El Tiergarten era posiblemente el mas bello lugar de Berlín, con sus enormes robles, sus simpáticas y estilizadas hayas tan altas como magnificas, proporcionándole a la versátil Cosmopolitan un pulmón natural dentro de una abrazo de calma y serenidad, podía pasar horas cuando estaba con Ludwin debajo de alvero, el nombre que le había dado al roble mas grande que jamás hubiera visto, media cerca de 30 metros y era grueso como ningún otro, sus líneas gruesas, su imponente fuerza, toda la sabiduría que el árbol podía poseer, de hablar, claro
La decisión de seguir a pesar de todo lo que la nostálgica ciudad ha vivido, le era imposible que le recordara tanto a quien poseía su corazón, la misma ímpetu y deseo podía leer en los ojos del Alemán, para él, no había nadie tan perfecto como Ludwin.
Se recostó un poco mas bajo el agradable cobijo de sus grandes y marrones hojas, el invierno se encontraba cerca, clara muestra la pigmentación y la alfombra acolchada patrocinada por los cientos de arboles del parque nacional, una siesta le parecía sumamente apetecible en este momento…
Malas noticias
De verdad que eran terribles he irreales, que era lo que sus jefes intentaban decirle, las preguntas se aglomeraban en su cabeza, trataba de buscar una rápida solución.
- Señor Alemania – Le llamo insistentemente el hombre en frente a el – Esperamos su respuesta.
En que momento había captado su atención aquel sujeto, realmente no sabría decirlo, no tenia una fecha especifica, tampoco un momento indicado, simplemente, un día, su mirada era lo primero que aparecía en sus pensamientos al despertar en las frías mañanas, su sonrisa era rememorada en las constantes juntas que ahora, mantenía con sus jefes, rápidamente convirtiéndose en su mas preciada obsesión.
Pero así como en la guerra había de trazar estrategias precisas, en asuntos del corazón deducía que era el mismo método, observar al “Enemigo”, saber sus pasos exactos, ahora, ese muchacho que siempre estaba junto a su amado, recalcando el SU, estorbaba molestamente.
Y lo alejaría, pronto el Italiano y el Alemán estarían separados, y el reclamaría lo que por derecho era suyo, pues como la nación más grande y poderosa del mundo, todo lo que Rusia deseara, Rusia lo obtenía.
Su espalda se encontraba descansando sobre el marco de la ventana mientras veía la nieve caer, centrando su atención en distinguir cada copo de esta, cayendo a un ritmo lento y grácil, casi como una danza, capaz de cautivar al mas prevenido, envolverlo con su belleza y poco a poco cubrirlo con su frio manto mortal.
Era por eso que le gustaba tanto aquella sustancia blanquecina, llena de aparente bondad y belleza, pero que escondía una muerte agónica y desesperante, tal como él.
La nieve, aquella tan pura y cálida, la mas cercana caricia helada que conocía, desde que era una incipiente nación fue su única compañía, su única amiga, se alegraba profundamente al ver como no solo cubría su “cuerpo”, sino también el de muchas otras naciones, entre ellas, el de su mas preciada ensoñación, Italia.
CONTINUARA...
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