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Noche En Las Vegas por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Gomen ;__; 

Habrá drama, mucho (? 

¡Hay spoilers! 

Capítulo IV. Una Alocada Discusión.  

 

Maldición, de todas las maldiciones, felicidades, coronel, en serio, sería mejor que empezara a relatarles lo que ocurrió después de encontrarme con Acero en mi casa, oh, si, vaya que sería una buena idea, a veces, se suele decir que la vida no es sino sólo un transcurso sin emociones, casi seguro estoy de quien dijo eso debió vivir solo en una isla desierta. Pues heme aquí, metido hasta el cuello con un… hijo en camino.

Permanecían sentados, frente a frente, en la iluminada sala del Coronel. Bueno, ahora también pertenecía a Edward, ¿no?

El tictac del reloj era lo único que hablaba. Se sentían tan estúpidos, viéndose el uno al otro, que quisieron hablar, pero al hacerlo al mismo tiempo volvieron a callar.

−Esto se tornará mas incómodo si tardamos en entablar una conversación –dijo el moreno, tosiendo sobre su puño derecho. Traía aún el uniforme azul de militar, y Edward la ropa negra que siempre le gustaba tener.

−Ajá –respondió, manteniendo sus manos enroscadas sobre sus rodillas. Seguían con el seño fruncido y esperaron un minuto más –. Hughes…

−No me menciones a ese traidor.

−Pues si quieres llegar al fondo de este asunto, irremediablemente, tendremos que verlo a él.

Eso le dio un punto al alquimista más joven.

−De cualquier manera –intentó recuperar el control –. Ya sabemos que él es el culpable, de nada sirve buscarle tres pies al gato –concluyó, ya era hora –. Nos encontramos en este camino y lo único que nos queda es tomarlo.

−¿Es en serio? –inquirió el rubio.

−No hagas preguntas estúpidas. Lo que llevas allí dentro –apuntó descaradamente al vientre del alquimista – no es una cosa, es mi hijo.

−Ah, vaya, no creí que se te hiciera taaaanta ilusión –comentó molesto, se cruzó de brazos y quiso huir de la mirada inquisidora del Coronel.

−¿Dónde rayos estuviste? Te busqué en Central –hizo una pausa recordando lo peligroso que debió haber sido para Edward, en ese estado, andar solo -¡Por toda Amestris!

−¡Ese es asunto que no te concierne! ¡Además, ya estoy aquí, idiota!

−¡¿Cómo que no me concierne?! ¡Soy el padre de ese niño!

−¡No es como si yo lo hubiera querido así!

−¡Pues no te resististe mucho!

−¡Estaba borracho, con un carajo! ¡Sino hubieras estado tu en ese maldito lugar yo nunca te habría encontrado!

−Como eres de necio, si yo no estuviere allí en ese momento, te habrían violado hasta partirte en dos –declaró con suma frialdad. Algo que a Edward le sorprendió y causó un dolor tremendo en el pecho, al punto que ya no deseó seguir discutiendo y agachó la mirada.

−¿Con qué eso pudo pasar? –murmuró. Mustang aprovechó ese momento para reaccionar.

−Acero, escucha…

−Ya entendí; pues creo que hubiera sido mucho mejor que así sucediera, ¿verdad?

−No quise decir eso –admitió, realmente arrepentido, apretándose las sienes con culpabilidad.

−Olvídalo, me largo –y se incorporó en un suspiro. Directo a la puerta, girando el picaporte cuando la varonil mano de la que escapaba le tomó con fuerza y lo arrastró hasta ponerlo lo más cerca posible del superior.

−¿Quién te ha dado permiso? –le inquirió con un gesto indescifrable. Edward se sintió contorsionado y diminuto; la alta figura de Mustang le oprimía contra la pared, teniendo el calor corporal acapararle el propio de una manera para nada buena –. Creí que…

−Cállate, no quiero seguir hablando contigo –dijo, pero su muñeca fue apresada hasta dejarle marca roja. El rubio no se quejó, sólo le miró seriamente –. Es en serio, venir aquí fue peor error que ir a las Vegas –se liberó de un movimiento brusco –. Te diré lo que planeo hacer, regresaré a Casa, tú inventa algo para mi ausencia.

−¿Qué? ¿Piensas dejarme fuera de esto?

−Mire, Coronel –asumió una posición menos cómoda que antes al llamarle de usted  -, no tiene de qué preocuparse, su maldito ego de macho me lo pasaré por el arco del triunfo, sólo deje las cosas por la paz –agarró su amada gabardina roja y, ahora si, salió por la puerta.

La gente le miraba con aire curioso. Un jovencito guapetón salía enfurruñado de la casa de… ah, esperen, de la casa de Mustang. No, no había pregunta alguna. El Coronel tenía la fama de causar revuelos con toda la gente. De seguro ese pobre humano era sólo otra de las broncas de ese loco militar sediento de mujeres bellas.

Mientras tanto, en esa casa que todos conocían, el dueño se paseó con ansiedad por toda la sala. Se mordía el dedo pulgar y cuando estaba a punto de ir hacia la puerta, se detenía y regresaba a dar otra vuelta. Así estuvo cuatro circuitos mas. Hasta que sonó el teléfono. Insistentemente, el timbre se escuchó quince veces. El encabritado moreno atendió la llamada y gritoneó:

−¿Qué carajos pasa?

−¡Roy! ¡Amigo! ¿Cómo te sonríe la vida~? –ese no era el día de suerte para nadie.

−Ah, con que ya sabes que regresé, estúpido Hughes –una vena sobresalió en su frente y punzaba a medida que escuchaba la sarta de tonterías que el cuatro-ojos le intentaba vender como excusas.

−Eh… jeje.

−Nada de jejeje, ¿tienes idea en el problema en que me has metido?

−¿Problema? –soltó, realmente sorprendido de oír a su amigo mujeriego decir esas cosas –. ¿Qué Edward es muy malo cocinando?

−No seas estúpido –refutó –. No se para qué rayos nos enviaste a ese maldito lugar, pero ten por sabido esto: Acero se irá y no planea regresar.

−… ¿Y?

−¿Cómo que y? ¿No entiendes? Yo intenté tenderle la mano, él me rechazó, punto final, aquí llegó tu broma de pésimo gusto –respondió. La persona al otro lado del teléfono aguardó un minuto completo, después suspiró y dijo:

−Eres realmente el más tonto entre los tontos ¿Lo dejaste ir tan fácil? Es apenas un niño.

−Eso no lo pensaste tú al enviarlo a un burdel –alegó.

−Menos tú al tomarlo en la cama, ¿me equivoco? –eso fue como echarle una cubeta con agua fría a Mustang –. Deberías dejar de comportarte como niño malcriado, y pensar en qué no hubiera ocurrido; las cosas ya se dieron y lo único que tienes que hacer es asumir la responsabilidad, bien lo sabes.

−Claro que yo no dejaré a Acero solo. Intervendré por el, aquí, en Central.

−Coffcoffidiotacoffcoffcoff.

−Te escuché claramente –apretó el teléfono.

-idiota –se aclaró la garganta y prosiguió –. Sí crees que Edward Elric se irá por la paz así de simple como lo quieres ver… pues estás muy errado.

−¿Qué quieres decir? –pero su amigo no le contestó hasta que le volvió a insistir -¿Hughes?

−El príncipe Ling  se lo piensa llevar del país. Ese era el plan original, pero yo, tú fiel amigo, le convencí  de darte una oportunidad… ¡Y mira lo bien que la has aprovechado! ¿Sería tanto trabajo admitir que te importa en serio? –y antes de que siguiera dándole una cátedra de cómo se deben asumir las responsabilidades, ya no había alguien que le escuchase. Mustang salió corriendo.

En la Estación del Tren. Edward sostenía una carta, leída por primera vez hace una semana, de su viejo y entrañable amigo Ling.

Querido Edward, me enteré de lo que pasó en tu misión en las Vegas, y quisiera decirte que cuentas con toda la ayuda que este pobre Rey pueda brindar. ¿Sabes? Aquí la Nación se maneja hacia la prosperidad, pero, en verdad, se necesita gente como tú. Ya me conoces, soy algo torpe y de vez en cuando dependo de personas tan habilidosas como tú en el uso de la Alquimia.

El pueblo de Xing estaría contento de recibir al Gran Alquimista de Acero y de su pequeño Heredero. Y éste pobre Rey, personalmente, quisiera poder servirte.

A tus pies, Ling Yao.

Estrujó la hoja contra su pecho y con decisión fue hacia el andén correspondiente. Ah, pero antes de eso, debía escribir una carta para Alphonse.

Ayudándose de su, aún, insignia de Soldado del Estado consiguió que alguien de buena confianza se encargara de hacer ese envío con seguridad. Estaba siendo muy egoísta al apartar a su querido hermano, pero la verdad era que el mayor de los Elric se sentía pésimo, no tenía el orgullo suficiente como para ver a Alphonse a la cara. Ya no significaría más ser un buen ejemplo a seguir. De seguro lo había decepcionado enormemente. Y aunque era cobarde, creyó que así era lo mejor, además, conocía a su hermanito. Si todo salía bien, tío Alphonse iría a Xing muy pronto. De seguro alguien en Central le avisaría.

Su pequeña maleta le esperaba. Un pequeño plan a prueba de fallas. Sí no le iba bien con Mustang se iría a Xing, ¿había mejor opción? Desde hace mucho que la tranquilidad de Amestris le trituraba los tímpanos, y…

Tocó su pequeño vientre al tiempo en que cortaba un suspiro.

−Será mejor así.

Cuando llegó el acalorado Roy Mustang a la estación.

Ya era demasiado tarde.

−¿El tren? Hace cinco minutos que salió –le informó un montacargas que llevaba varias cajas hacia las carretas que le esperaban afuera.

−¡Que alguien lo haga regresar! –gritó el moreno y enseguida, al saber que el afamado Alquimista estaba causando alboroto, todos, incluyendo soldados, fueron a aprehenderlo.

La frustración no podía crecer más dentro de Mustang.

¿Sería tanto trabajo admitir que te importa en serio?

Como estruendo proveniente de rayo. Cayó en la cuenta. Y al fin entendió todas sus acciones. Era como cantaba el dicho: las cosas caen por su propio peso. Y aquí iban así, se casó, aún estando ligeramente sobrio, porque realmente quería jugarle una broma a Edward, pero lo demás… lo demás fue por puro gusto. Cosa realmente disfrutada y poco compensada. ¿Cómo se podría indemnizar una virginidad? No. No era porque planeaba dejarlo. Roy Mustang quería engancharlo de alguna manera.

Ahora todo estaba perdido. De seguro ese monigote de Ling ya debía estar preparando el coctel de bienvenida. Siempre supo que el Rey de Xing estaba interesado, sobrenaturalmente, en ese Elric. Ahora, más por preocupación que por orgullo, estaba en este andén, rodeado por tipos que le tenían miedo o respeto.

Maldito machismo. ¿Eso era lo que le iba unir al Alquimista de Acero?

No. Algo más.            

−Ya, suéltenme –demandó el moreno, moviendo sus hombros para liberarse de las garras de los sujetos; miró las vías con aire ausente. Se dio la vuelta y…

Sus ojos se salieron casi de sus cuencas cuando divisó una silueta pequeña, vaga, y de cabellera rubia.

−¡¿A quién le dices enano que una pulga puede aplastar?! –gritó Elric a un hombre que no le había visto y por ende, tropezado con él.

El estado de Mustang era de estupefacción. Al punto de quedar inmóvil. Pero, momento después, caminó como zombi hacia Edward; no dudó más y lo atrapó entre sus brazos. Importándole exageradamente poco que tuviera público de sobra.

−¡¿Qu-Qué?! ¿Qué haces aquí?

−Cállate –murmuró, apresándolo contra su fuerte pecho, inhalando el dulce olor de los cabellos de maíz –. Tengo mucho que decirte, quédate, demándame, golpéame, ódiame, ríndete, pero sería demasiado tedioso; No lo repetiré, así que pon atención: cásate conmigo.

Edward tartamudeo un par de cosas, pero nada digno de ser descrito. De nuevo se sentía pequeño en comparación de Mustang. Pero no por cuestiones de tamaño. Sino por cuestiones de valor. El coronel quería entablar esta batalle frente a frente, a su manera, claro. Y Edward trataba de huir. Esa era una de las pocas cosas que merecían respeto hacia Mustang, pensó Elric.

−Yo…

−Me haré responsable en la medida que tu lo quieras, pero, dime que si. Por favor, Acero, deja que remedie mi horror –se separó al fin y se rascó la nuca mientras mantenía los ojos cerrados.

−Oye –murmuró.

−¿Si?

−Quita esa cara de idiota, llamas demasiado la atención –habló bajito –. Y sí quieres empezar a componer los males que causaste… bueno, que causamos, sería bueno que en lugar de llamarme acero… no sé –se encogió de hombros.

−¿Entonces no piensas irte a Xing?

−Arg –le aventó la petaca a Mustang, directo al estómago, sacándole el aire –. Sí esto no funciona, toma en definitiva que me largo de Amestris –y se dio la vuelta, siendo seguido por un moreno con una sonrisa resuelta.

−Hey, Edward –le llamó a propósito, causando que el rubio se quedara petrificado en medio de la muchedumbre –¡Regresemos a casa, Honey~!

−¡¡¡Gu-Guarda silencio!!! ¡Mejor muérete!

+Día después+

Y entonces… así fue como estos dos al fin decidieron salir del clóset –tan campante como siempre, el Teniente Coronel, Maes Hughes hablaba por teléfono.

−Ah, ya veo –le respondía su interlocutor –. Entonces, lo mejor será que me tome unas pequeñas vacaciones para ir a visitarles.

−Oh, Oh, entonces ¿Le tendremos en Amestris?

−Mi destino directo es… Central. A la casa de ese petulante Coronel Roy Mustang.

−Le esperaremos con los brazos abiertos.

−Je~, realmente lo dudo bastante, estoy decido a causar una que otra revuelta. Hasta pronto, Teniente Coronel –dicho lo cual, terminó la llamada.

Maes dejó el auricular en su lugar, se inclinó en el asiento frente a su escritorio y se acomodó los lentes para mirar al techo y luego a otro visitante que tenía allí. Uno que había llegado apenas hace una hora.

−¿Te parece bien?

−Aún sigo sin entender sus motivos, Teniente Coronel.

−Vamos, vamos –dijo subiendo y bajando la mano, como restándole importancia –, ya te dije que no te tomes tantos formalismos conmigo.

−De ser así… quiero ver cómo se desarrollan las cosas.

−Claro, se me hace muy justo. Sabes que cuentas conmigo para lo que sea –se incorporó y le extendió la mano diestra –. Es para mí un placer emprender esta empresa contigo, joven Alphonse. ¿Listo para terminar lo que empecé?

Notas finales:

En el próximo habrá reuniones y conspiraciones


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