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Querido amigo por Cris fanfics

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Los fuegos artificiales adornaban el cielo con sus luces de colores, los puestos de comida estaban a rebosar de gente y las risas y gritos de los niños resonaban por el pueblo.

Debido a que ya teníamos una cierta edad, padre —que cada vez se ausentaba más por motivos que no conocíamos— nos había permitido celebrar el fin de año fuera del orfanato… y solos. Y que mejor forma de pasárselo bien que esperar hasta el día del festival local para participar en él.

La festividad no era una gran cosa, pero nosotros —poco acostumbrados a nada más emocionante que acampar en mitad del bosque por aquellas fechas— estábamos emocionadísimos por asistir.

Para poder ir, todos habíamos tenido que estar una semana entera cosiendo los desperfectos de unos kimonos que Aquilina había conseguido de segunda mano. Desperfectos que, por poco, no terminamos de corregir debido a que no sabíamos coser y nos había costado cogerle el truco. Pero por lo menos pudimos tenerlos listos para el día señalado… aunque no con toda la calidad que podrían haber tenido.

Y allí estábamos, en medio del montón de gente con nuestros mal amañados kimonos y con sonrisas tontas de oreja a oreja.

— ¡Esto es increíble! ¡Hacía años que no veía tanta gente vestida con ropa tradicional japonesa!

— Claude, para de gritar, estás haciendo que la gente nos mire raro.

Xavier soltó una carcajada y agarró el hombro de Isabelle.

— Déjale disfrutar, nunca hemos tenido la oportunidad de soltarnos tanto.

— Además… hace rato la que estaba gritando como una posesa mientras jugaba a capturar el pez dorado eras tú —añadió Claude con una sonrisa traviesa, intentando provocarla.

Ella se ruborizó.

— ¡No estaba gritando! ¡Por lo menos no tanto como tú!

Y así empezó una discusión “amistosa” entre ambos.

Estaba atento a lo que se decían hasta que noté el tímido contacto de una mano cogiéndome del brazo.

— ¿Qué ta pasa, Dylan? —susurré lo más bajito posible.

Xavier se acercó a nosotros.

— ¿Te encuentras mal? —le preguntó.

Dylan se limitó a negar con la cabeza, pero por la forma en la que miraba a Isabelle y a Claude me imaginé que lo que le ocurría era que estaba asustado por el temperamento de aquellos dos.

Xavier también debió de darse cuenta, porque les mandó a callar con un rápido gesto.

La cara de Dylan reflejó alivio casi al momento.

Le puse la mano en la cabeza y empecé a acariciarle para que se calmara con más facilidad.

Xavier nos sonrió con dulzura, haciendo que mi corazón palpitara un poco más rápido.

Aunque había pasado un periodo corto de tiempo desde que me empecé a replantear mi sexualidad había pensado bien las respuestas a las dudas acerca de mis preferencias… y lo que sentía por mi amigo.

Aunque en el fondo siempre las había sabido.

Nunca me habían interesado las chicas, sí que deseaba a los chicos. Así que no le dí más vueltas a ese tema ni hablé sobre ello con mis compañeros, ya que tenía miedo de sus posibles reacciones al enterarse. No en vano, a nadie de mi entorno le gustaban las personas de su mismo género y a lo mejor empezaban a tratarme diferente porque mis gustos eran raros.

Con el único con el que me interesaba sincerarme sobre el tema, acabé decidiéndome, era con Xavier.

Valoraba muchísimo nuestra amistad —por no decir que era una de las cosas más importantes de mi vida—, pero según iba asimilando que quería más sabía que nuestra relación se podía ir al garete con cualquier decisión que yo tomara. Porque no tenía mucho dónde elegir: o le hablaba acerca de mis sentimientos y aceptaba la reacción de Xavier al respecto o me callaba y seguía fingiendo que quería que nuestra relación siguiera siendo de amistad.

Y en aquellos momentos me decantaba más por la segunda opción.

— Muchas gracias, Xavier.

— S-sí, gra-gracias —añadió precipitadamente Dylan.

— De nada.

— Solo tú molestarías a un crío que no es capaz ni de hacer daño a una mosca, Claude —exclamó una voz a nuestras espaldas.

Todos nos dimos la vuelta a la vez, como si fuésemos una única persona, para ver como Bryce salía de la multitud con el porte orgulloso que le caracterizaba desde pequeño y mirando con superioridad a un sorprendido Claude.

— ¡No era mi intención! Además… no fui solo yo. Isabelle también le asustó.

— ¡Tú empezaste! —rechistó ella.

Bryce, ignorándola, se acercó a Claude.

— Siempre estás molestando a los demás, eres incapaz de hacer las cosas por ti mismo y, encima, nunca cargas con la responsabilidad de las cosas que haces mal. Tu forma de ser y actuar me ponen nervioso —confesó.

Claude acusó el golpe, pero no tardó en recuperarse y responder:

— Dice el que tiene complejo de dios. Siempre miras a todo el mundo como si fuésemos hormigas molestas en tu camino… pero no eres tan perfecto como crees.

— Chicos, parad —intentó meterse Xavier.

— ¡Esto no es asunto tuyo! —exclamaron los dos a la vez, haciéndole callar al momento.

— Tal vez no sea perfecto pero siempre seré mejor que tú.

— ¿A sí? ¡Pues te voy a bajar de tu pedestal! ¡Compite contra mí!

— N-no sigáis, os estáis pa-pasando —susurró el pobre Dylan.

Por suerte para él, nadie a parte de mí le escuchó y conseguí frenarle antes de que tuviese la oportunidad de volver a intentar detenerlos.

— ¿Competir? ¿Qué te crees? ¿Que tenemos cuatro años? No sé para que me molesto en hablar contigo —dijo mientras se apartaba el flequillo blanco de la frente y se daba la vuelta, dispuesto a marcharse.

— ¿Acaso tienes miedo?

Bryce se detuvo y volvió a mirar a Claude con una cara que asustaba…

— Tú te lo has buscado. ¿En qué quieres competir?

Claude se quedó descolocado por unos segundos. Tras razonar la pregunta de su rival dirigió su mirada a unos puestos de bolitas de pulpo que se encontraban uno al lado del otro, ambos rodeados de decenas de personas.

Los señaló con el dedo mientras decía:

— Esos puestos. Seguro que los dueños necesitan ayuda.

Bryce solo tuvo que mirar para saber lo que se le había pasado por la cabeza a Claude.

— Voy a dejarte a la altura del betún —comentó con una sonrisa pícara que no había visto nunca en él.

— Eso ya lo veremos —dijo Claude con su típico tono de «me da igual que digan que soy como un niño pequeño, yo hago lo que me da la gana».

Y así, empezó una escena que parecía sacada de una serie cómica de animación.

Los tenderos de los puestos no tuvieron problema con aceptar la propuesta de Claude y Bryce de ayudar, es más, estaban encantados con la oferta. El primero de los dos chicos se remangó las mangas del kimono —Bryce ya las tenía subidas desde antes, le encantaba llevar las camisas remangadas—; después, ambos se pusieron un delantal y empezaron a cocinar y a atender a los clientes con una ilusión y unas ganas que casi parecía que habían nacido para trabajar de aquello.

— Esto es absurdo… —pude decir, sin saber qué más decir, al ver como un numeroso grupo de compañeros nuestros se arremolinaban alrededor de los puestos animando a su favorito y haciendo apuestas de cual de los dos ganaría.

Como respuesta solo recibí la cada vez más fuerte carcajada de Xavier y un comentario entre dientes de Isabelle:

— Menudo par de imbéciles —se puso la mano en el entrecejo, como si le hubiese dado migraña.

Dylan tiró con ánimo de mi kimono.

— V-vamos a ver más de cer-cerca. —La ilusión iluminaba su cara.

— Ya de perdidos al río —sonreí mientras empezaba a internarme entre la multitud.

A medida que avanzaba la noche se iban acercando cada vez más personas dispuestas a comprar en los puestos. Ya podían los dueños agradecerles a Claude y Bryce la ayuda —pensé— les estaban sacando las castañas del fuego…

Me encontraba animándoles cuando un hombre empujó violentamente a Dylan, casi haciendo que cayera al suelo. Sin darle importancia a este hecho, el adulto siguió adelanta sin mirar atrás, ni siquiera se disculpó o se detuvo a comprobar que no le había hecho daño.

Cegado por la rabia me abalancé sobre él.

— ¡Mira por dónde vas, imbécil! ¿No tienes ojos en la cara o qué?

El hombre me fulminó con la mirada, y solo entonces me dí cuenta de las pintas que tenía: parecía que lo habían sacado de un película de mafiosos.

— No, no pasa n-nada. Dis-disculpe a mi amigo, se-señor —intervino Dylan cogiéndome con fuerza del brazo, haciéndome bastante daño, para que no continuara hablando.

Suspiré con exasperación e intenté deshacerme del agarre de mi pequeño amigo.

El repentino revuelo entre la multitud atrajo nuestra atención como un imán, haciendo que nos olvidáramos momentáneamente de lo que estaba pasando.

— ¡Empate! ¡A lo largo de estas tres horas ambos contendientes has conseguido vender una cantidad exacta de ochenta y siete bolas de pulpo! —exclamaba Ethan poniendo sus manos a modo de megáfono.

Todos los chicos y chicas del orfanato aplaudieron y felicitaron a Claude y Bryce, pero las caras de ambos eran un poema; se notaba a leguas que no estaban nada conformes con el resultado, dudaba de que si quiera se creyeran la cantidad de mala suerte que había que tener para haber empatado.

— ¡Jordan! ¡Dylan! ¿Dónde os habéis metido? —escuché la voz de Isabelle.

La ignoré y volví a centrar mi atención en el hombre, pero este ya no se encontraba allí. Como se podía esperar, había desaparecido sin dejar rastro alguno.

Resignado, miré a Dylan y con un gesto le indiqué que me siguiera hasta reunirnos con el grupito con el que habíamos estado todo el festival.

Claude y Bryce, obviamente, también estaban.

— La próxima vez te ganaré, peinado de tulipán —estaba diciendo Bryce, con una sonrisa juguetona aún más novedosa que la pícara que había hecho horas antes.

— ¿Perdona? ¡Que ese apodo me lo ponga alguien que podría perfectamente participar en una propaganda exagerada de un fijador de Pantene me ofende!

Bryce se apartó el flequillo de nuevo.

— Sí, sí, lo que digas. Pero que conste que no me rendiré hasta que demuestre que soy mejor que tú… en todo.

— ¡Eso ya lo veremos!

Con un brillo competitivo en los ojos, Bryce se alejó de nosotros perdiéndose de nuevo entre el gentío.

Mientras todo esto ocurría —y sin que Jordan y los demás supieran nada de ello— el hombre se alejó de la molesta multitud y se reunió con su compañero, que lo esperaba a las afueras del pueblo.

— ¿Has localizado a los críos?

— Sí, y también he tenido un choque con un par de ellos.

El otro hombre asintió, ignorando el gesto asqueado del recién llegado, y sacó de su bolsillo una foto en la que salía aquel anciano cabezota rodeado de los niños a los que habían ido a buscar.

— Bien. Si realmente le importan esos chicos… la próxima vez que intentemos negociar con él aceptará nuestra propuesta. No tiene elección.


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