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Intentos por Mc-19051

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Notas del capitulo:

Espero les guste <3

Segundo llevaba toda la mañana portándose extraño y eso lo tenía mal, podía ver un sentimiento de tristeza en sus ojos que ya no sabía cómo tranquilizar, le había ofrecido viajes, comida —bien cocinada esa vez—, más dinero, ropa, inclusive se había ofrecido a comprarle otro auto, pero nada sacaba a su persona favorita de sus ánimos tan pesados.

Así que optó por dejarlo solo, no se sentía cómodo con la idea de abandonarlo, pero él no sabía lidiar mucho con la tristeza, así que empezó a caminar por el edificio cómo de costumbre, quizá podría pedirle un consejo a Angello de cómo subirle los ánimos a Segundo, pero no podía encontrarlo por ninguno de los pasillos por más que buscase ¿Acaso estaba limpiando otro edificio?

Entonces pensó en Javier, Javier le explicaba todo, capaz sabría cómo subirle el ánimo a alguien sin mucho problema.

Decidido tomó rumbo hacia los cubículos donde encontraría a su castaño genérico de confianza.

—Hola, Javi —lo saludó contento a sus espaldas, el muchacho estaba un poco más encorvado de lo habitual, y notó cómo algo rojizo se asomaba por debajo del cuello de su camisa, que curiosamente estaba más elevada también, cómo si quisiera hacer un cuello tortuga con ésta, estaba de más decir que seguro se veía fatal.

¿Quién intentaba subir tanto una camisa que simplemente no daba para eso?

Cuando el castaño finalmente se giró, casi se le cae su teléfono de la mano.

—¡Santo cielo, Javi! ¡¿Qué te pasó?! —se acercó rápidamente al muchacho, y le examinó lo mejor que pudo sin tocarlo, todo se veía que dolía.

—Me intentaron asaltar anoche —hasta la voz estaba golpeada, pobre cosita.

Pero más importante.

—¡¿Y aún así viniste a trabajar?! —chilló indignado— ¡Pudiste haber llamado a alguien, a quien sea de aquí y decir que no podías venir!

—No quería que me descontaran el día, y… —Javier estaba todo triste, con un collarín rojo y morado, los ojos hinchados y muchas otras cosas feas más.

—Te revelo* de tu trabajo por hoy, ve a descansar el tiempo que te haga falta, no puedes estar aquí, no así.

—Mira, aprecio tu preocupación, pero quiero trabajar…

—Me iré contigo al hospital si no te levantas y vas a descansar ahora mismo —le interrumpió, poniéndose ambas manos en la cintura, pero antes de que Javier pudiera decirle algo, y él pudiera terminar de pensar otro argumento para hacerlo irse, se escuchó un grito de otra voz familiar.

—¡Y una mierda! —ese era Segundo y estaba hecho una fiera, él se asomó fuera del cubículo, al igual que otro montón de curiosos— ¡¿Cómo mierda me vas a decir que nadie se dio cuenta cuando robaron mi auto y lo hicieron trizas?! —era él gritando a través de su teléfono a alguien más.

Ah, y justo había pensado en comprarle otro hoy. Y aunque le habría encantado acercarse a Segundo y consolarlo, Javier estaba por lejos en peores condiciones; un carro siempre se podía reemplazar.

Cuando se giró para seguir lidiando a Javier, el rostro de éste mostraba un miedo que su propio rostro alguna vez reflejó, ¿Acaso Javier tenía problemas con los gritos? Lo dudaba, él gritaba mucho, y a diario, así que eso no era, ¿O quizá le habían gritado anoche?

—¿Te vas a ir a descansar? —preguntó luego de unos momentos de silencio, no usando su característico timbre, quizá así Javier se daría cuenta de lo serio que estaba siendo al respecto.

—Sí, cuando se calmen las aguas.

Bueno, era un progreso, aunque no sabía exactamente a cuáles aguas se refería Javier.

[…]

Lo último que supo de Segundo fue que salió hacia la aseguradora, botando fuego por la boca, no lo culpaba; pobre cosa también lo estaba pasando mal.

Se sentía un poco solo, no lo iba a negar, ni Segundo, ni Javier, ni Angello, porque cuando se topó con él también tenía una mueca rara en el rostro, tenía los audífonos puestos y estaba empecinado en quitarle el color al piso.

Tampoco sabía qué le habría pasado, y se sentía frustrado al respecto. Sabía que cosas malas le pasaban a todos, todos los días, cómo Bob el día que su tienda favorita de donas se fue a la quiebra por temas de salubridad, o cómo Rachel cuando se enteró que su primo le había robado dinero, o cómo cuando Agatha fue acosada por un pervertido en su antiguo trabajo.

Pero no era ser atractor… ¿Esa palabra existía? Bueno, lo buscaría después. No era por ser atractor de malas cosas, pero le molestaba cuando todos sufrían menos él, el estafador de su terapeuta le dijo una vez que se debía a lo que leía a diario en los comentarios de sus difuntas redes sociales.

Que sí, que por su salud mental —y porque la gente envidiosa se puso a bombardearlo—, le cerraron varias cuentas.

Los comentarios que leía a diario iban desde ‘niño privilegiado que jamás sabrá lo que es echarle agua al champú’, hasta ‘anoréxico de mierda que busca llamar la atención’ y que de ahí se derivaba su indiferencia a sí mismo.

¡Los comentarios no le afectaban, en lo absoluto! Lo fortalecían, por eso simplemente dejó de pagarle a ese terapeuta. Si no se quisiera, no se molestaría en lucir cada día cómo la mejor versión de si mismo, no se molestaría en estar en el peso ideal, aunque varios ya le hubiesen dicho que estaba por debajo de éste, ¿Qué importaba? Mientras no tuviese sobrepeso, todo bien ¿No?

Aunque bueno, había visto que tener sobrepeso no significaba tener mala salud, quizá podría comer más dulces, le gustaban las cosas dulces, bueno; a mucha gente de hecho.

¿Y si le compraba dulces a los que estaban de mal humor? Podría funcionar para subirles el ánimo.

[…]

—Ya estaba recogiendo mis cosas para irme —la voz golpeada de Javier lo tenía un poco mal, asquerosos asaltantes, ojalá se les quemasen las manos.

—Lo sé —le entregó una bufanda y unos lentes que venían en su siempre confiable botiquín de cambio de emergencia—. Póntelos.

—En serio no hace falta que me lleves al hospital.

—Se me había olvidado eso—mintió—, yo hablaba de salir contigo a comprar unos dulces —la cara que hizo Javier, con sus ojos hinchados, igual le pareció graciosa —¿Cuáles son tus favoritos? ¿O eres más de pasteles y eso?

—De hecho, me provoca un pastel simple de vainilla.

—Qué cosa más básica —arrugó la nariz—. Pero si eso es lo que te hace feliz, te lo compraré —entonces una idea se le ocurrió—. Mejor todavía, así puedo comprarle un pastel de piña a Segundo, es su favorito —sonrió, aunque Javier estaba haciendo una mueca, supuso que sería por el dolor— ¿Qué crees que le guste a Angello?

—¿A Angello?

—Sí, el bedel, él es super simpático. Hoy no lo encontré durante toda la mañana, y cuando lo encontré, se veía alterado, así que pensé en comprarle un dulce para alegrarle —aunque pensándolo un poco más, ¿Si no le gustaban las cosas dulces? Bueno, Angello tenía unos zapatos bastante gastados—¿Cuánto crees que calce Angello?

—¿Qué?

—Que cuanto crees que calce Angello —repitió, pensó que había sido bastante claro la primera vez— ¿No has visto sus zapatos? Siento que son más viejos que yo.

—Bueno, no sé, no me he fijado —confesó Javier algo apenado, él sólo frunció el ceño al verle así, esos asaltantes iban a tener que pagar de una forma u otra.

—Lo que te pasó, ¿Fue cerca de aquí? —preguntó, quizá si contrataba a un detective, así cómo en las novelas que tanto le gustaban, podría hacerle justicia a Javier.

—No, fue por mi culpa, me metí en un callejón oscuro para acortar camino, y bueno, pasó —el muchacho se arqueó de hombros, intentando restarle importancia al asunto, eso no iba a funcionar con él—. No hay necesidad de comprarme un pastel ni nada, en serio, ya recogí mis cosas y me iré a descansar; aunque —el muchacho tomó una pausa—. Iré a hacer algo rápido y vuelvo, así podrás ver cómo me voy a descansar ¿Sí?

Él sólo le hizo una seña para que se fuera, no muy convencido.

[…]

—Sólo un bizcocho de vainilla, ¿En serio? —le volvió a preguntar a Javier, aunque ya se sabía la respuesta, le preguntó varias veces en la limo, antes de salir del edificio incluso, y la respuesta no había cambiado—. Eso es demasiado básico —se mordió el labio, intentando descifrar que podría gustarle a Angello, quizá algo simple cómo una torta suiza, o un red velvet también, o quizá si era osado, un Baklavas… También podría probar con…

—Señor Thuag, aunque nos honre su presencia aquí, su pedido simplemente no podemos acatarlo —le interrumpió sus pensamientos aquel hombre tan finamente vestido, ni sabía qué hacía, pero se había encargado de atenderlo desde que llegó con Javier—. Va en contra de los estándares del chef.

—Él necesita hacer primero el bizcocho, ¿No? —vio de reojo cómo Javier se hundía más en su silla, curioso, Segundo hacía lo mismo cuando empezaba a aclarar sus ideas con los empleados.

—Claro, señor Thuag, pero ¿Entregar un simple bizcocho? ¿Sabe acaso donde se encuentra? —le preguntó aquel hombre intentando no demostrar su, muy notable, irritación.

—¿En Drommegodteri, donde dicen que hacen mis sueños postres? —quiso saber antes de fruncir el ceño—. Pues no estoy viendo que lo estén haciendo.

—Entienda, señor Thuag, por favor, comprendo la importancia de su presencia aquí pero en ocasiones, incluso personas cómo usted deben acatar las reglas.

—Bien —respiró hondo—. Quiero un pastel a base de vainilla de tres pisos, todos del mismo tamaño, el tercer piso teniendo piña, que el chef me sorprenda con eso, los otros dos pisos los quiero con crema chantillí, fresas, oro comestible y bombones de chocolate —al ver cómo el empleado rápidamente anotaba  todo lo que le estaba diciendo, agregó—: Los pisos del pastel van a estar separados, y la crema chantillí, con las fresas y demás también estarán separados, el único piso que será elaborado será el tercer piso, que es el de piña ¿Entendido?

—Pero eso sería…

—Y quiero eso listo en una hora, ni más ni menos —interrumpió al empleado—¿Puede este fino estabelecimiento* cumplir con mi sueño?

Por un momento pensó que el hombre se explotaría los labios de tanto apretarlos, al final lo que hizo fue mover la cabeza de arriba abajo y susurrar un ‘Sí, señor, con permiso’ antes de irse con prisas hacía, lo que supuso, era la cocina.

Cuánto le gustaba ganar.

[…]

—Lo único que falta ahora es que al llegar, mis padres mágicamente estén allí, dispuestos a hablarme otra vez —dijo Javier de la nada, mientras veía a través de la ventana de la limo, sosteniendo con firmeza su pastel sencillo de vainilla.

—¿A qué te refieres? —preguntó sin entender mucho, luego decían que él era el que cambiaba mucho de tema.

—Digo, tú me estás comprando un pastel para que me sienta mejor, anoche mi estoico compañero de cuarto confesó que le importaba y me trató esto—señaló su hinchado y marcado cuello— hablé incluso con un amigo que no veía ni oía hace meses; mis compañeros de trabajo me dieron  palabras de aliento y… Bueno, también tuve otra buena noticia pero esa es muy personal.

—Bueno, tú me agradas —dijo, intentando ignorar la curiosidad que le carcomía por lo ultimo que dijo Javier ¿Cuál era esa noticia tan personal? ¿Quizá era algo romántico? —. Eres el único que sé que no usa antonomasias conmigo.

Al parecer eso último llamó la atención de Javier, porque dejó de mirar por la ventana y le observó con confusión.

—¿Antonomasias?

—Si, antonomasias, ya sabes, palabras feas para referirte a alguien —sonrió, era su turno de explicarle cosas a Javier, que divertido—. Apuesto que cuando entraste me conociste primero cómo ‘el diablo que viste de rosa’ ¿A que sí?

—¿Para qué mentirte? —el castaño sonrió algo cansado, le alegraba verlo feliz de nueva cuenta.

—Ah, y no vayas a trabajar cómo por una semana —recordó, y Javier de nueva cuenta lo miró con esa cara cómica que hacía cada vez que hablaban.

 


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