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Nuestros momentos por Khira

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Notas del capitulo:

Feliz año y muchas muchas gracias por los comentarios! Me alegra saber que aunque lleve ya tanto tiempo con el fic este siga generando interés. Así que seguimos con Iruka, Kakashi, y ahora Pein. Espero que os gusten los capítulos que se vienen. Besos! Khira

Escena 19 — Después del capítulo 419 del manga

 

El invierno ya había llegado, y con él el frío. Iruka observó su aliento convertirse en una nube blanca. Quizás debería haber cogido una bufanda.

Aquella mañana no había clase en la academia, y por la tarde tampoco tenía turno en la oficina de misiones, así que aquel día el chuunin estaba completamente libre. Podría haber pasado el día descansando tranquilamente sin hacer nada, pero el joven maestro había decidido ir al centro de Konoha a hacer unos recados, ya que no le apetecía quedarse otro día solo en la casa.

Kakashi, para no variar, estaba de misión, aunque se suponía que regresaba esa misma mañana. O quizás ya había regresado. Dudaba de ser el primero en enterarse. Si antes de sacar el tema de Rin su relación con él ya estaba en un mal momento, ahora era mil veces peor. Con la siempre irrefutable excusa de las misiones, el Ninja Copia apenas paraba en casa, y cuando lo hacía, hablaba lo mínimo. Si antes era Iruka el que estaba molesto por el tema de la pensión, ahora era Kakashi el que estaba claramente enfadado, pues que Iruka pusiera como condición para casarse que Kakashi le contara lo que había pasado con su antigua compañera de equipo, no le había sentado nada bien al jounin.

Varias veces a lo largo de las últimas semanas Iruka se había preguntado si no debería ceder. Pero cuanto más se cerraba Kakashi, más convencido estaba Iruka de que necesitaba saberlo todo él antes de dar un paso tan importante e íntimo (al menos para Iruka) como casarse. El problema era que a ese paso, ni casarse, ni relación, ni nada. Tal y como estaban las cosas el desenlace más probable entre ellos era una ruptura total.

El chuunin meneó la cabeza, intentando quitarse ese nefasto pensamiento de la cabeza.

Al cruzarse con unos genins revoltosos que corrían por la calle se distrajo pensando en Naruto. El muchacho se había ido a entrenar a Myobokuzan, el País de los Sapos, para aprender a usar el Senjutsu como Jiraiya, aunque en teoría Iruka no debería saberlo, ya que era información secreta. Pero Naruto se lo había confiado el día antes de partir.

«Espero que le esté yendo bi…»

La primera explosión le pilló completamente desprevenido.

El ruido fue ensordecedor, y la tierra bajo sus pies tembló, haciendo que Iruka perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Él y todas las personas, ninjas y civiles, que había en la calle en ese momento.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó de rodillas una kunoichi rubia a nadie en particular.

Iruka se incoporó rápidamente. Una segunda explosión le hizo trastabillar de nuevo, pero esta vez se mantuvo en pie.

—¡Nos están atacando! —exclamó un civil, un hombre que llevaba un niño cogido de la mano.

—¡Viene de la parte norte de la ciudad! —otro chuunin le gritó a Iruka.

Los jóvenes genins se acercaron a Iruka y al otro chuunin. También la kunoichi rubia se levantó y se acercó a ellos. Una tercera explosión se escuchó mucho más cerca que las anteriores. Y también otro ruido, uno diferente. Ruido de derrumbe.

—¡Las casas se están derrumbando! —exclamó Iruka—. ¡Podría haber gente dentro, hay que ir a por ellos!

Otra explosión, esta vez proveniente de la parte este de la ciudad, les hizo encogerse. Y un nuevo ruido de derrumbe.

—¡Mi casa está en esa dirección! —exclamó uno de los genins.

—¡Vamos! —gritó el otro, y partieron de un salto dirección este.

—Nosotros vayamos hacia el norte —dijo Iruka.

Los tres shinobis partieron juntos hacia la parte norte de la ciudad. No tardaron en encontrarse más ninjas que también iban hacia la misma dirección, además de civiles muertos de miedo. Nadie sabía qué estaba pasando, pero las explosiones continuaban escuchándose, cada vez desde más direcciones. Y cada vez se veían más heridos. Iruka se alejó del grupo y se detuvo en una calle en la que había avistado a un ninja tendido en el suelo.

Iruka corrió hacia él y se detuvo a su lado. El ninja, un hombre castaño con el pelo en punta, tenía un brazo atrabado bajo unos escombros. Iruka le ayudó a liberar su brazo y le ayudó a tumbarse en medio de la calle. El hombre castaño gimió de dolor.

—¿Estás bien? —le preguntó Iruka. Quizá tenía el brazo roto.

De repente, el joven maestro notó una presencia poderosa y desconocida a su espalda.

Se dio la vuelta. Era un hombre con el cabello naranja, vestido con una capa negra con dibujos de nubes rojas.

—¿Dónde está el jinchuuriki del Kyubi? Suéltalo —dijo el desconocido—. Si no lo haces, te mataré. —Y algo negro y peligrosamente puntiagudo le salió de la manga.

Al oir esas palabras, Iruka comprendió al instante de quién se trataba.

«Así que es eso. Él es… Akatsuki…»

—Dímelo —insistió el hombre.

La imagen de Naruto, su Naruto, se formó claramente en la mente del joven maestro. El “jinchuuriki del Kyubi”, lo había llamado el Akatsuki.

«Siempre el maldito Kyubi.»

Un sudor frío empezó a bajarle por la frente. Sabía que no tenía nada que hacer contra un miembro de Akatsuki. Al igual que sabía que jamás traicionaría a Naruto.

Así que Iruka era hombre muerto, eso también lo sabía.

—No te diré nada.

El Akatsuki no pareció sorprendido, ni enfadado. Solo aburrido.

—Ya veo…

A continuación todo pasó muy deprisa. De repente, esa cosa negra y puntiaguda volaba a toda velocidad hacia su cara, pero una sombra en forma de figura humana se materializó ante sus ojos y se interpuso entre él y el objeto puntiagudo. La figura había agarrado el objeto con un chasquido, dejándolo a pocos centímetros del rostro de Iruka.

Aturdido, Iruka observó el cabello plateado y entonces se acordó de respirar.

—Así que todo esto ha sido una distración, para poder buscar sin ser descubiertos… —habló Kakashi, sin apartar la vista del miembro de Akatsuki.

—Kakashi… —empezó Iruka, pero Kakashi le interrumpió.

—Coge al herido y sal de aquí. Yo me encargo.

El tono alto y seco de Kakashi no admitía réplica. En esos momentos, Kakashi no era su pareja, ni siquiera su amigo. En esos momentos Kakashi era un jounin, un superior que le estaba dando una orden clara. Una orden que el chuunin Iruka no podía darse el lujo de desobedecer.

—De acuerdo —dijo mientras se agachaba para aupar al ninja herido a cuestas.

Antes de esfumarse de allí de un salto, Iruka se permitió echar una última mirada de súplica al hombre que amaba y que estaba a punto de enfrentarse a un poderoso enemigo.

«Buena suerte, Kakashi.»

Pasarían horas antes de que volviera a saber de él.

***

La imagen de Iruka a punto de ser asesinado por Pein, era algo que Kakashi jamás podría borrar de su mente, y no solo porque ya tuviera descubierto el Sharingan. Jamás, jamás, había sentido tanto pánico como en ese momento. Ni nunca había corrido tanto.

Gracias a todos los dioses, había llegado justo a tiempo.

En cuanto Iruka y el hombre herido se hubieron puesto a salvo, Kakashi centró toda su atención en el Akatsuki, quien no tardó ni una milésima de segundo en atacar. Kakashi esquivó su rápida patada y realizó su técnica Doton: Doryuuheki, creando una pared de tierra que no le sirvió para evitar que Pein le clavara una de sus estacas negras en el hombro. Kakashi contraatacó con un Raikiri, que Pein esquivó, al mismo tiempo que una extraña imagen de un rostro desconocido con dos ojos con el Rinnegan apareciera en su mente.

«¿Qué ha sido eso?», se preguntó el jounin, alertado.

—Hatake Kakashi, el Ninja Copia… Es un honor conocerte —se burló Pein—. ¿Dónde está el Kyubi?

—Esa es una pregunta estúpida —respondió con sorna.

El miembro de Akatsuki respondió a su burla con un ataque tipo rayo que lanzó a Kakashi por los aires.

No iba a ser un combate nada fácil.

***

Lo primero que hizo Iruka tras dejar al ninja herido en el hospital fue acudir a la Hokage. Tsunade, al escuchar y ver lo que estaba pasando en la Konoha, no dudó un instante y ordenó llamar de vuelta a Naruto.

Iruka regresó a las revueltas calles de la aldea y se encontró a Sakura, quien recién había llegado al lugar, y le contó a la muchacha lo que sabía. Tras ser testigos de una nueva explosión, Iruka ordenó a Sakura que acudiera al hospital, donde había visto que había demasiados pocos médicos para la que se avecinaba.

Después de eso, Iruka se dedicó a ayudar a otros colegas de la academia a poner a salvo a los niños más pequeños de la aldea.

Hasta que de pronto otra explosión, que nada tenía que ver con todas las anteriores, lo oscureció todo.

***

Tsunade tuvo el tiempo justo para realizar su jutsu antes de que el Shinra Tensei de Pein alcanzara no solo el suelo de Konoha sino también a todos sus habitantes.

La Quinta sabía que esa técnica iba a costarle prácticamente la totalidad de su chakra, incluso la vida.

Pero, ¿qué otra cosa podía hacer sino?

Por algo era la Hokage.

***

La oscuridad se fue disipando e Iruka volvió en sí. Sentía todo el cuerpo adolorido y entumecido, y algo blando, húmedo y muy viscoso, pegado a su espalda, que iba despegándose poco a poco.

—Ugh… —jadeó de dolor al intentar moverse.

Alquien se arrodilló a su lado.

—¡¿Estás bien, Iruka?! —Era un chuunin de su quinta, pero no recordaba su nombre.

Al otro lado, la fuente de ese algo viscoso también habló.

—Mis disculpas… No pude hacer más… para envolver a todos…

Iruka vio entonces que se trataba de Katsuyu, la reina de las babosas, o más bien de una parte de ella.  Tsunade-sama debía haberla invocado para protegerlos a todos de la explosión. Miró a su alrededor. Le costaba enfocar un poco, y no veía más que polvo y escombros.

«¡¿Qué demonios ha pasado?!»

Otro ninja se acercó a ellos. Era Genma.

—¿Estáis bien? —preguntó.

—Yo sí —dijo el otro chuunin.

—¿Qué ha pasado, Genma? —preguntó Iruka.

—Ese maldito Akatsuki de pelo pincho naranja ha volado la aldea —masculló Genma con rabia—. Pero ahora está luchando con Naruto, así que estoy seguro de que va a pagar por esto.

—¿Con Naruto? —repitió Iruka, sintiendo una opresión en el pecho. El Akatsuki de pelo naranja era el que había dejado luchando con Kakashi. Si ahora ese bastardo estaba luchando con Naruto… ¿Qué había pasado con Kakashi?

Se puso de pie a trompicones. Notó una punzada en la pierna derecha, a la que no prestó atención.

—No deberías moverte, Iruka —dijo Genma al notar que cojeaba un poco—. Podrías tener algo roto.

—Estoy bien. Tengo que encontrar a Kakashi —jadeó.

—¿A Kakashi?

—Él estaba luchando con el Akatsuki de pelo naranja.

La expresión mezcla de comprensión y tristeza que puso entonces Genma no le gustó ni un pelo a Iruka. Pero el jounin se limitó a asentir.

—¿Dónde estaban? –preguntó.

—En la parte norte. Cerca de la plaza del mercado –respondió Iruka.

—Bien, vamos.

Se despidieron con un gesto de Katsuyu y del otro chuunin, y partieron un salto.

Al moverse, Iruka pudo ver realmente hasta donde llegaba la destrucción. El centro de Konoha estaba completamente arrasado. Si no hubiera sido por Katsuyu y la Quinta Hokage, todos los habitantes que en ese momento estaban en la zona cero habrían muerto.

Tras avanzar unos cien metros en dirección norte, distinguió las inconfundibles figuras de Chouza y Chouji Akimichi. Iruka aterrizó de un salto junto a ellos, y lo mismo hizo Genma.

Allí, tumbado inconsciente sobre los escombros, estaba Kakashi.

—¡Kakashi! —exclamó Iruka, agachándose rápidamente junto a él. No vio las miradas que intercambiaron Genma y los dos miembros del clan Akimichi. O no quiso verlas. De rodillas, examinó el cuerpo de Kakashi con detenimiento. Tenía la ropa cubierta de barro, pero no tenía ninguna herida grave visible.

—¿Qué… qué ha pasado aquí, Chouza? —preguntó Genma en voz baja.

Fue Chouji el que respondió.

—Kakashi-sensei estaba luchando solo contra uno de ellos cuando vinimos a ayudarle. Pero… era demasiado poderoso. Ni entre los tres pudimos con él. Se largó, dejando a Kakashi atrapado y a mi padre gravemente herido, aunque en ese momento yo pensaba que estaba muerto. Kakashi me ordenó que fuera a contarle a Tsunade-sama lo que habíamos descubierto sobre sus poderes, pero entonces otro de ellos reapareció. Yo corrí, y no sé qué hizo Kakashi-sensei, pero evitó que el otro fuera tras de mí, y pude ir con Tsunade-sama. Ella me dijo que mi padre aún estaba vivo, así que regresé y he estado curándole desde entonces.

—¿Y qué le pasa a Kakashi? —interrumpió Iruka, mirando a su antiguo alumno—. ¿Por qué esta inconsciente? ¿Es falta de chakra?

Chouji desvió la mirada. Iruka empezó a sentir que la sangre se volvía hielo en sus venas.

—Lo… lo siento, Iruka-sensei.

—¿El qué… el qué sientes, Chouji? —Iruka regresó la mirada a Kakashi.

No.

No, no, no.

No podía ser.

Genma se arrodilló a su lado y le colocó suavemente una mano en el hombro.

—Lo siento, Iruka.

—No… —Iruka se apartó del contacto de Genma. No quería condolencias. Kakashi no estaba muerto. No podía estarlo.

Colocó una mano sobre el pecho del Ninja Copia, pero este no se movía. Puso la otra mano en su cuello buscando el pulso, pero no encontró nada. El hielo en sus venas se extendió por todo su ser. Sus ojos se aguaron, y la opresión que había empezado a sentir en el pecho en cuanto Genma había dicho que ese Akatsuki estaba ahora luchando con Naruto, se intensificó hasta el punto que apenas podía respirar.

Apretó con los puños la tela polvorienta del chaleco del jounin y lo zarandeó suavemente.

—Kakashi, por favor… Despierta, por favor. Por favor, no me hagas esto…

Kakashi no despertó. Su cuerpo seguía inmóvil, inerte, sus ojos cerrados. Iruka le zarandeó un poco más fuerte.

—Kakashi, despierta, por favor… Despierta, despierta…

En el chaleco de Kakashi empezaron a salir unas pequeñas manchas. Iruka se dio cuenta de que eran sus lágrimas que estaban cayendo sobre la tela.

—Kakashi, por favor… —insistió—. Por favor…

Pero Kakashi no despertaba. Iruka dejó escapar un sonido que era a medias un sollozo a medias un grito.

—Lo haré, ¿de acuerdo? —exclamó entre sollozos—. Me… me casaré contigo, ¿vale? Me casaré contigo…

Tampoco hubo respuesta. Solo se escuchó un tintineo a los pies de Kakashi. El senbon de Genma había caído al suelo. 

—Lo haré, t-te lo prometo… Haré lo que quieras, lo que sea, pero p-por favor, abre los ojos. Hazlo por mí, mi amor. Hazlo… por… mí…

Pero ya no podía casi hablar. De nuevo, notó la mano de Genma en su hombro.

—Iruka… déjalo. Se ha ido.

Y de nuevo, Iruka se apartó, esta vez más violentamente.

—¡No! —gritó—. Él no… él no…

«Él no puede estar muerto —quiso decir, pero el llanto había atenazado su garganta y ya no era capaz de pronunciar las palabras—. No puede estarlo. No puede haberse ido.»

Con la mirada borrosa por las lágrimas, observó el rostro ceniciento de Kakashi. El cabello gris sucio y lacio sobre la frente. La cicatriz que cubría verticalmente su ojo izquierdo. Las largas pestañas. La forma perfecta de sus labios bajo la máscara. Esos labios que tantas veces le habían dicho “te amo”. Iruka cerró los ojos y agachó la cabeza hasta posar la frente sobre el hueco de su hombro, como tantas veces había hecho al dormir juntos buscando el calor de su cuerpo. Pero el cuerpo de Kakashi ya no desprendía calor alguno.

Porque Kakashi estaba muerto.

La realidad le avasalló como un tsunami. El dolor era, simplemente, demasiado.

Iruka gritó.

—Iruka, sé qué… —El tono compasivo de Genma cambió a uno de sorpresa—. Ey, estás sangrando.

El joven maestro ni siquiera le escuchó. A pesar de haber aceptado la cruel realidad, seguía suplicándole mentalmente a Kakashi que abriera los ojos. Prometiéndole esa boda que tantas discusiones, que ahora se le antojaban absurdas, había provocado. Diciéndole cuanto le quería. Lo mucho que le echaría de menos. No vio que Genma realizaba un par de sellos ni escuchó que recitaba un jutsu en voz baja, pero sí sintió cómo una de las manos del jounin se posaba sobre su cabeza. Antes de que pudiera apartarse, y por segunda vez en el día, todo se volvió oscuridad.

 


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