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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

"Las personas predestinadas, siempre coincidirán".

Siendo el espacio y el tiempo, sus más grandes conspiradores.

 

Capítulo 02: Adrián Villalobos

 

 

¿Quién era ese chico de cabellos oscuros tejidos por la noche, y de ojos que hipnotizan?

¿Qué significaba para Carla? 

Acaso ella, que fue educada correctamente, ¿era capaz de asistir a ese tipo de shows? ¿De tratar con personas así?

Debía ponerlo en claro...

— ¿Qué más sabes de él?—señalé con indiferencia y con total rechazo al joven del volante.

— ¿En verdad quieres saberlo? —continuaba advirtiéndome, como si todo pudiera ponerse peor.

— ¡No importa lo que sea, dímelo! —exigí con una alteración bastante notoria.

Ella suspiró profundamente antes de hablar.

—Según Jenny, su hermana mayor está locamente enamorada de él —sacudió los hombros.

Sorprendido e incrédulo reaccioné ante su respuesta. Y me acerqué a mi hermana en desacuerdo, con el corazón goteando sangre, intentado asimilarlo.

—Eso es... imposible. No me sorprendería que Carla saliera con chicos tan apuestos como él -aunque viéndolo mejor, no lo era tanto-, pero una chica tan decente como ella, no caería tan bajo para fijarse en un tipo así —le testifiqué, con la seguridad que tengo por conocerla durante tanto tiempo. O quizá, una parte de mí estaba intentando escapar de la cruda realidad que se asomaba, una que, por mi bien emocional, comencé a obligarme a creer que no era verdad.

Mi hermana me miró nuevamente como lo hace cada vez que mis ideas están erradas, y que es la mayor parte del tiempo.

 

 

—Enamorarse de chicos malos está de moda —planteó—. ¡Qué sean pecadores y rebeldes los hace ser sexis! Que violen la ley, que sean apasionados, y que te envuelvan en un amor clandestino es... simplemente perfecto —Y extasiada, se mordió los labios.

— ¿Qué... dices? —balbuceé ante la manera de expresarse poco adecuada de una niña de nueve años. 

—Los chicos buenos y reservados eran para las chicas del siglo pasado —reafirmó—. ¿Sabes en qué época vives?

Y me sentí ignorante y anticuado...

¿Será cierto lo que decía? ¿Fue ese el motivo por el que Carla rechazó al bueno y caritativo de Diego? ¿Le gustan los chicos malos? 

Me mortificó un poco que mi hermana menor acertara y también que tuviera mucho más experiencia que yo sobre estas cosas.

Estaba perturbado...

—Tal vez tenga algo de verdad lo que dices, pero este joven rompen las reglas —señalé despectivamente la imagen — ¡Es un Stripper! ¡Esas personas son de lo peor! ¡Carla jamás se atrevería a andar con alguien así! —Vociferé mientras agitaba el volante.

— ¿Seguro que le echaste un buen ojo al chico? Yo también me enamoré perdidamente de él, sin  tomar en cuenta a lo que se dedicaba, digo, ¡a quién le importaría con ese físico! —señaló—. Pero bueno, tal vez tú no eres capaz de apreciar su belleza porque eres un chico, pero...

— ¡Elizabeth! —la reprendí.

Pero ella no se avergonzó más de su obsesión por el joven, sólo intentaba arrebatarme el papel para continuar admirando y besuqueando la imagen impresa.

Me llevé las manos a los cabellos. ¿Mi hermanita y Carla atraídas por ese tipo? ¿En serio?

Es algo que no logré asimilar al instante y que por una extraña razón me molestaba y me impedía aceptarlo...

 

—Las cosas ya no son como las fantaseas hermano, ahora, no todas las chicas buscan un príncipe azul y Carla es una de ellas. Le gusta un chico así.

Sus palabras taladraron en mi mente.

A Carla le gusta un chico así...

Miré de nueva cuenta el volante, como si no hubiera sido suficiente.

Ahora, no lo veía simplemente como un joven apuesto con una mirada que causa extraños efectos en mí, sino como un criminal. Un vil ladrón que amenazaba con arrebatarme el amor de mi amada Carla...

Un villano en mi historia de amor...

Intenté ser fuerte frente a mi hermana y ocultar mi dolor, pero fui demasiado obvio y ella lo percató.

—Mi madrina me dijo que Carla ha ganado varios concursos de belleza juvenil y que de premio le dieron un contrato para patrocinar un producto de belleza. Crees que ella, que está en la vista de los cazatalentos y que llegará a convertirse en modelo profesional en un futuro no muy lejano, ¿se fije en un flacucho como tú, teniendo el número de ese sexy muchacho? No puedes competir contra él —señaló irónica.

Continué observando el volante, afirmándolo... cada una de las palabras hirientes de mi cruel hermanita.

Era verdad... el chico era molestamente perfecto y yo...

Y me sucumbí frente a la obvia realidad que se asomaba...

—Te hubieras quedado callada, escuchar la dura verdad, me duele —musité con los ojos encharcados.

Ya no pude más...

Entré a casa y me dirigí directo a mi habitación ignorando la voz de mi madre que me llamaba a cenar.

Y al ingresar a ese frío espacio de cuatro paredes, derramé una de las más amargas lágrimas por ella.

 

— ¡No, no es verdad! ¡Ese tipo no le gusta! —intenté escapar desesperado ante tal aterradora idea.

Miré el volante con rencor, y lo estrujé y lo arrojé al cesto de basura, derrumbándome en el proceso.

Me agazapé junto a mi cama y abracé mis rodillas sollozando.

Cerré lentamente los ojos y los recuerdos comenzaron a surgir.

¿Cómo es que me había enamorado de Carla...?

¿Cómo fue el inicio de este amor por ella...?

Puedo invocar cada detalle...

Aromas y colores...

Tenía sólo seis añitos. Era una alborozada tarde y llevaba pantaloncillos cortos, una camisa azul, las agujetas de las zapatillas deportivas desatadas, una mochila en la espalda del hombre araña y un caramelo inflamando graciosamente una de mis mejillas. Llegué emocionado a la cancha del club deportivo de la colonia para inscribirme en el equipo infantil, pero infortunadamente fallé en la prueba y no quedé seleccionado.

«Te falta practicar más pequeñín» me dijo el entrenador y me acarició la cabeza como consuelo.

Pude haber regresado a casa llorando, como siempre solía hacerlo, pero en aquella ocasión sentí determinación y decidí esperar a que los entrenamientos concluyeran. 

Me quedé sentado en las gradas, y en cuanto la cancha quedó vacía, me puse a practicar en ella apasionadamente.

Recuerdo que comenzó a llover copiosamente. La tierra de la explanada se hizo lodo e inevitablemente me manchó la ropa, al igual que mis mejillas y rodillas.

Pero continúe...

El balón fue malo conmigo, yo intenté copiar las extraordinarias jugadas de papá, pero no hacía nada más que tropezarme con la pelota. Lo sentí injusto. Era su hijo, debí haber heredado su talento en el deporte, pero al parecer no había sido así. Rendido, me di un sentón en el suelo e hice una rabieta y me puse a llorar. Fue tan patético...

 

Repentinamente, el cielo se fue aclarando y una hermosa niña apareció por el horizonte, con largos cabellos de oro sujetos por un llamativo pasador de filigrana. Sus mechones brillaban claros y hermosos gracias a la luz del sol proyectándole detrás. Llevaba puesto un hermoso vestido floreado y unas sandalias de piel trenzada.

Era la niña más linda y agraciada que jamás había visto, más hermosa que una muñeca.

—Te gusta mucho el futbol, ¿cierto? Practicas muy duro —comentó la niña con voz dulce y me ofreció amablemente su mano para levantarme pese a mi descuidada y sucia apariencia.

Fue la única vez que me sentí amorosamente valorado y especial por una niña.

Su mano se ensució al ayudarme, pero a ella no le importó y sonrió tiernamente con esos dientes que parecían perlas.

—Mi nombre es Carla —se presentó.

«Hermoso nombre» Pensé al escucharlo. Pero antes de que pudiera contestar su saludo, se escuchó a lo lejos la campanita de los helados y ella se despidió rápidamente con su palma pincelada de lodo.

Me enamoré.

Al día siguiente le pedí a papá que me llevara a la cancha, esa y todas las tardes, y aguardé esperanzado por hablar con ella nuevamente.

Me peiné -o al menos me esforcé en ello-, y me rocié por todos lados la exquisita loción de papá, que me hizo sentir más varonil pese a que aún era un niño.

Pero todo fue en vano, ya que, no la volví a ver...

 

Mi corazón dolió, pero en él también emanaba fe y añoranza.

Y cada día me preparé para nuestro reencuentro...

 

 

 

Recuerdo borrosamente por esas fechas, que frente a mi casa había un terreno abandonado en el que Lolo y yo solíamos jugar, pero luego un señor bien vestido compró las tierras y bloqueó el acceso con alambradas.

No fue tiempo después, cuando comenzó a fincar con lentitud y por temporadas, una bella casa de dos niveles.

Años más tarde, mientras regresaba de mi primer día en la secundaria, noté que ese señor, al que se le veía raramente por la cuadra, se mudaba por fin junto con su familia en el domicilio frente al nuestro.

Divisé a mamá a lo lejos: ya se había hecho gran amiga de la nueva vecina y charlaba con ella como si la conociera de por vida; encargándose al instante de ponerla al corriente de todos los chismes de la colonia. Digamos que mamá... siempre fue muy comunicativa.

— ¡Ángel! —me llamó ella en cuanto me vio caminar por la acera contraria y agitó su mano para que la notara.

No pude más fingir no verla, pues era demasiado obvia. Crucé pues la calle y me acerqué obligado.

—Este es mi muchacho —me presentó a su nueva amiga y me presumió como lo hace cualquier madre a su hijo, halagándome de más e inventándome virtudes.

— ¿Vienes de la escuela? —interrogó la nueva vecina y me sonrió.

—Sí —respondí secamente y me di la vuelta para volver a casa, había jugado como loco al futbol todo el receso y lo único que deseaba era ducharme y descansar.

Pero mamá me detuvo del brazo.

—Hijo, ayúdales con la mudanza. Puedes meter al menos las sillas del comedor a la casa. Están necesitados de manos, de hombres fuertes, como tú.

¿De qué hablaba mi madre? Yo no era fuerte, apenas podía sostener mi propio peso, y era un chico, mas no un hombre aún, pero no quise verme grosero y mucho menos cuando recientemente mi madre le dijo maravillas de mí. Así que, con pocos ánimos, bajé mi mochila al suelo, caminé cabizbajo y cogí la primera caja y menos pesada que vi entre el resto. Caminé como robot de carga y luego la dejé dentro de la vivienda, donde parecía que sería la sala. Solté un respiro para recuperar aire, pero lo perdí nuevamente cuando la vi...

 

Una hermosa rubia apareció frente a mí, y por un momento creí que estaba soñando. Su belleza era tan irreal, que parecía una imagen creada por mi más exquisita imaginación. Quedé anonadado, era como un ángel que había caído del firmamento y aterrizado accidentalmente a este mundo terrenal. 

La joven usaba una falda moderna de encaje que descubrían sus rodillas y una blusa con un escote en el que se asomaban sus exuberantes senos.

Pero nada más perfecto que su rostro, iluminado por un par de ojos azul cielo, sombreados por sus coquetas y largas pestañas enchinadas. Y qué decir de aquella sublime nariz respingada, y ese sensual y diminuto lunar que adornaba sus labios de rojo cereza. Pero nada más llamativo que su cabello dorado, que manejable y abundante caía como cascada hasta donde terminaba su espalda.

Me pareció familiar tanta perfección...

Como si ya me hubiera encontrado y enamorado de su hermosura en un tiempo atrás...

—Hola, mi nombre es Carla —comentó de pronto con voz tenue, y estiró su delgada y delicada mano hacia mí intentando estrecharme.

Carla...

Jamás olvidaría ese nombre y su particular esencia a jazmín.

Entonces supe quién era ella. No podía estar errado. El destino me había dado la fortuna de reencontrarme con aquella niña y que ahora, era toda una mujer...

— ¡Ya me aceptaron en el club de futbol! ¡Tuve que practicar mucho para ser un jugador fijo del equipo, pero lo hice! —le contesté bastante animado.

Fui un idiota lo sé, ¡qué manera de responder un saludo!

Ella sólo frunció el entrecejo mientras reía, sin saber de lo que hablaba. Fue en ese instante cuando me di cuenta, de que Carla me había olvidado a mí y a aquella tarde en la cancha deportiva.

—Me refería a que mi nombre es Ángel —corregí avergonzado y recibí su cálida mano de la misma manera como lo hice hace años.

Ella continúo sonriendo amistosa mientras me analizaba de pies a cabeza.

 

Me ruboricé. Ni siquiera sabía si llevaba la bragueta del pantalón arriba. Pero eso era lo menos alarmante, ya que toda mi apariencia en sí era un total desastre. Y me lamenté por haber jugado futbol en los charcos justamente esa tarde, temiendo darle una mala primera impresión y que creyera que no soy un chico aseado y cuidadoso con mi apariencia.

— ¿Acaso el uniforme que llevas es de la secundaria catorce?—inquirió y alzó su alineada y clara ceja.

—Ah, sí —respondí tímido y me sacudí la tierra de la camisa. Me había tocado ser portero en el segundo tiempo del partido y tuve que lanzarme un centenar de veces al suelo enterregado para atrapar el balón.

—Mi padre me ha inscrito en esa misma escuela —indicó extasiada—. Inicio el lunes.

—Estupendo —me sonrojé.

—Al parecer no sólo seremos vecinos, ya que si nos toca suerte, podremos ser también compañeros de clase —amplió más su bella sonrisa, que parecía de anuncio dentífrico.

 

En la secundaria, infortunadamente a Carla le tocó en un salón distinto al mío y no pude apreciarla durante las clases y me vi destinado a esperar para verla por breves momentos a la hora del receso.

A diferencia de mí, ella rápidamente consiguió numerosas amistades y eso me dificultó para que pudiera acercármele. Mi timidez, tampoco ayudó, además cuando rara vez tenía la oportunidad de hablar con Carla, era tan idiota que no tenía otro tema de conversación que el futbol y era de eso de lo que siempre terminábamos hablando.

Casi al instante, Carla se hizo muy popular y solicitada. La primera vez que me sentí celoso, fue cuando fui testigo de cómo los chicos más guapos de la escuela merodeaban como buitres alrededor de ella, pero Carla no le hizo caso a ninguno de ellos.

Jamás le conocí un novio o a alguien que le gustara y cumpliera sus expectativas.

Hasta ahora, que ha aparecido el Lobo, ese chico misterioso del volante.

El tipo llega, así, de repente, se mete en mi historia de amor y amenaza peligrosamente con arrebatarme el protagónico. Y mi futuro comienza a predecirse devastador y oscuro gracias a su llegada...

 

Al recordar su molesta y desafortunada aparición, mis ojos repentinamente dejaron de producir lágrimas. Mi ceño se frunció y mis dedos comenzaron a chasquear.

Me levanté del piso determinado, me acerqué al cesto de basura y rebusqué el volante dentro. Al encontrarlo, lo tomé entre mis manos y lo desenvolví.

Y lo vi de nuevo, en esa textura ya maltratada y arrugada, al hombre del que Carla se enamoró...

Me arrojé a la cama y boca arriba observé con obsesión al chico de la imagen.

—Es tan apuesto que parece una celebridad. Por eso lo quieres, ¿verdad Carla? Pero dime, ¿es un caballero? ¿Te respeta? ¿Te hace reír? ¿Es detallista? ¿Y romántico? ¿Un loco poeta? ¿Por eso estás con él? ¿El Lobo es todo eso?—inquirí afligido.

Entonces miré al reverso los detalles de sus shows eróticos.

— ¡Claro que él no es así! —gruñí—. ¡Este tipo de gente no tiene nada de decencia y sinceridad!

Me levanté de la cama de un brinco. Estaba decidido: ¡Nadie debía poder arrebatarme el amor de mi vida y mucho menos alguien así, un chico que no la merece moralmente! Yo mismo debía encargarme de sacarlo del camino, ya que Carla sólo merece tener a su lado a un príncipe azul.

Y el chico del volante, era lo más lejano a eso.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Durante toda la tarde estuvo lloviendo. Me encontraba detrás del ventanal de la sala, impaciente, con el balón bajo el brazo esperando que el cielo se calmara y que el sol decidiera asomarse entre las nubes. Pero aquello, parecía que no iba a suceder.

Resoplé e hice un puchero. Un día que no había clases, y no podía salir a jugar futbol.

De niño solía amar los días lluviosos, pero ahora los desprecio, sólo me causan enfermedades, impiden mis actividades y me hacen sentir una extraña sensación de melancolía.

 

Nada bueno podría pasar en un día lluvioso...

Harto de ver a la gente pasar con sus sombrillas de distintos colores y harto de esta espera que parecía continuar prolongándose, corrí la cortina que sostenía entre los dedos cuando de pronto apareció Lolo en la calle, dirigiéndose hacia mi casa mientras escapaba de la lluvia igual de desesperado que un gato.

Refunfuñé. Ese bastardo llegaba tarde nuevamente, aunque ya no importaba, todo se había cancelado por la repentina lluvia.

Tocó frenéticamente la puerta y corrí a atenderlo.

No pude evitar reír cuando lo vi esperando afuera, todo húmedo y titiritando de frío, rogándome que lo dejara pasar inmediatamente.

En cuanto lo dejé pasar, secó sus zapatos deportivos en el tapete de la entrada y se dirigió corriendo al sanitario a coger algún paño para secar su cabello. Lo esperé sentado en la sala, tarareando una canción. Él regresó frotándose su colorida cabellera con mi toalla de baño, y dejando huellas húmedas esparcidas por todos lados.

— ¿Ahora ya eres pelirrojo? —Le pregunté con ironía cuando le vi detenidamente la melena — ¿Existe algún color que aún te falte usar?—. Señalé irónico.

— Ninguno. He usado todos los colores posibles. Pero dime, ¿cuál de todos los colorantes que he usado se me ve mejor? —interrogó curioso, como si en verdad le importara mi opinión y la hiciera válida.

Me sobé el mentón un momento, pensativo.

—Te veías mejor antes de que comenzaras a teñirte el cabello —agregué—. Me refiero a tu color natural.

—Como sea. Y dime, ¿se suspende la práctica de hoy? —preguntó, ignorando completamente mi opinión mientras que se secaba el cuello y la cara.

—Sí, se suspende —afirmé malhumorado y arrojé el balón debajo de la mesilla.

—Entonces juguemos en tu consola, a ver si esta vez conseguimos pasar al nivel 7: "El inframundo"—sugirió emocionado.

Yo le seguí energético hasta las escaleras. Era una estupenda idea. Aunque me asustaba enfrentar al demonio con su espada de fuego.

 

— ¡Lolo! —mamá le gritó al chico punk desde la cocina.

Ambos nos detuvimos y volteamos asustados, con un escalofrío que recorrió nuestro espinazo; por un momento nos creímos descubiertos de aquel secreto: Lolo y yo fuimos quienes pisamos sus hermosos tulipanes la otra tarde.  

— ¿Es verdad que no hubo clases hoy? —dudosa, mi madre le preguntó a mi mejor amigo y se llevó las manos a la cintura.

Viré los ojos en dirección a mamá, ¿no había confiado en mí? ¡Por lo mismo le di un papel firmado por la directora!  ¿Acaso creía que estaba haciendo ovillos?

—Así es, doña Laura —me reforzó Lolo—. Hoy no hubo clases.

Aún incrédula, mamá mantuvo las manos en la cintura.

— ¿Entonces por qué hoy vi pasar a Carla hacia la escuela?—soltó ella.

Balbuceamos. No supimos qué responder, estábamos igual de extrañados, ya que definitivamente no hubo clases para nadie.

—Están castigados —demandó mi madre—. Por mentirme y haber faltado a clases. No prenderán la consola durante una semana.

Por un momento el castigo no me importó, pero lo que sí me dejó desconcertado fue:

¿Adónde había ido Carla y por qué fingió ir a clases?

Recostado en mi cama, Lolo refunfuñaba y dibujaba en una de mis libretas para matar el tiempo mientras que yo me paseaba por toda la habitación, angustiándome con esas interrogativas.

¿Dónde estaba Carla?

La noche llegó y bajamos al comedor a cenar calabazas con leche. A mí no me gustan y no sé por qué presentí que mamá las hizo para castigarme aún más. Por otro lado, Lolo se quitó el piercing de la lengua para cenar y terminó velozmente con sus calabazas, arrasando con las mías también.

Devoraba su tercer plato, cuando el reloj de pared marcó las nueve de la noche y Lolo se puso de pie para marcharse a casa. Yo lo acompañé y hablamos de futbol hasta llegar a la salida.

 

En cuanto abrí el portón del jardín, mi hermana Eli, que volvía de la calle, entró a toda velocidad en su silla de ruedas apartándome bruscamente del camino.

— ¿Dónde estabas tan tarde? —la reprendí.

—Con Jenny —se detuvo y me sacó la lengua.

Y automáticamente le pregunté por Carla. Ya era una costumbre mía.

Esta vez no renegó y me contestó sin tener que insistirle o sobornarla con caramelos.

—Carla no ha llegado de la escuela y sus padres están preocupados. ¡Esa chica se está revelando! —me informó y se metió a la casa todavía sorprendida.

Pero más sorprendidos estábamos Lolo y yo.

— ¡Está con ese! —Furioso, pateé el portón— ¡Estoy seguro!

— ¿A quién te refieres con "ese"? —ciñó el entrecejo mi amigo.

—Me refiero al chico por el cual Carla rechazó a Diego... a ese vil ladrón que me está robando a Carla. Reseño al que sin conocerlo... ¡ya le odio con toda el alma! —certifiqué irritado y volví a patear el portón.

Eso dolió un poco y me sobé el pie.

— ¿De qué hablas?—preguntó Lolo aún confundido y se rascó su pelirrojo cabello.

En eso, divisamos desde la acera contraria al padre de Carla, que salió fuera de casa y se quedó al pie de la puerta amarrándose la cinta de su bata para dormir, con la mirada hacia la calle intentando ver más allá de la cuadra, esperando con los brazos cruzados a que apareciera su hija.

No podía dejar las cosas así...

—Recordé que tengo algo que hacer —apresuré a Lolo y lo empujé hacia la calle,  impulsándolo a que se marchara de una vez.

Lo escuché decirme algo pero no le tomé importancia y entré a casa antes de que terminara de hablar. Mamá estaba lavando los trastos en la cocina, y aproveché para hurtar sigilosamente el teléfono inalámbrico de la sala sin que se percatara de ello, y subir de puntillas hasta mi habitación.

 

Me encerré en el cuarto poniéndole seguro a la perilla y busque y rebusqué exasperado el volante de ese chico Lobo por toda la habitación.

Necesitaba asegurar que Carla no se encontrara con él en estos precisos momentos y que este la hubiera raptado...

Hallé el volante debajo de mi almohada. Y no sé por qué mis manos comenzaron a temblar inmoderadamente cuando intenté marcar el número. De tan sólo pensar que tendría un enfrentamiento -aunque indirecto-, con aquel joven del volante, extrañamente comencé a morderme las uñas del nerviosismo que comenzaba a atacarme escandalosamente. 

Pero se trataba de Carla así que marqué sin más rodeos, intentando ignorar mis extraños comportamientos físicos o a las consecuencias que pudiera haber.

Y timbró una vez...

Mi respiración comenzó a agitarse.

Timbró de nuevo....

Me pregunté qué locura estaba a punto de hacer y sobre si debía continuar.

Timbró por tercera vez...

Y ya no podía con esto. Cobardemente me decidí a colgar, cuando al fin una voz masculina contestó del otro lado.

—El show del Lobo, buenas noches...

Me paralicé, y no logré articular palabra alguna.

Su voz se escuchaba grave e intimidante. Parecía la de alguien bastante mayor a como lucía en el volante.

—A sus órdenes —insistió, impacientado.

Mi voz comenzó a fallarme. La había perdido. Era como si me hubiera quedado repentinamente afónico.

— ¿Sí? ¿Quién llama? —solicitaba desde el otro lado del auricular.

 

Pero mi voz continuaba apagada, y mi cerebro sin reaccionar.

— ¡El mudo otra vez! —explotó—. ¡Chicas tímidas que al final no se animan a hacer la contratación del show! —clamó irritado.

Al escucharlo, mis palabras fluyeron como el agua...

— ¡No soy una chica! —corregí avergonzado.

¿Eh? ¡Había respondido!

Él contestó con tono ultrajado:

—Disculpe joven, pero este show no es de carácter gay...

¿Qué había supuesto de mí?  Gay... ¿yo?

— ¡No he llamado para la contratación del evento erótico! —señalé colérico.

—Entonces podría explicarme por qué ha llamado a este número de... “¿contrataciones para el show del Lobo?” —con tono irónico, exigió una respuesta.

Balbuceé.

—...Llamé para saber dónde está Carla —inquirí directamente, pensado que hablaba personalmente con él Lobo y que él sabría darme razón de ella.

— ¿Carla? ¿Quién es esa zorra y por qué debería saberlo yo? Ya le dije, este es un número para contrataciones del show del Lobo, y no el número de emergencia para personas desaparecidas —objetó.

— ¡Carla ha de estar ahí, contigo, en una de tus sucias presentaciones! ¡Ya no finjas más Lobo! —repliqué.

—Escucha pedazo de mierda, yo no soy el Lobo y si tienes problemas con él porque esta noche te robó a la chica, llama a su celular o búscalo en el Antro "Party Nigth" en el centro de la ciudad, que es a donde va todos los viernes sociales, a ver si tienes las agallas de ir y reclamarle en la cara, ¡imbécil! —estalló y cortó la llamada.

— ¿Bueno? ¿Bueno? —continué intentando.

Maldije al hablante y colgué arrojando el teléfono a la cama.

 

Él no era el Lobo, como creí al principio, pero si alguien que al igual estaba comenzando a odiar.

Y la preocupación por Carla llegó al punto de ser alarmante. Podría correr muchos riesgos al estar acompañada de alguien como ese chico, en lugares tan peligrosos e inapropiados a estas horas de la noche.

¿Pero qué podía hacer yo?

La idea de ir a buscarla, fue desatada y extremista para alguien como yo, que jamás sale de casa cuando es de noche, y mucho menos a un lugar alejado de la colonia. Pero se trataba de Carla. Mi amor por ella iba más allá de los miedos y de lo que era correcto.

Me puse un pantalón oscuro, una chamarra de color verde botella que llevaba una capucha lanuda por detrás, y debajo, una camisa simple con el estampado de un "Creeper" del videojuego de "Minecraft".

Cogí el celular, también un puño de monedas que tenía regadas en el buró de mi cama y me salí del cuarto.

En la planta baja de la casa estaba todo en penumbras, lo que significaba que mamá ya se había ido a dormir, lo cual era extraño, porque acostumbra a quedarse en la sala leyendo sus oraciones religiosas y hojeando las recetas de cocina hasta media noche.

Bajé las escaleras con sigilo, evitando no tropezarme, ya que gracias a mis piernas torpes, solía hacerlo muy seguido. La luz de la farola de calle que entraba por la ventana era débil y apenas me ayudaba a divisar el camino. Pero fui asusto y precavido.

Pasé rápidamente a la cocina, abrí el jeroglífico y comencé a empacar comida.

Ya con la mochila llena, llegué a la puerta triunfante y a salvo.

Estrujé el rostro, cuando la puerta rechinó al intentar abrirla lentamente.

No podía creerlo, ¡estaba escapando de casa como un ladronzuelo!

Afuera, la noche era taciturna y espectral. Tan solitaria, que lo único que se escuchaba era el eco de mi calzado y el aullido de algún gato que brincaba de una azotea a otra. Estaba aterrado, lo que la noche representaba para un chico llorica desventurado como yo, sólo era una cosa: "Peligro". Y con mucho más razón por la colonia en la que vivía, invadida de inquilinos maleantes y pandilleros que se adueñaban de las calles después de la media noche, y uno que otro zombi que aguardaba para comer mi cerebro. Me aseguré de ser rápido y llegar a la parada de bus, que era más transitada e iluminada. Ya de pie junto a las bancas de espera, no hice más que  encogerme de hombros, el ambiente era muy fresco que hasta pude ver el vaho salir de mi boca a cada respiro que daba, por más leve que fuera. 

Junto a mí, había un señor de barba y vestimenta oscura esperando el transporte, con un hacha en la mano. Quise imaginar que sólo era su herramienta de trabajo y que no se trataba de un sádico asesino serial y yo la primera e infortunada victima que se cruza en su camino.

Miré a mi alrededor, temeroso. Los asientos de espera estaban todavía húmedos por la lluvia de esta tarde y casi cometo el error de sentarme en uno de ellos.

En eso, una luz cegó mis ojos. Eran los faros delanteros del bus. La última vez que fui al centro de la cuidad fue hace meses cuando acompañé a mamá a comprar mis útiles escolares o cuando fui con Lolo a ver las consolas de videojuegos y no recordaba con exactitud cuál ruta me llevaba, pues soy ese tipo de chico distraído que no se fija en esos detalles y que siempre viaja con su madre, así que me acerqué al señor y le pregunté. Él me ignoró y dio la señal de parada al transporte que venía a lo lejos.

— ¡Oiga! ¿Qué ruta me lleva al centro de la cuidad?—seguí insistiendo, con más desesperación.

Malhumorado, volteó a verme, y con el dedo índice apuntó la fachada del bus, señalando al letrero que decía con letras grandes y visibles:

"Centro de la Ciudad"

—Creo que ese sí me lleva, gracias —le agradecí avergonzado por mi idiotez y me rasqué el cabello.

Él me gruñó y subió delante de mí. Al abordar, descubrí que el camión estaba vacío, sólo había un señor de sombrero en los asientos traseros, escuchando música country en su grabadora con antena que en estos tiempos ya debería estar extinta. Fue muy raro en verdad.

Después de pagar mi pasaje, tomé asiento y froté mi frente preocupado. Esto era nuevo para mí y estaba asustado. Saqué una manzana que había empacado para mi viaje y le di un gran mordisco. También me apresuré en zamparme mis gomitas con figuras de ositos.

A sólo unos minutos de recorrido, el sueño me invadió y comencé a cabecear. Digo, soy un chico que está acostumbrado a dormir a las nueve de la noche y no hay nada que me mantenga despierto si no son las caricaturas o la consola de videojuegos.

 

En mis más profundos sueños, vi la imagen de Carla sonriéndome cuando de pronto...

—Despierte joven —una mano me sacudía el brazo.

Con el cuello ya torcido, enderecé mi cabeza que descansaba sobre uno de mis hombros, y perezoso abrí los ojos cuando vi el filo de un hacha apuntándome la mejilla izquierda. Lancé un grito desgarrador y poco varonil, y me abracé a mí mismo.

—Tranquilo niño, no voy a lastimarlo, sólo estaba avisándole que aquí ya es su bajada. El centro de la cuidad —aclaró el señor y tomándome del brazo me levantó del asiento como su fuera de trapo, y posteriormente me arrojó por las escaleras del transporte cuando mis piernas aún se encontraban adormiladas y entumecidas.

Caí en la dura banqueta.

—Gracias por el aventón, supongo —me levante sobándome el trasero y miré curioso mi alrededor mientras el autobús arrancaba de nuevo y se alejaba por la calle.

Me quedé boquiabierto al contemplar todo lo que había entorno a mí. Era como si hubiera entrado a otra dimensión, a un mundo desconocido:

"Al mundo nocturno"

Era una noche muy distinta a la que esperaba: tenebrosa y con zombis, como en los videojuegos.

Esta noche era una fiesta. Una ciudad despierta e iluminada por luces de neón; letreros parpadeantes y figuras publicitarias de sex simbol parpadeando ante mis pupilas. ¡Una noche viva y sonora de música electro! Calles repleta de chicas perfumadas que se paseaban con cabello acrílico, minifaldas y tacones. ¡Era todo un carnaval! A lo que absorto me pregunté... "¿todo esto sucede mientras yo duermo tranquilamente en mi cama chupándome el dedo pulgar como si fuera una mamila?"

— ¡Impresionante! —exclamé deslumbrado mientras caminaba perdido por las calles,  leyendo anuncios de marcas reconocidas de condones en pantallas planas.

Caminé distraídamente y abobado, contemplando todo aquello, esa noche de locura y perdición, cuando pasé al lado de dos hermosas chicas con vestidos cortos que esperaban que el semáforo cambiara a verde para cruzar la avenida.

Party Nigth siempre será el mejor lugar de fiesta para los días viernes —mencionó una de ellas mientras encendía un cigarrillo.

 

¿Había escuchado "Party Nigth"?

—Disculpen... —les hablé sin pensarlo, pues estaba totalmente perdido y desorientado. Y mi cara se puso roja de la pena, puesto que jamás había hablado con chicas tan guapas.

— ¿Qué quieres niño? —Preguntaron mirándome con insuficiencia—. A estas horas ya cerraron las jugueterías.

« ¿Niño?» Hice una mueca. ¡Había cumplido ya mis dieciocho años!

Pero ya no pude concentrarme más cuando una de ellas comenzó a regocijar sus proporcionados senos ante mí, esperando inquieta, una respuesta de mi parte.

Dudé en hablar y titubeé un par de veces, colorado hasta las orejas.

—Este chico está mudo. Y tan tiernito… —carcajeándose como cacatúas, me dieron la espalda y siguieron conversando entre ellas sobre Party Nigth, dejándome de lado.

Sin embargo, las jóvenes se dirigían al mismo lugar que yo quería ir, así que dejé que se alejaran un poco, y seguí sus pasos discretamente después de eso.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Después de caminar unas cuantas cuadras, y de pasar unos cuantos bares y discotecas, por fin llegamos a Party Nigth. Enfilada, la muchachada esperaba ansiosa ingresar a ese lugar enorme y moderno. Embelesado, me acerqué a la entrada. Dos guardias de seguridad custodiaban la puerta. Los hombres robustos me bloquearon el paso en cuanto intenté escabullirme como a quien no notan.

—Tu credencial de elector —uno de ellos estiró su mano acolchonada.

—No creí que la necesitaría —añadí y reí ingenuamente, rascándome el cabello.

Los gorilas humanos soltaron una estruendosa carcajada.

—En este lugar se ingieren bebidas alcohólicas, se mencionan palabras altisonantes, las personas se desnudan mientras bailan arriba de las mesillas y practican el sexo en los baños y en cada rincón del sitio —comentaron los guardias.

 

Me quedé absorto. ¡Eran situaciones a las que Carla estaba expuesta, y que debía salvar a como diera lugar!

Pero necesitaba la credencial...

Como un reflejo, esculqué exasperado mis bolsillos, aun sabiendo que la identificación que me hacía legalmente un adulto no estaba dentro.

Pero sorpresivamente, ¡la identificación estaba ahí! Es como si mi bolsillo fuera mágico. El que lo haya encontrado fue un acontecimiento muy extraño, pero al fin de cuentas una casualidad muy afortunada, ya que no acostumbraba a cargarla con regularidad.

Inmediatamente se la mostré a uno de los porteros.

—Qué raro —frunció el entrecejo al checar la credencial— ¡En verdad este joven es mayor de edad! ¡Y yo creí que nos tomaba el pelo! —le codeó a su compañero.

—En sí, fue recién tramitada, he cumplido la mayoría de edad apenas el mes pasado —me sonrojé.

Aún conservando una actitud inflexible, me miraron y cruzaron sus marcados brazos.

— ¿Ya puedo pasar?—di un salto adelante.

Pero por segunda vez, el señor me bloqueó el paso mientras que el otro me tendió su mano.

—Antes, debes darme tu pase privado —ordenó.

—Y ahora, ¿qué es eso? —cuestioné desilusionado.

—En este antro, las entradas son vip, niño —respondió—. No cualquier persona puede entrar, sólo los que pertenecen a este círculo social.

— ¿Qué? Pero... —con un puchero en el rostro, hacía mi último intento mientras ellos me sacaban de la fila ante la desesperación de los jóvenes que esperaban detrás de mí.

Ni de milagro el pase vip aparecería en mi bolsillo -aunque hice el intento, pues no perdía nada-, así que derrotado, me alejé de la entrada.

Me pregunté si Carla estaba dentro y si tardaría mucho en salir.

 

Esperé sentado en el borde de la banqueta frente al Antro, mirando las luces y escuchando la estruendosa música que se escapaban fuera del lugar. Una chica salió de ahí totalmente borracha. Caminaba curiosamente, en zigzag, y se la doblaban las delgadas piernas con aquellos tacones tan altos que calzaba; y llevaba las tiras del empeine desatadas.

— ¡Amigo! —Me saludó con un tono de voz que me pareció bastante gracioso—. ¿Por qué tan solito?

« ¿Amigo? ¿Me conoce como para llamarme de esa manera?». Extrañado, intenté recordar si la había visto antes. Pero no, lógicamente alguien como yo jamás conocería a una mujer tan linda y tan… ebria. En definitiva, a ninguna mujer más allá de mi madre y hermana. ¿O qué decir de mis tías las amorosas?

La sexy y desastrosa joven se acercó -figuraba a que intentaba contener un vómito- y se sentó junto a mí; movimiento que estuvo a punto de terminar en una fuerte caída si no se hubiera sostenido de mí y casi desgarrado mi hombro en su desesperado intento por equilibrarse.

Ella me miró y de pronto, sus facciones se pusieron angustiosas.

— ¡Descubrí a mi ex con otra! —clamó y soltó un mar de lágrimas.

Hice una mueca. ¿Por qué demonios una desconocida me contaba sus problemas amorosos?

—Pero... se trata de tu ex... —le respondí, aun así.

— ¡Qué importa! ¡Me duele! —dramatizó—. ¡Aquí, aquí! —. Se golpeó el pecho con su puño.

Yo comencé a asustarme, ella lloraba mucho. Estaba inconsolable.

 ¿Qué debía hacer yo en estos casos? ¡No lo sé! ¡Jamás me había encontrado en una situación semejante!

Repentinamente determinada, la chica se limpió el rímel derramado, que la hacía verse como Morticia, y se puso de pie, renovada.

¡Ella me asustaba! ¡Me asustaba mucho! ¡Su bipolaridad era escalofriante!

 

 

— ¡Vamos! ¡Le daré celos contigo! —quitándose los tacones, los cargó con su mano derecha, y con la otra me jaló del brazo.

Al principio me aferré mientras me arrastraba, pero cuando me di cuenta de que era la oportunidad perfecta para acceder al antro, no me contuve más y me dejé llevar por su mano que me apretaba con fuerza.

—El pase privado —pidieron los guardias en cuanto nos vieron.

—El viene conmigo —informó la chica y me tomó del hombro.

Al reconocerme, el portero hizo una mueca, pero sin más, se rindió y me dejó pasar. ¡Al parecer la chica con la que iba acompañado era bastante influyente!

Y gracias a ello, fue como logré adentrarme a ese sitio de mala muerte...

Quedé embobado, totalmente embobado. La música  electro punch y trance hacían estallar a mis oídos y las luces estroboscópicas me coloreaban la ropa y la piel. Era un sitio invadido de un ambiente en el que nunca me había encontrado. Un paraíso juvenil. Glamur y bebidas embriagantes se paseaban por todo el lugar. Sólo jóvenes apuestos y con onda, reunidos en las barras y en aquella pista de baile, donde sacudían sus cuerpos y cabelleras como si estuvieran bajo los efectos de algún alucinógeno. Gritos de júbilo y carcajadas, se sumaban a la fuerte música.

— ¿Esta vida de perdición lleva el Lobo? —me preguntaba mientras me sumergía poco a poco, a ese mundo, su mundo… de excesos y perdición.

Un mundo donde alguien como yo, no cuadraba ni un poco...

— ¡Ahí está el bastardo! —apuntó mi acompañante ebria a un chico que estaba sentado a la barra de bebidas.

Intenté escapar, perderme entre la gente, pues no quería que su ex atentara contra mí; que me sacara al patio trasero del lugar, y así, frente a docenas de espectadores comenzar una riña sólo por creer equivocadamente que le robé a la chica, misma que sólo me utilizaba para su venganza. Pero ella me pescó del gorro de la chamarra y me llevó con su ex sin darme oportunidad de huir. Me puso frente a él y me abrazó, pescándose de mi cuello. No pude si quiera reaccionar ante eso. Me quedé congelado, totalmente paralizado y sin habla.

 

 

El chico dejó el vino en la barra y se volvió hacia nosotros, mirándonos con seriedad. Yo temblé e intenté alejar las inquietas manos de la chica que habían bajado hasta mi espalda, y que ahora, se aferraban a ella.

— ¿No pudiste conseguirte a alguien mejor, Lorena? ¿Desde cuándo sales con niños? Y mira, lo tienes aterrado —comentó sarcástico y volviendo a su copa de vino, continuó bebiendo despreocupadamente en la barra.

— Tengo dieciocho… —entre dientes, debatí malhumorado, pero él no me prestó atención. 

¡Vaya, le parecí tan insignificante que no me consideró una amenaza, ni siquiera digno para sentir celos de mí, o de brindarme una paliza!

Al ver que no surtía el efecto deseado, ella me desechó sin mas, y me aventó lejos, ocasionando que terminara por estamparme en un banco.

— ¿Y qué me dices tú? ¿Miriam? ¿Esa vulgar?—le reprochó ella.

Al escucharla, el hombre se giró hacia la joven una vez más.

— ¿Qué? ¡Fuiste tú la que me abandonó primero porque creíste que tendrías una oportunidad con el Lobo! Pero él no le pertenece a ninguna chica, ¿cuándo lo entenderás? ¡Con él nunca lograrás algo serio! ¡Sólo que quieras ser su puta por una noche! ¡Porque ni siquiera con las mujeres fáciles se acuesta dos veces! —se levantó cabreado, tomó su copa y se alejó.

Sobándome el chichón que se me hizo en la frente por la caída, me acerqué a ella.

— ¿Lobo? —escudriñé pasmado—. ¿Le conoces?

Indignada, ella se giró y comenzó a caminar sin rumbo fijo, hasta perderse entre la pista de baile.

—Oye, oye —intenté alcanzarla mientras caminábamos en espacios estrechos junto a los que danzaban como si estuvieran electrocutándose.

Escuché que mencionó al Lobo, por lo que quise preguntarle ciertas cosas.

Ella se detuvo y me encaró por fin.

—Te invitaré un trago —me dijo y me llevó de la mano, decisiva.

 

La chica caminó hasta una mesa circular y tomó asiento junto a sus amigas, que eran varias muchachas guapas, acompañadas de un joven de aspecto austero que bebía con ellas.

—Hay un banco para ti —me ofreció Lorena, palmeándolo para que me sentara en él.

Tímidamente, me subí a dicho asiento e hice un ademán tímido con la mano, como un intento de saludo dirigido al gremio de jóvenes que conformaban la mesa, pero nadie me volteó a ver. No insistí y me dirigí a la chica que me había llevado hasta ahí.

— ¿Conoces al Lobo?—inquirí.

Entonces, todos los de la mesa que hace un instante parecían no tener ni un ápice de interés en mí, al fin me prestaron su más atenta atención.

— ¿Y quién no lo conoce?—comentó irónica una joven de cabello rizado.

—Al parecer el jovencito —afirmó otra chica entre carcajadas, y que llevaba un escote muy atrevido.

Todos rieron bulliciosamente, pero yo no le encontraba lo gracioso a mi respuesta.

— ¿Acaso vives en una montaña como ermitaño? ¿Alejado de la sociedad? ¿En una cueva primitiva? ¿Eres un oso? —preguntó la misma chica del cabello rizado aún riendo.

— Pues no, pero… —balbuceé y me encogí ante mi ignorancia.

—No hay nadie de esta ciudad que no lo conozca —aseguró la chica y sorbió su bebida.

—Es el macho alfa de la Manada —comentó otra.

Todos asentaron con la cabeza en acuerdo.

— ¿Cómo? —inquirí confundido, arqueando una ceja.

—Es el soltero más cotizado de la cuidad, ¿cómo no sabes de él? —aseguró una tercera chica.

—Es el rey de las fiestas, el rey de la vida nocturna —añadió una más.

— ¿Por eso le dicen Lobo? ¿Por nocturno? —ideé.

—Por esa y muchas otras razones —respondió.

Lobo también es su nombre artístico —esta vez añadió Lorena.

— ¿Su nombre artístico? —repetí terco en mi ignorancia.

—Aún recuerdo la primera vez que lo vi —comentó la mujer más madura del círculo, y que hasta ese momento sólo se había dedicado a escuchar y a fumar.

—Su popularidad nació en el antro-bar "Blue Rose" ¿verdad? —le preguntaron a la susodicha.

— ¿En un lugar así? ¿Me están tomando el pelo? —habló al fin el único hombre de la mesa.

—Anteriormente, ni una mosca se paraba en aquel lugar, tenía mala reputación y el punto de ubicación en el que se encontraba era muy peligroso y poco transitado. Una noche terminé en ese lugar, y en esa ocasión conocí al Lobo, que trabajaba de mesero en ese entonces. Se dedicaba a limpiar la porquería de los borrachos —añadió la mujer madura mirando levemente hacia mi dirección.

— ¡No es cierto! —contestaron todos incrédulos y comenzaron a reír, menos yo.

Esto comenzaba a ponerse tedioso. Parecía como si hablar del Lobo fuera el mejor pasatiempo de ellos. Se entretenían mucho mencionarle y les causaba placer. El Lobo parecía ser un caso muy relevante en la vida de todas estas personas, y yo no lograba comprenderlos. De hecho, por alguna extraña razón, ¡me enfurecía!

—Claro, limpiaba porquería, y era sólo un jovencillo cuando le vi por primera vez, aunque ya con la mentalidad de un hombre maduro —aclaró ella, y siguió fumando, creando figuras en el aire con el humo de su tabaco.

Don Fernando siempre lo apoyó y le dio trabajo —comentó Lorena aun conservando su acento gracioso, y se sirvió vino de la botella, como si no estuviera ya muy borracha.

— ¿Don Fernando? ¿El dueño de Blue Rose? Parece una mala persona, fría y calculadora —revelaron incrédulas.

— ¿No fue en su pasado general del ejército?

— Un Gánster, ¿no? —corrigió el chico.

—Nunca tuvo hijos, quizá vio al Lobo como a uno —intentó justificar la chica de rizado cabello.

 

— ¿Cómo no verlo como a un hijo, si gracias al Lobo, ahora Blue Rose es uno de los lugares más visitados?

—De seguro le paga muy bien.

—Pero si le va bien, no entiendo por qué el Lobo sigue con esa vida de mierda —comentó el chico.

—Le iría mejor si se prostituyera —añadió una pilla.

—Sería su primer cliente.

—No me importaría gastarme mis ahorros de vida, para lograr pasar tan sólo una noche con él.

—Ni a mí.

— ¿No es un gigoló?—me sorprendí, ya que lo había creído luego de leer el volante.

—No, sólo un stripper, aunque prácticamente se ha acostado con la mayoría de las mujeres de este, y otros lugares —me aclaró la joven rizada.

— ¡¿Qué?! —exclamé.

—Aunque eso no significa que se acuesta con cualquiera, es muy selectivo —esclareció la joven de escote atrevido.

— ¿Divisan a Andrea? —apuntó con sus uñas color carmesí, a una diosa de mujer, que era acosada en la pista de baile por varios hombres—, el Lobo se acostó con ella y al día siguiente se marchó, y no quiso volver a saber de ella, como lo ha hecho con todas, claro.

Al escuchar tal bajeza, me sobresalté, sin ser capaz de ocultar la indignación que sentía.

— ¡¿Engaña a las mujeres?! ¡Es un jugador, un mujeriego! —le discriminé, totalmente airado y golpeé la mesa.

Hubo un momento de incómodo silencio.

—Te equivocas, él no engaña a nadie, desde un principio dejó claro para cada una de sus amantes, que él no le pertenecía a nadie y que no buscaba compromisos —defendió una, mientras se enrollaba el cabello con el dedo—. Ellas son las que al final, quienes no saben perderlo y se aferran a él, inevitablemente...

 

—Aún así. ¡Nada lo justifica! —respondí inconforme y bufé.

—El no busca amor, sólo placer —Interpretó—. Digo, ¿quién busca eso del amor en estos tiempos?

— ¡Qué forma de pensar es esa! —exclamé y golpeé la mesa por segunda ocasión.

¿Estas personas no creían en el amor?

—Tu amigo es muy aburrido y anticuado, Lorena—expresó ella, discriminándome con la mirada—. Ha visto demasiadas películas románticas, y estas le han afectado el cerebro.

— ¡Al diablo con ustedes! ¡Y al diablo con el Lobo, o como se llame ese idiota! —gruñí.

—Se llama Adrián, Adrián Villalobos —aclaró con énfasis el chico de la mesa—. Y yo no le llamaría idiota, al menos que quisiera sufrir una muerta prematura.

Adrián... 

Me levanté furioso de ahí. Había tenido suficiente de toda esa basura.

¡No quería volver a oír hablar de un individuo como él, ni tratar con personas que apoyan su estúpida ideología!

 

«No busca amor, sólo placer... 

Digo, ¿quién busca eso del amor en estos tiempos?»

 

Toda esa conversación me hizo afirmar que aquel chico del volante era justamente una porquería de persona, y que debía alejarlo de Carla. Salvarla de él. Definitivamente. No permitiría que uniera a la chica de mis sueños a su lista de conquistas.

Salí del antro totalmente intoxicado por el humo artificial y el de los cigarrillos. Todo indignado.

Caminé por una calle solitaria, tropezándome con unos cuantos borrachos tirados en las banquetas.

 

Me jalé el cabello.

— ¡¿Cómo voy a regresar a casa?! —grité.

Me sentí peor que un niño de cinco años perdido. Asustado e indefenso.

En eso...

— ¡Amigo! —me gritaron detrás.

Era la alcohólica descerebrada que abandonó a su novio por el mujeriego del Lobo, ¡La idiota esa de nombre Lorena y sus amigas!

Ellas caminaron hacia mí.

—También decidimos marchamos pronto de ahí. Ahora que no vino Adrián, todo se tornó aburrido —se quejó una de sus amigas que abrazaba a otra para ayudarla a caminar porque estaba lo demasiado intoxicada como para andar por sus propios méritos.

En sí, todas ellas andaban a paso de zombi, y se sostenían de las paredes para no caer. Alegaban que estaban sobrias, pero cuando intentaban hacer “el cuatro”, fallaban terrible y patéticamente. Aunque he de admitir que la bebida hacía sus acciones un tanto divertidas.

—Ya no pasa el bus nocturno, pero no te preocupes amigo, que te llevaré a tu casa porque me ayudaste a encelar al imbécil de Ricardo... o al menos lo intentaste—. Indicó Lorena -que se le escapó un erecto-, y encendió con un aparatito, las luces delanteras de su carro blanco que estaba a unos pasos de mí.

Balbuceé.

—Agradecería mucho que me llevaran a casa, pero... ¿quién va a manejar? —pregunté alertado.

Lorena estaba demasiado ebria para coger el volante, -¡ni siquiera le atinaba a la ranura para meter la llave y abrir su auto!-, y yo no confiaría el futuro que me esperaba junto a Carla, en las manos de ella, ¡que repentinamente corrió a una esquina a vomitar sobre sí misma!

Después de las arcadas, ella volvió más recuperada, limpiándose con el antebrazo algún fluido verdoso que colgaba de la comisura de sus labios.

 

—No manejaré yo jajajaja —aclaró con esa boquita que olía a rayos, y abriendo la puerta trasera del auto, me empujó dentro, sin darme oportunidad a nada.

Con esa violencia accionada, no tuve opción, y me acomodé en el asiento, sumisamente.

Todo estaba bien, o eso intenté creer. Sólo esperaba que no se tratara de unas chicas traficantes de órganos, o algo peor. Que tomaran una ruta distinta a mi casa y me llevaran a una bodega olvidada y oscura para luego enviar a mi casa un paquete con una parte de mi cuerpo dentro, adjunto a una nota amistosa pidiendo dos millones de pesos a mis familiares para mi liberación.

En eso, una chica mucho más ebria que la misma Lorena, se subió frente al volante.

—Espera... ¿ella va a manejar? —chillé.

—Sí, es buena para las acrobacias en carretera —dijo la que estaba sentada al lado de mí, medio moribunda, ahogada ya en su propio vómito.

¿Acaso no tenía miedo de morir? ¿Era al único que le preocupaba nuestra supervivencia? ¡Era el único que estaba en sus cinco sentidos!

Intenté bajarme, pero ya era demasiado tarde para mi salvación. Y grité como un loco histérico cuando el auto arrancó y empezó a andar, y a toda velocidad.

¿Era mi fin? ¡No! ¡Aún no había vivido mi historia de amor!

Un momento... ¿se había pasado el alto? ¿No era eso un delito vial?

¡Aguarden, que casi se llevan a un perro callejero!

Comenzó a darme un ataque de nervios y al igual que ellas, sentí unas ganas desesperadas de vomitar. ¡Ya estaba viendo el final del túnel!  Entonces me colgué del cuello de la chica que tenía cerca.

De pronto, mi celular timbró desde mi trasero. Era una llamada entrante a la que me dispuse a atender con rapidez.

—Ángel... —escuché una voz de ultratumba por la bocina.

— ¡La muerte! —dramaticé—. ¡Aún no vengas por mí! ¡No quiero morir!

—Sólo soy Lolo, tu mejor amigo —corrigió desde la línea.

 

— ¡Lolo! Voy en un auto con unas chicas suicidas, si me pasa algo como que se me deformara la cara luego de una colisión contra un tráiler, o que caigamos por el barranco y mi cuerpo se destroce...

— ¡Ves demasiadas películas gore! —me regañó.

— ¡No me interrumpas que son mis últimas palabras! —le grité—. Quiero que sepas, que te quiero, y que gracias a ti, mis días fueron memorables Lolo, y que cuando estabas a mi lado y me dabas la mano...

— ¡Eso ya está sonando muy romántico! ¡Y sobre todo, gay! —me calló incómodo.

De pronto...

"Batería agotada"

Sonó un bip y murió mi celular...

—¡¡Lolo!! —aullé con los ojos encharcados—. Te amo Lolo, te amo.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Luego de recorrer los veinte minutos más angustiosos de mi vida secuestrado en los asientos traseros de un carro, las chicas ebrias me dejaron en el parque, a dos cuadras antes de casa, completo y a salvo. Solté a la fémina con la que me la pasé colgado durante todo el camino, dejándola sorda de por vida por mis constantes gritos desgarradores y poco varoniles.

Por suerte no había humedecido los calzoncillos y casi besaba el suelo al sentirlo bajo mis pies. ¡Había sobrevivido! ¡Y me sentía aliviado!

Seguía estupefacto y mi rostro conservaba la palidez. Era lo más riesgoso y aterrorizante que me había pasado en la vida.

— ¡Qué experiencia más loca he pasado! —me frotaba la frente sin creerlo aún, y me encaminaba a casa, cuando vi a Lolo sentado en una de las bancas del parque.

 

 

— ¿Por qué me colgaste? —me reclamó en cuanto me vio, y se puso de pie inmediatamente.

— ¿Qué haces aquí? —me sorprendí al verle de pronto.

— ¡Tu mamá llamó a mi casa buscándote y tuve que decirle que estabas durmiendo en mi sala! —clamó—. Por lo que decidí esperarte aquí hasta que aparecieras e interceptarte cuando fueras camino a casa, para llevarte a la mía.

Cuando tuve la intención de explicarle, él hizo un ademán con la mano para que me callara.

— ¡No es necesario que me digas dónde estabas, es seguro que fuiste a buscar a la desaparecida de Carla!—continuó reprendiéndome.

Encogí los hombros ante sus regaños.

Luego tomó aire...

—Carla ya regresó —me informó.

— ¿En serio?—engrandecí los ojos.

—Volvió justo después de que te fuiste detrás de ella. ¿Estás loco? ¿En dónde estuviste? —interrogaba mientras me jalaba hacia la calle que llevaba a su casa.

Hice una mueca de fastidio.

Había ido a un sitio en donde sólo se hablaba de Adrián, el chico que entre más sé de él, más deseo que no exista. O de menos, anhelo que no se involucre y no vuelva a aparecer más en mi vida y en la de Carla...

 

 

 

Notas finales:

Hasta pronto XD


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