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My place por Aphrodita

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No resultaba ser nada agradable revisar a determinados pacientes con determinadas afecciones, pero como facultativos que eran habían aprendido desde el primer día que siempre era importante tener una expresión neutra en el rostro, aunque en su mente estuviesen gritando “¡oh, Dios, que asco!”, “prefiero morir y que otro ocupe mi lugar” o “creo que hoy no almorzaré”. Es cuestión de costumbre y para cuando uno quiere darse cuenta hasta le resulta natural ver cosas como larvas de moscas en la cabeza de un paciente indigente y comentar el caso mientras se almuerza.

 

—Bien, señor Saitô, abra la boca y diga “ah”.

 

Había pasado ya una semana, el ritmo de trabajo era normal, lo esperado en un campo como lo es la medicina, con sus altibajos constantes. Trataba de huir de Ryuuken, cada vez que lo veía en los pasillos, porque el mentado doctor sólo necesitaba visualizarlo para encomendarle más trabajo del que usualmente solía tener.

 

—Acuéstese, ¿le duele?

Claro que para ese entonces Uryuu ya no era considerado, el derecho de piso todos debían pagarlo, así que al novato le dejaban todas esas tareas que nadie solía querer realizar. A Ichigo no le importaba, por algo se había decidió a estudiar algo referente a la medicina.

—¿Desde cuando tiene ese sarpullido?

—Desde hace una semana.

—Doctor —una voz llamándolo a sus espaldas lo llevó a voltear. Era la enfermera—, lo necesitan en guardia, hubo un accidente y no dan abasto.

 

Dejó a la enfermera a cargo del paciente que estaba atendiendo y fue a toda marcha a la guardia. Allí lo vio a Uryuu, trabajando como solía hacer siempre: tratando de acaparar el mayor número de pacientes y mandoneando como si fuese su padre. Le daba cierta tranquilidad, es decir, Ishida hijo era como el capitán en un equipo de futbol. Uno indeseable, pero capaz de liderar.

 

—Kurosaki ¿vas a seguir mirando o piensas participar del show?

 

El aludido volvió en sí notando que la sala se desbordaba de pacientes, no sabía por donde comenzar, aunque lo importante era comenzar. Se acercó a uno de los cubículos haciéndose cargo del primero que halló.

Pasado el huracán o el momento de más tensión trató de ver en que otra cosa podía ayudar, de cierta forma le daba pena verlo al Quincy tan desbordado de trabajo, si bien era su culpa por querer hacerse cargo de todo sin que nadie se lo pidiese y sin que fuese su obligación; el resto optaba por lo más cómodo: si tanto quería hacer Uryuu, nomás tenían que hacerse a un lado.

 

—¿Necesitas ayuda? —consultó, vio como el pelinegro se masajeaba la frente tomando una de las planillas.

—¿Puedes ver al paciente de la dos?

 

Ichigo tomó eso como un “Sí. Gracias” implícito, atendió al convaleciente ordenándole a la enfermera los estudios a realizar, desde los más básicos hasta lo más complejos, era preferible asegurarse que andar especulando, sobre todo cuando no se tiene experiencia. Para cuando terminó vio que Uryuu seguía en las mismas y que, a diferencia de antes, ahora estaba solo, los demás habían seguido con su rutina. Él también debería hacer lo mismo, pero no podía, una parte de él se rehusaba a dejarlo tan alterado a Uryuu, no fuese a ser cosa que matase a un paciente.

 

—¿Algo más que pueda hacer?

—No me faltan muchos, sólo cinco —lo miró—¿te haces cargo de éste? Quiero atender al niño, está con mucho dolor —le cedió la planilla—, es hasta que un médico pediatra llegue, no hay ninguno de guardia.

—Bien, ¿y éste paciente? —miró la hoja.

—Ya está todo, le prescribí penicilina, ya le hice la punción pleural pero hace falta que venga alguien de traumatología —alcanzó a decir antes de irse.

—Bien.

 

Eso fue todo, siguió al pie de la letra lo que Ishida había prescripto, ya le habían administrado la ketamina así que restaba lo demás; con una sensación de alivio terminó con ese paciente y marchó hacia su sala para seguir con su trabajo. La primera media hora fue tranquila, pero en cuanto vio a la enfermera de guardia tuvo el presagio de que algo grave ocurría, y vaya que sí.

 

—¿Doctor? ¿Puedo hablar un segundo con usted?

 

Kurosaki miró hacia sus costados, era el único doctor en esa habitación así que era evidente que le hablaba a él, cuando la enfermera lo sacó afuera le habló tan rápido que necesitó frenarla para que le explicase con calma.

 

—¿Quién atendió el paciente de guardia del cubículo cuatro?

Había sido el último, el que Ishida le dejó; ella sabía que había sido Kurosaki, lo vio pese a que Ishida había sido quien firmó la planilla.

—¿Cómo que murió?

—Era alérgico a la penicilina.

 

Ichigo abrió grande los ojos. Un paciente que tenía altas probabilidades de vida había fallecido por un error médico, porque lo era ¿cierto? Ishida tenía la mala costumbre de ahorrar tiempo, más que nada cuando de emergencias se trataba. Solía preguntarle a los pacientes sobre alergias, pero a veces no se tomaba el tiempo para hacer los estudios pertinentes, Ichigo lo entendía, en una situación de vida o muerte los minutos eran preciados.

Miró la planilla y vio la firma de Uryuu.

—Maldición —murmuró, pensó en que bastante difícil la tenía con su padre como para colmo cargársela con esas.

—¿Qué hará? —consultó la veterana mujer, ya entrada en años.

 

Ichigo la miró, había entendido. Se quedó con la planilla, rellenó una con los mismos datos, todo tal cual, pero no la firmó. Si no sabían quien lo había atendido, en todo el desorden que fue la guardia a esa hora, no tendrían a quien culpar, además podía suceder que varios doctores atendiesen a uno, luego a otro, para volver al mismo, en ese ir y venir se pueden cometer no uno, miles de errores.

Volvió a guardia y le entregó la hoja nueva; ella lo miró y negó con la cabeza:

 

—Te meterás en problemas si lo saben.

 

Cierto, pero Uryuu había tapado sus fallos en esa semana, era lo justo. Si Ishida no fuese precisamente un Ishida, no lo hubiese hecho, pero comprendía con lo que tenían que cargar padre e hijo.

Por fortuna el señor Kobayashi era una persona muy comprensiva, pese a que sus compañeros anduviesen insinuando lo contrario. No lo entendía; cuando uno de ellos le susurró que tuviese cuidado con él, no veía el punto.

  Lo buscó por todo el hospital, hasta que dio con él en la sala de descanso, la sonrisa que portaba era un bálsamo, e Ichigo necesitaba de eso.

 

—Hola Kurosaki ¿por qué traes esa cara?

El aludido tomó asiento frente a él y entrelazó los dedos.

—Señor, ¿alguna vez ha hecho algo estúpido, muy estúpido, que podría costarle muy caro?

El mentado rió con mesura dándole un sorbo a la lata de gaseosa.

—Claro ¿quién no ha hecho eso, por algo o por alguien? —dijo perspicaz.

Kurosaki sintió una falsa seguridad, como si ese hombre en realidad lo entendiese.

—¿Qué sucede si…? —no sabía cómo preguntarlo. Si bien el doctor Kobayashi era su “jefe” no tenía poder sobre nada, era un doctor más. No podría suspenderlo, a lo sumo retarlo. Algo le decía no hablar, pero la sonrisa del hombre y sus palabras lo alentaron.

—Vamos Kurosaki, suéltalo. Se nota que tienes ganas de conversar sobre algo… con confianza, somos colegas.

 

La manera en decirlo, tan despreocupada, de nuevo le trajo a la mente los modos cálidos que tenía su propio padre. Tomó una gran bocanada de aire y le relató lo sucedido, tratando de no mencionar el apellido de Ishida. No obstante su beep comenzó a sonar y tuvo que retirarse, se fue con una sensación de alivio, pero al mismo tiempo de inconformidad. Una ligera turbación.

  Para antes de que terminase la jornada laboral, su Leviatán apareció tras su espalda causándole un susto de muerte.

 

—Por Dios, señor Ishida… —vio en el rostro del director un tácito “no podrás escapar de mi eternamente”—no aparezca así.

—¿Qué? Si tienes un infarto estás en un hospital. No hay mejor lugar en el mundo donde tener un infarto —dicho eso se acercó más a él. —Te quiero en mi oficina para cuando termines el turno.

—¿Por qué? —cuestionó sobrepasado—¿Ahora qué hice?

—Tú sabes bien lo que hiciste —lo taladró con la mirada, Ichigo dio unos pasos hacia atrás hasta que terminó con la espalda pegada al casillero. —Recuerda, Kurosaki —musitó tomando distancia—te estoy observando.

 

Acaso ¿esperaba que diese un paso en falso para echarlo a patadas de su hospital? Ichigo tuvo esa ligera sensación; pero desde ya que Ishida no iba a hacer algo así, de cierta forma ahora tenía un motivo para ir al hospital, esa apatía constante que lo embargaba había desaparecido ante la placentera idea de torturar al hijo de Kurosaki.

 

—Y por más que te escondas —agregó, haciendo alusión al hecho obvio que le huía en los pasillos—, siempre te voy a encontrar.

 

No si me encierro bajo lleve en un armario” Pensó el shinigami. Una vez lo hizo, el martes, cuando Uryuu le avisó que Ryuuken estaba de muy mal humor y buscándolo a él (para desquitarse, desde ya), en cuanto lo visualizó en el pasillo hablando con otro facultativo pensó en una vía inmediata de escape, a su izquierda tenía la ventana pero tres pisos lo distanciaban del suelo (sería doloroso) y a su derecha tenía el armario de la limpieza. Era obvio el camino a elegir. Creyó que el hombre de pelo blanco no lo había visto, estaba en lo cierto, pero un Ishida siempre huele, a miles de kilómetros, a un Kurosaki. Eso entendió cuando la puerta del armario fue abierta.

Creí que aquí se guardaban las gasas” Fue la excusa de Ichigo.

 

 

Terminó de cambiarse y se encaminó hasta el piso superior, camino que ya conocía de memoria. Uno de sus compañeros se rió alegando que visitaba mucho al director, como si fuese en verdad gracioso. Entonces entendió un poco lo que sentía Uryuu, no era fácil con Ryuuken.

Llegó al despacho y comprendió lo que sus compañeros decían respecto al señor Kobayashi, esté simulaba siempre estar del lado de uno pero en realidad era el mejor buchón que podía tener el director. Tragó saliva, comprendiendo su situación, mientras Ryuuken le gritaba.

 

—¿Tú atendiste ese paciente?

—Atendí muchos señor —se excusó—, no lo recuerdo.

—Puedo ayudarte a recordar —amenazó, Ichigo se sintió desencajado; no le iba a pegar ¿cierto? No era ético—, quizás una suspensión te ayude a rememorar.

—No, quiero decir… Sí, lo atendí yo pero, fuimos varios los que…

—Pero ¿sabes qué? No es tan grave el hecho de que se hubiese muerto por incompetencia tuya, sino el hecho de alterar la historia clínica. ¿Comprendes que es un delito?

—Sí, señor, y lo siento.

—¿Y comprendes que es muy estúpido de tu parte? ¿Y que un “lo siento” no soluciona las cosas?

—Sí, señor —reiteró algo apesadumbrado.

—¿Y qué tendría que echarte a patadas?

—Escuche, yo no tuve mala intención…

—Oh, no… lo sé. Los Kurosaki necesitan sentirse mártires ¿verdad? Ahora dime, ¿Por qué o por quien? Mejor dicho —le era evidente que Ichigo debía tener una razón—¿lo alteraste?

—Por mi, porque no quería que… —fue perdiendo potencia en la voz, no tenía razones válidas para explicarlo.

No, Ishida sabía cómo pensaba el crío, o al menos lo intuía; Isshin había actuado de la misma forma, mil veces, sin que se lo pidiese, por él.

—A ver, vamos a jugar a las adivinanzas —ironizó—, para hacer esto por otra persona, tiene que ser por alguien que aprecias o tienes en consideración, quizás porque le debías un favor y te sentiste en la obligación —era un procedimiento típico de un Kurosaki—, dado que eres nuevo aquí dudo mucho que te juegues de esa forma por tus compañeros —arqueó las cejas—, salvo por uno.

—S-señor, Uryuu no tiene nada que ver…

—Todos los caminos nos llevan a él —asintió. — Ahora vete.

—¿Me… me suspenderá?

—Vete —reiteró entre dientes.

 

El joven dio la vuelta y se marchó, vestido ya para irse a casa. Vio que Uryuu pasaba a su lado, rumbo a la oficina de su padre. Trató de frenarlo para decirle unas palabras, pero el Quincy no le dio tiempo alegando que estaba apurado, se lo notaba nervioso, siempre se ponía así cuando era citado por su padre. Sin más opciones salió del hospital encaminándose a su casa.

¿Había sido estúpido de su parte? Sin dudas, lo que más le perturbaba era preguntarse porqué lo había hecho.

Quizás a veces no hace falta tener una razón para realizar un gesto de ese tipo, Ichigo muchas veces no las tenía; era su naturaleza ser desinteresado.

Suponía que Uryuu en su lugar la tendría, injustamente, mucho peor, sólo por cargar con un estigma del que no era responsable.

Cuando le contó a su padre lo sucedido creyó que le reprocharía, que le diría que no estaba en la secundaria y que eso incluso podía costarle la matricula, que dejase de hacerse el héroe porque la Guerra de Invierno había terminado hacia años, pero le palmeó la espalda y le susurró un “Has hecho bien, hijo”. Eso lo confortó (y lo hizo sentirse menos idiota por arriesgarse así).

Al otro día la novedad le cayó como un baldazo de agua fría, fue Orihime quien le contó. Lo había suspendido por dos semanas y Ryuuken labró un acta en su contra, eso le pareció demasiado duro, no era necesario tanto, un error lo tiene cualquiera y si bien había sido grave la situación ameritaba actuar con presteza.

No había nada que Ichigo pudiese hacer al respecto, así que no se torturó de más con el asunto.

 

 …

 

Ya había pasado un mes, llevándose consigo el invierno; siempre le traía recuerdos esa época del año. Para ese entonces Uryuu había cumplido con las dos semanas y se encontraba de nuevo “a bordo del barco”, Ichigo notó cierta aspereza las pocas veces que le oía hablar de Ryuuken pero no fue hasta que los vio “interactuando” que comprendió con claridad la situación de padre e hijo.

No se hablaban, hacían de cuenta que el otro no existía, de hecho lo usaban a él como medio de comunicación.

 

—Kurosaki, puedes decirle al señor director que el paciente de la tres SÍ tiene seguro medico, y que si no quiere realizarle la operación porque es un jodido tacaño, que entonces vaya él a decírselo porque yo no pienso hacerme cargo de sus tacañerías.

El aludido miró el semblante iracundo del director, no muy seguro de querer hablarle en esas circunstancias.

—Señor, Uryuu dice que…

—Dile —lo interrumpió—que el seguro medico no cubre ese tipo de intervenciones que suelen ser muy caras; de mi bolsillo no va a salir porque si tendría que hacerlo con todo paciente que se apersona sin seguro estaría quebrado, y que recuerde que tuvo una buena vida gracias a mí y a mi tacañería.

—Ok —murmuró Ichigo, incómodo. Ishida hijo no los miraba, simulaba prestarle más atención a la planilla que ya había llenado pero continuaba garabateando.

—Uryuu tu padre —pero se censuró de golpe—¡Dios, no soporto más esto!

—Ya lo escuché Kurosaki —el pelinegro dejó la planilla de malos modos sobre el buró y se marchó rumbo al cuarto del dichoso paciente a explicarle el porqué le negaban gratuitamente el procedimiento quirúrgico.

Ryuuken se fue por donde había llegado y el shinigami se quedó en el medio con esa sensación agobiante en el pecho. Orihime se acercó a él aguantando la risa y le dedicó una mirada empática.

—Uryuu está muy enojado con él.

—Me doy cuenta —suspiró.

—Y en parte tiene razón, el directo es muy duro con él…

—Bueno, es el hijo —trató de excusarlo, sin tener ninguna necesidad de hacerlo—, es complicado para los dos.

—Qué mal —meditó ella, algo apenada por la circunstancia—, para colmo la semana que viene es el cumpleaños del señor Ishida. —suponía que para ese entonces la bronca no se le iba a pasar a Uryuu.

—¿Sí? —cuestionó con sorpresa, aunque no debería causarle azoro ya que es normal para un ser humano cumplir años—¿Cuándo?

—El catorce —asintió, quedaban cuatro días—, Uryuu me dijo que no le gusta que lo saluden —negó con efusividad, más vale prevenirlo por si se le ocurría hacerlo.

—Qué amargo.

—Me contó que todos los años el único que lo saluda y le lleva una torta es él —argumentó ella—, porque el señor Ishida dice que es hipócrita que la gente a la que no le agrada lo salude por su cumpleaños.

 

Es decir, se entendía el punto, nadie festejaba la existencia de Ryuuken si era la materialización de la peor pesadilla laboral, aunque debían reconocer que desde la llegada de Ichigo toda esa mala onda iba apuntada a él aligerándoles el peso a los demás facultativos. Había encontrado con quien tomar satisfacción.

 

—Pero si Uryuu está enojado con él…

 

Inoue dejó la oración a medio formar, Kurosaki también lo veía de la misma manera, la pasaría solo, como nunca antes. Podía ver en los ojos de ambos Ishida que, pese a todo, se estimaban, y que la situación les dolía por igual. Había prometido no meterse, pero maldita sea su necesidad de hacerlo.

 

—Sabes mucho de los Ishida —reparó el sustituto como una revelación tardía.

—¿Eh? —la chica se mostró turbada por esa apreciación, con cierto nerviosismo in disimulable fue en busca de la planilla por la cual había ido—Tengo tanto trabajo con Itô-chan —murmuró ella, riendo apenas—, se confunde las planillas y los doctores viven retándola.

 

Kurosaki la miró entre ojos; ¿por qué esquivaba sus palabras? Dejó el asunto ahí, demasiados ya tenía en la cabeza como para sumarle uno más. Puso en marcha los huesos para volver al trabajo, si Ryuuken lo veía muy cómodo con la espalda recargada contra la barra no dudaría en cargarlo de trabajo obsoleto e innecesario; le encantaba hacerlo ir de una punta del hospital a la otra por nimiedades.

 

 

Intentó no pensar al respecto, pero cuanto más lo intentaba menos lo lograba y más pensaba. Los días pasaron sin que hubiesen mejoras en la relación extraña que padre e hijo mantenían y, ya para el trece, los ánimos seguían caldeados. Se lo notaba a Ryuuken de muy mal humor.

 

—Kurosaki, mi padre viene hacia aquí —le advirtió dándole chance a escapar.

Antes de desaparecer, volteó para consultar.

—¿Sigues sin hablarle?

—Sí, Kurosaki —respondió hastiado observando el cajón de la medicación en busca de dilatadores.

—¿Por cuánto tiempo más vas a seguir así? Digo, mañana…

—Toda la vida —contestó de mal talante—, no pienso hablarle nunca más.

 

Kurosaki advirtió que el ascensor estaba llegando así que dejó la conversación ahí bajando con premura las escaleras. Estuvieron todo el día así, jugando al juego del gato y el ratón. Todos ya le había advertido que Ryuuken preguntaba por él, pero Kurosaki hasta la última hora había escapado con creces de él, se estaba volviendo habilidoso y ya conocía muy bien el hospital, así que encontrar vías de escapes no le resultaba tan difícil como en los primeros días.

Una falsa seguridad lo embargó, quedaba una hora para irse a casa y Ryuuken todavía no había dado con él, fue hacia la zona de internación femenina de donde había sido llamado, pero se quedó a medio pasillo al ver a Ryuuken en la otra punta, por fortuna el señor Kobayashi lo distrajo lo necesario; misma secuencia que semanas atrás: a la izquierda una pared, a la derecha uno de los armarios de limpieza. Volver sobre sus pasos sin correr no podría, y correr dejaba por sentado que estaba huyendo de él. Abrió la puerta sin imaginar con lo que iba a encontrarse, pero no era momento para asombrarse si no para actuar.

 

Orihime se desprendió de los labios de Ishida acomodándose la ropa, mientras que el Quincy reprochó tamaña invasión:

 

—¡Kurosaki!

—¡¿Qué hacen aquí?! —era tan evidente. El sonrojo en las mejillas de Orihime hablaba por sí solo.

—¡¿Tú qué haces aquí?! —contraataco Uryuu.

El shinigami lo silenció señalando la puerta. El reducido espacio podía cobijar a una persona, dos como mucho, pero siendo tres terminaron pegados hombro con hombro, Ichigo en el medio de la —evidente— pareja. Miró a uno y luego a otro, tratando de susurrar:

—¿Por qué no me dijeron nada?

—Es que… —musitó Inoue sintiéndose algo apenada por mostrar desconfianza—ya sabes, Uryuu es el hijo del director, no queríamos que…

 

Silenció, unos pasos frente a la puerta del armario los llevó a hacerse hacia atrás por reflejo, logrando que, por tan torpe y apresurado movimiento, los estantes temblasen haciendo peligrar el contenido de los mismos. Una lata de cera cayó en la cabeza del shinigami haciéndole marear, profesó un cerrado quejido de dolor para no develar su paradero y, para cuando la puerta fue abierta, los tres tragaron grueso.

 

—Oh, vaya sorpresa, los Tres Mosqueteros —pronunció Ryuuken—, ahora tienes compañeros de correrías Kurosaki —comentó con fingida cortesía—, ya no estarás tan solo en los armarios.

 

Uryuu elevó un dedo tratando de explicar lo inexplicable, pero al no encontrar nada convincente que lo justificase, lo bajó y guardó silencio. El director apartó al shinigami tomándolo de la solapa de su ambo celeste acotando:

 

—Sería bueno, señorita Inoue —no olvidaba que con su hijo no hablaba—que algún día venga a cenar con nosotros.

—S-sí —asintió ella—, encantada.

 

Le dedicó una mirada de reproche a Uryuu y llevándoselo a Ichigo a rastras se marchó. Al final, tanto escapó del señor Ishida, éste lo había encontrado justo a última hora, y por ello debía quedarse después de turno a terminar la tarea que le había sido encomendada, nada más que papeleo aburrido. Sin dudas lo odiaba.

 

 

Esa noche volvió a casa tarde y, aprovechando que sus hermanas no estaban, intentó averiguar que razones tenía Ryuuken para detestarlo tanto. Algo tuvo que haberle hecho su padre, no podía ser simple rivalidad. Isshin alegó que cuando eran estudiantes él le ayudó muchas veces logrando cabrearlo por eso, y le recalcó que a un Ishida no le gusta recibir ayuda, siempre quieren lograr sus éxitos por cuenta propia. Incluso, siendo shinigami y Quincy, en una ocasión le salvó la vida.

 

—Igual, creo que en realidad —meditó con seriedad—debe ser despecho.

—¿Eh? —Ichigo se desencajó; la risa de su padre no ayudaba en hacerle entender.

—Puedes usar eso en su contra si te sigue molestando —él estaba al tanto de todo lo ocurrido, Ichigo le contaba sus desventuras en el hospital.

—¿Qué cosa? No puede ser sí… —iba a decir “si tiene un hijo” pero bien sabía que eso no era excusa válida para negar lo que su padre trataba de decir—¿De verdad él es…?

—No sé si es gay pero… cuando me casé con Masaki le rompí el corazón y él… empezó a tratarme así, con distancia. —Arqueó las cejas—Así que ya tienes con qué amenazarlo para que te deje en paz.

—No haré algo así —chistó.

—Lo sé —rió con mesura, él no lo había hecho en su momento suponía que Ichigo tampoco caería en las mismas.

—Entonces es verdad —asintió el shinigami sustituto—, es tú culpa —frunció la frente.

Isshin rompió en carcajadas. Lidiar con Ishida nunca era fácil, a él le costó encontrarle la vuelta, por eso le aconsejó:

—Aunque aparente ser un ogro, ya sabes… —argumentó—perro viejo que ladra no muerde.

—Pues a mí me ha tirado unos cuantos tarascones —eso sonó muy raro en el contexto de la conversación, por eso acotó con torpeza y sin necesidad—en sentido metafórico, por lo de perro, no quiero decir que… —silenció, había que saber en qué momento callarse y en qué momento hablar.

—Él es de aparentar mucho —afirmó convencido—, pero detrás de esa dura fachada en realidad se esconde una persona muy temerosa e insegura. Si le das un par de gritos, verás cómo se aplaca.

—Es mi jefe —musitó entre dientes.

—¡Ja, ja, ja! Es lo de menos Ichigo, hay que aprender a sacar el mejor provecho de las relaciones, además si sigues así no durarás ni un año.

—Eso es lo que él pretende, que yo me canse.

—No le des con el gusto, entonces.

 

No era tan fácil como lo pintaba Isshin, pero lo cierto es que Kurosaki hijo no quería dejar de trabajar en el lugar, no sólo porque se sentía cómodo —exceptuando el factor Ryuuken— o porque había congeniado bien con sus compañeros, renunciar e ir a  trabajar a otro hospital significaba mudarse y dejar Karakura. Además debía aceptar que el señor Ishida no era mala persona, sólo un amargo, pero no malo en verdad.

 

 

Al otro día llegó al hospital con las palabras de su padre en la cabeza y la ligera sensación de que, si antes creía que era una tortura el trato del director, ese día sería un viaje al inframundo. No obstante, cuando se lo cruzó a media mañana, Ryuuken pasó a su lado ignorándolo olímpicamente; incluso no parecía malhumorado, en cambio lo advertía ¿triste? Lo que fuese, no lo atormentó más de lo usual, incluso cuando le hablaban, sus palabras parecían no contener la misma dureza y sarcasmo habituales, como si lo hiciese por mero protocolo.

Por todo eso al mediodía buscó a Orihime para preguntarle si a Uryuu el enojo se le había pasado, pero era tan evidente que no y, mientras almorzaban, atosigaron al Quincy entre los dos para que fuese a darle el feliz cumpleaños, no obstante Uryuu se mantuvo firme.

 

—Primero que me pida perdón por todo lo que me dijo —no, no le molestaba la sanción, ni que le hubiese elevado una nota manchándole el expediente.

—Ya, entiéndelo, para él tampoco es fácil —argumentó Kurosaki.

—Ah, ¿y es mi culpa que él no pueda resolver sus problemas existenciales? —chistó cruzándose de brazos—No pido mucho, ni siquiera su reconocimiento —mintió, riendo con falsedad—hace años que dejé de buscar su aprobación pero… —caviló al respecto—sólo que me deje hacer mi trabajo, que sé que lo hago bien. No me sirve que esté resaltando mis errores ante todos.

—Lo hace porque no puede ser condescendiente contigo sin que hayan consecuencias.

—Eso —Ichigo secundó las palabras de Orihime—, piensa que si te deja pasar los errores todo el mundo caerá sobre ti. Imagina lo que sería esto.

—Bueno —meditó al respecto—, pero que se mesure un poco. Por otro lado ¿pueden dejarme comer en paz? —solicitó hastiado por el atosigamiento de los dos.

 

Bien, Uryuu seguía cabreado al respecto y en apariencias seguiría cabreado por mucho tiempo más. El día pasaba con lentitud, no pudo concentrarse demasiado en el trabajo, las palabras de su padre, la postura de Uryuu, pero aun más el semblante del director, le hacían reflexionar al respecto por mucho que intentase desentenderse del tema.

Se sentía extraño, que Ryuuken no estuviese tras él atormentándolo. Acaso ¿lo extrañaba? Masoquista reconocer que añoraba ese trato, pero lo cierto es que Ichigo funcionaba mejor bajo presión, no tener esa cuota de antipatía lo sumergía en un letargo difícil de solventar. La situación comenzó a desesperarlo, tanto, que era él quien buscaba a Ishida para ver si su mera presencia, como siempre ocurría, lo alentaba —aunque fuese un poco— a tratarlo como siempre.

 

—Señor Ishida ¿me buscaba? —mintió el shinigami. El mentado dio la vuelta cediéndole los papeles a una enfermera.

—No ¿para qué? Ver tu cara me da una úlcera.

 

Ichigo sintió que iba a llorar de emoción, al menos la cuota diaria de hostilidad por parte del director ya la había recibido. Eso le sirvió para trabajar con ganas lo que le quedaba de la tarde pero luego esa sensación se disipó, dando lugar a la anterior, a esa que lo sumergía en reflexiones, pesares y un aturdimiento particular. Buscó a Uryuu para hacerle una consulta respecto a los gustos de Ryuuken; quizás era idiota y precipitado de su parte pero llegó a la conclusión de que por intentarlo no perdía nada. A veces las personas necesitan de una bofetada virtual para caer en la cuenta de que por mucho que se pregone autosuficiencia a veces se necesitan de las personas, aunque esta se tratase de un desconocido, o de un conocido indeseable como lo podía ser Ichigo.

 

 

Continuará.

 

Notas finales:

Muchas gracias por leer =). El próximo capítulo sin dudas será el último, hasta entonces. Espero Liz que te vaya gustando.

 

17 de julio de 2010

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.

 


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