Todo mal.

Todo condenadamente mal.

Podía aparecer Aizen resucitado en su oficina que no le importaría, de hecho, lo deseaba, así tenía una buena excusa para presentarle al sô-taichô cuando se apareciese con los informes a medio terminar.

Nunca, jamás en la vida, había entregado un informe incompleto. Siempre se quedaba después de hora; siempre trabajaba de más; siempre corría a Matsumoto para que hiciese su parte, y parecía ser que todo eso, en ese mes, no fue suficiente para llegar a la meta.

La desesperación lo colmó. La responsabilidad era su pan de cada día, ¡debía ser responsable! Porque los adultos lo son, porque al fin de cuentas cuando se crece se tienen responsabilidades por cumplir.

Esa tarde, en compañía de amigos, había sido un día de revelaciones. Podía ser, cabía la posibilidad de ser correspondido.

Se separó del grupo con la excusa de ir al baño. Se miró al espejo negando con la cabeza, tenía que decírselo, no podía ser tan cobarde.

El espejo y, especialmente su hijo, le mostraban el paso del tiempo de una manera dolorosa y letal. No, no sentía celos ni envidia por él, sólo era dolor por reconocer que Uryuu estaba creciendo —y que lo seguiría haciendo le gustase o no—, sólo era dolor por comprender que la vida siempre pasa factura, tarde o temprano.

Su hijo ya tenía novia, ya estudiaba en la universidad y ya estaba buscando su primer empleo.

¿Y él? Él se miraba al espejo y se veía exactamente igual que hacía veinte años atrás, pero con el agregado de más arrugas y la mirada más cansada.

Sí, él se había permitido llegar a ese punto, no había a quién echarle la culpa, ni tampoco la necesidad.

***

~ Kisuke Urahara x Ryuuken Ishida ~

De cómo Urahara se encuentra preocupado por un sueño

Era un niño, pero sabía que esos adultos no estaban jugando, mucho menos el que parecía ser el “jefe”. Averiguó todo sobre él. Husmeó en cada rincón del distrito Rukon para saber de qué forma podría llegar hasta ese individuo.

Supo así que al hombre de gafas le agradaban los niños.

La Academia de Shinigami’s no era el único camino, no al menos el que le serviría para llevar a cabo la expiación. De cierta forma se sentía culpable; la mala suerte de estar ahí en el momento exacto y presenciar todo sin pretenderlo. Y esa espantosa sensación no se le quitaba del pecho con tan sólo unas palabras de consuelo barato.

La noche que conoció a su futuro capitán había acabado con la vida de aquel que la lastimó...

De misteriosas llamadas a  altas horas de la noche.

"La culpa es de uno cuando no enamora..." Eso era lo que aprendería Ishida (mejor lean y no se fíen de un resumen tan malo jaja)

En que pensabas antes de que despertara- me abrazas con fuerza para después despegarte un poco y mirarme a los ojos y después sonreír.

-En muchas cosas- simplemente respondí.

-Si pero ¿En que?- aun seguías insistiendo.

-Cuando todo empezó, cuando te conocí, cuando me enamore de ti y todas esas cosas- guarde silencio, te volviste a acurrucar en mi pecho, reanudando la platica continúe- Ichigo te dije alguna vez que cuando no nos entendíamos me sentía… tan invisible como el viento.- mis palabras se oían serias.

-Si Grimm me lo as dicho mas de mil veces pero en este momento para mí eres mas importante que el aire que respiro...

Urahara contempló al hombre tendido sobre el tatami con expresión pensativa. El cuerpo de éste aún estaba perlado de sudor y en su cara se vislumbraba una sonrisa de satisfacción.
Se levantó del suelo observando a su compañero y suspiró. No sabía cómo planteárselo con tacto, creía conocerle lo necesario como para asegurar que no andaría gritándolo a los cuatro vientos, pero también sabía que era un tipo bastante despreocupado de la vida y del qué dirán. Era del domino público lo de que en la Sociedad de Almas las relaciones no estaban bien vistas —no porque se tratasen de hombre o capitanes, nada de eso… ningún tipo de relación era considerada "apropiada"—. El amor no es visto como algo más que un impedimento para un guerrero, la razón de muerte segura e inmediata, de imprudencia e insensatez.

Claro que Urahara no podía hablar de amor escasos minutos después de haber tenido la sesión amorosa más desenfrenada y perniciosa de su existencia...

Es en momentos como éste —un momento intrascendente, cotidiano, uno más del montón que podría pecar de irrelevante— que algo me lleva a reparar en los detalles. Me pregunto cómo es que llegué a ser considerado amigo por ustedes.

Siempre pequé de distante, de serio e incluso de aburrido, salvo cuando estoy con ustedes quienes han logrado atravesar capas y capas para llegar a mí, colándose muy profundo. Me río, porque trato de traer a mi mente viejas reminiscencias y golpea en mí el odioso “sempai”.

Siempre odié que me tratasen de esa forma, sin embargo, por mucho que quisiese negarlo, me hacía sentir bien.

No, nunca me consideré mejor que ustedes...