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Segundas Partes por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Bueno... como os dije: el tiempo que tarde en actualizar es aleatorio e indefinido.

Capitulo 8. Harto

 

Se dio cuenta de que la mirada de su jefe no era como antes, que se había quedado como absorto en su cuello, por donde asomaba una cadena plateada. Mihawk, con una suavidad que le puso la piel de gallina, sacó la placa que llevaba de colgante escondida bajo su camisa. La observó reteniéndola entre sus manos.

-Aún la llevas puesta.

Le miró a los ojos, sorprendido. Se acordaba de su colgante. Pero si hacía dos años y tan solo... tan solo era un detalle.

El rostro de Mihawk cambió, puede que el suyo también cambiara por un momento. Porque fue entonces cuando se entendieron el uno al otro. Habían encontrado a aquél que conocieron esa noche hacía ya lo que parecía una eternidad. No era mentira lo que habían vivido, la otra persona estaba ahí, delante de ellos.

Mihawk acarició la cara de Zoro con el dorso de su mano, sin separar sus pupilas de las del peliverde. Algo hirvió entre los dos, algo muy fuerte. Algo que no se podía contener.

Se abrazaron, como si un magnetismo paranormal no les dejara opción a hacer otra cosa. Y se besaron, como si no hubiese otro.

Sintió las manos de Mihawk debajo de su ropa, acariciándole, agarrándole de la piel, arañándole. Cerró los ojos, solo quería dejarse llevar. Oyó su risa. Encontró la boca de él en boca en su cuello, consiguiendo que le ardiera.

Mihawk despejó la mesa más cercana de un manotazo y le tumbó sobre ella. Se colocó sobre el joven, sin dejarle alguna posibilidad de que se incorporara. Manteníendolo a su merced.

Se miraron una vez más, se sonrieron. Mihawk acercó su rostro, pero no como antes, sino más lento, más suave, cerrando los ojos. Zoro también los cerró, esperando.

Y esperando se quedó, visto que con un sueño relativamente agitadillo lo normal es que te muevas tanto en la cama que acabes despertándote de sopetón debido a que tu cabeza se ha dado un carajazo de frente contra el suelo.

Se llevó las manos a la cara y se retorció un rato de dolor. No es que hiciera demasiado jaleo, pero sí lo suficiente como para a puerta de su cuarto fuese abierta por su compañero de piso, quien suspiró ya muy resignado a acostumbrarse a esos numeritos.

-¿No estás un poco grande ya para irte cayendo de la cama?

-¡Vete a tomar por culo!

-¿Te has roto algo?

-No -soltó en un resoplido empezando a incorporarse.

Fue a por su ropa. Cabreado, avergonzado. No era el primer sueño que tenía así, y seguramente no sería el último. Ya llevaba de esa manera un par de semanas. Law, incluso, se tomaba como rutina que cada mañana se oyera un golpe e incluso, a veces, hasta sonidos subidos de tono, lo que sin duda convertía la situación en algo mucho más bochornoso.

-A lo mejor si te la cascas antes de ir a la cama dormirías más relajado.

El peliverde le dirigió una profunda mirada de odio. Law se encogió de hombros.

-Desde que estas en ese trabajo no tienes sexo muy a menudo. Sería raro que no estuvieras "agresivo".

Eso, realmente, no lo había pensado. Puede que el médico tuviera razón. Era una realidad que lo más cerca que había estado de echar un polvo en esos largos meses había sido con Ace, con el que no había salido de preeliminares. Empezó a aliviarse. Sí, eso era, solo estaba falto de algunas necesidades.

Miró el reloj, era tarde.

-Tengo que irme.

-¿No desayunas?

-Tomaré algo de camino al metro.

Y tras calzarse salió de su habitación. Law observó como desaparecía tras la puerta que daba al pasillo de la comunidad. Zoro cada día estaba más raro, ese trabajo que tenía de periodista no parecía bueno para la salud.

Miró la hora. A él ya mismo también le tocaría irse.

Se sentó de nuevo en la mesa para terminar el desayuno. Su mano se adelantó hacia la taza de café, pero no la recogió. Se fijó en el móvil que estaba al lado, su móvil. Vibraba a causa de una llamada.

La mano que iba a por el café se desvió para alcanzar el teléfono, vio quién era la persona que le llamaba. Descolgó.

-Dime.

-¿Por qué siempre me respondes tan frío? -preguntó una voz al otro lado de la línea-. Ya podrías decirme por lo menos"buenos días".

-Buenos días -soltó con sequedad.

-Law... -reprochó con un puchero. El médico sonrió divertido.

-¿Qué quieres? No me habrás llamado tan de mañana solo para decirme lo arisco que soy.

-Yo diría socio-psicópata más que arisco, pero también lo puedes definir así.

-Dime -le insistió con paciencia-. Sabes que tengo que irme en nada al hospital.

-Solo quería hablar contigo Law. Cada vez hablamos menos.

-Los dos estamos bastante ocupados, no es para alarmarse. Ya habrá otra época en la que hablemos más.

-Ya...

Hubo un silencio. Law pensó que era el momento de decir adiós y colgar, pero la voz le interrumpió antes de que pudiese abrir la boca.

-¿Te ha pasado algo bueno?

-¿Qué?

-Te noto diferente.

-¿Diferente? ¿Diferente de qué?

-No sé. Como contento.

-¿Es que yo no puedo estar contento?

-Hay veces que lo dudo.

-Venga ya.

-¿Lo ves? Te has reído. A ti te ha pasado algo.

-No me ha pasado nada.

-¿Has conocido a alguien?

-¿Cómo voy a conocer a nadie?

-Te has puesto nervioso.

-¡No estoy nervioso! -dio un golpe en la mesa.

-...

-...

-Los celos me corroen.

-¡No saques tus propias conclusiones!

-Y yo creía que era el único amor de tu vida.

-¿¡Quieres escucharme!?

-¡Uy! Se me hace tarde. Te voy dejando. Un beso. Te quiero.

Y la llamada se cortó. Law dejó el móvil sobre la mesa y se llevó una mano a la frente. ¿Nervioso? Por su culpa si que estaba nervioso. Además, ¿a quién iba a conocer él como para enamorarse? Él no se enamoraba. Nunca. Joder, si hasta Zoro se dio cuenta de eso el otro día.

Apuró el café, ya harto de todo, y salió por la puerta dirigiéndose sin desvío alguno a la boca del metro. Pretendía con esto, hacer como si la reciente conversación telefónica nunca hubiese existido. No obstante, la hazaña le resultó imposible, porque dicha conversación continuaba rebotando en su cabeza, sobre todo ante la palabra "enamoramiento", que hacía que la imagen de Luffy se le viniera como un guantazo, y no era la primera vez.

Que estupidez, era cierto que el mismo dudó de que le gustara porque era cierto que se había pasado estos tres años fijándose en él, pero eso para él ya había quedado aclarado, no había más. Era algo imposible.

Seguramente, se dijo así mismo, pensaré solo en él porque le veo casi todos los días y tiene la misma presencia que un mamut en celo.

Consiguió un asiento libre y miró la pantalla donde marcaba las siguientes paradas. Contó las que quedaba para que apareciera al chico, y al instante se reprochó por haberlas contado. Puso su atención en el cristal que le venía de frente.

Ahora que lo pensaba, esos días con Luffy, después de que le echara su desayuno entero por encima, habían sido raros, no malos, simplemente raros. Desde el lunes anterior fue como si hubiese pasado "algo" entre los dos. Al menos algo por parte del chico, porque a su entender él seguía igual.

Si Luffy tomó confianza con él por llamar "capullo" a su padre, el día que le comunicó que no le caía mal fue un paso más allá. No se limitaba a hablar, también le preguntaba a Law por su vida, aunque ésta fuera aburrida y monótona. Y todo en general más efusivo y más... cariñoso. ¿Cariñoso?

La llamada telefónica volvió a retumbarle dándole ganas de extirparse el mismo una a una las neuronas de su cerebro.

-Mira -oyó susurrar por ahí-. Ese es el chico que te dije. El que se pasa todo el trayecto tonteando con un estudiante de instituto.

-¿El moreno? No parece que se lleven mucho.

-No ¿verdad? El otro vendrá dentro de dos paradas. Ya verás, siempre están armando escándalo de algún tipo.

-¿Qué hacen? ¿Se pegan?

-¿Que dices? Para nada. Pero tienen peleíllas de pareja. Son de lo más divertidos.

Las dos mujeres que susurraban se rieron.

-Hay que ver con los gays, como les gusta dar el espectáculo.

Y volvieron a reír.

Para ese momento, la incredulidad de Law había traspasado un nuevo límite. ¿Tontear? Él no tonteaba, ¿desde cuándo tonteaba? puede que nunca se hubiese enamorado, joder, pero si sabía cuando le estaba tirando los tejos a alguien, hasta esas normas sociales básicas llegaba, y llegaba más que de sobra dicho sea de paso. ¿Y qué mierda era eso de que a los gays les gustaba dar espectáculo?

-¡Torao!

Levantó la mirada. Luffy estaba ante él.

-Hola -le saludó, ignorando los cuchicheos de las señoras, o prefiriendo ignorar.

Luffy se sentó en el asiento de su izquierda. Tenía un refresco. Law miraba de reojo como lo sorbía con la pajita. El chico se dio cuenta, alternó la mirada entre el médico y su bebida.

-¿Quieres? -le ofreció no muy seguro-. Pero solo un poco, eh.

Y nuevamente, el medico escuchó risas y cotilleos.

-No, gracias, estoy bien -habló algo avergonzado.

-Vale- sonrió y siguió con su bebida.

-¿No es muy poco desayuno? Para lo que traes siempre, digo.

-Es que el resto me lo he comido por el camino. Hoy tenía más hambre.

-Ah...

Recordó otra vez la llamada de antes. Su pecho empezó a presionar. Se puso nervioso. No lo entendía, no lo entendía para nada en absoluto.

Luffy estaba ahí con él, tan solo dándole conversación, y le hacía sentirse bien. Amor, no creía que fuese amor, ya había vivido suficiente para saberlo y era muy mayor para esa clase de gilipolleces. No, desde luego que no, tenía que ser otra cosa.

Así quedó demostrado que, el médico, con todo lo inteligente que podía llegar ser, era incapaz de darse cuenta de lo que le pasaba. Quizá porque en realidad no quería darse cuenta. Después de todo no era lo mismo amar que ser correspondido.

 

 

 

Zoro se miró en el espejo de los servicios para hombre de Grand Line comprobando satisfecho que ya estaba listo para salir. A la mañana siguiente no tenía que madrugar así que si quería cubrir sus necesidades primarias esa era su noche.

Observó la placa sobre su pecho. Una mueca apareció en su boca al sujetar el colgante con los dedos. No podía deshacerse de él, tendría antes que cortarse las piernas, pero... desde hacía muy poco tiempo había logrado que determinados recuerdos le pesaran.

Unas manos posándose sobre su pecho, la placa cayendo sobre un montón de ropa, alguien atándole la cadena otra vez en una soleada mañana de hotel...

Movió la cabeza como un perro secándose. Ya era suficiente. Eso se iba a acabar y se iba a acabar en ese mismo momento. Cierto era que se había pasado dos años pensando en ese tío, pero bien había descubierto que ese tío no era quién él pensaba, no tenía nada que ver. Sí, follaba de puta madre ¿y qué? Seguro que lo tenía idealizado, seguro que esa noche...

Se deprimió. Llevaba dos años soltando su nombre con cada amante que tenía, y había tenido amantes muy buenos.

Apretó los puños y se levantó los ánimos. Pero eso no importaba, era verdad que tenía ese problema pero el problema que iba a solucionar ahora era el de sus sueños pornográficos, así que paso a paso. Además, siempre cabía la posibilidad de que encontrara a alguien que fuera en la cama mucho mejor que ese cretino. Sí, a lo mejor tenía esa suerte y podía así enterrar a esa mierda de pasado que tenía con su mierda de jefe.

La puerta del cuarto de baño se abrió despertándole de sus propios pensamientos.

-Vaya ¿Todavía aquí?

-Ah, Bon Clay... Sí, me estaba preparando para salir.

-Ah, ya veo. ¿Quieres que vaya contigo?

-Eh... no, gracias, tenía planeado algo en solitario.

-Directamente de caza ¿eh?

-Eh... sí - ¿para qué iba a mentir?- sí, supongo.

-Bueno, bueno. ¿Y qué te vas a poner?

-... -se miró así mismo -. Esto.

Bon Clay lo miró de arriba abajo. Pareció que los pantalones vaqueros del peliverde le daban un tremendo disgusto.

-Si es lo mismo que has llevado durante el día.

-Pero me he puesto una camisa por encima.

-...-suspiró-. Me guardaré mis comentario -dijo yendo para uno de los servicios.

-¡Eh! -se indignó- ¿Qué quieres decir?

-Nada, nada -rió maliciosamente.

Y justo cuando cerró la puerta de la cabina, la de los servicios se volvió a abrir. Tanto al peliverde como al recién llegado se les cambio la cara.

-Hola.

-Hola -Ace hizo lo suyo por sonreír-. Cuanto tiempo.

-Si -rió a la fuerza- parece que tenías razón.

-¿En qué?

-En eso de que estaríamos hasta el culo y aunque corta...- prefirió callarse, miró para otro lado.

Ace suspiró, y volvió a sonreír, un poco más natural pero también un poco más cansado y triste.

-Vas a salir ¿verdad?

Zoro le miró sorprendido.

-¿Por qué lo dices?

El pecoso le señaló con la barbilla.

-Te has arreglado.

Se le presionó el pecho. Ace se había dado cuenta. Bon Clay, que tenía una mirada ultrasensible para los detalles y cambios de vestimenta de cada uno de los empleados de ese edificio, no había visto la diferencia en su ropa. Pero Ace se había dado cuenta.

-Será mejor que me vaya yendo.

Aturrullado, salió de los cuartos de baño masculinos, pasando por el lado del otro, que no hizo nada para detenerle. Nada excepto...

-Zoro -le llamó cuando ya estaba en el pasillo, haciendo que el peliverde se girara para mirarle-. Estas muy guapo.

Nadie, en la posición de Ace, estaría sanamente contento de que su ex-novio se fuera de caza. Cualquiera, en la posición de Ace, internaría amargarle la noche al tal ex-novio diciendo algo como aquello, consiguiendo que sintiera una horrible culpabilidad, así como una terrible añoranza que le impidiera olvidarse de él hasta que despuntara el alba.

Era un tipo de gesto malintencionado que Zoro ya había aprendido a ver y a escudarse de ellos, a despreciarlos, porque solo una persona patética, desesperada o rencorosa la soltaría en esas circunstancias. Sin embargo, las palabras de Ace, por mucho que lo parecieran, no eran ese tipo de gesto. Ace lo había dicho de corazón, como si no pudiera evitar más esas palabras en su garganta. Se las había dicho porque las pensaba y quería decirlas. Punto.

Así que Zoro solo pudo decir:

-Gracias.

E irse con la quemazón en el pecho.

 

 

 

Las cosas no fueron como pensaba, nada iba como pensaba. Todo lo que hacía era beber, y no encontraba a nadie que le gustara. Se le acercaron, sí, pero los rechazó a todos. Y bebió aún más, para no acordarse de esa manera tan desbocada de aquello por lo que había salido a olvidar, para no pensar que si las cosas hubiesen salido de otra manera estaría ahora con Ace.

Agarró la placa que llevaba de colgante. Se sentía tan frustrado...

Al final escogió a uno. Bebieron y charlaron un poco, fingió algo de interés, compartieron un cigarrillo de marihuana, consiguió reír un poco, se fueron a un lugar apartado.

Le tocó y se dejó tocar. Casi piensa que se lo podría pasar bien, que al final podría acabar todo de buena manera. No obstante, al poco comprendió que no se concentraba. Que las caricias le parecían vacías.

No le quedó más remedio que cerrar los ojos y recurrir al mismo recuerdo de siempre.

 

 

 

Eran ya las tres de la tarde de un domingo cuando Law apartó la mirada del portátil con el que estaba trabajando debido a un fuerte golpetazo. Resopló y se levantó hacia la habitación del peliverde, obligado por una razón que no era otra que en el puñetero juramento hipocrático. Ya podía haber escogido ser corredor de bolsa en vez de médico.

Se encontró el peliverde bocarriba, con una pierna todavía en la cama y mirando al techo. Tan despierto como harto de la vida.

-¿Quieres que compremos una de esas barras para los niños que empiezan a dormir fuera de la cuna?

-Que te jodan.

-¿Te has roto algo?

-Que te jodan.

-Buenos días a ti también.

-Que te jodan.

Ahí terminó la conversación. Law ni le preguntó por su noche ni por nada. Aunque claro, aparte de que al de las ojeras el importara una mierda, viendo al peliverde de nuevo en el suelo con su simpática y agradable actitud, claro estaba que a Zoro, en cuanto al éxito en lo de librarse de sus fantasías sexuales, le había ido de puta pena.

-Mierda...- masculló antes de sentarse en el suelo.

Era una putada. Todo eso era una gran putada. Ya no tenía ni más ideas ni más medios para hacer algo. Apoyó su frente en el colchón. Estaba agotado. Joder, tan solo quería seguir adelante.

A lo mejor, todo lo que debía hacer era tener paciencia. Esperar a que la imagen de aquel Mihawk que conoció se borrara por completo junto con todo lo que pasó hacía dos años. Que se acostumbrara al que era su jefe, que se convirtiera en su rutina, en una persona más. Hasta que por fin sus recuerdos solo fueran ceniza.

Tal vez eso hubiese sido lo mejor, dejarlo correr, tal vez de verdad se hubiese sanado de esa manera. No obstante, el curso de los acontecimientos tampoco le dejó esa opción. Su destino, sin que el se percatara de ello, se movía como una rueda; y esta rueda empezó a girar días más tarde, cuando una de las profesoras del secretariado de uno de los institutos más importantes de todo el país se apresuraba clavando sus tacones por un pasillo, faltándole el aliento y con la frente sudada.

-¿Se encuentra aquí Luffy D. Monkey? -preguntó al llegar al aula. Todo el mundo se giró para verla.

-¡Sí, aquí estoy! -gritó feliz aunque después se arrepintió-. ¿Me van a echar la bronca otra vez? Hoy he llegado pronto.

-Tiene permiso para irse -soltó firme la mujer-. Señor D. Monkey, Nos acaban de dar una llamada. Su padre está en el hospital.

Ya no había quien parara esa rueda.

 

Continuará...


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