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Like Romeo And Juliet por hana midori

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Notas del capitulo:

ya viene!!!!!! jejejejeje les traigo el segundo cap de esta historia~

lamento dejar las otras un poco abandonadas, pero prometo que el jueves o el viernes actualizo alguna ^^

como sea, este cap me gusto bastante (aunque me quise matar a mi misma con la ultima parte pero bueno ¬¬) y dejenme aclarar algo:

aqui puse un par de cosas que de plano es mas que obvio que en la vida real no suceden, se lo suficiente de macnicomios como para darme cuenta de que estoy mal, pero si no lo hacia asi no quedaba >___<

y por ahi puse una terapia que no estoy muy segura de si les ponian (investigue pero la verdad no me quise meter muy a fondo...) pero, para ser honesta, no dudo que la hiciera, fueron muy pocas cosas las que no les hicieron...

y otra cosa, en esta historia sebas tiene 17 años (si ya sale) porque (al menos en mi pais) la mayoria de edad es a los 18 y despues de eso tus padres ya no te pueden obligar a nada ^^ y como ciel es menor él lo ve todavia como un niño.

bueno, ya me cayo y los dejo disfrutar de este capitulo ^^

Espero pacientemente a que alguien fuera por él, pero nadie apareció. Lo cual le pareció muy estúpido ya que le dijeron que tenía que ir a comer. Ya se estaba resignando a la idea de no tomar bocado hasta la cena cuando la perilla de la puerta se movió. Un enfermero, como de unos 27 años abrió.

--es hora de comer—fue todo lo que dijo, antes de irse y dejarlo solo. Casi corriendo dejo la habitación, viendo que el mismo tipo que lo libero, hacia lo mismo con las demás puertas. No quiso quedarse haber quienes salían, solo deseaba poder mirar algo que no fuera su mugroso cuarto. Con pasos veloces se dirigió a la sala de juegos, pensando que tal vez ese lugar también se usaba de comedor.

Comprobó rápidamente que no era si, pues todos los chicos caminaban hacia otro lugar. Decidió seguirlos, y pronto llego al verdadero comedor.

No era para nada la gran cosa, era totalmente blanco, como todo el lugar, y había grandes mesas. Honestamente era muy parecido a una cafetería de una escuela, solo que muchísimo menos pintoresca y alegre claro.

Se formo en donde creía que le darían la comida, y a los pocos minutos recibió su bandeja. La comida de ese día consistía en una pieza de pollo con espagueti y un poco de puré de papa. Cuando iba a irse, la cocinera lo detuvo.

--ten—le dio un vaso grande de agua, y otro más pequeño con pequeñas pastillas de colores.

--¿Qué es eso?—pregunto.

--tu medicina, mas te vale que te la tomes—le amenazo—ahora muévete que no dejas que la fila avance. —confundido, pero sin ganas de provocar problemas, se alejo de ahí. Busco algún lugar donde sentarse, y para su fortuna encontró una mesa vacía.

Empezó a comer, devorando primero su pieza de carne. Esperaba que los demás estuvieran hablando, mas la verdad apenas y murmuraban, cosa que le hizo pensar que tal vez tenían miedo de decir algo indebido frente a los ojos de sus acosadores. Los llamaba de esa manera porque se les quedaban viendo, como esperando que cometiera un error.

Intentaba concentrarse en su comida, por lo que no noto que alguien se acercaba a su mesa. No vio quien era hasta que se sentó al otro extremo de la misma.

Era un joven de cabellos negros, de piel blanca, y con unos ojos rojos como la sangre. Ciel se sorprendió, no tanto por el hecho de que se sentar con él, sino porque por su mente paso el pensamiento de que ese chico era bastante apuesto. El pelinegro le retuvo la mirada unos segundos más, antes de ponerse a comer. El ojiazul tardo un poco más, antes de imitarlo.

No sabía el porqué, pero deseaba hablarle. Aunque no estaba seguro de que decir, solo quería hacerlo. Pasaron unos minutos, en los que ninguno dijo alguna palabra. El pelinegro termino, y agarro las pastillas que se supone debía tomar y las metió en el vaso. Ciel vio como estas comenzaban a desintegrarse dentro el mismo, y rápidamente desaparecieron, sin alterar el color del líquido. El mayor sonrió levemente, y después se paro, con la bandeja vacía en sus manos. El ojiazul se quedo impresionado, algo dentro de él se tranquilizo de sobremanera, porque ahora sabia como evitar que lo drogaran. Igual que “su nuevo amigo” tomo esos dulces y los dejo caer al agua. Espero lo suficiente para asegurarse de que estas ya no estaban, antes de levantarse y dejar las cosas donde todos las dejaba. Justo cuando iba a irse, vio que algunos enfermeros se quedaban a observar si ciertos pacientes tomaban los medicamentos, lo que le llevo a concluir que “los de buena conducta” no tenían tanta vigilancia.

Los formaron en una fila, antes de llevarlos a todos a sus dormitorios. Vio al chico que lo había ayudado un poco más delante de él, y para su sorpresa, este dormía en el cuarto número 66, justo al lado del suyo.

Como al inicio, lo encerraron ahí, y le dieron el mismo aviso.

“Si no vienes a cenar no comerás nada hasta el desayuno”

Ya no estaba tan desesperado como hacia unas horas, porque al menos ya se podía dar una idea de lo que posiblemente enfrentaría. Vio su baúl, y sintió curiosidad de saber que había dentro. Lo abrió, encontrándose con muchas prendas blancas. Cayo en cuenta de que era lo que posiblemente había llamado la atención del pelinegro, y esta era su ropa, pues aun llevaba la camiseta negra y los jeans con los que había entrado.

Busco más a fondo, encontrando unos libros que recordaba haberle visto a esa mujer. Eran obras de Shakespeare.

Los puso todos en su cama, dándole en total 3 libros:

Hamlet

Julio Cesar

Y por último, Romeo y Julieta.

Hizo una mueca al ver el ultimo titulo, pues nunca le había gustado las historias románticas, mas no por eso lo hizo menos. Los puso en el estante, junto a los otros libros. Los leería cuando el aburrimiento lo matara de verdad.

 

Pasaron los días, exactamente dos semanas. Aunque al principio la rutina se le hizo insoportable, pronto se dio cuenta que el infierno recién comenzaba. Era obligado a ir, dos veces al día por una hora, a terapia grupal, donde les hacían creer que lo que eran era asqueroso, y que tenían que volverse “chicos decentes”

También eran obligados a ver fotos de mujeres desnudas, alegando que con eso sentirían atracción por el sexo femenino… y la verdad era que, al menos en él, causaba el efecto contrario. Lo único que realmente le ayudaba a hacer todo eso “soportable” es que podía ver al misterioso chico de cabellos negros.

Se sentaban ambos en la misma mesa, pero nunca conversaban. Ciel ni siquiera sabía su nombre, por lo que ese día, se propuso a hablar con él finalmente.

Ya era la hora de la comida, y se apresuro a conseguir su plato. Se sentó donde siempre, y a los pocos minutos su amigo lo acompaño. Comieron un rato en silencio, hasta que el menor tuvo el valor para hablar.

--hola—susurro, con algo de nerviosismo y miedo en la voz. El pelinegro se sobresalto, porque no esperaba que ese adorable niño le hablara.

--hola—respondió con un tono parecido. Esto hizo que al peliazul le entrara confianza, pues al parecer el mayor también compartía sus sentimientos.

--soy Ciel—dijo un poco más alto--¿Cómo te llamas?

--me llamo…me llamo Sebastian—una pequeña sonrisa apareció en sus labios, haciendo que el peliazul también sonriera.

--un gusto.

--igualmente.

Luego de eso, ambos volvieron a comer. No habían dicho la gran cosa, pero para Ciel, el saber su nombre le había hecho, por primera vez en un largo tiempo, feliz. En esta ocasión, el primero en irse fue el más pequeño, más que nada porque deseaba tomar un baño temprano. Dejo la bandeja donde siempre, pero antes de darse la vuelta, sintió que alguien se posicionaba detrás de él.

--esto es para ti—escucho, al tiempo en que sentía un pequeño pedazo de papel en su mano. Supo quién era, porque nadie tenía ese atractivo tono de voz, además, pudo oler su presencia. Estrujo el papel, y rápidamente se largo a su habitación, olvidándose por completo de su ducha.

Una vez solo, y después de que lo encerraran de nuevo, se atrevió a mirar la nota. Estaba doblada de tal forma que parecía un pequeño sobre, lo cual le pareció bastante lindo. La desdoblo con cuidado, descubriendo una hermosa caligrafía.

 

I hate feeling like this

I'm so tired of trying to fight this

I'm asleep and all I dream of

Is waking to You.

 

El menor no pudo evitar sonrojarse levemente por el escrito. Era precioso, le encantaba, pero al mismo tiempo lo confundía.

¿Qué significaba? ¿Acaso Sebastian se había encariñado o algo parecido con él? ¿Cómo era eso posible si apenas hoy habían dado a conocer sus nombres? Se quedo un momento, pensando, mientras releía la pequeña carta. Rio alegre, y decidió ya no romperse la cabeza con eso. Se levanto de donde estaba, tomo el libro de “Romeo y Julieta” y escondió la nota dentro. Luego de eso se sintió algo obvio al ocultarla ahí pero no le importo. De nueva cuenta se acostó en la cama, y en cuestiono de minutos, se dejo caer en brazos de Morfeo.

 

Desde entonces, el pelinegro le dejaba cartas parecidas, y eso lo alegraban muchísimo, porque su situación iba de mal en peor. Las horas de terapia se incrementaban, así como la proyección de esas horrendas imágenes, y él sabía que pronto, le electrocutarían. Tenía miedo claro, porque había oído terribles cosas sobre esa terapia. Las pequeñas cartas que guardaba le daban un poco de alivio, y pensó que sería buena idea darle una a Sebastian también, pues creía que tal vez tendría el mismo efecto que con él.

Así que, con mucho empeño decido hacerlo. Paso toda la noche en vela, pensando en que podía escribirle. La mañana llego, y al final, hizo algo de lo que estaba orgulloso. El enfermero abrió la puerta, como todos los días, y Ciel fue rápidamente al comedor.

Se sentó donde mismo, y como siempre, comieron luego de una corta conversación. El pelinegro se levanto primero, y el niño rápidamente lo siguió.  El día de hoy uno de sus cuidadores estaba cerca de donde ponían las bandejas, pero no le importo. Saco el papel, para dárselo antes de alguien lo viera, lamentablemente para él…

--¿Qué tienes ahí?—cuestiono el enfermero, arrancándole la nota antes de que pudiera reaccionar. Ciel miro con miedo como el hombre leía detenidamente lo que le había escribido a su amigo. Este le miro, asqueado.

--mocoso pervertido—musito, al tiempo en que lo tomaba con brusquedad del brazo.

--¡suéltame!—grito el menor, queriendo soltarse. El adulto intento inmovilizarlo mas no podía.

--¡necesito apoyo aquí!—todos los chicos miraban la escena, incluido Sebastian, que estaba a pocos pasos de ellos. Vio como los demás enfermeros y enfermeras iban hacia Ciel, y como este luchaba por zafarse.  No lo resistió más, y fue en su ayuda. Golpeo fuertemente al hombre que aprisionaba al ojiazul, haciendo que lo liberara.

--¿estas bien?—pregunto, tomándolo por los hombros.

--yo…yo quería darte una carta—dijo a punto de llorar—m-me la quito… --el mayor se sorprendió por lo que le dijo, pero después sonrió con dulzura,  acariciando su rostro con su mano.

--no tenias que hacerlo, con verte es más que suficiente…¡¡cuidado!!—empujo a un lado al niño, recibiendo en  lugar de este un gran golpe en la frente. Sebastian cayo inconsciente al piso, mientras comenzaba a sangrar.

--¡¡¡Sebastian!!!—Ciel iba a ir en su ayuda, pero lo tomaron de los brazos--¡¡déjenme!!—Gritaba, queriendo soltarse.--¡¡Sebastian!!—lo sacaron fuera del comedor, y ya no pudo ver quien se había llevado a su compañero.

Aun así, siguió luchando, fue entonces cuando en uno de los pasillos, vio a Albert. Este se acerco hasta él.

--¡diles que me suelten!—rogo--¡necesito ver como esta!—una enfermera se acerco al anciano, susurrándole algo al oído. La expresión del médico cambio a una sombría, y el chico supo que nada bueno le esperaba.

--llévenlo a la sala de corrección. Empezaremos la terapia antes.

Los ojos del menor se abrieron, presa del pánico.

--¡¡no, suéltenme!!

Sin hacer casos a los ruegos del muchacho, lo condujeron hasta una sala, que él nunca había visto. Esta era algo oscura, con una enorme lámpara en el medio, iluminando una especie de catre, el cual, tenia correas. Siguió resistiéndose, pero lograron controlarlo y amarrarlo a la cama de acero.

--¡¡¡por favor no, déjenme ir por favor!!!—suplico, derramando lagrimas. Le pusieron una especie de espuma en la boca, acallando sus gritos. Albert entro a la habitación, con un par de aparatos extraños en un carrito. Ciel miraba con miedo todo eso, y cuando el anciano lo miro, sonrió de manera perversa.

--¿asustado? Deberías pequeño. —se acerco mas, quedando justo frente a la cabeza del menor.

--¿le pondremos anestesia, doctor?

--no, tiene tanta adrenalina que no serviría…--dijo riendo. Levanto un par de varillas color doradas, con una esfera en la punta. El chico quería gritar, deseaba que alguien fuera a salvarlo, quien fuera. Sintió el frio metal en cada lado de su cabeza, justo donde uno se daba masaje para el dolor de la misma.

--no te preocupes Ciel, como es tu primera vez no pondré la electricidad tan fuerte—su diabólica risa se ensancho, haciéndolo parecer un demonio salido del infierno.—caballeros, por favor prendan la maquina.—cerro los ojos, preparándose para lo que se avecinaba.

Ayúdame, Sebastian…

Notas finales:

*se esconde en un bunque de guerra* nooo me maten!! (?) para que se sientan mejor, les juro que cuando termine de escribirlo me automachuque con una puerta (??)

disculpen enserio que lo haga sufrir, pero es que en esos lugares solo es cuestion de tiempo antes de que comentas un terrible error....

tambien me queda claro que la puse bien fictisia, pero si es posible enamorarte de alguien sin hablarle (?) ustedes me entenderan xD

espero les haya gustado, y lamento errores de ortografia, de redaccion y de mas ^^

 


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