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Intentos por Mc-19051

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Desde aquella discusión que tuvo con Segundo, las cosas se habían puesto un poco tensas ¡Pero no iba a dar su brazo a torcer! A él también le importaba lo que le pasase a Javi, quizá no era el empleado más destacado, pero era genuino con él.


Le explicaba las cosas y era honesto; y eso era más que suficiente para considerarlo su amigo.


Su terapeuta una vez le aconsejó que debía subir sus estándares de amistad, pero ¿Qué más los iba a subir? Conseguir a alguien honesto era difícil, porque cuando finalmente creía haberlo conseguido, resultaba que no, que era alguien más o detrás de su dinero, o que lo consideraba un bicho raro a sus espaldas.


Segundo era el primer caso, no lo podía culpar, le encantaría enojarse con él, en serio. Pero era muy básico en ese aspecto, fingió quererlo durante los primeros meses pero a la mitad o se cansó o se le olvidó actuar —que bueno, actuaba pésimo por eso se dio cuenta—.


Y actualmente no estaba enojado con él, sino… ¿Decepcionado? ¿Por qué le estaba volviendo a mentir? ¿Qué le había pasado realmente a Javier?


No lo sabía y nadie le iba a contar, así que decidió mandar a Javier a un reposo para que a él se le olvidase el tema y volver a la normalidad con Segundo.


A los dos días, el tema se le olvidó, pero Segundo aún lucía desencajado, actuando extraño y todo el tiempo pensativo.


—Ya te dije que no debes beber aquí—el olor rompió su hilo de pensamiento, eso le irritó.


—Pienso mejor cuando estoy ebrio, Ryan—se quejó el hombre con la voz algo rasposa, sonaba demasiado erótico pero el olor a alcohol mataba cualquier atmosfera posible, aunque se esforzase en crearla.


—¿En qué tanto necesitas pensar? —quiso saber, y allí de nueva cuenta volvía la tensión.


—No lo entenderías ni, aunque te explicase con palitos—¿Lo estaba insultando? Segundo bufó, recostándose en el espaldar del sofá y mirando al techo cómo si tuviese las respuestas.


No las tenía.


Y aunque odiase admitirlo, tanto cómo combinar patrones, el alcohol sacaba uno de los lados más encantadores de Segundo. Su lado honesto.


—Bien, entonces explícame con algo que no sean palitos—ofreció, expectante, el olor le causaba nauseas, pero podía soportarlo.


Lo vio observar el techo con más intensidad, en serio que el techo no tenía las respuestas ¿Para que mirarlo tanto? ¿O acaso el licor hacía que se mostrase algún mensaje oculto allí? Cuando volvió a poner su mirada en él, lo vio dudar un poco, luego demasiado, hasta que al final simplemente cerró los ojos, derrotado.


—La cagué —fue lo que dijo después de todo eso, si no apestase a vodka, iría a abrazarlo—. De una forma que no tiene reparo y no sé qué hacer —bien, si no se podía reparar, entonces no era su amada camioneta.


Aún recordaba cuando se la compró, fue la primera vez que lo vio llorar, bueno, lo había visto llorar otras veces, cuando se pasaba de copas. Más de una vez lo encontró tumbado casi inconsciente con los ojos hinchados.


A veces lloraba por su madre, otras veces por su padre, y otras tantas veces por su hermano.


Él no tenía hermanos, aunque sí que había escuchado que tenía una hermanastra, pero nadie nunca le confirmó nada, así que supuso que se trataría de un rumor. Su madre lo ignoraba durante todo el año, excepto por su cumpleaños que le mandaba algún proyecto de arte demasiado confuso para entender.


Y bueno, su padre… Su padre era su padre y él era hijo de su padre, poco más había que agregar. Quizá lloraría por ellos si los conociese más allá de ser manchas abstractas en su memoria, que no era lo más confiable que tenía.


No recordaba una buena parte de su infancia, su psicoanalista una vez le dijo que tenía recuerdos bloqueados, no le dijo cuántos, y aunque él fuese bueno contando, estaba bastante seguro que sería difícil asignarle un número a todos los recuerdos de sus primeros doce años.


Sólo recordaba estar sentado en la parte de atrás de un auto blindado, con una manta encima y con un sombrero que le apretaba, un día soleado mientras escuchaba a su padre insultar a alguien en su idioma natal, a su madre sentada de piernas cruzadas, mirándolo cómo quien mira a su zapato favorito completamente destrozado.


Y a su lado, un peluche que aun conservaba, el señor Panda.


Segundo fue el único que no le recriminó por aún mantener ese peluche, inclusive le dijo que él también tenía un objeto que lo hacía sentirse seguro y lo llevaba consigo a todas partes. Nunca le dijo qué cosa era, y eso le generaba curiosidad.


Lo único de lo que estaba seguro era, que el alcohol y el olor a cigarrillo desbloqueaban esos recuerdos, y lo que veía nunca le gustaba. Odiaba el olor a alcohol, lo hacía sentirse atrapado y el olor a cigarrillo lo hacía sentirse sucio.


Odiaba esos olores, pero ver a Segundo tan triste y solo en el sofá le rompía el corazón, era terrible consolando a las personas, ya le había ofrecido varias cosas para subirle el ánimo, pero nada había funcionado, quizá…


Sólo quizá…


Dejó su lugar seguro en la cocina y se sentó al lado de Segundo y lo abrazó. La ropa siempre se podía lavar, el dolor de sentirse solo, no tanto.


[…]


Los días sin Javier se le hacían lentos y aburridos, menos mal que había conocido a Angello, él los hacía interesantes nuevamente, porque Segundo seguía deprimido por algo que había pasado e inclusive ebrio se negaba a decirle, no lo iba a forzar, por eso fue que dejó de verse tanto cómo su terapeuta cómo con su psicoanalista.


Ambos querían forzarle a decir cosas y responder preguntas raras.


Entendía que ese era su trabajo ¡Pero que le diesen con calma al menos! No necesitaba tener a dos personas preguntándole sobre cosas que le alteraban y ni él entendía porque le alteraban.


Aunque quizá era su culpa por contratarlos de forma simultánea.


Actualmente estaba bien, no se sentía solo, tenía a Javier, a Segundo y Angello, eso era suficiente.


Aunque últimamente, sin Javier, esos dos se la pasaban distraídos, sabía que sí o sí Segundo estaba relacionado con Javier ¿Pero Angello? Recordaba bastante bien que Javier no lo conocía demasiado, sólo sabía que era el bedel y poco más.


Y Angello nunca mencionaba a Javier, así que no había ninguna razón para relacionarlos, ¿Cierto? No le gustaba hacerse preguntas raras porque Segundo siempre le decía que ‘estaba viendo fantasmas dónde no los había’.


O lo que sea que eso significase.


Y no le molestaría que estuviesen distraídos si no fuese porque se asustaban cada vez que él se acercaba a hablarles.


Él no se pasaba cuatro horas preparándose de forma meticulosa, armando conjuntos sofisticados solo para que se espantasen de verle. Él consideraba la ropa un arte, arte que debía expresar algo, que quien portase la ropa comunicase algo con su cuerpo.


Y por ello, sus atuendos simplemente no tenían punto de comparación. Así que no estaba contento con que dos hombres más altos y fornidos que él se espantasen con solo verle. Terror no era el mensaje que quería transmitir.


Los dejó estar a ambos hasta que eventualmente llegó Javier y mágicamente, ambos ya no estaban distraídos.


Sí.


Definitivamente estaba empezando a ver fantasmas donde no los había.


Creo, pensó; así era cómo se usaba la frase, ¿No?


De todos modos, se alegró por el regreso de Javier, se veía muchísimo más fresco y eso era bueno, le gustaba verle feliz. Y esperaba que se mantuviese así, porque eran amigos, o bueno, no tanto amigos, no sabía muchas cosas de Javier y la secretaria de recursos humanos le dijo que la gente no solía escribir sus gustos, ni experiencias personales en las hojas de vida.


Que estafa de nombre.


Sin embargo, le gustaba creer que así cómo él apreciaba a Javier, Javier lo apreciaba a él.


 


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