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Intentos por Mc-19051

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Bueno, en un principio cuando le dijeron que sería un par de años para que le aceptaran la reubicación, pensó que la de recursos humanos estaba exagerando; además pensó que en ese tiempo podría finalmente llevarse mejor con sus compañeros de trabajo.

Pero no, porque tener planes a largo plazo no era algo para lo que él había nacido, y aún con todo ese tiempo se negaba a aceptarlo del todo. 

Ryan siguió gobernando la sede con puño de diamante por un muy buen tiempo; las cosas empezaban a pintar mejor, la gente ya no renunciaba tanto y no todos lucían al borde de una crisis nerviosa combinada con un ataque de pánico. Claro, que al igual que con todo, Ryan se aburrió y le comentó que se iría con su madre porque las cosas con su padre estaban demasiado tensas, lo que le daría la oportunidad de empezar algo que siempre le había apasionado.

El diseño de modas. Le reveló que su madre se trataba de nada más y nada menos que Suzey Thuag. Una de las de la élite de la élite. Con semejante apoyo, no sería difícil triunfar, pensó. Pero luego se extrañó, si Ryan lidiaba más con su padre, era muchísimo más cercano que éste ¿Por qué demonios tenía el apellido de su madre?

El rubio tenía demasiados misterios encima y él no estaba allí para resolverlos todos.

De hecho, el momento de la revelación le parecía entre irónico y cómico.

—Siempre pensé que tú te irías primero, pero el que se va soy yo —le dijo con una sonrisa nerviosa, una tarde cualquiera, comiendo en un café exageradamente caro—. Antes de que te enojes, seguiré en contacto contigo, ¡Seguiremos siendo amigos! Así que no te preocupes ¡Oh! Incluso podría pagarte el viaje para que me visites alguna vez.

—No estoy molesto, sólo que es —buscó la mejor palabra— repentino ¿Por qué irte así cómo así? —no lo admitiría pero sí estaba dolido, en ese tiempo se habían hecho cercanos, Ryan era una de las pocas amistades genuinas que tenía, y que se fuera de la nada, bueno, al menos le estaba avisando, pero aún así. Estaba triste por la noticia.

—Bueno, aunque mi padre me regaló esto y está mal botar regalos, la verdad me molesta que mi padre solo sepa que existo cuando meto la pata aquí—frunció ligeramente el ceño—. Y no es justo, ¿Sabes? Además que he escuchado algunos rumores de que las no sé qué de la empresa cada vez valen menos, que se filtraron conversaciones super —hizo énfasis en super— comprometedoras y un montón de cosas más. Así que me iré con mi madre, ella también siempre ha hecho de que no existo, pero ahora tendrá que aceptar que existo, cómo su sucesor o cómo su mayor competencia—declaró firme.

—Te deseo suerte con eso —dijo por decir, sin saber que más agregar a la conversación realmente.

—No estés triste, puedes venir conmigo si quieres ¡Pagaré por todo! Será divertido, no has ido mucho de viaje, ¿Verdad? —la oferta lucía demasiado tentadora pero si el tiempo que llevaba estando en ese sitio le había enseñado algo, era que Ryan era un imán de problemas.

O mejor dicho, un imán de sujetos problemáticos.

Y él, por si solo, también era esa clase de imán. Era mejor no ponerse a experimentar; las ciencias y él nunca se llevaron muy bien.

—No creo que sea lo mejor—el rubio lo miró confundido, sus grandes ojos ultrajandole el alma, desde que simplemente dejó de usar pupilentes rosados, los dos abismos que eran sus irises hacían difícil no sentirse intimidado—. Estás por empezar algo grande, ¿Y si solo resulto ser un estorbo para ti? —fue la mejor excusa que se le ocurrió, si es que siquiera se le podía llamar excusa.

—Bueno, yo quería empezar esto contigo, con mi amigo —Ryan frunció ligeramente el ceño, centrándose en un punto específico de la mesa—. Pero entiendo, tienes otros planes, ¿Qué piensas hacer?

Y con eso, se desvió el tema y empezaron a hablar de trivialidades.

Con Ryan fuera, con Segundo fuera desde hacia años, la gente se dio el lujo de teorizar alrededor de su persona; cómo se había entrometido entre la relación de Segundo y Ryan, que como era un rompehogares clásico, que le había pegado alguna enfermedad venérea a Segundo y que Ryan por consiguiente se contagió, porque estaba más delgado.

En su vida jamás deseó tanto que le aprobaran una solicitud cómo durante esa temporada, donde era el foco de rumores de aquella sede ¿Cuál era el problema con esa gente? En serio, jamás les hizo algo y ya lo andaban difamando.

Que, en parte comprendía los rumores,  Dios sabrá cuánto tiempo Ryan y Segundo habían estado martillando a los trabajadores de allí, llega él y esos dos seres maquiavélicos salen cómo corchos bajo circunstancias misteriosas.

Pero no estaban en secundaria cómo para estar señalandolo de forma ‘discreta’ en los pasillos, diciendo cosas cómo ‘¿Él? ¿En serio? Pero si es la persona más corriente que he visto.’ Jamás pensó que se sentiría insultado por ser llamado común.

Disculpenlo por no ser un lanzador de béisbol profesional en incógnito o un gorila lleno de esteroides. Esa dinámica se mantuvo hasta que un día recibió la excelente noticia de que su solicitud había sido aprobada y que lo mandarían a otra ciudad.

[...]

—Te echaré de menos —dijo, sorprendentemente y ante todo pronóstico; Alex—. Pero supongo que en la vida la gente va y viene.

—No es cómo si me estuviera muriendo—respondió, arqueando una ceja y suspirando—. Los teléfonos y el internet existen, ¿Sabes?

—No te veré en persona así que para mi, básicamente ya estás muerto—fue la excelente conclusión del pelirrojo, definitivamente debía estar emparentado con Ryan de alguna forma, porque cuando el rubio se despidió, lo llamó dos minutos después diciéndole que ya le echaba de menos.

—Y esa es la última —convenientemente Jackobo llegó con la última caja de mudanza, que bueno, era literalmente la tercera caja de todas las pertenencias materiales que tenía; los tres se habían asignado cada uno una caja para agilizar el proceso.

La verdad, no había esperado que Jackobo y Alexander no solo se tomaran la molestia de llevarlo, sino que también de ayudarlo a transportar las cajas. Claro, que en esos años había mejorado su relación con ellos, sólo que bueno, resultaba una sorpresa grata.

—Gracias por todo, muchachos —dijo con una sonrisa penosa, y batallaba por no dejar que el sentimiento de tristeza la ganara, a fin de cuentas seguirían en contacto. Pero estaría solo en esa nueva ciudad—. Intentaré visitarlos con frecuencia —Jackobo hizo un gesto algo incómodo ante sus palabras.

—Sí, pero intenta que no se te peguen los perros —aclaró el moreno algo tenso—. Sé que dije que te llevaría hasta el fin del mundo si podía antes de que me dijeras siquiera a dónde ibas, pero esta ciudad, uf—suspiró, rascándose el cuello—. Digamos que hay muchos sabuesos.

—¿En qué idioma estás hablando ahora?—inquirió Alexander frunciendo el ceño ligeramente, irritado al igual que él con lo abstracto del mensaje.

—Lo entenderás cuando empieces a ver gente que se parece —concluyó finalmente Jackobo, ansioso—. Vamonos, Alex que se hace de noche —tironeó al pelirrojo y éste simplemente obedeció, ambos se despidieron de él; uno un poco más funebre que el otro.

Decidió restarle importancia a lo ominoso de ese mensaje, no necesitaba malos presagios cuando ni siquiera había desempacado realmente. Así que, con la mente en blanco y simplemente centrado en vaciar esas cajas, decoró el claustrofóbico apartamento con las pocas cosas que tenía con tal de hacerlo lucir medianamente más agradable.

Cosa que sorprendentemente logró, dejó los pocos recuerdos de su familia en una caja y la guardó lejos de todo lo demás. Cuando quiso darse cuenta ya era tarde, tenía hambre y no tenía gran cosa que comer por lo que decidió salir a buscar la tienda veinticuatro horas que vio en el camino y quedaba relativamente cerca.

Caminó tranquilo, sin prisas, apreciando los detalles de aquella ciudad, sí había una atmósfera un poco más deprimente que la anterior pero se convenció que era porque estaba de nueva cuenta solo en un sitio completamente nuevo. Antes de llegar a la tienda por el rabillo del ojo notó una escandalosa moto roja; se le hizo familiar.

Y bueno, fue cuestión de ver al dueño que se iba bajando de la dichosa moto, al quitarse el casco, reveló un rostro conocido. Era el tipo que le había dado el revolcón de su vida, adicto al cuero, y éste pareció reconocerle o, tal vez él tenía cara de bobo enamorado, pero el caso es que le sonrió de forma juguetona.

Él sintió sus mejillas arder un poco, bueno, la cosa iba pintando bien. Siguió su camino hasta llegar a la tienda, que primero era la comida, ya luego buscaría con que entretenerse. Tomó lo básico para hacerse una comida decente, y claro, las buenas vibras y buena pinta duraron hasta que se topó con otro rostro familiar.

—Te ves bien—le dijo Segundo apenas se lo encontró en el pasillo de enlatados y salsas.

—¿Tú qué haces aquí? —a la mierda la cortesía, apenas llevaba un día allí y ya se había encontrado con la bestia de anabólicos; sentía cómo si el destino le hubiera escupido en la cara.

—Comprando comida, pequeño gran genio —lo vio fruncir el entrecejo, irritado—. Relaja el culo, no te haré nada —concluyó, retomando su actividad de comparar precios de latas de sardinas y atún.

Ahora que lo veía en detalle, no sabía qué rayos le había pasado a Segundo, pero ahora estaba canoso, ojeroso, con una cicatriz que le cruzaba ambos labios y el canguro que llevaba puesto parecía ser capaz de quedarse levantado si se lo quitaba. Lo último que supo de él es que parecía haber caído en el alcoholismo; seguramente era eso lo que le había pasado.

—Bueno, te ves fatal, la verdad —dijo, tomando un frasco de pasta de tomates para largarse de allí; el mastodonte ese simplemente suspiró con una sonrisa cansada.

—¿Qué sitios sueles frecuentar? —fue lo que le preguntó, finalmente agarrando el atún más barato, allí notó que tenía puestos anillos que simplemente no cuadraba con la ropa que llevaba, él arqueó una ceja, obviamente desconfiado—. Es para evitarte.

—¿Ahora me tienes miedo? —preguntó irónico, no era idiota para caer por semejante mentira.

—Yo trabajo de noche en el casino Blue Roses, esta tienda me queda de camino a mi apartamento, así que suelo comprar aquí. Voy al gimnasio que está cómo a diez minutos de aquí y uh—tomó una pausa, al parecer recordando su excelente rutina—. Bueno, también voy al mercado que está a tres calles para comprar verduras y eso —puntualizó, ignorando su pregunta—. Ah sí —recordó—, soy de salir después de las cinco de la tarde y pasar toda la noche fuera por lo mismo.

—¿Y tú por qué me estás diciendo todo esto? —inquirió, irritado, genial, su noche ya había sido arruinada.

—Para que me evites —explicó cómo si fuese algo exageradamente obvio—. Que estemos en la misma ciudad después de tanto parece un mal chiste—frunció nuevamente el entrecejo—. Literalmente me vi forzado a regresar al nido de la familia—¿Eso que se suponía que significaba?—. Como sea, esto ya se extendió demasiado, me largo —dijo sin más, yéndose hacia la cajera, la cual tenía un rostro que se le hacía conocido de una forma abstracta.

Lo mismo con aquel sujeto de la moto. Se le hacían conocidos pero de una forma extraña, cómo si tuvieran todos una especie de rostro extrañamente similar, cómo si fuesen… Familia.

Maldita sea.

Bueno, hora de pedir otra solicitud de traslado, solo esperaba no sufrir demasiado con el nuevo plazo de espera.

FINAL

 

Notas finales:

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado~


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