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Algo contigo por chibiichigo

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Capítulo 4. Confrontaciones

 

 

Se giró en la cama varias veces, intentando encontrar una posición lo suficientemente cómoda para invocar a Morfeo. Cerró los ojos y, tras darse cuenta de que todo ese ritual sería inútil, se quedó con la vista clavada en el techo.  A su lado, la respiración del Uzumaki era lo único que lo separaba del silencio.

Dio un breve suspiro y se sentó. Colocó los pies en el suelo y, procurando no hacer escándalo, abrió el cajón de su buró para sacar el sobre que días antes había recibido. Una sensación de vacío se instaló en su estómago…

— Madre, madre, madre—musitó al tiempo que daba un par de golpecitos al sobre y abandonaba la habitación—… ¿Por qué me pones en complicaciones tan grandes?

Caminó hasta la cocina y dejó el sobre en la mesita de la cafetera. Se sirvió un poco de café frío y, sin hacer caso del sabor requemado, tomó la invitación y se embriagó en el aroma a ciruelo que lo transportó a su infancia, cuando correteaba con su hermano por los jardines y su padre vivía.

Bufó, mientras abría los ojos. Daría lo que fuera por volver a esos tiempos donde todo era tan fácil.

Lo atormentaba la posición en la que se había metido, pero era consciente de que tarde o temprano tenía que decirle a su madre que ahora Naruto era su pareja. Ni su madre merecía estar ajena a la situación ni su novio a vivir a escondidas, así que era mejor darse prisa. Pero le aterraba que hubiera peleas innecesarias, que se encontraran con Sasuke y con el psicótico de Gaara… Era tanto lo que podía salir mal que le sorprendería que las cosas no explotaran.

— Pero si no voy— comenzó a pensar en voz alta, aprovechando que sus únicos testigos eran los electrodomésticos— mi madre pedirá explicaciones y…

¡Joder, era todo tan complicado! Él nunca, desde que su padre había muerto, le había ocultado nada a su madre. Ella era la mujer a quien tenía que cuidar y de quien debía hacerse responsable. Estar al tanto de ella era su deber como primogénito y como cabeza de familia.No quería mentirle a Mikoto, pero tampoco era buena idea llevar a Naruto a una cena donde sabía que estaría el cretino de su hermano.

Tal vez debería hablar con ella en un ambiente más privado, contarle todo y pedirle su consejo y absolución.

— ¿Itachi?— Naruto apareció en la puerta, apenas cubierto por una camiseta sin mangas y unos boxers— ¿Qué haces aquí a esta hora?

— No podía dormir— respondió, mientras hacía el amago de cubrir el sobre y la invitación con sus brazos. Para su desgracia, efectuó su labor con la torpeza y la obviedad de un niño pequeño.

— ¿Qué es eso?— indagó el trigueño, mientras se acercaba al sitio donde estaba sentado el más alto.

No tuvo caso siquiera inventar nada sobre facturas o cuentas de teléfono, ya que en un hábil movimiento el rubio se había apoderado de la invitación. Consideró por una fracción de segundo arrancársela de las manos, pero se abstuvo. No tenía caso seguir ocultándolo; estaba tan cansado que ya daba igual lo que ocurriera.

— Vaya, una carta la señora Mikoto— aseguró, solo con ver el papel.

El Uchiha asintió resignado, mientras su compañero comenzaba a leer en voz alta las palabras que tantos desvelos le habían traído en los últimos días.

Querido hijo,

Hace tanto tiempo que no tengo noticias tuyas ni de tu hermano que temo que algo haya pasado entre ustedes. Llámale instinto de madre si deseas, pero últimamente he tenido inquietud por ver si todo está bien. Sé que dirás que no debo preocuparme de más, que me va a subir la presión o que el colesterol me va a hacer estragos, igual que siempre, pero para mí, a esta edad, es importante asegurar que mis dos amados hijos se encuentran sanos.

De tu hermano no me extraño tanto, ambos sabemos que de Sasuke es normal no recibir señales de vida durante meses. Es muy reservado, tanto que algunas veces creo que solo me haría una visita sorpresa para recoger alguna de las cosas que tengo guardadas en su habitación, pero tú nunca te habías ausentado tanto tiempo de mí.

Pero no te quiero reclamar antes de tiempo ni hacerme una de esas madres victimas, como tu tía Midori. Si te escribí esta carta es porque he organizado una cena para ver a mis dos hermosos hijos y ponernos al corriente con nuestras vidas.

¿Cuento contigo? Vamos, no puedes decepcionar a tu madre.

Si quieres traer a alguien, eres totalmente libre de hacerlo.  

Con amor, mamá.

 

Itachi escuchó con atención cada una de las palabras que articulaba Naruto y, por un segundo, casi escuchó la voz de Mikoto. Se sintió tan mal hijo, tan desatento con su madre y tan alejado de su papel como cabeza de familia que el estómago se le contrajo.

— Entonces, ¿a qué hora tenemos que llegar?— la pregunta del rubio lo sacó de su ensimismamiento.

— No iremos— respondió tajante, con un dejo de pesadez que evidenciaba lo mal que le sentaba esa resolución.

Cuando Naruto dio lectura a la carta, un halo de tranquilidad se apoderó de su alma. Él nunca había sido de esconder las cosas, a pesar de ser reservado, así que agradeció el no tener ese peso encima por más tiempo. Ya no tendría que guardar el sobre como si se tratara de un paquete con ántrax y eso lo relajaba, pero no quería tener una conversación sobre el tema todavía.

— ¿Por qué?

Itachi recapacitó un par de segundos en la manera más apropiada para tocar el tema sin parecer petulante o dar a entender una cosa equivocada que hiriese la susceptibilidad de su pareja. Dio un sorbo a su café y se quedó contemplando los mosaicos del suelo, mientras formulaba algo que sirviese para ilustrar sus pensamientos.

— Porque estará Sasuke.

Vio como Naruto bajaba el semblante, en una mueca que no supo si debía interpretar como tristeza o concentración y abrió una silla. Se dejó caer pesadamente en ella y guardó un silencio sepulcral, solo roto por su respiración.

El mayor aguardó unos segundos a que reaccionara, pero pronto las ideas empezaron a flotar libremente en su cabeza. Sintió un hormigueo en las manos y unas ganas incontenibles de volverle a abrir el labio a su hermano. Meditó, con la mirada fija en el Uzumaki, que poco a poco parecía volver a la vida.

Esa sería la primera vez que Naruto se encontraría con quien fuera su pareja. Era totalmente normal que eso lo pusiera mal, en especial luego de la infidelidad de Sasuke.

— Deberíamos ir—, dijo el rubio.

— No.

— ¿Por qué? En algún momento esto tendrá que pasar. No planeo estarme escondiendo de mi— se detuvo y reformuló la oración—… de tu hermano toda la vida. Si se va a enterar, que lo haga de una vez.

El arrebato de determinación de Naruto hizo mella en él. Admiraba la fuerza interna y la resolución del joven, pero en aquella ocasión tenía sus reservas. ¿Qué tal si la situación lo rebasaba?

Además, había todavía algo que le perturbaba mucho, un factor del que no podía olvidarse y que lo tenía con el alma en vilo.

— ¿Y qué le diremos a mi madre?— preguntó, por lo bajo, el moreno.

— Pues la verdad— contestó el rubio, con una sonrisa sincera.

 

 

De camino a casa de su madre, el moreno solo pensaba en echar la reversa y alejarse lo más posible de la cena. Estaba sofocado y angustiado, tanto que no le salían las palabras.

— Recuerda que— comenzó a decir, cuando notó que se aproximaban a casa de su madre—…

—… Sí, sí, te diré todo lo que pase y nos iremos si me siento incómodo.

Itachi carraspeó. Tal vez ya se lo había repetido un número de veces considerable, pero en verdad deseaba tener toda la situación bajo control. Se preguntó si no estaba siendo obsesivo al respecto.

— Te estás estresando demasiado, seguro todo va bien—. La voz de Naruto parecía tan desenfadada como siempre. Aquello lo conmocionó un poco y lo hizo preguntarse si  su pareja tenía idea de lo delicada y atípica que era la situación en la que se encontraban.

Lo miró por el rabillo del ojo. No valía la pena entrar en fricciones en ese momento, ni de llenar al rubio de todas las malas ideas que le rondaban por la cabeza. En vez de eso, tenía que estar al pendiente de que nada lo rebasara.

Suspiró mientras estacionaba el auto y notó sus  músculos tensos. El trigueño lo miró y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja, como si con eso pudiera amansar a las fieras que rondaban en su cabeza. Le devolvió la sonrisa.

 

 

Pasaron a la estancia luego de que la sirvienta de turno— que Itachi no conocía— les pidiera los abrigos y les informara que la señora Uchiha no tardaría en bajar, pero que en unos momentos les llevaría algo para beber.

Era tan raro ser tratado como un desconocido en el hogar donde había crecido, en casa de su propia madre que ni siquiera supo cómo evadirse de ese momento incómodo. Guardó silencio y dejó que la señorita los guiara a través del pasillo. Sería demasiado grosero decirle, luego de toda su perorata y de su afán por ofrecer un buen servicio que él era el hijo de su patrona.

Se fijó en Naruto, que jugueteaba con las manos y miraba al suelo, y le pasó un hombro por el brazo para transmitirle un poco de la seguridad que no tenía. Sin embargo, tan pronto se quedaron solos en la habitación el rubio se liberó del agarre y comenzó a reír, más de nervios que por voluntad.

— ¿Qué pasa, Naruto? — inquirió Itachi, mirando directamente a los ojos zafiros.

El aludido solo atinó a hacer un gesto con la mano, mientras procuraba contener la risa que lo había invadido.

— Debe ser muy raro que te traten de “señor” cuando llegas a casa de tu madre— un nuevo ataque de carcajadas reverberó en la habitación.

El más grande suspiró. La verdad es que sí era desconcertante que su madre cambiara a su cuerpo de servicio cada que se aburría, pero ésa era una faceta tan arraigada en ella que ni siquiera valía la pena discutirlo. Luego de la muerte de su padre, a Mikoto le habían comenzado los ataques de ansiedad e ideas como que la gente a su cargo se aprovecharía de ella por no tener a un hombre que la protegiese. Desde entonces, cada pocos meses cambiaba por completo a los encargados domésticos, sin aceptar que cualquiera de sus hijos interviniera en su decisión: “La casa es cosa de mujeres, déjenme eso a mí”, solía comentar. Y, en aquellas raras ocasiones en que alguno de los dos protestaba o le recitaba los peligros de traer a desconocidos a su hogar, ella amenazaba con despedirlos a todos y hacer ella todo el quehacer.

— Supongo que se debe a que no la visito con suficiente frecuencia como para que todas sus sirvientas errantes ubiquen mi rostro.

Paseó la mirada por la estancia. Pocas cosas habían cambiado desde que era niño, pero todo parecía tan nuevo como el día en que se compró.

Muchos recuerdos acudieron a su mente: Los constantes reclamos de su madre cuando alguien se ponía a caminar en la alfombra de la sala, la vez en que Sasuke se había golpeado en la esquina de la mesa de centro cuando bebé y se abrió la cabeza, el momento en que habían avisado a Mikoto sobre el fallecimiento de su marido… Todo se agolpaba en su mente con una velocidad impresionante.

— Por aquí, por favor— escuchó de pronto a la criada que los había guiado a ellos a la estancia hablar.

Miró a Naruto ambos se quedaron en silencio, con la mirada fija en la puerta. Tuvo el impulso de tomarlo del brazo y salir corriendo de ahí. Sin embargo no se movió de donde estaba.

Vio llegar a Sasuke y, luego de la impresión inicial, reparó en que nadie más venía a su lado. Por instinto, y por la costumbre que había adquirido de cuando su hermano estuvo con Gaara la primera vez, escrutó su cuerpo para asegurarse de que no hubiese marcas o magulladuras, pero al instante se detuvo.

“Lo que le pase ya no es mi problema”, pensó.

Subió de nuevo la mirada hasta llegar a los ojos del menor, que lo veía con fijeza y sin alguna expresión que le diera pauta para saber cómo reaccionar. Era la misma mirada de autosuficiencia y desdén que siempre había tenido, ésa que no se suavizaba  por ningún motivo y que más de una vez había causado fricciones y malentendidos con terceros.

— Sasuke— musitó Itachi con calculada frialdad, mientras asentía suavemente, a manera de saludo.

Un nudo en la garganta le impidió decir nada más, aunque sabía que no era necesario. Dudó si acercarse más para darle una palmada en la espalda a Sasuke, pero optó por no hacerlo: Era demasiado tarde como para balancear sus cariños y sus lealtades, aunque todo el enojo que había sentido durante meses había desaparecido de pronto, destanteándolo.

Sasuke le devolvió el saludo con una leve inclinación en la cabeza que no se podía tomar ni como una reverencia ni como un descuido, pero que tenía un aire retador que hizo al mayor fruncir el ceño.

— ¿Qué hace él aquí?— preguntó el recién llegado con un tono desdeñoso, mientras veía a Naruto. El rubio tenía los ojos abiertos de par en par y la boca seca.

Itachi se incomodó por la reacción de su pareja y estuvo a punto de tomar sus cosas e irse, pero los pasos lentos y la voz aterciopelada de su madre se escucharon.

— Mis hijos, los extrañaba tanto—. La mujer entró a la sala y abrazó a sus dos vástagos. Su figura menuda se había acentuado con los años; sus brazos parecían ramas y la delgadez de su rostro se acentuaba en los pómulos, dándole un aspecto serio y firme.

— Madre, qué gusto verte— dijo Itachi, mientras Sasuke la besaba suavemente en la mejilla.

— ¡Ita-chan, Sasu-chan!—habló nostálgica luego de un rato, cuando consideró terminado el abrazo, con la voz quebrada por la emoción.

Siempre que estaban en familia, se refería a sus hijos los apócopes que utilizaba antaño, pese a que cada vez sonaban más extraños, dado que ambos eran más altos y fornidos que ella.

Los hijos, considerablemente menos eufóricos que su madre, se dejaron apapachar por la mujer que más querían y que más los quería en el mundo. Era una escena que solo los más allegados a la familia Uchiha podían contemplar, pero a la que Naruto nunca se había acostumbrado por completo. Lejos de Mikoto, Sasuke e Itachi eran dos hombres serios y poco impresionables, pero en su presencia había un amor desbordado.

El rubio sintió una pizca de ternura con la escena y se percató de que, contrario a lo que temía, no había tanto resentimiento por Sasuke en su corazón como antaño. No estaba seguro de cómo asimilar esa información, pero estaba seguro de que era una reacción positiva.

En tanto, Mikoto escrutaba la cara de sus hijos en busca de cualquier signo de descuido. Los típicos “Itachi, deberías dejar de desvelarte, que las ojeras se te están marcando mucho” y “Sasuke, tienes la piel pálida. Tienes que comer más vegetales y menos tonterías a domicilio” no tardaron más que un par de minutos en llegar.

Naruto esbozó una sonrisa y se preguntó si así serían todas las familias en la intimidad: Su suegra era quien llevaba los pantalones y giraba todas las indicaciones, sin importar que sus hijos fueran dos hombres adultos que ya tenían sus vidas echadas a andar.

Mikoto dejó a sus hijos y se dirigió a Naruto, que se había recompuesto un poco tras la tensión inicial que le había provocado ver a Sasuke y ahora exhibía una sonrisa nerviosa. 

— Hola, Naruto. Qué gusto verte, me alegra que Sasuke te esté tratando bien—. Sonrió, dulce y elegante, antes de chocar su mejilla con la suya e indicarle que tomara asiento.

Itachi miró a su hermano por el rabillo del ojo, súbitamente ansioso. Quería decir algo y, de hecho, estaba seguro de que ése era el momento ideal para soltar la bomba. Tragó grueso.

— Verás, madre, lo que ocurre es que…

El sonido de unos pasos y la voz de la ayudante doméstica lo hicieron interrumpirse. Acto seguido, el pelirrojo al que tanto detestaba se personó en el cuarto, para confusión de la matriarca. Itachi sintió el estómago revolvérsele, aunque no determinó si por nervios o por el desprecio que sentía por Gaara.  

—Buenas noches… Señora Mikoto, un gusto volverla a ver.

La mujer devolvió el saludo extrañada, buscando explicaciones en la mirada de sus dos hijos. En respuesta, Sasuke se acercó al taheño y lo besó fugazmente en los labios, un gesto que apenas fue correspondido.

— ¿Alguien sería tan amable de decirme qué está ocurriendo aquí?—. La anciana lucía tan sorprendida que Itachi temió que sufriera un accidente cerebro-vascular cuando le explicaran la situación.

Itachi volteó a ver a su hermano menor, quien lucía tranquilo pero alerta a la reacción de su madre, que paseaba la mirada de Gaara a Naruto y de vuelta a Gaara, extrañada por la aparente bigamia de su hijo menor.

— Gaara y yo estamos juntos de nuevo, madre—, dijo mientras se colocaba ligeramente delante de su pareja, en actitud protectora. Tenía una fiereza en los ojos que Itachi no había visto en años, similar a la de un perro dispuesto a proteger a su dueño. 

— Naruto viene conmigo—, anunció Itachi, emulando la posición defensiva que había adoptado su hermano menor. Sentía los ojos de su novio clavados en la espalda.

Se hizo un silencio sepulcral durante varios segundos, que tanto a Itachi como a Naruto se le antojaron horas, antes de que Mikoto retomara el autocontrol.

— Qué encantador, seguro pueden ponerme al tanto de esto más tarde. ¿Alguien quiere algo de beber? ¿Martini?

Sin hacer grandes aspavientos, Naruto miró a Itachi y se sentó a una distancia prudente de él. Por su parte, el Uchiha suspiró: Tendría que hacerse un espacio durante la velada para explicarle a su madre qué había pasado en los últimos meses, cosa que no lo entusiasmaba.

— Le ayudo, señora—, se ofreció el rubio al percatarse de las manos temblorosas de su suegra.

— Gracias, querido, pero no es necesario. Mejor dile a Rumiko que traiga mis cigarros.

— Madre, el médico dijo que debías dejar el vicio…

— Sí, Itachi, y también dijo que evitara sobresaltos, pero ya ves.

No valía la pena discutir. Itachi miró a su hermano sentarse junto a Gaara y murmurarle algo al oído, con complicidad. Se le revolvió el estómago; odiaba la situación y, en especial, a ese pelirrojo antipático. Se detestó por haberle hecho caso a Naruto: Debió haber rechazado la invitación.

La pierna de Sasuke rozó discretamente la rodilla de su pareja, para disgusto de Itachi. Nunca había entendido por qué su hermano había depositado su confianza en Gaara y ahora, luego de tantos años, de su desaparición, le sorprendía ver esa misma dinámica.

“¿Qué no se acuerda de todo lo que sufrió? ¿De que un día Gaara se largó sin decirle adiós, siquiera?”. Un escalofrío lo recorrió mientras pensaba que, quizás, explicarle a su madre la relación que tenía con Naruto no sería el único punto de roce en esa reunión.

Sacudió la cabeza para alejar sus malos pensamientos, mientras intentaba convencerse de que no pasaría nada. Lo importante era que por fin podría ser abierto sobre su relación con Naruto, hablar de su amor y de la paz que le daba. A pesar de que una y otra vez su cabeza volviese a Gaara, a Sasuke y al pasado que todavía los perseguía, ansioso de venganza.


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