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Mi cuento de hadas por JuneProductions

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Notas del capitulo:

Amane: Lo sabemos, tardamos mucho tiempo
Maname: Más de un mes
Amane: Pero, ey~, pudo ser peor.
Maname: Pudieron ser casi cinco años :D
Amane: :D
Maname: No?
Amane: Enjoy ~~

— ¡Yo la salvaré, mi princesa!


 


Salto por encima de las almohadas repartidas en el piso, resbalando con la última y cayendo al piso sentada. El golpe duele de forma estúpida por toda mi espalda, pero me recupero, me levanto y tomo en brazos a mi pequeña dulce princesa, a lo que ella chilla de la impresión y el repentino vértigo, ríe y se aferra a mí, mientras la alzo con dificultad.


 


—Santo cielo, Eli. ¿Cuánto pesan estas criaturitas?


—Ay, ya. Bájame, si peso tanto.


 


Suena algo ofendida, lo cual no era para nada mi intención, solo esperaba sonar graciosa. Acato en paz, no quiero enfadarla más, y la devuelvo al piso con cuidado, asegurándome de que quede estable antes de soltarla por completo. Hace una extraña mueca y me aparta, corriendo al baño. No la sigo, sé a lo que fue y no le gusta ser vista, cierra la puerta y yo me quedo a un costado.


 


—Lo siento, ¿Te agite mucho? ¿Quieres algo?


—Agua...


 


Su voz dificultosa no me deja tranquila, pero espero ser de ayuda. Me dirijo a la cocina a por un vaso de agua, como mi princesa pide. Dejo correr el agua unos momentos antes de llenar el vaso, luego lo dejo sobre la mesa del comedor, para que lo tome cuando salga. Mientras, me dedico a ordenar las almohadas, sacudiendo las que corresponden a la cama y acomodo la de los sillones como corresponden. Me llevo las almohadas a la habitación y dibujo una pequeña sonrisa.


Es divertido jugar con Eli, además de que así puedo expresarme un poco más libremente en mi trato con ella, al menos le puedo decir “Princesa” sin que me mire extraño. Aunque, si lo pienso bien, no es que siempre me esté mirando raro ante cada cosa que hago, tal vez ya se acostumbró en algo a mí, a que yo sea así con ella, lo suficiente como para no sentirme extraña a su lado, para estar más tranquila.


Salgo de la habitación exhalando profundo, yendo de vuelta al living-comedor y dejando mis pensamientos atrás. Me ubico en el sofá y me recuesto a lo largo de éste, Eli finalmente sale del baño y va por el vaso de agua. Cierro los ojos algo más tranquila, sin hacerle mal a nadie y Eli se acerca a poner el vaso frío y húmedo sobre la herida de mi pómulo, haciéndome saltar por la repentina sensación.


 


—Tienes algo hinchado, ¿Te has hecho las curaciones cómo corresponde?


—Sí, sí—Me acaricio suavemente—... los primeros tres días.


 


Me dedica una expresión de sincera preocupación, con un extraño sentimiento materno y de cariño.


 


—No quiero que se te infecte esa herida, Daniela.


— ¿Por qué?—Le sonrío como galán de cine— ¿Crees que arruinaría mi perfecto rostro de modelo?


 


Eli ríe, casi como burla por mi comentario más que por gracia, y camina de vuelta al baño, dejando el vaso en la mesa.


 


—Te puedes enfermar.


—Oh...—Suspiro una risa amortiguada por mis dientes y me incorporo ligeramente, aún ocupando el largo del sofá, para ver su figura perderse en el interior del baño—. No me va a pasar nada, tranquila. Soy casi indestructible.


 


Vuelve con la crema antibiótica en una mano y algodón en la otra.


 


— “Casi”—Repite suspirando molesta—. Y no, no me quedo tranquila. Estás así por mi culpa...


—Tú no me hiciste nada—Le interrumpo.


—... por mi causa—Corrige, pidiéndome un lado en el sofá—, así que espero que te recuperes sin problemas.


—Al menos los moretones se están borrando.


—Cambian de color—Se burla y la observo poner crema en el algodón, doliéndome solo la idea de esa cosa en mí—. Ahora, quédate quieta ¿Sí?


 


Tenso la mandíbula y me toca con la crema fría, contrastando con la herida húmeda y caliente. La verdad es, que la crema no debería doler tanto, pero la mala cicatrización de la herida hace que el contacto del agente antibiótico me arda como el infierno sobre la única herida (expuesta) que me logró dejar Enrique. Eli trata de ser gentil y frotar con suavidad, sobre todo al ver mi contenida expresión de dolor, pero igualmente debe presionar. Me sostiene con su otra mano para que deje de moverme y alejarme tanto. Con una mano es firme y con la otra es tierna, casi maternal. Me quedo quieta ante su orden con la mano y no puedo evitar mirarla.


Se encuentra tan cerca de mí, tan atenta a lo que hace que creo que está respirando sobre mi cara. Tiene los labios apretados mientras hunta el medicamento con meditada minuciosidad. Por un momento, solo un segundo, levanta la mirada y se cruza con la mía. Sus ojos se iluminan con la plata fundido en ellos, vibrando sus pupilas en vergüenza y timidez, notando por cercanía como sus mejillas se sonrosan antes de apartarme la vista, concentrándose en mi herida de nuevo.


“Quiero a alguien como tú”.


 


°/°/°/°


 


Mauricio da vueltas al rededor de mí, no dejando de observar mi cara, después de todo fue la más lastimada en la pelea. Me hicieron preguntas el primer día que aparecí toda magullada y con la herida parchada, pero no di muchos detalles al respecto, solo les dije que me había metido en una pelea por defender a Eli, a la cual de a poco le han cogido confianza y cariño, incluso a veces creo que mucho más que a mí, porque apenas la mencioné hicieron un revuelo por saber si estaba bien. Supongo que es porque ella va a ser mamá y se ve tan delicada, algo así como Miguel... Manuel. Inspiran ternura y ánimos de protección. De todos modos, después de distraerlos respondiendo las preguntas sobre Eli, algunos no quedaron conformes con que me saltara la pelea y cómo fue; Ramona y Mauricio, principalmente.


De tan solo pensarlo, vuelve a deambular por mi lado, escudriñándome con la mirada, pese a que no puede desatender las mesas, de modo que estoy a salvo, por lo menos hasta que Wanda llegue. Wanda no se encuentra a esa hora de la mañana por estudios, yo acudo en ayuda de Mauricio cuando se ve muy atareado, pero tampoco puedo descuidar el mesón.


 


—Oh vamos, Daniela. Tienes que decirme cómo fue.


 


Pretendo no asustarme por la voz de Ramona, quien se asoma por la ventanilla. Podría estar atendiendo el mesón, pero le gusta quedarse en la cocina, solo ayuda si la cafetería no da con un mesero y una cajera.


 


— ¿Para qué?


— ¿Con quién te peleaste?—Insiste.


 


No me gusta fomentar la violencia, ese día solo exploté en furia y no me pude controlar. No me enorgullezco de mí misma, porque quería lastimarlo más, pero nos interrumpieron, gracias a Dios justo a tiempo. El muy maldito golpeaba fuerte, pudo hacerme más daño, después de que la adrenalina bajó cada centímetro de mi cuerpo dolía a horrores, tuve que pedir un día libre para recuperarme, no me imagino cómo fue para Enrique, pero el desgraciado lucia resistente. Le rompí la nariz a puñetazos y no se quejó, a mí me rompió el pómulo y aún me quejo con las curaciones. Todavía me duele el hematoma del estómago y mis costillas, algo resentidas, arden cada vez que me estiro para respirar profundo, la rodilla que me golpeó me punza al caminar, pero finjo que no es así, y el dolor en mi nuca no quiere desaparecer del todo.


Me hizo mucho daño, del cual no me quejo solo porque mi princesa se encuentra bien y a salvo, ella vale todo el dolor que aún contengo, pero no me enorgullezco de nada de lo que pasó. Además de todo eso, no quiero que empiecen a hacer preguntar sobre quién era, porque no quiero revelar que se trata del padre de los hijos de mi princesa, no está en mis planes que la asalten a preguntas después.


Dedico una mueca de “Olvídalo” a Ramona y vuelvo mi atención a los clientes. No tenemos mucho que ofrecer a la hora de almuerzo, pero hay gente suficiente para mantenernos en movimiento. Ramona había salido a ayudar momentos antes, pero ya que Manuel tampoco está, alguien debe mantener los platos limpios. ¿Es que acaso aquí solo trabajan estudiantes?


Cuando la clientela vuelve a bajar, Wanda llega a la cafetería, apareciendo por la trastienda, mientras se pone su delantal, dirigiéndome una rápida mirada, supongo que para ver cómo seguían mis moretones, al menos los más visibles. Le dedico una sonrisa que me corresponde con una risa y se acerca a la caja, aprovechando el poco flujo que Mauricio ya estaba atendiendo.


 


—Eh, parece que se está recuperando tu cara—Me toca la herida del pómulo— ¿Qué es esto?


—Antibiótico—Respondo apartándome un poco—, Eli retomó las curaciones de mi herida.


Aawwwn~, si te quiere tanto.


— ¿Tú crees?—Pregunto rápido, no disimulando muy bien mi emoción.


— ¿Hablas en serio?—Ríe a carcajadas, no sé si de burla o no—. ¿No recuerdas cuando se puso celosa de mí? ¿Y lo dudas? Aunque, creo que fue más por tu culpa que mía.


— ¿Celosa?—Trato de hacer memoria—. Oye ¿Y mi culpa, por qué?


—Por coqueta—Me responde, apretando mi nariz—. De todos modos, tienes tan marcado en la cara “Te amo”, con letras brillantes y luces cada vez que la ves, que no creo que dude de tu amor.


—Oh...—Mi cara arde de vergüenza—..., pero... yo no le he...


 


Ambas guardamos silencio un momento, yo bajo la mirada completamente avergonzada, no solo porque Wanda recién entra en la cuenta de mi situación, sino porque hasta ella se da cuenta de lo que siento por Eli, de lo obvia que soy, cohibiéndome más al notar que Wanda solo aguanta una explosión de risa que, por cortesía asumo, no deja salir.


 


—Oh, perdón...—Reía entre dientes—... es que, se ven tan amorosas y hay una atmósfera tan cursi al rededor de ustedes, que yo en serio pensé..., solo asumí que estarían saliendo o algo así.


 


No aguanta más y comienza a reír, creo que incluso hace eco en la cafetería, llamando bastante la atención, avergonzándome más de ser posible y buscando una forma de esconderme.


 


—Vaya, Daniela—Pone su mano con fuerza en mi hombro, sacudiéndome un poco y dándome un par de dolorosas palmadas. ¿Qué demonios le dan de comer a esta niña?—. Deberías confesarle lo que sientes luego, pienso yo, porque la futura madre no parece nada tonta y tú eres demasiado obvia al respecto. No tienes por dónde perderte ¿O sí?


 


Me deja con las palabras en la boca y se retira a atender junto a Mauricio. Si ya estaba confundida antes, ahora me encuentro peor, con el pánico reemplazando la vergüenza anterior. Debería emocionarme por lo que Wanda dice, asumiendo que es totalmente verdad, pero en vez de eso solo me llena la ansiedad, porque también cabe la posibilidad de que se esté equivocando, que lo que cree de Eli sea solo una suposición errónea, más que nada por mi culpa, por la forma en que yo soy al rededor de ella. Porque estoy muy consciente de que me comporto de forma distinta junto a Eli, quizás por eso Wanda habla de lo que habla.


La cabeza me comienza a dar vueltas en un montón de ideas, mareándome hasta el punto de hacerme sentir realmente enferma, con una congestión de emociones rondando. Pero no tengo real tiempo para centrarme en ello, desenvolver cada emoción y tratarlas cómo merece un momento así.


Por la puerta viene entrando la madre de Elisabeth.


Mi cuerpo entero se congela y mi enredo de pensamientos se disipan, dejándome solo la idea del terror que me provoca que aquella mujer se esté dirigiendo tan firmemente hacia el mesón. Jamás la había tenido tan de frente, en realidad ni siquiera hemos estado tan cerca como ahora. No puedo evitar compararla, es bastante similar a Eli, solo que de una edad mayor, con el cabello algo más claro y con un aire rígido de sofistiquez. Su más grande diferencia son, definitivamente sentencio yo, son sus ojos. No son de un gris brillante y plateado, sino más bien de un castaño simple, pero duros, severos, entintados con mano inflexible.


Me observa con una chispa de desprecio, el cual estoy segura que no me he ganado... aún, me retiene con sus pupilas y sus cejas tensas, me asfixia con la mueca de sus labios tan imparcial. Me sofoca y me pone terriblemente nerviosa, me dificulta tragar y creo sentir rodar una gota de sudor por mi nuca. Trato de sonreír de forma cordial, como funcionaria de la atención al público, y ella se detiene al otro lado del mesón.


 


—Bue... Buenas tardes, sea bienvenida. ¿En qué puedo servirle?


Trato de mantenerme serena, profesional en todo momento, pero ella solo parece enfadarse más. Curva más sus labios, los aprieta entre sí y sus ojos se arrugan al entrecerrarlos, viéndome como si quisiera aniquilarme con la mirada.


 


—Oh, deja las actuaciones. ¿Dónde está mi hija?


— ¿Disculpe?


—Elisabeth, ¿Dónde está Elisabeth?


—Yo no...


— ¡No me mientas!—Alza la voz con la gracia estricta de una madre severa—, yo te vi el otro día ¡A ti! Una... cajera—Me observa con desdén—, alguien como tú saliendo tras mi valiosa hija. Qué vergüenza.


 


Su tono despectivo me obliga a cambiar mi actitud, porque no voy a tolerar insultos de nadie, mucho menos de esta señora que poco respeto tiene por el prójimo.


 


—Vergüenza debería darle usted, dejando que su hija, desconsolada, saliera corriendo de esa forma. Si no iba a ir usted, pues alguien debía de hacerlo ¿No lo cree?


 


El rostro se le desfigura en una expresión de completa ofensa cuando me escucha responderle de vuelta, me pondrá nerviosa, pero yo no le temo a nada. Me desafía con sus ojos castaños a rebajarme nuevamente, pero yo me mantengo alzada para defenderme.


 


— ¿Y tú quién te crees que eres para hablarme así?


—Mi nombre es Daniela, señora. Yo soy...


—Una amiga—Me interrumpen—..., madre.


 


Eli se encuentra en posición firme tras su madre, con una expresión de odio que trata de suavizar al dirigirme una breve mirada, como una señal de que ella se encargaba del resto. Yo solo guardo silencio, no sabiendo cómo sentirme precisamente, mucho menos teniendo algo más qué decir.


 


—Elisabeth... ¿Por qué no contestas tus llamadas?


 


Quedo atónita, ¡Ni siquiera voltea a verle! Trato de no expresar ninguna reacción, porque me descoloca su cambio tan neutro y su forma tan fría de hablarle a su propia hija. Para peor, mi princesa parece conocer muy bien aquel gesto y cómo interpretarlo.


Eli se cruza de brazos e imita la expresión de su madre, neutra y con una ceja levantada.


 


—Porque se han vuelto demasiado molestas—Hace una pausa serie—, Diana.


 


¿Acaba de llamar a su madre por su nombre? Asumo que sí, porque la mujer reacciona con ira y una clara ofensa, más grande que la que yo pude provocar momentos antes. Se siente completamente indignada, lo veo escrito en toda su cara. Voltea a verla, girando con la furia grabada en cada movimiento que hace, acercándose con una intención tan clara que yo me apresuro en cruzar al otro lado de la caja por encima del mesón.


 


— ¡¿Cómo te atreves?!


 


Y antes de que logre estamparle la mano en la cara a mi pequeña dulce princesa, la detengo por la muñeca, con su mano al aire y su expresión de ira combinado con el desconcierto de verse detenida de forma tan abrupta. Yo solo la fulmino con la mirada, ya me enfrenté a un desquiciado por Elisabeth, ¿Qué le hace creer que permitiré algo así solo porque es su madre?


Me mira alterada primero, para luego enfadarse y tratar de liberarse, pero la sostengo con más fuerza ante el intento. Eli me observa en total asombro, los pocos clientes de esa hora solo le dan rienda suelta a la curiosidad y el cuchicheo, mientras que los meseros y Ramona, que la noto asomándose por la ventanilla, solo están atentos en caso de que la situación se salga de control, además de darle rienda suelta a la curiosidad también. Ante tal espectáculo, la saco de la cafetería, torciendo su brazo tras su espalda, para que no me haga tanto berrinche y forcejeo.


 


—Lo siento mucho, señora, pero se encontraba perturbando la paz de la cafetería.


— ¡Yo no...!


—No mienta—Le interrumpo—, desde cuenta que estaba haciendo una escena innecesaria y retírese por favor.


 


Eli nos sigue hasta la salida, detrás de mí y siguiéndome de cerca. Una vez fuera de la cafetería suelto a la mujer, quien se aleja tratando de recuperar algo de dignidad.


 


—Esto es vergonzoso de tu parte, niña. No tienes ningún derecho a intervenir en una situación familiar y tampoco a sacarme de esa forma de un lugar público que no te pertenece, podría demandar a esa cafetería por trato indigno a su clientela.


—Hasta donde yo sé, usted quería golpear a su hija, humillándola frente a los clientes y crear un alboroto. Usted es tan inocente como yo, hasta que el juez diga lo contrario—Sonrío con orgullo y altanería—, pero a mí me respaldan las cámaras del local.


 


Por el rabillo del ojo noto como Eli hace una ligera mueca, porque sabe que es una vil mentira, si con algo no cuenta aún la pequeña cafetería es con un sistema de vídeo vigilancia digno, pero eso su madre no lo sabe, por tanto no dice nada y continuamos con la mentirilla.


La mujer, sintiéndose atrapada en su propio juego, alza el mentón de forma arrogante y soberbia, endereza el cuerpo y se arregla la camisa, relajando su expresión a una más seria.


 


—Elisabeth, te prohíbo rotundamente juntarte con alguien tan mal educada, bruta y salvaje como esa mujer.


— ¿Mal educada? ¿Bruta? ¡¿Salvaje?!—OH ¡Yo le voy a mostrar lo que es ser salvaje!


—Claramente, sino ¿Por qué otra razón tendrías esa herida y esos moretones?


—Por defender a su hija, para que se sepa, de un imbécil. ¡Por cuidar de su hija de una forma en que, claramente, usted jamás podría!


—Daniela, basta—Eli me pide, tomándome del brazo. Seguro que ya me veía abalanzándome sobre la señora—. No sigas, no es necesario.


 


Me sonríe de una forma suave, dulce y agradecida, pero tan llena de tristeza en sus ojos que me estruja el corazón, me contrae las costillas y me aprietan el pecho. Siento que se da por vencida con el tema de su madre antes de siquiera intentarlo, siento que está a punto de ceder a la exigencias de aquella mujer y, para peor, siento que me va a dejar solo por complacer al ser que ya se regocija con la interrupción anterior.


Sacando confianza de quién-sabe-dónde, tomo a mi princesa por la cintura y la rodeo con mi brazo por la espalda, asiéndola con cuidado al acercarla a mí, apegándola a mi cuerpo como si ya me perteneciera. Ruge en mi interior una seguridad atroz, que flamea en mis ojos al observar a la madre de mi princesa, porque ninguna Reina malvada va a impedir que esta bella, pequeña y dulce princesa sea feliz, mientras yo sea su más fiel escudera. Quizás no soy su príncipe, pero soy su caballero en armadura plateada y la protegeré, la cuidaré y la haré feliz cueste lo que cueste.


La mujer solo me observa con odio, apretando los dientes con rabia.


 


—Escúcheme bien, señora. Su hija y yo estamos cansadas de sus llamadas, entienda que ya no le va a responder porque ya le dijo lo que le tenía que decir. Elisabeth desea tener a estas criaturitas y las tendrá, las cuidará y las criará ¡Y eso! No se lo va a impedir ni usted, ni nadie. El padre es una bestia vil y mentirosa al cual le partí su puta madre, y la nariz, y ahora está preso, multado y denunciado. Y si Elisabeth quiere o no retomar sus estudios, estoy muy segura de que es y seguirá siendo decisión de ella ¡Y los niños no le impedirán hacerlo!


—Yo no voy a cuidar...


— ¡Usted no, pero yo sí!—Alzo la voz al interrumpirla, con ira y seguridad, ambas quemando desde el fondo de mi estómago.


 


Siento cómo trata de asesinarme nuevamente con la mirada, me juzga y me hierve en sus pensamientos, pero no le aparto los ojos, sino que me quedo firme, sin temor ya a más nada, ni a ella ni al dragón que esconde en su interior con ansias de confinar a Elisabeth en alguna torre lejana. Me aseguro a mi princesa a mi lado, aprieto los dientes a la par que ella y solo guardamos silencio, sin movernos en lo absoluto, pero Eli se encuentra inquieta en mis brazos, alternando su vista entre una y la otra.


Quizás espera que su madre se lance a mi cuello con sus garras, o quizás espera que le corte la cabeza con mi espada. Solo sé que trato de mantenerla segura a mí lado y es lo único que me importa.


 


— ¡Lo sabía!—Chilla de forma histérica, con sus colmillos asomando de la rabia y los ojos pequeños del asco y el desprecio— ¡Sabía que por esto no me respondías! ¡Que esto era lo que en realidad me escondías!


 


Confundidas por su escándalo, con mi princesa nos miramos, tratando de hallar una respuesta a lo que la cabeza de su madre maquinaba, pero ambas sabíamos tanto como la otra. Toma a Eli del brazo, sorprendiéndonos con un tirón al tratar de alejarla, pero no lo pienso permitir, no de nuevo, y la retengo, mientras Eli se afirma a mi ropa para evitar ser alejada de mí.


 


—No voy a permitir que mi hija se desvíe de esa forma ¡¿Me escuchaste?! ¡No voy a permitir que una lesbiana degenerada corrompa a mi hija de esa forma! Yo quiero que Elisabeth sea una niña normal, como debe ser—Apunta a Elisabeth—. ¿Me escuchaste bien Elisabeth? No vas a ser una rara y degenerada como esa, de modo que te devuelves conmigo a casa en éste instante.


 


Se hace un silencio abismal y eterno, donde la mujer espera por una respuesta, Elisabeth observa desconcertada y yo quedo bloqueada totalmente, con la garganta cerrada del pánico, no alcanzo siquiera a ofenderme por la forma en la que me ha tratado, porque solo puedo pensar en la presencia de mi princesa frente a todo lo que su madre había declarado. Toda mi seguridad se esfuma, me siento pequeña, débil y totalmente atrapada, me flaquean las fuerzas y lo más probable es que los colores hayan desaparecido de mi cara. Me corroe la ansia y el horror de verme descubierta de esa forma, lo que tuviera para decir mi princesa y cómo concluiría todo.


La madre de mi princesa, que no me pienso dignar en ningún momento a llamar por su nombre, nos observa con una ira determinante a que su decisión es irrevocable, Eli no habla ni trata de refutarle. El pánico se apodera al considerar que quizás analiza las palabras de su madre, que le está encontrando razón y decidirá dejarme. De todos modos, yo misma vi cómo no quería discutir más con la mujer y estaba a punto de darle en el gusto hasta que intervine ¿Qué le impide hacerlo ahora que a mí me ha revocado de mis fuerzas?


He perdido la batalla...


 


—No.


 


Mi pequeña dulce princesa habla, sacándome de mis peores pensamientos y cavilaciones, revolviéndome el estómago, haciéndome notar como su cuerpo tiembla, mientras toma mi mano de la cintura con la suya, envolviéndome en busca de valor, porque su mirada es firme, desafiante, el plata de sus ojos brilla y trae de vuelta mi armadura, mi valor. Porque en el momento que yo flaqueé, ella reunía el coraje y la osadía para oponerse a su madre. Porque yo saco mi valentía del brillo plateado de sus preciosas pupilas, esa misma que ahora encara a su madre con fortaleza y pánico a la vez.


 


— ¿No?


—No.


 


Eli repite, levantando la mirada y el mentón más segura, mientras yo aprieto su mano con la mía, envolviendo sus dedos con los míos. Quizás su madre me pilló desprevenida, pero sigo siendo su caballero, sigo siendo su escudo. La mantengo erguida, de pie y con confianza, pese a todo lo que su cuerpo tiembla. No estás sola, princesa.


 


—No voy a permitir que me trates así, nunca más—Sentencia con voz fuerte—. Ya no te tengo miedo, ni a ti ni a la familia.


—No es lo que hubiese querido tu padre.


 


La mujer recita como un viejo encantamiento del pasado, a lo cual mi princesa se tambalea un poco, pero yo la sostengo, dejándole en claro que puede confiar en mí para sostenerla cuando necesite, que no la pensaba dejar caer.


 


—Mi padre hubiese querido que fuese feliz—Aclara.


—No de esta forma—Su madre contraataca.


— ¡Deja de mencionarlo!—Le reclama Eli con el fastidio grabado en su voz—, deja de usarlo contra mí. Tú no sabes y nunca supiste lo que él hubiese querido, nunca te importó. Mi padre nunca fue como tú, a él solo le importaba verme feliz sin importar cómo. ¡No lo vuelvas a usar en mi contra!


 


La mujer aprieta los labios con tanta fuerza que siento que es muy capaz de romperlos, su ira y frustración son tan grandes que destellan de cada forma de expresión posible.


 


—No voy a permitir que me trates de esa forma, Elisabeth. Soy tu madre y me...


— ¡NO!—Le interrumpe con un vigor que nos deja atónitas a ambas—. Yo no voy a permitir que me trates de esta forma: como una mascota a la cual entrenar para exhibir—Palabras duras para alguien tan dulce—. Es más, no voy a permitir que me trates de ninguna forma de nuevo. De ahora en adelante, en lo que a mí concierne: Yo. Ya no tengo. Madre.


 


Tanto su madre como yo guardamos silencio, yo estoy bastante sorprendida, no sabía cuánto se había estado guardando mi princesa desde que la conozco, su madre parece perpleja, no termina de caer en las palabras de Elisabeth y lo que esto significan, parece estar haciendo cada pausa que mi princesa hizo con lo último declarado.


Me hace una señal para que nos retiremos antes de que la mujer reaccione, pero antes de movernos recuerda una última cosa para decir, ya con calma, pero aún con odio en la mirada.


 


—Ah, cierto. Daniela tiene razón: Estamos cansadas de tus llamadas. Cambiaré de número, así que ¡Que tengas una buena vida! Adiós.


 


Se despide con una sonrisa altanera y satisfecha, apoyándose aún en mí para que la llevase dentro de la cafetería, arrastrándome hasta el mesón, dejándome sin palabras y a su madre completamente estupefacta, así como abandonada afuera. No hace ni gestos ni acción de seguirnos, asumo que comprendió las palabras de su hija y nos dejará en paz.


  Por otro lado, a mi princesa le baja toda la adrenalina de golpe, lo sé porque comienza a temblar de una forma en que ya no me la puedo, se pone pálida hasta el susto, le flaquean las rodillas y se deja caer sobre una de las bancas del mesón.


 


—Voy a vomitar...


—E...e... el baño está... ahí... al fondo.


 


Me hace una seña con la mano para que me despreocupe, pero yo solo entro más en estado de pánico, no se ve para nada de bien, hasta siento que se me va a desmayar ahí mismo. Le toco la cara y las manos, se encuentra tan fría como un muerto (mi peor comparación posible).


 


— ¿T... te traigo algo caliente? ¿Un té? ¿O prefieres algo más dulce?


—Daniela...


 


Me toma de ambas manos con una lánguida sonrisa y me atrae hacia su decaído estado.


 


—Lo que necesites, Eli. E...en serio. ¿Un vaso con agua?


Eli...—Me repite y suspira una risa sin fuerzas—. Bueno, eso sí—Me detiene antes de que me pueda erguir—. Oye...


— ¿Qué? ¿Necesitas algo más?


—Gracias.


— ¿P... por qué?


—Por todo...


—Ay—Me levanto y ruedo mis ojos fastidiada—, santo cielo. Deja que te atienda y después hablamos ¿Sí?


 


No espero por su respuesta y me pongo en marcha. Sé que pidió agua, pero de igual forma le preparo algo cálido, con pastel para que no le decaiga el azúcar. ¡Casi me da un susto de muerte!


 


°/°/°/°


 


Caminamos junto a mi princesa, hacia el departamento. La noche es húmeda, pero se siente cálida, como el anuncio del verano a la vuelta de la esquina. Vamos en un cómodo silencio, de esos donde sobran suspiros y es grato respirar al ritmo de nuestros pasos. Eli anda con la mirada pegada en el abrigo que cuelga en sus brazos, rodeando su vientre con relajo. No parecemos tener ninguna prisa, de modo que yo me aprovecho de esta calma.


De alguna forma, esta paz es... inquietante. Siento que Elisabeth guarda, entre tanto silencio, demasiados pensamientos sobre lo sucedido, sobre todo lo dicho por su madre, lo cual me pone terriblemente ansiosa. No dejo de observarle, expectante a lo que sea, pero tratando de transmitir calma, digo, como para que no sospeche (supongo que funciona).


Desde el fondo de mi garganta tengo tantas preguntas para hacerle, mientras que mis manos pican por tomar la suya, con la idea de hacer el resto del camino así, tomadas de las manos. No falta mucho, pero igualmente tengo esa idea. De modo que no me queda de otra que tomar una mano con la otra para aliviar esa insistente sensación, también apretar la garganta para evitar que se me escape alguna pregunta estúpida.


 


—Daniela...


 


Mi cuerpo entero se tensa al oír su dulce voz pronunciar mi nombre con tanta cautela.


 


— ¿Q... qué sucede, Eli?


 


Trato de dirigirle mi mejor sonrisa, con esa sensación de despreocupada enmarcando mis ojos. No sé qué tan bien lo logré, ya que Eli solo hace una ligera mueca al verme.


 


—Sobre... lo que pasó con mi... con Diana, yo... yo te quiero pedir perdón.


— ¿Perdón?—Estoy realmente confundida—, ¿Por qué me pedirías perdón tú? No hiciste nada malo.


 


Declaro con voz serena y sincera, esperando que entienda que no la culpo de nada y no tiene necesidad de disculparse por aquella mujer.


 


—Sí, pero... te viste envuelta en toda esa situación... incómoda por mi culpa. Más todo lo que dijo mi mamá, por si te ofendió de verás, yo de verdad pido Perdón por todo eso, yo...


—Descuida—Pongo mi mano sobre su hombro con una suave sonrisa, ya más tranquila—. No es como si me molestara.


 


La verdad es que, si rememoro lo dicho, me entran unas ganas bien grandes de ir a dejarle en claro un par de cosas a la señora, pero debido a mi estado de pánico no me pude defender. Aun y así, mi pequeña dulce princesa no es quién debería estar disculpándose, que no tiene la culpa de nada.


Eli me dirige la mirada con el entrecejo fruncido, como si le enfadara mi respuesta y mi falta de interés por lo ocurrido, a lo que yo solo atino a reír.


 


—Oye, no me mires así. Ya sabes, yo estoy para lo que necesites.


 


Hace una larga pausa, tratando de descifrarme con la mirada, apretando los labios. Se detiene.


 


— ¿Por qué?


 


Me detengo unos pasos delante de ella y volteo a verla.


Sus ojos plateados se transforman en balas que tratan de atravesar mis fortalezas, como si quisiera echar abajo mi armadura y que me revele ante ella. Mi cuerpo se queda estático ante su intensidad y tiemblo con cada parte de mi ser tensas hasta los huesos. La mente se me queda en blanco y solo puedo observarla, mientras mi interior se dispara una alarma de pánico, la cual no ayuda en nada a que reaccione. La vida se me hace eterna en ese breve momento, mientras Eli escarba con sus ojos en los míos, en mis gestos, en mi todo. Me siento, por primera vez, indefensa ante ella.


Se me atora el corazón a la garganta, impidiendo siquiera balbucear alguna palabra coherente como respuesta, Eli espera ferviente, encarándome de esa forma tan en busca de respuestas. Atreviéndome a afirmar que...


 


— ¿Por qué lo haces? ¿Por qué siempre me defiendes? ¿Por qué siempre me consuelas? ¿Por qué siempre me proteges? ¿A mí? Soy una completa extraña, nunca te pedí nada... ¿Entonces, por qué?


 


...No sabe.


Supiro, extrañamente aliviada (con decepción escondida por algún rincón) y me acerco con precaución. Parece estar a punto de llorar, así que con mis dedos acaricio su mejilla, envolviéndole luego con mis manos y continuando los mimos con mis pulgares.


 


—Porque... yo soy el caballero de armadura brillante que siempre acude al rescate de la princesa—Hablo suave, casi en un susurro, mientras se acerco sigilosa—... y tú eres una princesa.


 


Sus ojos brillan en las lágrimas retenidas, sosteniendo una expresión de desconcierto, para luego darle paso a la risa, con la cual deja caer el llanto que resistía y forma una hermosa sonrisa.


 


—Ahí está—Le acarició el labio y trato de apartar algunas lágrimas de las esquinas—, esa es la sonrisa que quería ver—La que juré proteger.


 


Vuelve a reír y baja la cabeza, escondiéndose en mi pecho, hipando del llanto que trata de calmar, pero con las lágrimas aún cayendo.


 


—Eres tan rara—Me susurra, limpiándose en mi camisa—, pero... Gracias...


 


Nos abrazamos y nos quedamos así por un rato, sintiendo por vez primera esa atmósfera cursi que Wanda había mencionado antes, en certeza de que se ha equivocado y, por muy obvia que yo sea, mi pequeña dulce princesa no se ha dado cuenta y la revelación de su madre no ha cambiado eso. Y ruego, desde el fondo de mi corazón, que podamos seguir así para siempre. Con ella junto a mí para toda la vida...


Por favor...


Por favor...


Por favor... 

Notas finales:

Maname: Bueeenooo~~~
Amane: Con esto nos declaro totalmente devueltas a éste fic tan viejo como nuestros cuadernos donde escribíamos.
Maname: Eso sí, tendrán que darnos algo de tiempo
Amane: el siguiente capitulo aún sigue en edición
Maname: Y eso~~ que estos vienen fresquitos de borrador 1.
Amane: Recordamos que: No queda mucho para el final y que una vez terminado, en un tiempo más adelante será editado y arreglado en grandes cantidades. Para cuando eso pase, la historia será borrada y resubida, mientras tanto seguirá en nuestra biblioteca
Maname: Eso, see you next time :D


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