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Corazón Indómito por sue

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Notas del capitulo:

 

Hola a todos mis queridos y adorados lectores!!! :3 como están? Agradezco a cada personita que se animó a opinar en el capi pasado, y a todo aquel que se anime a dejar su comentario luego de leer éste ^_* Ya saben que hora es?... Hora de leer!!!! :D

 

 

 

 

***Flash Back***

 

 

 

 

En aquella época, el Mink contaba con todos los lujos y privilegios que se le pueden dar al hijo único de un hacendado. Se la pasaba metido en clubes sociales, estudiaba en casa con los mejores profesores y sólo se codeaba con gente de la alta sociedad.

 

 

 

 

 

Tenía varias amistades o conocidos, pero, con quien siempre tuvo más contacto fue con su amigo Raoul. Desde el primer momento en que sus madres los hubieron presentado, hubo una especie de química entre ellos, una atracción que se definiría con los rasgos de la amistad.

 

 

 

 

- Si que eres bueno. No dudo que una vez más te lleves el primer lugar.

 

 

 

- No es para tanto, Iason.

 

 

 

 

Ambos se encontraban cabalgando.

 

 

 

 

 

 

- Si llegaras a participar… no tendría ninguna oportunidad contra ti. A pesar de tu edad ya eres un jinete profesional. Eso es sorprendente – El ojiverde se encontraba maravillado, sus pupilas lo reflejaban.

 

 

 

 

- Ahora tú eres el que exagera, Raoul – Sonrió levemente.

 

 

 

 

Decidieron dejar de pasear. Katze se aproximó. Iason le hizo entrega de sus riendas, el pelirrojo las tomó. Se acercó hasta el Am.

 

 

 

 

- Señorito Raoul…

 

 

 

 

El aludido se giró. Lo miró con los ojos desmesuradamente abiertos. 

 

 

 

 

- ¿Cómo me has llamado? ¿Cómo te atreves a usar mi nombre? ¡Llámame por mi apellido! ¡Como debe ser!

 

 

 

 

- Disculpe señorito Am. No volverá a pasar – Se excusó.

 

 

 

 

- Basta Raoul – El Mink llamó su atención. Se dirigió al pelirrojo – No tienes porqué disculparte Katze. Raoul es el que ha sido imprudente.

 

 

 

 

 

- ¡Bah! – Bufó. Seguidamente, el ojiverde giró su rostro a un lado, a modo de berrinche. No entendía porque lo defendía tanto.

 

 

 

 

- Lo menos que quiero es importunar a los señoritos. Me retiro – Se fue con los caballos.

 

 

 

 

Ya solos, el Mink inquirió:

 

 

 

 

- ¿Qué te parece Katze?

 

 

 

 

- ¿Cómo que qué me parece, Iason? – Preguntó totalmente desentendido.

 

 

 

 

- Eso mismo. Desde que llegó aquí no has hecho otra cosa que tratarle mal y de quejarte de él cuando tienes la oportunidad… no es normal que gastes tanta energía y menos con alguien de menor estatus social.

 

 

 

 

- Hay que enseñarle su puesto – Batió su melena rubia.

 

 

 

 

- Eres bastante quisquilloso con los sirvientes.

 

 

 

 

- ¡¿Cómo no serlo?! ¡Su cabello es un desastre! – Hizo un gesto de desagrado – Detesto ese color. Es tan… espantoso – Insistía en seguir hablando de Katze - ¿Y qué dices de su rostro? Tan blanco y lleno de pecas ¡Pecas!

 

 

 

 

Para Raoul, las pecas en los rostros eran iguales a imperfecciones.

 

 

 

 

- Pues claro que tiene pecas, es pelirrojo – Acotó, reflexionando que la noche anterior se había dedicado a besar esas pecas. Admitía que las mismas le daban al joven, un aspecto tierno.

 

 

 

 

- Pero Iason…

 

 

 

 

El ojiazul se aproximó hasta quedar muy cerca del muchacho. El ojiverde se inquietó, pero trató en la medida de no mostrarlo facialmente. Acercó una de sus manos hasta el rostro de Raoul. Acarició el mismo.

 

 

 

 

- Ia…son… - Se sonrojó.

 

 

 

 

- ¿Sabes? Ahora tu piel tiene el mismo tono que el de Katze cuando está bajo el sol o cuando llego a importunarlo en el momento en que está lavando las ropas ¿No te parece eso interesante?

 

 

 

 

Le molestó el hecho de que Iason buscara a aquel andrajoso, no debía quejarse, Katze era su sirviente y podía hacer con él lo que quisiese. Sabía esto muy bien, pero igual le daba rabia que Iason buscara “saciarse” con él. 

 

 

 

 

El Mink se acercó casi hasta rozar los labios del ojiverde.

 

 

 

 

 – Y déjame informarte que… aquí, mi querido amigo… tienes una peca – Con un dedo, tocó el labio inferior del muchacho ¡Lo había notado!

 

 

 

 

El Am se llevó la mano a la boca, no pensó que aquel puntito se viera tan a la vista. Su crianza lo llevaba a comportarse de aquel modo, en la búsqueda constante de la perfección y la alimentación del ego.

 

 

 

 

A Iason le gustaba jugarse con Raoul, lo hacían desde niños, pero era evidente que al crecer las cosas no fueran siendo iguales.

 

 

 

 

 

La diferencia radicaba en que el Am se estaba creyendo el juego.

 

 

 

 

 

Tanto el Mink como el Am tenían la misma edad, separados únicamente por unos cuantos meses.

 

 

 

 

- ¿Nunca has besado?

 

 

 

 

- …

 

 

 

 

La pena anidaba en el interior del ojiverde, aquella pregunta había nacido producto a una conversación trivial entre muchachos.

 

 

 

 

- ¿Por qué?

 

 

 

 

 

- No he tenido la oportunidad… - Al mencionar esto, Raoul no pudo evitar dirigir la mirada luminosa hacía el otro rubio.

 

 

 

 

- ¿Ah, sí? – Iason giró la vista. Sacó de su bolsillo lo que parecían ser unos cigarrillos.

 

 

 

 

- Iason.

 

 

 

 

Ante la llamada, el Mink detuvo cualquier movimiento. Volvió a girar el rostro.

 

 

 

 

- ¿Si, Raoul?

 

 

 

 

- ¿Me… podrías enseñar? – Murmuró.

 

 

 

 

El Mink le mostró el pequeño tubito, como indicándole: “¿A fumar?”

 

 

 

 

- ¡No! – Se tranquilizó – A besar… es decir… no sé como… ¡!

 

 

 

 

Fue tan repentino. De un momento a otro, el rostro de Raoul estaba siendo sostenido por el de Iason.

 

 

 

 

- ¿Estás seguro? – Susurró.

 

 

 

 

Raoul asintió.

 

 

 

 

 El ojiverde se sonrojó aún más cuando el Mink le besó.

 

 

 

 

- Ia… son…

 

 

 

 

- Ese es un beso que puedes dar al principio. A las chicas les encanta.

 

 

 

 

- … - Sus ojos brillaban, su corazón palpitaba. Raoul se sentía en las mismas nubes.

 

 

 

 

- Pero, siempre quedan con ganas de más…

 

 

 

 

- ¡!

 

 

 

 

En ese instante fue besado de nuevo.

 

 

 

 

- Abre la boca – Pidió el ojiazul entre susurros, a lo que el Am obedeció sin más.

 

 

 

 

 Fue un beso profundo y húmedo que duró más que el anterior, tan exquisito, que al ojiverde le flaquearon las piernas.

 

 

 

 

- Con un beso como ese, las harás ver las estrellas…

 

 

 

 

Y no estuvo equivocado. Raoul no sólo vio las estrellas. Se enamoró mucho más de lo que ya estaba, lo que pensaba, era imposible.

 

 

 

 

 

Iason no lo había besado por amor y mucho menos por maldad. Para él, Raoul era su amigo y pensó que estaba bien enseñarle cosas como estas.

 

 

 

 

 

No supo si fue por aquello, pero el Am empezó a tomar clases de esgrima. Por alguna razón quería sentirse más fuerte, quizás para al menos mentirse a sí mismo, diciéndose que así sería capaz de no mostrarse tan débil ante Iason.

 

 

 

 

 

- ¡Ah! Señorito Ia… son… - Katze se hallaba imposibilitado. El rubio lo trataba de manera brusca – Por favor… no tan fuerte… duele… - Se quejaba.

 

 

 

 

 

- Shhh – Buscó de acallarlo con un beso. Sus manos acariciaban con pena alguna aquel cuerpo.

 

 

 

 

El niñito que por allí pasaba, se dedicaba exclusivamente a cazar saltamontes. Para un Riki de unos cuatro años, no era nada raro escuchar sonidos provenir entre los arbustos. Por lo general los animales hacían sus nidos entre ellos, o a veces lo usaban para ocultarse, mientras esperaban el momento indicado para atacar.

 

 

 

 

 

- ¡Ah! ¡No!… - El pelirrojo se mordía los labios. El Mink lo embestía con fuerza, estaba tan excitado en aquel momento que en lo único que pensaba era en su propio placer - ¡Duele! ¡No! ¡Por favor!

 

 

 

 

 

- Vamos… Katze… No me digas que no te gusta...

 

 

 

 

 

Su rostro se hallaba escarchado de ese hermoso tinte rojizo.

 

 

 

 

- Va a romperme… de nuevo… - Se quejaba y en uno que otro momento, una lágrima se escapaba  - Piense un poco en eso… por favor…

 

 

 

 

Riki, ante los ruidos que volvió a escuchar en los arbustos, se asomó.

 

 

 

 

- ¡Buh! – Exclamó el nene para asustarlos.

 

 

 

 

Unos pequeños conejos salían de su conejera. El pequeño sonrió, eran tan adorables que parecían hechos de motitas de algodón.

 

 

 

 

- ¡Riki! – Llamaban.

 

 

 

 

Salió de entre las plantas.

 

 

 

 

- Aquí estas Riki. No debes alejarte. Los niños pequeños no deben ir solos tan lejos. Ven – Le extendió su mano, para que la tomara.

 

 

 

 

Riki caminaba tomado de la mano de aquel hombre. Alzó la vista. Siempre le pareció de lo más alto.

 

 

 

 

- ¿Te gustaría aprender a cabalgar, Riki?

 

 

 

 

Con aquella propuesta, los ojitos de Riki se iluminaron.

 

 

 

 

- ¿Y podré montar a todos los caballos del establo? – Totalmente ilusionado.

 

 

 

 

- Claro. Cuando aprendas podrás cabalgar con el que quieras. Tienes mi entero permiso…

 

 

 

 

- ¡Muchas gracias! – Riki sonreía. 

 

 

 

 

- No tienes porque agradecerme.

 

 

 

 

- Si no lo hago, papá podría molestarse – Sonrió aún más – Gracias, señor Mink.

 

 

 

 

 

El hombre mostró una sonrisa fingida. Le había hablado al padre de Riki sobre la posibilidad de pagarle los estudios y llevárselo al extranjero, pero el hombre se había negado rotundamente, alegando que un chico de granja sólo estaba destinado a eso, a vivir en el lodazal.

 

 

 

 

***Fin del Flash Back***

 

 

 

 

 

 En el mismísimo instante en que el rubio de ojos azules puso pie en aquella casa, los comentarios empezaron a surgir como agua en plena ebullición.

 

 

 

 

 

 

- ¿Lo has visto?

 

 

 

 

- ¡Lo he visto! Es el propio señor Mink. Pensé que ya no lo veríamos por estos lugares…

 

 

 

 

- ¿Y eso por qué? ¿Qué fue lo que pasó?

 

 

 

 

- ¿No lo sabes?

 

 

 

 

- ¿De verdad, de verdad no lo sabes?

 

 

 

 

 

Negamiento con la cabeza.

 

 

 

 

 

- Mmm… pues nosotras tampoco lo sabemos – Encogimiento de hombros.

 

 

 

 

 

- ¡Quien sabe! Se han dispersado tantos rumores que ya es difícil saber que es verdad y que no lo es.

 

 

 

 

 

- Y ese que lo acompaña, ¿Quién es?

 

 

 

 

Las mujeres se miraron pero ninguna dio la respuesta.

 

 

 

 

- Dejen de chismorrear y hagan sus trabajos.

 

 

 

 

- ¡Señorita Mimea! – Exclamaron al unísono. No se habían percatado de la llegada de la joven.

 

 

 

 

- Basta de formalidades. Soy una sirvienta al igual que ustedes ¿Me han entendido?

 

 

 

Las mujeres asintieron. Muy a pesar de ello, estaba más que claro que no era igual que ellas. Mimea era la protegida de la familia Am y aunque tratara por todos los medios de ser vista como parte de los sirvientes, la verdad iba mucho más allá.

 

 

 

 

- Señor Raoul – Entró en la habitación del hombre – El señor Iason está allá abajo… con Kirie.

 

 

 

 

- ¿Kirie? – Exclamó, como si le hablara de un término que no conociese.

 

 

 

 

- El mucamo que envió a la hacienda Mink. 

 

 

 

 

Las orbes verdes aumentaron de tamaño.

 

 

 

 

- No puede ser… ¿Por qué lo ha traído?

 

 

 

 

- No lo sé. A lo mejor descubrió las intenciones del muchacho.

 

 

 

 

- ¿Tú crees? – Preguntó, un tanto preocupado. Cuando Mimea quería, era capaz de sembrar la duda en el rubio.

 

 

 

 

- Puede ser. También es probable que haya hecho algo mal. Algo imperdonable que lo llevara a querer devolverlo…no me sorprendería, ya que es un joven bastante inexperto  - Expresaba con un tono de voz hipnotizador. Suave, pausado y en cierto modo melodioso - De ser así, la reputación de los Príncipes Blancos puede quedar manchada – Caminó alrededor del hombre. Se detuvo al quedar en su espalda y se recostó en ella –…Un simple muchacho que nada tiene que ver con la familia Am… podría destruirla de un sólo soplo... – Con una de las manos le acarició, como tratando de tranquilizarlo en caso de que se estuviera angustiando ante su locución.

 

 

 

 

 

- No voy a permitírselo – Se apartó con rudeza del contacto con la joven – Ve a hablar con él – Ordenó – Yo me encargaré de Iason.

 

 

 

 

 

- Como usted ordene – Respondió secamente.    

 

 

 

 

 

El Am atendía la visita en su habitación. Por lo general lo hacía en el salón de recibimientos o en sus jardines, sentándose en aquellas bancas blancas que tanto adoraba. Pero tratándose de Iason, Raoul tenía muchas preferencias.

 

 

 

 

 

- Voy a confesarte que me sorprendió tu repentina visita. No eres de los que suelen llegar a un sitio sin avisar – Raoul hablaba usando un tono de voz bastante altivo – Aunque no es necesario los anuncios si se trata de ti… - Le dirigió una mirada confiada.

 

 

 

 

- Jum… me conoces a la perfección – Respondió a su gesto con una leve sonrisa -  Es por eso que eres mí mejor y único…

 

 

 

 

- ¿Quieres algo de tomar? ¿Quizás un vinito? – Interrumpió vivazmente. Si le escuchaba decir la palabra “amigo”, de seguro estallaría colérico.

 

 

 

 

- ¿No tienes ron? ¿O quizás una cerveza?

 

 

 

 

- ¿Cerveza? – Raoul lo mencionó como si se tratara de un término inentendible – ¿Desde cuando Iason Mink se degusta con algo como el ron o la cerveza? – Haciendo uso exagerado de las expresiones.

 

 

 

 

 

El ojiazul sonrió quizás burlándose de sí mismo. Eso era lo único que tomaba Riki cuando le servía licor.

 

 

 

 

- Déjame ver en la alacena a ver que encuentro.

 

 

 

 

El ojiverde buscó en la estantería, bandeándose entre las distintas botellas.

 

 

 

 

Regresó con dos botellas en las manos. El ron para Iason y algo de mejor clase para él.

 

 

 

 

Raoul sirvió un poco de licor en los respectivos vasos. Acto seguido de levantar y probar de su copa, el ojiverde exclamó:

 

 

 

 

- Rozh Liena Vultan… no me digas que no lo prefieres a tu roncito…

 

 

 

 

El ojiazul por nada apartaba la vista de su amigo, quien directamente estaba buscando de tentarle.

 

 

 

 

- Los gustos cambian con las personas Raoul.

 

 

 

- Ya veo…

 

 

 

 

El rubio de los rizos se aproximó hasta donde estaba sentado su amigo. Rodeó el sillón hasta ubicarse tras de él, de esa forma, pudo introducirse entre los cabellos del hombre con sus manos, los apartó a un lado, de modo que quedara al descubierto el blanco cuello.   

 

 

 

 

 

Acercó su rostro lo suficiente para empezar a hablar en un tono de voz más bajo, más acorde a los coqueteos.

 

 

 

 

 

- Tienes una piel tan blanca… - Deslizó la punta de su larga nariz  través del cuello, fue un pequeño roce, de modo que el Mink disimuló el acto reflejo que tuvo su cuerpo ante el tacto.

 

 

 

 

 

- Veo que te encuentras con bien – Habló.

 

 

 

 

- El no saber de ti me estaba destrozando. Dime ¿No pensaste que podría estar preocupado por ti? Y luego venir así y entrar a mi habitación… eso es algo muy cruel de tu parte – Rió intencionadamente por lo bajo, de modo que el Mink sintió un cosquilleo en su oído - ¿Qué dices Iason? Ésta vez... haremos sólo lo que tú quieras…

 

 

 

 

 

Furtivamente Raoul había reptado una de sus manos hasta que ésta llegó al bajo vientre del ojiazul. No pensó en llegar a comportarse tan atrevidamente con Iason, pero al verlo en su habitación, se despertó en él, el llamado instinto sexual. 

 

 

 

 

- …

 

 

 

 

 

Silencio. Ni una palabra. Ni una queja. Ni un movimiento por parte de Iason. Cual estatua fría y tiesa esculpida en aquella silla.

 

 

 

 

 

- ... ¿Sabías que el prestigio de la familia Am está subiendo? Creo que es por los Príncipes Blancos. A la sociedad le encanta escuchar cosas que tengan que ver con cuentos de hadas… - Hablaba el ojiverde al tiempo que el sitio de estancamiento de su mano, pasaba a ser en el hombro del Mink - Por cierto ¿Qué tal el Príncipe que te mandé? ¿Te ha resultado de utilidad? – Tampoco era que pretendiera volver a forzar al ojiazul, quería que el mismo se entregara a él por su propia voluntad.

 

 

 

 

 

- De hecho, he venido aquí a Devolvértelo. Mi madre ya no está. Así que no lo necesito.

 

 

 

 

 

La noticia no lo tomó por sorpresa, Mimea le había conseguido toda la información con respecto a éste tema, e inclusive el Am había hablado con la madre de Iason y le había insistido en que se quedase e insistiese en convencer a su hijo.

 

 

 

 

 

“Si ha decidido ese camino de perdición ya no puedo hacer nada por él… pero tú Raoul, tú que eres tan cercano a él, a ti te encomiendo a mi hijo. Sé que sólo tú puedes ayudarlo a regresar al buen camino…”

 

 

 

 

 

 

 

- ¿Estás seguro que quieres devolverlo? Si quieres puedes dejarlo en tu nómina de empleados, por mí no hay problema – Trató de salvar al muchacho y a su plan.

 

 

 

 

 

- Agradezco el gesto. Pero no Raoul. Ya no lo quiero más en mi hacienda.

 

 

 

 

 

- ¿Acaso hizo algo…? – Trató de indagar.

 

 

 

 

 

- No. Todo su trabajo estuvo perfecto – Mencionó.

 

 

 

 

- Comprendo…

 

 

 

 

 

Kirie esperaba afuera con el rabo entre las piernas, llevaba puestas las ropas de Príncipe Blanco con las que se había presentado cuando llegó a la hacienda Mink.

 

 

 

 

 

- No puedo creer que estés aquí. A la final no has servido para nada – Mimea lo regañaba – Y ahora… ¿Qué vamos a hacer? Esto nos arruina nuestros planes - Se lamentaba.

 

 

 

 

- ¡Te equivocas! Yo di todo lo mejor de mí… es sólo que…

 

 

 

 

- ¿Es sólo que qué? – Interrumpió la mujer – ¡Que eres un inepto! Eso es lo que pasa – Le gritó.

 

 

 

 

- ¡Yo…!

 

 

 

 

- ¡Tú nada! – Volvió a interrumpirlo – ¿Por qué razón Iason te ha traído hasta aquí?

 

 

 

 

- ¡Riki es el culpable!

 

 

 

 

- ¿Riki? – Mencionó Mimea. Al escuchar el nombre del joven, se le fueron dispersando todas las interrogantes.

 

 

 

 

Se callaron cuando Iason hizo su aparición. El rubio se detuvo al quedar cerca de la pelicastaña.

 

 

 

 

- ¿Cómo has estado Mimea?

 

 

 

 

- Bien, señor – Respondió fríamente.

 

 

 

- ¿Aún me guardas rencor?

 

 

 

 

- No sé de que habla señor.

 

 

 

 

- Me atrevo a decir que desconozco el porqué de tu antipatía hacía mí, siendo que de pequeña te traté con los mejores mimos y cuidados.

 

 

 

 

- Y se lo agradezco señor – Mencionó, pero no había sinceridad en aquella gratitud.

 

 

 

 

- Dime ¿Te hice algo alguna vez?

 

 

 

 

- No, señor. En lo absoluto – Aunque sentía que con esa afirmación, se estaba engañando a sí misma.  

 

 

 

 

- Mmm… dadas las circunstancias, creo que deberías pensar en buscarte un querido. Eso te ayudará a combatir esa amargura.

 

 

 

 

- ¡! – Mimea se puso de colores ¡Cuanta osadía! ¡Asumiendo que su mal humor se debía a su falta de amante!

 

 

 

 

- Ji ji… - El de ojos bicolor se rió por lo bajo. La mujer le encajó la mirada.

 

 

 

 

- Que te vaya bien, Kirie… - El Mink se disponía a partir.

 

 

 

 

- ¡Iason, espera! – El chico trató de detenerle - ¿Que hay con lo que pasó entre nosotros?...

 

 

 

 

- …

 

 

 

 

- No puedes dejarme aquí… por favor, no me dejes aquí…

 

 

 

 

- ¡Kirie! Los Príncipes Blancos deben mantener la compostura ante todo. No importunes al señor Mink – Mencionó Mimea con autoridad.

 

 

 

 

- Pero… - No quería que el hombre se marchase.

 

 

 

 

- No se te olvide que estás trabajando bajo el apellido de los Am – Ante ello, la mujer logró tranquilizar al chiquillo – Compórtate como es debido.

 

 

 

 

- Vaya… a pesar de que no poseas la sangre, la actitud de los Am está en ti, Mimea… - Fueron las últimas palabras emitidas por el ojiazul. 

 

 

 

 

Luego de aquello, Kirie fue llamado a la oficina de Raoul. Al entrar, pudo sentir una enorme tensión, la energía que destilaba el mayor no era para nada agradable. Se detuvo a unos cuantos pasos del hombre. Se sentía sumamente nervioso, el sudor empezaba a salirle por todas partes. Los segundos en silencio en que el ojiverde se dedicó a mirarle con seriedad, se volvieron eternidades en su pequeño mundo.

 

 

 

 

 

 Plass!!

 

 

 

 

 

 

No se esperó aquello. Kirie quedó con la cara de un lado, el Am lo había abofeteado. Su mejilla se pintó de un tono rojizo y sus ojos se abrieron cuales platos.

 

 

 

 

 

- Me has decepcionado. Te mandé a la mansión Mink con la intención de que desempeñaras un trabajo impecable. Pero terminaste arruinándolo todo, no mereces el llevar ese uniforme – Le miraba con extrema repugnancia – Esto me pasa por confiar en mocosos sin experiencia.

 

 

 

 

- ¡Me esforcé! ¡Realmente puse todo mi esfuerzo! ¡Se lo aseguro! – Kirie se explicaba – Hice de todo, pero el señor Iason siempre terminaba prefiriendo a Riki por sobre mí… no pude con él… el señor Iason realmente ama a Riki…

 

 

 

 

Lo último que mencionó, fue suficiente razón para que el Am comenzara a abofetearlo de nuevo, una y otra vez.

 

 

 

 

- ¡Eres un atrevido! ¿Cómo te atreves a ensuciar el nombre de Iason Mink?

 

 

 

 

- ¡Basta! ¡Deténgase! - Se llevaba la mano a donde le golpeaba – No puede hacerme esto… ¡Lo denunciaré!

 

 

 

 

- ¿Y quien crees que saldrá ganando si haces eso? No eres más que basura inservible.

 

 

 

 

El muchacho se sintió devastado.

 

 

 

 

- Recoge tus cosas y desaparece de mi vista – Demandó.

 

 

 

 

- Un momento… ¿Qué hay con lo de ser un Príncipe Blanco?...

 

 

 

 

- ¿Tú? ¡No me hagas reír!

 

 

 

 

- Pero… usted me lo prometió – Su tono de voz era ahogado.

 

 

 

 

- El contrato especificaba claramente que ese privilegio se te sería otorgado sólo y “sólo” – Hizo énfasis – Si cumplías con cada una de mis exigencias. Has fallado y por tanto el contrato queda anulado – Se sentó y empezó a llenar un cheque – Tu arreglo.

 

 

 

 

 

Kirie levantó el rostro, su mirada bicolor estaba llena de ira, había sufrido humillaciones por parte de los dos terratenientes. No era justo que todo terminara así.

 

 

 

 

 

- No puede hacer eso. Usted me lo prometió, que yo sería un Príncipe Blanco. Hice lo que me ordenó. Serví al desgraciado de Riki. Cumplí cada uno de los caprichos del señor Iason, le lavé los pies y hasta me acosté con él…  

 

 

 

 

 

No se lo esperó, realmente no se esperó que el muchacho le sacara aquel tema. Raoul se puso como un animal rabioso, tomó al chiquillo del cuello de la camisa y le habló de modo amenazador.

 

 

 

 

 

- Agradece que soy misericordioso y te dejo marchar en una sola pieza. Si te atreves a mencionar siquiera una sola palabra de lo que ha pasado, puedes asegurar que ese día sentenciarás tu propia muerte…. Ahora, desaparece.

 

 

 

 

Completamente despavorido, Kirie abandonó la hacienda bajo las amenazas del Am. Aquella mirada del rubio era… aterradora.

 

 

 

 

 

- Luego me encargaré de él – Mencionó el Am por lo bajo. Era consiente de que al muchacho no podía dejarlo ir así como así.

 

 

 

 

- Le he traído su café. Fuerte. Dos de azúcar. Como le gusta – La mujer se había aparecido en la oficina con su bandeja. Luego de haber visto al ojicolor salir corriendo de allí, supo que era hora de que hiciera su parte. Se acercó – Anda, tómelo antes de que se enfríe – Le hizo entrega de la taza.

 

 

 

 

- Mimea…

 

 

 

 

 

De nuevo se encontraba abatido sobre aquella silla. Mimea hacía lo posible por levantarle el ánimo. Así qué, por más mal que se sintiera al verlo así, la pelicastaña no podía darse el lujo de mostrarlo externamente. Le regalaba una sonrisa fingida.

 

 

 

 

- Mi plan ha fallado… ese criado estúpido lo arruinó todo – Admiraba el resto de café que manchaba la taza.

 

 

 

 

- No se preocupe. Pensará en uno nuevo y mejor.

 

 

 

 

- Ese impuro… se atrevió a tocar a mí Iason… - Vociferó como si nada – Y todo fue mi culpa… permití que eso sucediera… - Se auto castigaba con las palabras.

 

 

 

 

- No sé como pudo haber procedido de otra manera… - La mujer se ubicó hasta quedar tras el Am y le rodeó de modo que pudiera abrazarlo maternalmente. De tanto en tanto acariciaba su rizado cabello – Pero si sé que mi señor no se rendirá tan fácilmente… - Cerró los ojos, dejándose llevar por el momento.

 

 

 

 

- Mimea…

 

 

 

 

Sintió el dulce aroma de la joven.

 

 

 

 

- …Debí enamorarme de ti.

 

 

 

 

- … – La mujer abrió los ojos al escucharle.

 

 

 

 

- De haberlo hecho, esto no hubiera resultado tan doloroso.

 

 

 

 

- …

 

 

 

 

Un corto silencio se produjo.

 

 

 

 

 

- Pero… ¿Qué cosas dice?… así no es mí señor… - Se acomodó de modo que pudiera verle a los ojos, deleitándose con aquellas orbes verdes – Mí Raoul…

 

 

 

 

 

El dolor de que no seas amado por aquella persona… si, me parece tan familiar ese dolor…

 

 

 

 

 

Los días pasaron con normalidad. Mimea había conseguido información nueva. Al parecer lo sucedido con Kirie había reforzado la relación entre Iason y Riki. Éstas no eran noticias alentadoras.

 

 

 

 

 

- ¿Qué vamos a hacer? – La mujer se daba pequeños toques en la frente, como si con eso fuera capaz de sacar ideas – Las cosas parecen ir de mal en peor. Tengo que encontrar el modo de ayudar a Raoul. Definitivamente, nadie más que yo puede ayudarle…

 

 

 

 

 

La sirvienta se dirigió hasta la habitación de su señor. La había mandado a llamar con urgencia.

 

 

 

 

- Mimea… ya he pensado en un nuevo plan. Pero necesito de ti.

 

 

 

 

- Dígame en que puedo serle útil – Preguntó con cierto aire alegre. Se alegraba se saber que pensaba en ella para su siguiente movimiento. Estaba más que decidida a cumplir el plan en un cien por ciento.

 

 

 

 

 

- Antes, necesito saber algo… - Se hallaba de espaldas a la joven - ¿Estás dispuesta a todo?

 

 

 

 

 – Haré todo lo que usted me pida – Reafirmó con absoluta seguridad.

 

 

 

 

- Bien… - Suspiró. No era capaz de mirarla a la cara - …Embarázate de Riki.

 

 

 

 

-¡!

 

 

 

Mimea no mencionó ni una palabra…

 

 

 

 

La orden la dejó sin aliento.

 

 

 

 

 

 

Continuará…

 

 

 

 

Riki y Mimea

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

(Inner: Waaaaaaa!!!!! ‘O’) El próximo plan de Raoul parece ser más malvado y novelero que los anteriores ¿Mimea aceptará formar parte de esto? ¿Qué sucederá?!!!!!... Muchas gracias por leer n_n besos enormes para todos!! Hasta pronto!! Bye Bye!!   

 

 

 


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