachados por nuestras supertécnicas.

Sonó el pitido de final del primer tiempo.

—¡Bah! ¡Qué pérdida de tiempo! —escupí más que exclamé.

— Estos terrícolas son decepcionantes. Apenas empiezas a jugar con ellos, ya se vienen abajo.

Abandoné mi posición en el centro del campo y fui hasta el capitán del equipo contrario.

— No tenéis nada que hacer. Habéis demostrado con creces que no sois rival para nosotros.

— ¿Qué te has creído? ¿Que ya has ganado? ¡El partido aún no ha terminado!

— ¡M-Mark! ¡No podemos soportar esto mucho más tiempo! —casi sollozaba un defensa de melena azul que se encontraba en las últimas—. ¡Si seguimos así nos van a destrozar!

Antes de que tuviera oportunidad de responder a su compañero, Pandora —que había estado casi todo el partido ausente— se acercó corriendo hasta mí.

— ¡Janus!

— ¿Qué sucede? ¡No te interpongas en mi camino! ¡Estoy a punto de terminar lo que empecé!

Temerosa ante mi arrebato, se atrevió a susurrarme al oído:

— Padre nos pide que volvamos a la base. Los planes han cambiado y ahora nos requieren para otros… asuntos.

— ¡¿Qué?! Ya veo… ¿Y qué pasa con la hija del ministro? —susurré también para evitar que nuestros enemigos me escucharan.

— Ya no es necesaria.

— De acuerdo. Nos marchamos.

— ¡¿Adónde vais?! —gritó Victoria.

— Mmm. Parece que esta vez os habéis salvado por los pelos, Instituto Raimon. Espero que hayáis aprendido la lección. Está claro que jamás podréis competir con la poderosa Academia Alius.

— ¡A-alto! ¡D-devolvedme a mi padre!

Evans y el ex-capitán de la Royal consiguieron detenerla antes de que se abalanzara sobre mí.

— Si nos disculpáis…

Dirigí una mirada cargada de odio a Aquilina como despedida.

Desde luego, tendríamos que hablar del tema de su traición con padre. Y yo no tendría pegas en obrar en consecuencia a sus acciones en nuestra contra si él me lo ordenaba.


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